En Galicia no llueve mucho, no se engañe. Y en España no se come mejor que en cualquier parte. La Gioconda, si se para a pensarlo, tampoco fue para tanto. Ni Kennedy. Ni Hemingway. Ni internet. Tampoco le preste oídos a lo que suele decirse sobre Nietzsche y el nazismo, sobre el Cid, sobre la Maga de Cortázar y sobre Jim Morrison. Y no compre cuando le hablen de Jesús, del Buen Salvaje, del porno argumental o del El ala oeste de la Casa Blanca. Si lo hace, es muy probable que le estén colando un mito.
¿Acaso desconfía del mito solo cuando le sigue el epíteto de «urbano», cuando el mito da que hablar y se revela como posible? Error. Ya es usted su víctima. Los mitos, los buenos mitos, comparten con la mentira su atributo fundamental, ya que lo son porque no lo parecen. Por eso sedimentan entre verdades y por eso los estratos de la realidad presentan vetas de mitología. En Jot Down hemos consagrado nuestro séptimo número en papel, ya disponible en nuestra tienda y en nuestra red de librerías, a identificar algunos de estos mitos y a tratar sus porqués, en una edición que incorpora piezas de Enric González, Félix de Azúa, Ramón Lobo, Hernán Casciari, Kiko Amat, Juan Tallón o Pedro Simón, entre otros, y entrevistas a Elena Anaya, Sergi Pàmies, Berto Romero y Johnny Cifuentes (Burning). El que sigue es un breve sumario de sus contenidos.
Lo que el mito no permite (Félix de Azúa)
La que abre el número es toda una declaración de intenciones. «Cada momento histórico es totalmente ciego a sus propios mitos», escribe Azúa. «Solo descubrimos que los mitos son mitos cuando están en el pasado, cuando han muerto. Eso quiere decir que todos los mitos son formas de pasado y que, en consecuencia, son indestructibles».
Como en España se come en muchos sitios (Ernesto Filardi)
Si nada se le puede reprochar a muchos platos típicamente españoles, otros tantos levantan suspicacias en latitudes del mundo mucho más extensas y pobladas que España, lo que implica contrariar a la estadística. Particularmente cuando se trata del modo que tenemos de cocinarlos o (dependiendo cómo se mire) de no cocinarlos.
Hemingway, París era una farsa (Jordi Bernal)
Una pieza para los devotos del «macho de escopetas y letras, el amante compulsivo, el pendenciero ilustrado, el aguerrido combatiente de causas nobles, el defensor de la verdad y el caballero de lealtades inquebrantables». Para ellos y, específicamente, para que dejen de serlo.
¡Cierra la muralla! (José Antonio Montano)
Breviario de favores de los cantautores españoles a sus poetas de referencia, que según Montano han sido invariablemente flacos. «Hay zonas de la obra de Machado y Miguel Hernández absolutamente intransitables, porque por los recodos de sus caminos te asalta el bandolero Serrat».
Puentes colgantes y el mito de la resonancia catastrófica (Octavio Domosti S.)
Habrá oído hablar el lector de los ejércitos que rompen el paso al atravesar puentes, no sea que la resonancia acabe con ellos como acabó con aquel tan célebre, el de Broughton. De lo que no ha oído hablar, seguramente, es de lo mucho que hay de mito en torno a su derrumbamiento, empezando porque fuese el resultado de esa presunta resonancia catastrófica.
Españoles, pero… (Nacho Carretero)
Españoles que leen el Corán, españoles que no son blancos y españoles que no quieren preguntarse si son españoles. Un reportaje de Carretero que da voz a los españoles frecuentemente acotados con un «pero» y a los que otros niegan la condición, denominándolos en su lugar «inmigrantes de segunda generación».
Y una polla que no importa (Ricardo Jonás G.)
El lector sabe de lo que hablamos y que hablamos de sus dimensiones, y eso que el título no menciona una cosa o la otra. Del «instrumento esencial y primitivo que funciona al fin como defensa ante los dolores del mundo», que se dice pronto. Así que no deje que le engañen: cuanto más grande, mejor.
Entrevista a Elena Anaya (por Álvaro Corazón Rural)
Lo que queda entre las ruinas del museo (Concepción García)
No es una cuestión nueva, ni mucho menos resuelta. Ya en los primeros ochenta, Sobre las ruinas del museo, una investigación de Douglas Crimp, mostró la presencia de un espíritu de cuestionamiento radical del museo. Y hoy muchos siguen tan preocupados como entonces, o incluso más, por la deriva de la institución. ¿Está el museo moderno en ruinas?
La conspiración hobbit y la mitificación del poder (Javier Bilbao)
Es la impresión de cualquiera cuando conoce a un político o visita un palacio, una residencia oficial o cualquier otro edificio en el que pernocte el poder: es pequeño. La persona es corta de estatura y el lugar, más reducido de lo que esperábamos. ¿Vivimos engañados y es esa la verdadera apariencia de todas las élites? ¿Estamos, al contrario de lo que Newton creía, subidos a hombros de enanos? ¿Qué clase de siniestra conspiración hobbit es esta?
En Galicia no llueve (Juan Tallón)
La serranía de Grazalema, en Cádiz, entre la sierra del Pinar y la depresión del Boyar, es el área de mayor índice pluviométrico de España. Y entre las pruebas que avalan que en Galicia no llueve esa no es siquiera la de más peso.
Diez falacias y clichés sobre la narrativa (que procedo de inmediato a desmentir enérgicamente) (Kiko Amat)
Lo sabe cualquiera que se haya enfrentado alguna vez al papel en blanco para contar una historia, sea la que sea. Que hay que evitar hablar de uno mismo, que todo bien contado se convierte en literatura y que la intentona fundamental ha de ser la de innovar, la de resultar original. ¿Cierto, verdad? Pues no. Nada más lejos de la realidad. O, en este caso, de la ficción.
¡Dios mío, están entre nosotros! (Tsevan Rabtan)
«La serie The Big Bang Theory tiene cinco protagonistas principales. Cuatro de ellos son frikis flacuchos, tarados, enanos, faltos de sensibilidad o empatía, enfermos sociales». Es, según Rabtan, «lo que la mayoría de la gente espera cuando se tiene que ver las caras con alguien que disfruta de una inteligencia muy superior a la suya, el estereotipo del superdotado, del científico loco, del genio». Lo que se espera de cualquiera que lleve «Dr.» delante del apellido, como el Dr. Rotwang, el Dr. Strangelove, el Dr. Moreau, el Dr. Caligari, el Dr. Emmet Brown o el Dr. Frink. Estos pobres atributos con los que se caracteriza al genio no solo tienen poco que ver con la realidad, sino que, en muchos casos, no son siquiera inocentes.
Gloriosos bastardos (Diego Cuevas)
«El espectador suele imaginar a las estrellas como divinidades sin verrugas, acostumbradas a un mayordomo cuyo acento viste con corbata, a limusinas cuyo interior se recorre en quad, a localizar el baño de la mansión tirando de Google Maps y a una placentera vida dedicada a bucear en el jacuzzi en busca de las tarjetas de crédito y las bragas de débito». Hollywood, explica Cuevas, fabrica a la estrella impoluta, «a prostitutas con la cara de Julia Roberts haciendo agostos en Hollywood Boulevard cuando cualquier persona de bien sabe que la carne a la venta acampa realmente en Sunset Boulevard y tiene cara de haber sido atropellada por una furgoneta conducida por la tragedia».
La noche en que Jim Morrison descendió de los altares (Emilio de Gorgot)
Nada que reprocharle a Morrison, «una de las voces principales de una generación que cambió no solamente el mundo de la música, sino también la manera de pensar de millones de personas a lo largo del planeta». Pero que su tumba en París sea destino de peregrinos cuyo camino pasa sin posta ante la de Proust poco tiene que ver con eso.
Entrevista a Berto Romero (por Rubén Díaz Caviedes)
Matad a Kennedy (Diego E. Barros)
Sabrá de quién hablamos si le decimos «JFK», e incluso podría añadir que se trata de uno de los mejores presidentes que ha tenido Estados Unidos. Pero, ¿y si le decimos «LBJ»?
Deporte español y dopaje hasta que la muerte nos separe (David Navarro)
Una sombra se cierne sobre la cacareada edad de oro del deporte español, y sus ángulos se proyectan sobre no pocas disciplinas. Tras la fachada del éxito, escribe Navarro, figuran «unas bambalinas de delito y muerte en las que el poderoso obstaculiza a la justicia en pos de la gloria deportiva y el consiguiente júbilo popular».
Luces del norte (Fernando Olalquiaga)
Unido a la famosa selección natural, el darwinismo «se parece demasiado al liberalismo y su fétida mano invisible como para dejar impasibles a los hombres más comprometidos con su tiempo», escribe Olalquiaga. «Actuemos, pues. Propongamos una salida, una alternativa, una visión del fluir de la vida más ordenado y justo, aunque también libre de los grilletes judeocristianos. La ciencia puede que tenga la razón, pero resulta mucho más aburrida. La ciencia es un coñazo. Recuperemos Hiperbórea».
Cuestión de opiniones (José Antonio Pérez)
Pérez nos pinta la siguiente escena sobre la verdad y uno de sus peores enemigos, la opinión. «Un profesor entró en clase, dibujó una compleja fórmula matemática en el encerado y propuso resolverla de forma asamblearia. Pidió a los chavales que votasen a mano alzada el resultado que les parecía correcto de entre una serie de alternativas. El más votado fue declarado correcto por el profesor. Todos los niños, salvo quizá los más decididamente estúpidos, intuyeron entonces cómo va eso del método científico. Cómo va eso de la verdad».
Y a mí qué, internet (Pedro Simón)
«Ahí van las criaturas», anuncia Simón. Cada día, «las casi dos mil ochocientos millones de personas que tienen acceso a la red avanzan como termitas: suben trescientos millones de fotos a Facebook, ven ciento treinta millones de horas de YouTube, envían en torno a unos quinientos millones de mensajes a través del sacrosanto Twitter y pinchan unos dos mil setencientos millones de “Me gusta” en las redes sociales». Una estampa perfecta del progreso técnico, del adelanto tecnológico que constituye el atributo más reconocible de nuestro tiempo. Que no sepamos hacia dónde va este progreso, de momento, no parece plantear un problema.
El superhombre de Nietzsche no portaba esvásticas (Guillermo Ortiz)
Es lo único que muchos saben de Nietzsche, y resulta que no es verdad. Reconcíliese con el Übermensch, que nada tuvo que ver con lo que usted se cree.
Patria querida de quién (Manuel de Lorenzo)
«No seré yo quien ponga en duda que Asturias es la patria querida, no teman. Pero atrévanse a contestarme esta pregunta: la patria querida de quién».
¿Creen en el efecto Guggenheim? (Pedro Torrijos)
Pero si hay muchos otros edificios iguales en el mundo, y este es poco más que una cáscara reluciente, ondulada y carísima. ¿De verdad cree todavía en el efecto Guggenheim?
Entrevista a Johnny Cifuentes (por Álvaro Corazón Rural)
No busquemos grandes líderes (Roger Senserrich)
«El talento político es un bien extraordinariamente escaso, y a menudo los líderes con ese don están bastante mal de la cabeza», advierte Senserrich. «Si queremos llegar a ser un país próspero y bien gobernado a largo plazo entonces lo importante no es buscar un gran líder. Lo que debemos buscar, más que grandes gestos, es alguien que se preocupe más sobre las reglas del juego que de mandar directamente».
Nadie murió de hipotermia genital viendo porno argumental (Víctor Láser)
Si se cuenta entre quienes celebran que la pornografía audiovisual esté abandonando la costumbre de contarnos una historia a la par que mueve nuestra excitación física, no eche las campanas al vuelo. El argumento podría volver al porno. Y lo que es más sorprendente: podría ser lo mejor que le ocurriese al género.
Las trampas de la memoria (Yolanda Gándara)
«La idealización de los recuerdos de la infancia y la juventud es inherente a todas las generaciones», advierte Gándara, «pero si hay un caso extraordinario es el de aquellos que nacieron en los setenta, coincidiendo con la implantación de la EGB, y disfrutaron de los míticos ochenta en la primavera de sus vidas». Que existan razones para semejante embelesamiento nostálgico, por supuesto, es algo bien distinto.
La trampa de McCracken (Hernán Casciari)
A lo mejor no lo sabe, pero a principios del siglo XX el Newcastle era un equipo de fútbol que nunca había ganado un torneo y que perdía con frecuencia por nueve goles de diferencia. De esa situación, sin embargo, pasó a ganar sin despeinarse la Football League Championship de 1904-1905, la de 1906-1907 y el de 1908-1909. Durante un tiempo, nadie, ni siquiera los que acudían a los partidos, se lograba explicar por qué. Ahora lo sabemos y Casciari lo detalla en esta pieza: fue gracias a la trampa de McCracken.
Reacciones inverosímiles a la química de Breaking Bad (María Ramiro Martín)
«Como modelo de representación del mundo», escribe Ramiro, «en Breaking Bad hay presencia de los problemas que históricamente han preocupado a la humanidad y que han sido tratados en la literatura universal mediante diferentes mecanismos narrativos». Y todos ellos son invocados mediante una ciencia: la química.
Adiós al Buen Salvaje (Jorge San Miguel y Kiko Llaneras)
«Un siglo después de Cortés y Pizarro, la imagen de América como un laboratorio de la Creación, casi detenido en el tiempo, que permite asomarse a una suerte de barbarie primordial, ha calado en el imaginario europeo». Contra esta imagen Montaigne recurre al mito del Buen Salvaje, «con el ánimo de contraponer su comportamiento a todas luces bárbaro con el no menos bárbaro y además hipócrita de los europeos». El sabio francés, escriben San Miguel y Llaneras, «juega con una ambigüedad que prefigura el relativismo cultural de siglos venideros».
La precariedad no te hace más creativo (Paula Corroto)
Es uno de los mitos más repetidos en nuestros tiempos de crisis, el de que la dificultad dispara la creatividad y agudiza el ingenio. Y no es solo un mantra que repiten webs y medios de comunicación. Si se tira del hilo, advierte Corroto, «no es difícil acabar embrollado en una maraña de proverbios chinos e indios. Eso por no contar el mantra de tantas webs sobre start-ups y emprendedores».
Entrevista a Sergi Pàmies (por Enric González)
Hacer literatura con la Maga (Jenn Díaz)
Es «un intento de sí misma, una caricatura de lo que podría ser», asegura Jenn Díaz. Y tiene razón. Cómo la Maga llega a ser la Maga constituye un misterio no poco enigmático, precisamente al que la autora dedica su disección.
Mitos derribados, identidad recobrada (Bernardo Ortín)
Los mitos, dice Ortín, «se desgastan con la propia experiencia de la vida, sirven como catalizadores de etapas determinadas». A esa conclusión, sin embargo, no lleva otro sendero que el del lenguaje y el estudio de la fábula, dos disciplinas que revisa en este artículo.
Contra Jesucristo (Rubén Díaz Caviedes)
Al principio, Dios era una divinidad colérica inclinada a las matanzas de primogénitos y a convertir a la gente en sal, pero eso cambió cuando Jesús nació en la Tierra. Con aquel hijo suyo tan campechano y tan moderno al creador se le templó el carácter y dejó de enviar plagas y lluvias de azufre, o al menos es como todos lo solemos recordar. Lo que olvidamos con frecuencia, eso sí, es la condición que impuso a cambio en la letra pequeña del mundo.
El Cid como síntoma (Ramón Lobo)
Dice Ramón Lobo que «España es un país que se ha equivocado en sus héroes», y también con sus mitos. «Los mitos ganan guerras, conquistan tierras, construyen naciones, pero también son un virus que corroe la inteligencia colectiva, que apacigua a la masa, la adormece». Y el Cid, sostiene, es el síntoma más evidente de la infección por este virus.
Las barbas cizalladas de una mentira (Isabel Gómez Rivas)
El libro es un artilugio perfecto, dicen. No hay ni habrá un invento que supere su eficaz diseño. La salmodia quisiera conjurar al diabólico electrónico, pero él ya ha echado al mundo el Kindle que pronto cumplirá sus designios y, aburrido, se entretiene matando píxeles con el rabo. «El rezo», explica Gómez Rivas, «comienza a sonar a réquiem, monódico como el gregoriano y patrañero como el sermón del sacerdote sin fe y sin teología. Habrá que cizallar, so pena de pasar por heraldos luciferinos, las barbas de la mentira».
Bartlet: presidente, Nobel y mentiroso (Bárbara Ayuso)
America loves Bartlet y el resto del mundo también. Entre los muchos méritos que logró Aaron Sorkin con El ala oeste de la Casa Blanca destaca el haber edificado el monumento al presidente perfecto: Josiah Jed Bartlet. Una figura de tintes legendarios, envuelta en una mandorla de veneración que más allá de sobrepasar la pequeña pantalla, la ha fulminado hasta hacerla irrelevante. ¿Personaje de ficción? Sí, claro, pero no solo eso. Pocas ficciones han alcanzado una influencia y repercusión tales como este presidente inexistente, erigido en faro y guía aspiracional de lo que debería ser la política, una suerte de príncipe-rey platónico coronado con sombrero del Tío Sam.
Desmontando América (Toni García Ramón)
A veces el mito se erige precisamente desmitificando, que es lo que hizo Dennis Stock con la sola ayuda de su cámara de fotos. La suya fue una guerra de flashes contra el que es seguramente el gran mito de nuestro tiempo: América.
El pasado te engaña y te dejas (Jordi Pérez Colomé)
Un treinta y cuatro por ciento de los europeos no saben que la Tierra da vueltas al Sol y casi un cincuenta por ciento de americanos no sabe que los hombres vienen de otros animales. Es probable que dentro de un siglo, en el 2114, nadie recuerde este dato concreto y revelador sobre nuestra era, y que prefiera tenerla por una época de oscuridad o por una de bonanza idealizada. Para entonces será el pasado, y como pasado que será estará sujeto al antojo del recuerdo, que en efecto es un antojo. El tiempo es la mejor fábrica de mitos, o al menos la que los crea con mayor rapidez y eficiencia. Pero si los mitos que engendran los siglos se ajustasen a la verdad, claro, entonces no serían mitos.
Miedo al terror (Mar Padilla)
Está en todas partes. En todas las personas, en todos los lugares y en todos los tiempos. El miedo es la consustancia misma de nuestra humanidad, y el miedo al propio miedo está en la génesis del mito. Es miedo mismo es lo único a lo que no hay que temer, como anunció Franklin D. Roosevelt. Es un mito que hay que derribar a martillazos.
El síndrome de La Gioconda (E. J. Rodríguez)
¿Merece La Gioconda su fama, su reputación, su entronización como el cuadro más famoso del mundo? ¿Es acaso la mejor pintura de su era, acaso la mejor siquiera de Leonardo Da Vinci?
Yo personalmente quiero derribar un mito que atañe a todos los hombres, y es que no pensamos con el pene, sino con el escroto. Por favor, tenedlo en cuenta. Es importante.
Falta el mito de Jimmy Hendrix\