Ciencias Perdonen si me derivo

La niña buena no aprende el catón

caton 1

La niña buena aprende el catón
y escribe los palotes sin ningún borrón,
la niña buena aprender a sumar
y sigue los consejos de papá y mamá.

Rocío Dúrcal

No. Porque la niña, si de verdad es buena, es inquieta, curiosa y sensible. Y si a una de estas niñas buenas, de las que crecen en un mundo inundado (afortunadamente) de teléfonos inteligentes, tabletas, portátiles, televisores inteligentes (algunos hasta presiden países en decadencia) y promesas de gafas mágicas, le obligaras a recitar y aprender de memoria el catón (o la lista de ríos y afluentes de su comunidad autónoma) en el mejor de los casos le saldría una urticaria, y en el peor de ellos, acabarías con su inquietud, apagarías su curiosidad y la volverías insensible a uno de los mayores placeres que puede disfrutar el ser humano: aprender descubriendo o descubrir aprendiendo.

Y sin embargo, se hace. No con el catón, pero sí se siguen usando, en muchos casos, estos métodos de enseñanza basados en la repetición (hasta la saciedad en el caso de las matemáticas) de ejercicios aburridos y la memorización de conceptos presentados sin contexto sino, hala, ahí, porque toca aprenderlos.

Es, cuanto menos, llamativo el comprobar que todos (o casi todos) nos hemos adaptado con orgullo y satisfacción (y alguna cadera rota) a los avances que la ciencia y la tecnología nos han proporcionado en muchos ámbitos de nuestra vida, mientras una aldea de irreductibles resiste todavía y siempre al invasor, con sus marmitas llenas de cálculos repetitivos y tediosos, y sus métodos de principio del siglo pasado, para el deleite de la niña buena en tardes de interminables tareas escolares. Igual forma parte de un plan estratégico para desmotivar a la nena a tener estudios superiores, nunca se sabe. No se fía una ya de .

¿Siguen llegando nuestras niñas buenas al colegio en coche de caballos? ¿Llevan las blusas almidonadas? ¿Por qué seguimos insistiendo, la mayoría, en enseñar como nos enseñaron a nosotros, mientras nos mandamos por Whatsapp chistes sobre el ministro de educación? ¿Qué pasa? ¿Que la niña buena no sabe que existe internet?

Hace poco más de cien años, uno de los problemas al que los científicos dedicaban grandes esfuerzos era al de la gestión de la mierda de caballo. En aquella época, la gestión de excrementos procedentes de estos animales usados para el transporte era un problema muy serio, toda vez que en ciudades grandes, como Nueva York, las calles estaban atestadas de estiércol que, aparte del olorcillo, generaba graves problemas de sanidad entre la población. Ni siquiera las empresas dedicadas a la venta y distribución de estiércol podían gestionar esa cantidad ingente de excrementos. Tuvimos que inventar el automóvil para acabar con aquel grave problema ecológico, ya ven. Pero volviendo al tema de los caballos y su mierda, sí fue un problema que, como ya se ha dicho, interesó a los científicos más importantes de su época, ¿tiene sentido que nuestros estudiantes de Ciencias Ambientales sigan estudiando este problema en la universidad? No, ¿verdad? Supongo que nuestros estudiantes de Ciencias Ambientales más que del estiércol equino estarán preocupados por las cacas que dejan los satélites. Espero.

El ejemplo es un poco escatológico y puede que exagerado, pero a poco que lo piensen, no está muy lejos de la realidad de nuestros colegios, de la mayoría de nuestros colegios. E institutos. Y puede que universidades. Seguimos estudiando casi los mismos problemas que hace cien años. No hace mucho tuve que volver a estudiar el cálculo de las raíces cuadradas que me enseñaron en mis tiempos de EGB (era el equivalente a primaria y los dos primeros cursos de la ESO actual) para enseñárselo a mi hijo que, ¡oh, sorpresa!, seguía usando el mismo. En este punto alguien se preguntará si los métodos de cálculo cambian con el tiempo y no, no es eso a lo que me refiero. Evidentemente aquel método que nos enseñaron de pequeños sigue siendo válido, pero estoy dispuesta a apostarme una uña, del pie, a que la mayoría de los que han llegado hasta aquí leyendo no recuerdan el método de marras. Lo que digo es que existen métodos más intuitivos y sencillos de calcular la raíz a mano que nunca, al menos hasta donde yo sé, se enseñan. Métodos basados en un teorema de hace un par de siglos, dicho sea de paso. Pero no es de eso de lo que quiero hablar, de hecho, lo que pienso es que no hay por qué saber calcular raíces cuadradas a mano, yo soy doctora en Matemáticas y no recordaba cómo hacerlo. Lo que sí debería saber una niña buena (de primaria o secundaria) es plantear problemas para cuya solución, en algunos casos, se necesitara el cálculo de la raíz cuadrada, que la niña buena sabrá hacer, eficientemente, con la calculadora de su ordenador o, mejor aún, con algún programa de cálculo simbólico de los que le han enseñado en su clase de matemáticas, preferiblemente de software libre que, haberlos, haylos.

Que nadie me eche los perros aún. No estoy diciendo que no haya que aprender a hacer cálculos aritméticos en la escuela. No es eso. En los primeros años de primaria está bien y es interesante que la niña buena aprenda a sumar, restar, multiplicar y dividir. Entre otras cosas porque, a esa edad, aprender a sumar, restar, multiplicar o dividir resulta emocionante como lo es aprender a pelar patatas las primeras veces que lo haces. Y si emociona, engancha. Y se trata de eso, en mi opinión, de provocar la curiosidad de la niña buena. Pero además de ser emocionante, aprender a sumar y restar es algo natural a esas edades; si la niña buena no fuera al colegio, con probabilidad casi uno, aprendería a sumar y a restar por su cuenta, a poco que empezara a relacionarse y competir con los de su especie. Y a multiplicar y a dividir también, me apuesto otra uña. También del pie.

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Ahora bien, superada esta emocionante fase y la no menos emocionante de aprender a leer y escribir, ¿no tendríamos que seguir provocando y emocionando a la niña buena para que quiera seguir aprendiendo? Y en estos tiempos, debería ser tan fácil, ¿verdad? Porque estas nuevas tecnologías de las que disfrutamos (algunos incluso sin ser conscientes de la inmensa cantidad de horas de investigación que las han hecho posibles) facilitan el acceso a recursos educativos que nuestros maestros no podían ni soñar: aprender geografía viajando, virtualmente, por el mundo, o arte en una visita, virtual, a cualquier museo del mundo, escuchar casi cualquier pieza musical en Youtube, cualquier documental científico gratis, descubrir que las particulitas que forman nuestros cuerpos hace algún tiempo eran parte de una estrella, cuentos gratis, libros gratis… Maravilloso, ¿no?

Pero, oye, es que aparte de vídeos, paseos virtuales y demás, los ordenadores pueden realizar cálculos. Los hemos diseñado nosotros para ello. Y lo hacen de forma más eficiente y rápida que nosotros. De la misma forma que la lavadora lava más fácil y rápido, o que el autobús es un medio de transporte más cómodo que ir en carreta. Lo único que (aún) no pueden hacer los ordenadores es pensar, razonar. Bueno, esto es fantástico, porque el tiempo que se dedicaba antes en las clases a cálculos manuales se pueden dedicar ahora a enseñar a pensar. Sí, la niña buena no quiere hacer más cuentas, la niña buena quiere entender el mundo. Porque, aunque haya quien pueda dudarlo, a la niña buena le resulta más interesante que le hablen de las matemáticas de las redes sociales o del big bang que tener que volver a calcular el precio de un melón a partir del precio de un camión entero de melones, o tener que memorizar datos a los que tiene acceso desde su smartphone (que, por cierto, no tendría en sus manos si algunos no hubieran estudiado muchas matemáticas).

¿No habría que aprovechar todo este potencial y el nuevo escenario para actualizar métodos y contenidos? ¿O vamos a seguir con la mierda de caballos?

Me imagino que, a estas alturas, si han llegado leyendo hasta aquí, más de uno habrá mascullado (o gritado) que todo esto es utópico y que se nota que no he pisado nunca un aula de primaria y secundaria. Bueno, eso no es del todo cierto, pero aunque sí, mi experiencia docente se reduce al ámbito universitario me consta que el problema de la educación a esos niveles (primaria y secundaria) no es solo de métodos y contenidos. Se trata de un problema poliédrico, que no tiene una, sino muchas caras: el desprecio de gran parte de la sociedad por la profesión de maestro o profesor, el desinterés por (o desconocimiento de) el sistema educativo de los que escriben las leyes que lo regulan, los recortes injustificados de recursos materiales y humanos, la idiotización cada vez más generalizada de la sociedad a través de los medios de comunicación de masas, junto con el encumbramiento (gracias a estos medios) de personajillos de pacotilla, soeces y despreciables.

Lo sé, no es fácil. Pero que sea díficil no significa que sea imposible. Y, sinceramente, podríamos empezar por actualizar y modernizar los contenidos. Pero no en el colegio, habría que empezar por actualizar los contenidos de los programas de las escuelas de magisterio e incluir, sobre todo, más ciencia. Da la sensación de que a los futuros maestros se les enseña mucha pedagogía pero pocos contenidos para ponerla en práctica, como si asistieran a un curso especializado de alta cocina pero sin que les proporcionen los ingredientes para cocinar.

Estamos en el siglo XXI y en el siglo XXI, la cultura debe incluir mucho contenido en ciencia, porque así es nuestro mundo. De hecho, es más peligroso para el ser humano carecer de una formación básica en ciencias que en humanidades, porque puede caer en la trampa de alguna estafa pseudocientífica de esas que están tan de moda. Ojo, el conocimiento de las humanidades, como su propio nombre indica, nos hace humanos, pero si alguien es inculto por no conocer a Cervantes, también lo es si no ha oído hablar del señor Higgs, no sabe qué hace una enzima o calcular un porcentaje. Unos conocimientos básicos en ciencia son imprescindibles en una persona culta. No me valen esos culturetas que reconocen, sin sonrojarse, que no saben calcular un porcentaje, por muy grandes que lleve las gafas de pasta. Lo siento, es así.

caton 3

Y cuando tengamos a unos maestros con las alforjas llenas de más conocimientos, aunque el resto de los problemas de la educación sigan estando ahí, podremos enseñar a la niña buena a pensar, a entender el mundo, a disfrutar de la lectura, de la historia, de la música… Podremos enseñar a la niña buena a seguir siendo siempre curiosa, a ser crítica, a ser escéptica si no hay evidencias de lo que le cuentan. Y al final de esta historia la niña buena será un persona más libre, menos vulnerable y menos manipulable: una niña buena entrenada para dar una patada en el culo (virtual) a todo aquel que quiera venderle un producto bancario tramposo y preferente u ofrecerle un préstamo en condiciones muy favorables. Pero, sobre todo, la niña buena hará un corte de mangas (virtual, porque será elegante y educada, para esto vendría bien, además, que desaparecieran los programas basura de la televisión) a todo aquel iluminado que se ofrezca para curarle sus enfermedades con homeopatía (o cualquier otra estafa de moda) o salvar su alma (que la niña buena sabe que no existe) con algún cuento sobre seres todopoderosos que están al mando y preocupados por las relaciones sexuales de nuestra niña. En general, la niña buena tendrá capacidad para detectar y evitar caer en todas esas estafas de las que son víctimas aquellas personas que, desgraciadamente, tienen grandes carencias culturales básicas, sobre todo en ciencia.

Nota final: Todo lo que se dice en este artículo sirve, sin más que cambiar el género, para niños buenos. Si está escrito en femenino es, simple y exclusivamente, porque era una niña buena la que, según una vieja canción, aprendía el catón, a bordar y otras lindezas propias de la época franquista. Solo por eso. Como decía mi paisano, Silvio, el rockero: no busques más que no hay.

Ilustraciones de Raquel Garcia Ulldemollins

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14 Comments

  1. Esa es la clave, agitar la curiosidad del niño/a, poniéndolo en el lugar del sabio, mostrando los pasos y las preguntas que él se hizo, y que le llevaron a determinados enunciados/descubrimientos.

    Nada más estimulante que hacerles ponerse en el lugar de Eratóstenes –cuando las cosas apenas tenían nombre– y cómo calculó el diámetro de la tierra con un simple palo, sombras y su curiosidad.

    Eso es el inicio de un efecto dominó.

  2. belial 88

    En general de acuerdo con todo, con como ha cambiado el contexto y el mundo, y como seguimos estabulando a los niños en un sistema educativo arcaico, que ahoga la creatividad innata y «prepara» a nuestros hijos para trabajos que ya no existen.

    pero me falta también un elemento en esta ecuación. Se menciona el desprecio de gran parte de la sociedad por la profesión de maestro o profesor (absolutamente cierto), el desinterés por (o desconocimiento de) el sistema educativo de los que escriben las leyes que lo regulan (supongo que igualmente cierto, ya que en este país la educación es una herramienta ideológica), los recortes injustificados de recursos materiales y humanos, la idiotización cada vez más generalizada de la sociedad (no vamos a discutir esta idiotización, es obvia), pero que hay de esos «maravillosos» profesores de universidad con los folios amarillentos de los apuntes de 1973, repitiendo las mismas cosas como un lorito, año tras año sin poner ni un ápice de interés en actualizarse, en despertar algo de curiosidad en los terneros que pasan por sus aulas? 0 valor añadido.
    Sólo viendo videos del TED, haciendo cursos de coursera, etc durante el año (semestre) que pasas escuchando a ese profesor, ganarías infinitamente más

    Parte de ese problema poliédrico son algunos profesores y un sistema perverso que te garantiza una silla blandita sea cual sea tu rendimiento o el interés que pongas en el trabajo.

    «El ser humano está tan naturalmente hambriento de saber que es una proeza del sistema educativo lograr que aprender le aburra» @CarlosEstebanRD

  3. Muy buen artículo, siempre he pensado que la educación básica se está quedando muy obsoleta. Y desde que estoy en la universidad, (en periodismo) alucino cada día más con la cantidad de cosas que nos hacen aprender y que está claro que no nos van a servir para nada de cara a nuestro futuro profesional. Y a precio de oro, claro.

  4. Me gusta el artículo y tienes mucha razón. Pero también opino que muchas niñas buenas se echan a perder porque, además de idiotizarlas en el cole, en casa tampoco se las anima a ser curiosas. ¿Cuántas niñas buenas son apalancadas delante de Pepa Pig o Bob Esponja porque molestan haciendo preguntas? ¿Cuántos «¿por qué?» somos capaces de aguantar de nuestros niños? No nos acordamos que también fuimos niñas buenas con ganas de descubrir el mundo.

  5. Javier

    Todo este desprecio de la gente de ciencias por la memorización es desvergonzadamente hipócrita.

    Apruebe Vd. un exámen de física o de matemáticas sin memorizar… es imposible. No sólo hay que memorizar las fórmulas en sí, sino también memorizar cómo aplicarlas a multitud de problemas a base de hacer ejercicios, equivocarse, mirar la solución y recordar el truco la próxima vez que te enfrentes a un problema de ese tipo o a una demostración algebraica de ese tipo.

    ¿Y un exámen de química? ¿Y de biología? Ahí la memorística está limpia de lógica. En el paso tal y cual del ciclo de Krebs se produce deshidrogenasa 3. ¿Por qué no la 2? ¿Por qué es así el genoma de la mosca de la fruta y no de otra manera? ¿Cuantos quarks hay y como se llaman? Memoria, memoria, memoria. Incluso en los raros casos en los que todo se deduce lógicamente, hay memoria a saco. La solución a todos los problemas el electromagnetismo se deduce en teoría de las ecuaciones de Maxwell. Pero vaya a cualquier universidad del mundo a examinarse de fibras opticas sin haber memorizado, verá qué risa.

    Luego salimos con el por qué memorizar si tenemos internet. Me lo creería si algún profesor de física o matemáticas, en algún lugar del mundo, jugara con esas reglas: poner un exámen, y dejar libre acceso a internet con tiempo para buscar. Sea cual sea el problema, habrá uno clavadito encontrable tras 5 minutos de googleo. ¿Para qué llevar en la cabeza cómo se resuelve el problema, o las leyes de Newton, si está todo en internet? Fusilas la solución cambiando los números de las variables y a otra cosa. Hala, se acabó estudiar física y matemáticas para siempre.

    No, lo que está detrás de este artículo es este pensamiento:

    «La memoria es muy importante. Porque no sabes lo que no recuerdas, porque no has entendido lo que no recuerdas. Y exijo su uso para las cosas importantes, es decir, las ciencias. Eso sí, no para tonterías de letras como Shakespeare, Freud o, sí, Catón.»

    • «Todo este desprecio de la gente de ciencias por la memorización es desvergonzadamente hipócrita.»

      La gente de ciencias no despreciamos la memorización como un medio, sino como un fin.

      «Apruebe Vd. un exámen de física o de matemáticas sin memorizar… es imposible.»

      Yo estudie la Licenciatura de Física y en muchos exámenes nos dejaban los libros, apuntes ejercicios resueltos… Esos eran los más difíciles, e imposibles de aprobar haciendo uso solo de la memoria (completamente innecesaria en estos casos, claro).

  6. Mis mejores profesores se llamaban Iter Sopena y Zx Spectrum.

  7. David

    Ni lo uno ni lo otro, en mi opinión. Por contexto, decir que soy un doctorando en Física de partículas, así que soy un integrante de la «gente de ciencias».

    Te doy la razón Javier, en que sacar un examen, de ciencias o de lo que sea, sin memorizar contenidos, en el modelo universitario o de enseñanza básica actual, es casi imposible. A mí me venía muy bien, puesto que siempre tuve una gran facilidad para aprenderme cosas de memoria, probablemente entrenada durante mis años de colegio e instituto. Pero muchas veces me daba cuenta de que, a pesar de mi interés por los contenidos, estaba buscándome un «atajo» al verdadero desafío de saber aplicar todas aquellas fórmulas, trucos de cálculo y conceptos abstractos. Simplemente buscaba un patrón en el problema propuesto, modificaba «los números de las variables», o alguna técnica determinada, o mezclaba técnicas aplicables de otros problemas, y resuelto. Muy satisfactorio, limpio y ordenado. Un 10, como debería ser ¿no?

    Peeeero… la ciencia no es así. Ni la vida. Ni los campos humanísticos son así, para quien realmente destaca en ellos. Me he dado cuenta una vez he salido del ambiente puramente académico de temarios, contenidos y exámenes. El estudio sólo tiene sentido si trata, como dice la autora, de hacernos pensar más allá de los moldes establecidos, si te da las herramientas y el coraje de salir de tu «zona cómoda» a explorar lo que no entiendes, para llegar más allá, y para afrontar todas nuestras experiencias personales, sean técnicas, científicas, humanísticas o simplemente del día a día, de una manera crítica, informada y rigurosa. Que es de lo que se trata con la educación, al final, o de lo que debería tratarse; de nada sirve saber recitar todas las fórmulas del Modelo Standard, el nombre de todos los receptores proteicos del virus de la gripe o las obras completas de Shakespeare si no sabes contextualizar esa información y utilizarla para -intentar, al menos- llegar más allá, donde nadie ha ido antes.

    Dicho todo esto, debo decir que tampoco comparto enteramente la opinión de la autora, muy prevalente en el mundo científico-técnico. Un mínimo de memorización, repetición, práctica «a ciegas» incluso, es necesaria y me atrevería a decir que indispensable. Lo comparo a utilizar correctamente un idioma: puedes saber racionalizar todas las normas gramaticales y la etimología de su léxico, puedes incluso teorizar y predecir cómo tal idioma evolucionará en el futuro – pero si quieres hablarlo y utilizarlo, DEBES repetir tediosamente ejercicios escritos y orales, durante muchas horas, o practicarlo con gente que ya lo hable, también durante muchas horas. Si no, no hablarás con fluidez y corrección, por mucho que interiorices su estructura lógica, eso lo sabe cualquiera que haya aprendido un idioma extranjero. Al final, como en todo, se trata de un término medio. Por eso no me gusta la «new age» de la enseñanza científica, donde todo lo que suene a memorístico se deja de lado como algo que se puede buscar en internet, calculadoras, libros o iphones. Quizás eso le funcione bien a gente extraordinariamente dotada para su disciplina, pero tanto en mi experiencia personal como en la de mucha gente que conozco, una dosis de memorización mecánica y ordenada aporta una ayuda indispensable en el aprendizaje y práctica de una disciplina científica. He visto muchas veces cómo chavales a los que se «dejaba libres para desarrollar su inquietud» acababan hechos un lío y no sabían hacer nada verdaderamente útil con sus conocimientos porque todo estaba «con pinzas» (como decían mis maestras en primaria), puesto que «hoy en día es innecesario aprenderse esas cosas que se encuentran con un click». Muchas veces me encontré a mí mismo atizándome una buena sesión -voluntaria- de ejercicios memorísticos para programación o cálculo multivariable porque, de otra manera, la semana siguiente no me acordaría ni de cómo escribir una línea por mí mismo, mucho menos de hacer algo original con lo aprendido. Eso de que «acabarías con su inquietud, apagarías su curiosidad y la volverías insensible a […] aprender descubriendo o descubrir aprendiendo» por aprenderse cosas de memoria, me parece una gran falacia: ¿cuantísima gente no ha descubierto una pasión por un tema después de aprenderse sin entender una coma unos párrafos evocadores, una lista de nombres (países, dinosaurios, árboles, constelaciones, reyes… qué se yo, enzimas, hay gente muy rara por ahí ;) ), y la acabó desarrollando hasta niveles profesionales?

  8. Mi antigua profesora de matemáticas nos enseñaba cálculo mental y nos decía que esas matemáticas no sirven para hacer niños que sepan calcular, sino para hacer niños que sepan pensar.

  9. Pues yo albergo la duda de si esos cacharros tecnológicos que afortunadamente, dice la autora, nos rodean no son, estrictamente y en primer término, una bazofia necesaria para la circulación del dinero, que a su vez nos tiene a todos danzando como idiotas (sin ir más lejos, memorizando temarios de oposiciones, aunque este no es más que un ejemplo de sumisión a los intereses del dinero, no probablemente el más letal: la cosa es hacer la vida prácticamente imposible ahora). Es decir, su supuesta utilidad estaría montada sobre una imposición y sobre la servidumbre. ¿De qué utilidad cabe hablar entonces? No hay Dios-matemático que sea capaz de hacer ese cálculo de lo que se perdió y lo que ganamos, pero no me cabe duda de que si se deja uno sentirlo, se verá uno invadido por el asco ante tamaño doliente chiringuito y sus mentiras justificadoras. Y es que ¿puede uno fijarse en un aspecto de la realidad (por ejemplo, mencionado en el artículo, el automóvil) y considerarlo en abstracto, quizás de forma individual, y concluir algo sobre las bondades del invento y su utilidad? ¿O habrá más bien que tener en cuenta, para no caer en bochornoso idealismo, que en el campo semántico de «automóvil» (tienen que insistir mucho, los productores de consumidores, para que nos hagamos cargo como si fuese la primera vez de que hoy también «¡ha salido un auto nuevo!»; la fe debe de estar flaqueando) debemos enganchar una ristra de conceptos como: carácter cancerígeno del invento (no hay tal cosa como un automóvil -quizás si el invento no estuviese entre nosotros sólo para mover dinero…-, el automóvil es una ristra sin fin, ésa es su realidad: está entre nosotros para ser masa de automóviles); destrucción de ciudades; sacrificios finisemanales al volante; recubrimiento del mundo de pez nunca suficiente (la destrucción por la construcción); explotación de las entrañas de la tierra y enmerdamiento si fin de campos y cielos…), etc.

    Una vez introducida la política por la puerta, a la vista de que la autora la dejaba pasar de forma insensata (como pretendiendo que no está entre nosotros, con nuestros telefoninos y toda la quincalla) por la ventana, el tema de fondo se disuelve como un azucarillo o queda cabalmente aplazado hasta encarar las cuestiones desde el principio (que, como hemos visto, resulta ser su Fin).

  10. Miguel

    Gracias por el artículo Clara. Muy bueno y divertido. Sólo un pequeño apunte sobre un detalle del artículo que sin embargo tiene detrás algo más significativo.
    Yo sí espero que los estudiantes de Ciencias Ambientales aún estudien los problemas del estiercol. Tal vez no el de los caballos en las calles pero sí los purines de cerdos, cacas de vacas y… también de humanos. Tanto o más que los residuos de los satélites. El problema del tratamiento de residuos y la calidad de las aguas es muy importante y es un desafío para el futuro y blablabla.
    Lo que quiero decir es que hay algunos problemas que son casi inherentes a cómo somos como sociedad o como seres vivos: la producción y distribución de alimentos, el tratamiento de residuos, de aguas residuales, de la contaminación atmosférica, el transporte, la escasez de recursos energéticos, minerales o la diferencia entre bueno y bello, seguir a la mayoría sin ceder a la tiranía de la mayoría… Cada vez que se propone un cambio educativo, se menosprecian estos temas como si ya estuviesen superados (‘el estiercol de caballos’) y hubiese que centrarse en nuevos y brillantes temas (‘los smartphone!!!’) que, con un poco de perspectiva, no son tan importantes y estarán desfasados en 20 años.
    Somos lo que somos así que podemos cambiar cómo enseñar, pero no podemos cambiar tanto qué enseñar puesto que muchos de nuestros problemas siguen ahí, y no pasan de moda.

  11. Lluïsa Nuñez

    De acuerdo en todo, pero hay que hacer notar que la repetición de contenidos aprendidos de memoria no se limita a la enseñanza primaria o secundaria, existe también en la universidad, sobretodo (y esto es lo grave) para la evaluación

  12. Debes cambiar «cuanto menos» por «cuando menos»
    Cuando dices que algo es «como poco» de una manera o de otra lo correcto es decir cuando y no cuanto.

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