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Samplers y exemplos: DJ Manuel y el conde Lucanor

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Detalle del retrato de don Juan Manuel en el retablo de la Virgen de la leche de la catedral de Murcia. Fotografía: SAAE (DP).

Para empezar, tenemos que imaginarnos la primera mitad del siglo XIV como un periodo tan convulso y peligroso como lo fue la Transición española desde 1975 hasta el golpe de Tejero. De hecho, el escritor del que voy a hablar a continuación fue en realidad un político, un poderoso político (es decir: un poderoso aristócrata) que solo se dedicó a la literatura en la segunda parte de su vida, después de haber participado en mil conspiraciones y sobrevivido a no sé cuántas puñaladas traperas.

Don Juan Manuel fue una especie de barón a lo Miguel Herrero de Miñón o Rodolfo Martín Villa, un señor feudal que fue perdiendo influencia hasta quedar en nada. De hecho, buena parte del material literario que aparece en sus obras proviene de su experiencia política, algo completamente normal hoy, pero bastante raro en la Edad Media: don Juan Manuel, convertido en personaje, hizo y dijo en su literatura lo que no pudo o no quiso hacer ni decir durante su vida.

Nota a pie de página: pasar a la historia como el hombre que uno habría querido ser y no fue ha constituido siempre una tentación para los políticos de todas las épocas. Primero participan sin escrúpulos en encarnizadas luchas de poder, y luego se aplican a construir en sus memorias una seráfica imagen de sí mismos como hombres de Estado comprometidos con el bien común. Don Juan Manuel no fue una excepción, pero al menos no cobró por ello. Fin de la nota.

Desde 1282, el año de su nacimiento, hasta 1348, el de su muerte, la política castellana, en la que nuestro hombre participó activamente, fue una sucesión de usurpaciones de trono, venganzas, intrigas, asesinatos y alianzas frágiles e interesadas, una especie de todos contra todos con bandos ocasionales. En una situación tan inestable como aquella, la trayectoria política de don Juan Manuel —nieto del rey Fernando III y sobrino de Alfonso X el Sabio— no fue más brutal que la de sus contemporáneos. Su comportamiento, tan lejano muchas veces del que luego predicó en sus libros, estuvo guiado por el beneficio propio. Y no porque él fuera un hombre especialmente aprovechado o no tuviera visión de Estado. Más bien al contrario: don Juan Manuel tuvo una acusadísima visión de estado, de su propio estado, sobre el que llegó a escribir una de sus mejores obras, titulada precisamente así, Libro de los estados. Lo que sucede es que a principios del siglo XIV el estado no tenía nada que ver con nuestro Estado, y mucho menos con nuestro extinto estado del bienestar. El estado era el estamento social, y uno solo podía salvarse al final de la carrera si permanecía dentro del que había nacido. La obligación de don Juan Manuel como hijo de infante era por tanto conservar el estado recibido, mejorando su fazienda y su onra, una tarea a la que se aplicó con el mismo afán conservacionista con el que nosotros preservamos hoy el medio ambiente pensando también en nuestros hijos.

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El castillo de don Juan Manuel en Cifuentes, Guadalajara. Fue mandado construir por el infante en 1324. Fotografía: Håkan Svensson (CC).

De todas las obras escritas por don Juan Manuel (Crónica abreviada, Libro del caballero et del escudero, Libro de la caza, Libro de los estados, Libro enfenido y Libro del conde Lucanor) la más conocida —aunque no la más interesante para entender la ideología de la aristocracia medieval— es la última. El conde Lucanor, incluida desde hace muchos años en el currículum escolar, ha llegado hasta nosotros como una simple colección de simpáticos cuentecillos, que en realidad deberíamos leer como un ensayo o si me apuran como un curso por correspondencia, como un libro de autoayuda escrito para que los hombres, como él mismo dice, fiziessen en este mundo tales obras que les fuessen aprovechosas de las onras e de las faziendas e de sus estados, e fuessen más allegados a la carrera.

Seguro que recordamos el marco narrativo que unifica las cinco partes de este libro. Sí, cinco partes. El conde Lucanor se conserva en nuestra memoria de bachilleres solo con la primera, la más extensa y popular, pero además de los cuentecillos, el libro tiene cuatro partes más: tres compilaciones de proverbios, que van subiendo en densidad y abstracción, y un breve tratadito de doctrina cristiana. Cinco partes que no van cada una por su lado, sino que conforman un largo diálogo entre dos personajes, el conde Lucanor y Patronio.

El conde Lucanor es un tipo humilde y con muchas ansias de conocimiento, pero muy indeciso: vive en un mar de dudas permanente, y es incapaz de sacar conclusiones o de tomar decisiones sin consultar antes con el gran Patronio. El conde le va contando cosas que acaesçieron (un episodio, una anécdota, un incidente, una discusión, una duda) y a continuación le hace una pregunta. ¿Cómo crees que debo comportarme ante el hecho equis, Patronio? ¿Cuáles son las verdaderas intenciones de mi amigo Fulano, que me ha dicho tal cosa? ¿Qué harías tú en mi lugar si te pasara esto? Patronio responde siempre con una fábula, con una breve narración, un cuentecillo, un exemplo que Lucanor y nosotros, los lectores, tenemos que aplicar al caso concreto que ha contado el conde. Si El conde Lucanor en vez de ser un libro medieval fuera un curso por correspondencia, este sería el examen.

Y la solución como siempre, al final: cada una de estas cincuenta breves narraciones termina con un cameo del autor —don Johan—, que en una especie de distanciamiento brechtiano avant la lettre extrae la sustancia del exemplo de Patronio y la sintetiza en un comprimido de dos versos o viessos, que los niños llaman moraleja.

Hasta aquí, la parte destinada, digamos, a los niños de la ESO. Los tres capítulos que vienen a continuación son ya para el Bachillerato: la enunciación de los problemas concretos que antes contaba Lucanor aquí desaparecen. Se eliminan también los exemplos de Patronio. En la segunda, tercera y cuarta parte solo quedan las píldoras desnudas y sintetizadas, los dos breves viessos convertidos en proverbios; tan breves que la mayoría no alcanza los ciento cuarenta caracteres y cabría perfectamente en un tuit.

Estas tres partes proverbiales también están jerarquizadas: los cien proverbios de la segunda son mucho más fáciles de comprender que los cincuenta tuits de la tercera. A su vez, los treinta de la cuarta superan en complejidad a los anteriores y constituyen el último peldaño de una escalera que conduce hasta la doctrina cristiana del tratadito final, que es ya un curso de doctorado.

Esta gradación de estilos que va del cuento infantil a la teología pasando por la recopilación de sentencias o tuits es un intento —muy moderno, por cierto— de ampliar su espectro de lectores. El propio don Juan Manuel lo dice sin ambages: hizo tan clara y divulgativa la primera parte de su Lucanor para que non dexassen de se aprovechar dél los que non fuessen muy letrados. Pues bien, su decisión de oscurecer los capítulos posteriores obedeció no solo a un propósito didáctico, sino también a su instinto de escritor. Don Juan Manuel quiere llegar al gran público, a los aristócratas de cultura laica no latina que buscan en la literatura más deleite que provecho, sin renunciar a ese otro tipo de lectores más exigente, que tiene por mengua de sabiduría fablar en las cosas muy llana e declaradamente; lectores que preferirían que los libros de don Juan Manuel fablassen más oscuro.

He aquí esa tensión entre lo alto y lo bajo que recorre de manera transversal la historia de la cultura. La actitud de don Juan Manuel frente a ella es propia del ambicioso político que fue: entre un lector activo, que disfruta penetrando la oscuridad de las obras, y un lector pasivo, que prefiere dejarse hacer, don Juan Manuel se queda con los dos.

A primera vista, nadie diría que un cursillo por correspondencia o un libro de autoayuda para nobles pudiera tener un puesto destacado en la historia de la literatura. ¿Por qué lo incluimos entonces en el canon? ¿Qué tiene de interesante?

En primer lugar los cuentecillos de la primera parte. Convenientemente presentados, estas piezas constituyen una excelente introducción a la literatura medieval para los niños. Solo por esto merece la pena incluirlo en los temarios. Pero hay más.

También porque tras el Libro del conde Lucanor reconocemos por primera vez en la literatura castellana la actitud y el trabajo de un escritor digamos moderno, muy semejante al escritor profesional que conocemos nosotros.

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Ejemplares del siglo XVI del Libro de las tres razones y del Libro del conde Lucanor conservados en la Biblioteca Nacional de España (DP).

Don Juan Manuel presenta una acusadísima conciencia de autor, algo que no existe en los escritores anteriores y que lo acerca mucho a nuestra manera de entender la literatura. La profusión de obras anónimas en la Edad Media se debe no solo a que muchas de ellas tuvieran un autor colectivo, sino a que los escritores no se consideraban dueños de lo que escribían, sino más bien operarios en una cadena de montaje textual. El autor del Libro de Alexandre debía de tener hacia su obra el mismo sentimiento de propiedad que un trabajador de la factoría Toyota hacia el modelo Prius. En la Edad Media los textos no pertenecían a nadie, circulaban en la cinta transportadora de la tradición literaria: tú podías cogerlos, retocarlos y volverlos a depositar en la cinta para que otro escritor posterior o contemporáneo dejara su impronta en ellos.

A don Juan Manuel esta promiscuidad creativa ya empieza a molestarle. Él sabe, y lo dice en el prólogo de El conde Lucanor, que el proceso de copia (recordemos que faltan todavía trescientos años para la imprenta) trae aparejada siempre la comisión de errores. Y sabe que una simple errata puede dar al traste con el sentido de todo un párrafo. Y esto, con ser malo, no era lo peor: lo peor para él era que además de echar a perder sus textos, le echaran a él la culpa de los errores. A él, que se curraba tanto las estructuras y el estilo de sus libros. Por favor, llega a decir en el prólogo hablando de sí mismo en tercera persona, si fallaren alguna palabra mal puesta, que non pongan la culpa a él, fasta que vean el libro mismo que don Johan fizo, que es emendado, en muchos logares, de su letra.

Y por último: imaginemos que don Juan Manuel en vez de haber sido un político escritor, hubiera sido un disk jockey: DJ Manuel. A estas alturas ya sabemos que la historia de la literatura —sus temas, sus tonos, sus formas genéricas— es un flujo de materia en continua transformación: nada nace de la nada, todo viene de transformar el material anterior, como saben muy bien los músicos electrónicos, sobre todo los que trabajan con samplers. ¿Qué grabaciones tenía a su disposición DJ Manuel antes de ponerse a pinchar o a componer?

Tenía en primer lugar los cincuenta cuentos que acabó sampleando en la primera parte de su Lucanor. Todas esas narraciones, algunas de origen árabe, circulaban ya de modo oral o en ejemplarios para uso de predicadores, es decir en colecciones de chascarrillos que los curas utilizaban para hacer más digeribles sus sermones.

Cuando un lector se acercaba al libro de don Juan Manuel no esperaba encontrar en él las grabaciones originales ni se escandalizaba por la versión que este había hecho de los temas clásicos. Era eso precisamente lo que los lectores buscaban: la versión. Más que por la originalidad, el lector se dejaba sorprender por el modo novedoso en que esas historias conocidas por todos habían sido versionadas o sampleadas en el interior de otro texto. Lo que maravillaba, o no, era el eco con que el nuevo autor había conseguido impregnarlas, los tonos y los ritmos con los que las había modificado.

E hizo algo más nuestro escritor electrónico: insertó un tipo de sonido que hasta entonces apenas había sido utilizado en la literatura: la experiencia personal, la memoria, la biografía, la propia vida, que en el caso de don Juan Manuel era además apasionante. Es imposible no ver en Patronio el consejero real que él hubiera querido ser y la impronta de su experiencia política en los episodios y conflictos que atribulan al conde Lucanor.

Tarea

El próximo día, o el siguiente, hablaremos con más detalle de esta manera de escribir reciclando materiales anteriores, tan parecida a la manera de componer que tienen hoy muchos músicos electrónicos. En realidad, habría que preguntarse si se puede escribir de otra manera. Pero hasta entonces, ¿se os ocurre el nombre de algún narrador o de algún poeta que utilice en su obra materiales heterogéneos y que haya conseguido versionarlos con éxito y ponerlos al servicio de su propósito?

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10 Comentarios

  1. Pingback: JOTDOWN - DJ Manuel y el conde lucanor

  2. A la pregunta final: La mayoría de argumentos que utilizó Shakespeare (y no digo todos por no columpiarme) para sus obras solían ser refritos de otras historias. Esto es aplicable, por cierto, a la mayoría del teatro de la época.

  3. estrictamente, la pregunta final, tiene solamente una respuesta… todos (porque usted se pregunta con razón, si se puede escribir de otra manera)

  4. Pingback: 18/02/14 – Samplers y exemplos : DJ Manuel y el conde Lucanor | La revista digital de las Bibliotecas de Vila-real

  5. Qué artículo tan bien escrito, argumentado, ameno, breve, original y que provoca muchas ganas de ir a por el «Conde Lucanor Pinnafidelis Mix feat. Patronio» pero de cabeza. Yo primero acabaré el LBA que el Sr. Orejudo ya reseñó. Siga así, por favor.

  6. Burroughs y el «cut-up».

  7. La biblia es una obra que está prácticamente entera fundada en relatos y mitos anteriores, modificados para servir al fin del Cristianismo, si hacemos caso a algunos autores.

    Si hacemos caso a otros, los autores fueron inspirados por Dios para escribirla….

  8. había por ahí una versión comentada de La Eneida dónde apuntaban los versos (más o menos copiados) de homero… y eran muchos

  9. Pingback: Don Juan Manuel: El Conde Lucanor – Historia Social y Cultural de la Literatura I

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