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La mirada de Bill

Artículo patrocinado por Seagram’s Gin

Bill Cunningham. Foto: Cordon Press.
Bill Cunningham. Foto: Sipa / Cordon Press.

 

Cada mañana se despierta en su piso diminuto, sobre una cama plegable con pilas de libros, revistas y cajas de zapatos haciendo las veces de patas. Cada mañana se ducha en un desvencijado cuarto de baño que comparte con otros inquilinos de su edificio. Cada mañana viste su esquelético y arrugado cuerpo con una camisa, un jersey y una chaqueta azul eléctrico, idéntica a las que usan los barrenderos de París. Cada mañana se cuelga su inseparable cámara Nikon del cuello, saca de un armario su vigesimonovena Schwinn Clásica —sus veintiocho bicicletas anteriores fueron sucesivamente robadas a lo largo de los años— y comienza a pedalear por las calles de Nueva York.

A las 8:30 ya está al pie del cañón, fotografiando a los neoyorquinos que van a trabajar. Clic. Clic. Disparando como un cazador. Clic. Clic. Y no para hasta medianoche. Todos los días del año. Clic. Sin descanso. Clic.

Bill Cunningham tiene ochenta y cuatro años, una bicicleta y una cámara de fotos. Y poco más. No tiene familia. No tiene coche. No tiene televisión. No tiene ordenador. No tiene móvil. No tiene una cámara digital. No tiene un cuarto de baño propio.

Pero tiene su trabajo. Su mayor pasión. Su única pasión.

Bill Cunningham lleva fotografiando a personas anónimas por la calle desde la Segunda Guerra Mundial. Nadie tiene un archivo tan potente como él sobre los neoyorquinos y sus usos y costumbres durante el último siglo. Siempre le fascinó observar a la gente. Ver cómo visten. Detectar patrones comunes. Vislumbrar detalles. Anticiparse a las nuevas tendencias: un corte especial, un diseño rompedor, un accesorio novedoso o una combinación de colores imposible. Cuando era un niño en el Boston de los años veinte, le resultaba imposible concentrarse los domingos en misa porque no podía evitar fijarse en los sombreros de las señoras sentadas delante.

Con apenas diecinueve años, tras abandonar Harvard, se mudó a Nueva York donde comenzó a diseñar sombreros de forma anónima para no escandalizar a su tradicional familia. No fue hasta unos pocos años más tarde cuando decidió empezar a salir a la calle con una cámara de fotos y usarla a modo de bloc de notas para registrar todo lo que llamaba su atención. La primera foto que publicó para el New York Times fue la de una señora cruzando la calle en 1978. No tenía ni idea de quién era. Simplemente le interesó su estilo, el abrigo que llevaba y su forma de caminar. Y disparó su cámara de fotos. Clic.

Resultó ser Greta Garbo.

Desde entonces, sigue igual: sale a la calle, observa y con el objetivo de su cámara capta lo que los demás no vemos.

Todos los sábados publica en el Times su celebérrima sección «On the Street», una especie de collage donde analiza, con exquisito gusto, las nuevas tendencias que su ojo avezado detecta en medio de ese crisol de razas que es la ciudad de Nueva York.

No le interesa la fama ni las marcas. Solo la belleza, la originalidad y el colorido.

Bill Cunningham lleva una vida de monje. Vive alquilado desde los años cincuenta en un diminuto piso en la Carnegie Hall Tower, una suerte de edificio de protección oficial para artistas, rodeado de armarios y archivadores donde almacena los cientos de miles de fotografías que ha hecho a lo largo de su vida. Cuando llueve (sus días favoritos para hacer fotografías en Nueva York) usa un chubasquero de dos dólares que remienda con cinta aislante en cuanto comienza a romperse. Siempre que viaja a París para cubrir la Semana de la Moda, insiste en alojarse en un motel barato y no en el Ritz como el resto de sus compañeros. Su única y frugal comida a lo largo de un día normal suele consistir en un sándwich y un café caliente en algún deli, siempre por menos de cinco dólares. No tiene interés alguno en la comida ni en los restaurantes. Está muy delgado. Es uno de esos tipos que cuando comen un filete lo puedes ver perfilado en las paredes de su estómago, que diría Gay Talese. A diario va a las fiestas y a las cenas más lujosas de Nueva York para retratar a la alta sociedad neoyorquina para su otra columna en el Times, «Evening hours», pero declina educadamente cualquier ofrecimiento, hasta el de un vaso de agua. Él solo hace fotos.

ercedes Bass, Walter Isaacson, Cathy Isaacson, Bill Cunningham. Foto Clint Spaulding Cordon Press
Mercedes Bass, Walter Isaacson, Cathy Isaacson, Bill Cunningham. Foto: Clint Spaulding / Sipa USA / Cordon Press.

Si algo ha caracterizado a Bill Cunningham es su rotunda falta de interés por el dinero. Cuando el gigante editorial Condé Nast compró en 1987 la pionera revista de moda Details, de la que Cunningham era su colaborador estrella, hizo trizas todos los cheques que le hicieron llegar. No quiso saber nada al respecto. «No hay nada más barato que el dinero» repite como un mantra en las escasas entrevistas que concede.

Pese a este espartano modo de vida, o quizá precisamente gracias a él, Bill Cunningham es una auténtica leyenda en el New York Times y una de las personas más respetadas, admiradas e influyentes en la industria de la moda, un negocio que factura mil doscientos billones de dólares al año en todo el mundo.

Anna Wintour, la implacable y temida editora de Vogue, a la que Meryl Streep interpretó en El diablo se viste de Prada, siente auténtica devoción hacia Bill Cunningham. Admira su criterio y su sexto sentido para detectar eso que lo que los demás no ven. «Todos nos vestimos por y para Bill». Tom Wolfe, autor de La hoguera de las vanidades y persona clave en la vida social y cultural de Nueva York, halaga el talento de Cunningham hasta límites insospechados. Políticos, escultores, diseñadores, actores… todos elogian el trabajo de Cunningham y su personalidad inspiradora.

Recientemente recibió en París, la ciudad de la moda y la alta costura por excelencia, el prestigioso título de Oficial de la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia. A la ceremonia celebrada en su honor asistió con su sempiterna chaqueta azul y su cámara y no paró de retratar, como un fotógrafo más, a los invitados a la fiesta. A su fiesta.

«No es mi trabajo. Es mi pasión», repetía al ser preguntado.

¿Pero quién es realmente Bill Cunningham?

El suyo es un caso paradójico. Todos saben quién es Bill Cunningham pero nadie conoce a Bill Cunningham.

Fotograma de Bill Cunningham New York. Foto Zeitgeist Films Cordon Press.
Fotograma de Bill Cunningham: New York. Foto: Zeitgeist Films / Cordon Press.

Richard Press, fascinado con el halo de misterio alrededor de la figura de Cunningham, dirigió en 2010 el muy recomendable documental Bill Cunningham: New York donde, armados con una cámara, tratan de seguir el incombustible ritmo de Cunningham por las calles de Nueva York, retratando a sus habitantes. Tardaron ocho años en lograr convencer a Bill para poder grabarle trabajando.

En uno de los mejores momentos del documental, se puede observar a Bill Cunningham durante un desfile de moda como el único fotógrafo que no se coloca al final de la pasarela para retratar a las modelos, negándose a formar parte de ese pelotón de fusilamiento que dispara flashes a discreción. Él prefiere quedarse a un lado y disparar únicamente, como Robert de Niro en El Cazador, cuando ve una buena oportunidad.

Me gusta tener una mirada diferente. Desde un lado se pueden observar muchos más detalles que no ve el resto.

La mirada. Al igual que a Julio Camba, a Bill Cunningham le obsesiona encontrar un punto de vista distinto y trascender clichés y lugares comunes plasmando en un periódico ideas puras y no manoseadas.

En medio de la incertidumbre en la que vivimos, avanzando a tientas por el borde del abismo, con interminables elucubraciones sobre el futuro de la prensa y tediosos debates sobre modelos de negocio, sinergias y reinvenciones, tal vez fuera conveniente seguir el ejemplo de personas como Bill Cunninghan: trabajar hasta la extenuación, perseguir la belleza y ofrecer al mundo una mirada única sobre aquello que nos rodea.

Solo aquel que busca la belleza podrá encontrarla (Bill Cunningham)

Bill Cunningham en la Fashion Week. Foto Jiyang Chen (CC)
Bill Cunningham en la Fashion Week. Foto: Jiyang Chen (CC)

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24 Comentarios

  1. Pingback: La mirada de Bill

  2. Juan Carlos Lopez.

    Inspirador. en realidad me inspiro mucho, nos enseña que no importa lo que pase, si realmente te gusta algo, tienes que luchar demasiado por alcanzar tus sueños y tus metas, lo que realmente causa placer.

    se ha convertidor en un ejemplo de vida y motivación.
    nos enseña hacerlo sin recibir nada a cambio.

    como dije muy inspirador.

  3. Sonia Rodriguez Valdespino

    Simplemente es alguien digno de admiración, la gran mayoría de las personas mayores creen que su vida ya no vale, que es su fin y se dan por vencidos, cuando la plenitud de su vida esta frente a ellos, deberíamos aprovechar, como Bill Cunningham la oportunidad de divertirnos con nuestro trabajo y hacer de esa actividad el alimento de nuestras almas y esperanzas.
    Saber identificar la verdad en las personas mas allá de su apariencia y dejarlos para la inmortalidad en una fotografía .

  4. ¿Solo yo he pensado en Paco Cano?

  5. Me ha encantado la nota sobre Bill Cunningham, por la forma en que nos adentran en la vida-pasión de este Señor, lo cual queda una vez mas demostrada, que la felicidad no la brindan las cosas materiales y que el motor para continuar con ganas de vivir es uno solo, la pasión.
    Admirable, su óptica de la vida como la de su gran trabajo y un ejemplo para cualquiera que piensa que la edad es un límite, los límites nos lo ponemos nosotros mismos.
    Estoy totalmente de acuerdo con su frase; Solo aquel que busca la belleza podrá encontrarla (Bill Cunningham), porque precisamente son muy pocas las personas que pueden descubrir la belleza y que esta siempre allí, pero hay que poseer un algo especial para detectarla y capturarla.
    Comparto plenamente muchas de las expresiones de Bill
    de vivir todo con entrega y pasión y como decía un gran ilustrador amigo, Jorge Sanzol, «Cada mañana es un día distinto» y aquel que no lo vea así, no sabe lo que se pierde.
    Felicito y agradezco a todo el equipo Jot Down, por las maravillosas notas que nos permiten disfrutar.
    Un saludo.

  6. Pingback: La mirada de Bill | Los antisistema son:

  7. Maestro Ciruela

    Interesante e incluso fascinante personaje que realmente se desmarca, y mucho, del común de los humanos. Ojalá que pueda dedicarse a eso que tanto le gusta hasta el final.

  8. La gente que camina por la calle NO es probablemente anónima.

    Sus respectivas madres les dieron un nombre al nacer.

    Por favor, corrijan su estilo de redacción. No por que no sean famosos sinfónica que carezcan de nombre.

    • ¿Sinfónica? El autocorrector del móvil ataca de nuevo. :p

      Y el uso de «anónimo» es correcto e impecable desde el uso histórico de la palabra. Anónimo no significa «sin nombre», a pesar de la etimología, significa «sin nombre conocido». Cuando alguien envía un anónimo, hace una llamada anónima o lee un libro de autor anónimo no significa que esas personas no tengan nombre; simplemente, no se sabe quiénes son.

  9. Un artista, un señor y una gran y sincera sonrisa a la que … no puedes negarte.

  10. Ani Lopez

    Documental sobre Bill Cunningham
    http://knowledge.ca/program/bill-cunningham-new-york
    (Espero que se pueda ver desde España, sino FoxyProxy y listo)

  11. ¡Hombre, el bueno de Bill Cunningham, del que hacía tiempo que no sabía nada! ¡Lo que nos hemos llegado a reír juntos de la gente que se ha creído durante todos estos años que no tenía donde caerse muerto! A ver, lo voy a contar porque ya está muy mayor y qué más dará… Además, me dió mucha rabia que el año pasado no me contestara felicitándome las fiestas. ¡Este tío está forrado, lo que oyen! Lo que pasa es que alquila ese cuartucho de cara a la galería y detrás de su bicicleta va siempre a una prudencial distancia una limousine que no vean ustedes. Cuando ya salen de NY, el tío se baja de la bici y en la limo para Los Hamptons, donde tiene una mansión que ya si la ven, es que directamente se defecan encima. Lo que pasa es que es lo que él dice: Todos estos ricachones que me sonríen tanto mientras posan para mí, lo hacen porque no me ven como una amenaza, piensan que soy un gilipollas que pasa del dinero y bajan la guardia. ¡Si supieran, infelices…! En efecto, Bill el sonriente ha cimentado una fortuna de 10.000 millones de euros a base de tráfico de niños robados en maternidades, vendidos después a precios exhorbitantes, llegándose a pagar por uno, el 12-XI- 2011, la escandalosa cifra de 150 euros. En la foto de abajo, podemos ver a Bill en plena faena, tratando de camelarse a la madre mientras su cabeza barrunta cómo afanarle el fruto de su vientre.
    ¡Y es que si no lo digo, reviento! ¡Tanto Bill por aquí y por allá, soplagaitas!

  12. A ver. Quizás no sea tan pobre como parece. Incluso quizás sea verdad que es rico. Pero lo que no me cuadra es que su fortuna la haya hecho traficando con niños. Suponiendo que haya guardado los 10.000 millones de dólares que ha generado con el tráfico y que el precio medio de cada niño son esos 150$ (y debería ser menos porque ese parece ser un precio excepcional) eso quiere decir que ha vendido 66,7 millones de niños. Suponiendo que eso lo haya hecho en 40 años, cada año habrá tenido que vender 1.333.333 niños en promedio, o sea, 3.653 niños al día. Mucho me parece para un tío que pasa tanto tiempo haciendo fotos…

  13. Pingback: Miradas, listas y periodismo vomitivo | Maven Trap

  14. Veronica Reyes Guerrero

    Es muy interesante encontrar gente, que le apasiona lo que hace, y que ademas recibe un salario por ello( aunque los rompa), realmente a su edad, es muy importante mantenernos en aquello que nos gusta hacer, solo ese sentido, que le encontramos cada uno, a lo que hacemos, es lo que hace que la vida, no se sienta y que vayamos llegando al final de la vida. Viviendo y haciendo lo que nos apasiona!!

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