Han pasado treinta y tres años desde que se produjo el golpe de Estado del 23F (1981) y en breve se cumplirá el treinta y siete aniversario de las primeras elecciones democráticas después de Franco (1977). Se han publicado cientos de libros sobre la Transición y sobre el pronunciamiento militar. Miles de noticias, reportajes y artículos de opinión sobre estos asuntos han sido escritos en estos largos años. Hay documentales y series divulgativas para televisión que han analizado los acontecimientos. Y recientemente pudimos asistir incluso a una obra de teatro sobre Adolfo Suárez, el principal protagonista del periodo. ¿Por qué, disponiendo de toda esta información, es imposible a día de hoy tener una idea clara sobre lo que ocurrió y sobre quién es responsable de qué?
La muerte de Adolfo Suárez, la publicación del último libro de Pilar Urbano y las reacciones que han provocado, en lugar de clarificar, han contribuido a aumentar la confusión.
Los hechos recientes son:
Viernes 21 de marzo de 2014: Adolfo Suárez Illana (hijo del expresidente Adolfo Suárez) convoca para las once de la mañana una rueda de prensa en la Clínica Cemtro de Madrid para anunciar que la muerte de su padre es inminente y podría producirse dentro de las próximas cuarenta y ocho horas.
Domingo 23 de marzo: Fallece Adolfo Suárez poco después de las tres de la tarde. Han transcurrido cincuenta y dos horas desde el anuncio de su hijo. El expresidente del Gobierno había padecido durante más de diez años la enfermedad de Alzheimer.
Domingo 30 de marzo: Se publica una entrevista en El Mundo con la periodista Pilar Urbano sobre su libro La gran desmemoria: lo que Suárez olvidó y el rey prefiere no recordar que va a ser publicado cuatro días después.
Lunes 31 de marzo: En la catedral de la Almudena de Madrid y presidido por los reyes se celebra un funeral de Estado por Adolfo Suárez.
Jueves 3 de abril de 2014: Sale a la venta —editado por Planeta— La gran desmemoria: lo que Suárez olvidó y el rey prefiere no recordar firmado por Pilar Urbano. En este libro se da a entender que el rey fue parte de la «operación Armada» hasta que semanas antes de producirse el golpe cambió de idea y decidió apoyar la investidura de Calvo Sotelo como sustituto de Adolfo Suárez en la presidencia del Gobierno.
Viernes 4 de abril de 2014: Nueve antiguos colaboradores de Suárez (entre los que se encuentran exministros como Martín Villa, Marcelino Oreja y Arias Salgado) y su hijo Adolfo publican un comunicado en el diario ABC en el que acusan a Pilar Urbano de «tergiversar la verdad», califican el libro como «relato novelado-libelo» y denuncian que dicho texto «parece tener por objeto desestabilizar las instituciones y atacar frontalmente la figura de S. M. el rey y al presidente Suárez». Algunos de los firmantes de este comunicado son citados como fuentes por Pilar Urbano en su libro.
Ese mismo día 4 de abril un representante de la casa real califica las conversaciones que se citan en el libro de «pura ficción imposible de creer» y desmiente que el rey participase en lo que la autora denomina «Operación Armada».
¿Periodismo de investigación?
El pasado lunes 14 de abril se concedió el Premio Pulitzer (los Óscar del periodismo) a los diarios The Washington Post y The Guardian por la publicación de lo que luego se llamó el caso Snowden (la revelación del espionaje masivo realizado por la Agencia de Seguridad Nacional de los EE. UU.). La organización que concede el galardón destacó la labor de los citados periódicos por ser capaces de provocar un debate sobre la relación entre el Gobierno y el público sobre cuestiones de seguridad y privacidad y por ayudar al ciudadano a entender.
En un editorial de El País titulado «Periodismo valiente», del 17 de abril, se celebró la adjudicación de este premio a los citados periódicos anglosajones con las siguientes palabras:
Se ha premiado la valentía de un tipo de trabajo comprometido con su principal cometido: ofrecer a la ciudadanía información veraz y contrastada y ejercer la vigilancia del poder desde el rigor y la independencia.
Es el periodismo de investigación español el que, al igual que han hecho estos rotativos anglosajones en el caso Snowden, y dado que el Estado español continúa manteniendo en secreto algunos documentos y conversaciones telefónicas, debe averiguar todo lo ocurrido durante la Transición y en el golpe de Estado.
A modo de referencia es conveniente tener una definición. Con base en lo anterior se podría definir el periodismo de investigación como aquel que con información veraz y contrastada, consigue provocar un debate entre el público y el Gobierno; ayuda al ciudadano a entender y ejerce la vigilancia del poder desde el rigor y la independencia.
Libros sobre la Transición. La carta
De entre todos los libros publicados sobre el periodo de la Transición solo unos pocos han hecho un análisis crítico de los acontecimientos y los personajes. La mayoría de las biografías y ensayos han recorrido el camino del halago y la alabanza —prefiriendo resaltar los aspectos positivos—dejando como conclusión en la mente del lector no iniciado que la Transición fue algo milagroso y lo mejor que pudo suceder a nuestro país en aquel momento; y que sus protagonistas fueron héroes que se sacrificaron en beneficio de sus conciudadanos. Tan acostumbrados estamos a este tipo de libros, que cuando en el penúltimo que se ha publicado —Puedo prometer y prometo de Fernando Ónega (Plaza & Janés, 2013)— su autor explica en la primeras páginas que lo suyo no es una biografía de Suárez, «aunque se le parezca» sino «Un cariño; el cariño del aldeano metido a escribidor al que un día uno de los más grandes hombres de la historia de España le ofreció colaborar con él», casi nadie se escandaliza —ni siquiera se extraña—; el libro pasa a integrar de forma casi automática la lista de los más vendidos y su autor conserva —incluso aumenta— su prestigio como profesional. Fernando Ónega fue director de prensa de Presidencia de Gobierno durante la etapa de Suárez.
En esa minoría de libros críticos llama la atención que casi todos incluyan el mismo documento: una carta. La carta que presuntamente envió el rey Juan Carlos al sha de Persia para pedirle dinero para UCD, el partido de Adolfo Suárez. Esta carta apareció por primera vez —en inglés— en el libro de Jesús Cacho El negocio de la libertad (FOCA, 1999). También incluyen esta misiva en sus obras José García Abad, Jesús Palacios, Luis Herrero, Gregorio Morán, Iñaki Errazkin, Carlos Aznares y, recientemente, Pilar Urbano. En la citada carta se solicitan diez millones de dólares y se argumenta que si no se apoya al partido de Suárez, se corre el peligro de que el «marxista» PSOE gane las próximas elecciones, lo que pondría en peligro la monarquía y la estabilidad de España. La epístola —fechada el 22 de junio de 1977— se inicia con un «Mi querido hermano» y se finaliza con «Tu hermano. Juan Carlos». Todos los autores citan como única fuente para esta carta The Sha and I. The Confidencial Diary of Iran´s Royal Court. 1969-1977, el libro de memorias de Amir Asadollah Alam (abril 1919-abril 1978), primer ministro y amigo personal de Reza Pahlevi. Estas memorias fueron editadas en francés por A. Alikhani, otro ministro y amigo del autor, y luego traducidas al inglés y publicadas en Nueva York en 1991. Asadollah Alam se mantuvo en el cargo de ministro de la corte del sha hasta agosto de 1977 y murió de leucemia en 1978. Un año después estalló la revolución de los ayatolás en Irán. En la entrevista que el autor de este reportaje realizó con Jesús Palacios, uno de los periodistas que citan esa carta en sus libros, argumentó que él sí tenía otra fuente que confirmaba la veracidad de dicho documento pero que no podía revelar su identidad. Actualmente —treinta y siete años después de que presuntamente fuera redactada— se puede comprar el libro de Asadollah Alam —disponible, por ejemplo, en Amazon— y leer la reproducción de la carta traducida al inglés, pero no hay otra manera de verificar la existencia y veracidad de la citada carta.
Las fuentes
Jesús Palacios, periodista e historiador, ha colaborado en El Mundo, La Razón y El Periódico de Cataluña; ha sido contertulio de Intereconomía y fue uno de los reporteros que cubrieron el juicio de Campamento de 1982 en que se juzgó a los implicados en el golpe. Entre sus muchos libros publicados destacan dos: 23 F: El golpe del Cesid (Planeta, 2001) y 23 F, el Rey y su secreto (Libros Libres 2011). En ellos analiza, con base en numerosas entrevistas, la intentona golpista de 1981. La tesis principal de las citadas obras es que el rey de España fue pieza clave para el golpe de Estado y que estuvo en la operación hasta el final. Con su argumentación lleva la responsabilidad del monarca más allá de lo que lo hace Pilar Urbano en su último libro. Según esta última el rey «se baja» de la conspiración el 11 de febrero de 1981, dos semanas antes del golpe. Una de las pruebas sobre las que Jesús Palacios construye su tesis es que, según afirma en su libro 23 F, el Rey y su secreto, los hijos del rey, las infantas y el príncipe, aquel señalado día 23 de febrero de 1981, no fueron enviados al colegio. Preguntado por el autor de este reportaje sobre la fuente de la que obtiene esta información, Palacios afirma que no puede revelar su identidad, pero que «se trata de una persona que conoce perfectamente que los hijos del rey estuvieron todo aquel día en Zarzuela».
Jesús Cacho (Palencia, 1943), periodista, fue director de El Confidencial después de pasar por las redacciones de ABC, El País y El Mundo. Actualmente dirige el diario digital Voz Populi y ha escrito varios libros de periodismo de investigación de los cuales el más importante es El negocio de la libertad (FOCA, 1999), que vendió más de ciento cincuenta mil ejemplares. En opinión de Jesús Cacho «En España es imposible citar una fuente porque te quedas seco. Es una consecuencia de la baja calidad de nuestra democracia. El miedo a hablar en libertad es una herencia del franquismo. En una sociedad realmente democrática lo normal sería que, por ejemplo, un constructor dijera que los planes de fomento son un desastre o que cualquier gran empresario criticara la política económica del Gobierno. Y que luego no temieran represalias. Aquí no puedes decir: «dice fulanito» como afirman las grandes agencias internacionales o la prensa anglosajona. Este es un drama que afecta claramente a las libertades de los españoles. Aquí todo es off the record». Preguntado sobre la comprobación de la veracidad de lo publicado manifiesta Cacho que «dado que no se explicitan las fuentes, lo que queda al lector es analizar y verificar la credibilidad del periodista en cuestión. Si el periodista ha demostrado a lo largo de los años que tiene un comportamiento ético, que no manipula la información, que no lo han llevado mucho a los juzgados… Si tiene un prestigio reconocido por la comunidad no solo periodística, entonces el lector le puede otorgar una calificación de noventa sobre cien. Si es un cantamañanas, le dará un veinte sobre cien y no comprará sus libros. Pero claro, este no es un criterio objetivo».
Arcadi Espada (Barcelona, 1957) fue profesor de la Facultad Periodismo de la Universidad Pompeu Fabra hasta 2011, ha publicado diecinueve libros y ejerce el periodismo desde las páginas de El Mundo después de haber colaborado con La Vanguardia, el Diario de Barcelona y El País. Sobre este asunto opina que «En un relato fáctico, si no se puede citar la fuente, debe al menos manifestarse que aquello fue dicho, por alguien que no se quiere identificar, el día tal y en tal sitio. O asumir como propia la información. No la frase, pero sí la información. Si no se puede identificar la fuente, se debe dar a lector, al menos, la seguridad de que la fuente de la que obtiene la información es legítima».
La mitificación de Suárez y la Transición
Con el fallecimiento de Adolfo Suárez los periódicos se han visto inundados de artículos de opinión y reportajes sobre la Transición y sus protagonistas. Desde algunos foros se ha acusado a la opinión publicada de estar contribuyendo a la mitificación del periodo histórico y sus personajes. Incluso se han podido leer opiniones que consideraban positiva dicha mitificación. («Suárez. nuestro primer mito» de Nicolás Redondo Terreros en El País 3-04-14 y «Terra mítica» de Fernando Savater en El País 1-04-14).
Jesús Cacho tiene claro que «las sociedades de nuestra época lo que necesitan es calidad democrática y no mitos. Donde no hay auténtica democracia florecen los mitos producto de laboratorio, no de la sociedad». Añade, con sorna, Cacho: «Se muere Suárez y se orquesta una operación para ponerlo en el pedestal. Y el rey se pone a su lado porque como fue el que lo nombró… Y se equipara a él y lo irradia y lo limpia. Y de golpe aparece el libro de Urbano. Parece algo maquiavélico».
Arcadi Espada tiene un punto de vista diferente: «Cuando yo era joven considerábamos que Suárez no era más que un monigote. Muy diferente de la imagen que hoy se traslada a la opinión pública. Hay factores que influyen en esta mitificación y no hay por qué recurrir a conspiraciones para explicarla. Uno de ellos es el paso del tiempo, que mejora los vinos y mejora las personas. La melancolía es un factor decisivo y todos los que hoy construyen el mito de Suárez son personas de mi edad o mayores que yo que de alguna forma están también reconstruyendo su propio pasado. Y sobre ese pasado echan una mirada indulgente o piadosa. Es normal, es algo que hace —hacemos— todo el mundo. Otro factor es la enfermedad. La dolencia que ha sufrido Adolfo Suárez, por tener como característica principal la pérdida de memoria, ha sido muy metaforizada. Se han utilizado expresiones como la «amnesia de la Transición» y se ha comparado el Alzheimer de Suárez con la memoria histórica de su vida y del periodo. Y luego, como último factor, ocurre que el mito viene a proyectarse hoy sobre un paisaje español tocado por la crisis y el sucio populismo de estar en contra de los políticos y de la política. Es decir: en España hay una deslegitimación casi general —desde todos los ámbitos— de la forma tradicional de hacer política. Y como reacción no se sustituye esa forma tradicional por otra más moderna, sino por otras más arcaicas como son el populismo y los nacionalismos. En ese escenario aparece, indemne, la figura de Suárez. Un hombre que proviene de un tiempo en que la política era muy respetada».
Los fact checkers y la edición
Nota del autor: Fact checker es el nombre que se otorga en la prensa anglosajona a la persona que se encarga de comprobar la veracidad y exactitud de los hechos cuyo relato se incluye en una obra de no ficción.
En un artículo titulado «Historia de una short story» (*), que publicó en el Corriere della Sera en los años sesenta el periodista y escritor italiano Indro Montanelli (Florencia, 1909-Milán, 2001) relató con mucha ironía el proceso de edición de un artículo que le fue solicitado por una revista norteamericana:
Entonces pudo ser llevado ante la comisión de cinco editors especialistas que, tras haber leído el trabajo, primero los cinco a la vez y luego cada uno por su cuenta, dieron secretamente su voto. Mi historia había sido aprobada por cuatro a uno: lo cual constituía una buena garantía para su paso a la segunda comisión, de once editors cuya Junta estaba prevista para el mes siguiente. La aprobación final, la del editor in chief, era una pura formalidad, y llegaría poco después.
Montanelli, como contraste, recoge en esta versión de su artículo la carta de un fotógrafo americano que había leído su trabajo en el rotativo italiano y que, reconociendo lo excesivamente escrupulosos que eran sus compatriotas a la hora de editar un trabajo periodístico, relataba cómo él había vivido una experiencia diametralmente opuesta con un periodista italiano que le compró unas fotos de la ciudad de Santa Fe (EE. UU.) para ilustrar un reportaje sobre Albuquerque (EE. UU.) y que cuando le advirtió de que eran ciudades muy diferentes, el italiano le respondió: «¡No importa! Siempre es el sur». Tiempo después el número correspondiente de la revista italiana llegó a las manos del fotógrafo y pudo comprobar que efectivamente sus fotos habían sido mal utilizadas.
En 2003 el escritor John D’Agata (Massachusetts, 1975) envió a la revista norteamericana The Believer un ensayo sobre el suicidio del joven Levi Presley en el Hotel Stratosphere de Las Vegas. Jim Fingal, fact checker de la publicación, fue el encargado de comprobar que los hechos, fechas, cantidades y demás datos incluidos en el reportaje se ajustaban a la realidad. Desde el inicio, Fingal encontró inconsistencias. La primera frase del texto de D’Agata decía que en las Vegas había treinta y cuatro clubs de striptease legalmente registrados. En la fuente que el autor facilitó a Fingal solo figuraban treinta y un locales. D’Agata, al ser cuestionado por Fingal, respondió que el ritmo de la expresión «treinta y cuatro» funcionaba mejor en la frase que el de «treinta y uno». Aquí comenzó el tira y afloja entre el escritor y el fact checker. El artículo fue inicialmente rechazado y terminó publicándose solo en 2010. Dos años después, Fingal y D’Agata, que acabaron haciéndose amigos, publicaron juntos un libro, The Lifespan of a Fact (W. W. Norton & Company), donde relatan todo el proceso de comprobación de hechos y fuentes por el que pasó aquel ensayo. El libro es considerado como uno de los más completos manuales de lo que significa la labor de comprobación factual en medios de comunicación.
«Si hay comparaciones que me parecen odiosas entre España y el resto de países —sobre todo si son los países anglosajones— son las relativas al periodismo», nos dice Arcadi Espada. «El periodismo español es una profesión agonizante. Pedir fact chekers en España es como pedir que comiéramos caviar todos los días. En España es que por no haber no hay ni editores. Los veteranos estamos esperando que el sistema cultural español —no solo el periodismo— acabe de morir. Un país donde el 80% de los contenidos culturales son piratas; donde no hay ningún respeto a sus escritores… Preguntar por fact chekers en este país es de cachondeo».
Jesús Cacho critica la edición periodística desde otro punto de vista. «En España no ha habido editores de verdad. Se ha perdido la figura del director como punto de enganche entre el capital (la propiedad del medio) y las redacciones. En algunos casos, además, el director se metió en el capital, con lo que terminó desapareciendo esa figura intermediaria que suavizaba las tensiones entre las dos partes. A esto hay que añadir la ideologización máxima que vivimos que se traduce en la necesidad del carnet en la boca del periodista cuando intenta ser contratado por un medio. Y lo peor: el efecto letal de la concentración de poder en pocas manos, en las manos de nueve señores que son los que reparten el 90% de la publicidad española. Y en el fondo, y por desgracia, esos señores entienden la publicidad como un pasaporte a la impunidad».
El libro de Pilar Urbano y cómo se hacen los libros de investigación
Nota del autor: Arcadi Espada aclara que no ha leído el último libro de Pilar Urbano y que entró en la polémica generada por su publicación porque al leer la entrevista que le hicieron a la periodista en El Mundo el domingo 30 de marzo se sintió liberado del compromiso de guardar el secreto que mantenía desde hace más de treinta años, cuando Adolfo Suárez le manifestó —a él y a otros periodistas— su opinión sobre el papel del rey en el golpe de Estado. Espada publicó un artículo, «Conversaciones privadas», sobre esta cuestión el 4 de abril. Hemos charlado brevemente con él, con Jesús Cacho y con Jesús Palacios.
«Pilar Urbano puede estar diciendo la verdad» —manifiesta Arcadi Espada—. «Y la verdad no sería que lo que Suárez decía era cierto, sino que Suárez lo decía. Imagínese que usted tiene la oportunidad de hacer una entrevista a un expresidente de Gobierno y este le declara que el rey de España fue un imprudente y que propició el golpe de Estado por torpeza y por frivolidad. Usted publicaría esa entrevista, ¿verdad? Le daría al personaje ese argumento de autoridad que concede el género de la entrevista al entrevistado y la publicaría. No sería necesaria una comprobación de la veracidad de esas declaraciones. Pilar Urbano, sin embargo, no hace esa entrevista, ella hace un libro y en ese caso sí son necesarias las comprobaciones».
Espada continúa: «En el relato fáctico hay una cosa que es clave: cuando usted está leyendo un ensayo, un libro de periodismo, y se pregunta: «¿Y esto cómo lo sabe el autor?». En ese momento ya se ha fastidiado la cosa. En una novela esa pregunta no tiene sentido porque el autor es dueño y señor de lo que sabe y de lo que deja de saber. Pilar Urbano construye escenas practicando la omnisciencia, la omnipotencia y todas esa técnicas típicas de los narradores decimonónicos. Eso de que con las herramientas de la ficción se puede escribir faction es una bobada y los libros de Pilar Urbano, con independencia de que lo que escribe sea o no sea cierto, tienen ese hándicap. Es como cuando te engaña tu mujer: si te engaña una vez, desconfías para siempre».
Jesús Cacho apunta: «Yo no me he inventado nunca una conversación para ponerla en mis libros, se me caería la cara de vergüenza. Yo lo que hago siempre es recoger la conversación y luego chequearla. Voy a la otra parte y compruebo lo que me ha dicho la primera parte. Por eso el trabajo de un buen libro de investigación se demora años. No como se hacen ahora algunos libros, que se componen con titulares de periódico, cuatro opiniones y poco más».
En 2001, después de que Planeta publicara 23 F: El golpe del Cesid, el teniente general Javier Calderón, entonces director del Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) —hoy Centro Nacional de Inteligencia (CNI)—, se querelló contra Jesús Palacios, el autor del libro, por calumnias contra su persona. En 2004, la Audiencia de Madrid archivó la querella considerando que en el libro se incluía «una información valorada y alabada por varios historiadores y periodistas, por lo que si bien no tiene por qué implicar que sea ajustada a la verdad, sí que contribuye a la idea de difundir una información veraz y contrastada».
Jesus Palacios valora muy positivamente ser «el único periodista al que un juez ha dado la razón», y después de decir que salvo con el rey, se entrevistó con todos los protagonistas del golpe de Estado —«Yo habré tenido con Armada unas doscientas conversaciones y con Sabino Fernández Campo más de un centenar»—, nos cuenta su método de trabajo: «Hablas con muchas personas. Son todos testimonios orales. Yo no he visto documentos escritos. Los pocos que había fueron inmediatamente destruidos. Se dice que existen conversaciones telefónicas, pero yo no las he escuchado. Entonces en esa historia oral vas, poco a poco, recabando los testimonios. Uno te cuenta más, otros menos y lo vas encajando en función de la veracidad, verosimilitud y la coherencia del mismo testimonio. Hay revelaciones de alguna fuente que las tienes que dejar en reserva durante un tiempo».
Palacios, que insiste en que para entender las conclusiones de sus libros es importante tener en cuenta que el golpe estaba pensado «como una operación de corrección del sistema democrático, como un golpe blando para evitar un golpe duro», reconoce que «Armada, en su relato posterior de los hechos, siempre se mantuvo dentro de su línea de defensa durante el juicio de Campamento. Él me dijo que fue al Congreso porque se lo ordenan sus superiores. Y negó siempre que existiera una lista del Gobierno que teóricamente iba a ser presidido por él. Lo mantuvo hasta el último momento».
El perro que casi le muerde los cojones a Suárez. Con perdón.
La discusión subía y subía de tono. Llegaron a alzarse la voz con tal rudeza que el perro del rey, Larky, un pastor alemán, tumbado en la alfombra del despacho real, comenzó a ladrar y, excitado, se arrojó contra Suárez. «Casi me muerde los coj…», me contó Suárez tiempo después. El rey saltó y sujetó al perro. Más allá de esta anécdota, Suárez le leyó la cartilla al rey, el hombre que lo había elegido para, juntos, hacer historia. (Respuesta de Pilar Urbano en la entrevista que, realizada por Miguel Ángel Mellado, publicó el diario El Mundo el día 30 de marzo).
En el libro de Pilar Urbano, en nota a pie de página, se dice que esta conversación (el rey y Adolfo Suárez estaban a solas en el despacho del primero con un único testigo: un perro) no fue relatada por el presidente del Gobierno directamente a la autora —como manifiesta en la entrevista de El Mundo—, sino que Suárez la relató a su cuñado Aurelio Delgado y a su amigo Antonio Navalón y que ambos, en momentos distintos, se la contaron con posterioridad a la autora. La expresión «Casi me muerde los coj…» no aparece en el libro.
Si en algo estamos de acuerdo los españoles sobre la figura de Adolfo Suárez, es acerca de su valentía. Todos pudimos ver en televisión cómo se quedó sentado cuando Tejero, durante el golpe de Estado, ordenó a los diputados que se tirasen al suelo. Solo Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado tuvieron lo que hay que tener para desobedecer al uniformado. Como Gregorio Morán (biógrafo de Suárez) dijo al autor de este artículo en entrevista publicada en esta revista: «Hay que decir que Suárez tiene tropecientos defectos, pero hay que reconocerle algo que demostró siempre: una valentía inigualable. Si es algo referente a la inteligencia o al talento, se le puede cuestionar. Pero la cuestión testicular la tenía muy bien colocada».
¿Qué hubiera ocurrido si un mes antes del golpe de Estado aquel perro hubiera conseguido su objetivo? La imagen de Adolfo Suárez sentado en su escaño mientras unos militares intentan acabar con la democracia ha simbolizado durante los últimos treinta y tres años, y gracias al periodismo, la defensa de la dignidad de la nación española y su imbatible deseo de progreso ante la barbarie y el involucionismo. ¿Hubiera sido la historia igual si aquel perro hubiera mordido a Adolfo Suárez en sus partes pudendas? ¿Dependía en aquellos momentos el destino y la dignidad de una nación de los dientes de un perro? (**)
Las entrevistas con Jesús Cacho y Arcadi Espada se celebraron el jueves 10 de abril de 2014. La entrevista con Jesús Palacios el viernes 11 de abril de 2014.
(*) Este artículo se puede encontrar en Gentes del siglo, recopilación de artículos de Indro Montanelli realizada por Arcadi Espada con traducción de Domingo Pruna y que fue editada por Espasa en 2006.
(**) Pido perdón al lector por el desahogo, pero no lo he podido evitar.
Como bien se señala, aquí, entre otras cosas, falta cultura democrática y hay un exceso de banderías. Todo el rato estamos creando bandos, buenos y malos sin posibilidad de remisión. Se establece una determinada verdad, la que sea, y como te salgas del guión, mal asunto. Que en el 23-F, al igual que en el 11-M, estuvieron mezclados los servicios secretos y las más altas instancias del Estado, es innegable: que alguien se crea que Tejero, básicamente un bruto y un patán, estaba en eso sin más y que el resto se lo cocinaron el puñado que estuvieron en Campamento, vamos, eso no es que desafía la lógica más elemental: es que es de idiotas. Y que un puñado de morillos de Lavapiés montaron el aquelarre de 2004 sin ayuda interna, en fin, mejor lo dejamos… Lo malo es que para cuando todos esos datos, o al menos el meollo del asunto, se acaben por confirmar, mucho me temo que un buen puñado de nosotros no estará por aquí para enterarse
Si, mejor déjelo… y dedique el tiempo a leer, porque la diferencia entre el 23 F y ese 11 M que quiere usted meter de refilón es que de todos los participantes del primero hay nutrida información (incluido el monarca) mientras que de las mentiras y mierdas varias que trata usted de colar sobre el segundo, no hay nada. Lea un poco y deje de repetir como un mantea aquello de lo que ahora se desdice hasta Pedro Jeta.
Pues estoy de acuerdo con pernath. Ninguna persona bien informada se puede permitir seguir con el cuento de «los cuatro moritos de Lavapiés» a estas alturas, después de libros como el de Fernando Reinares, p.ej.
Es extraño que no se nombre al menos el libro de Javier Cercas, para muchos un referente en este tema.
Amén.
No tan extraño, Cercas y Espada se repelen, Espada padece de una admirable rigidez moral e intelectual que le impide disfrutar de lo digamos ‘novelado’.
Curiosamente no le impide trabajar para el periódico (ejem) oncemarcemico (vease al bueno de Isaias aquí arriba) sin decir ni esteipadesmio cuando la novela viene en portada y con banda sonora de la orquesta Mondragón.
En fin, les ocurre a muchos y muy validos, Cristian Campos aquí mismo, un tipo sensato cuya admiración por el ex-dire en tirantes raya en la tontería.
Dato importante muy de novela de Fernández Mallo:
En la famosa carta del Rey al Sha, el Rey le ofrece como enlace a Alexis Mardas, amigo común del Rey y Constantino II, hermano de Sofía.
Alexis, futuro asesor de seguridad y fabricante de coches blindados para España, es compañero de los Beatles en su viaje a la India con el Mahareshi Yogi, creador del estudio Apple de Saville Road y actualmente… mago.
http://www.cronicapopular.es/2011/12/carta-secreta-del-rey-al-sha/
http://en.m.wikipedia.org/wiki/Magic_Alex
Jesús Cacho, y sus lecciones de periodismo:
http://ladoblehelice.com/2013/10/30/cosas-del-oficio/
Espada: «un paisaje español tocado por la crisis y el sucio populismo de estar en contra de los políticos y de la política»
¡Toma demagogia!