Woody Allen nos enseñó cómo acabar de una vez por todas con la cultura y muchos de nuestros canales de televisión siguieron las recetas del maestro de Brooklyn y lanzaron una ofensiva demoledora. Las reformas educativas hicieron el resto. Somos libres al fin y podemos contárselo a todo el mundo en Twitter.
Pero esa no es la auténtica llamada de nuestra generación, aquella era la de nuestros padres, que también enterraron cualquier vestigio de moda y buen gusto bajo las voluminosas melenas con mechas y las hombreras inolvidables de los setenta y ochenta. Nuestra llamada es la de erradicar un enemigo más poderoso y oscuro, más escurridizo: hemos de luchar contra la pornografía, contra la vulgaridad de los hombres y mujeres desnudos de Botero, contra los perfiles sugerentes en las redes sociales, contra nosotros mismos.
Afortunadamente, contamos con algo con lo que no contaban nuestros padres. Tenemos la hoja de ruta de la exitosa campaña de los censores chinos. Ellos han conseguido distinguir porno y obscenidad por primera vez en la historia, han creado una burocracia de expertos en contenidos inaceptables (que, por supuesto, tienen prohibidos fuera de los horarios de oficina) y están demostrando que son insobornables al perjudicar a empresas tan populares en España como WeChat sin el más leve pestañeo.
¿Cómo han logrado definir algo que se les escapó a Sócrates y Platón mientras caminaban bajo la mirada de aquellas insinuantes esculturas de hombres desnudos y bíceps de mármol? En el amor como en la vida, Pekín nos enseña que las cosas hay que hacerlas con tacto. Para empezar, en 1988 las autoridades chinas pusieron un dique entre lo que era pornográfico y lo que era obsceno, aunque por supuesto ilegalizaron los dos. Lo primero, según ellos, era algo que «tomado en conjunto no es obsceno pero contiene algún contenido obsceno, que es a su vez dañino para la salud y el alma del ciudadano medio, especialmente de los adolescentes, y que carece de valor artístico o científico». La obscenidad, por su parte, consiste en «contenidos que exhiben o promueven actos obscenos, que incitan el interés lascivo en el sexo, que provocan la corrupción de la persona media y que carecen de valor científico o artístico».
Por supuesto, el dichoso relativismo está minando los sólidos pilares que soportaban unas definiciones nada circulares, nada tautológicas. Así, Ai Weiwei se preguntó casi inocentemente qué es arte y lo hizo posando desnudo con colaboradoras y modelos, a lo que millones de jóvenes y adolescentes respondieron quitándose la ropa, por una vez con fines políticos, y haciéndose un selfie que colgaron religiosamente en Weibo, que es como el pájaro de Twitter pero tras los barrotes de una jaula de cristal. Para los expertos en arte moderno y sus abogados todo se reducía a una simple cuestión: ¿son arte los desnudos de protesta o son más bien una forma de ocupar un espacio que refleja la abstracción del universo? Tras una breve reflexión y acariciar suavemente sus porras como manda el reglamento, los censores optaron por que los desnudos de protesta ocupasen un espacio en el concretísimo universo de las prisiones chinas. No solo han definido lo que es el porno, sino que han matado dos pájaros de un tiro y también han identificado la naturaleza del arte moderno.
Bajeza y vulgaridad
En estas circunstancias, concluyeron los funcionarios, hacían falta definiciones más precisas para que hasta los artistas las acatasen. Aquí surgió una prohibición expresa contra todo lo que fuese «bajo y vulgar», un concepto paraguas que agrupaba muchos más ámbitos y aspectos que la mera exhibición de cuerpos en posición de ataque. Con respecto a pornografía, lo «bajo y vulgar» era cualquier material que «confundiese a los jóvenes mostrando órganos o prácticas sexuales», cualquier información que «divulgase cuestiones relacionadas con la prostitución o amistades ilegales» y cualquier soporte al servicio de «la violación de los valores familiares como aquellos que favoreciesen los affaires extramaritales, las aventuras de una noche o el intercambio de parejas».
Lamentablemente, los jóvenes han insistido en actuar con la bajeza y vulgaridad que les caracterizan y el Gobierno se ha visto obligado a intervenir aplicaciones de mensajería instantánea como WeChat, aquellas que se emplean habitualmente para romper el hielo entre chicos y chicas como es el caso de Momo o buscadores como Baidu. Previendo el furor que iba a despertar esta injerencia y la enorme cantidad de datos y archivos sospechosos que emergerían de los oscuros dispositivos de los adolescentes, los funcionarios habían preparado un plan muchos meses antes.
Ese plan pasaba por, cómo no, refinar las definiciones de la pornografía para que se ajustasen como un guante de látex a cada empresa intervenida. Y lo hicieron publicando reportajes de investigación en la agencia de noticias oficial que replicaron los mayores medios de comunicación de cada provincia del país más poblado del mundo. Así, antes de presentarse en las oficinas de Momo, que tiene ciento veinte millones de usuarios registrados y podría salir a Bolsa este año en Nueva York, explicaron claramente sus motivos: estaban favoreciendo «interacciones hormonales» que revertirían en agresiones sexuales, permitían que los perfiles de las mujeres estuviesen «claramente retocados con PhotoShop» y que tuviesen la desfachatez de llevar «biquinis para mostrar sus cuerpos» y de hacerse «selfies desde los ángulos que más resaltan su belleza». No hacía falta leer entre líneas para llegar a la conclusión de que los feos y los que odiamos secretamente las playas estábamos tomándonos nuestra justa venganza después de siglos de opresión.
La otra pata de este plan era la presentación de la campaña como algo científico, quirúrgico. Así, se había creado una burocracia de expertos en pornografía llamados «evaluadores de contenidos sexuales», a los que se les ofrecieron hasta treinta y dos mil dólares anuales, cinco veces más que el salario medio de un profesional del sector privado. La especialización hay que pagarla. Eso sí, tenían que ser jóvenes de entre veinte y treinta y cinco años y es de suponer que lo suficientemente bajos y vulgares como para conocer bien el género del que tendrían que ocuparse una vez contratados. Los profesionales ya trabajan adosados a empresas como Tencent (WeChat) o Sina Weibo.
Finalmente, en un claro homenaje con reclinatorio, como lo definiría José Luis Garci, a George Orwell, han informado profusamente a los ciudadanos de que esto no es una campaña contra la libertad de expresión o una invasión de la intimidad de cientos de millones de personas. En absoluto. Lo que ocurre, advierte la agencia oficial, es que «la campaña antiporno es crucial para el desarrollo de internet» y demuestra que «China ha dado un paso importante para proteger el imperio de la ley en el mundo virtual». Cabe preguntarse si el mundo virtual es el de los internautas o el que habitan unos líderes políticos convencidos de que todo debe pasar por la apisonadora de su ley; una ley que pone en el mismo plano el sexo forzado, la corrupción de menores y las conversaciones, susurros o aullidos de dormitorio de una pareja cualquiera.
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Algunos entramos aqui solo por articulos de Abreu y los comentarios de las entrevistas a politicos y periodistas.
Le dedico el articulo a ellos.
¿Todavía sigue escribiendo Abreu en esta web?
a dios gracias no
Yo empiezo a estar de los chinos hasta los cojones.
Que delicia oler cojones por la mañana…
Habría que empezar por casa, los chinos (que irónicamente llaman «bárbaros» al resto del mundo) se han eregido como modelo a seguir en base a qué?
A una política de total desprecio a la integridad de los menores de edad, la censura a la pornografia es el menor de sus problemas.
Por otra parte los alemanes acaban de descubrir que estar expuest@ a ella te vuelve idiota.
Tal vez ahí esta el meollo del asunto.
Selfie significa autorretrato, ¿verdad? Es que la web 2.0.0.1 me tiene loquita y las nuevas palabros me tienen casi como en vilo.
Confirmadme si estoy en lo cierto.
JAJAJAJA.
Si.