Magic no sabía aún si iba a vivir o no ni cuánto, así que dejó de pedir perdón por no estar muerto y decidió volver a divertirse. Era un 30 de enero de 1996, las Spice Girls arrasaban por el mundo, Tarantino había asombrado a todos con Pulp Fiction, el Atlético de Madrid se aproximaba a un improbable doblete… y Earvin Johnson, a sus treinta y seis años, volvía a sentir la adrenalina del pasillo de acceso a la pista del Forum de Inglewood. La vieja estrella ante sus viejos aficionados, destellos de unos años ochenta ya muy atrás en el tiempo, ensoñación de un esplendor pasado.
La vuelta a las canchas del mítico 32 no se entendía sin el regreso de Michael Jordan apenas un año antes. Los dos dijeron la misma frase, aunque con tonos distintos: Jordan escribió un somero «I´m back» y en cada rueda de prensa dejaba bien claro que no estaba para tonterías, que en cuanto las piernas volvieran a coger ritmo los Bulls iban a ganar setenta y dos partidos por temporada y llevarse tres anillos. Magic lo dijo a la cámara, una de esas cámaras que tienen un tipo detrás empeñado en que digas lo que él quiere que digas, y en sus mismas tres palabras se veía algo que no era exactamente competitivo, sino más bien vital, una especie de redención.
Magic no era un tipo de pequeños objetivos y desde luego no era un tipo al que la imagen le diera igual. Aunque 1996 no fuera 1991, él estaba convencido de que de alguna manera seguía siendo un apestado, como cualquier enfermo de VIH en aquellos años del pánico y la estigmatización. Primero se fue porque no quedaba más remedio, pero si no había vuelto antes era porque no le querían ahí. Si por él hubiera sido, llevaría cuatro años ya jugando en los Lakers, una vez que se vio que el virus no se extendía, que la medicación conseguía pararlo en el día a día.
Eso es lo que pedía él: un día a día, una rutina que le permitiera volver a sentirse completo, feliz, sonriente. Magic Johnson. No pudo ser. Su propio compañero de Dream Team, Karl Malone, corrió tras aquellos Juegos a decir que él tendría miedo de jugar contra Magic, que la liga tendría que pensárselo dos veces antes de aceptar que un enfermo de VIH jugara un deporte de contacto. Si un amigo pensaba eso, ¿qué no pensarían los enemigos? Mucho se ha especulado sobre si Malone lo que quería era quitarse un rival de encima, pero lo cierto es que Magic entendió el mensaje y abortó su retirada.
Ahora no. Ahora no le abortaba nadie. Ahora sus objetivos eran, sencillamente, «revolucionar la posición de ala-pivot». Su cuerpo no tenía nada que ver con el de cinco años atrás, cuando jugó su último partido como profesional durante las finales que enfrentaron a Lakers y Bulls. Estaba más fuerte y, por qué no decirlo, con un punto sobremusculado. El desarrollo de un cuerpo al que cebas a pesas pero le quitas la alta competición del medio. Magic parecía de todo menos el gigante ágil que había sido durante más de una década. Su equipo, además, ya tenía un base estrella en la plantilla, Nick Van Exel, así que lo más sensato era reconvertirse en un jugador interior y desde ahí dirigir el ataque. Lo llamó «point forward». Cómo pudo sentar eso en un equipo que ya ganaba sin Magic y en el que cada uno buscaba su dosis de estrellato californiano, imagínenselo.
El líder que nadie había pedido
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Magic ya conocía a la plantilla y la plantilla conocía a Magic. Nada apuntaba a que se llevaran demasiado bien. De su época como jugador quedaban Elden Campbell, por entonces un novato, y el serbio Vlade Divac. De sus pocos meses como entrenador en 1994 había que añadir a Peeler, Threatt y Van Exel, es decir, precisamente los tres bases. No es fácil ser compañero de alguien que te ha mandado en el pasado. Al revés sí puede funcionar, y por eso hay miles de casos de exjugadores que pasan a ser entrenadores de los tíos con los que compartían ducha cada día sin que eso afecte a sus roles. Convertirse en un hijo de puta es sencillo, lo complicado es que dejen de verte de esa manera.
Obviamente, en ese mundo de egos que era la NBA y especialmente Los Ángeles a mediados de los noventa, la llegada de Magic era más una amenaza que un honor. No era algo que se fuera a decir abiertamente, pero se sentía en cada declaración, en cada mirada. Tras su esplendoroso debut contra los Warriors, con 19 puntos, 10 asistencias y 8 rebotes en apenas 27 minutos, llegaron los Bulls y abrieron todas las heridas posibles. Jugar contra Golden State era un sueño: allí no defendía nadie. De hecho, el propio Magic declaró después del partido: «Me costó muchísimo sentir el juego, leer el partido. No me di cuenta de dónde estaba hasta que Joe Smith me metió un buen viaje», pero Chicago era otra cosa muy distinta.
Magic necesitaba saber si la pasividad de la defensa rival era respeto o era miedo. Para él, era clave saberlo. ¿Se apartaban, rehuían el choque? Y sus compañeros, ¿le daban la pelota por órdenes de arriba o realmente confiaban en él, creían que podría liderarles a una nueva final? Los Lakers marchaban cómodamente en puestos de play-offs con momentos de cierta brillantez gracias al individualismo de Eddie Jones, Cedric Ceballos o el citado Van Exel, pero, ¿estaban dispuestos a reagruparse como equipo alrededor de la rotunda figura de Magic? No sucedió en 1994, ¿por qué iba a pasar dos años más tarde?
Aquel partido contra los Bulls fue clave en lo que vendría después: primero, porque los Lakers perdieron y perdieron bien ante un equipo que solo se dejó diez partidos en aquella temporada. Segundo, porque Dennis Rodman le dejó claro a Magic que la liga ya no le pertenecía. Ni como base, ni como pivot. Dennis cogió 23 rebotes, le pegó todo lo que pudo y maniató su rendimiento en ataque permitiéndole 15 puntos pero solo 3 asistencias y 3 rebotes. «Cuando juegue contra tipos como yo o Shawn Kemp, ya sabe lo que le espera». Sí, Magic sabía lo que le esperaba, y en la rueda de prensa que prepararon después del partido, los dos solos frente a un centenar de periodistas, el perro viejo Michael Jordan no dudó en recordárselo: «Veo a Magic con la entrega de antes, con la misma energía, pero, ¿están sus compañeros en la misma onda? No lo sé, lo dudo mucho».
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Había que ver la cara de Magic al lado, aguantando el chaparrón. Lo último que quería era algo así: Michael Jordan salvándole la cara… para culpar a sus compañeros de las derrotas y de no estar a la altura. ¿Cómo te presentas en el vestuario después de algo así, solo dos partidos en el campo y ya el niño mimado de la prensa y los rivales? Jordan sabía lo que hacía: iniciar una guerra civil, y los hechos vinieron a darle la razón.
Van Exel y Magic: tensión y árbitros por los aires
Efectivamente, Magic lo dio todo. Visto en perspectiva, sus números de aquella segunda mitad de temporada son espectaculares: 14,6 puntos; 6,9 asistencias y 5,7 rebotes después de casi cinco años sin jugar un partido de la NBA. Ahora bien, no es que sus compañeros le dejaran tirado, es que estaban en otra onda. Había algo en las celebraciones de Magic que no cuadraban, como el que llega el último a la fiesta, cuando todo el mundo está ya de resaca e intenta ser el más gracioso. Magic anotaba o asistía y levantaba los brazos, a su vieja manera, animando al público, mientras los demás jugadores se comportaban como meros funcionarios, sin saber muy bien qué hacer porque el entusiasmo nunca había sido lo suyo.
Los Lakers ganaron mucho más de lo que perdieron con su nueva incorporación: ocho de sus primeros nueve partidos para un total de veintitrés victorias y diez derrotas prácticamente todas saliendo desde el banquillo. En el camino hubo una lesión muscular que le dejó fuera un par de encuentros y un incidente que marcaría la recta final de aquella temporada: casi al final de un tenso partido contra los Denver Nuggets que los californianos acabarían perdiendo, Van Exel sacó su cara menos amable, la del chico del barrio que siempre había sido. Disgustado por una decisión del árbitro Ron Garretson no se le ocurrió otra cosa que empujarlo con el codo completamente fuera de sí y lanzarlo contra la mesa de anotadores. Magic salió corriendo a separarlos, Garretson de nuevo de pie y desafiante, y a Van Exel le cayeron siete partidos de suspensión.
Una semana más tarde, en un contexto aún más absurdo, un partido intrascendente en casa contra los Phoenix Suns en el que además su equipo iba ganando, Magic Johnson pidió falta en una acción que al árbitro Scott Foster le pareció parte del juego. La estrella fue a pedir explicaciones y no se le ocurrió otra cosa que utilizar el cuerpo como forma de intimidación. A las primeras protestas le correspondieron una técnica; al empujón con el pecho, una expulsión directa y sanción de tres partidos.
¿Qué demonios pasaba en los Lakers? La supuesta estrella del equipo se liaba a puñetazos con un árbitro y además le llamaba teatrero mientras que el supuesto líder primero le echaba la bronca en público y luego repetía una acción similar a los siete días… Lo que estaba claro es que aquel equipo estaba fuera de sus casillas. Un equipo que acababa la temporada con cincuenta y res victorias, incluyendo seis en los siete últimos partidos, y en el que nadie parecía estar contento. Su rival en la primera ronda de play-offs no invitaba al optimismo: los Houston Rockets de Hakeem Olajuwon y Clyde Drexler
El último baile de Magic Johnson
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Como cabezas de serie, los Lakers deberían de haber sido los favoritos pero no lo eran. Seguía habiendo algo ahí que no cuadraba. El equipo había dado la campanada el año anterior eliminando a Seattle en primera ronda pero esa progresión se había truncado al añadir un elemento externo completamente ajeno a la dinámica del grupo. Una dinámica, por otro lado, que consistía básicamente en ir cada uno a lo suyo. La ausencia de química en la cancha y fuera de ella era palpable y además su rival venía de ganar dos títulos seguidos de la NBA.
Aquellos Rockets de Rudy Tomjanovich eran el típico equipo que apuraba cada gramo de talento y esfuerzo. Con la sensación de tener muy poco, te la jugaban siempre. Sus temporadas regulares no tenían nada de espectacular pero llegaban los play-offs y ahí todo cambiaba: a Hakeem Olajuwon y Clyde Drexler les acompañaban excelentes jugadores de complemento: Sam Casell, Mario Elie, Robert Horry, Kenny Smith… En Houston todo el mundo sabía lo que tenía que hacer, lo hiciera mejor o peor. En Los Ángeles sucedía lo contrario: había calidad para aburrir, pero muy poco orden. En el primer partido de play-off, jugado en el Forum, Houston hizo de las suyas y después de ir buena parte del partido por detrás apretó cuando contaba y se llevó la victoria 83-87 pese a los 20 puntos y 13 rebotes de Magic. Van Exel, de regreso de su sanción y completamente desquiciado, acabaría con un 1/11 en tiros de campo.
Aún tuvo tiempo Magic de tirar de orgullo en el segundo partido. Si los Lakers perdían estaban fuera. Todo el mundo daba por hecho el fichaje de Shaquille O´Neal para el año siguiente y Jerry West estaba fascinado por ese chavalín de instituto llamado Kobe Bryant, tan fascinado que acabaría traspasando aquel verano a Vlade Divac con tal de poder contar con él. Llegaba la juventud y Magic ahí no pintaba nada. Lo único que quedaba, por si acaso, por si todos los expertos tenían razón y la veteranía de los Rockets podía al final con la indolencia de los Lakers, era darse un buen homenaje de despedida ante su público.
Así fue, el 27 de abril de 1996, Magic Johnson jugaba su último partido como profesional en el Forum de Inglewood. Una victoria por 104 a 94 que empataba la serie, con 26 puntos, 7 rebotes y 5 asistencias del suplente de lujo. Ahí dejó la leyenda sus últimas fuerzas. Los dos partidos de Houston no tuvieron demasiada historia o, más bien, tuvieron la misma historia en los dos casos: comienzo fuerte de los Rockets y a amarrar. Los números de Magic bajaron ante la defensa de Robert Horry, que ya era perro viejo a los veinticinco años: apenas 15 puntos entre los dos partidos, junto a 18 asistencias y 14 rebotes.
Los Lakers perdieron aquella serie 3-1 y Magic anunció su retirada definitiva. «Al menos esta vez lo he podido hacer en mis propios términos». Probablemente, él imaginaba que su presencia podía ser algo parecido a lo que fue para él la de Abdul-Jabbar en 1979: el ídolo que inspira al resto de chavales. Pero eran otros tiempos y eran otros chavales. Tiempos de Notorious BIG y Tupac Shakur. Earvin se llevó la sonrisa a los despachos, una sonrisa de payaso triste, forzada, la sonrisa del que no ha encontrado a nadie que le contara un buen chiste.
No importó: todo el mundo le había dado por muerto durante cuatro años y él les había demostrado que estaba más vivo que nunca. Para él y para millones de enfermos en todo el mundo, eso era lo que contaba. Y que Van Exel buscara sus anillos en cualquier otra parte.
Magic representó el ocaso de una era que culminó ante nuestros ojos en Barcelona, con aquel legendario encuentro frente a Croacia.
La NBA ha tenido momentos memorables desde entonces, pero se desvaneció el hechizo de un estilo que ninguna estrella posterior ha rescatado (quizá «líneas aéreas Jordan»).
Cuando estudiábamos, había una legión que ilustraba su habitación con ellos (compartían espacio con otro tipo de «top» más reales y femeninas, pero esa es otra historia), y cada día las conversaciones giraban al mismo nivel en torno a revistas como «Gigantes del basket» que a las estrellas del fútbol.
Será que crecimos con ellos y nos hemos vuelto cabezotas, pero aquella época en la que triunfó Magic era más auténtica y emocionante que lo vivido hasta la fecha.
Excelente
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