2013 ha dejado una cantidad de obras remarcables para el mundo del tebeo. Y ha sido tal la dedicación de los autores españoles que este año en particular se hace posible elaborar una lista de lo mejor del año tomando solo las obras hechas y publicadas en España. Para un listado completo, aquí tienen uno elaborado por la inestimable Guía del Cómic. Nuestra selección de diez obras, sin embargo, concede un margen a la trampa para incluir un par de obras de artistas locales que forman equipo con autores extranjeros, pero siempre con el lápiz destacable de los primeros, razón que justifica el incluirlos aquí.
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Nela, Rayco Pulido
Debo reconocer que a Rayco Pulido no le había leído nada antes de hacerme con Nela. Y tras hacerlo lo que debo reconocer es que ahora no tengo otra cosa que no sean ganas de leerle más. El autor canario dibujaba en este cómic una adaptación de la Marianela de Benito Pérez Galdós. Pero cuando decimos «adaptación» lo decimos con todas sus consecuencias. Pulido se toma el trabajo de contar con su propia voz la historia, sin que se pierda la trama ni el carácter de los personajes ni los temas de Pérez Galdós; y le saca un partido inusitado al lenguaje propio del cómic por el camino. Destila la novela hasta lo imprescindible y la recompone con su trazo elegante y definido —una sinuosa línea clara con influencias de Osamu Tezuka— jugando con algún punto de color en el plano simbólico y acariciando el realismo mágico con la narración. Teniendo en cuenta que parte de la obra de uno de nuestros literatos de primer orden, conseguir ser fiel y a la vez mantener la personalidad propia saliendo victorioso del proceso me parece un resultado más que destacable. Sin embargo, la impresión que tengo es que la obra de Pulido ha pasado un poco desapercibida entre el público en general; y es una lástima, porque si esta lista tuviera que quedar reducida a un número inferior de obras sería, a mi criterio, una de las supervivientes.
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Ojo de Halcón: Seis días en la vida de…, Matt Fraction, David Aja, Javier Pulido
Aunque muchos han destacado el pelotazo de la nueva serie regular Ojo de Halcón por lo revolucionario de narrar como lo hace en un tebeo de superhéroes, lo que me viene a la mente es algo tremendamente clásico. Stan Lee y Kirby anunciaron la Edad de Plata del tebeo de superhéroes con la novedad de darle un enfoque humanista con un toque de cotidianeidad al héroe enmascarado, maridándolo con una estética impactante y dinámica que no perdiera fuerza en los momentos de acción. Se podría decir prácticamente lo mismo de este reenfoque del infalible arquero de la Marvel. ¿Quién recordaba cómo era Ojo de Halcón debajo de la máscara y aquellas mallas que compartían color de temporada con Galactus? ¿Tiene vida social? ¿Piso? ¿Perro? Matt Fraction, David Aja y Javier Pulido nos han entregado eso sin perder grandes dosis de aventura y unos sanísimos flechazos de humor. Y además lo han hecho a través de una narrativa que muy pocas veces se puede ver en el tebeo de superhéroes y que enlaza más con publicaciones y autores experimentales que con las convenciones artísticas del mainstream. Las elaboradas páginas de Aja llevan toneladas de ingenio y juegos visuales que asombrarán a más de uno. De hecho ya ha sido así, al figurar como el libro más vendido del mercado americano en el New York Times y al recibir dos premios Eisner (mejor dibujante y mejor portadista) de cinco nominaciones.
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Spleen, Esteban Hernández
Esteban Hernández, autor que valientemente ha decidido enfocar sus esfuerzos por la vía de la autoedición, volvía a la carga este año con su cotidianeidad inquietante. Una de las temáticas recurrentes en sus anteriores tebeos, el spleen baudelairiano, coronaba el tema de esta obra no solo continuando en el ahondamiento del cuándo, dónde y cómo —el porqué resulta algo más ignoto— se produce, sino dándole también cuerpo y entidad propia. Si bien esta historia en concreto me trae plausibles ecos cinematográficos de Woody Allen y Michel Gondry, tanto el estilo gráfico plástico y caricaturesco de Hernández como los temas intimistas de sus narraciones me resultan difíciles de relacionar con otros dibujantes y autores de su campo, lo que resulta un soplo de aire fresco en el mar de la multirreferencialidad artística. En resumen, un autor único en su especie.
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The Private Eye, Brian K. Vaughn, Marcos Martín, Muntsa Vicente
Atrajo muchas miradas y debates el noir futurista proyectado por Vaughn, Martín y Vicente. La razón residía en el modelo de negocio: un cómic online descargable en su propia página web a precio de la voluntad del lector. Algo inédito, especialmente con autores del nombre de los que figuran en The Private Eye. Varios meses después la serie sigue en marcha con más números en su haber y una historia de intriga in crescendo. Porque el arriesgado modo de distribución del tebeo no ha sido su único mérito. Por un lado, está el original universo y su ambientación: un futuro cercano donde, tras una difusión masiva de información privada global, todo el mundo oculta su identidad real bajo máscaras, disfraces e identidades construidas. Solo este aspecto ya revela un trabajo importante tanto en el planteamiento ficticio plausible de esa sociedad —con un tema muy actual, el de la privacidad de los datos— como en su diseño visual. Por otro, está el desarrollo de una trama absorbente que empieza como un thriller clásico y que se va destapando capa a capa, misterio a misterio, enganchando al más pintado. Como remate, destacaría en la narrativa visual, además, el planteamiento de Martín de adecuar las páginas a un diseño horizontal para pantalla de ordenador con unas vibrantes composiciones de la acción que, junto con el uso del color de Vicente, permiten una experiencia de lectura online diferente a lo acostumbrado.
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Mox Nox, Joan Cornellà
Uno no sabe dónde termina el humor y dónde empieza el terror —o a la inversa— en las páginas de Joan Cornellà. Sus microhistorias —habitualmente de una duración de cuatro a seis viñetas a una sola página— hablan de una realidad donde los problemas solo pueden resolverse desde un sentido de la ética totalmente retorcido, que genera un absurdo donde el momento gore suele ser un peaje habitual. Presenta la acción de forma instantánea, deja caer el nudo gordiano ante sus personajes —anónimos hombres y mujeres corrientes de a pie— y estos solucionan el dilema como Alejandro Magno, pero con una motosierra. Todo esto vestido de una estética de libro de cuentos infantil, gente sonriente y heroicos John Does vestidos de rosa con dentaduras perfectas. En el proceso veremos extrañas metamorfosis, deformaciones, juegos de perspectivas y realidades ocultas tras máscaras para epatar constantemente al lector con una estética abrumadoramente colorista. El formato de microhistoria a una página, además, ha facilitado que el trabajo de Cornellà haya tenido una difusión espectacular a nivel internacional a través de las redes sociales.
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Beowulf, Santiago García, David Rubín
Santiago García, en La tempestad —con Javier Peinado a los lápices—, nos demostró que era capaz tanto de crear monstruos terribles como de dejarnos sentados con un desenlace inesperado. Por su parte, David Rubín en El héroe creó una épica alucinante a través del mito de Hércules, con un trabajo visual desbordante. Por ello, me parecía que en Beowulf, adaptación del poema anglosajón, los dos iban a estar perfectamente en su salsa, convirtiéndola en una obra muy esperada que tendría un buen recibimiento del público, como ha sido. Pero Beowulf ha sido más que un choque violento de héroes y monstruos. Ha sido un lugar para hablar de la eternidad, para grabarla en la retina del lector a través de una narración que gráficamente funcionaba a muchos niveles: con recursos clásicos y modernos, a través del impacto de la ilustración a doble página, usando microviñetas que alertaban al lector de detalles sensoriales importantes y de modos de lectura que desafiaban los patrones tradicionales para reforzar atmósferas y sensaciones. Los autores elevaban la obra hablando de eternidades gloriosas, pero también dejaban constancia del peso de los ciclos, de las repeticiones y de los eternos retornos; incluso con alguna nota de humor. También cerraban la historia —si es que se podía— con un bello epílogo que habla de otro tipo de eternidad: la que intentamos llevar a cabo los hombres a través de contar, escribir, traducir y dibujar historias. Y de leerlas, claro. Como anécdota, quiero añadir lo mucho que me gustan esos minúsculos «fin» que dibuja Rubín al término de sus trabajos —en contraste con el dinamismo, exuberancia y fuerza que impera en el resto del libro— casi como no pudiendo o no queriendo ponerle fin a grandes historias que no se han dejado de contar a lo largo de muchos, muchos años. Y que aún se seguirán contando.
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Conversaciones entre sombras en la villa de los papiros, Max
Dos filósofos a escasos momentos del alba en los jardines de la biblioteca de Herculano tienen una conversación. Esta es la última historia de Max en la que dibuja unos últimos momentos entre dos víctimas de la inminente devastación provocada por el estallido del Vesubio, una bella y breve ficción posible que recoge el candor de los teatros de sombras chinas en su plasmación en página. La conversación no queda en anécdota, sino que queda emparentada con otros dos documentos que el libro recoge, dos textos clásicos: uno rescatado de la misma biblioteca (una carta de Epicuro a Meneceo) y otro que habla del desastre desde el testimonio del familiar de una víctima de la tragedia (Plinio el Joven, sobre la muerte de su tío, el naturalista Plinio). Max insiste, así, en uno de sus temas predilectos, la filosofía, y a través de la dialéctica de sus personajes consigue crear unos minutos imaginados en la Antigüedad clásica. Del mismo autor, me cabe recomendar también otra obra publicado este mismo año: el cómic elaborado para la exposición en el stand de El País en ARCO 2013 y que narra un viaje extraordinario a través de un mundo construido con páginas de diario, usando el arte del collage para ello.
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No os indignéis tanto, Manel Fontdevila
Berger y Luckmann hablaron del «mundo dado por sentado», aquella realidad social ante la que no nos planteamos crítica o alternativa alguna y que aceptamos como algo casi natural, algo que «es así». Y Manel Fontdevila ha dibujado sobre ello en No os indignéis tanto. Evidentemente, no a sazón del trabajo de esos dos sociólogos —si parte de alguien, sería más bien de Stéphane Hessel, autor de ¡Indignaos!, libro cuya portada satiriza el tebeo— sino del contexto actual en el país a día de hoy. Pero no se ha quedado en hablar de la realidad social que vivimos ahora, que sí cuestionamos —o eso parece— y sobre la que ejercemos protesta. Lo hace del modo en el que protestamos y cómo, al final, tras haber un amago de movilización popular, las cosas realmente no cambian y todo se queda en agua de borrajas. Fontdevila elabora un interesante monólogo crítico que estructura y expresa hábilmente a través de numerosos recursos gráficos para ejemplificar casos, metaforizar causas y consecuencias o retratar al hombre corriente que lucha para cambiar el mundo desde el sofá de casa, Internet en mano. No se salva ni él mismo. Un libro extremadamente necesario para reflexionar, reír un poco y quizás indignarse también. Y por si fuera poco contiene una adaptación al cómic del hito Gare au gorille de Georges Brassens. Un lujo, oiga.
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Los surcos del azar, Paco Roca
Otro de los libros imprescindibles de este 2013 —pero con varios años a la espalda en su creación— llegó también en la andanada de obras de fin de año. Los surcos del azar es la novela gráfica resultante de la extensa investigación de Paco Roca sobre los exiliados republicanos de la Guerra Civil española que acabaron formando la compañía conocida como La Nueve y que luchó durante la Segunda Guerra Mundial. Roca canaliza el relato a través de la vida de uno de sus componentes, Miguel Ruiz, contando la historia de su duro exilio y su paso por la compañía. Drama, historia de vida, relato bélico… Roca consigue explicar la historia con todas sus luces y sus sombras. Personalmente, el aspecto que más me ha gustado del libro es la inclusión del propio autor como un protagonista más al contarnos cómo conoció a Miguel Ruiz en el presente cercano para poder dibujar el libro, dejando testimonio de sus charlas con él. De esta forma consigue dar vigencia al relato, dando continuidad a las vidas de personas que son algo más que apuntes en eventos históricos y nos hace partícipes del triste peso de las guerras sobre los seres humanos. Igualmente, equilibra maravillosamente los turnos de cada narración y usa el color como elemento diferenciador: trae al presente el relato pasado con tonos más vivos y realistas y usa tonos más sobrios y grises para contar su propia experiencia en las charlas con Miguel. Estamos ante una obra memorable que, por un lado, es continuadora de la fabulosa evolución de su autor como narrador y como investigador, y por otro, es además un notable ejercicio de justicia histórica.
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No option, Pep Pérez
La corriente del minitebeo de grapa o fanzine editorial —o como quieran ustedes llamarlo—, añadía a sus filas a últimas fechas del año la miniserie No option, estupenda fanfarria visual que resultaba en homenaje de aquellas revistas de cómics de ciencia ficción, terror y fantasía de los ochenta. Pep Pérez retoma aquellos futuros de nuestro pasado y los trae a nuestro presente con un grafismo de línea clara inspirada en Chaland, composiciones de página dignas de enmarcar y un uso del color que remata los vivos tonos pop de la obra. Cada cómic contiene cinco historias —que continúan en el número siguiente— de entre dos y diez páginas cada una, formando todo el conjunto un gran relato coral. Y ahí residen algunos de los méritos a reconocer del trabajo de Pérez: nos cuenta historias trepidantes en un margen de espacio muy breve, pero además va construyendo un universo común —con sus héroes, antihéroes, villanos, nazis, monstruos y robots— en el que se desarrollan todas ellas. Y lo hace ya desde las treinta y dos páginas del primer número. Como añadido, el tebeo no solo resulta muy atractivo a la vista, sino también al olfato. Y si no me creen, hagan la prueba de meter las narices en sus páginas. La post-novela gráfica también era esto.
Me gusta más mi minitop.
Wonder Woman de Brian Azzarello y Cliff Chiang.
Punk Rock Jesús de Sean Murphy.
El libro de los insectos humanos, Osamu Tezuka.
Prophet, de Dave Graham
Nick Furia. Mis guerras perdidas, de Garth Ennis
Que el top de otro te gustase más que el tuyo indicaría graves trastornos de personalidad, ¿no? :D :D :D
Cierto.
Pero me parece que, sobre todo, una gran obra como Punk Rock Jesus ha sido muy ninguneada este año.
Lo has clavado, Ivan. Diversidad y calidad desbordante a partes iguales. Nox Nox y No Option no he leido (todavía), pero caerán a corto plazo (como Un Medico Novato, El Nao de Brown, ¿Quién le zurcía…? y otros a los que tengo ganazas).
Mi lista, en la que se comparten varios puestos, sería:
01- Los Surcos del Azar
02- Papel Estrujado
03- Ojo de Halcón
04- El Rayo Mortal
05- Private Eye
06- Manhattan Projects
07- Cuento de Arena
08- Beowulf
09- Prophet 1-2
10- FF
Menciones «de honor» a La Plaga Verde, Johan y Pirluit (técnicamente son reediciones, así que no cuentan), Fatale, No os Indignéis tanto, Rachel Rising y Marvel Comics: La Historia Jamás Contada (técnicamente tampoco cuenta al ser un libro).
De momento este año ha empezado fuerte con el Battling Boy y promete emociones fuertes con Building Stories y demás…
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Ni salido de Portlandia podrías ser más gafapasta, tío…
‘Los surcos del azar’ es un ‘novelón’ gráfico. Os invito a leer mi reseña:
http://despuesdelhipopotamo.com/2014/01/01/los-surcos-del-azar/
Tomo nota de las otras recomendaciones, Iván. Un saludo cordial
Se os olvida «La propiedad» de Rutu Modan, tebeazo del año.
¿Soy el único que ha leído Órbita 76?
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