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Todo lo que siempre quiso saber sobre el atropello cinegético y cariño, mete ya ese jabalí en el maletero

Foto: Louis (CC).
Foto: Louis (CC).

Tuve un rápido cursillo de iniciación en este asunto hace ahora tres años.

Era un viernes soleado de primeros de octubre y me dirigía hacia un congreso en Austin, Texas. El GPS me guió por la ruta más corta, es decir, a través de un sinuoso recorrido de estrechas carreteras comarcales, lo que allí llaman Farm to Market road. En un momento dado, vi a lo lejos lo que parecía una enorme piedra gris que cruzaba la carretera y me pregunté si quizá había estado abusando del tetrazepam para los dolores de la espalda. Levanté el pie del acelerador y, al aproximarme, me di cuenta de que se trataba de una tortuga. Una tortuga del desierto de Texas, para ser taxonómicamente preciso.

Detuve el coche y observé cómo la criatura ocultaba su cabeza en el caparazón. Sopesé bajarme para apartarla de la carretera, pero finalmente decidí rodear cuidadosamente al quelonio y proseguir mi camino. Más tarde, aprendí que no acercarme al animal había sido la mejor opción. Al parecer, si alguien trata de recoger una tortuga del desierto estresada, su reacción es vaciar violentamente su vejiga como último recurso de defensa. Esta pérdida súbita de sus reservas de agua suele condenar a la tortuga a una lenta muerte por deshidratación. No sorprende que la Gopherus berlandieri esté en la lista de especies amenazadas de Estados Unidos.

Dos días más tarde, al volver, programé el GPS para tomar la ruta más rápida. Un poco después de anochecer, y cuando estaba a unos quince kilómetros de casa, apareció un enorme ciervo. Justo como el verso inicial de aquel poema de William Stafford, «viajando a través de la oscuridad encontré un ciervo». Estaba cruzando la autopista estatal 21 unos metros por delante de mi coche y se detuvo, absorto en mis luces. Yo iba a noventa y cinco por hora y, sin tiempo de pensar en conspiraciones farmacológicas, en menos de un segundo, vacié mis reservas de adrenalina y cedí a mi sexto sentido el control del Ford Taurus. Pegué un violento volantazo hacia el carril izquierdo, providencialmente vacío, y superé al ciervo de milagro.

Ese fin de semana me convertí en testigo, afortunado, de las dos caras del atropello de animales salvajes. Primero, casi asesino, después, casi víctima.

En España, el atropello cinegético puede antojarse un tema anecdótico, pero no lo es tanto. No obstante, el Consejo de Ministros presentó hace unas semanas una reforma de la Ley de Tráfico y Seguridad Vial que modifica en su totalidad «la disposición adicional novena respecto a la responsabilidad por atropellos cinegéticos de manera que, con carácter general, será del conductor del vehículo». Hasta ahora, en la mayor parte de los casos, la responsabilidad por el atropello recaía en los propietarios de los cotos colindantes a la carretera o, a falta de ellos, en el titular de la vía. Ahora, la Administración solo será responsable si la vía se encuentra en mal estado o no hay señales de por medio. Y así, estableciendo «un reparto de responsabilidad más justo, y jurídicamente más claro, que el actual vigente, equiparando nuestra regulación a la de los países de nuestro entorno», el Gobierno se ahorrará de un plumazo los litigios y costes de la reparación de cientos de automóviles que cada año se estampan en nuestras carreteras contra un jabalí o un corzo.

¿Cuántos, exactamente?

Es difícil de determinar. El Comité de Caza y Pesca del Ministerio de Medio Ambiente, del que partió la propuesta de revisión de la ley, estima el número de accidentes ocasionados por irrupciones o atropellos de fauna silvestre «entre quince y veinte mil» al año. La Sociedad para la Conservación de los Vertebrados ofrece una cifra tan escandalosa como imposible de determinar: «cada año mueren un mínimo de treinta millones de vertebrados en España atropellados en nuestras carreteras: nueve millones de anfibios, cuatro millones de reptiles, doce millones de aves y cinco millones de mamíferos».

Pero hay cifras más concretas. Las estadísticas de la Dirección General de Tráfico revelan que en 2011 hubo trescientos noventa y siete accidentes con víctimas contra animales sueltos, que se saldaron con siete muertos y quinientos cincuenta y cuatro heridos. En 2010 fueron trescientos cincuenta y un accidentes, ocho muertos y cuatrocientos cuarenta y tres heridos. En 2009, cuatrocientos cinco accidentes, con nueve muertos y quinientos once heridos. Aunque estas cifras excluyen las colisiones contra rebaños, que también las hay, no todos los accidentes con víctimas fueron contra fauna silvestre, también hubo perros y caballos sueltos de por medio.

Todo parece indicar que, en 2013, el problema sigue ahí:

Los animales, tanto salvajes como domésticos, causan cada mes en la provincia de Lugo una media cercana a los cien accidentes de circulación. (El Progreso, marzo de 2013).

Aumentan los accidentes de tráfico causados por el atropello de un jabalí en carreteras de la provincia. (La Tribuna de Albacete, julio de 2013).

Los jabalíes provocan en solo cinco meses 17 accidentes en las carreteras. (La Voz de Almería, septiembre de 2013).

Casi un 32% de los accidentes con o sin víctimas ocurridos desde enero a agosto en las carreteras riojanas han sido producidos por algún animal. Del total de 162 accidentes, casi el 72% han sido por animales silvestres, liderando la lista los jabalíes (54%) o los corzos (30%), y detrás los ciervos y zorros (8%). (Noticias de La Rioja, septiembre de 2013).

No suelen contarse los casos en los que el animal es demasiado pequeño para causar daños al vehículo o dejar el cadáver lo suficientemente cerca tras el impacto. El ecólogo F. M. Slater, de la Universidad de Cardiff, realizó un estudio sobre la discrepancia potencial en los registros de animales atropellados. Este trabajo, realizado en Gales sobre un tramo de carretera de sesenta y ocho kilómetros, indicó a Slater que el número de animales que se matan realmente podía ser entre doce y dieciséis veces superior al número de cadáveres que se recogen en la carretera.

Sin embargo, son estos pequeños roedores y pájaros los que desencadenan a veces la cascada trófica que acaba con un jabalí en mitad de la A7.

Por ejemplo, en esta fase temprana del otoño los días son razonablemente calurosos en muchas partes de España, pero la temperatura baja drásticamente por la noche. Es entonces cuando muchas ranas, serpientes o pequeños lagartos acuden hacia el asfalto, más caliente que el suelo. Esta mala elección se convierte en su última elección. Una vez atropellados, se activa la trampa biológica. Un animal ligeramente más grande, como un ratón de campo, se acerca a carroñar la carne de serpiente. Nuevo atropello. Entonces, un ave de presa irá a por el ratón y así sucesivamente. Incluso predadores más inusuales como el águila ratonera o el buitre leonado han sido hallados más de una vez bajo las ruedas de un camión.

Foto: Katri G (CC).
Foto: Katri G (CC).

Sí, el roadkill no es solo un problema de seguridad vial. También lo es de protección de especies amenazadas.

Hubo un caso en Texas en el que la extinción de una especie fue prácticamente certificada sobre el asfalto. Se trataba de una rara variedad de mofeta, la conepatus del pantano. En primavera, época de apareamiento, las mofetas macho suelen cruzar la carretera atraídas por el reclamo de las hembras, más pasivas. Esta prima de la Conepatus mesoleucus fue descubierta por primera vez a principios del siglo XX aunque no la volvieron a ver hasta 1961, atropellada. «Es probable que la conepatus del pantano esté extinta», dictaminó en su estudio el biólogo Tony Galluci, de la Universidad Angelo State.

Hay muchas cosas que podían haberse hecho para disminuir el número de accidentes contra animales salvajes. Los métodos clásicos incluyen promontorios elevados junto a las carreteras, pasos subterráneos, reforzamiento de vallas o la instalación de cubiertas vegetales o paneles reflectantes para espantar a los grandes mamíferos. Incluso existen modelos predictivos, como el diseñado por Juan E. Malo, de la Universidad Autónoma de Madrid (publicado en el Journal of Applied Ecology en 2004) que pueden determinar por qué zonas resulta más probable atropellar a un determinado bicho. En Soria, donde realizaron el estudio, más de un 70% de las colisiones ocurrían en un concreto 8% de la red de carreteras. Del mismo modo, un tercio de los linces ibéricos atropellados este año sucumbieron entre los kilómetros 305 y 315 de la A4.

Sin embargo, la reforma de la Ley de Tráfico no prevé nada de esto. El presupuesto es limitado y al desafortunado conductor español que se encuentre con un jabalí o un ciervo solo le queda ya una opción: abrazar el atropello e introducirlo cuanto antes en el folclore, justo como ocurre en Estados Unidos donde existen libros de recetas para animales atropellados —que incluye el chili texano hecho de armadillo— o incluso un juego de viaje llamado Roadkill Bingo, donde los niños van tachando en el cartón cada nuevo animal aplastado encontrado a lo largo del camino.

¿Le parece una salvajada, una salvajada divertida al menos?

Tras mi incidente con aquel ciervo crepuscular, pasé varias semanas horrorizándome en cada trayecto con la cantidad de pequeños cuerpos inertes sobre la cuneta. La especie en cuestión depende mucho de la época del año o la cercanía de humedales y zonas boscosas, pero no es difícil vislumbrar perros, gatos, zorros, pájaros, ranas, serpientes o simplemente un amasijo informe de piel, sangre y pelo, lo que Brewster Bartlett denomina «URP, Unidentified Road Pizza». El acuñador de este acrónimo es un profesor de ciencias en la Academia Pinkerton, New Hamsphire, y una de las principales autoridades estadounidenses en fauna atropellada.

Desde 1993, el profesor Bartlett dirige, gracias a una beca de la National Science Foundation, el Roadkill Project, una iniciativa pionera para desarrollar el estudio y visibilidad de este fenómeno, presente en nuestras carreteras desde el primer motor de combustión. Cada primavera, Bartlett recluta estudiantes para monitorizar las carreteras del estado. Sus resultados han servido para poder cuantificar por primera vez los atropellos cinegéticos a mayor escala, en el resto del país.

«En realidad, recogemos lo que queda del juego de pesca», me cuenta por teléfono Bartlett. El juego de pesca es lo que queda en las carreteras una vez sustraídas las grandes especies —por las autoridades— y las que predan los carroñeros. A día de hoy, este profesor estima que cada día en Estados Unidos mueren atropellados unos doscientos cincuenta mil animales. «Es interesante, porque nunca sabes qué tipo de especie va a ser la más atropellada cada año, y básicamente depende del estudio de poblaciones», dice Bartlett, al que desde hace años sus estudiantes conocen como Doctor Splatt, traducido como «salpicadura».

Flattened Fauna, un libro publicado en 1986, es la Biblia de los estudios de roadkill. El autor, Roger M. Knutson, es un profesor de biología de Michigan, ya jubilado. Pese al macabro asunto que trata, la prosa del libro es animada y llena de humor, como cuando describe la fauna aplastada como «animales que, como la Bruja Mala del Este del Mago de Oz, no están meramente muertos sino realmente, muy sinceramente muertos. Son animales en los que incluso las moscas han perdido interés».

Para Brewster Bartlett, el libro de Knutson es útil, aunque demasiado viejo. Existe entre ambos la discusión académica de dónde es más probable estamparse con un animal. Knutson apoya la teoría de que en las autopistas los conductores tienen más opciones de chocar, Bartlett no. «Yo también pensaba así, pero nuestros estudios hallaron que había muchos más atropellos en carreteras comarcales». El motivo, dice el profesor, es que la gente no suele ir a sesenta por hora, sino más rápido, y estas carreteras tienen más curvas y pendientes. «En la autopista puedes ir a ciento veinte pero, normalmente, tienes más campo de visión que en una carretera estrecha y a menudo puedes evitar al animal».

Ambos autores mantienen un cierto consenso científico sobre cuál es la mejor hora del día para una colisión con animales. Sus estudios indican que estos suelen cruzar la carretera poco después de oscurecer y antes del alba.

¿No sería útil educar a los conductores sobre estas peculiaridades, al menos a escala local, para prevenirlos? «No creo que la gente estuviera interesada», responde Bartlett, «aquí, en New Hampshire, solo les preocupan los alces, definitivamente, porque realmente puedes resultar herido o muerto. Hubo doscientas cincuenta y cinco colisiones con alces el año pasado. Pero a la gente no le preocupan las mofetas, las ardillas, ni nada por el estilo. Tienen demasiada prisa».

Foto: Elliot (CC).
Foto: Elliot (CC).

Conforme avanzaba mis pesquisas, el asunto del atropello cinegético tomaba visos de obra surrealista donde cada actor deja de decir lo que tiene en el libreto y empieza a improvisar. Fui en busca de la opinión de los grupos ecologistas y me devolvieron una campaña de PETA (People for the Ethical Treatment of Animals) a favor de la legalización del consumo de animales atropellados cuyo lema era «Roadkill: Meat Without the Murder». En el tríptico reseñaban que, aunque las muertes eran algo triste, siempre eran mejores que las muertes de los «animales lo suficientemente desgraciados como para nacer en una granja llevando la etiqueta de carne de USDA», el Departamento de Alimentación de Estados Unidos.

No sé, quizá funcionó con James Dean, pero para un animal, sucumbir en la carretera no siempre significa una muerte más honorable. Los ciervos, por ejemplo. Cuando chocan contra un coche, sus cuatro patas se quiebran inmediatamente con el impacto. Luego, su cabeza se desvincula funcionalmente del cuerpo con un violento giro de cuello y, finalmente, el torso semidesmembrado atraviesa a toda velocidad el parabrisas como una muñeca de trapo de doscientos kilos. Es escalofriante incluso a cámara lenta. Bambi, tu madre ya no va a volver.

Otra activista ambiental, Sandor Katz, también defiende en su libro The Revolution Will Be Microwaved que comer carne atropellada sería positivo para la sostenibilidad. Incluso Bartlett me señaló que «el ciervo atropellado es natural, bajo en grasa y un gran alimento para consumir» pero, espera un minuto, ¿no deberían centrarse todos primero en evitarlo?

Paradójicamente, el único aliado que le queda a la fauna salvaje son las compañías de seguros. «Para ellas es un tema serio», dice Bartlett, «y les preocupa porque cada accidente les supone varios miles de dólares, por lo que les interesa que se haga algo al respecto. El dinero manda».

En nuestro país, esta reforma de la Ley de Tráfico ha pasado la pelota, que estaba en el tejado de las aseguradoras de los cotos de caza, al tejado de las aseguradoras de los conductores. Desde hace un tiempo, compañías como Allianz o La Estrella han empezado a ofrecer cobertura para estos accidentes, previo pago de una sobreprima en el seguro a terceros. Es decir, el problema ha pasado del bolsillo de los cazadores al bolsillo de los conductores.

A menos que pueda demostrar alguna causalidad. Casi siempre la hay, por eso la mayoría de accidentes con especies cinegéticas se dan en fin de semana. Un disparo en un lejano descaste, un ciervo que huye despavorido, cruza aleatoriamente la finca y aparece, horas después, desorientado en mitad de una carretera comarcal observando fijamente los focos que se le aproximan.

Si tiene suerte y el impacto no es muy grave, este efecto mariposa acabará con un buen susto, una reparación de un par de miles de euros y un arcón lleno de carne.

A veces me pregunto qué fue del ciervo que se me apareció en la Texas 21. Qué fue de ese espectro que parpadeó tras la ventanilla derecha y quedó allí, confundido en mitad de la negritud. Me gusta creer que quizá esa noche huyó de regreso al bosque, tan vivo como el recuerdo que guardo de él.

Quizá esa noche sí.

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10 Comentarios

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  2. Batistuta

    Aquí en Suecia el problema de los atropellos cinegéticos es grande… muy literalmente. Especialmente en la mitad norte del país hay bastantes accidentes graves cuando un conductor imprudente choca con un alce de 250 kilos.

    Las autoridades suelen advertir de que si ves un alce delante de tí en la carretera y no puedes evitar chocar contra él, lo mejor es pisar el acelerador. Así limitas el danyo a tu coche, y te aseguras de que el alce muera al instante en vez de agonizar durante horas.

    Pero parece que las cosas van cambiando. Todos los coches Volvo de nueva generación incluyen un detector de renos – que también sirve para detectar peatones, convenientemente. Si se detecta un obstáculo, ya sea de día o de noche, el automóvil frena en seco. Y creo que la revivida marca Saab también va por el mismo camino.

    • en Australia son mas expeditivos… los vehículos que circulan habitualmente por el outback van provistos de un planchón de acero en su frontal para resolver la pequeña molestia habitual de que un canguro se cruce en tu camino

  3. Nunca he podido evitar la tristeza que me invade al verlo…
    He detenido mi vehículo para apartar a animales (vivos, pero lentos, que se arrastran) y variar su destino…
    He roto normas para recuperar perros vivos o heridos… Cada vez que escapan, tan solo puedo desearles suerte…

    Por cierto, no la he visto, pero el tema aparece, de fondo…

    http://www.imdb.com/title/tt0120584/combined

  4. Pingback: Bitacoras.com

  5. Si hay más accidentes con animales los fines de semana es por la sencilla razón de que en las zonas rurales de España hay más tráfico los fines de semana que entre semana. Tanto en los alrededores de las ciudades, con domingueros, como en zonas más rurales, con gente que trabaja en las ciudades y vuelve a su pueblo el fin de semana. En el caso de mi pueblo el grueso de los accidentes son en los meses veraniegos, cuando la población pasa de ser de 70 habitantes, ancianos casi todos y que apenas usan el coche, a ser de 400 habitantes, en buena medida más jóvenes y que usan más el coche. Por mi parte me he librado por los pelos de llevarme por delante a una manada de lobos completa, un par de zorros, un jabalí y un grupo de ancianas que paseaba al atardecer con el sol a ras de asfalto.

    Por lo demás es usual lo que se comenta, al anochecer se ven animales buscando el calor del asfalto y alguna vez he vuelto con el coche a 10 por hora evitando pisar sapos y culebras por la carretera del pueblo. Obviamente, alrededor, hay animales acechando a esos sapos y culebras. Las carreteras son comederos, es usual ver a rapaces en los postes junto a las carreteras esperando, antes o después algún ratón caerá, además que la superficie limpia les permite ver pasar correteando a cualquier ratón, así que tanto si es atropellado como cazado, ahí andan los animales carnívoros esperando.

    En fin, que los conductores también tenemos que tener conciencia y ser cuidadosos al conducir, pero esta norma nueva del gobierno para desembarazarse de pagos me parece que va a generar muchos problemas.

  6. Pingback: Lecturas de Domingo (21) | Ciencias y cosas

  7. Juan Palomo

    Yo, desde siempre, Seguros La Estrella. Profesionalidad y Compromiso con el Cliente.

  8. Al final la evolución, como siempre, se abre camino. Hace unos meses leí que se había publicado un estudio en el que se aseguraba que cierta especie de pájaro norteamericano – no recuerdo el nombre de la especie – había perdido un par de centímetros de longitud media en las alas.
    Según los autores del estudio el pájaro en cuestión se atiborra de carroña atropellada, pero a menudo el siguiente coche los atropella a ellos. Las alas más cortas limitarían la velocidad y aumentarían la fatiga en vuelos largos, pero a cambio permiten despegar mucho más rápido y aumenta la maniobrabildad, cualidades necesarias para esquivar coches.

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