El estreno de este remakeboot de Godzilla ha dado pie a una noche de cuchillos largos online contra la versión del personaje que en 1998 hizo Roland Emmerich. Si bien la película era tan espectacular como previsible, Emmerich tuvo tres aciertos de peso: 1) hacer un teaser en el que atizaba a Parque Jurásico, referente del cine de monstruos en los noventa; 2) incluir en el álbum de la película temas de Rage Against The Machine, Foo Fighters o Puff Daddy con Jimmy Page y 3) dar un papel a Jean Reno. Solo por esos tres motivos rompo desde estas líneas una lanza por el realizador alemán.
El fracaso de crítica —que no de taquilla— del Godzilla de 1998 impidió que viera la luz una secuela en la cual el personaje de Matthew Broderick desarrollaba sentimientos maternales por uno de los minigodzillas del final. Afortunadamente, la página Cinetrópolis rescató el tratamiento que estaba desarrollando Sony, y se puede consultar aquí.
Viendo el Godzilla de Gareth Edwards no podía evitar recordar a mi amigo Sebas de la Serna, director creativo publicitario, que siempre decía que si a los malos anunciantes les propusieran hacer la película de King Kong, darían como respuesta: «estupenda la idea, pero probémosla sin el mono». Y eso es lo que ha sucedido entre Warner (el cliente) y Edwards (el creativo): por increíble que parezca, el monstruo titular de la película no aparece en pantalla hasta que se cumple la hora de metraje.
Dar un papel secundario a Godzilla en su propia película solo podría justificarse como una oportunidad de hacer brillar al tremendo cast reunido en torno al monstruo: Bryan Cranston, David Strathairn, Aaron Taylor-Johnson, Ken Watanabe. Ninguno de ellos está a la altura. Cranston (como su compañero de Breaking Bad Aaron Paul) parece que ha entendido que, hecho el papel de su vida, es el momento de llenar la hucha. Strathairn le pone la misma intensidad que un presentador del telediario. Taylor-Johnson, tan de carne y hueso en Kick Ass o incluso en Nowhere Boy, pasa aquí por un aspirante a nuevo Jason Statham. Y Watanabe deambula por la película con cara de habérsele ido la mano con los antidepresivos. ¿Es el naufragio de un elenco de buenos actores culpa del realizador? Sin duda. Y sin embargo la dirección de Gareth Edwards es por lo demás inteligente: tiene planos interesantes, sabe manejar el suspense y rueda la acción de manera que —novedad en un blockbuster de verano— se entiende lo que está pasando.
Si bien el Godzilla original (1954) era una sátira japonesa sobre la proliferación nuclear post Hiroshima y Nagasaki, Edwards vende su versión de 2014 como una venganza de la Tierra contra las barbaridades del ser humano. Como si la Gaia del pesado de James Lovelock se convirtiese en un monstruo del tamaño del Empire State Building y se dedicase a sembrar el pánico en ciudades norteamericanas aleatorias como Honolulu, Las Vegas o San Francisco.
Y es eso lo que falla en este Godzilla: ninguno de los participantes en la cinta se lo pasa bien. Cual efecto secundario del éxito del Caballero Oscuro de Nolan, en los últimos cinco años la mayor parte de las películas palomiteras se toman en serio a sí mismas. Demasiado. Y eso lleva a cosas como hacer un Godzilla sin Godzilla hasta la hora de película. El contraste es brutal con la Pacific Rim de Guillermo del Toro, quien el pasado verano no pidió permiso para hacer una película en la que robots y monstruos gigantes se daban hostias hasta en el cielo de la boca desde el minuto uno, y todo ello porque sí. O incluso —sí amigos— la Godzilla de Roland Emmerich con ese final en el que saltaba por los aires el Madison Square Garden. Aquello fue un guilty pleasure con mayúsculas. Al ir a ver el nuevo Godzilla, en cambio, el placer es relativo y la culpabilidad, absoluta.
«por increíble que parezca, el monstruo titular de la película no aparece en pantalla hasta que se cumple la hora de metraje».
Eso también pasó en «Aliens» de James Cameron. Y, bueno, ahí está la peliculita.
El problema es que en Godzilla, durante esta hora de película, se lanzan varios hilos argumentales inconexos empeñados en crear suspense. «¿Qué es lo que provoca esas vibraciones/alteraciones?» podría ser la cuestión que se plantea, a la que todos tenemos respuesta. Además, dedica toda esa primera parte a dar explicaciones que, por otra parte, nos dan exactamente igual (¿a quién le importa que Godzilla coma petardos nucleares?). Así, la película comete uno de los mayores pecados que se pueden perpetrar en el arte de la narración: el protagonista se convierte el el deus ex machina.
No podría estar más de acuerdo. En realidad, el problema principal de la película es que quiere tener una apariencia de guión sólido, cuando parece escrito por el sobrino de turno. Preguntas como «¿por qué leches no hacéis otra cosa que poner armas nucleares a disposición de esas cosas, si es precisamente lo que comen?» se amontonan en mi cabeza mientras la veo.
Y, sin embargo, me gustó, como gusta el entretenimiento plano. Solo me parecía adecuado señalar que ese defecto, en concreto (lo que tarda en aparecer Godzilla), en realidad puede no ser tal.
La verdad es que el monstruo hace siempre lo mismo. Pisotea edificios. No puedes tener eso hora y media con el público prestando atención. El truco clásico era intercalar tramas secundarias, ya se sabe: mi mujer se ha quedado atrapada en el metro, y voy a buscarla; mi mamá se ha perdido entre los escombros y voy a ver si le encuentro; mi perrito tony se ha perdido y… ; tuve un padre borracho que me zurraba y estoy traumatizado y beodo, y encima me he perdido… Bueno, lo que sea, aunque casi siempre había alguien que se perdía o se separaba y trataba de encontrar o reencontrar. Más viejo que el TBO.
El problema es que esas tramas secundarias suelen ser un tostón, por previsibles y por servir como simples rellenos. La película acababa siendo un collage de trozos de interés variable difícil de seguir. Los finales, además, son por lo general como el principio. No hay acumulación de tensión, ni sorpresas. No hay un gran final. No hay presentación, nudo y desenlace.
El nuevo inventazo es dejar el bicho y sus destrucciones para el final. Con eso se crea suspense y tensión, a poco que sepas jugarlo bien. Las tramas secundarias no se entrecortan, sino que puedes formar una película con ellas de forma más coherente, al principio, con su ritmo interno, sin tener que intercalar escenas con el bicho. Cuando éste aparece, tienes asegurada la descarga de adrenalina y el gran chim-pum con que debe acabar toda película de palomitas.
Es una forma nueva de repetir lo viejo. Puede funcionar mejor, si se hace bien.
Pero es que además, leí que en Japón varios fans se quejaban amargamente de que este Godzilla estaba DEMASIADO GORDO. Yo no sé que creer sobre esto; quiero decir que ignoro si es cachondeo o realmente esos tíos pensaban lo que dijeron. Los responsables de la película contestaron con bastante gracia, je, je…
«El fracaso de crítica —que no de taquilla— del Godzilla de 1998 impidió que viera la luz una secuela en la cual el personaje de Matthew Broderick desarrollaba sentimientos maternales por uno de los minigodzillas del final. »
Ese hilo se continuo en la serie animada de Godzilla http://en.wikipedia.org/wiki/Godzilla:_The_Series
Bueno, cuántas películas de Godzilla parece que la gente las vio en su día por los monstruos que tenía enfrente, que también habían sido protagonistas de sus propias historias previamente…
http://www.elpelicultista.com/2014/05/16/diez-monstruos-de-godzilla/
Estando de acuerdo con casi todo lo que afirma el autor (es evidente la ausencia de secuencias de acción) el regusto que me deja la película es mejor que el que me produzco la de 1998. La trama está bien hilada, los efectos están muy conseguidos y (spoiler) la muerte de Bryan Cranston se sale del guión arquetípico en el que el personaje hubiera sobrevivido a esa caída. Aún así al director le ha faltado conjugar todos sus aciertos, con la ensalada de hostias de Pacífico rim, para haber conseguido una peli más redonda.