En parte elegí mi profesión (biólogo marino) por el placer de estar en contacto con el mar y con los paisajes que te brinda el fondo marino. Pasan los años y tus quehaceres diarios de investigación, redacción de informes y artículos y burocracia variada hacen que cada vez tengas menos oportunidades para ponerte las botellas, asir el regulador y calzarte las aletas para meterte en el agua a hacer tu seguimiento y observación de los animales y plantas que estudias. Para mí es un placer el mero hecho de estar ahí, bajo el agua, observando corales o contando peces, pero la disminución de contacto con la naturaleza es, por desgracia, un proceso de «sucesión natural» en el que dejas paso a las nuevas generaciones para que hagan lo que tú hiciste entre los veinte y treinta años: sacar todo el partido posible al mar desde un punto de vista no solo científico sino de puro placer de observación. No he renunciado a este placer, y espero poder estar muchos años disfrutando de ver en directo lo que se me cuenta a través de la pesada escritura de los artículos científicos.
El naturalista, el observador, está muy desprestigiado en una sociedad en la que impera la prisa, la concreción de resultados, el ansia de respuestas y la competitividad. Todo lo «superfluo», todo aquello que no vaya «al grano» y, a ser posible, «ya mismo», se considera inútil o un estorbo. Sin embargo, como concuerdan muchos especialistas, la visión de la gestión a través de la historia natural es esencial para afrontar nuestros actuales problemas. «Para poder hacer una adecuada (y necesaria) simplificación de los ecosistemas y de los hábitats tenemos que hacer uso de la observación y de una visión de la naturaleza mucho más holística» explica Paul Dayton de la Scripps Institution of Oceanography de California «Es necesario un modelo en el que se revalorice el papel del naturalista, con la aplicación de observaciones a largo plazo y con el desarrollo de determinadas disciplinas como la taxonomía o la biología y la ecología de las especies que hoy día están muy desprestigiadas».
Hay muchos científicos que ni siquiera ven lo que estudian, que se dedican a hacer experimentos de laboratorio o desarrollar complejos modelos en los que la observación directa de la naturaleza brilla por su ausencia. Durante las últimas décadas, ramas como la genética o la ecología teórica han adquirido mucha fuerza (y recursos), y aunque sean imprescindibles en el contexto social y científico en el que nos movemos, han tendido a sepultar disciplinas como el análisis y clasificación de las especies. Es curioso observar cómo se nos llena la boca con la palabra biodiversidad cuando solo se han descrito de forma adecuada unos dos millones de especies, teniendo en cuenta que puede haber, según los cálculos, de cinco a cincuenta millones en todo el planeta. Un ejemplo de coordinación entre estas técnicas genéticas de última generación y la inquietud de conocer la biodiversidad del planeta lo da el descubrimiento de cientos de variantes en grupos bacterianos de los que hasta ahora poco o nada se sabía. El propio esquema microbiológico marino ha visto una profunda revisión tanto en el número de nuevas especies como en la función de los diferentes grupos.
Lo que está claro es que hay que aprender a apreciar este tipo de ciencia de nuevo. Cada vez escasean más los especialistas capaces de hacer un análisis holístico, completo del sistema. Las nuevas generaciones se ven en muchas ocasiones marcadas por una línea de investigación tan restringida que es difícil que comprendan más allá de su pequeña parcela de estudio. ¿Cómo distinguiremos las perturbaciones naturales de las de origen antropogénico si no tenemos claro cómo funciona la naturaleza? Hablamos de recuperación y estabilidad de los hábitats, pero, ¿sabemos realmente cuándo son estables, cuándo y cómo pueden recuperarse? Para poder medir el estrés debemos tener muy claros determinados conceptos de base y mirar el sistema en su conjunto, no basar nuestras conclusiones en experimentos de cajas o manipulaciones de laboratorio. Hemos de ser capaces de hacer las preguntas adecuadas, de esa forma seremos capaces de afrontar los problemas con seguridad; esas preguntas siempre vienen de una profundización en la observación naturalista del entorno. Las nuevas generaciones han de poder apreciar este tipo de enfoque, esta manera de plantear la ciencia, de lo contrario será complicado que podamos hacer una correcta gestión de nuestro entorno natural.
Educar, transmitir, sensibilizar
Pero, ¿cuál es el camino? ¿Cómo podemos incentivar el acercamiento de la sociedad a la naturaleza de la que dependemos? Creo que casi todos los de mi franja de edad (unos cuarenta años) recordamos con especial cariño esos domingos por la tarde cuando nos poníamos delante de la tele a ver, hacia finales de los setenta, los capítulos de Jaques Costeau del Mundo submarino. De la poca programación decente que había (y con un margen nulo de hacer zapping, excepto con el famoso UHF), este y programas similares se llevaban la palma. Nos quedábamos hipnotizados con salmones saltarines, bosques de coral o las duras condiciones de la Antártida que tenía que capear un frágil Calypso, todo narrado en primera persona por el comandante francés a lo que se añadía una voz en off que explicaba las aventuras de su equipo alrededor del mundo. Costeau, aunque suene a tópico, nos introdujo en el mar como Felix Rodríguez de la Fuente lo hizo con la fauna ibérica, Carl Sagan con los principios de la astronomía y la astrofísica, David Attenborough con los distintos ecosistemas del planeta y Gerald Durrell con la paciente visión del naturalista consumado. No es cuestión de reivindicar ninguna figura en este texto, solo trato de reflexionar un poco sobre cuál es la forma de ayudar a la mejor gestión de los océanos desde un punto de vista educativo. Muchos de los programas que he mencionado se daban en prime time, mientras que en su mayoría se ven ahora relegados a cadenas de televisión secundarias (y posiblemente deficitarias) y a horas intempestivas. Nada, en mi opinión, va a hacer cambiar la visión de los actuales productores de televisión respecto a programaciones que no venden como los reportajes, y menos los científicos, pero explicar las cosas de forma correcta, amena y con una sólida base de conocimiento no es una tarea tan compleja y puede ser muy atractiva. Yo soy de los que tengo el convencimiento de que puede ser incluso rentable.
Hay que conocer bien y mostrar los problemas para que puedan entenderse y, por tanto, darles solución. El primer paso es, sin duda, la implicación del científico en la tarea divulgativa. No hace falta que escriba novelas ni se convierta en periodista científico como yo, no es necesario que escriba ensayos sobre mares transformados, pero la sociedad tiene el derecho a exigirle que se esfuerce para hacerse entender de la mejor manera posible. Es fundamental, en este discurso, una implicación directa, una explicación a los medios que han de procurar siempre tener un interlocutor válido, alguien capaz de entender lo que se les está diciendo, alguien con criterio para no meter la pata en órdenes de magnitud o unidades, alguien que sepa filtrar de forma adecuada la información para luego darla a conocer de forma llana, comprensible a un carpintero, un conductor de autobús o un abogado. Por un lado, falla el científico que no quiere perder tiempo hablando con esa persona, que cree que él ya ejerce un rol determinado y no ha de dar tantas explicaciones sobre su labor: para eso escribe en revistas especializadas y hace informes, ¿no? Esa actitud, en parte por arrogancia y en parte por colapso de trabajo, no favorece la trascendencia de su labor, lo que no facilita en muchos casos la aceptación por parte de la sociedad que puede que no comprenda por qué ha de seguir financiando según qué cosas. Es difícil demostrar que la reproducción de las gorgonias es fundamental para tener un cuadro completo de su dinámica de poblaciones y, por tanto, de su capacidad de resistir las perturbaciones naturales o humanas que afectan a la población. De esas poblaciones dependen, entre otras cosas, los caladeros de pesca o el turismo costero. Por eso, incluso lo que pensamos más complicado de explicar, aquello que estamos seguros que a la gente le puede importar un rábano, ha de ser puesto al alcance de todos de una u otra forma.
Esta serie de vídeos es una idea simple y magnífica de transmitir la pasión por la ciencia, la curiosidad y unos conocimientos a veces esquivos que con una canción, entran mejor.
Pero no me olvido de la otra parte, el periodista que se ha especializado en ciencia y tecnología. En muchas ocasiones falta una rigurosa preparación que le permita profundizar en el tema, cribar los contenidos, plantear un artículo a la vez atractivo y riguroso. A veces, su falta de preparación puede llevar a malas interpretaciones, a sacar fuera de contexto cifras y conclusiones, a proponer títulos alarmistas. No están solos, los coordinadores de la sección pueden ser los responsables de ese titular o del recorte que distorsione la propia verdad de la columna escrita, por falta de espacio, por atraer al lector o a veces por ignorancia del tema. Son pocos los periódicos, radios o programas de televisión que se dedican a ciencia, y los que lo hacen tratan de ejecutarlo con mucha dignidad, aun presionados por un mercado en el que vende el primer impacto.
Todas las personas son objetivo para la divulgación pero, ¿quiénes son los preferentes? En mi opinión hay tres grupos en los que hay que volcar más esfuerzo desde diferentes perspectivas y con diferentes métodos: los que se van a encontrar con el «pastel» que les estamos dejando desde un punto de vista ambiental (niños y jóvenes), los que pagan impuestos y los que toman decisiones políticas sociales y económicas. O sea, todos. Pero de distintas formas. No me voy a extender en explicar nada de los primeros dos grupos: hay muchas iniciativas, grupos de trabajo y esfuerzos que parece que poco a poco están cambiando el rumbo de las cosas. Ministerio, administraciones regionales y locales o Unión Europea cada vez dedican más esfuerzo y presupuesto a estas iniciativas. El nuevo programa europeo de ciencia, el Horizon 2020, tiene un compromiso nunca visto antes con la transmisión de conocimiento a la sociedad.
Sí me gustaría comentar algo respecto a políticos, empresarios, economistas y sociólogos. En mi opinión, un curso simple de ecología y biología (no ecologismo) les haría comprender por qué no podemos seguir funcionando como lo estamos haciendo. La asunción de que el único modelo económico y social posible es el del crecimiento o expansión continua se basa en una concepción muy humana y muy poco realista de nuestro entorno. Nada crece de forma indefinida. Explicar cómo funciona un ecosistema haría entender por qué no puede haber un agotamiento de recursos ni una gestión que degrade el entorno de tal modo que las especies (nosotros) que lo habitamos tengamos que buscar uno suplementario en un mundo finito. Estoy convencido de que si un economista entendiese esto, se daría cuenta de por qué el modelo actual está simplemente destinado al fracaso más absoluto, sobre todo cuando las transformaciones se están dando de forma tan acelerada. Una tarea nada simple que al final revertirá en un cambio de modelo que a nuestros ojos parecerá radical y en muchos aspectos impopular pero que no tendremos más remedio que adoptar en un futuro próximo. Pero para poder hacerlo, los primeros en asimilarlo han de ser los que manejan los hilos, los que toman las decisiones, y eso solo se hace a través de una adecuada transmisión de conocimientos.
No he encontrado nunca nadie al que, si le explicas las cosas bien, con entusiasmo y rigor, no se interese por temas de cambio climático, la Antártida o incluso la vida de las gorgonias (que es apasionante si logras explicarla de forma adecuada). Pero se necesitan más entusiastas, más profesionalidad y los cauces adecuados para hacerlo… quién sabe, a lo mejor juegos de Wii o Play Station del tipo Call of Duty pero que introduzcan temas de medio ambiente, química, física o matemáticas…
Referencias interesantes:
Dayton PK, Sala E (2001) Natural history: the sense of wonder, creativity and progress in ecology. Scientia Marina 65:199–206 (free download)
Zanetell BA, Rassam G (2003) Taxonomists: the unsung heroes of our quest to save biodiversity. Fisheries 28:29
Fotografía de portada: Thomas Quine (CC).
Buena defensa de la necesidad de divulgación, que como científico en ciernes (o intento de) no puedo sino secundar. Solo me gustaría hacer un apunte. Respecto al penúltimo párrafo: igual que los biólogos me recomiendan un curso de biología, a mí me gustaría recomendarles a ellos un curso de historia y otro de economía para evitar caer en falacias neomalthusianas que obvian las nociones de eficiencia y productividad. Estoy seguro de que si los biólogos y ecólogos comprendiesen de qué manera funciona el crecimiento económico sabrían ver claramente que, aunque es cierto que debemos ajustar (más aún) nuestros procesos productivos a las necesidades ecológicas, esto no implica necesariamente reducir nuestro nivel agregado de producción.
Porque todos necesitamos divulgación del otro lado :)
Durante los últimos seis años me he estado acercando al concepto de economía ecológica, sociología y antropología cuantitativa a través de colegas de la universidad. Con ellos estamos publicando artículos sobre servicios ecosistémicos, percepción del paisaje, y un largo etcétera. Es un hecho, necesitamos acercar posturas para poder entender el complejo puzzle que nosotros hemos creado con nuestras «manitas». Recuerdo que hace algo más de diez años, en los programas de investigación se ponía lo de «multidisciplinareidad» e «interdisciplinareidad», y todos se lo tomaban bastante a cachondeo. Se ponía de relleno cuando pedías un proyecto pero, de hecho, casi nadie seguía esa directriz. Cualquier profesional se encuentra muy bien en su esfera de confort, ir a hablar con un economista, con un sociólogo, un antropólogo…¡Por Dios! Y es lo que hay que hacer, quitándonos el miedo a aprender y a ser vulnerables. En mi opinión, es la única manera de comprender qué estamos haciendo mal. Sin embargo, he de decir que los actuales ecólogos estamos muy lejos de la visión Maltusiana que tanto impactó a Charles Darwin. Comprendemos que es mucho más compleja la realidad, pero también que los recursos del planeta son finitos, que somos una especie que consume una inmensa cantidad de energía/materia per capita (aunque sea de forma muy asimétrica) y, sobre todo, que nuestra fe ciega en la tecnología puede acabar siendo nuestra peor trampa. No se trata ni de volver a las cavernas ni de bajar el listón de nuestras pretensiones, es reconducirlas de manera que de veras podamos seguir llevando una vida digna en las próximas décadas. Y eso necesita un cambio de mentalidad muy profunda, que posiblemente ni yo mismo conciba en estos momentos de forma adecuada…
Muy de acuerdo con el texto y con los dos comentarios. Sin embargo hemos de ser conscientes que, entre los científicos, unas personas son mejores profesores y otras mejores investigadores. No tiene sentido presionar a científicos poco capaces de enseñar lo que hacen y tal vez deberíamos revalorizar a aquellos que sí lo saben hacer. Desde siempre me ha parecido razonable hacer en cada universidad un departamento transversal de divulgación científica, con científicos profesionales de la divulgación, personas realmente formadas en las diferentes áreas de investigación que trabajen codo con codo con los investigadores por un lado y con un equipo para crear documentales o reportajes educativos.
En efecto, los científicos en muchos casos no están (ni deben de estar) por la labor. Me quedé muy sorprendido cuando, hace más de 15 años, vi que en un laboratorio de California (Bodega Bay) había una sección específica de científicos que se dedicaban exclusivamente a trasmitir al gran público lo que hacían sus compañeros. No todo el mundo tiene tiempo, ganas ni «arte» para hacerlo, por eso hay que profesionalizar el tema de la transmisión de conocimientos, poniendo gente especializada, diseñadores, artistas, etc. a hacer productos de alto impacto visual pero, al mismo tiempo, muy rigurosos.
Hola Sergio,
Soy una diseñadora gráfica mexicana afincada en Barcelona desde hace 15 años.
Quiero iniciar un proyecto personal de divulgación de «conciencia» marina, mezclado un poco con arte y diseño…suena raro pero es lo mas simple del mundo.
El año pasado leí tu excelentisimo «El planeta azul» y quede prendada de la valiosa información y de tu manera de explicarla (explicármela)…
Mi proyecto trata de explicar esto mismo de manera aún mas cotidiana y a gente que incluso no lea un libro en todo el año, a la pollera de la esquina y al modernete de Grácia.
El caso es que me cuesta encontrar la puntita a la bola de lana.
Estoy empezando a contactar gente (periodista digital, ilustradores, programador, mi instructor de buceo, proveedores, etc.) para ir redondeando esto.
Entiendo que tienes mil ocupaciones y no se a ciencia cierta en que punto del planeta te encuentres…pero una charla de tan solo una o dos horas contigo me supondria una grandísima ayuda y placer.
Lo ves viable? Mis datos estan aquí mismo:
[email protected]
Mil grácias por adelantado y muchísimas felicidades por tu importante labor divulgativa ;-)