Como El Beso de Doisneau o el Gernika de Picasso, esta imagen tiene más de tratado sociológico que de simple fotografía. De composición lineal y foco centrado, posee una tensión turbadora, cierta belleza trágica. Un observador que se acerque a ella de forma descontextualizada se topará con un escenario angustioso. Su fuerza radica en lo sugerente. Invita a dibujar un desenlace que convierte al observador en cómplice.
El primer detalle que revela la instantánea es la trascendencia del momento. Situación crucial del partido en el que los grandes jugadores exhiben su talento para gestionar la presión extrema. El dramatismo se adivina en el rostro de George Gregan, anclado a la izquierda del plano, a los pies del ruck, mientras que el lenguaje corporal de Larkham, con su inseparable casco, evidencia cierto derrotismo corriendo con los brazos bajados hacia el protagonista ineludible del suceso.
Las caras de los compañeros de Wilkinson reflejan ansiedad. Matt Dawson, con los guantes puestos para mejorar el grip del balón en una noche lluviosa en Sydney, autor del pase que ha permitido a Jonny ganar las décimas necesarias para armar limpiamente la patada en el drop sin que la defensa australiana le atosigue. A su espalda Will Greenwood, centro con hechuras de segunda que acude a cargar abajo para mantener la posesión tras el pick and go de Martyn Johnson, se muerde el labio esperando el desenlace. Neil Back, infiltrado durante todo el Mundial, se levanta tras limpiar el ruck y observa apoyado en su rodilla la acción. A su lado, Trevor Woodman fija su mirada en los palos ajeno a lo que acontece a su espalda. Y unos metros más allá el gigantesco Steve Thompson, talonador que prefirió seguir jugando al rugby asumiendo que podía quedar tetrapléjico, observa, sin resuello, el que espera sea el final de la agonía.
Son cuerpos bien definidos, su morfología no denota un trabajo obsesivo en el gimnasio. No son físicos anabolizados, más propios del profesionalismo que ha devenido en un rugby hipertrofiado. También la ropa apunta a épocas pretéritas. Especialmente la australiana. Polos de cuellos blancos que advierten más algodón que nylon. No hay sponsors prostituyendo las camisetas y las botas son educadamente negras. Marcas reconocibles sin colores histriónicos. Ni siquiera en la grada se advierten tonos chirriantes más allá de unas pelucas ozzies que asoman desenfocadas en segundo plano.
La defensa está lejos. Lo cual demuestra que Inglaterra ha trabajado bien la posesión. Posiblemente un par de cargas más de las habituales para alejar la cortina defensiva aussie. En este último ruck apenas se distinguen defensas en el suelo, señal de que el partido se hace largo.
El pateador compone una estampa costumbrista. El 10 en su camiseta revela rango. No hay nada especialmente llamativo en su gesto, salvo un detalle que no debe pasar por alto. Wilkinson es zurdo. Su salida natural es la izquierda, con lo cual el gesto que va a realizar es forzado. Mira la pelota al tiempo que la sujeta con ambas manos. Su mirada no perderá de vista nunca la almendra. El pie de pateo se apoya en el suelo mientras el izquierdo, que será la palanca sobre la que balanceará su cuerpo en el momento del impacto, está a punto de fijar el apoyo. Uno imagina que Jonny dejará caer sutilmente la pelota entre sus manos y décimas después de tocar el suelo por su parte más estrecha, antes de que su geometría oval juegue una mala pasada dibujando un bote inesperado, impactará el cuero de abajo hacia arriba buscando los palos. En este caso, al ser su pierna mala, uno no adivina un golpeo limpio. No será una patada seca. Más que un latigazo será un cuchareo. La espalda recta, la pierna de pegada completando el movimiento del balanceo casi hasta la altura del hombro. Jonny ha mirado antes de recibir la bola y se ha colocado frente a los palos. Apenas tres metros más allá de la línea de 22. El gesto completo del pateo tras la recepción del pase de Dawson, que inteligentemente amagó el pase antes de hacerlo esperando para completarlo cuando la defensa se replegaba a la distancia reglamentaria, durará apenas tres segundos. Después restarán treinta más de prórroga. El marcador señala un agónico 17-17.
Wilko patea miles de drops al año y este no será diferente. Salvo porque es la final del Mundial de rugby. Y salvo porque será con la derecha. Una obra de arte: el drop del zurdo.
Enhorabuena por el artículo.
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Mi muy estimado Fermin. Me permito la familiaridad del saludo por haber sido recurrente lector de sus palabras y en este caso los lectores solemos sentirnos cercanos cuando nos sentimos magicamente atraidos por un exelente texto.
Podria extenderme y elevar loas sobre la forma y el buen tino de lo maravillosamente descripto.
Pero solo me atrevo a soltar un…….chapeau!!!
Enorme Fermín, se me pone la piel de gallina cada vez que leo éste texto