Deportes

La gran sequía francesa: treinta años sin el Tour ni Roland Garros

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Fotografía: Cordon Press.

Francia persigue desde hace tres décadas una victoria imposible en dos de las grandes competiciones atléticas de la nación, dos auténticas instituciones para el país – Un paréntesis tan prolongado solo se explica por un cóctel complejo de factores un tanto azarosos, que poco tienen que ver con déficit alguno de talento, desarrollo e inversiones sino más bien con falta de enfoque específico y con la esquiva tarea de concebir grandes campeones.

El aviador galo Roland Garros fue un tenista mediocre. Firmó sus mejores páginas en el aire y no con la raqueta. Emparentado a su manera con el imaginativo Antoine de Saint-Exupéry, que estrelló su avión en medio del Sáhara, Garros cayó tras las líneas enemigas en 1915 y los alemanes aprovecharon para copiar el pionero sistema de ametralladora instalado en su aeroplano. Sus méritos como piloto le valieron, pese a su escasa fortuna deportiva, legar su nombre al primer gran torneo nacional de tenis, el antiguo Abierto de Francia.

Apenas un par de décadas antes nació el Tour de Francia, la mejor carrera ciclista del mundo, de la guerra comercial entre Pierre Giffard (director del diario Vèlo) y Henri Desgrange (director de L’Auto). Fue un redactor de esta última publicación —impresa en páginas amarillas— quien tuvo la ocurrencia de impulsar una vuelta de varias semanas por todo el país para empujar las ventas de su cabecera. La prueba fue una sucia odisea de resistencia inhumana que impresionó a la nación y catapultó a L’Auto en los kioscos. Como es sabido, el Tour se convertiría con el tiempo en el Vaticano de la cristiandad ciclista.

Más de cien años después, ambas competiciones gozan de aclamada reputación. No hay mayor carrera en el deporte de la bicicleta y no existe un torneo de tenis comparable jugado en tierra batida. Sin embargo, lo que antiguamente fue un feudo feliz para los franceses, acostumbrados a campeonar en sus orgullosas competiciones, ha dejado de ser terreno propicio para ellos. La primera lectura es sencilla: Francia construyó los mejores torneos y vinieron los mejores deportistas del mundo a conquistarlos.

«Roland Garros y el Tour tienen el mismo problema para los franceses: son competiciones enormes y globalizadas y sencillamente las ganan los mejores del momento, no importa su nacionalidad», señala Javier Cepedano, consultor de marketing digital y fundador del sitio sobre ciclismo Cobbles & Hills. «En ese sentido, como no tienen el liderazgo individual ni en ciclismo ni en tenis en las tres últimas décadas, no ganan», sentencia.

Pujante tenis sin lustre

En las canchas, el balance es rotundamente agridulce. Pese a ganar en los últimos veinticinco años tres Copas Davis (y disputar otras tantas finales), y pese a presentar un número de tenistas top 100 únicamente superado por España, solo las victorias de Mary Pierce (Australia 95 y Roland Garros 00) y Amélie Mauresmo (Australia 06 y Wimbledon 06) han librado al país de un panorama masculino completamente baldío en cuanto a Grand Slams desde 1983. Entonces, el peculiar Yannick Noah levantó una Copa de los Mosqueteros cuyo precedente más reciente era el de Marcel Bernard en… 1946.

La sequía francesa en Roland Garros es, por tanto, pertinaz, pero conviene aclarar que el país nunca dominó el torneo salvo en sus primeros treinta años de vida —hace ya casi ochenta— y que esta gran escasez tiene correspondencia directa con las muy escuetas presencias del tenis galo (masculino) en lo más alto de los major de los últimos lustros (solo cuatro finales y todas perdidas, las de Cédric Pioline en Estados Unidos 93 y Wimbledon 97, Arnaud Clément en Australia 01 y Jo-Wilfred Tsonga en Australia 08).

«El deporte francés no tiene una tradición de grandes campeones en tenis desde los años cuarenta», asegura el escritor Guillermo Ortiz. «Lo raro, por tanto, es que gane un francés, no que no lo haga. Además, el dominio de Federer, Nadal y Djokovic dentro y fuera de Roland Garros en los últimos diez años tampoco ayuda», señala.

La cuestión de los grandes campeones es fundamental. La dotación del Ministerio de Deportes francés (cartera propia con cerca de trescientos millones de euros de inversión atlética en 2014, por los ciento cuarenta y dos que maneja el Consejo Superior de Deportes español) sigue siendo generosa pese a los recortes de Valérie Fourneyron, exministra de François Hollande. «A pesar de trabajar como ninguna otra potencia el tenis base, con unas inversiones y subvenciones impresionantes», comienza Alejandro Arroyo, periodista deportivo en Punto de Break y Ecos del Balón, «el tenis francés no ha conseguido hacer brotar un potencial ganador de Slams. Es algo aleatorio. Francia no trabaja peor que, por ejemplo, Suiza, y a ellos les sale una Hingis, un Federer o un Wawrinka».

Al margen de esta esquiva alquimia de figuras, labranza poco menos que inescrutable, el país no cuenta con una relación especial con la tierra batida pese al arraigo de Roland Garros. Apunta el periodista Óscar Fornet: «Francia, a pesar de acoger el torneo más importante del mundo sobre polvo de ladrillo, nunca ha optado por la especialización de sus tenistas en una superficie con menos peso en el circuito que el cemento. Al contrario, ha apostado siempre por la formación de jugadores completos, técnicamente muy bien dotados y competitivos en todas las superficies».

Arroyo remata el argumento: «Son la escuela más versátil y variada del mundo con diferencia. Han importado el físico de sus colonias y se han adaptado a las pistas rápidas que piden envergadura y potencia. En Europa, el 90% de los tenistas, por no decir el 100%, exceptuando España e Italia, se forman en pista cubierta. En centroeuropa hace mucho frío y forman su mentalidad y su concepto del tenis en esas pistas, que son el 75% de todas las de la ATP».

La herida del Tour

Con un dato, Guille Ortiz perfila una brecha llamativa:«De 1947 a 1982 ningún francés ganó Roland Garros, pero entre diez corredores distintos conquistaron el Tour más de veinte veces». Es una estadística demoledora que se ensambla por contraste con el gran paréntesis del ciclismo actual. Tras la victoria de Bernand Hinault en 1985 —quinto amarillo para «el Caimán», ningún otro compatriota ha vuelto a subir a lo más alto de los Campos Elíseos hasta la fecha. Solo Richard Virenque (1996 y 1997) ha alcanzado al menos el podio en estos casi treinta años.

De entrada, Juanfran de la Cruz, periodista de ciclismo de 20 minutos, relativiza un poco los simples números: «Si pensamos que a Laurent Fignon se le escapó uno en 1989 por unos pocos segundos ya estaríamos reduciendo algo la brecha de tiempo. Y si asépticamente omitimos los doce Tours tan dominados por Miguel Indurain (5) y Lance Armstrong (7), el período sería bastante menor», reflexiona.

Sin embargo, la estadística dibuja a las claras ciertos signos de depresión. En los últimos veinticinco años, solo los mencionados Virenque (2) y Fignon (1) han ocupado alguna vez un sitio en el cajón de París. Utilizando dos países más o menos homologables para comparar, España obtuvo en el mismo período nueve victorias absolutas (con hasta cuatro campeones distintos) y diecinueve podios, e Italia un campeón absoluto (Marco Pantani en 1998) y once podios distintos.

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Fotografía: John Turner (CC).

En función de estas cifras —que son similares en grandes vueltas y también en los llamados monumentos—, ¿puede afirmarse que el ciclismo galo está en decadencia? Sería exagerado decir tanto. «Francia puede presumir de ser el país europeo con más equipos World Tour y tener el calendario de base y profesional más completo», señala Adrián García Roca, periodista de Eurosport. «Pero parece no ser suficiente para construir un vueltómano. Un corredor capaz de ganar el Tour no se hace, nace; evidentemente añadiendo todo el trabajo posterior».

Además, García Roca apunta una cuestión adicional: «Los equipos franceses han invertido menos presupuesto para competir con US Postal, el Telekom y sus escuadras sucesoras. Incluso en los años dorados de Cofidis, centraban su apuesta en grandes salarios para corredores de clásicas».

«Jota» Muruzábal, médico vallisoletano con amplios conocimientos deportivos, abre una vía de análisis interesante. «Si describiéramos todo este proceso según los estadios del duelo psicológico, con Moreau estaban aún en fase de negación», señala. «No asumían su verdadero nivel y creían que podría ser alternativa a Armstrong. Desde 2001 hasta ahora entraríamos en el período de la aceptación. Existe falta de corredores de nivel verdadero y un paso atrás en la preparacion médica. En los últimos años, de cierta psicosis, a cada corredor que destaca mínimamente se le pone la etiqueta, como con Rolland o Pinot».

Muruzábal desgrana los orígenes de la sequía: «Tras el ocaso definitivo de Fignon sufren su primera depresión. En la «zona gris» entre 1991 y 1994, época de dominio de Indurain, aparecen los Virenque, Jalabert, Brochard, o corredores con más recorrido con Leblanc. Con ellos, entre 1996 y 1998, es la época donde Francia está más cerca de poder ganar un Tour», subraya. «Eran corredores con carisma y con clase a raudales, pero irregulares y débiles mentalmente, anquilosados tácticamente en la guerra de guerrillas», sentencia.

Potencia mundial con deberes pendientes

La falla parcial del ciclismo y del tenis francés, una llamativa grieta en medio de una estructura opulenta, no debe empañar la perspectiva de un país muy competitivo. Si recurrimos a los Juegos Olímpicos como termómetro, Francia se ha mantenido ininterrumpidamente como al menos la décima potencia mundial desde Seúl 1988, quedando por encima, en casi todos los casos, de países vecinos más o menos comparables como Italia, Gran Bretaña o España (no así con Alemania).

Además, en los últimos treinta años el país galo ha sido campeón de Europa y del mundo en fútbol y balonmano, continental en baloncesto y ganador del Seis Naciones de rugby varias veces, amén de ser una referencia en natación y un país competitivo en deportes de invierno. Los ejemplos son numerosos. La escasez, en definitiva, es más llevadera si hay muchos huevos y varias cestas.

Respecto al Tour, para explicar los malos resultados la cuestión del dopaje es un argumento recurrente, pero queda invalidado por la democratización del fenómeno. No obstante, el periodista británico Matt Rendell distingue: «El ciclismo francés no se ha globalizado tanto en este sentido. [Los médicos] Conconi y sus alumnos Ferrari y Cecchini trataron a corredores de todas las nacionalidades, rusos, italianos, daneses, españoles, etc., pero no tanto a franceses, que no corrían fuera sino en equipos nacionales. Ellos no se beneficiaron tanto del «sistema Conconi» durante los años noventa».

Además, Rendell apunta un factor de moda y cuño muy anglosajón: «La tradición secular del ciclismo en Francia puede haber sido un estorbo a la introducción de la ciencia deportiva. Los norteamericanos y los ingleses no tienen tradición de ciclismo, por eso no hay resistencia a nuevos métodos con base científica».

Por su parte, la excelencia sin campeones del tenis galo no pasa nada desapercibida para sus propios compatriotas. «Tenemos mucho potencial pero aún estamos un paso por detrás de las grandes figuras», señala Carole Bouchard, periodista francesa de tenis en L’Equipe. «Tsonga, Monfils y Gasquet deberían estar luchando por los grandes títulos más pronto que tarde, pero realmente no está ocurriendo».

En un estupendo artículo del pasado mes de abril (Ravi Ubha, CNN), Patrice Domínguez, director del torneo ATP 250 de Montpellier, indica que «sabemos cómo construir jugadores que alcancen el top ten. Después, ¿qué marca la diferencia? No es la federación o el entrenador, sino el deseo individual». Patrick Mouratoglou, entrenador de Serena Williams, dispara en una dirección similar: «Quizá lo que no tenemos es la mentalidad adecuada para forjar campeones. A veces las cosas son demasiado fáciles para los jugadores franceses. Ganan mucho dinero muy pronto y es posible que les falte cierta ambición». Ese supuesto problema se acrecienta en Roland Garros: ninguna superficie requiere tanta brega ni fuerza mental como la tierra batida.

Arnaud Di Pasquale, Director Técnico Nacional francés, añade un matiz revelador sobre sus tenistas, que en realidad vale para cualquier deporte de élite y que corona la extraña anatomía de esta sequía gala: «Tenemos que impulsar una cultura ganadora, pero en ello hay un componente realmente personal». En tanto no comparecen en las canchas y en las carreteras los esperados campeones, latentes en algún limbo competitivo por desentrañar por más recursos que se dispongan, el país incuba una presión y una nostalgia en aumento. Quién sabe si con una caducidad inminente.

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9 Comments

  1. Guille Ortiz

    Muy buen artículo, solo matizar a Rendall que igual los franceses no se aprovechaban de Conconi tanto como otros países, pero que Jalabert, Virenque y todo el Festina iban hasta arriba es algo que han reconocido incluso ellos. No creo que en Francia haya menos dopaje que fuera, ahí están los problemas del Europcar con el Cortisol. Además, en la citada época de esplendor del dopaje y del ciclismo francés de los años 90, el equipo dominador era andorrano y lo dirigía un español mientras que Ja-Ja corría en la ONCE con Saiz y Eufemiano Fuentes. Creo que a determinada prensa francesa -no a Antoine Vayer, por ejemplo- le va muy bien la excusa del dopaje pero me sigue pareciendo absurda. Un saludo.

  2. Lo que a mi me resulta curioso es lo que dice el señor Rendell intentando camuflar el éxito del ciclismo Angloparlante con «avances cientificos». Como si antes el Banesto (o sobre todos la ONCE y Mapei) no hubiera trabajado en ese aspecto concienzudamente. Se olvida de mencionar las nacionalidades de los presidentes de la UCI durante el periodo Armstrong-Sky y los intentos de atraer al mercado anglofono al mundo del ciclismo.

  3. Bueno, para compensar, han dominado con mano de hierro el mundial de rallys en la última década…

  4. Por ayudar a Guille Ortiz, en ciclismo también estaban equipos netamente franceses como el Cofidis de Lance Armstrong y el Casino de Alexader Vinokurov entrampados hasta las cejas.

    Echo en falta menciones al escaso peso del fútbol francés habida cuenta que franceses fueron los que crearon la Copa del Mundo de selecciones nacionales y la Copa de Europa para equipos porfesionales.

    Posiblemente sólo en los Juegos Olímpicos, competición también re-creada por franceses, muestren su verdadero potencial, que no es el profesionalismo sino su gran trabajo de base en múltiples disciplinas.

    Es decir, que valoran más la cultura del trabajo que la del éxito, de ahí que no creo que se sientan muy presionados si no ganan. No se aborregan tanto con sus ídolos deportivos y éstos a su vez no van haciendo gala de su patriotismo más bien todo lo contrario.

    Ese es en mi opinión el fallo del artículo el enfocarlo a la española en base a los resultados.

    • Hombre, es que la sequía futbolística no es tal. Si analizamos los últimos 30 años, como han hecho con el ciclismo y el tenis, Francia ha ganado 1 Mundial, 2 Eurocopas, 2 Copas Confederaciones y ha sido subcampeona del Mundial una vez también. Los equipos franceses han ganado 1 Champions, más de 20 Intertotos, 1 Recopa de Europa, etc. Además han parido jugadores de la talla de Platini, Henry, Zidane, Cantona, Trezeguet… Podría decirse que no es un palmarés impresionantes, pero de ahí a una sequía equiparable a la tenística, por ejemplo, va un trecho.

      • Arco Bólido

        Francia no tiene sequía futbolistica porque sus épocas doradas se limitan a dos fogonazos (Platini y Zidane) a nivel de selecciones y absolutamente nada relevante a nivel de equipos, quitando el corrupto y controvertido OM de 1993. Antes de Platini no hubo nada, después de Zidane tampoco y entre ambos el colosal ridículo ante Bulgaria en la clasificación para EEUU 1994.

        • rayvictory

          Limitar el fútbol francés a dos fogonazos es ser un poco severo en el análisis. Antes de Platini (aunque creo que jugaba Platini jovencito) estuvo el Saint Etienne que perdió la final de la Copa de Europa contra el Bayern en el 76, y que le metió un baño de narices, pero como decía el malogrado Boskov «gol es gol y fútbol es fútbol» (es más gracioso dicho con acento yugoslavo), pues eso, los alemanes un ataque y gol y Herr Beckenbaur y sus compañeros cerraron un ciclo de tres años victoriosos. Por otro lado, en la prehistoria estuvieron Kopa, Fontaine y compañía que llegaron a dos finales de la Copa de Europa que perdieron contra un tal Real Madrid, de otro tal Di Stéfano, de todos conocidos, unos paquetes tanto el equipo (que por cierto ya tiene 10 copas de Europa o Champions) como el susodicho delantero rubio. Y luego no me resisto a nombrar dos equipazos antológicos representativos del fútbol champagne francés: Francia del Mundial 82 y la del Mundial 86. El quid de la cuestión es que el fútbol francés mueve muy poco. Los estadios suelen tener 15 mil espectadores de media mientras que en España son 3 veces más. Y al final tienen 20 jugadores decentes y por regla general siempre juegan fuera desde la época de Kopa, o sea, desde los 50. Por eso los equipos franceses se han comido muy pocas roscas y la selección francesa siempre ha sido más regular que la española en los campeonatos internacionales. Nota: el fútbol español ha dado buenos resultados por el Real Madrid, que fichó todo lo que había en los 50 (y los equipos extranjeros tenían limitaciones por economía post-guerra) y por eso ganó 5 copas de Europa (la del 66 fue ya más trabajada). Luego se limitó el cupo de extranjeros y ya no ganó nada hasta que se cambió el formato Champion League que podías tener todos los extranjeros que querías y ponías 3 en el terreno, y ya luego se cambió definitivamente para que fichases a quien quisieses y pudieses jugar con 11 extranjeros. Del Barca ni hablemos que no ganó ni una copa de Europa en toda su historia -formato antiguo, o sea. el complicado, bombo puro y dos extranjeros-. Si no fuese por formato Champion, y analizando con lupa los equipos españoles también habría que hacer alguna muequita del currículum.

  5. Arco Bólido

    Lo del Europcar es tan ilusionante como el Ariostea de 1991 y el Kelme del 2000. No los comparo con Sky y US Postal porque estos juegan la Champions League del dopaje y aquellos algo así como una Europa League.
    Me encanta el planteamiento del periodista de 20 minutos. Si también se cepilla a Perico, Lemond y Pereiro casi podemos decir que el ganador del último Tour es Hinault…
    La colonización del Tour por extranjeros es para mí un claro ejemplo de la deliberada voluntad de Francia por sumirse en una dorada decadencia mientras echa la culpa de la misma al resto del mundo. Lo del FN hoy mismo lo corrobora.

  6. troilo

    El olympique de Marsella fue campeón de la champions en la temporada 92-93. Que yo sepa, no hay otro campeón francés en la competición que ideó el diario Léquipe.
    Es curioso lo de los franceses, crean grandes citas deportivas mundiales que luego no suelen ganar. Lo digo sin acritud.

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