Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído.
Con esta cita Borges da comienzo a «Un lector», poema que incluye Elogio de la sombra (su quinto libro de versos), publicado en 1969. Aunque se negase a decirlo expresamente, Borges contaba con miles de motivos por los que alardear de la multitud de páginas salidas de su puño y letra; pero también es cierto que su voraz hábito lector —junto con su inagotable conocimiento literario— colocaba sus propios escritos, al menos cuantitativamente, en clara posición de inferioridad. De esta manera, la frase de Borges no entraña ninguna práctica de falsa humildad sino que ante todo parece ser producto de la lógica más rotunda. El escritor argentino, sin embargo, no hizo referencia a aquellas páginas que, habiendo podido leer, nunca leímos: es decir, los libros que nunca llegamos a terminar.
Las razones de este fenómeno por lo general suelen ser muy variadas, yendo desde el agotamiento intelectual o el olvido hasta el odio hacia el mismísimo autor; o, sencillamente, debido a mera pereza o indiferencia. No conviene, eso sí, que olvidemos la razón más decisiva de todas las que pueden darse, a saber, el hecho de que algunos libros son un soberano coñazo. Esto último es importante que nos atrevamos a decirlo bien alto —y a pleno pulmón, si es necesario— porque no hay nada de malo en admitirlo.
En resumidas cuentas, hablo de aquellos libros que, tras ser abandonados a medio camino, pasan a mejor vida: a partir de entonces, desaparecen de nuestra rutina automáticamente y comienzan a hacerse hueco en una especie de limbo indefinido, perpetuamente pendientes, con la incertidumbre de si algún día volverán o no a ser leídos. Bien es cierto que el acto de abandonarlos es capaz de dejarnos con mal sabor de boca o con un resquicio de culpa; a veces puede, incluso, que nos hagan pensar que no somos dignos de ellos. Esta última actitud es cuando menos desacertada, pero la situación parece en ocasiones inevitable al enfrentarnos a clásicos reconocidos que se supone tenemos que, no ya leer, sino adorar a la fuerza. ¿Que no te acabaste el Ulises de Joyce? Lo siento de veras, pero no eres quién para hablar de literatura moderna (¡y no digamos de la modernista!). ¿En serio no llegaste al séptimo volumen de En busca del tiempo perdido? Vergüenza debería darte.
Con esa lucidez innata que tanto le caracterizaba, Joan Didion destacó, en su primera colección de ensayos, que a casi todos aquellos que escriben les golpea de vez en cuando la sospecha de que no hay nadie escuchando ahí fuera; yendo más allá, están también los que escuchan un poco y se niegan a escuchar en su totalidad, rompiendo todo vínculo que les ligase con el libro en cuestión como si de un coitus interruptus literario se tratase. Estos son los verdaderos rebeldes, para bien o para mal, y lo peor que pueden hacer tras semejante acto es sentir vergüenza o culpa alguna. Tampoco se trata de arremeter contra clásicos o contra el canon occidental de manera arbitraria o frívola, pero el hecho de tener el criterio y la libertad suficientes como para saber cuándo parar —al margen de que se trate de un libro que esté en la lista de Libros Importantes— es en sí un gesto valiente y, muchas veces, digno de elogio.
Está claro que el no terminar un libro no siempre responde a una decisión consciente o premeditada del todo. Lo que sí es evidente es que, independientemente de cómo procedamos, la sensación final casi siempre suele ser de alivio. A fin de cuentas, todo se reduce a quitarse un peso de encima: no hay peor sensación que la de vernos obligados a leer un libro de cabo a rabo en contra de nuestra voluntad. Así las cosas, yo el lector me tomo la libertad de dejar de leer este tocho infumable de William Gaddis y lo sustituyo —así, porque puedo y me da la gana— con lo último de Stephen King o Paul Auster, que como mínimo sé que me mantendrá entretenido. No hay peor literatura que la que aburre, por muy bien escrita que esté.
Volviendo a Borges, a mí —como a cualquier otro lector razonable, y aunque de ellas no trate el presente artículo— también me enorgullecen las páginas que he leído. Por el contrario, las páginas que no he leído no son motivo de orgullo necesariamente, ni tienen por qué serlo, lo cual no implica que hayan de ser motivo de deshonra: simplemente están ahí, en potencia de ser leídas, relegadas a meras anécdotas como potencia sin realizar, pero potencia al fin y al cabo.
A continuación, con la seguridad de que muchos de ustedes tuvieron una experiencia parecida y a la espera de sus propias aportaciones, siguen algunos libros destacados que, por motivos varios, no logré acabar. En cualquier caso, me parece oportuno destacar lo que hace no mucho dijo Nick Hornby:
All the books we own, both read and unread, are the fullest expression of self we have at our disposal.
En línea con el planteamiento de Borges, preferiría que se me juzgase por aquellos libros que sí logré terminar antes que por los que dejé inacabados. Y por cierto: si usted, querido lector, no consigue llegar al final del presente artículo, le prometo que nunca se lo echaré en cara.
1Q84 – Haruki Murakami
Aviso a navegantes: mentiría si dijese que no me gusta Murakami, pero sinceramente no creo que sea un escritor fantástico, tal y como se suele decir. ¿Que si es un buen escritor? Desde luego. ¿Que si sus novelas entretienen y enganchan? No cabe duda, aunque creo que sus relatos cortos son más efectivos aún (Sauce ciego, mujer dormida me pareció brillante). Ahora bien, siempre que oigo a alguien corear su nombre no puedo evitar pensar que está ligeramente sobrevalorado, por no hablar del rechazo instintivo que siento cada vez que leo acerca de su posible y supuestamente merecida candidatura al Nobel de Literatura.
Más atónito me dejó, si cabe, la excesiva atención que recibió 1Q84, su trabajo más ambicioso —al menos en términos de longitud— hasta la fecha, compuesto por tres largos volúmenes en los que Murakami da rienda suelta a sus habituales preocupaciones e inquietudes, todo ello rodeado, para variar, de una atmósfera turbadora, a veces surrealista, y con innumerables referencias musicales de por medio. En este caso terminé la primera parte, leí algo de la segunda, lo dejé y, acto seguido, me olvidé: el supuesto misterio que envuelve a Aomame y Tengo, los dos protagonistas, no podía intrigarme menos, y la prosa me pareció mundana, básica (algo tuvo que ver su traducción al español, que parece haber sido hecha deprisa y corriendo; no tanto así con sus traducciones al inglés). Hasta la fecha, es de lo peor que he leído del escritor nipón (Crónica del pájaro que da la vuelta al mundo sigue siendo mi preferido), y una de las razones por las que sigue sorprendiéndome todo ese estruendo existente en torno a su figura. De alguna manera —y espero que esto no suene tan mal como puede sonar—, es lo que tiene ser uno de los pocos escritores japoneses con enorme éxito internacional.
Almas muertas – Nikolai Gogol
La fama de plomizos que tienen los escritores rusos del siglo XIX siempre les ha perseguido como la peste bubónica, muchas veces sin justificación verdadera, durante largo tiempo después de muertos. Si de mí dependiese, no me fiaría de alguien que no disfrute como un crío al leer Crimen y castigo, por ejemplo, o los maravillosos cuentos de Chéjov. Pero antes que Dostoyevski, Tolstoi o Bulgakov, ahí estuvo nuestro querido Gogol (nacido en Ucrania y de por sí crítico con la mentalidad y cultura rusas, por si acaso) para dar la razón a aquellos críticos incapaces de tragarse los pesimistas monólogos y grises paisajes tan característicos de los rusos, con los que estos se dedicaban a a llenar tomos inhumanos como si su vida les fuera en ello.
La alegría que experimenté al leer algunos de sus relatos cortos, como el célebre cuento «La nariz», destacó durante mi fugaz lectura de Almas muertas por su ausencia. En definitiva, tras las treinta y pico páginas que leí acabé tan cansado que ni una buena botella de Smirnoff pudo solucionar mi (gracias a Dios) breve trauma; querido Chíchikov, el viaje lo vas a tener que hacer tú solito porque yo no pienso acompañarte, así que ahí te quedas.
El arco iris de gravedad – Thomas Pynchon
Por supuesto que las más de setecientas páginas de esta novela, ganadora del National Book Award for Fiction en 1974 y clave de la literatura posmoderna, por sí solas logran intimidar al más audaz. Pero no es una mera cuestión de tamaño —sin ir más lejos, disfruté enormemente con 2666, muy a pesar de su extenuante cuarta parte—; en este caso, lo intenté de buena gana la primera vez y fui incapaz de pasar más allá de la página sesenta y pico, harto del stream of consciousness, del componente técnico-científico (reconozco que soy un palurdo para estas cosas) y, en general, de la intrincada, insufrible densidad de todo. Unos años más tarde volví a probar suerte, de nuevo sin fortuna: en parte debido al recuerdo de las sensaciones que me produjo mi primer intento, esta segunda vez ni siquiera conseguí llegar a la página cuarenta.
A día de hoy, La subasta del lote 49 es el único libro de Pynchon que he acabado (no por casualidad, se trata de su novela más corta, con apenas ciento cincuenta páginas), y también me costó lo suyo. La literatura —el acto de leer en sí— no tiene por qué ser un camino de rosas ni mucho menos, pero de ahí a que se asimile a un incesante calvario, por mucha genialidad que pueda haber aquí y allá, hay un gran trecho. Pynchon, todos sabemos que para muchos eres un misterio por descubrir, pero cada vez que lo intento me quitas todas las ganas.
Big Sur – Jack Kerouac
Big Sur fue la penúltima novela de Kerouac, publicada siete años antes de su temprana muerte en 1969, y su ingrediente de decepción es casi inevitable: a fin de cuentas, cuenta el deterioro físico y mental del autor, bajo el álter ego de Jack Duluoz, que cogió y se fue a Bixby Canyon a estar solo y sentar la cabeza. La aventura se ha acabado, y de algún modo piensas: ojalá hubiese estado en la carretera toda su vida. Si algo se mantiene intacto es su prosa, que no ha cambiado nada (para bien o para mal; «That’s not writing, it’s typing», como diría Capote). Al revés, su estilo free-form se mantiene en plena efervescencia, sin jaula que logre mantenerlo quieto. Pero, ¿debería usted leer este libro? Citando al mismo Kerouac, «I don’t know, I don’t care, and it doesn’t make any difference».
Contrastado con su obra y época anterior —dinámica, vibrante y llena de vida— Big Sur parece incluso impropio de alguien como Kerouac, hasta el punto de que su persona, su sello de siempre, es difícilmente reconocible en sus páginas. Por supuesto que hay mucho de psicológico, incluso de inexplicable, en estas valoraciones: quizá si lo hubiera escrito otro autor habría sido capaz de leerlo sin dificultades, pero tratándose de Kerouac todo se asimila a un monumental anticlímax que a mí, personalmente, me impidió seguir más allá de los primeros capítulos. Sencillamente no pude, aunque al mismo tiempo una cosa sí que me quedó clara: los héroes también envejecen.
Las correcciones – Jonathan Franzen
Con un ansia de ser candidata al título de The Great American Novel™ apenas disimulable, Las correcciones, que cuenta la historia de la familia Lambert (cuya decadencia, como era de esperar, no tarda en arremeter contra ellos sin piedad), fue uno de los grandes éxitos de la década pasada. Llegué a la página quinientas, pero no me molesté en seguir; quitando mi interés por ver si la crítica estaba en lo correcto (¡ja!) o no, realmente no veía motivos para ello. La novela comienza de manera prometedora y Franzen lanza frases espléndidas con la habilidad de un prestidigitador literario, mientras que sus personajes están muy bien desarrollados. Pero, pero… Pero.
Pero es que no hay mucho más, algo falla, y sí, estoy seguro de que lo entiendo: no es más que una sátira/comentario social sobre el american way of life, inmisericorde y con retintín a raudales. El problema es que lo que Franzen pretende (esto es, narrar el inevitable derrumbamiento de una familia) ya se ha hecho antes y mejor: ahí están Los Buddenbrook, Al este del Edén, Cien años de soledad, etc. como testigos privilegiados de ello. Poco de innovador hay aquí, aparte de la propensión que tiene Franzen de contarlo todo hasta el más mínimo detalle, tendencia que acaba por cansar hasta al más manso. En resumen, la historia en sí me produjo más cansancio que intriga; hasta tal punto acabé renegando de la novela, de hecho, que a día de hoy he sido incapaz de interesarme por cualquier otro de sus libros (como Libertad, que ha acaparado multitud de elogios), por mucho que se le considere como uno de los mejores autores americanos contemporáneos.
Moby Dick – Herman Melville
Llamadme hereje. Hace unos años —no importa cuánto hace exactamente— emprendí la ardua tarea de leer este imponente gigante, con interés y suspicacia a partes iguales. Empecé adorando el libro, bajo el presentimiento, eso sí, de que tarde o temprano acabaría derrotado por las peripecias y desventuras del capitán Ahab y compañía. Efectivamente, así fue. El problema llega, como todos saben, una vez que Melville comienza a comentar y desmenuzar laboriosamente todo lo relacionado con las ballenas a lo largo de capítulos enteros, como si de una master class de biología marina se tratase; llegados a este punto, tras leer todo lo habido y por haber en cuanto a sus aletas, esqueleto e incluso como producto alimenticio, al lector no le queda otra que perder interés por la narrativa, aun con cierta pesadumbre, y acabando, cómo no, hasta el gorro de las dichosas ballenas.
Moby Dick quizá sea el máximo exponente de la famosa definición de Mark Twain de lo que constituye un clásico: «a book which people praise and don’t read». Y es una pena, porque el libro, aparte de sorprendentemente moderno, es una delicia; ahora bien, una delicia a la que probablemente le sobren unas doscientas páginas.Vencido por la desgana, acabé rendido y, con cierta pena, tuve que bajarme del barco y dejar tal abrumadora experiencia. He de reconocer, en todo caso, que de tiempo en tiempo me vuelven las ganas de, por fin, conquistar a la ballena. Pero dudo que ese día llegue pronto.
La broma infinita – David Foster Wallace
Oh, David: eras tan sumamente inteligente que a la mayoría de nosotros mortales nos cuesta todo un mundo seguirte. Leerte es como ver al chico más inteligente de clase rebatir punto por punto todo lo que ha dicho el profesor, mientras los demás alumnos, entre el asombro y la más absoluta ignorancia, siguen sin entender nada. Tal era su inteligencia que muchas veces tenían que explicarla. En su introducción al libro escrita en 2006, dos años antes de la temprana muerte de Foster Wallace, Dave Eggers, amigo y admirador suyo, hacía el siguiente comentario revelador al respecto de lo que ha de ser la literatura:
In recent years, there have been a few literary dustups —how insane is it that such a thing exists in a world at war?— about readability in contemporary fiction. In essence, there are some people who feel that fiction should be easy to read, that it’s a popular medium that should communicate on a somewhat conversational wavelength. On the other hand, there are those who feel that fiction can be challenging, generally and thematically, and even on a sentence-by-sentence basis —that it’s okay if a person needs to work a bit while reading, for the rewards can be that much greater when one’s mind has been exercised and thus (presumably) expanded.
La broma infinita es todo menos fácilmente legible: aparte de estar repleto de notas a pie de página (algunas de las cuales incluyen, a su vez, subnotas, asteriscos, etc.) el libro es un coloso inabarcable, complejo, técnico y minuciosamente detallado, cuya magnitud fuerza al lector a llevar a cabo inesperadas acrobacias mentales, lo quiera o no. Para los que pretendan leerlo tarde o temprano, les aconsejo antes echarle un vistazo a esta guía imprescindible acerca de cómo plantarle cara. Sin duda, Foster Wallace estaba muy por delante de la mayoría, y eso hace que a muchos de nosotros nos juegue una mala pasada.
Pese a que la novela me tenía intrigado y atrapado en su peculiar mundo, mi falta de paciencia terminó por sacar lo peor de mí: ahí sigue aguardándome en la estantería, con actitud desafiante y marcada por cuantiosos post-its, como si a modo de insulto me dijera: «Pablo, te he ganado». De todos modos, me quedo con la tranquilidad de saber que aún puedo leer gran parte de la obra adicional (y menos extensa) de Foster Wallace, como sus relatos cortos o ensayos, con historias de esas que te cambian la vida («El neón de siempre») o discursos tan emocionantes como el denominado «This is water». En definitiva, La broma infinita no deja de ser uno de esos libros que, o lo lees en el momento propicio —con tiempo de sobra y sin preocupaciones terrenales—, o acabas sepultado, irremediablemente, por el temible peso de sus más de cuatrocientas ochenta mil palabras.
La rebelión de Atlas – Ayn Rand
Que Ayn Rand tenía ideas interesantes es innegable, pero su extremismo —debido en parte a la epifanía que le supuso llegar a los Estados Unidos desde la Rusia comunista—, junto con sus dudosas cualidades como escritora, hacen de La rebelión de Atlas un panfleto exacerbado y machacón a más no poder: un panfleto mediante el que Rand pretende convencernos de las virtudes del objetivismo y demás miserias filosóficas suyas, idóneas, quizá, para embaucar a un adolescente impresionable o falto de formación, pero incapaces de hechizar a alguien con un mínimo de criterio, no ya literario, sino en general. Ah, y todo ello a lo largo de más de mil cien páginas en letra pequeña. De ahí la cínica (aunque en parte certera) cita del cómico John Rogers:
There are two novels that can change a bookish fourteen-year old’s life: The Lord of the Rings and Atlas Shrugged. One is a childish fantasy that often engenders a lifelong obsession with its unbelievable heroes, leading to an emotionally stunted, socially crippled adulthood, unable to deal with the real world. The other, of course, involves orcs.
Todo esto se debe en parte a que su filosofía, cuyo mensaje Rand transmite con la sutileza de un martillo galponero, ya ha calado sobradamente en las primeras cincuenta páginas: esto es, una mezcla de exacerbado capitalismo y del Nietzsche más rancio (negación de la caridad, creencia en el Übermensch —estilo americano, eso sí—, etc.), que ha dado lugar a una preocupante legión de seguidores fanáticos, capitaneados por su sucesor Leonard Peikoff. Para hacerse una idea del nivel de fanatismo, echen un vistazo si no a la tremebunda página de Facebook dedicada al libro. Para los interesados, El manantial quizá sea el libro perfecto con el que empezar —y acabar— con la autora rusa. Pero, si lo único que les intriga es conocer el pensamiento radical de Rand, con leer su entrada en Wikipedia les basta; realmente no tiene mucho más.
La náusea – Jean Paul Sartre
Teniendo en cuenta su reputación e influencia, lo que más me sorprendió de La náusea fue lo llamativamente mediocre que es; claro que es imposible obviar la repercusión que tuvo en su día (recordemos, se publicó en 1938), pero en la actualidad no tiene más interés que el diario de cualquier adolescente desasosegado. No es tanto una novela como un pesado tratado filosófico con la forma de aquella: si algo deja en claro Sartre aquí es que, al contrario de Camus, no era buen novelista y, por otra parte, que su cansino existencialismo no era suficiente para mantener en pie una supuesta novela con personajes planos (querido Antoine, si es que no tienes personalidad alguna) y una narrativa sin sorpresas.
A su vez, la parte de ensayo parece metida con calzador, de manera torpe e inexperta; en resumidas cuentas, todo avanza pesada y lentamente, carente de ritmo o intriga de ningún tipo. En último término, que fuera la primera novela de Sartre es algo evidente a juzgar por su cargante contenido y, al final, su discurso filosófico acaba dando lugar a más bostezos que preguntas.
Todas las almas – Javier Marías
Tras fracasar estrepitosamente en mi intento de leer Los enamoramientos, tiempo después tomé la decisión de entregarme —esta vez en cuerpo y alma— a una de las novelas más elogiadas de toda la obra de Marías. Con la humilde certeza de que el equivocado era yo, pensé que, esta vez al fin, de verdad disfrutaría con el autor; no en vano se trata de uno de nuestros mejores escritores vivos, o al menos eso dicen, y esta es una de sus novelas más reconocidas. Pero no, fue como tropezar dos veces con la misma piedra y, consecuentemente, llegué a la misma conclusión de antes: Marías, no puedo contigo.
Así, no pude evitar sentir una mórbida satisfacción al comprobar cómo todos y cada uno de mis temores resultaban ciertos. De nuevo, el estilo de Marías se me antojó farragoso, asépticamente académico, ocultando con frecuencia todo interés puramente narrativo que pudiese tener la novela (más bien nulo, por otra parte), y con personajes que no son más que pretextos para transmitir sus tediosas paranoias mentales. Hace tiempo leí a alguien decir que Javier Marías es escritor porque vende libros, no porque sepa escribir, afirmación con la que —pese a su toque insolente— estoy totalmente de acuerdo (polémicas aparte, no hay más escritor que el que logra ser leído). La novela no parece sino ser una excusa barata para que el autor nos deje algo muy claro: chicos, he tenido la fortuna de estar dos años en Oxford y vosotros no. Se lee más como una guía turística (muy bonito y adornado todo, claro está) antes que como una novela propiamente dicha y, tratándose de un libro que se rinde ante todo lo británico, la ausencia de ingenio resulta más que preocupante. Si les interesa, aquí mismo pueden ver un minucioso análisis literario, no exento de cierto resentimiento, de por qué Marías no es un buen escritor. En todo caso, el libro de Marías es casi insoportable: leyéndolo me sentí como si me forzase a mano armada a presenciar un desagradable e inoportuno masaje de ego, página tras página y sin fin aparente.
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Otros de los muchos libros que no pude terminar:
Las aventuras de Augie March – Saul Bellow
El barón rampante – Italo Calvino
La breve y maravillosa vida de Oscar Wao – Junot Díaz
Los detectives salvajes – Roberto Bolaño
Ensayo sobre la ceguera – José Saramago
La letra escarlata – Nathaniel Hawthorne
Nocilla Dream – Agustín Fernández Mallo
El primer hombre – Albert Camus
Todos los fuegos el fuego – Julio Cortázar
Viaje al fin de la noche – Louis-Ferdinand Céline
Yo, Claudio – Robert Graves
Me está pasando lo mismo, en estos momentos, con Moby Dick. Como excusa me pongo que me tienen enganchados los relatos de Richard Ford en Rock Spring, y me pongo a leerlos para sentirme mejor.
No sé si al final dejaré que se escape la ballena, pero en camino va…
No lo dejes, saltate los capitulos de las ballenas, merece la pena
Exacto. De hecho se venden versiones de Moby Dick en que toda esa paja ha sido eliminada, y quedan básicamente las partes narrativas, la historia del capitán Ahab que es lo importante
¿Y también tienen dibujitos para entenderla mejor?
Sí, mira… http://coleccionistatebeos.blogspot.com.es/2008/03/vuelve-la-mtica-historias-seleccin-de.html
Siempre hay libros que aburren o no llegan en el momento justo para ser leídos. A mi me ha pasado varias veces con libros imposibles de avanzar y terminarlos, que con el tiempo los he retomado y han significado mucho para mi; un ejemplo La Montaña Mágica de Thomas Mann. Como no todos tenemos los mismos gustos siempre habrá novelas que para unos sean imprescindibles y para otros imprescindibles dejarlas de lado.
La montaña mágica me la leí de cabo a rabo este verano. Impresionante, si te pilla con tiempo y ganas es de lo mejor que se puede leer
Entiendo el porque dejar a medias muchos de esos libros con los que me sucedió los mismo, hay un un par de libros de la lista que yo tengo para próximas lecturas en mi biblioteca que ya no se sí empezar…. Jejeje y entre los que sí terminé está los detectives salvajes y me gusto, por el contrario el que no fui capaz de terminar de Bolaño fue 2666.
Yo no he podido nunca con Cien años de soledad.
Pues una pena por que para mi ese libro fue como descubrir que habia otra forma de escribir…….acostumbrada a la literatura anglosajona y española ,descubrir la literatura sudamericana fue un hallazgo maravilloso
Completamente de acuerdo contigo. Cuando lo leí sentí esa maravillosa sensación que te hace decir «¿Pero cómo no había leído esto antes?»
Para mi es una maravilla. Pero para gustos…
Anatema!
¿Todos los fuegos el fuego? ¡Pero si son apenas 6 o 7 relatos a cual más ameno y fascinante!
Por lo demás, algunos libros razonablemente inacabables. Aunque son muchos libros a medias, Pablo. Y muy variados. Suena a desgana personal… (es broma).
Discrepo con una frase del artículo, no obstante: «¿Que si es [Murakami] un buen escritor? Desde luego».
Murakami es un devoradísimo escritor que describe el sexo como quien describe un trasplante de páncreas, que nunca deja de citarte todo lo que comen, visten o escuchan los personajes (¿por qué?), y cuyo contenido oscila entre un existencialismo new age de anuncio de Ralph Lauren y un rollo intelectual subversivo a lo mayo del 68 bastante agotador.
Dentro de 50 años no lo va a leer ni Dios. Murakami es un hijo de Instagram y Twitter. O sea: un hijo de su época. Con todo lo que de temporal implica eso.
Más que sobrevalorado, es resultoncete y olvidable.
Saludos!
P.D: En cuanto a La letra escarlata… seguro que no pasaste del plúmbeo e innecesario prólogo. Que luego el libro además de breve está muy bien.
Hola Altea,
Curiosamente me leí ‘Todos los fuegos el fuego’ nada más terminar de escribir este artículo, hace apenas un mes, y me gustó mucho. La primera vez me quedé estancado en ese lío familiar que es ‘La salud de los enfermos’ (ahora quizá uno de mis relatos preferidos de la colección), y en conjunto me gustó mucho. ‘Instrucciones para John Howell’, quizá el mejor de todos.
Me he propuesto hacer lo mismo con algunos de los otros libros de los que hablo, con lo que el artículo al menos me sirve a nivel personal!
En cuanto a Murakami, me parece que es un buen escritor (que no excelente), aunque no es que escriba de manera genial… no sé si me explico. Sus novelas me suelen enganchar y siempre tienen algo de interesante, aunque su ‘escritura’ como tal sea para mí lo menos destacado. Totalmente de acuerdo en que es hijo de su época, para bien o para mal, de ahí que me sorprenda la campaña que se da todos los años para que gane el Nobel.
Un saludo, y muchas gracias por comentar.
Pablo
A mí Moby Dick me gustó hasta que embarcan. Una vez empiezan con la disección de las ballenas y sus hábitos de viaje en la mar océana, lo tuve que dejar. Sinceramente, no creo que nadie hoy día sea capaz de tragarse esos capítulos, que en mi opinión son un auténtico ladrillo salvo que seas oceanógrafo.
Comparto el tedio por Bolaño. Puedo entender (aunque no comparto) que haya abandonado a Céline a mitad de camino. Lo que no logro entender es que se bajara del tren del Primer Hombre y Yo, Claudio… inténtelo de nuevo!!!!!
Muy interesante el tema y el modo en que lo desarrollas. Un articulo para leer de cabo a rabo.
Hola soy un lector troll al azar y solo quiero decir que el hecho de que no te hayas terminado La Broma Infinita te reduce en mi escala lectoril al de la gente uncool de la calaña que lleva chanclas con calcetines.
Yo no pude con Los detectives salvajes, de Bolaño.
Uf, a mí Murakami me da la misma pereza que la Nothomb, alguien a la que sinceramente no trago por dos sencillas gilipolleces:
– La manía de ponerse en portada de todos sus libros
– La reseña biográfica que Anagrama incluye en las solapas de sus libros, en la que la describe como perteneciente a «una antigua familia de Bruselas»… ¿Hay alguna familia que no sea antigua? ¿Las hay que nacen por generación espontánea?
¿El Barón Rampante? ¿Yo Claudio? ¿De verdad?
Oiga, que al menos los empecé.
Yo, Claudio, como la gran mayoría de las novelas de Robert Graves son dignas de estar en cualquier biblioteca que se precie….. y para ser leídas de cabo a rabo…
Yo, casi siempre, me permito opinar sobre libros que no he terminado. Quiero pensar que si los dejé en determinado punto, es porque aquel era su final, mi final. En mi opinión, los libros pertencen al escritor (o editor) tanto como al lector.
De acuerdo en que mucho depende del momento justo. También, claro, en que es algo muy personal. Algunos de los mencionados están en mi lista también (Detectives salvajes, Viaje al fin de la noche, Moby Dick, cualquier Marías), pero otros de los mencionados los encontré muy leíbles o fácilmente terminables (Oscar Wao, El primer hombre, 1Q84). Murakami se lee mucho mejor en inglés que en español, cierto.
Algunos de los clásicos esperando que encuentre «el momento justo»: La montaña mágica, Ulises, Los hermanos Karamazov, todo Shakespeare (perdón).
Mi última experiencia no acabando un libro supuestamente buenísimo ha sido con Rayuela. Lo tuve que abandonar cuando el protagonista regresa a Buenos Aires… ¡qué pestiño, por dios!
Y la chorrada de leer la novela en un «orden alternativo» es una tomadura de pelo: llevaba treinta y tantos años creyéndome que había más de una historia en el libro, pero es falso (los capítulos extra no añaden prácticamente hilo narrativo, y además no alteran el orden de la supuesta historia principal).
En efecto, Rayuela es infumable.
claro que es una tomadura de pelo, pero no tiene por qué ser necesariamente malo eso
Rayuela no es moco de pavo y de hecho a mi tampoco me gustan los capítulos extra. Pero te recomiendo que leas la parte de Buenos Aires: para mí es mucho más interesante que la melosa historia entre Oliveira y La maga (mi nick viene de un personaje de esa segunda parte).
Como gran fan de Cortázar que soy, doy fe de que Rayuela está sobrevalorada y de que Cortázar era mucho mejor «cuentista» que «novelero».
Yo he disfrutado de todas y cada una de las páginas de Moby Dick, incluidas las denostadas por el autor del artículo y alguno de los comentaristas- oportunistas.
Todas las opiniones son respetables, por supuesto, pero creo que una novela debe de interpretarse en su conjunto, como si de un organismo viviente se tratara. Es necesario el esqueleto, pero también la estructura muscular y las conexiones neuronales.
En cuanto a la estructura narrativa de Moby Dick, considero imprescindibles esas páginas pseudo – científicas pues contribuyen a aislar al lector de su rutina diaria y centrarlo en el mundo de la caza de la ballena, desarrollado por Herman Melville.
Hay que leer, ver, respirar, saborear, oler, tocar, y pensar en ballenas. Constantemente. Sin misericordia. De manera obsesiva, concentrada, enfermiza.
De eso se trata leer, eso es un lector.
Veo que muchas personas se limitan a leer una línea detrás de otra, como mucho un párrafo detrás de otro. No son capaces de adoptar un punto de vista global y de trasladarse mentalmente al mundo imaginario propuesto por un novelista.
Esas personas no son verdaderos lectores, de la misma manera que el guión de un capítulo de una serie de televisión no es una novela.
Qué se le va a hacer. No todo el mundo está capacitado para disfrutar de una de las obras de arte más impresionantes de las que conforman la historia de la literatura.
La literatura se toma demasiado en serio a sí misma, y la gente que se toma en serio la literatura es tan imbécil como los ultraforofos del fútbol.
La literatura es un entretenimiento. No a todos nos entretiene lo mismo, ni le exigimos lo mismo a nuestros entretenimientos. Quizá yo me tengo que pasar el Call of Duty en modo fácil dada mi escasa coordinación mano-vista y mi nula orientación 3D y otros jugadores opinan que el modo ultradifícil se les queda corto. Pues bueno. Pero al final de todo se trata de entretenerse. Si un libro no te divierte, déjalo. No te va a hacer mejor persona.
Perdone el ímpetu, pero he leído este y algún otro comentario suyo en Jot Down, y si no es usted un snob, es un pelotudo. Aunque no descarto otras posibilidades.
Las dos clásicas «obras maestras» del siglo XX que hay que preparar el estómago para ingerirlas son: el ‘Ulises’ de James Joyce; y ‘En busca del tiempo perdido’ de Marcel Proust. Creo que no he pasado de diez páginas en ninguna de ellas. Y francamenta, ya no me hace ilusión completar la gesta.
Sin embargo ‘Mobby Dick’ también se me atragantó, pero sí me hace ilusión hacer cima.
Sospecho que somos más de los que parecíamos. Ulises fue durante mucho tiempo una frustración personal. Sacarse el carnet de conducir al noveno intento seguro que es menos desmoralizador: ¡cómo no iba a ser capaz de zamparme el libro de los libros! Ahora ya no me frustra: no me va, ahí sigue mirándome desde la biblioteca, y no le guardo rencor. Casualmente, tampoco discrepo con Proust (sí, fui capaz, ¡lo ise!, y sí, escribe de muerte, y sí, me dejó k.o.).
Yo me terminé el de Pynchon y eso sí me pareció una broma infinita (por hacer un juego de palabras con otro de los títulos). Me parece que hay libros para cada persona (incluso diría que para un momento y una persona, y que han de coincidir) y que nadie debería rasgarse las vestiduras porque a otro no le guste o denoste un título «clásico». Por ejemplo, tras leer varias obras suyas, creo que Hemingway tenía mucho valor como personaje pero poco o nada como escritor («El viejo y el mar» me pareció un coñazo mayúsculo y el resto anodinas en el mejor de los casos), o también que «La muerte en Venecia» de Thomas Mann me pareció aburrido de solemnidad. Y de los que jamás terminé y son reconocidos, podría citar «Rayuela» («Rayada» lo llamaba yo) de Cortázar, «Justine» de Lawrence Durrell, o «El jinete polaco» de Muñoz Molina.
Cada vez que leo a Hemingway siempre me da la sensación de que le importaba más la construcción de una frase antes que la de la obra en conjunto. Por eso creo que sus relatos son más efectivos que sus novelas.
‘Rayuela’, por otra parte, me apasiona.
Saludos!
Totalmente de acuerdo en aquello de que hay momentos en los que estamos más preparados para encarar ciertas lecturas. Yo me considero un lector frustrado. Recuerdo con nostalgia aquella época en la que leía con avidez en las horas de la madrugada, y luego exhausto dormía hasta media mañana. Ahora pasan días en los que no toco un libro hasta que las putas obligaciones cotidianas me permiten leer un par de páginas, y así, claro está, es muy difícil. En ocasiones pienso en cometer un crimen para relajadamente poder leer en mi celda todos los libros pendientes.
La Biblia y El Señor de los Anillos son dos libros que no he podido terminar y que se parecen bastante en temática y aceptación popular.Prefiero la ciencia ficción pura y dura.
Yo me terminé La Rebelión de Atlas por pura cabezonería. Sin duda la lectura más amarga que recuerdo, hasta el punto de aborrecer este panfleto maniqueo, aburridísimo y escrito de pena, con diálogos que provocan sonrojo de la vergüenza.
Lo peor es que después de mil páginas repitiendo LO MISMO, coge la hija de su grandísima madre de Ayn Rand y te clava un monólogo de otras cien páginas para volver a machacarte con los mismos conceptos que lleva repitiendo desde la página uno.
Todo esto sin entrar en temas ideológicos, aunque no deja de resultarme curioso la cantidad de frikis/curritos que se declaran fans de esta tipa (en realidad no creo que hayan pasado de alguna cita que se repite en redes sociales como la peste) cuando no dejan de formar parte de esa pandilla de «parásitos» a los que su amada escritora tanto desprecia.
Por cuestiones morales jamás quemaría un libro. Pero ganas no me faltan de prenderle fuego a semejante patraña.
Quemar no, nunca.
Pero sí que hay libros que tiré a la basura.
Pues a mi un libro que se me atraganta siempre es la Guía Telefónica, al llegar a la letra B, empiezo a notar que hay mucho personaje, pero que no están bien definidos y me entra dolor de cabeza y lo tengo que dejar.
Que se le va a hacer.
me ha encantado¡¡¡¡¡¡ buenísimo¡¡¡¡
de esta obra monumental ya se ha dicho que el obstáculo mayor es el tediosísimo capítulo dedicado a la saga de los García y no por la interminable procesión de personajes insustanciales : resulta que, ya con las defensas bajas y sin previo aviso, el lector viene ulteriormente masacrado por la plomiza (e igualmente superficial) historia de los González. Efecto puntilla según la crítica.
¿La foto de Marilyn Monroe…? Hace pocos días que una pareja -feos ella y él, como el culo de un papión- me sostenía con altivez que ellos no la veían atractiva, e incluso más bien tirando a fea. ¡Qué hijos de la gran puta! Como ven, hay gustos o desarreglos psiquiátricos para todo, así que a no preocuparse porque no se pueda acabar con una lectura. Es más, es que a mí, hace ya muchos años que el 90% de los libros se me cae de las manos, incluyendo prácticamente todos los aquí mencionados.
Pero oiga, Charles, hijo mío… estos dos de los que usted habla, ¿eran más feos que usted? Por que si es así, ¡es pa matarlos, oiga, pa matarlos!
Yo con el que no pude y me alegro de no ser la única es
Las aventuras de Augie March – Saul Bellow.
Ahora ya lo hago, si un libro no me gusta lo dejo y a por otro, pero antes dejar un libro a medio leer era como dejar algo a medias, me daba como mala conciencia, no sé…….no lo hacia. Por suerte lo he superado…!!
Me ocurría lo mismo Pilar, antes era inconcebible para mí dejar un libro inconcluso, aunque fuera la lectura más aburrida del mundo. Por suerte los años me han hecho recapacitar y darme cuenta de que hay demasiados buenos libros por leer para estar amargada con uno solo.
Insisto,lo puse en fb, El Baron Rampante es precioso.
Es buena esa capacidad de criterio propio y toda opinión es respetable, pero no entiendo lo de «ensayo sobre la ceguera». A mí me apasionó, me tomo la libertad de recomendarte que lo retomes. Quizá la manera de escribir extrañe al principio, pero es apasionante.
el último libro que me ha derrotado ha sido el ulises. Jamás había leìdo nada semejante, ninguno de los autores que he leído hasta ahora escribe como lo hace Joyce. Pero pudo conmigo, aunque a diferencia de muchos yo si pienso darle un segundo bocado…
Yo puedo decir que a la segunda fue la vencida con «Todas las almas» de Javier Marías así que te animo a ello. La primera vez que lo intenté no llegaba a la veintena y no aguanté mucho más de 40 páginas. Es ahora que toco con la punta de los dedos los 30 que ha sido cuando he podido conquistarlo.
Anteriormente en el instituto tuve que leer a la fuerza, para subir mi paupérrima nota en Lengua y Literatura, otro de sus libros, «Corazón tan blanco». No me enteré de nada y sobra decir que no lo disfruté nada.
He llegado a la conclusión desde mi experiencia que Javier Marías es un poco como la cocina de vanguardia, es decir, disfruta de la presentación del plato y de cómo está «deconstruido» pero no busques que te llene el estómago con la historia que narra.
P.D.: «La breve y maravillosa vida de Oscar Wao » es un libro que me decepcionó al principio por el estilo de la narración ya que había leído buenas referencias (creo que ganó el Pulitzer también) pero que con el paso de los capítulos me fue ganando. ¡Dale otra oportunidad!
Sin embargo, tuve que dejar los Buddenbrook después de haber leído unas 250 páginas y últimamente cada vez me pide mas a gritos que le de una nueva oportunidad.
Gran verdad esa que dice que a los críticos de arte nadie los recuerda.
¿Eh? no, por nada, por nada.
La náusea es el único libro que no he podido leer completo, hice una lectura diagonal por lástima y me alegra saber que no soy el único que lo considera mediocre.
Los que se me han indigestado y no he podido acabar, ni me interesa recordarlos. Los que de verdad me han nutrido están aquí: http://antoniopriante.wordpress.com/2013/09/09/los-libros-en-mi-vida/
Me he parado en Almas muertas, si no ha podido pasar de la página 30 tiene un serio problema.
Me gustaría poder decirle lo mismo por no haber pasado del duodécimo párrafo, pero insisto: «si usted, querido lector, no consigue llegar al final del presente artículo, le prometo que nunca se lo echaré en cara»
¡Saludos!
Tengo una sospecha, sr. Pablo Hernández : la intención del artículo era darle fuerte y flojo a J. Marías. ¿ Cómo hacerlo, digamos, de un modo «elegante» ?. Pues lo mezclo con otras plastas. A mí también me hacía gracia la crítica acompasada de García Vinhó. Estoy de acuerdo con Vd. y con la fiera sevillana: «Todas las almas» aburre a las almejas.
Buenas Max,
Aunque así lo pueda parecerlo, esa no era, ni mucho menos, la intención principal del artículo.
Sí es cierto que ‘Todas las almas’ es de los libros más recientes que he dejado sin acabar (créame, no es un hábito literario mío…), de ahí su inclusión. Si le doy más fuerte que a los otros es porque de los diez libros que he seleccionado es el más altanero de todos, y su actitud ‘holier-than-thou’ (por seguir con lo británico de la novela de que hablamos) me resulta exasperante. Además, de todos los autores de los que hablo, es el único que me ha dado la misma impresión en más de uno de sus libros.
Muchas gracias por comentar.
Pablo
Creo que la foto que acompaña el artículo está mal referenciada… me da que es de Eve Arnold, en Miller Place, en septiembre de 1955.
Debe de ser lo primero que leo suyo, Sr. Pablo Hernández Blanco, pero no puedo estar más de acuerdo con usted. Son varias las novelas en las que coincidimos, pero especialmente con su opinión sobre Marías. Si este escritor es lo mejor que tenemos que ofrecer al mundo y al premio Nobel, apañados estamos. Como escritor es tedioso y aburrido y como personaje público es estomagante.
Por otra parte, totalmente de acuerdo con la gilipollez Nocilla y con los detectives de Bolaño, quién, por cierto, después de unos años en la cresta de la ola cultureta, parece que está cayendo al pozo más profundo de la indiferencia y el olvido.
Pues yo sí que hay uno con el que no puedo, aunque pienso darle una tercera oprtunidad. La Regenta, me parece un ladrillo tremendo. El Ulises de Joyce tampoco puedo con él y 1Q84 lo terminé por saber como acababa, pero no me parece gran cosa.
Pues a mí me apetece hablar justo de lo contrario: de los libros y novelas que he releído con placer una y otra vez. Por ejemplo, Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell; El amigo americano de Patricia Highsmith; El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Oliver Sacks…hay bastantes más, pero no quiero cansar.
Y una opinión sobre Javier Marías: a mi modo de ver, está muy sobrevalorado como novelista, pero como columnista me parece magnífico. Es como los atletas: cuando encuentra su distancia es cuando da lo mejor de sí. Quiero decir con esto que le veo como un velocista de la literatura, no como un mediofondista y mucho menos como un corredor de maratón, de ahí que sus novelas sean tan cansadas y tan poco interesantes, mientras que sus artículos van al grano y convencen. Saludos.
Nunca he podido con alguno de Bolaño; si Murakami es sobrevalorado, Bolaño lo es al doble o triple. ¿Los detectives salvajes? Insufrible.
Me sorprende que te haya costado el libro de Cortázar y el de Kerouac.
Cómo vi en los comentarios te decidiste a leer «Todos los fuegos el fuego», que para mi gusto tiene muy buenos relatos.
Sobre el de Kerouac, me pareció un gran libro. Su forma de escribir siempre fue un poco difícil leer más de 20 páginas (me pasa más con Henry Miller que es un poco precursor en ésto de trasladar pensamientos con poco filtro al papel) pero me parece, x ej., una obra mucha más redonda que «Los vagabundos del Dharma».
A la vista de los comentarios, quizá quede aquí como un ser extraño, pero no solo disfruté con «Todas las almas», si no que me infundió ánimos para enfrentarme a «Tu rostro mañana», un ladrillo de páginas de esas amarillentas como las de la Biblia, no sé, mil cuatrocientas, mil seiscientas páginas o así. Y la verdad es que ahora lo veo en la estantería y no creo que pudiera volver a leerlo, aunque la primera vez me lo bebí prácticamente. Aunque el que más me gusta de Marías es «Corazón tan blanco». Creo que es difícil leer ese primer capítulo y parar, muy bueno.
Quizá no mantenga el mismo nivel durante todas las páginas, pero siempre encuentro cosas que me gustan.
Me acojo al comentario de Pablo.
Buenas!
Coincido en varios de los libros de la lista (Moby Dick, La Broma Infinita, y alguno más) y me permito añadir El Tambor de Hojalata de Günter Grass. Para mí, un soberano ladrillo.
Un saludo
El tambor de hojalata fue uno de los primeros libros que dejé inconcluso. ¡No lo soporté!
La mejor obra de Murakami sin discusión es la que tú comentas, pero el título está mal citado. El bueno: Crónica del pajaro que da CUERDA al mundo. Un libro brillante
Pablo me gustó mucho su artículo, sobre todo la línea que dice «No hay peor literatura que la que aburre, por muy bien escrita que esté.»
De acuerdo al 100%, antes terminaba todo libro que empezaba, a veces más por disciplina que por disfrutar de la lectura. Hoy dejé eso atrás y he podido leer obras maravillosas y dejar atrás algunos plomos que me aburrían soberanamente.
Entre mi listas de inconclusos está Ana Karenina, los monólogos de Levin eran insufribles.
Yo si completé Los detectives salvajes, no me gustó mucho pero no me era repelente y lo hice más por entender un poco toda ese culto que despierta Bolaños (aún no lo entiendo)
Algunos sí los he terminado, aunque me costaran. Me costó algunos años dejar de leer lo que no soporto.
Y el libro responsable fue «Volverás a Región», de Juan Benet. Un libro que creo que no ha acabado nadie.
Anna Karenina insufrible? La traducción de Cátedra es insoportable pero la de Alba es una maravilla imposible de dejar inacabada. Le recomiendo que la retome con esa traducción y, si no soporta los monólogos de Levin, como dijo hace poco en una columna Rosa Montero, no tiene más que saltárselos! Yo no lo hice y lo leí entero con pasión, pero entendería si los obviara. Dele una oportunidad, no se arrepentirá. Respecto a la fama de coñazo que tiene la literatura rusa, estoy convencida de que es por culpa de las terribles traducciones indirectas que hasta hace poco hemos tenido en español (la mayoría del francés o el inglés). Afortunadamente desde hace unos años se está remediando ese fatal error y cada vez tenemos nuevas y mejores traducciones directas del ruso.
Gracias, Pablo, por esta oportunidad de hacer terapia de grupo.
Me sigue costando abandonar la lectura de libros aburridísimos, me consuela, además, llegar al final y alimentar así un rencor libre de dudas o reproches externos.
Es curioso, todos los libros cuya lectura recuerdo casi con dolor, son grandes clásicos, presuntos prodigios del placer, y la mayoría, además, son larguísimos, recuerdo, entre otros: El Tambor de Hojalata, Viaje al fin de la noche, Neuromante, Moby Dick, Middlesex, La conjura de los necios, Los detectives salvajes, El almuerzo desnudo, La balsa de piedra, Justine, Confieso que he vivivo… ¡Vaya!, me han salido todos estos de un tirón y sin forzar, sí que es fuerte el rencor.
En cambio, Marías, por ejemplo, no me aburre, me entretiene, aunque no cuente nada y él como personaje resulte ridículo por pretencioso, y reconozco que Los Enamoramientos a ratos me daba risa de puro absurdo, pero lo leo encantado.
Entre los comentarios, hay muchos títulos que sí acabe y disfruté mucho. En parte será que la lectura es una experiencia subjetiva, pero creo que también influye mucho el momento concreto y particular en que cada uno de nosotros abre un libro.
Salud a todos.
«El Almuerzo Desnudo»…acabo de terminarlo.
Por favor que le otorguen premio OTH al autor: ole tus huevos.
Pingback: 18/03/14 – Unfinished business : los libros que nunca terminamos | La revista digital de las Bibliotecas de Vila-real
Me ha gustado mucho el artículo, mis felicitaciones al autor. Coincido en varios libros que yo tampoco he podido/querido terminar, y añado La casa Verde (y eso que me encanta Vargas Llosa)
Lo de Javier Marías es el típico caso de escritor que amas o que odias. Estaría bien que Jot Down escribiera un artículo sobre él y la diversidad de opiniones que provoca.
Una sugerencia: estaría bien traducir las citas en inglés.
Un saludo
Me sumo a tu petición. Me gustaría además que jotdown tradujese al español sus americanismos o palabrejas en inglés que desperdigan en sus artículos culturales.
Gracias por este artículo. Una se siente acompañada.
A mi me cuesta hincarle el diente a los clásicos. «En busca del tiempo perdido», «rojo y negro» » Historia de dos ciudades». Los dejè al poco de empezarlos.
Umberto Eco y Almudena Grandes se me hacen infumables. De Eco sólo disfruté con «el nombre de la rosa».
Me ha pasado lo mismo con Murakami. Disfruté la » crónica…» Aunque sin pasarse y «1Q84» me pareció una tomadura de pelo.
Antes me obligaba a terminar los libros aunque no me gustasen. Ahora ya no; hay mucho que leer. Pero aun me siento culpable.
No sé si es mal de muchos, pero esto es un consuelo para mí. Yo me he lanzado loca y jubilosamente a los brazos de una segurísima obra maestra para presentir antes de la página veinte que lo que prometía ser un encuentro sublime no era más que una inmolación alevosa, interminable, intransitable y, por si no fuese suficiente, ignominiosa. No pude con Cien años de soledad, ni con Guerra y paz, ni con Moby Dick. Aunque Cortázar me encanta, Rayuela me sacó de quicio hasta que dejé de intentar seguirla y empecé a espiarla, leyendo líneas, párrafos al azar, y así sí me gustó. Ulises sigue en la biblioteca, en penitencia los dos: tropecientos intentos y sigo sin carné… Con Proust no fue tan difícil: escribe de muerte; pero me dejó exánime, así que tampoco le devuelvo las llamadas… Fiuuu… ¡qué desahogo! ¡Esto es terapéutico!
Estoy convencido de que el señor Hernández es una persona con muchas lecturas a su espalda y que, además, a la vista está, escribe correctamente; se sabe expresar. Ahora bien, este artículo me parece más propio de un blog personal o de una charla entre amigos que de una revista que me tiene acostumbrado a un análisis más profundo y preciso de los aspectos que trata. Su autor ha llenado este texto de vaguedades y clichés- vaguedades y clichés en los que, por otra parte, todos podríamos caer si hacemos una lectura superficial de las obras que menciona, como él, sin duda, hace- y, además, remite constantemente a su experiencia como lector que, honestamente, me importa un bledo porque yo no sé quién es el señor Hernández Blanco y no tengo porque fiarme de su pericia a la hora de enfrentarse a un texto. Leo Jot Down para descubrir cosas nuevas, profundizar en otras que ya conozco o saber más acerca de la vida y opiniones de personas que, por su experiencia u obra, me interesan; no para enterarme de lo que este señor opina de una serie de lecturas superficiales hechas de varios libros elegidos a la virulé.
Te sientes frustrado, a menos que me equivoque. Eso me hace sentirme solidaria, no porque la frustración me parezca una causa defendible, sino más bien porque de vez en cuando la padezco (últimamente, mucho más –el porqué no viene a cuento–, y eso me convierte en persona sensible, deduzco, además de acertada, prefiero, y oportuna, alucino). Pero mi solidaridad no me impide agradecer un poco de domesticidad por parte de los difusores de la cultura, ese impulso de decir lo que sea que estén pensando acerca del no va más o de todo lo demás o de lo que sea. Me parece de coña que haya alguna digresión, algún camino alternativo al rígido proceder en la comunicación de la cultura. No sólo permite solidarizarse, sino discrepar con todas las ganas. Es fantástico.
Hay artículos en Jot Down que se escriben para dialogar con los lectores de forma más directa o simple, piensa sino en los «Voten, voten!».
Los libros de los que habla el autor son libros que él no se pudo terminar, que seguramente serán distintos que los tuyos o los míos. Si no te interesa lo que él piensa, pues no lo leas.
Es un pensamiento al que llevo tiempo dándole vueltas, y no sé si alguien estará de acuerdo conmigo, pero creo que es más fácil abandonar un ebook que un libro en papel. Es como si la presencia física del libro me obligara a seguir con él, mientras que no tengo ese sentimiento de culpa cuando el libro es un archivo en un aparato.
Que yo recuerde, sólo he abandonado leyendo en papel Ensayo sobre la ceguera por incompatibilidad ideológica con Saramago (claro que entonces tenía 16 años y no lo sabía), y El idiota de Dostoievski porque apenas tuve tiempo de leer ese mes y tuve que devolverlo a la biblioteca, mientras que en ebook ya van abandonados el 2666 de Bolaño, On the road de Kerouak, Historia de dos ciudades, Corazón tan blanco (comparto la opinión de que Marías es mejor columnista que novelista), El país del miedo, La marcha Radetzky… y más que ahora mismo no recordaré.
En otro orden de cosas, la semana pasada retomé Viaje al fin de la noche por donde lo había abandonado hace seis meses, ayer lo acabé y me alegro muchísimo de haberlo hecho.
Me queda por leer,desde hace ocho o nueve año,un poco más de la mitad del segundo tomo de «El hombre sin atributos» de Musil, podría presumir,o lo contrario, de haberlo comprado al menos.
A mí con el libro que me pasó eso fue Guerra y Paz de Tolstoi… me fastidié de tantos nombres, de la historia. Me aburrí después de leer la mitad del libro ya mejor lo dejé y ahora dudo volver a agarrar un libro de Tolstoi.
Te animo a que por fin termines con Moby Dick, porque junto al máster en zoología marina, te llevarás el gusto de haber leído uno de los finales más interesantes y melancólicos. Aunque ahora mismo no recuerdo si esas sensaciones fueron fruto del mareo que me produjo… En cuanto a Nocilla Dream, siempre me quedaré sin saber cómo termina, y sin ningún pesar de conciencia.
Pufff, Ponche de ácido lisérgico, demasiado subidón de LSD para mi, solo lo leí por aparecer Neal Cassady: http://www.rocknblogsuicide.com/2014/02/neal-cassady-y-su-ultimo-ponche-de.html
Precisamente Borges tenía muy clara la idea de que leer debe aportar placer, resultar agradable. Siempre recomendaba la lectura hedonista.
De las obras del artículo, coincido en La náusea. El resto ni las he acometido.
Y cómo desentona en la filosofía del artículo la pequeña disgresión «no me fiaría de alguien que no disfruta como un crío con Crimen y Castigo». Pues aquí me tiene, he leído Crimen y Castigo y puedo decir que mi experiencia al hacerlo está muy lejos de esa expresión. No tuve que luchar mucho contra la pesadez para terminarlo, es cierto, pero me temo que Dostoyevsky no se encuentra en mi círculo de lecturas hedonistas (dicho sea de paso, Borges tampoco).
Cormack Maccarthy pudo conmigo y no aguanté más de 100 páginas de su laureado «Meridiano de sangre». Me sentí como uno de esos tipos anónimos que morían en condiciones paupérrimas perdidos y muertos de sed en medio del desierto. La historia continuó, y yo me quedé tirado en el camino. D.E.P.
Si le sirve de consuelo, a mí me pasó lo mismo. De él sólo he leído -integramente- ‘La carretera’.
Saludos.
A mi me pasó lo mismo! Muy bien descrito, Alfonso :-)
Gran artículo que permite purgar demonios. Añadiré una anécdota con Moby Dick. Me lo tenía que leer para un examen de la carrera y lo fui dejando, dejando… Hasta que me lo tuve que leer enterito en ¡dos días! Más de diez horas diarias leyendo ballenadas (saltándome las partes más jodidas, claro…). El examen lo aprobé, pero juro que nada más salir e ir a casa me metí en la cama y estuve malo tres días, con unas pesadillas malisisisisimas…
Viaje psicotrópico «El Almuerzo Desnudo»; ese tipo de libros que no debe faltar en tu casa y que al acabarlo, prometes volver a abrir dentro de muchos años, buscando ese concepto que ahora no entiendes, y que esperas entender en el futuro.
Sinceramente, os hago una modesta pregunta: ¿es que de verdad os gusta leer?
Yo te contesto, Perico: lo que nos gustaría es subir el Everest en modo fácil. No queremos sufrir mientras leemos pero, al mismo tiempo, anhelamos hollar las grandes cimas de la literatura. No queremos que nos torturen como solían hacerlo nuestros profesores de matemáticas pero, al mismo tiempo, queremos entender una «brillante trama, finamente calibrada». No queremos esforzarnos pero, al mismo tiempo, queremos situarnos a la misma altura del escritor. Queremos que el autor nos lo dé todo masticado pero, al mismo tiempo, no debemos darnos cuenta de que nos trata como imbéciles. Nos gustaría haber leído todas las grandes obras maestras, sobre todo aquellas de las que todo el mundo habla… pero odiamos las piedras en el camino… Nos gustaría entender la historia de El arco iris de gravedad pero en modo ‘Barrio Sésamo’. Murakami no nos satisface por simple… y Pynchon por complejo. El Ulises de Joyce, para satisfacer nuestras necesidades, debería acceder a nuestro cerebro reptiliano tan rápido como los tuits. ¿Te queda claro ya?
No me he leído todos los comentarios, pero creo que nadie ha mencionado las obras de Julio Verne. Me da vergüenza admitirlo, pero me parece que hay algunas bastante pesadas. Ya me costó terminarme «Viaje al centro de la tierra» y «20.000 leguas de viaje submarino» lo finalicé por pura cabezonería (cuando me hartaba, leía «Ana Karenina»). Pero con el que nunca he podido superar la página 40 es con «El faro del fin del mundo». Me gustan, sin embargo, «Un capitán de 15 años», «Los hijos del capitán Grant» y «Miguel Strogoff»
Sí, lo se, no voy a presumir de que los he leido todos. ‘Moby Dick’ es cierto que tiene exceso de equipaje, pero aún así me la terminé y la disfruté. Y llegue a la página ciencuenta de ‘La náusea’, no más. Pero reconozco haber abandonado muchos libros por falta de interés o haberlos leido como una especie de obligación. Abandoné ‘Tokio blues’ (que no se entere mi hija, que me lo regaló) porque no acababa de identificarme con el personaje (claro, tampoco tienes que identificarte con Drácula si lees a Bram Stoker); bueno, quizás sea ese el motivo, u otro que olvidé. Abandoné ‘El nombre de la rosa’, por su exceso de descripciones; no pude con ‘Al este del edén’ de Steinbeck, aunque lo dejé bien avanzado. ¿Soy un mal lector? No, porque disfruto bastante con los libros que me gustan, sin obligación de leerlos.
A mi me pasó algo raro con El Limonero Real de Juan José Saer, cayó en mis manos como parte de una colección en casa de un amigo y no pude pasar de la página 10. Unos años después lo volví a encontrar y lo leí de cabo a rabo, no solo ese sino toda la obra del escritor. Con lo que considero que el momento de la primera página es fundamental. Creo que es mejor dejar el libro sin esforzarse demasiado para no cogerle idea y así siempre queda abierto para otra oportunidad. También es cierto que hay otros imposibles, como los de En Busca del Tiempo Perdido, al menos para mi.
Nubosidad variable fue la primera novela en la que tuve el placer de enviarla de vuelta, definitivamente, al estante. ¡ Qué poco me interesó, Dios!
Tampoco he acabado «El dios de las pequeñas cosas», pero es por que sospecho que matan a Velutha y no quiero asistir a su muerte.
Mejor que no acabaras 1Q84, es una estafa. Pero discrepo en lo que concierne a las traducciones en español, a mí me parecen que son muy acertadas y la narrativa es muy fluida.
Lo de Marías y Bolaño no tiene perdón de Dios; pero como estoy tan de acuerdo en otros muchos del listado yo al menos te lo «perdono». Además, como debo ser el único filólogo que opina que «El Quijote» (que no Cervantes) es lo peor que le ha pasado a la literatura española en toda su historia, le dejo a otros insignes colegas las valoraciones literarias inquisicionales.
De pequeño, mi madre (profesora de literatura) me dió el Cien Años de Soledad con el aviso de «si para la página 50 no te gusta, déjalo y lo intentas en unos años». No entendí nada y lo dejé. Lo cogí de nuevo de adolescente y fue una borrachera, no me duró ni dos días y hablaba en sueños del libro. Ahora es el libro que más he disfrutado nunca, tras varias relecturas.
A los que no os haya gustado, de verdad que se merece una segunda oportunidad.
Truco del almendruco: todos los personajes se llaman igual, sí, pero es que está pidiéndonos a gritos que nos dejemos llevar y que renunciemos a controlarlos.
Jajaja yo también dejé Moby Dick, el capítulo cetáceos fue la puntilla. Y de Foster Wallace qué decir, otro de los que suena habitualmente para el Nobel. Infumable es poco, El Rey Pálido es otra patraña abominable.
Un libro bueno que dejé es el ‘Libro del desasosiego’ de Pessoa que supongo un día será retomado. Uno de esos sagrados (para algunos) que me hartó es ‘En el camino’ de Kerouac. Y ahora lucho con ‘La montaña mágica’ de Mann. Además tengo en la lista de pendientes ‘El hombre sin atributos’ de Musil, por su extensión puede ser perfectamente dejado en cualquier momento, já.
Coincido en unos cuantos del artículo, pero no entiendo ni comparto que esté «Viaje al fin de la noche», de Céline. Personalmente me sedujo al poco tiempo de empezarlo, y te acostumbras enseguida a la prosa acelerada, quebradiza y transgresora del francés. Y con un buen número de párrafos y páginas que te mantienen pegado de lo buenas que son. Lo devoré en poco tiempo.
A mí me pasa con la mayor parte de la obra de Martin Handford. No sé si será por la profusión de personajes o porque me acabo perdiendo en una trama alambicada y caótica en estructura y semántica narrativa. Así que al final lo dejo antes de encontrar a Wally.
Dejando aparte los libros escritos en castellano ¿Has probado a conseguir una edición mejor?
Con una traducción decente, quizás…
No veo Ulises de Lloyle en las listas…Si has sido capaz de terminártelo te doy mi enhorabuena porque es y será mi eterno inacabado…
¿El Barón Rampante no? BUUUUUUUUUUUU
Totalmente de acuerdo.Jornada de un escrutador de votos,una maravilla.
Por en contrario a mi me ENCANTÓ Moby Dick, todo lo de las ballenas lo considero increíble, uno de los mejores, estimula la imaginación oceánica.
Hay ideas recurrentes en las apreciaciones de cada una de las personas que dicen amar la lectura y confiesan haber abandonado algunos libros; pienso que es casi lógico hacerlo y depende de las más variadas (des) motivaciones. Hay lecturas para cierta edad y estilos que no podríamos encarar en determinados momentos de la vida, existe asi mismo el referente de los clásicos y de aquellos autores que sería un sacrilegio hacerlos prescindibles, pero finalmente, considero que lo importante es reivindicar el valor intrínseco de la solitaria y concienzuda consagración a la maravilla de la lectura, al toque que uno u otro escritor esperaba suscitar desde su entrega en el alma de quien se adentra en su universo. Habrá entonces imprescindibles y al lado, otros pelmazos que no merecen ni siquiera la intención de que volvamos a intentarlo; a todos sin embargo, merece la mención de creadores, profetas o magos, que al atreverse con la palabra, desencadenaron una o varias pasiones, absurdas o contradictorias, que siguen habitando nuestros sueños!
Yo he tenido que abandonar La Divina Comedia, sentía de que desperdiciaba mi tiempo, total, es un sarta de mentiras. Acaso mi escepticismo no me dejó terminar, lo detesté y no siento deseos de volver. Rrescatable es una buena narrativa.
Respuesta al comentario de Efraín Leiva Gutiérrez 21/07/2015:
En verdad, dejar un libro es como dejar de ver a un amigo, es posible volver a encontrarlo por el camino y continuar aquellas conversaciones que quedaron truncas, las cuales se pueden reiniciar con un » …que hay de nuevo ..?» o con un «…decíamos o leíamos ayer…».-
Almas muertas es uno de los mejores libros que he leído, y le aviso, está inconcluso.
A mí me pasó algo parecido con las Correcciones de Franzen, todo iba bien, los personajes me gustaban, tenían su profundidad y tal, pero llego un punto en que la historia dejo de atraerme.
Menos mal que no se han acordado de Faulkner…Ufff
Bien por Escamilla
Underworld de Don DeLillo… . Blood Meridien de Cormac Maccarthy (la verad es que lo acabé de milagro, exhausto, y todavía no tengo claro si en su conjunto me acabó gustando o no), As I Lay Dying de Faulkner, V de Pynchon, Catch 22 (pero este tengo que volverlo a intentar, tengo ese presentimiento.), Solar, de Ian Mcewan (y mira que me gusta McEwan, pero que poco me interesó este libro….), y por supuesto, por encima de todos, la Broma Infinita, sin comentarios….
Alguno se me habrá quedado en el tintero…
Genial artículo, coincido en algunos :)
Aunque no he leído la mayor parte de los libros a los que hace referencia, no puedo estar más en desacuerdo con el comentario que hace sobre Javier Marías. Al contrario que a usted, a mí me sorprende la capacidad que tiene de expresar vivencias y emociones con una precisión más propia del lenguaje técnico y una excepcional riqueza de matices. La escritura de Marías alcanza a veces las más altas cotas de la expresión en castellano, para mí es sin duda el mejor escritor vivo en nuestra lengua.