Francisco en Davos
El papa Francisco, de quien no sabemos todavía si es un Asís, un peronista o un revolucionario, menta la bicha a la crema de la crema de la élite económica mundial, en su mensaje al Foro Económico de Davos: «Es intolerable que millares de personas continúen muriendo cada día por causa del hambre, cuando hay cantidad de alimentos disponibles, que frecuentemente se tiran». Crece la mala conciencia en Davos por la desigualdad social que se multiplica: mala conciencia y, claro, temor a la insostenibilidad del invento general. Lo explica muy bien Andy Robinson en su reciente y excelente libro Un reportero en la montaña mágica (Ariel), léanlo. Es muy curioso escuchar el repiquetear de esa mala conciencia en el último escrito del patrón de Davos, el suizo Klaus Schwab, patrón asimismo de la globalización desregulada: «Los manifestantes antiglobalización de principios de siglo tenían un mensaje claro y acertado»; los «mercados financieros» han provocado «repercusiones» que «pueden ser catastróficas en todo el mundo». Claro y acertado, Schwab en pasamontañas (mágicas).
Secuestro en Davos
Más duro y con más cifras inquietantes, el documento de Oxfam Intermón a Davos, Gobernar para las élites, secuestro democrático y desigualdad económica. Tres datos recordatorios. Uno, el 1 % escaso de la población mundial atesora la mitad de la riqueza mundial. Dos, el 1 % de la población más rica de EE. UU. ha concentrado el 95 del crecimiento posterior a la crisis iniciada por Wall Street en 2007-2008. Tres, los diez europeos más ricos ingresan más (217.000 millones de euros) que el conjunto de las medidas de estímulo adoptadas en la UE entre 2008 y 2010 (200.000 millones). No solo denuncian. Proponen recetas: lucha contra los paraísos fiscales (lo espetan, bravo, en Suiza), sistemas fiscales progresivos, salarios dignos: un capitalismo de rostro humano para después del capitalismo de casino. Tendrá razón Schwab: sus clientes han provocado «repercusiones catástróficas». Sus clientes y su país. Luxemburgo y Austria siguen obstaculizando la cruzada contra los paraísos fiscales: vetaron otra vez en la cumbre de diciembre de la UE la reforma de la normativa fiscal sobre el ahorro (capital) que generalizaba la «información automática» entre Gobiernos, en vez de «a petición». Motivo: aún no se llegó a un acuerdo para aplicarla también en los paraísos europeos extra-Unión: primero, claro, Suiza, pero también Mónaco, Liechtenstein y otras fincas.
Los pocos, más; los muchos, menos
La desigualdad creciente se plasma, por ejemplo, en que el sueldo medio de los directivos españoles alcanzó en 2013 los 80.330 euros anuales, un 7 % más que en el año anterior. Mientras que los empleados de base obtuvieron 21.307 euros, un 0,5 % menos, según un estudio hecho público el 14 de enero por ICSA y la escuela de negocios EADA. Más. Aunque la inflación acabó descendiendo a tres décimas a final de 2013, la cifra más baja desde 1961, los sueldos perdieron poder adquisitivo: porque la tasa media del alza de precios en el año fue del 1,4 % (aunque acabase en 0,3 %), ocho décimas más que los aumentos pactados en convenios. El coste salarial por trabajador cayó el 10,8 % desde finales de 2011. Buena noticia para la competitividad española, para la exportación, para la recuperación. Fatal si se considera comparativamente: el número de ricos aumentó en el último año un 13 %. Hay 47.000 españoles más con una fortuna superior a un millón de dólares (740.000 euros), según un estudio del Credit Suisse, que de estas cosas sí que sabe.
Ser desigual es peor
La desigualdad es una bomba de espoleta retardada. Lo dice el profesor polaco Zygmunt Bauman en ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? (Paidós). «En una sociedad desigual hay más suicidios, más depresión, más criminalidad, más miedo», declara a Lola Galán en El País. Y recuerda que hace una generación crecía la brecha entre las sociedades desarrolladas y el resto, mientras se reducía en el interior de las prósperas; ahora empieza a ser al revés. Ya acumulamos bastante conocimiento doctrinal reciente sobre este asunto. Lo interesante es que apenas se alza ninguna voz (respetable) que lo contradiga. «Cada teoría normativa de la justicia social que ha recibido apoyo y defensa en tiempos recientes parece exigir la igualdad», concluye Amartya Sen en La idea de la justicia (Taurus).
Nos trajo la crisis, nos la trae la crisis
No solo es que la crisis haya disparado la desigualdad, y que la salida de la recesión también la esté aumentando. Es que la desigualdad estuvo en el origen de la crisis. «La creciente desigualdad empujó a la gente a reducir sus ahorros, a estar en números rojos, a endeudarse con sus tarjetas de crédito y a contratar segundas hipotecas para financiar otras deudas», describían a la temprana altura de 2009 Richard Wilkinson y Kate Pickett en Desigualdad (Turner). «La desigualdad en sí crea una economía más débil» entre otras razones porque impone «la erosión de nuestro sentido de la identidad, donde son tan importantes el juego limpio, la igualdad de oportunidades y la sensación de comunidad», concluye Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad (Taurus). Y es que, como revelaron los treinta gloriosos años europeos de posguerra, y como aún demuestran hoy los países escandinavos, un cierto nivel de bienestar y un cierto nivel de igualdad básica son factores de estabilidad social y política, y esa estabilidad, condición de crecimiento económico continuado. No solo es cuestión de equidad, también lo es de eficiencia.
Caída de la industria
Aquellos años de mayor igualdad fueron también los años del imperio de la industria, anteriores a las locuras de los servicios, otra manera de aludir a los mercados financieros globales (el resto, turismo y poco más). Estos mercados desbocados lo trastocaron todo: las bases de la economía real, la estabilidad económica, la proporcionalidad de remuneraciones. Aquellos eran tiempos en que el sector industrial —no solo chimeneas arqueológicas, también tecnología punta— rondaba o superaba el 30 % del PIB en muchas de nuestras sociedades avanzadas, el doble que ahora. En 1979 la manufactura de Estados Unidos empleaba a veinte millones de trabajadores; en 2012, a unos doce millones. La caída del empleo industrial es un drama, porque se trata de un empleo más estable, de carácter más fijo y de mayor calidad, pues es el que genera mejor comercio y más exportaciones. Curiosamente para esta era de transacciones financieras mundiales instantáneas, los productos industriales no solo parecen ser los más fácilmente exportables, sino también los más exportados. Así, el gran profesor y efímero político que es Mario Monti cuantificó que los servicios transfronterizos representan tan solo el 5 % del PIB de la Unión, frente al 17 % en el caso de los productos manufacturados intercambiados dentro del mercado único (Una nueva estrategia para el mercado único, Informe al presidente de la Comisión, 2010).
Resucitar las fábricas
Por esas razones, por la decepción de las finanzas y la añoranza de la industria, por el buen ejemplo alemán y el malo británico, resucita en Europa la pasión industrial. Bruselas emite nuevos papeles. Los veintiocho preparan una cumbre específica sobre el sector secundario. Ya se arrinconó el lema de que la mayor política industrial es la inexistencia de política industrial. Al contrario, se vuelve a discutir sobre política industrial. ¿Debe ser vertical, eligiendo sectores sobre los que apostar, al modo de los planificadores? ¿U horizontal, promoviendo políticas comunes para todos ellos, del tipo I+D, apoyo fiscal, minimización de los costes energéticos? Pero hay puntos de conexión entre ambos enfoques: el estímulo a la informatización es susceptible de contribuir a la modernización de todos o casi todos los sectores, y al mismo tiempo implica apostar a favor de un sector determinado, el de las tecnologías de la información. La respuesta más reciente a este dilema en España, en En busca de la pócima mágica, de Maurici Lucena (Antoni Bosch editor).
Capitalismo renano
Frecuentemente la industria es la primera en caer y también figura en vanguardia a la hora de repuntar, funciona como termómetro de la coyuntura. Los datos de noviembre de 2013 apuntaron bien: el sector creció un 1,5 % respecto a octubre en la UE (un 1,8 % en la eurozona) y acumuló un crecimiento interanual, de noviembre a noviembre, del 3 %. Son los mejores registros en tres años y medio, desde que en mayo de 2010 se produjo un incremento del 1,7 % en la UE y otro del 2 % en el área euro, aunque en este país duelen las caídas libres durante el año de empresas como Pescanova, Panrico, la cooperativa de Mondragón u Orizonia. De modo que un bravo relativo, pero bravo: a riesgo de caer en el esquematismo, los servicios financieros son al (depredador) capitalismo anglosajón lo que la manufactura es al (más humano) capitalismo renano. Y eso que este último ha quedado muy baqueteado por la crisis: ahí están las andanzas especulativas del Deutsche Bank en tiempos del inolvidable Josef Ackerman (que hundió a su entidad en la ciénaga del Wall Street de los derivados fantásticos y las hipotecas subprime); la multa que le impuso la Comisión Europea por traficar en comandita (cartel) para manipular los niveles de indicadores como el libor o el euríbor; o los descontroles en la obra pública alemana (aeropuerto de Berlín, auditorio de Hamburgo, estación ferroviaria de Sttuttgart), parejos o superiores a los excesos españoles (de la T-4 en Barajas al barrio de Gamonal en Burgos). Claro que ellos pueden pagarse sus propios vicios.
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Sí, pero los que solo están atentos a números y estadísticas no suelen ver lo que ya se les cae encima. Como el doctor Dollar, de la segunda entrega de Mundo, Demonio y Fausto, pág. 19 y suguientes:
http://es.scribd.com/doc/27646203/Mundo-Demonio-y-Fausto-2
No tengo muchas esperanzas. ¿Recuerda usted que en los años 80 y 90 el tema de conversación sobre el mercado laboral en la Unión Europea era la reducción de la jornada laboral a 35 horas e incluso menos? Eso desapareció con la caída de la URSS y la posterior globalización. Se llevaron la industria al tercer mundo en condiciones aberrantes para sus empleados, han seguido vendiendo en el primer mundo a precios altos con márgenes de beneficio enormes pero abaratando lo suficiente como para que el empresario que sigue aquí exija a sus empleados trabajar más horas por menos dinero, siempre con la amenaza de deslocalizar como sus competidores. El empresario que se fue aumenta beneficios, el que se queda también y tiene a los trabajadores agarrados por donde quiere.
Normalmente cuando un empresario obtenía unos beneficios al cabo del año era usual que los reinvirtiera en el sector industrial para mantener la competencia y aumentar los beneficios, era más arriesgado pero más rentable que comprar bonos del estado o tenerlo a plazo fijo. Ahora ya no es así. Las empresas que se han ido han disparado sus beneficios y su fuerza está en la mano de obra barata, la reinversión industrial se lleva menos porcentaje de los beneficios. Son cientos de miles de millones de euros anuales que se han ido a fondos especulativos.
De hecho diría que el grueso del origen del desastre financiero de principios del siglo XXI ha venido de destinar dinero que antes hubiera ido a reinversión industrial y tecnología a especulación financiera y productos complejos. El sistema simplemente ha ido detrás alentando eso.
Hasta que ha reventado. Pero me parece más bien poco probable que se dé una marcha atrás a los 90 en Europa. Es muy goloso fabricar en China a 10 y vender en Europa a 100, destinar los 90 de beneficio a un producto financiero que dé un 7% de beneficio y si quiebra que los estados se hagan cargo del agujero a costa de deuda. ¿Quién en su sano juicio querría volver a fabricar en Europa a cambio de unos beneficios del 10%? Beneficios que tendría que reinvertir en tecnología para competir con otras empresas y que en caso de quiebra te dejan sin nada. Y encima con los obreros pudiendo hacer presión para reducir jornada o aumentar salario sin que uno pueda amenazarles con irse a China o con despedirlos porque «hay mil parados queriendo ocupar su lugar».
¿Estamos locos o qué? Lástima… nos han vendido bien la burra.
De hecho diría que el grueso del origen del desastre financiero de principios del siglo XXI ha venido de destinar dinero que antes hubiera ido a reinversión industrial y tecnología a especulación financiera y productos complejos. El sistema simplemente ha ido detrás alentando eso.
Chapeú, lo suscribo.
Seria estupendo ver un comentario al respecto de Cristian Campos.