En estos tiempos de antipolítica rampante resulta particularmente oportuno evocar la figura de Nicolás Maquiavelo, padre de la ciencia política moderna y epítome del hombre renacentista. Con el quinto centenario de El príncipe todavía reciente, Jot Down les propone un recorrido por la biografía de su autor: la obra lúcida, quirúrgica y perspicaz de Maquiavelo es el producto de una vida intensa y agridulce en la que tuvo ocasión de estudiar de primera mano los sucesos y protagonistas de una de las épocas más apasionantes de la historia. Sirva pues el siguiente ensayo para repasar los triunfos y fracasos de un hombre muy poco maquiavélico que nunca dejará de ser nuestro contemporáneo.
… Con todo, si os pudiera hablar en persona, no podría evitar llenaros la cabeza de elucubraciones, porque la Fortuna ha hecho de tal manera que, no sabiendo razonar ni del arte de la seda, ni del arte de la lana, ni de las ganancias o pérdidas, me convenga razonar de los asuntos de Estado… (Carta de Maquiavelo a Francesco Vettori, 9 de abril de 1513).
Niccolò Machiavelli, hijo de Bernardo de Niccolò Machiavelli y Bartolomea de Nelli, nació en Florencia el 3 de mayo de 1469. Los Machiavelli llevaban más de dos siglos viviendo en la región, y doce gonfalonieros de Justicia1 habían llevado ese apellido. «Viviré tal como vine, que nací pobre y antes aprendí a fatigar que a disfrutar»: palabras del propio Maquiavelo, que sin embargo exagera. Su padre Bernardo pertenecía a una rama de la familia venida a menos y había contraído fuertes deudas, pero las rentas de sus terrenos y propiedades permitían a su familia2 vivir con relativo desahogo. El hecho de pertenecer al poderoso gremio de Abogados de Florencia le proporcionaba útiles contactos en la Cancillería florentina, y posiblemente también en los círculos mediceos.
Maquiavelo fue instruido en gramática, aritmética y latín; leyó a Aristóteles, Cicerón, Ptolomeo, Boecio y Tito Livio. No se tiene constancia de ningún suceso particularmente notable en su niñez, pero mientras el pequeño Niccolò empezaba a familiarizarse con las ideas y nociones de los grandes pensadores de la Antigüedad —sobre las que apuntalaría más adelante sus obras capitales—, en Florencia e Italia se sucedían acontecimientos decisivos.
Décadas más tarde, ya en su vejez, Maquiavelo describiría con detalle en la Historia de Florencia la conspiración de los Pazzi, un complot antimediceo con respaldo papal que tuvo lugar en Florencia el 26 de julio de 1478. Durante la misa mayor del Duomo, los Pazzi cosieron a puñaladas a Giuliano de’ Medici e hirieron a su hermano Lorenzo; mientras tanto, el arzobispo de Pisa intentaba asaltar el Palacio de Florencia. No sabemos si Niccolò estaba en el Duomo esa mañana, pero lo que es seguro es que en los días sucesivos no pudo evitar ser testigo de la venganza extremadamente pública de los Medici sobre los conspiradores, cuyos cadáveres —incluyendo el del arzobispo— colgaron durante días de las ventanas del Palacio. El asesino de Giuliano, que a pesar de huir a Turquía no logró escapar de la ira de Lorenzo el Magnífico, fue colgado un año después; tuvo el honor de ser bosquejado post mortem por Leonardo da Vinci.
Aunque el papa Sixto IV emitió un interdicto contra Florencia y venció a los florentinos en la batalla de Poggio Imperiale, los Medici salieron reforzados de esta crisis y afianzaron su control sobre los mecanismos de gobierno de la ciudad. Pero Lorenzo el Magnífico moriría en 1492, y después de la humillante capitulación de su hijo Piero ante Carlos VIII de Francia en 1494, los florentinos expulsaron a los Medici de su ciudad y proclamaron una república lastrada desde el primer momento por las luchas entre las familias patricias (los optimates) y las clases populares. El vacío de poder resultante fue llenado por Girolamo Savonarola, un profeta y predicador que afirmaba hablar con Dios y que consiguió convertir Florencia —corrupta a todos los niveles— en una verdadera república teocrática imbuida de fervor religioso. Cuatro años y varias hogueras de las vanidades después, Savonarola fue condenado por hereje y ejecutado en la plaza de la Señoría: según Maquiavelo (que no se contaba entre sus seguidores) Savonarola cometió el error de no recurrir a la fuerza para mantener firme la fe de sus seguidores, de ser un profeta desarmado. Curiosamente, a mediados del siglo siguiente Calvino se haría con el control de Ginebra a través de la religión, y al usar el miedo y la fuerza para conservarlo, lo mantuvo hasta su muerte.
Maquiavelo, secretario
Nos hallamos en el año 1498, y arrecian vientos de cambio en Florencia. Maquiavelo, que había intentado anteriormente y sin éxito conseguir una plaza en el Gobierno de la ciudad, fue nombrado secretario de la Segunda Cancillería —encargada de cuestiones bélicas y de política interna— en junio, y secretario de los Diez para la Libertad y la Paz —un comité ejecutivo para asuntos diplomáticos y militares— en julio. Acababa de cumplir veintinueve años.
Como secretario florentino, Maquiavelo redactaba informes y componía misivas para la Señoría y los Diez, pero también (como veremos a continuación) llevaba a cabo misiones diplomáticas de gran importancia ante reyes y papas. Si el trato que se da a los subalternos es una buena medida de la valía de un hombre, Niccolò resulta sobresaliente: sus subordinados en la Cancillería lo tenían en alta estima, y a través de sus ojos podemos ver a un hombre agudo, ingenioso y vivaz que conservaría la amistad de muchos de ellos a lo largo de toda su vida. Uno de sus ayudantes era Agostino Vespucci —primo del explorador Amerigo Vespucci—, y en una carta de 1502 le escribía con familiaridad que «así que ya ves adónde te lleva ese espíritu tuyo, tan ávido de cabalgar, correr de aquí para allá, y marcharse. Te culparé a ti, y no a otro, si ocurre algún incidente». Y es que siempre que tenía ocasión se subía al caballo y dejaba atrás la burocracia de la Cancillería para representar los intereses de su ciudad en el extranjero.
Su labor durante sus primeros años al frente de la Segunda Cancillería se encuadra en el contexto de la guerra contra Pisa, que había pertenecido a los florentinos durante casi un siglo hasta que en 1494 Piero de’ Medici cedió la fortaleza de la ciudad a Carlos VIII para su campaña italiana. Cuando en 1496 los franceses vendieron la fortaleza a los pisanos —que se declararon de inmediato independientes— en vez de devolvérsela a Florencia, la reconquista de Pisa se convirtió en la máxima prioridad de la Señoría. Al no contar con un ejército propio, los florentinos dependían de tropas mercenarias, pero los condottieri (que se estaban quedando obsoletos rápidamente) no eran precisamente honestos ni leales y tenían la fea costumbre de exigir a mitad de campaña más dinero del acordado. Sea como fuere, el nombramiento de Maquiavelo como secretario coincidió con el de Paolo Vitelli —reputado capitán mercenario— como capitán general de los ejércitos florentinos.
Su primera misión como legado tuvo lugar en noviembre de 1498, cuando se le envió a Piombino a reclutar a Jacopo Appiani, señor de esa ciudad y condottiere. Y cuando en marzo de 1499 Jacopo revisó al alza el precio de sus servicios y pidió cinco mil ducados más, Maquiavelo acudió al campamento militar florentino en Pontedera para, con tacto y diplomacia, darle largas y conminarlo a cumplir con su deber. Es importante mencionar que ganar tiempo dando largas y ofreciendo promesas vacías (temporeggiare) era, para irritación de Niccolò, la estrategia diplomática favorita de la Señoría. Tuvo éxito, y en julio de ese mismo año viajó a Forlì para llevar a cabo una tarea similar ante la legendaria Caterina Sforza. El contrato entre Florencia y la compañía mercenaria de su hijo Ottaviano había expirado: a cambio de su renovación Sforza exigía a los florentinos el compromiso formal de defender Forlì ante la expansión de los Borgia en Romaña. La Señoría no tenía ninguna intención de enfrentarse a César Borgia (ni a su padre, el papa Alejandro VI), así que Maquiavelo regresó a la Cancillería sin brindar el apoyo de Florencia a Caterina. César Borgia tomaría Forlì seis meses después.
A principios de agosto la artillería florentina consiguió abrir varias brechas en las murallas de Pisa. La toma de la ciudad era inminente, y en Florencia se empezó a discutir cómo castigar los tres años de rebeldía pisana. Pero pasaron los días y el asalto no tuvo lugar: las tropas atacantes se pudrían en los pantanos que rodeaban la ciudad mientras Vitelli hacía caso omiso de las órdenes que le llegaban desde Florencia y aducía ora un brote de malaria entre sus filas, ora lluvias torrenciales. A principios de septiembre dio la orden de levantar el asedio y los florentinos, que habían gastado ingentes sumas de dinero para nada, sospecharon que Vitelli había sido sobornado por los pisanos, los venecianos o los milaneses. El 30 de septiembre fue aprehendido y torturado: al día siguiente se le ejecutó sumariamente. También se intentó capturar a su hermano Vitellozzo, pero este consiguió escapar y juró venganza. Volveremos a hablar de él.
Fueron muchos, incluso dentro de la Cancillería, los que cuestionaron la culpabilidad de Paolo Vitelli, pero Maquiavelo no era uno de ellos y su irritación por todo este asunto quedó patente. En una carta a un canciller de Lucca que había criticado el proceder de Florencia, escribió sobre Vitelli que:
… o por no haber querido (por corrupción) o por no haber podido […] por su culpa han surgido innumerables inconvenientes para nuestra empresa: y tanto un error como el otro, o los dos juntos (que pudiera ser el caso), merece un castigo sin fin…
Y terminó la carta así:
… Solo os recordaré que nos os alegréis demasiado de los acuerdos que, según decís, se están fraguando; y máxime, sin conocer los contraacuerdos que hay en marcha. Y os aconsejo, fraterno compañero, que, cuando en el futuro queráis secundar vuestra pérfida naturaleza, ofendiendo sin que os reporte ninguna utilidad, ofended de modo que, al menos, se os pueda considerar más juicioso.
Pullas aparte… ¿A qué contraacuerdos se refería Maquiavelo?
Primera legación a Francia
Mientras Vitelli hacía como que asediaba Pisa, los ejércitos de Luis XII (sucesor de Carlos VIII) cruzaron los Alpes para hacer valer los derechos dinásticos de su soberano sobre el Ducado de Milán y el Reino de Nápoles. Aprovechando la presencia francesa en Italia, los florentinos se aliaron con Luis XII: a cambio de la colaboración de los florentinos en la invasión del Reino de Nápoles y cincuenta mil ducados, el rey francés se comprometía a defender Florencia de sus enemigos y proporcionar tropas suficientes para tomar Pisa de una vez por todas.
Estas tropas (quinientos lanceros gascones y cinco mil mercenarios suizos) no se apresuraron en llegar a Pisa. De camino se desviaron para saquear Bolonia y otras ciudades de Emilia; en Toscana derrocaron al marqués Alberigo, señor de Massa y aliado de Florencia. Llegados a Pisa en junio de 1500, se dedicaron a saquear por los alrededores lo poco que quedaba por saquear, y cuando por fin se unieron al asedio y abrieron una brecha en las defensas… se amotinaron. Algunos gascones desertaron y otros se retiraron hacia Florencia; los suizos secuestraron al comisario florentino Luca degli Albizzi y pidieron rescate por él. La Señoría decidió levantar el asedio, se negó a acuartelar a las tropas francesas en su territorio y envió a Maquiavelo (que había sido testigo de estos lamentables sucesos) a la corte francesa para que defendiera los intereses de Florencia ante Luis XII. El 26 de julio llegó a Lyon.
Esta no fue una legación fácil para Niccolò: su padre Bernardo había muerto en mayo y su hermana Primavera fallecería en octubre. Además de esto, los fondos proporcionados por la mezquina Cancillería eran insuficientes, así que para seguir a la corte itinerante tuvo que pagar de su humilde bolsillo —endeudándose— transporte, alojamiento, sirvientes y mensajeros. Pero lo peor fue comprobar que en la obra de teatro que era la corte francesa, Florencia era un personaje muy secundario. Esto es lo que escribió el 27 de agosto en un informe a sus superiores:
… [A Luis XII y sus consejeros] les ciega su propio poder y la ganancia inmediata, y solo tienen en cuenta a aquellos que están armados o están dispuestos a pagar. Esto perjudica gravemente a Vuesas Señorías, porque a sus ojos no cumplís ninguno de estos requisitos. […] Os llaman Ser Nihilo [Don Nadie] […] y achacan la mala conducta de sus tropas a vuestro mal gobierno…
Luis XII, aun estando dispuesto en un primer momento a compensar a los florentinos, terminó exigiéndoles los treinta y ocho mil ducados que había pagado por los mercenarios suizos. Florencia, al no disponer de los medios para hacerse respetar, no sería respetada. Maquiavelo explicó la situación a la Señoría una y otra vez, pero los líderes florentinos creían que podían dar largas al rey francés como si fuera un Jacopo Appiani cualquiera y solo accedieron a pagar cuando Luis XII dejó claro que aunque prefería recuperar su dinero por las buenas, si no tenía más remedio lo haría por las malas.
Maquiavelo abandonó la corte francesa el 12 de diciembre. En una de sus últimas conversaciones con Georges d’Amboise, cardenal de Rouen y principal consejero del rey, este le dijo que los italianos no entendían de guerras. Puede ser —replicó Niccolò—, pero los franceses no entendían de asuntos de Estado. En su campaña para conquistar el Reino de Nápoles, Luis XII se había aliado con sus competidores (los venecianos, el Reino de Aragón y el papa Alejandro VI) y estaba alienando a las pequeñas potencias (Florencia, Forlì, Bolonia, etc.), cuando debería estar haciendo lo contrario. Y no se equivocaba, porque Fernando el Católico acabó arrebatando el Reino de Nápoles a los franceses en 1504.
Las buenas prácticas de César Borgia
Parafraseando a Dante, la guerra siempre estuvo en el corazón de los tiranos de la Romaña. Aunque técnicamente debían lealtad al Papado, los señores feudales de la región rechazaban el yugo de Roma y dedicaban sus energías restantes a luchar entre sí. Pero con el apoyo de su padre y de Luis XII, César Borgia (apodado el Valentino) llevó a cabo una campaña militar despiadada y eficiente, derrocándolos o sometiéndolos uno a uno hasta hacerse con el control de la zona. En 1501, y habiendo sido nombrado duque del flamante Ducado de Romaña, volvió la mirada a sus vecinos florentinos, debilitados por la campaña contra Pisa. En el marco de una expedición contra Piombino, Borgia exigió a Florencia permiso de paso para sus tropas, y una vez en Toscana intimidó a los gobernantes florentinos para que le contrataran como condottiere. La Señoría, en un alarde de temeridad poco menos que suicida, acabaría rompiendo el contrato tras llegar a un acuerdo de protección con los franceses. César Borgia, por cierto, conquistó Piombino pocos meses después.
Maquiavelo, mientras tanto, había encontrado tiempo entre misión y misión para casarse con Marietta Corsini en agosto de 1501. Aunque no fue el amor de su vida —y no fue ni mucho menos un marido fiel— sentía por ella afecto sincero y se preocupó siempre por su bienestar y el de los seis hijos que tuvo con ella. Pero los asuntos de la Cancillería lo mantenían alejado de casa y había una crisis en ciernes: los habitantes de Arezzo se alzaron en armas contra el control florentino en junio de 1502 y, tras pedir la ayuda de nada más y nada menos que Vitellozzo Vitelli, lo recibieron en su ciudad como a un libertador. Por si esto no fuera lo suficientemente grave, en esos momentos Vitellozzo se hallaba al servicio de César Borgia.
Los pueblos florentinos en los alrededores de Arezzo se convirtieron en el objetivo de las salvajes incursiones de Vitellozzo, que contaba con el respaldo de Piero de’ Medici. César Borgia, al mismo tiempo que afirmaba que el capitán mercenario estaba actuando por su cuenta, exigía que Florencia adoptara un gobierno del que se pudiera fiar y amenazaba con restablecer a los Medici por la fuerza. Solo la consumada habilidad de la Cancillería para ganar tiempo y la providencial intervención de Francia salvaron a la República florentina: el Valentino se vio obligado a tirar de la correa de Vitellozzo y la rebelión de Arezzo fue contenida. A raíz de esta crisis (que había puesto de manifiesto la fragilidad sistémica de la República) y a pesar de ciertas reticencias entre los optimates, en Florencia se decidió que el cargo de gonfaloniero pasara a ser vitalicio. Hasta este momento el gonfaloniero era poco más que el primus inter pares de un Consejo de Señores que iba renovándose cada dos meses: poco tiempo para familiarizarse con los rudimentos del gobierno, pero suficiente para verse tentado a dejar los problemas correr hasta la elección del siguiente Consejo.
Piero Soderini fue elegido gonfaloniero vitalicio el 20 de septiembre de 1502. Una de las primeras misiones que encomendó a Maquivelo fue la de viajar a Ímola el 6 de octubre para mantenerle informado de los movimientos e intenciones de César Borgia, pues el Valentino nunca estaba muy lejos de los pensamientos de una República que lo despreciaba, odiaba y temía a partes iguales. Entre otros motivos, Soderini le eligió porque ya había tratado con Borgia en el pasado: Maquiavelo había acompañado a Francesco Soderini (obispo de Volterra y hermano del nuevo gonfaloniero vitalicio) en la legación que fue enviada a Urbino a negociar con el duque de Romaña durante la crisis de Arezzo. Fue precisamente durante la legación a Urbino cuando Niccolò, en una carta al Consejo de los Diez, había descrito a Borgia con estas palabras:
… Este señor es muy espléndido y magnífico y en las armas es tan animoso que no hay gran cosa que le parezca pequeña, y por gloria y por conquistar Estado no descansa jamás ni conoce la fatiga o el peligro. Llega a un sitio antes de que se pueda oír su partida del lugar de donde se va; se hace apreciar por sus soldados; ha enrolado los mejores hombres de Italia, cosas todas ellas que lo hacen victorioso y temible, a lo que se añade una perpetua buena fortuna…
No, parece que Maquiavelo no odiaba ni despreciaba a César Borgia. Y si lo temía no dio muestras de ello cuando al llegar a Ímola el 7 de octubre se presentó de inmediato ante el duque de Romaña con la ropa de montar todavía puesta y noticias sobre una conspiración contra él: algunos aliados de los Borgia (los Orsini y varios condottieri) habían empezado a preguntarse si eran tan imprescindibles como pensaban y —anticipándose a una traición que imaginaban inminente— planeaban acabar con el duque. Es evidente que el Valentino estaba al tanto de esto y Maquiavelo lo sabía, pero difícilmente podía hacerse una idea de sus propósitos preguntándole directamente por sus planes.
Los conspiradores habían solicitado el apoyo de Florencia; César Borgia no tardó en hacer lo mismo. Niccolò recomendó a la Cancillería que la República se pusiera del lado del duque de Romaña, pero lo que se le ordenó es que no se comprometiera a nada y temporeggiara todo lo que pudiera. Previendo una legación larga, encargó a su amigo y colega Biagio Buonaccorsi un cargamento de vino y una copia de las Vidas de Plutarco, así como una capa de terciopelo y damasco (con gorro a juego) para causar una mejor impresión en la corte de Ímola. «Espero que te quede bien —le escribió Biagio el 21 de octubre, tras encargarla—; si no, ráscate el culo». Aunque a lo largo de los meses siguientes Maquiavelo solo pudo hacer partícipe a Borgia de los buenos —y vacuos— deseos de la Señoría, los hechos que presenció durante esa legación dejarían una marca indeleble en su concepción de la política.
El Valentino entabló negociaciones con los conjurados y a finales de octubre ambos bandos firmaron un acuerdo de paz. Y cuando la brutalidad de Ramiro de Lorca, gobernador de la Romaña, empujó a los campesinos de la comarca al borde de la rebelión, Borgia lo mandó ejecutar. El 26 de diciembre, Maquiavelo escribía a sus superiores lo siguiente:
… El señor Ramiro ha sido encontrado esta mañana partido en dos pedazos en medio de la plaza y allí está todavía. Todo el pueblo lo ha podido ver. No se sabe bien la causa de su muerte, excepto que así lo ha querido el príncipe, que muestra saber hacer y deshacer a los hombres a su antojo y según sus merecimientos…
Con este gesto prácticamente teatral Borgia se ganó el amor y la admiración de sus súbditos; a nadie pareció importarle que Ramiro se hubiera limitado a obedecer fielmente las órdenes de su señor. Y aquellos que intuían que el Valentino había empezado a albergar dudas sobre la lealtad de Ramiro… puede que captaran un destello de lo que estaba por venir.
Esa misma mañana César Borgia partió de Imola con su ejército y se dirigió a la ciudad adriática de Senigallia, que los conjurados acababan de tomar en su nombre como ostensible gesto de reconciliación. Borgia llegó a Senigallia el 31 de diciembre: lo que ocurrió a continuación sería narrado por Maquiavelo —que presenció los hechos— en su Descripción de cómo procedió el Duque Valentino para matar a Vitellozzo Vitelli, Oliverotto da Fermo, Paolo Orsini y al Duque de Gravina Orsini. En una maniobra magistral, César Borgia separó a los conjurados de sus tropas, a las que acto seguido atacó por sorpresa y masacró. A Vitellozzo y Oliverotto se les dio garrote esa misma noche; los dos Orsini fueron ejecutados pocos días después. Alejandro VI, por su parte, encerró al cardenal Giambattista Orsini en las profundidades de Castel Sant’ Angelo, donde murió envenenado. Para Maquiavelo, César Borgia había devenido en el paradigma de líder virtuoso —estando el concepto de virtú maquiaveliana desligado de cualquier connotación moral, ojo—. El futuro de Borgia se le antojaba prometedor, pero en su siguiente encuentro, que habría de ser el último, las circunstancias habían cambiado radicalmente.
El mismo brote de malaria (o el mismo veneno) que acabó con el papa Alejandro VI en agosto de 1503 dejó al Valentino postrado en su lecho y al borde de la muerte, incapaz de contener el expansionismo veneciano, hacer frente al oportunismo de los caciques de la Romaña o tomar parte activa en la elección del nuevo pontífice, Pío III. Es posible que Borgia hubiera podido sobreponerse de algún modo a este revés de la suerte, pero cuando el nuevo papa murió a los veintiséis días de ser elegido, el Valentino cometió el error de apoyar en el siguiente Cónclave al cardenal Giuliano della Rovere, enemigo jurado de su familia. Este había prometido al Valentino favor y fondos a cambio de los votos de los cardenales españoles; según Maquiavelo, que se hallaba en Roma desde finales de octubre desempeñando labores diplomáticas, «el Duque se deja llevar por esa animosa confianza suya y cree que las palabras de los demás han de ser más firmes de lo que han sido las suyas». Mientras el Ducado de Romaña se desmoronaba, della Rovere fue elegido papa a finales de octubre y adoptó el nombre de Julio II. El Valentino se dispuso a retomar el control sobre sus dominios y solicitó a la República de Florencia permiso de paso para sus tropas, pero la Señoría (por boca de Niccolò) retrasó su concesión para finalmente denegárselo. El Borgia colérico e impotente con el que trató Maquiavelo en ese noviembre de 1503 poco tenía que ver con aquel «señor espléndido y magnífico» que tanto le había impresionado hace un año:
[El Duque] dijo […] que […] ya no quiere ser engatusado más por vosotros, sino que piensa poner con su mano lo que le queda en manos de los venecianos, y cree que pronto verá vuestro Estado arruinado y él se reirá de ello; y que los franceses o bien perderán el reino o estarán tan ocupados que no os podrán ayudar. Y aquí se extendió con palabras llenas de veneno y de pasión. A mí no me faltaba materia con que responderle ni tampoco me habrían faltado palabras; sin embargo, tomé la decisión de irle calmando y con la mayor habilidad que me fue posible me separé de él, que me pareció una eternidad… (Carta de Maquiavelo al Consejo de los Diez, 6 de noviembre de 1503).
Sea como fuere, Julio II no tardó en renegar de su promesa: mandó encarcelar al Valentino el 23 de noviembre, le despojó de sus títulos y puso fin a su andadura en Italia. Como señala Blanca Llorca (2010), la desilusión que Niccolò experimentó a raíz de la rápida caída de Borgia lo llevó a replantearse los principios políticos que había empezado a formular en sus escritos, dado que, para someter a la fortuna, la virtú parecía ser una condición necesaria pero no suficiente. Pero lo que estaba claro es que en un mundo imprevisible en el que el mismo papa no tenía reparos en pasarse por el cíngulo los principios morales, cualquier gobernante que mereciera serlo debía estar dispuesto a hacer lo mismo.
Quiero imaginar que la decepción de Maquiavelo se vio atenuada por las noticias que recibió desde Florencia en noviembre: su esposa Marietta había dado a luz a su primer hijo varón. Este es un fragmento de la única carta escrita por Marietta que se conserva, con fecha del 24 de noviembre:
… El bebé está bien y se parece a vos. Es blanco como la nieve, pero su cabeza parece de terciopelo negro […]. Como se asemeja a vos, paréceme bello. Es avispado como si llevara un año en el mundo, y abrió los ojos nada más nacer y llenó de estrépito toda la casa…
(Continuará)
BIBLIOGRAFÍA
CAPPONI, Niccolò. An Unlikely Prince: The Life and Times of Machiavelli. Cambridge (US-MA): Da Capo Press, 2010.
DE GRAZIA, Sebastian. Machiavelli in Hell. New York: Vintage Books, 1994.
GRANADA, Miguel Ángel. Maquiavelo. Barcelona: Barcanova, 1981.
KING, Ross. Machiavelli, Philosopher of Power. HarperCollins e-books, 2009.
MACHIAVELLI, Niccolò.
- Antología. Granada, M. A. (ed). Barcelona: Península, 2002.
- Epistolario privado: las cartas que nos desvelan el pensamiento y la personalidad de uno de los intelectuales más importantes del Renacimiento. Forte, J. M. (ed. y trad.). Madrid: La Esfera de los Libros, 2007.
- Il Principe. Milano: Bur, 2000.
- El Príncipe. Granada, M. A. (ed. y trad.).Madrid: Alianza Editorial, 1981.
- The Historical, Political, and Diplomatic Writings of Niccolo Machiavelli. Detmold, C. E. (tr). 1882.Disponible aquí.
OPPENHEIMER, Paul. Machiavelli, a Life Beyond Ideology. New York: Hambledon Continuum, 2011.
SABATINI, Rafael. The Life of Cesare Borgia.1912. Disponible aquí.
VIROLI, Maurizio. Il sorriso di Niccolò. Bari: Laterza, 2000.
LLORCA, Blanca. «Maquiavelo, César Borgia y las mille mutazioni». Ingenium. Revista Electrónica de Pensamiento Moderno y Metodología en Historia de la Ideas. 2010. Disponible aquí.
Pingback: Vida de Maquiavelo (I)
Aunque he disfrutado con el artículo, calificar de «antipolítica» o «populismo» todas y cada una de las formas de hacer o discutir la política que no se ajustan al encuadramiento en organizaciones partidistas cada vez más vacías de gente, al ritual del voto cada cuatro años, o a utilizar los conceptos y discursos de los «propietarios» de la política, todo esto, quiero decir, es una forma de no entender lo que está pasando. Algo que Maquiavelo, que si de algo abusaba era de realpolitik, no hubiera perdonado.
¿Dónde has leído tú que «antipolítica» son todas las formas de hacer política que no se ajustan al encuadramiento en organizaciones partidistas, etc.?
¿Te has leído el artículo o sólo el primer párrafo del mismo?
¡Estupendo artículo! Con ansias espero la continuación.
Señor autor del artículo, informese (formese) usted un poco mejor antes de escribir. Nicolás Maquiavelo no es el padre de la Ciencia Política moderna ni pretendió cosa semejante, como mucho se le puede llamar el precursor del estado moderno, pero nada más.
¿Qué maneras son ésas?… Bueno, las propias de cada cual.
Pachi, está mal criticar un artículo con malas formas, cometiendo faltas de ortografía y educación. Sin embargo, es peor todavía sugerir que una persona puede ser precursora del estado moderno, cuando solo pueden serlo los sistemas políticos que le preceden.
Ya me dirás dónde están mis faltas de ortografía porque yo nos las veo.
Por otro lado, soy licenciado en Ciencias Políticas y sí, Maquiavelo fue uno de los precursores del estado moderno al separar la moral (ética) de la política
Informese y formese
Si, las esdrújulas llevan tilde :)
Por otra parte, es cierto que Maquiavelo no pudo ser «el padre de la Ciencia Política», más que nada porque eso que así se llama no es en absoluto una ciencia.
Ains… lastimica…
http://www.jotdown.es/2013/07/sobre-la-supuesta-singularidad-de-las-ciencias-sociales/
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Maquiavelo es el padre de la ciencia política moderna, sin ningún género de dudas. Rompe con la tradición platónica de imaginar sistemas políticos ideales y emancipa el pensamiento político de su subordinación a la filosofía, para poner los cimientos de una disciplina autónoma que se nutre del conocimiento de la historia par estudiar el poder y los criterios de eficacia de los sistemas de gobierno.
Por no decir que entronca con Epicuro y Lucrecio, restituye la dignidad del materialismo y abre una puerta, por la que irrumpirán más tarde Spinoza, Diderot o Marx, siempre malditos para las mentes bienpensantes.
Buen artículo, espero la(s) siguiente(s) parte(s) con ansia(s)
Sigo insistiendo, abordar el estudio de la eficiencia del poder como tal (lo cual hizo Maquiavelo), separado del sistema de pensamiento ético filosófico no es establecer la base de la ciencia política.
A Maquiavelo le interesó especialmente el estudio de la forma de ejercer el poder, y sobre todo sobre una base militar y estratégica, añorando su deseada unidad italiana para emular a otros estados de su entorno.
Felicidades por la elección de la figura histórica y por el contenido del artículo.
Espero ansioso la segunda parte.
Buenísimo artículo, a ver cuando llega la segunda parte.
No sé hasta qué punto es rigurosa desde el punto de vista histórico, pero la serie «Los Borgia» con Jeremy Irons como Alejandro VI cuenta todo este período histórico con bastante acierto (¡para mi gusto!).
¡Felicidades!
Excelente artículo. Maquiavelo fue el padre de la Ciencia Política precisamente por atender al acontecer real de los actores políticos, en lugar de dedicarse a elucubrar en torno a cómo deben de ser las cosas. (que es lo que todos los «filósofos políticos» anteriores habían hecho).
En su obra más célebre, El Príncipe, es donde mejor se muestra este total predominio de lo que es, y las consecuencias que dimanan de ese análisis realista. Cuando mejor se presencia es en la segunda parte del libro donde ataca a una virtud atada a la moral, y establece que el ser virtuoso es tan sólo afrontar las circunstancias que se presentan, moldeando la forma de actuar y haciendo lo que sea necesario con el fin de mantener el tan ansiado poder, que constituye la meta, al menos en este ensayo, del hombre virtuoso.
Pingback: Vida de Maquiavelo (II)
¿Nadie ha comentado el inquietante parecido entre César Borgia y Gonzalo Miró?
Y dónde está el link para Maquiavelo (II) ???
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