Política y Economía Sociedad

El día en que Suiza votó contra mí

A
Propaganda en Lausana a favor y en contra del límite a la inmigración. Fotografía: REUTERS / Cordon Press.

Siempre he pensado que cuando uno vive en un país que no es el suyo la mínima deferencia que debe tener es leer la prensa. Sí, un ciudadano siempre ha de estar informado para ser considerado como tal, independientemente de dónde resida, pero precisamente por eso en un país en el que uno no cuenta (aún) con ese estatus, saber qué pasa alrededor de uno me parece a la vez una deferencia, una forma decente de ganárselo poco a poco y una necesidad de quien se encuentra ante un nuevo entorno. Por eso, porque leo la prensa suiza con cierta asiduidad, sabía desde hacía meses que el fin de semana pasado el país entero iba a emitir su voto en un referéndum vinculante sobre una propuesta para modificar la Constitución, incluyendo en la misma la necesidad de fijar límites a la inmigración. Y cuando abrí la web de Le Temps hacia las ocho de la noche, mientras metía algo de Lindt en mi boca a modo de amuleto inconsciente, vi que el país había votado a favor de la propuesta, y por tanto en contra de tener más gente como yo entre ellos. Mejor dicho: había votado en contra de tener a mucha más gente como yo. Solo una poca más. Medida. Contada. En la frontera.

Supongo que la reacción natural para muchos es sentirse atacado. Y sé que mucha gente se sintió así. Lo sé, entre otras cosas, porque lo vi en las paredes. A la mañana siguiente Ginebra amaneció con unas cuantas pintadas desperdigadas: «39% de fachas». Ese era el porcentaje de votantes a favor de la proposición en esta región. Yo, mientras andaba hacia el trabajo, no conseguí sentirme así, la verdad. Más bien me causaba una profunda curiosidad saber por qué un país que ha vivido y vive de la comunidad internacional, tanto de la que se encuentra dentro como de la que está más allá de sus fronteras, iba a votar en este sentido.

Día a día en el tranvía de Ginebra uno oye tanto francés como español, inglés, japonés o portugués. La mitad de la ciudad no nació en ella. Economistas y sociólogos, razonaba yo la mañana del lunes, llevan mucho tiempo insistiendo en que Suiza necesita inmigrantes para sostener su modelo económico y equilibrar el estancamiento demográfico. Hay decenas de estudios que demuestran que argumentos del tipo «nos quitan el trabajo» (es decir, la inmigración hace subir el desempleo) tienen poca base real. Más bien al contrario: genera crecimiento y supone una carga apenas perceptible para las arcas públicas, nos dicen los expertos. Y en el debate público suizo fui testigo de cómo absolutamente todo el mundo excepto el partido que propuso la reforma (los conservadores de la Unión Democrática de Centro) se ha pronunciado en contra de la misma. Sindicatos, asociaciones de empresarios, grandes capitalistas, asociaciones ciudadanas, el resto de partidos, el Ejecutivo federal y el Parlamento pidieron a los suizos por activa y por pasiva que votasen en contra, que dejasen las cosas como estaban. Pero no parecen haberles hecho demasiado caso. Y eso es algo raro: los suizos tienden a votar en los referéndums en el mismo sentido en que recomiendan sus poderes públicos. Así que, cuando llegué a mi despacho y me senté en mi mesa, la misma pregunta me rondaba la cabeza: por qué.

Cuando se trata de temas como la emigración y uno, como yo, tiene un prejuicio moderado a favor y no en contra de la misma, la primera respuesta que viene a la mente bien pensante es que los otros, los conservadores no saben. Simplemente, están equivocados, tienen ideas erróneas sobre los efectos de la emigración. La conocen desde lejos. Reconozco que algo así me pasó por la cabeza en un primer momento. Sobre todo después de saber que en las regiones (cantones, en realidad: Suiza se divide en veintiséis cantones que forman el Estado confederal más descentralizado del continente europeo) con más extranjeros, como Ginebra, había significativamente menos votantes a favor de tener menos inmigración. La interpretación simplista y estereotípica era que esos suizos rubios y conservadores que vivían rodeados de vacas y praderas estaban aterrorizados por la «invasión» que se les venía encima. No sé, pensé. Es este un país en el que hay pueblos donde para poder votar uno tiene que mostrar que dispone de una res y de un rifle. Es una reliquia de un pasado más duro, donde a los suizos se les requería mostrar que podían defender y alimentar a la comunidad para obtener la licencia para participar en sus asuntos. Lo mantienen como símbolo. Pero eh, menudo símbolo.

El problema es que los suizos rubios y conservadores tenían a su disposición tanta información como los francófonos, más morenos y con la misma cantidad de vacas per capita, que habían votado menos en contra. Y que los suizos italianos del Ticino, la zona con más voto antiinmigrante de todo el país. Tampoco parece existir una correlación entre nivel económico o educativo y preferencia de los habitantes en este tema. No se trataba, en definitiva de una masa de suizos pobres, ni de pobres suizos, llevados a engaño. Esto no lo iba a entender con estereotipos facilones. Así que no quedaba otra opción, concluí: sabían lo que hacían. Pero qué hacían.

Tras una mañana de pensamientos, lecturas y conversaciones con suizos de mi entorno se me antojó que hacían dos cosas. Por un lado, protegerse. Y por otro, expresar sus preferencias no estrictamente económicas.

Cualquier cambio en el statu quo de una sociedad tiene, hablando rápido y mal, dos tipos de consecuencias económicas: primero, cambia el tamaño de la tarta. Afecta al crecimiento agregado, vamos. Ya he dicho arriba que, por el momento, el consenso de los expertos es que la inmigración tiende a ser de neutral a buena en este sentido. Pero también cambia la distribución de la tarta. Suiza es un país muy rico gracias, en gran medida, a su relación con el exterior. Pero parece que también una parte de esta relación ha estado afectando negativamente a los salarios de las capas más altas. Concretamente, hay datos que indican que el porcentaje de inmigrantes cualificados, como los que vinimos de Europa, hayamos mantenido los salarios de los suizos con educación por debajo de donde tenían que estar. Esto casa bien, pensé, con el hecho de que en muchas regiones ricas donde la inmigración alemana (sí, los alemanes también migran cuando se van a un lugar más rico que su casa) es considerable. Pero no podía explicar por sí mismo la victoria del «sí». Además, lugares como Zurich, núcleo importante de recepción de alemanes cualificados, habrían votado masivamente a favor del límite. Y precisamente Zurich votó en contra.

Entonces fue cuando me acordé de algo que se me olvida a ratos: no soy economista, y eso es útil a veces. Durante la campaña de la iniciativa, cada vez que alguna instancia, universidad, medio, político o ciudadano decía que «los extranjeros son la base de nuestro crecimiento», había alguien que respondía del otro lado que crecer no lo era todo. Las preocupaciones expresadas iban, y van, desde el incremento de densidad en núcleos urbanos y en el uso de transporte público provocado por los inmigrantes hasta cuestiones más intangibles, como valores, cohesión social o religión. Quizá aquellas partes del país más acostumbradas a lidiar con altos índices de inmigrantes eran quienes habían votado en contra porque siempre habían vivido así. Lugares como Zurich o Ginebra tienen una larga tradición de ciudades de frontera que contrarresta con el resto de un país que era esencialmente agrario hasta no hace tanto tiempo. Es esa otra parte del país la que está sufriendo un mayor shock (déjenme ser dramático) ante la llegada de migrantes. No justifico su postura, solo la explico: hay una considerable diferencia entre las expectativas de los habitantes de estas zonas y aquello que la modernidad les ha traído a sus puertas, mucho mayor que para alguien de otro núcleo más densamente poblado o más acostumbrado a convivir con extranjeros. Una parte nada despreciable de su conservadora reacción podría venir precisamente porque es una forma, en sus cabezas, coherente para minimizar la diferencia entre lo que pasa y lo que ellos esperaban que pasase a su alrededor. Simplemente, filtrar y medir a cuántos como yo dejan entrar.

En resumen, además de la cuestión de la competencia en los salarios medio-altos y altos, tal vez simplemente quienes votaron a favor de la reforma prefieren una Suiza más homogénea y menos densa. Por descontado, esto es algo que se puede discutir. Probablemente, se debe discutir. Demonios, yo lo quiero discutir, aquí y en mi país de origen, donde también tenemos inmigrantes y también ponemos ciertas barreras y no otras. Pero reconozcamos que resulta mucho más difícil convencer a la otra persona de que cambie de opinión porque no se trata de mostrarle que está equivocado, sino convencerle de que sus preferencias personales deberían ser otras. Esa ya no es una discusión sobre datos y sobre crecimiento, sino sobre lo que cada uno espera del mundo a su alrededor, de cómo se va a sentir más cómodo. Todo se vuelve más turbio. Y las buenas intenciones de partidos, sindicatos y empresarios a la hora de insistir en que nosotros somos necesarios para la economía del país se quedan en eso, en buenas intenciones.

Con esa idea me fui a almorzar a las dos, horario español. Por eso comí solo. Para entretenerme eché cuentas: solo la mitad de los suizos con derecho a voto lo ejercieron, pensé. Y la mitad de esta mitad votó a favor de la propuesta. Eso dejaba a un mero cuarto del país apoyando la iniciativa. Me dio por pensar entonces que tal vez el problema era el mecanismo de decisión. Que quizá la democracia directa nos había metido en este lío al permitir que una parte minoritaria del electorado pudiese capturar el proceso para decidir lo que más le convenía en contra de la mayoría. Esta parte, fuese por razones de competencia salarial o de preferir una Suiza más Suiza, se había aprovechado del sistema. Un sistema en el cual las iniciativas populares para modificar la Constitución solo necesitan cien mil firmas, una barrera ridículamente baja. Es tan fácil de saltar que un grupo bien organizado aunque minoritario y extremo con respecto a la posición general sobre un asunto dado podría dar un «pequeño golpe de Estado» en una política pública particular. La UDC, de hecho, puso todos los medios necesarios y toda la carne demagógica en el asador para movilizar a la población particularmente conservadora, particularmente adversa a todo lo que tenga que ver con acercarse al mundo. Al fin y al cabo su programa se centra precisamente en eso: que Suiza sea más Suiza. Tienen los medios y la base popular para llevar adelante el golpe, aprovechándose del sistema popular.

Suiza cumpliría así la peor pesadilla de James Madison, padre fundador de los Estados Unidos y dueño de una de las plumas que más ha influido en todas las Constituciones modernas: que una parte de la población sea capaz de dictar sus intereses, de imponerlos frente al resto. Por eso él y el resto de arquitectos de la democracia americana se encargaron de hacer de ella una república federal en la cual los poderes estuviesen bien separados los unos de los otros, el Legislativo se constituyese por un grupo de representantes electos competidores entre sí para atemperar «las pasiones y los intereses» de los votantes y facilitar la construcción de consensos entre facciones enfrentadas, y la organización territorial y política fuese eminentemente federal para favorecer la existencia de una Unión lo suficientemente heterogénea como para que ninguna mayoría, o minoría organizada, pudiese «secuestrar» al Estado. Lo opuesto a la tan a menudo tiránica o caótica Atenas, la Roma republicana como inspiración.

Los «padres fundadores» suizos copiaron buena parte del esquema americano, pero al mismo tiempo le añadieron un sucedáneo de la democracia directa ateniense cuyo encaje con el modelo republicano fue, cuanto menos, difícil a la hora de evitar el peligro de pequeñas dictaduras temáticas. Resulta que los suizos llevaban más o menos desde el 1300 con un sistema asambleario confederal de asambleas por aldeas en las que participaban todos los hombres. Luego las asambleas se reunían por regiones, tomaban decisiones que debían ser confirmadas al menor nivel de nuevo, esto es, con referéndum. Al construir un Estado moderno no estaban dispuestos a perder este elemento en la toma de decisiones, y por eso mantuvieron la puerta bien abierta para que la unión de suficientes ciudadanos permitiese plantear una modificación de las leyes y de la Constitución. Eso sí: el poder legislativo y el ejecutivo mantuvieron un cierto poder de veto, así como (para el Parlamento) la capacidad de ofrecer una contrapropuesta a cada iniciativa popular, lo cual en realidad se traduce en que los propositores suelen acabar negociando el contenido de lo sometido a voto. Además, si un grupo de personas está pensando en que su iniciativa sea aprobada en referéndum han de tener en cuenta la campaña previa y sus costes, entre los cuales se cuenta pelear con la más que probable contracampaña que surgirá, apoyada por determinados partidos políticos. Por último, dado que estas iniciativas han de ser aprobadas al mismo tiempo por la mayoría de la población y por catorce de los veintiséis cantones, el consenso resultante no es desdeñable. El equilibrio resultante es definido de manera francamente optimista por Corina Casanova, actual canciller federal de Suiza (si me aprecian, no me hagan explicar qué significa ese puesto) como un esfuerzo «por resolver los conflictos a través del consenso y el compromiso». Pero la verdad es que esto solo es medio cierto.

Por un lado, es verdad que no resulta sencillo echarle la culpa solo a los mecanismos de democracia directa. La iniciativa popular contra la inmigración en masa es lo que el periodista Fabio Pontiggia llamó una «iniciativa fotocopia». De hecho, ningún otro aspecto se ha presentado (y, por tanto, fallado) tantas veces en votación: 1963, 1970, 1974, 1977, 1988 y 2000. Es decir: es un asunto que lleva décadas en la agenda pública, que se ha debatido desde todos los ángulos posibles y en todos los contextos imaginables en los últimos cincuenta años. No parece un calentón de ciudadanos cabreados por la crisis. Ni asustados por lo que se les acaba de venir encima desde el sur. En diversas formas y sabores ya habían rechazado esta idea. Y es que solo una de cada diez propuestas sometidas a votación han sido aceptadas alguna vez. Además, insisto: en rara ocasión votan los suizos de manera distinta a la recomendación recibida por el Ejecutivo y el Legislativo. No son muy de llevar la contraria. Pero con esta propuesta lo habían hecho. Todo parecía indicar que la preferencia suiza por limitar la inmigración se había consolidado pasando un número considerable de barreras.

Pero por otra parte esta medida no había logrado más que el apoyo de un partido dentro del sistema suizo. El partido más votado del Parlamento, con un 26,6% de los votos, sí. Pero también está al extremo del espectro en cuestiones migratorias. Hubiese sido sencillamente imposible que esta misma organización sacase adelante una ley similar por la vía ordinaria, de la democracia representativa. Necesitó emplear, y más de una vez, la vía «popular», la temida por Madison porque daba rienda suelta a pasiones e intereses. Al parecer, el domingo pasado algo sí los pudo dar, por mucho que llevasen décadas macerando en la bodega nacional.

En lógica se diferencia entre condiciones necesarias y condiciones suficientes para que un hecho suceda. Pareciere que la presencia de democracia directa en Suiza ha sido una condición necesaria para que esa ficción tan peligrosa y a la vez indispensable que es el pueblo decida que quiere acoger a menos extranjeros en su seno. Pero no hay nada que nos haga pensar que ha sido una condición suficiente. Al final de la historia hacía falta que los suizos, simplemente, quisiesen que esto pasara. Y un número grande de ellos lo deseaba tanto como para discutir, preocuparse, ocuparse y finalmente ir a votar. Otra porción estaba tan indecisa o tan desinteresada como para quedarse en casa. Además, el factor determinante para mover o detener a todos ellos no era la economía, o no era solo la economía. Había un elemento de preferencia por la homogeneidad, por la baja densidad y el «espacio cómodo para uno», que escapaban al mero razonamiento de «es que te conviene, hombre». Y, siendo emigrante cualificado y contento con un salario no español, no parecía absurdo pensar que estaba ayudando a mantener los sueldos a un nivel moderado. Argumentar que mi presencia allá generaba un crecimiento para todos superior a la hipotética porción de la tarta que me llevaba por delante tenía pocas probabilidades de calar. Menos aún las tenía una hipotética discusión en la cual yo defendiese la «riqueza» cultural y social que aportábamos a la —ahora más homogéneo que hace doscientos años— Confederación Helvética. Pero sin duda lo más difícil sería tan siquiera intentar convencer a nadie de que sus palancas de democracia directa podían no ser una idea tan fantástica para la democracia como creían. Y bueno, ya con la boca vacía, sonreí. Porque yo, como decía hace unos párrafos, lo quiero discutir.

Con esto terminé mi comida tardía de lunes y mi razonamiento. Enfilé las escaleras hacia el despacho, dirigiendo mis cavilaciones hacia los artículos académicos por leer que me aguardaban en la mesa. Pero antes pensé por un instante que me tenía que poner con el alemán más temprano que tarde. Porque si no cómo demonios iba a explicarles a los suizos por qué nos necesitaban a Madison y a mí más que a su genuina identidad nacional y que a su antigua democracia directa. Y, sin lograr sentirme personalmente atacado ni por un instante, no pude ni quise evitar volver a sonreír.

B
Carteles en Berna contra la reforma constitucional. Fotografía: REUTERS / Cordon Press.

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55 Comentarios

  1. Pingback: El día en que Suiza votó contra mí

  2. Batistuta

    Un análisis muy sensato como siempre, Jorge. Gracias.

    A un nivel más personal, yo me alegro de haber emigrado a un país escandinavo cuyas fronteras abiertas lo seguirán estando – ya sea por diseño de estado o por voluntad popular.

  3. Hay doscientos millones de africanos que viven en la indigencia más absoluta y que creen que en Europa las calles están empedradas con oro, porque ese es el mensaje que les venden las mafias de la inmigración, ¿abrimos las fronteras para que se vengan todos aquí? ¿Cómo los alimentamos? ¿Dónde los alojamos? ¿Tenemos trabajo para todos, para empezar? A lo mejor podríamos ubicarlos a todos en la España de los seis millones de parados y los diez millones de pobres, ¿no? Por no hablar de los inmigrantes de la Europa del Este, turcos, indios, chinos, pakistaníes, que vienen presionando en la otra dirección… ¿Les damos papeles a todos? ¿Cuánto tardaría en quebrar el sistema ante el ingente gasto de atender a esta repentina avalancha humana? La demagogia está muy bien para discutir con los colegas de la universidad en torno a un cappucino, por desgracia la realidad es tozuda y no entiende de estadísticas…

    • 1. Creo que por ningún lado del artículo he leído el «papeles para todos».
      2. Y, desde luego, no he leído nada de poner doscientos millones de africanos en España.
      3. Y lo de «la realidad es tozuda y no entiende de estadísticas» en realidad es una manera amable y condescendiente de decir «la realidad es como yo digo que es».

    • No hay por dónde coger tu comentario, Da5id. Enumeraré.

      1) Si has estudiado algo de inmigración, te darás cuenta de que, de hecho, en muchos casos, la inmigración transcontinental procede de muchos países pobres, pero no tan pobres como el Congo. Emigrar nunca es tan fácil (muchos análisis como el que haces pecan de entender muy mal las motivaciones de los inmigrantes, atribuyéndoles modelos de comportamiento simplistas). Para irte a otro país se necesita algo de dinero (y los inmigrantes son como los demás seres humanos: se mueven por incentivos diversos).

      Tu modelo de la inmigración es muy poco realista. ¿Sabes de modelos como el push and pull, un clásico para el que se meta en cosas más técnicas sobre la inmigración (en mi caso, desde sociología de la inmigración)? Aunque discutido (naturalmente, porque enumera factores que, con mucha probabilidad, tienen su incidencia pero de los cuales no se sabe bien su grado de influencia, con su margen de error), sigue siendo un modelo interesante para entender cómo se toman las decisiones.

      Así que en este sentido, «las avalanchas» no son tan realistas. Existen más de 200 países en el mundo, así que en la práctica España no absorbería a tantos inmigrantes: hay que considerar factores como la afinidad cultural. De hecho, ahora ya no vienen tanto (y, a la vez, se van bastantes inmigrantes del país).

      Y, sí, sé que España ha tenido un ritmo bastante elevado de absorción de inmigrantes de 1999 a 2009. Aunque lo curioso es que se han absorbido relativamente bien a la sociedad, con evidencias como que aportan más de lo que gastan en el estado de bienestar.

      3) Si la idea de las avalanchas fuera realista, deberíamos ver algo más que un 3% de la población de origen inmigrante en el mundo, con tendencias de crecer a un 4 – 5 por ciento.

      4) La realidad puede ser recogida con estadísticas y muy eficazmente. Éste es un clásico comentario de quien apenas ha estudiado ciencias sociales y quiere vivir de narrativas intuitivas que al final resultan ser chapuceras y bastante alejadas de la evidencia. Narrativas que suenan aparentemente realista en torno al engañoso sentido común de los seres humanos.

      Por ejemplo, tus ideas sobre el trabajo son parte de una narrativa común, en donde el número de trabajos parece ser algo más fijo de lo que es (¿quién dice que los inmigrantes no pueden afectar a la tasa de empleo? Al menos, en el caso de Suiza han tenido un impacto positivo en el empleo).

      5) Una cosa son las creencias y otra es actuar, que requiere de mucho más esfuerzo. Los inmigrantes no son tan tontos en muchos casos: buscarán una vida mejor si les compensa, porque el coste de emigrar es muy alto para muchos, como la pérdida de sus lazos sociales o el cambio cultural.

    • umqualquer

      «como los alimentamos?» interesante pregunta, porque allá donde están, también mueren de hambre. Quizás es más cómodo no verlos. Supongo que por eso es mejor que mueran de hambre allá, que que vengan aqui y malvivan como puedan, porque así rascan en nuestra conciencia, y áfrica no se ve desde nuestras ventanas.

    • Trianidas

      El artículo habla sobre la inmigración legal de población cualificada a un estado que ha construido su economía sobre, precisamente, esa inmigración.
      De lo que tú hablas es de inmigración ilegal de pobres sin cualificar a otro estado pobre y con población autóctona también pobre y sin cualificar. Es exactamente el caso opuesto.
      Se te ha ido mucho la pinza.

  4. Esta es la mayor paja mental que he leído para justificar algo tan simple como que los suizos viven de puta madre y quieren seguir viviendo así. Mentalidad de rico. Punto.

  5. Jaunzuria

    La relación de primo tonto que tiene desde hace décadas la Unión Europea hacia Suiza es algo verdaderamente sorprendente. Bueno, lo sería si no estuviera clara la raíz del problema, tan simple como que los políticos que tienen que evitar que un país siga viviendo en la opulencia a nuestra costa son los mismos que suelen beneficiarse de este estado de cosas.
    A mí que me expliquen racionalmente cómo se puede permitir tener por vecino a un país parásito que vive estupendamente a tu costa, que te cuesta una fortuna en evasión de impuestos, que acumula una riqueza fabulosa construida con una base claramente fraudulenta.
    Y digo «permitir» porque eso es lo que es, Suiza depende al 100% de Europa en todos los aspectos, sería tan sencillo acabar con esta injusticia como simplemente elevar dramáticamente los aranceles, gravar como se debe el traspaso de capitales, etc etc, y en lugar de esto lo que tenemos es un montón de acuerdos que permiten que disfruten de las ventajas económicas de pertenecer a la Unión pero sin las cargas correspondientes… el mensaje es claro, no me importa que me robes, de hecho toma una copia de las llaves de casa… y para colmo de surrealismo estos señores deciden restringir el libre movimiento de personas porque tampoco les conviene ahora mismo. Este artículo estaría muy bien referido a países decentes, si mañana Noruega decidiese esto mismo me valdrían las reflexiones del articulista, pero sobre Suiza no me sirve ningún atenuante.

  6. Muy buena entrada. Solamente una corrección formal, si me lo permites: es «cuando menos», no «cuanto menos»

  7. Pingback: Bitacoras.com

  8. Muy bien redactado este artículo, pero tengo un par de reflexiones que aportar. Yo mismo soy emigrante en Alemania. Desde hace 7 años.

    Con la apertura de la libre circulación a determinados países de la EU, se ha visto incrementada de gran manera la «emigración social». Cada vez se ven en Alemania más búlgaros y rumanos que vienen simplemente para gorronear del sistema social. Cuando llegué a Alemania hace siete años apenas se les veía, pero en los últimos dos años el aumento ha sido exponencial.
    Les basta venir, hacer cuatro papeleos, y por su cara bonita les dan entre 400e y 800e al mes, además de 150e por cada hijo. Es decir, que viene una persona, que en su vida a aportado un solo euro a las arcas públicas alemanas, y de golpe y porrazo empieza a recibir no menos de 1000 euros al mes. Dinero que sale en gran parte de los casi tres mil euros al mes que pago yo de impuestos. Para eso hay dinero, pero no para abrir más guarderías. Y eso sin entrar en a hablar de los asilantes.

    Es el mismo caso que en España. Cuantos inmigrantes no hay que se aprovechan de mala manera de la sanidad pública? Que se traen a la abuela desde su país de orígen (llámese Marruecos, Bolivia, Rumania…) para que todos los españoles le paguemos la operación de cataratas. Eso si, cuando a mi padre le toca que le operen de cataratas, le dan tres años de espera. Y eso habiendo pagado religiosamente a la seguridad social durante 42 años. Para los que piensen lo mismo sobre los jubilados alemanes o ingleses que se operan es España: la seguridad social les pasa factura a sus respectivos países. Esto no pasa con países de fuera de la UE.

    Los suizos de toda la vida ven como se les hace imposible vivir en su propio país. Los precios de vida en ciudades como Zürich se disparan a límites insospechados. Si alguien quiere vender su piso y viene un extranjero dispuesto a pagar 2 millones por el, pasará por encima de todos los locales que no hubieran pagado más de medio millón. Si en el Canton Ticino, vienen muchos italianos y trabajan por menos sueldo que los suizos (pero siguen viviendo en Italia), se favorecerá este hecho ante los propios suizos.
    Antes de que me salte alguien con la letanía de la demagogía, diré que esto lo se porque tengo amigos españoles viviendo tanto en Zürich como en Lugano desde hace tiempo.

    Controlar el numero de inmigrantes me parece una medida lógica en estos casos. A los que llevan viviendo años y tienen contrato de trabajo tampoco les afectará. Aquí se habla de controlar la cantidad que entra, no de echar a todos y no dejar entrar a nadie.

    O es que acaso en los Estados Unidos o Canada se puede estar zanganeando sin contrato laboral? Si te quedas en el paro en Estados Unidos, o encuentras otro trabajo o te invitan a marcharte del país. Así de sencillo.

    • Y por cierto, lo siento por los acentos que me he comido. He escrito rápido y no he controlado a posteriori. Fallo mío.

      • Cronista, yo he vivido en Zürich durante un año. Los precios eran el doble de caros que en Madrid, pero cobraba (según cómo lo miraras) 3-5 veces lo que hubiera ganado en España.
        Que te comas los acentos me importa menos que el hecho de que metas tergiversaciones sobre la realidad. En Suiza es normal trabajar a media jornada porque con ello te da suficiente para vivir, y muchos lo eligen voluntariamente. Y apenas tienen paro. Así que fíjate lo que les está fastidiando la emigración. No sé qué amigos tienes en Zürich, pero desde luego te han informado muy mal. O están muy mal informados ellos, por no decir otra cosa.

    • Es el mismo caso que en España. Cuantos inmigrantes no hay que se aprovechan de mala manera de la sanidad pública? Que se traen a la abuela desde su país de orígen (llámese Marruecos, Bolivia, Rumania…) para que todos los españoles le paguemos la operación de cataratas. Eso si, cuando a mi padre le toca que le operen de cataratas, le dan tres años de espera. Y eso habiendo pagado religiosamente a la seguridad social durante 42 años. Para los que piensen lo mismo sobre los jubilados alemanes o ingleses que se operan es España: la seguridad social les pasa factura a sus respectivos países. Esto no pasa con países de fuera de la UE.

      En realidad, los inmigrantes aportan más a la sanidad pública de lo que se gastan: http://app.expansion.com/zonadescargas/obtenerDocumento.html?codigo=14188

      (ver capítulo 3; por cierto, para ver lo que piensa la opinión pública del inmigrante como usurpador, hay que irse a las páginas 168 – 169).

      • Gracias Mc Manus por el documento.

        Estoy hasta la boina de escuchar aquello de que los inmigrantes están socavando la sostenibilidad del sistema de sanidad público. Siempre trató de contraargumentarlo como buenamente puedo.

        La última vez lo escuché de dos médicos con décadas de trabajo en la sanidad pública a sus espaldas y a los que respeto intelectualmente. Hablaban hasta de operaciones de estética para los familiares de visita. He de admitir que me generaron dudas. Por eso agradezco el informe que leeré con avidez.

    • Claro que sí. Te vas a traer a tu abuela enferma a cruzar medio mundo para operarla de cataratas… Cada vez se leen más estupideces.

  9. Saludos. Me ha gustado el artículo, pero, como ciudadano español que estuvo residiendo en Suiza un año, tengo que hacer varias matizaciones.
    Lo primero es destacar una de las formas en que se me planteó el problema de la inmigración a mí cuando estuve por allí, en concreto en Zürich. El artículo habla de una relativa bajada de los sueldos por culpa de personal cualificado que entra de otros países, en concreto de Alemania. A mí me parece que el pensamiento de la gente en general no es tan elaborado en ese sentido, aunque en parte sí. Más bien, lo que me expresaron en ciertas palabras, «es que les fastidia que su jefe sea alemán». No sería tanto cuestión de sueldos como de grados. De hecho, bien podría decirse que parte del bienestar del país se debe a los extranjeros que llegan y aportan sus ideas. Pero seguramente, incluso con un sueldo menor, algunos suizos preferirían cobrar menos y ser los jefes, que tener de jefe a un extranjero. Por ejemplo.
    También son sorprendentes algunos puntos de vista. En mi laboratorio, hubo una charla donde se manifestaron ciertos puntos anti-extranjeros. Venían de dos personas: uno, un suizo de toda la vida que quería irse a hacer un postdoc a Londres. El otro, de un suizo de origen filipino. La contradicción canta bastante.
    Quizás la teoría del artículo acerca de esa Suiza agraria que teme que cambie su status sea verdad. También cabría preguntarse si a esa Suiza no le disgusta que su modo de vida haya mejorado en los últimos tiempos gracias a aportaciones como las que extranjeros que han venido a traer a Suiza (el Museo Regional en Zürich está lleno de grandes nombres de la historia suiza de origen extranjero), pero sí que les molesta que ellos vengan a vivir allí. Para los que queremos viajar (y querríamos que, si valemos, nos aceptasen en cualquier país), el intercambio de conocimientos a través de las fronteras nos parece algo relevante no sólo para nosotros, sino para los países en nuestro conjunto. Los suizos agrarios podrían quedarse con su granja, en su mundo perpetuamente inmodificable, y viviendo como hace 500 años. Pero seguramente estén expresando la misma renuencia que algunos individuos en el Paleolítico tuvieron a usar la rueda porque vinieron humanos del otro lado del valle a enseñarla, en contraste con los que decidieron asociarse a ellos para crear una tecnología mejor. ¿Era inteligente? No necesariamente. Pero forma parte de la forma de ser humana.
    Por último, no me quiero meter en la cuestión de la democracia directa, aunque es un planteamiento interesante. Justamente en España nos quejamos de falta de democracia directa y de los problemas acerca de esto, con lo cual da para todos los palos. De todas maneras, lo de Suiza no es nuevo. No ha surgido de un referéndum aislado. Hace un par de años, se prohibió la edificación de minaretes, en una medida que tenía un claro tufo racista, porque no tenía ninguna otra justificación que «no nos gustan los musulmanes». Y como se dice también en el artículo, el partido más votado es uno de extrema derecha. Decía Churchill que la democracia es el peor sistema que existe salvo todos los demás, y que los mejores argumentos en contra de la democracia surgen de una corta conversación con un votante medio. Los propios suizos votaron en los años 50 en contra del sufragio femenino.
    En definitiva, Jorge, buena suerte, y aparte del interesante debate que has estimulado, espero que el país te trate bien. Yo me volví porque (inesperadamente) conseguí un puesto de funcionario en España, pero siempre digo que si hubiera encontrado un puesto igual en Suiza, me hubiera quedado allí. No me integré mucho con los suizos en parte porque tenía buena parte de mi vida en España, pero en parte también porque no me dieron mucho juego. El primer día ya me dijeron: «los ciudadanos de la UE tienen tanta facilidad como los suizos para encontrar en trabajo. Aunque claro, ALGUNOS no están de acuerdo con eso». Para empezar. El chico que se fue a hacer el postdoc a Inglaterra. En fin. Que es un debate, desde luego, lleno de espinas.

    • El debate no es que se pongan minaretes o no, eso es quedarse en la anécdota; sino que se establezcan guetos musulmanes en los que patrullas ciudadanas acosan verbalmente a mujeres árabes que se niegan a llevar velo o se visten a la manera occidental, con tribunales vecinales a la manera iraní en los que se resuelven disputas entre familias recurriendo a la «sharia», y en los que se prohíbe poner carteles con modelos ligeritas de ropa porque ofenden la delicada sensibilidad de estos fanáticos. Todas las religiones piden respeto a sus costumbres mientras son minoritarias, pero en cuanto alcanzan un número suficiente de individuos y se ven con fuerzas, no tardan en imponer sus dogmas medievales a los demás. Echad un vistazo a este artículo para ver el maravilloso mundo que nos espera como recompensa a nuestra paciencia y tolerancia con los pobrecitos inmigrantes:

      http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=20954

  10. Cronista, Suiza no es Alemania. Si tienes amigos allí ellos podrán decirte que el propio funcionamiento del sistema hace casi imposible que alguien sin un contrato de trabajo resida en el país sin ser millonario. Los inmigrantes están allí porque sus empresas necesitan personal cualificado que no pueden generar el país por motivos demográficos o porque están contratados por multinacionales extranjeras instaladas allí.
    Si conoces a alguien que llegue a Suiza y al poco tiempo tenga «una paga por la cara despues de 4 papeleos» explícame cómo lo ha hecho porque entonces en 4 años no me he enterado de nada.

    • Lo de «la paga por la cara» lo decía por Alemania. El tema es, que despues de lo de Suiza, en Alemania mucha gente ha empezado a preguntarse el porque están todos como tontos financiando a media Europa del Este.

      • Pues Alemania ha sido uno de los países que más ha empujado la expasión de la UE hacia el este…

  11. Yo soy inmigrante. Vine desde el primer mundo al tercero y aquí me quedo. Como usted, en su excelente análisis, no puedo evitar sonreír. De pequeña me enseñaron que «donde fueres has lo que vieres». Aprender la lengua y las costumbres es lo mínimo que podemos hacer para entender cómo funciona una sociedad. ¿Cómo pretendemos ser parte de ella, cualquier sociedad, en la que ni siquiera nos importa su día a día?
    Un saludo especial.

  12. Yo también soy inmigrante español en Suiza, pero en la parte alemana. Cuando supe los resultados del referendum no pude evitar cagarme en medio pais, y se me quedó mal cuerpo durante un par de dias. Incluso me sentía más observado de lo habitual en el tranvía, estaba paranoico.
    Muchas gracias por el artículo, me ha dado un momento de reflexión que llevaba necesitando unos cuantos dias… Viviendo aquí, es inevitable leer un montón sobre el tema, pero ha sido este artículo el único que me ha hecho pensar friamente sobre el tema.

  13. El siguiente texto no se ha completado (o carece de sentido literal):

    «Esto casa bien, pensé, con el hecho de que en muchas regiones ricas donde la inmigración alemana (sí, los alemanes también migran cuando se van a un lugar más rico que su casa) es considerable.»

    Quitando el texto entre paréntesis, por simplificar:

    «Esto casa bien, pensé, con el hecho de que en muchas regiones ricas donde la inmigración alemana es considerable.»

    Un saludo

  14. Ms Anónima

    Supongo que primero habría que analizar el tipo de inmigrante del que hablamos: no es lo mismo la mano de obra cualificada que trata de integrarse en la sociedad de acogida, con unos mínimos valores de respeto a lo ajeno y sentido común; que el típico analfabeto que viene a chupar del bote, ese de los 5 churumbeles, la abuela y la madrina y no sabe que las papeleras sirven para algo…

  15. Alejandro

    Veo el artículo como un correcto análisis pero quisera aportar, lo que para mí son puntos que los suizos han valorado al votar a favor de las restricciones.

    Por supuesto es solamente mi opinión por mi experiencia personal y lo que he hablado con mis amigos suizos…

    Ya llevo residiendo dos años en el catón de Zúrich, en una ciudad de unos 18.000 hab al norte de Zúrich-ciudad
    Aunque el autor destaca que en Zúrich cantón ganó el NO, lo hizo gracias al voto urbano.

    -Saturación de las infraestructuras:
    Todos los dias, me desplazo hacia al norte a el estudio dónde trabajo, a una pequeño pueblo fronterizo.
    Este recorrido es el inverso que realizan a diario cientos de alemanes, que trabajan en Zúrich (en el centro su mayoría). Un gran porcentaje de esta gente realiza este trayecto en su coche. A diferencia de la red ferroviaria (aunque ésta también se satura en momentos puntuales), la red de carreteras suiza no es tan buena, con autovías conectando solamente las grandes ciudades. El resto son carreteras convecionales de dos sentidos. El resultado, un trayecto de 10 km de una duración normal de 10 mins, se convierte un un atasco de 40 mins, todos los días por la mañana de ida, y por la tarde de vuelta.
    Los trenes se mantienen puntuales, pero mucha gente va de pie…algo inaudito para los suizos.

    -Visión negativa de los trabajadores de «frontera» y de los alemanes en general (en mi zona al menos)
    Trabajando en una oficina 50% suizos – 50% alemanes me ha demostrado que los suizos-alemanes, recelan o incluso muestran su antipatía abiertamente hacia los alemanes. Detalles, cómo negarse a hablar Hochdeutsch (alemán normativo de Alemania), y hablar en Schwiizerdütsch (dialecto hablado en los cantones suizos (con dialectos diferentes), el cuál no entiendo e incluso para los alemanes recién llegados es complicadismo de aprender, pues es solo dialecto oral, sin reglas), «pullas» continuas de cualquier caracter: Económicas, políticas…o en los casos extremos, rechazar la ayuda o consejo. (Cabe decir que los míos también son rechazados)
    Además los alemanes es el mayor grupo de inmigrantes…creo que recordar que de los 60.000 inmigrantes que entraron el año pasado, unos 20.000 eran de nacionalidad alemana.

    Esta antipatía aumenta en caso de ser un trabajdor de «frontera», el cuál, desde el prisma suizo, se benefician del salario de suizo, pero lo gastan en Alemania.

    -Alquileres y expansión urbanística.
    Si bien es cierto que los aumentos de los alquileres es claramente visible y algo que preocupa a los suizos, de fondo hay una cuestión que creo les preocupa más, y va en relación con el punto que el autor comentaba…quieren una Suiza más Suiza.
    Fuera de las grandres ciudades, la población está concentrada en pequeños pueblos o pequeñas ciudades, rodeadas completamente de bosques o campos.
    Además la altura máxima de los edificios está muy limitada.
    Las directivas urbanísticas de casi todo el cantón de Zúrich son claras (y la mayoría de la población está de acuerdo) : Consolidar los núcleos existentes, construyendo en las parcelas existentes o derribando/rehabilitando viejos edificios. Pero la expansión de esos núcleos está muy limitada, y la altura se mantiene.
    Por lo que existe un temor creciente a que la llegada de inmigrantes a este ritmo, pero con una política tan restrictiva, los precios de la vivienda se vuelvan inalcanzables (si ya no lo son, por poner un ejemplo, yo pago 1000 euros, por un piso de dos habitaciones en una ciudad de 18.000 hab.), sobre todos para los jóvenes, acostumbrados a independizarse rápidamente.

    Por supuesto estos son los argumentos que me daban las personas abiertas a debatir y que realmente han valorado la situación, aunque muchos de ellos finalemente votaran NO. Otra mucha gente esgrimia los argumentos populistas de cualquier situación así.

    Un saludo

  16. Si el control de ortografía, redacción y profundidad de ideas fuese tan estricto como el que propone Cronista (y los suizos, tan justos y firmes y democráticos) con la extranjería, la orden de expulsión (de este foro) sería inmediata. Ese «a aportado» no procede ni del móvil ni del cansancio ni de nada. En algunos casos (no necesariamente en el tema migratorio) fondo y forma tienen una unión «más estrecha».

  17. ¿Qué habría de malo en que una mayoría de suizos quisieran que Suiza siguiera siendo Suiza? ¿Qué votaríamos los españoles si tuviéramos la posibilidad de que nos consultaran directamente acerca de la inmigración?

    El control de las fronteras es parte integral de la soberanía de un país. Lo raro no es lo que han votado los suizos. Lo raro es este experimento que se está haciendo en Europa de dejar entrar y residir a tantos extranjeros con tasas demográficas mayores que las nuestras y con formas de vida ajenas a la nuestra, y en ocasiones incompatibles.

    Cuando alguien emigra no lleva consigo sólo una maleta, lleva una educación (o falta de ella), una visión del mundo. Por poner un ejemplo claro: si en mi barrio llega a haber una mayoría musulmana y yo siendo mujer no puedo llevar falda corta o siendo homosexual no puedo ir de la mano de mi pareja, poco me va a importar que económicamente nada haya cambiado. Y sí, pensaría que mi barrio ya no es España.

    No nos hagamos los ciegos: todos sabemos que sin reconquista España sería Marruecos. Un país es como es por la gente que lo ha poblado históricamente. Si cambia la población cambiará el país, en todos los sentidos. Yo personalmente prefiero vivir en España que en Marruecos, y que mis hijos puedan seguir viviendo en España y no en Marruecos, y me gustaría poder expresarlo en votación democrática. Y creo que la mayoría de españoles votaría como lo han hecho los suizos. Y estaríamos en nuestro derecho. ¿O no?

    • «No nos hagamos los ciegos: todos sabemos que sin reconquista España sería Marruecos.»

      Yo no lo sé, lo siento. Sé que es tentador jugar a los contrafactuales pero de hecho es imposible saber que hubiera pasado si los reinos cristianos peninsulares se hubieran quedado en las montañas, no sabemos como se hubieran conformado los territorios de la actual Francia, no sabemos como hubiera evolucionado el Islam en general, no sabemos como hubiera evolucionado el cristianismo, no sabemos como se habría integrado América en la economía-mundo (hecho que fue vital para el avance europeo)… no sabemos nada.

    • Clit Licka

      ¿Que tendría de malo que los catalanes quisieran una Catalunya gobernándose con leyes emanadas de su propia población autóctona? En eso estamos. Tardaremos mas o menos pero acabaremos votando y construyendo un espacio propio y espero que parecido a la tradición Suiza.

      • Me rio de tu bobada de post. Y digo a los que no son catalanes que no crean una palabra de lo que oyen a Mas & co. Treinta años de manipulación fascistoide dan mucho bagaje. La inmensa mayoría de catalanes no queremos la independencia, no se dejen convencer de lo contrario. Ya conocemos a los oligarcas que nos han arruinado y no creemos en sus historias rosas sobre un estado catalán independiente y europeo. Si mandan ellos, que es lo que se plantea, Catalunya se irá al traste. Menos chorradas con la independencia: lo que queremos es trabajo y bienestar, cosa que saliendo de la UE veo bastante jodido que nos alcance para todos. Para los Pujol & co. desde luego. Artur Mas dijo que este era el «gobierno de los mejores»… esa es la traducción de la palabra griega «aristocracia» Mucho cuidado con esta gentuza y con los de «izquierdas» que los apoyan.

  18. Por un casual, McManus o algún otro usuario, ¿tenéis estadísticas de inmigración/emigración suizas?

    • Según ponía el otro día en El País » Alrededor de un millón de europeos trabajan en territorio helvético y otros 230.000 cruzan la frontera diariamente para trabajar en un país donde la tasa de paro no excede del 3%. Además, otros 430.000 suizos viven en alguno de los 28 países de la UE. «

  19. Me parece que el artículo es muy acertado al señalar que las causas económicas no han sido determinantes a la hora de interpretar el resultado de la votación. Sin embargo, no me queda claro si todo lo que dice después Jorge Galindo es una censura a la democracia directa en general o a la democracia directa suiza en particular.

    Sobre los motivos está todo dicho ya por Jorge, yo también creo que los suizos no han tenido en cuenta motivos económicos sino más bien sentimentales, completamente ajenos a la razón. Si un ciudadano suizo concluye que la inmigración amenaza la “identidad” cultural suiza, la homogeneidad del país por decirlo de algún modo, no habrá ningún argumento económico que le convenza de lo contrario.

    Sobre la democracia directa es otro asunto. Yo soy un defensor de la democracia representativa, creo que es superior en todos los aspectos, pero también creo que puede combinarse con instituciones de democracia directa como el referéndum. La democracia directa no es mala per se y atacarla injustificadamente es ignorar que de hecho en Suiza la gran mayoría de las iniciativas populares no consiguen la aprobación electoral. Dicho esto el proceso que exige la normativa suiza es el adecuado a priori (mayoría de ciudadanos y de cantones) pero sin embargo, está eminentemente desequilibrado en favor de los cantones más rurales, despoblados y conservadores, a los que se les otorga el mismo peso que a los más poblados y urbanitas.

    Pasada la alarma inicial creo que la solución para encauzar estas situaciones en el futuro no pasa por desechar la democracia directa, sino por atemperarla, recogiendo las experiencias de otros países. Por ejemplo, podría imitarse el ejemplo de Italia con su referéndum abrogatorio y hacer que las propuestas de referéndum pasen por un control previo de constitucionalidad por el Tribunal Federal de Lausana.

    Por último, no sé si es un error o un despiste, se dice en el artículo que Suiza es “el Estado confederal más descentralizado del continente europeo”. Suiza no es una confederación desde la Constitución de 1848, redactada tras su breve guerra civil. Suiza es una federación que mantiene eso de “Confederación” en el nombre por hacer bonito, pero los cantones ya no tienen derecho a separarse como en todas las confederaciones del mundo.

    Saludos.

  20. No sólo son temas económicos, por lo que comentas, sino que se superponen también temas territoriales, entre lo rural y lo urbano quizás. En el ámbito urbano se sabe que los problemas derivados de la inmigración se solucionan, en el ámbito rural esto no está tan claro, pero a la misma vez supone una defensa de lo «rural».

    Además de las casuísticas que comentas y de la descripción del peculiar sistema democrático suizo, sin duda es una temática mucho más transnacional que puramente suiza. Las tensiones norte-sur dentro del continente ahí están, quizás el cantón italiano que comentas sería el más afectado al compartir lengua con el único estado que Suiza tiene estrictamente al sur y de ahí su postura a favor.

    A todo ello se une lo lejanas que verán las instituciones de una UE a la que ni pertenecen (si ya nosotros las vemos lejanas) y de las que creen que van a tener una respuesta tibia, ya que se creen en su derecho de violar un pilar de los acuerdos de libre comercio. Ahí está el meollo, porque no es Suiza sólo, también es Reino Unido, Bélgica, Francia… Quizás en otros países se hubiera votado muy parecido. Y en un mundo globalizado donde prima la agregación regional (nada más hay que ver la nueva Alianza del Pacífico con libre circulación como eje fundamental) pasos atrás perjudican. Yo lo siento mucho por los suizos, pero una respuesta clara y la activación de la clausula guillotina es necesario hoy más que nunca.

    • Por cierto, gracias por recordarme que mañana tengo examen de alemán y yo aquí, con estos pelos… ¬¬’

      Gute Nacht

  21. Ciudadana Anónima e Invisible

    Yo no sé hasta qué punto entender la irracionalidad. Creo que eso se me da mal. Tampoco sé entender el apego extremo a lo identitario, al punto que tampoco entiendo por qué existen las normas de extranjería, por más que me las expliquen. Como el 75% de mis antepasados emigraron por todo el mundo (si fuera francesa sería «avec des origines»), no lo supe entender en mi país de orígen, ni lo sé entender en una Europa en la que cada día da más miedo ser extranjero.
    En España no he sentido una discriminación directa. Más bien, me he sentido correctamente acogida en el trato interpersonal. Incluso más que «en mi país de origen». Al tener esa sensación, tal vez equivocada, decidí quedarme aquí. Irracionalmente. Buscando «lucharla» cuando las vacas empezaban a ser flacas (no pensábamos que fuera a tanto). Disuadida por la normativa rígida en materia de inmigración de los demás países (tal vez prejuzgándolos). Creyendo que la tendría más fácil (o menos difícil) por la cercanía cultural y afinidad de mi país con España. Y luchándola pese a los enormes obstáculos burocráticos contra los que me topo día a día. La burocracia: esa gran discriminadora. La gente me sonríe en el metro y las señoras me dan consejos por la calle, como si fueran mis abuelas, pero tengo cerrado con diez candados el mercado de trabajo de este país y el de cualquiera. No sé si pedí mucho, si fui demasiado ingenua, pero un estudiante/investigador si es nacional está condenado a emigrar a los demás países comunitarios (o a uno de los míos, o al que sea). Si es extranjero (extracomunitario) es un cuasi-ilegal, sin derecho a nada. Un paria. Al mío no quiero regresar, porque no lo tenía cerrado legalmente, pero sí fácticamente. Asfixiada por los reglamentos (la letra pequeña del ordenamiento), mis planes son cada día más pequeños. En cada «rejection letter» o en cada «su candidatura a este puesto ha sido descartada porque no tiene permiso de residencia», veo el rostro de ese europeo que me sonríe en el metro, y el leviatán que se aparece en 40 «me gusta» cuando alguien, cualquiera, en cualquier periódico, dice cualquier atrocidad inhumana en torno a la inmigración: no hablo ni siquiera de los que cuestionan la falta de integración o la delincuencia o el argumento demográfico (que quizás tenga un punto de «racionalidad»), sino de algo más perverso: la oposición al mero hecho de trasladarse de un lugar a otro. Esto es irracionalidad y hablo desde la pena. No sé si es victimismo o conciencia de la forma en la que una simple opinión de «bistrot» puede arruinarle la vida a alguien que se partió el lomo estudiando y trabajando, convirtiendo sus estudios en papel higiénico de la marca Scott.

    • Javier Pazos

      Coincido con vos, estando en el siglo 21 es irracional negarle a alguien un puesto de trabajo o el derecho a vivir en un lugar simplemente porque nació a 10, 500 0 13000 km de ahí. ¿Cuál es el mérito del que nació en un lugar sobre el que nació en otro? Si no hay mérito de uno, no hay razón para negárselo a otro.
      Por otro lado podríamos discutir cuanto tiempo tiene que aportar al estado a través de impuestos o lo que fuese para acceder a los beneficios de este, pero no veo porque negarle lo que se puede ganar con su trabajo.
      Y para los que proponen que los inmigrantes son ladrones o vienen a mendigar, les recuerdo que también hay españoles ladrones y que no trabajan y no por eso hay que poner a todos presos, a cada cual que le corresponda lo que se merece.

  22. Pingback: 18 de febrero de 2014, núm. 220-232 « Andalán.es

  23. SrFloppy5

    Muy interesante. Como residente en Suiza desde hace casi dos años, con mujer e hija helvéticas, este tema me ha preocupado, y aún ahora sigo sin tener una postura clara. Lo que siempre he tenido bien claro es que la democracia directa es un sistema horroroso, precisamente por las razones aquí expuestas

  24. SrFloppy5

    En cualquier caso, no creo que se trate de que sea un error, racismo o irracional negar nada a nadie. Si se toma una decisión aceptando las consecuencias (no lloriquear por ayudas de la UE, por ejemplo), no queda sino aceptarlo (o tratar de revertirlo legalmente). En cada país, la gente se gobierna como quiere. El problema es saber si esto es lo que los suizos (y no sólo el 25% de las personas con derecho a voto) quieren.

  25. «solo la mitad de los suizos con derecho a voto lo ejercieron, pensé. Y la mitad de esta mitad votó a favor de la propuesta. Eso dejaba a un mero cuarto del país apoyando la iniciativa. Me dio por pensar entonces que tal vez el problema era el mecanismo de decisión. Que quizá la democracia directa nos había metido en este lío al permitir que una parte minoritaria del electorado pudiese capturar el proceso para decidir lo que más le convenía en contra de la mayoría. »

    A eso se le llama hacer una interpretación sesgada de los resultados, no hay una minoría que ha decidido en contra de una mayoría. Hay una minoría que ha decidido en contra de otra minoría – más minoritaria que la primera -, mientras a la mayoría se la traía al fresco y no lo consideraba suficientemente importante como para ir a votar en contra. No es lo mismo.

    Su interpretación del resultado es demagogia pura me temo que con el único objetivo de atacar el sistema de consulta directa (usted sabrá porqué aun que lo intuyo). La culpa de un resultado que solo satisface plenamente a un 25% del electorado no es del sistema de decisión empleado, la culpa es de la baja implicación de la sociedad en un tema que igual percibe como lejano o por el que no se siente afectado directamente.

    • Vamos, que no puede presuponer que el 50% que paso olímpicamente del tema está en contra solo porqué a usted le parece la opción más razonable.

  26. Es una reflexión interesante, y estoy de acuerdo en la parte que hablas de que una pequeña parte puede secuestrar todo el sistema. Quizás si me gustaría matizar que no hay que presuponer que parte lo ha hecho.

    Si hubiera ganado el «no», sería lo mismo, vota un 25% de la población y le impone esto al resto. Ahí me parece que el principal problema es la implicación.

    Si se hace una votación para pintar la fachada de mi edificio, y yo no voto, se sobre entiende que me da igual, es decir, que acepto lo que a los que sí les importa decidan.

    Y quizás en ese sentido presupones que los que no votaron, estarían a favor de la inmigración, si lo estuvieran se habrían implicado y votado en contra.

  27. Hay decenas de estudios que demuestran que argumentos del tipo «nos quitan el trabajo» (es decir, la inmigración hace subir el desempleo) tienen poca base real. Más bien al contrario: genera crecimiento y supone una carga apenas perceptible para las arcas públicas». Esto es una falacia diga sólo uno que no esté subvencionado por alguien que tenga intereses directos y no invente por favor.

    Los suizos hacen muy bien. Una inmigración descontrolada lo único que consigue a largo plazo, y esto sí se ha demostrado, es destruir la identidad y bienestar económico de un país. Efectivamente el inmigrante no tiene culpa de nada pero una política de «puertas abiertas» es una decisión demagógica que no soluciona el problema de raíz; que es el sistema global capitalista que fomenta las desigualdades y las injusticias.

  28. Pingback: As causas do retorno | Común (e persoal)

  29. El «sistema» ya ha quebrado,… para la mayoría de la humanidad.
    En Suiza pueden poner todas las barreras que quieran, mil millones de personas las cruzarán.
    Por cierto, Suiza es el país más corrupto del mundo, siempre que hay un escándalo sale Suiza de por medio. ¿Cómo controlan los medios para que no se diga más alto? ¡Suiza es el país más corrupto del mundo!

  30. Pingback: Jorge Galindo | El día en que Suiza votó contra mí

  31. Solo un breve apunte al excelente artículo, confederal lo fue, hoy es federal y con un BNS y gobierno federales tan metomentodos, en breve será una unión a la americana… una pena, el único reducto que quedaba…

  32. oy la juerga padre, la alegría de la huerta, cuento chistes que no veas, que me escuchas y te meas, y aquí estoy pa’ lo que sea

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