Dicen las encuestas que la corrupción política es la segunda preocupación de los españoles y uno piensa que ya era hora. Cuanto más nos preocupemos por ella más difícil será que se tolere. Por eso no comprendo a los que dicen que la corrupción es insoportable y que hay que hacer algo con urgencia, algo, lo que sea, una ley, o un reglamento, o una reforma de la Constitución, o una revolución, o una quedada para tirar adoquines a los corruptos. Si hace una década la gente estaba tan contenta rodeada de corruptos, ahora debería encontrarse a las puertas del paroxismo considerando la cantidad de procesos abiertos, el número notable de imputados, acusados y condenados —ya, ya sé que hay quien dirá que son pocos, pero ¡son mucho más que antes!— y el hecho de que es seguro que se trinca menos, siquiera sea por el doble efecto de la disminución de los presupuestos para obras idiotas y observatorios varios y de una cierta suspensión de la sensación de impunidad, esa que llevó a tipos trajeados y supuestamente inteligentes a contar en correos electrónicos lo bien que se lo estaban montando.
Cuento esto para explicar el extraño comportamiento de las masas opinadoras e ideólogos de todo tipo ante los tiempos interesantes que nos está tocando vivir. Parece como si todo se entendiera al revés. Y esto mismo afecta a los que dirigen los partidos políticos.
Por ejemplo, ¿por qué lleva el PSOE contradiciéndose dos años? Fue el presidente del Gobierno Rodríguez Zapatero el que se introdujo en el camino de lo que los grandes simplificadores llaman los «recortes». Les juro que no comprendo a qué juegan. Tenían toda una legislatura para aparentar seriedad y responsabilidad, montar un programa alternativo moderado, realista y moderno, y luego reprochar al Gobierno sus incumplimientos electorales, en particular el relativo a la creación de empleo. Sin embargo, desde el primer momento se llenaron la boca de escenarios catastrofistas, anunciando rescates totales, incumplimientos de déficit, suicidios masivos, hambre y tasas de desempleo al final de la legislatura, tan apocalípticos que han conseguido darle discurso al Gobierno. Uno comprende esto en esos partidos de izquierda que luchan para que el sistema capitalista, fascista y ultraliberal impuesto por el capital, el FMI, el SIM y el MAL, caiga, aunque para ello tengan que falsear un dato o dos, pero ¿el PSOE? ¿Qué tenía que ganar el PSOE con ese discurso cuando para cualquier elección importante faltaban años?
¿Y qué me dicen del PP? Los amigos azules se han llenado de porquería con sus extraños finiquitos y sus explicaciones inanes al respecto, han incumplido todas las promesas electorales, salvo las que aparecían en la página diez de su programa, y además sus cifras en los dos primeros años han sido manifiestamente lamentables. Su único camino era convencer a los españoles de que la situación era tan explosiva que esos malos resultados iniciales eran producto de esa otra gran simplificación, el «despilfarro» socialista, y que su política había salvado al país de una situación mucho peor, pese al virulento e irresponsable comportamiento del único partido que podría sustituirles en el Gobierno. Curiosamente, la crítica desmesurada e incomprensible a inicio de legislatura, en particular la del PSOE, favoreció esta estrategia. Tan bombardeada estaba la gente con escenarios tremebundos que cualquier dato que nos apartase de ellos se convertía, se está convirtiendo, inmediatamente, en un triunfo del Gobierno. Mientras tanto, la corrupción podría perder fuelle, por cansancio —no es la persistencia una virtud del homo politicus español— y porque, a qué negarlo, es un problema para mucha gente no por conciencia cívica, sino por cabreo ante su situación económica personal.
Sin embargo, algún genio de la estrategia política decidió embarcar al Gobierno en el desarrollo de un programa legislativo sobre cuestiones en las que el resultado solo podría suponer una pérdida de apoyo electoral: el aborto es el ejemplo más claro. Se dice que con eso se pretende compensar a la parte de votantes situada más a la derecha por las consecuencias de una supuesta política blanda en materias como el terrorismo o el independentismo catalán. Sin embargo, cualquiera pensaría que esos votantes que siempre han escogido al PP como opción menos mala, en su mayoría le seguirían siendo fieles, sobre todo ante una campaña, la de las próximas generales, en las que el extremismo formal y sustantivo de los discursos aumentará de manera muy importante, en particular en los partidos que quieren crecer aprovechando la situación de inestabilidad. Y la contrapartida es que les resultará mucho más complicado presentarse como centristas o moderados frente a muchos que podrían —a falta de algo mejor— haber comprado la mercancía del Gobierno.
A menudo se dice que España es un país progresista. Yo creo que no. Creo que los españoles son básicamente conservadores y prefieren que mande quien, en su miope punto de vista, no corra riesgos con las cosas del comer aunque eso implique tolerar «disfunciones». Por eso nos gustan las marañas de subsidios y aunque no vemos con agrado una legislación gigantesca e ineficaz, no ponemos reparo a esa norma concreta también ineficaz de la que obtenemos algo. Y de ahí el enorme cabreo de la gente, que estaba dispuesta a aceptar muchas cosas, siempre que no le tocasen lo suyo. Sí, somos enrollados en cuestiones de moral, pero tremendamente acomodaticios a la hora de abordar auténticas reformas que supongan esfuerzo, incertidumbre y trabajo constante incluso a través de generaciones. También por esa razón triunfan los «reformadores en el papel», esos que venden que pueden acabar con todos los males de España con dos o tres meses de BOE. Ese discurso, tan querido en nuestro país, que se basa en la identificación del otro —el «español», el «catalán», el «corrupto», el «empresario», el «sindicalista», el «funcionario», el «defraudador»— como la causa de nuestros males, dejando siempre a salvo al ciudadano que da su voto al conductor de hombres que dice verdades como puños.
Por eso un partido reformista de verdad lo tiene complicado en nuestro país. Necesitaría también un trabajo de años, serio, sin demagogia y ¿de dónde salen los españoles que quieran hacerlo? Los españoles todo lo más se reúnen, hacen un manifiesto en el que anuncian que su programa consiste en que el mal se transforme en el bien, siguen reuniéndose, se asocian, hacen unos estatutos y luego, en unos meses, se pelean por alguna razón inane propia de una reunión de vecinos o, algo peor, consiguen algún diputado.
Pero lo que resulta incomprensible es que los dos partidos mayoritarios hayan olvidado las razones por las que se han repartido el poder en España durante décadas y se estén dedicando a darse martillazos en sus propios dedos. Son tan estúpidos que merecen perder. Y además ese seppuku nos vendría de escándalo, si no fuera por el pequeño detalle de que no hay nadie a la vista que pueda ganar dando a los españoles la colleja que se merecen. Disculpen la melancolía y veamos el lado bueno: al menos nos vamos a entretener.
Pingback: Pero ¿quién está al volante?
Menos mal que ahora, con la independencia catalana, vamos a ver de cerca la implantación de un nuevo sistemas más democrático en el que se ejercerá el derecho a decidir a cada paso, consultando todo a todas horas, libre de corrupción (al menos se podrá controlar a los jueces que ya no estarán en Madrit en última instancia) y altamente efectivo (y si no lo es, siempre se podrá seguir echando la culpa a Espanya).
Vamos de mal en peor.
Evidentísimo, si cada vez que veo a Junqueras y Mas me parece estar divisando al Ché y Fidel en Sierra Maestra…
¡Vivan las caenas!
No quiero sonar pedante o patriótico, estoy bien lejos de dejarme guiar por banderas, pero me temo que somos los catalanes los que vamos a sacudir España. No sé si para bien o para mal pero está claro que el proceso independentista hará cambiar la concepción del estado y replantearse las cosas a toda la península e ínsulas.
Qué va. Como máximo se repartirán de nuevo las cartas/prebendas y otra vez a empezar. ¿O alguien cree de verdad que en el proceso catalán pinta algo el pueblo? Supongo que hay que tener una ferviente fe nacionalista para creer tal camelo.
¡Vivan las caenas!
Si no se trata de que el pueblo pinte o no algo, se trata de que si Cataluña se va, el resto del Estado tendrá que buscarse las habichuelas para compensar la pérdida de ingresos.
Pero, ¿tú crees que se va a ir a algún lado? A mi me da que se va a quedar donde siempre…
A este paso sí que se va a ir, sí. No se puede vivir de espaldas a más de la mitad de la población catalana.
Pérdida de ingresos… y de gastos.
Pues sí, a lo mejor dejar de rescatar bonos patrióticos nos viene bien.
Al volante está el poder del dinero, así ha sido desde hace siglos y seguirá siendo mientras sigamos en este sistema. Da igual que políticos marioneta les toque el turno de hacer el teatrillo porque los que mueven los hilos son los mismos, ejemplo: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/jaqueperpertuo/2010/12/09/seamos-justos-con-sinde-el-guion-no-era.html
Lo mas gracioso de odo es cuando todavía a los que se quejan no se les ocurre otra cosa que «un partido reformista de verdad», como si fuera posible que tal cosa exista, como si los que mueven los hilos de repente se quedaran impasibles viendo como un humano aparta sus marionetas del teatrillo, pero, lo mas grave de todo, como si fuera posible SOLUCIONAR y no PARCHEAR los problemas a largo plazo dentro de este teatrillo (es decir, dentro de este sistema) por mucho que cambiaran los actores. No tenemos remedio, nos merecemos lo que esta pasando porque somos demasiado estúpidos y chocamos 456254645 veces con la misma piedra sin aprender. No aprendemos de los errores, no aprendemos.
Sísifo nos describe.
El dinero manda aquí y en Estocolmo. Esa no es la cuestión. La cuestión es que los «delegados» del dinero sean algo más eficientes que los actuales, menos corruptos y más capaces. Diciendo «todo es una mierda» no se arregla nada. En efecto, todo es una mierda, pero en Suecia las cosas son un poco menos mierda que aquí y es por algo.
Hasta las bolas de conspiranoicos que mueven los hilos de los que «mueven los hilos».
Señores, que hay que estar dispuestos a perder la vida propia y la de nuestros seres queridos para cambiar algo… ¡Que tiende a olvidarse de forma interesada esta realidad por lo desazonante que es! ¿A cuantas personas conocen que estén listas para el sacrificio? Además, de esas personas se apartan los otros como de la peste, no fuera a caerles algún palo. Pues por eso no cambian las cosas. Y si cambiaran por poco tiempo, pronto volverían a su cauce, porque los humanos formamos parte de esa naturaleza reaccionaria, amoral y despiadada que no sabe de justicia alguna y sí de medrar a cualquier precio.
La guerra civil, las décadas de dictadura y sus consecuencias, y la media de edad en España son un hándicap brutal. El PSOE está hundido, pero el PP podrá seguir gobernando aunque lo haga con los votos del 20% o menos de esa población que le es fiel haga lo que haga (no con mayoría absoluta). La dualidad del mercado laboral lo permea todo y solo veo un posible punto de inflexión el día que el número de desempleados/precarios supere al de estables que, a día de hoy y mientras no les toque, siguen sin querer enterarse de lo que está pasando en España. De momento y, dado que los pensionistas forman el núcleo de votantes de ambos partidos (especialmente del PP), el grupo de población perjudicado seguirá siendo el más joven y no entiendo qué clase de futuro le espera a un país que condena a su juventud a la exclusión social. Están creando un campo minado.
Totalmente de acuerdo, don Tse. Lamento profundamente no tener la más mínima discrepancia con lo que afirma aquí. Si no fuera por otros escritos suyos en los que no me reconcozco, pensaría que Tsevan Rabtan es el seudónimo que usa mi otro yo.
Un par de notas, Tse.
Sobre la reforma de la ley del aborto, Jorge San Miguel tiene una teoría interesante: es una victoria de un colectivo bien organizado:
http://politikon.es/2013/12/26/claves-sobre-la-ley-del-aborto/
En cuanto a la ausencia de un discurso serio en el PSOE, decir que parece que existe aunque sea francamente minoritario. Como el del autor del libro reseñado aquí:
http://www.eldiario.es/agendapublica/nueva-politica/alternativa-progresista_0_220478560.html
(En el PP, imagino, habrá corrientes reformistas similares).
Y eso me lleva al punto clave: ¿qué hacer en este contexto? Para mí está claro: votar a los partidos que pueden competir con PP y PSOE por el lado reformista: sólo su éxito puede dar fuerza a esas corrientes en los partidos mayoritarios. Votarlos, sí, aunque su lideresa o su vicelíder nos caigan mal, o aunque sean peores que una comunidad de vecinos.
Tsevan, lo que los españoles quieren es un relato que les exima de culpa y les evite problemas de bolsillo y de conciencia. Algo así: «Ahora que está todo estabilizado y la situación mejora podemos decir que la crisis no fue tu culpa. La sufriste con estoicismo y ahora recoges los frutos de un papel que supiste interpretar».
Una historia en la que el papel del representado sea positivo, sino heroico. El PP ya está sentando las bases de ese argumento y le va a dar frutos jugosos antes de lo que calculan algunos oportunistas.
A menudo se dice que España es un país progresista. Yo creo que no.
pongo en mi boca la frase del articulista, que sienta la evidencia de una medular ciudadana anestesiada por el dinero… desde el patrimonio de los ricos a las hipotecas de los pobres, el dinero nos convierte a todos en rehenes de su inapelable lógica, autómatas de sus designios… es un fenómeno global, que trasciende el miserable teatrillo de ésta aldea, en el que nuestros políticos-marionetas ofician un rancio sainete que está dejando la sala vacía… el público hastiado, se larga a casa
Lo que no se oye de los reformistas, aunque puede que me equivoque porque tiendo a no hacerles mucho caso, es cómo van a cargarse este tipo de conspiración tan impersonal y evidente (hay que ser muy liberal para no querer verlo, y hay que estar muy despistado para afanarse por buscar, detrás de del telón, a personas con nombres y apellidos y grande genio maléfico): las armas dictan la guerra, las industrias y actividades sujetas a regulación controlan a las agencias reguladoras, los dineros crecen en los campos de cosechas, vendidas mucho tiempo antes de haber sido plantadas; cada cual de nosotros, en suma, vende su vida, cambiada a tiempo contante, por precio determinado a cobrar en la otra vida, siempre futura.
Por otro lado, está visto que no acaba de desmoronarse la fe en que hay efectivamente alguien al volante de los designios de los grupos sociales y en último término de la humanidad. Lo más que se suele oir, como aquí, es que hay que poner al frente de los asuntos a los expertos buenos, hombre (o sea que se trata, en realidad, de un reforzamiento de esa creencia). Pero no es extraño si nos atenemos a la imperiosa necesidad individual de creer que cada uno de nosotros lleva las riendas de su vida. Recuerden,por otro lado, que esta forma de poder que nos ha tocado vivir a nosotros (que es por tanto, supongo que esto se verá bien, la más desarrollada y perfecta en que el poder se ha investido, la culminación de la historia en ese sentido), la democracia, se basa en la creencia, algunos lo llamarán conciencia, de que cada uno de nosotros sabe quién es y qué quiere hacer con su vida. Lo cual no empece, llamativamente, para que todo Cristo haga báscisamente lo mismo, cómo los automóviles en la ristra interminable de una operación salida.
Lo que ha permitido al PP y al PSOE repartirse el poder todos estos años es un sistema electoral que otorga a los dos partidos más votados el 80% de los escaños del congreso independientemente de los porcentajes de voto, generando así el fenómeno bipartidista del «voto útil». Nadie va a «tirar» su voto votando a un partido que se cree que no tiene posibilidad alguna de ganar.
Hasta que la gente vote a otros partidos. El sistema se disennó así para tener mayorías y no italianizarnos.
IU tenía en sus tiempos 21 diputados y AP (pre-PP, para los que no se acuerden) sacaba 80 escannos, luego 100, y así. El manido bipartidismo empieza en el 96, cuando Aznar lleva al PP por primera vez al gobierno.
Si lo que queremos son otros partidos, lo que hay que hacer es votar a otros partidos.
Y así hemos llegado a una situación en la que un partido político puede incumplir prácticamente todo su programa y «promesas» sin ninguna consecuencia. Es imprescindible impedir que un partido logre mayoría absoluta (una auténtica aberración disfrazada de ese eufemismo llamado «estabilidad») y que los dos partidos mayoritarios (la vieja alternancia de poder de antaño con otras siglas), dejen de dar por hecho esos votos y reparto de poder.
Me gustaría saber cómo vas a impedir las mayorías absolutas y por qué son una aberración.
La mayoria absoluta es una aberración porque se convierte en una dictadura. Ya lo hemos visto en España, y ahora mas descaradamente que nunca. Siempre hubo corrupción de todos los partidos, sobre todo el puto binomio pppsoe (asi en pequeño).
A veces había pensado que un gobierno trabado por no tener suficiente apoyo era un desastre pero ante la dictadura feaciente del gobierno actual prefiero la otra opvión sin género de dudas
Este es un país de tremendistas de boquilla.
La reforma constitucional no es posible porque el proceso electoral para hacerlo es endiablado, porque no hay consenso entre PP y PSOE sobre qué cambiar y porque aunque lo hubiera tendrían que vender la moto al público para que la votara muy mayoritariamente, y no estamos ya en 1978.
La Constitución del 78 contiene un federalismo asimétrico, o su posibilidad, pero ha resultado ser un problema, no una solución. Un diputado en el Congreso por Vizcaya vota igual la Ley de Presupuestos que uno por Huelva, pero los representados por el primero no contribuyen y los representados por el segundo sí, gracias a cómo se ha organizado esa aberración del cupo. En 1978 se tragó con eso porque no se sabía que la cosa evolucionaría exactamente así, y porque las circunstancias habría llevado a votar casi cualquier cosa. Pero estamos en 2014, no en 1978. ¿Más federalismo asimétrico? El problema es que incluso si la mayoría aceptara más concesiones, más contradicciones, más deterioro, el nacionalismo periférico es un problema sin solución. Es como una enfermedad crónica. Hay que resignarse a convivir con ella, limitando el daño que pueda hacer y tratando de evitar que se extienda y lo envenene todo. Pero nada lo soluciona definitivamente. Ni la independencia, ni dejarles hacer, ni el 155.
Se podrían abordar reformas legales no muy complejas pero con gran impacto, sin meternos en reformas constitucionales, pero tampoco en eso parece haber consenso entre los dos grandes partidos. Ni siquiera lo ha habido con la reforma de la administración local. Un ejemplo podría ser la reforma de la ley electoral. Contra lo que se dice y se repite, los partidos nacionalistas no están sobrerepresentados. Tienen más o menos el mismo porcentaje de votos que de escaños. La verdadera desviación se produce con los partidos nacionales. Los dos grandes, PP y PSOE, están sobrerepresentados, mientras que los pequeños están infrarepresentados (IU, UPyD). Obviamente, son los perjudicados los únicos que se quejan un día sí y el otro también. Hay dos formas de arreglarlo. La primera es ir a un sistema más proporcional, en el que IU y UPyD vieran aumentada su representación a costa de PP y PSOE. La otra es que el ajuste lo paguen los nacionalistas. Puede haber muchas fórmulas para cada solución, eso es lo de menos. Pero PP y PSOE no están dispuestos a renunciar para siempre a la posibilidad de mayorías absolutas, ni se atreven a quitar a los nacionalistas parte de su representación para reforzar la de IU y UPyD (por más de una razón, entre otras porque hasta hace poco se consideraba a los nacionalistas potenciales socios más moderados, aunque careros, que cosas como IU).
En resumen y en tu línea explicativa porque estoy «hasta las bolas» de las mayorías absolutas.
Ni el autor ni los comentaristas, ni parece que nadie en esta revista son conscientes de que la España que han conocido -la anterior o no la conocieron o se les ha olvidado- ascendió desde la mas vil miseria montada sobre el petróleo barato -y el crédito.
Ahora llegó la Gran Depresión 2
http://www.armandobronca.com/tag/gran-depresion-2/
Puesto que España carece de Petróleo, de Gas, de Carbón ¡y de Empresas! ¿Cual es el Casio español, o Catalán si vamos al caso, otros ineptos? Vamos, nos precipitamos, vamos al muere.
Con el barril de petróleo ¿sabe Ud su precio? alrededor de 100 dólares, pues bien eso es totalmente destructor de la civilización industrial.
Y no hay alternativa.
Los países que tienen alguna producción pueden funcionar si lo gobiernan bien, pero España con esos recursos energéticos peores que los de un país africano pobre, a la miseria sin remedio se precipita.
http://www.armandobronca.com/tag/pico-petrolero-consecuencias/
Espero que vivir en condiciones equivalentes a las del año 1959 les guste a Uds, porque para el año 2018, o sea en nada, así van a estar.
O peor.
Esto muy de acuerdo con la frase «no hay nadie a la vista que pueda ganar dando a los españoles la colleja que se merecen».
Yo a veces, dándole vueltas a todo esto de la regeneración democrática, fantaseo con un partido kamikaze. Un partido que tuviera como horizonte gobernar no más de dos o tres legislaturas, y que llevara a cabo cambios profundos que le granjearan hondas enemistades, primero por parte de poderosos, oligarcas, y presupuesto-dependientes, y después por el propio «pueblo», que tras aplaudirlos por su actitud robinhoodesca, los odiaría por aplicarles a ellos mismos la cura de aceite de ricino.