Hay algo incómodo a fuer de veraz en la afirmación de que La vida de Adèle es, antes que un romance de lesbianas, una (gran) historia de amor. No en vano, e históricamente, el melodrama y la homosexualidad han tendido a repelerse, ya fuera por prejuicios homófobos o, en los últimos tiempos, en virtud de una corrección política que ha exaltado el arquetipo en la misma medida en que ha difuminado al individuo. Sea como sea, ello se ha traducido en la ausencia en la «cinematografía gay» (ya ven que lo digo con prevención) de parejas a la manera de Rick e Ilsa, Denys y Karen o Laszlo y Katharine. Si la película de Abdellatif Kechiche supone un punto y aparte se debe, en cierto modo, a que imbuye al espectador del anhelo, tan fiero como placentero, de que el amor de Adèle y Emma sobreviva a los títulos de crédito. Se trata de la misma ensoñación que nos lleva a suspirar por que Rick suba al avión, sin que importe demasiado que sea la quincuagésima vez que vemos Casablanca.
Así y todo, el día en que fui a ver la película aprecié cómo, entre algún que otro gimoteo, se abría paso una cuña burlesca, el típico chasquido con que los críticos existencialistas suelen levantar acta de un detalle trivial y crucial, cual pajilleros dando gusto a su perspicacia. Mas la nota de incredulidad no provenía de ningún Anton Ego, sino de tres mujeres que se sentaban cuatro o cinco butacas detrás de mí. Más que una fila, parecían ocupar una bancada, que es el nombre con que, extrañamente, designamos los escaños cuando los diputados se convierten en turba.
Ya en casa, confirmé mis sospechas: algunas de las escenas de La vida de Adèle, particularmente las de sexo explícito, habían recibido la preceptiva estopa del feminismo radical, sintagma que empieza a ser una mera antesala del pleonasmo. Según esta corriente de opinión, la relación entre Adèle y Emma no era lo suficientemente «lesbiana»; parecía lesbiana, sí, pero no era más que un remedo del «auténtico lesbianismo». Se trataba, en fin, de un artificio ideado para alegrar la vista de los hombres heterosexuales (el cerco se iba cerrando peligrosamente alrededor de mí y los de mi calaña). Las lesbianas, insistían, no nos amamos así; esas contorsiones son inverosímiles, impropias de nuestra tribu. Y, por supuesto, ninguna de nosotras, que se sepa, ha alcanzado el orgasmo con frotamientos como los que se ven en la película.
En mi tierna infancia oí hablar del «mito del orgasmo vaginal» y aun de la imperiosa, cuasi liberadora necesidad de repudiar la penetración, pues era la prueba de que el capitalismo, tan proteico en sus formas de perpetuación, se había adueñado de tu cama. En otras palabras: aquello que tú creías un acto de amor era en verdad un engranaje de transmisión ideológica, una forma de apuntalar el sistema, y así hasta el temor alucinado y plausible de que cada vez que arremetías contra el sexo de tu novia moría un negrito en Sudán, se extinguía una tribu en el Amazonas o desaparecía una lengua minoritaria de la vertiente norte de un atolón del Pacífico. Y claro, así no había forma de follar. Nunca tuve la menor duda de que, entre los activistas de izquierdas, la asunción de estos mandamientos eran un mero postureo (¡nunca mejor dicho!), una suerte de kamasutra espectral por el que todo hombre, máxime si se preciaba de «nuevo», había de regirse.
No ignoraba, en fin, que si el catolicismo inventó el petting el comunismo lo refinó hasta lo indecible, pero qué quieren, ya no creía probable una inmersión (lingüística, sí, todas lo son) como la del otro día, en que el sexo (un sexo esplendoroso, furtivo, celestial) era de nuevo interceptado en una aduana.
Pero yo venía a hablarles de otra cosa, como ya empieza a ser mi sino. Yo venía a exaltar la tonificante francesía de la película. No solo porque sus personajes hablen, que también, sino porque sus personajes leen, y lo hacen, además, acuciados por una instrucción cívica, personificada en el delicadísimo mohín con que Adèle, maestra de prescolar, va embridando los quehaceres de sus alumnos. Porque en esa lectura trastabillada y luminosa aletea el contento de vivir. Porque, como se estila en la patria de Cahiers, las amantes se besan al principio y luego ya todo es cuesta arriba, una crónica apacible del durante y del después. Y porque el padrastro de Emma suele cocinar amortajando la impaciencia con un vaso de vino, como es costumbre en mi casa.
El profesor Santiago Navajas ha escrito una admirable crítica de la película; hacía días que la esperaba, pues estaba convencido de que no había mejor escaparate para evidenciar los costurones de La vida de Adèle que su blog, Cine y política. El gran borrón de su artículo, sin embargo, no es que considere que se trata de una película mediocre, sino este párrafo:
La tesis de que una mayor apertura intelectual, sea literaria o artística, lleva a una mayor tolerancia moral en cuanto que se está menos sometidos a los clichés, por una parte, mientras se amplía el ámbito de las vivencias imaginarias, por otro, es un buen argumento que el director envuelve torpemente en un vulgar drama pequeño burgués.
Esa tesis está soberbiamente desarrollada, porque son precisamente las dificultades de Adèle (y ello, pese a ser una mujer con «inquietudes») para congeniar con los amigos intelectuales de su novia lo que termina por ahogar la relación. La cultura, sugiere la película, es un dique, ora disfrazado de mirador, ora de rompeolas, pero dique al fin y al cabo; una pértiga que nos lanza por los aires y se acaba quebrando en el último minuto para hurtarnos el porvenir.
A eso venía, sí; cuando menos, esa era la idea que aquella tarde, en la penumbra de la sala, había empezado a amasar. Hasta que esas tres gracias se enfundaron el traje de policía. Y no precisamente para emular a Village People.
Pues a mi la película me pareció fantástica. Estoy muy de acuerdo con esta critica que leí hace poco:
http://hyperbole.es/2013/11/la-vida-de-adele-o-los-perfiles-del-deseo/
Me da mucho miedo el concepto de lo realmente autentico, también los que se creen adalides de lo puro. Da mucha pereza la policía aduanera.
Gran artículo y buenas percepciones, el titular desacertado… nada que ver con lo que muestras en el texto. Como mujer, como espectadora y como sensibilizada con la visión que se da del mundo homosexual quedé encantada con la película, que te atrapa y de la que he estado hablando durante dos semanas desde que la vi. Es belleza. El sexo que aparece maravilloso, nada de hecho para hombres heterosexuales.
«Las lesbianas están locas y no tienen ni idea de lo que va la película» dicen hombres y heterosexuales. Pues digo yo que en una película de lesbianas ¡algo tendrán que decir las lesbianas! Y se les podría atribuir aunque sea sólo por esta vez -no vaya a ser que se acostumbren- un mínimo de respeto por conocimiento del tema.
Personalmente lo que menos me gustó del filme a parte de las escenas sexuales, que al final cada una folla como le apetece (aunque de momento no conozco ninguna lesbiana que haya llevado a cabo tales contorsiones) fue la relación «heteronormativa» de las dos protagonistas, no hay cambios de roles ni ningún tipo de cuestionamiento sobre las relaciones que es una parte inherente de las relaciones homosexuales.
Decía el sobrino biógrafo de Virginia Woolf que ella había luchado toda la vida por rehuir las clasificaciones. Me parece algo absolutamente maravilloso.
Lo digo a propósito de tu comentario, en absoluto ofensivo, que sin embargo recae, a mi parecer, en un hábito de estos tiempos.
1- «Dicen los hombres y heterosexuales»: yo creo que soy ambas cosas, y no digo eso de que estén locas. Exceso de generalización, ¿no? Con poner delante el adjetivo «algunos», o «unos pocos», o «ciertos», la cosa quedaba menos absoluta.
2- «Relación heteronormativa». Aquí enlazo directamente con Virginia Woolf. Nunca he entendido que ciertas gentes (en este caso, los homosexuales), cuya único rasgo distintivo de sus opuestos (los «heterosexuales») sea la orientación sexual, hayan desarrollado unas clasificaciones rígidas cual corsés. La misma oposición «heterosexual/homosexual» me resulta repulsiva. ¿A cuénto de qué tener que saber si a uno le gustan las chicas, los chicos, todas las chicas y un chico especial, los chicos salvo las chicas a ratos, etc?
Como toda categoría social, son asesinas del amor, o del sentimiento, o de lo que haya por debajo. Y, encima, reduce el alma de uno, o la personalidad toda, a sus apetencias sexuales. ¡Habráse visto cosa más aterradora!
Se me dirá que es precisamente lo que la ideología cerrada histórica hacía con los considerados «homosexuales»: limitarlos, encerrarlos. Pues sí. Por eso me espanta cuando los homosexuales, queriendo liberarse, clasifican y encierran, y limitan, y definen, y hasta se crean palabras como «heteronormativo», que luego se usan para juzgar la calidad de una película o la actitud moral de los espectadores.
Insisto en que en tu comentario no hay ofensa alguna, ni me lo he tomado así. Pero quiero romper una lanza a favor de la actitud de Virginia Woolf. «Rehuir todas las clasificaciones».
Clasificarnos con términos tajantes es el mejor modo de matarnos en vida. Lo definido no cambia, está fijo, estático. Como los muertos.
Yo cuando vi la película la vi con los ojos abiertos para ver qué pasaba en ella; y traté de olvidarme de todos los adjetivos con que me definen. Nunca se puede del todo, pero por eso lo de «traté».
¿No crees?
Gracias ;)
No soy lesbiana (de momento), pero sí mujer y disfruté muchísimo las escenas de sexo de la película. No sé si obedecen a la normalidad o no, y tampoco me importa. No creo que el cine esté para contar las cosas como son, si no para hacerte soñar y sentir. Y esa forma de sentir me resulto intimamente verosímil. Supongo que no todas tenemos la misma suerte…
Soy mujer y heterosexual (esto ya parece Alcohólicos Anónimos) y estoy bastante de acuerdo con la crítica de Santiago Navajo. Para empezar estamos ante una película francesa larga y aburrida que tiene como más alta aspiración no parecerse a una película americana. Por lo que respecta al contenido, es una especie de documental de la monotonía.
Por primera vez salí del cine pensando que había visto una película para hombres. No por las escenas lésbicas, que me parecieron, más allá de su verosimilitud (no tengo ni idea del tema) valiosas tanto en el contexto de la historia como por su misma realización, hermosas y descriptivas: vamos, cine mismamente. Me refiero a que la película es una especie de disección y catalogación de las emociones femeninas dispuestas de manera pedagógica (y bastante convencional) para que todo el mundo las pueda identificar y entender.
Conozco un montón de tíos no sospechosos de pajearse que se han sentido profundamente conmovidos por La Vie d’Adèle. Y algunas mujeres que se han quedado tan frías como yo: porque esta película no nos explicaba nada que no superamos ya, y lo que explica parece tirando a simple. Eso sí, no creo que sea una película machista y admito que el tema de la heteronormatividad se me escapa. Sí me pregunté si es habitual que una lesbiana rechace el sexo por tener la regla. Digo yo que la sexualidad femenina va más allá del vaginacentrismo, pero supongo que habrá gustos.
En resumen, me parece un honesto intento por parte del director de capturar aquello de la esencia femenina, sea ésta lo que sea, en su aspecto más emocional. No me parece ni mal ni bien e incluso lo puedo llegar a entender como un hermoso acto de aprecio y agradecimiento hacia el género femenino. Pero lo que resulta de ello no es nada excepcional.
Un par de días más tarde vi Jeune et Jolie de François Ozon. Se ha considerado una película menor después de la maravillosa Dans la maison. A mí me pareció muy interesante, y además propicia para compararla con Adèle. A grandes rasgos, tenemos aquí otro director que escruta la vida femenina. Comparemos el misterio, la magia, las preguntas sin responder, el poco ánimo de sentar cátedra de Ozon y la literalidad de Kechiche. Una mirada neutra sobre Marine Vacht proponiendo mil interpretaciones y ninguna certeza contra tanta lágrima y tanto moco -lo único que me gustó realmente de Adèle es Léa Seydoux, contenida y resplandeciente.
Amé tu comentario. Mencionaste algunos detalles de los que no me había percatado, enhorabuena. Igualmente, Léa Seydoux se captó toda mi atención.
Pues un acertado artículo para una bellísima película. Sin embargo, no creo que el tema del arte sea tan relevante en la película. Caracteriza a los personajes. Y siempre queda bien que éstos tengan sensibilidad. Artística, se entiende.
Estimado José María,
por casualidad ha llegado a mis manos este artículo y no he podido evitar escribir un comentario (a pesar de que nunca suelo hacerlo). Como mujer y como lesbiana me he sentido ofendida por sus palabras y su discurso. Sinceramente no he entendido nada. Esa ironía, esa manera de la catalogación de feminazis a las lesbianas, ese sarcasmo, el referirse a cuestiones políticas de izquieras y de derechas, creo que no era necesario. Le rogaría a usted que diera sus opiniones desde el respeto y que se informase acerca de los datos objetivos que usted expone en el artículo. Entre otros, la unión del cine de temática homosexual con el drama, que ha sido fomentada desde la aparición de éste por la ley de censura norteamericana y que ha tenido vigencia hasta finales de los años 80.
Y un consejo, de lo que uno o no sabe o no le incumbe, es mejor callar, como bien dijo aquel sabio llamado Wittgenstein.
Comas, paréntesis, más paréntesis y más comas. Y no sé cuál es el mensaje del texto; será que soy heterosexual y la Naturaleza no me dotó con la suficiente sensibilidad.
Un artículo demasiado largo para defender una idea hasto conocida que puede exponerse brevemente: «Todas las feministas son iguales, unas energúmenas». Aparte de eso no me queda claro cuál es el objetivo o la tesis de los párrafos de arriba. Al menos (aunque ya sea al final) el autor tiene el detalle de enviarnos al blog de Santiago Navajas, que realiza una crítica (devastadora, eso sí) pero bastante coherente de la película; al menos este último se ciñe estrictamente a lo cinematográfico, no se dedica a malear todo el texto con su aversión por las feministas (añadir «radical» al sustantivo no es redundante, al autor le falta información sobre este colectivo, bastante heterogéneo),o a desarrollar abstrusas teorías sobre mandamientos (católicos, comunistas o de cualquier otra índole) a propósito de la reivindicación y la práctica del magreo. Cada uno (hetero, bi, homo, etc.) hace en la cama lo que le da la gana y lo que su pareja le permite; y si la pareja no le permite, pues siempre puede uno quejarse y gritar que la culpa de todo la tiene Yoko Ono: otra mujer pleonasmo. O entregarse, como hemos visto, al onanismo articulero. El autor asegura que «el melodrama y la homosexualidad tienen a repelerse»… pues entonces ya no sé cómo clasificar algunas adaptaciones cinematográficas de Tenesse Williams («La gata sobre el tejado de zinc» o «Y de repente… el último verano») o algunas cintas de Almodóvar («La ley del deseo», «La mala educación»). En Sal Minneo («Rebelde sin causa») tenemos un perfecto ejemplo de «homosexual melodramático» y más ejemplos así, de memoria: «Una jornada particular» «Filadelfia»… y si «Brokeback Mountain» no combina homosexualidad y melodrama… pues tal vez tengamos que revisar palabra por palabra la definición de ambos términos.
Al ver el horrendo título de sus líneas no podía imaginar que era una reflexión sobre «La vida de Adèle».
Luego, leyendo, he visto que no. Que era sólo un eructito y que aún queda mucho gas en el estómago del Sr. Albert (disculpe si ése es su tercer nombre, Sr. de Paco). ¡Qué cosas tan rancias y sobadas escribe utilizando el disfraz de tipo políticamente incorrecto!
No, no era una crítica de la peli, ni una reflexión sobre la misma, ni algo sobre el lesbianismo. Sólo era, eso sí, un manual de uso: el del propio autor del texto. Un tipo que, además de ser un poco pedante y redicho, rezuma fustración, envidia, cobardía, machismo, clasismo y tener ideas más antiguas que el hilo negro, aunque -y a diferencia de aquél- son bastante inservibles.
Alguno de los comentarios que me preceden ya explican bien a lo que me refiero, así que paso de hacerle un análisis de texto. Aprovecharé entonces para recomendarle que deje de hacer estas cosas: el ABC tiene la nómina de columnistas petada, Sostres no hay más que uno, el chaval éste de «Coños» creo que ya no tiene su programita en Intereconomía, doy por hecho que trabajar con Sánchez-Dragó es fuente de profunda insatisfacción, y lo de hablar de «homosexual/feministas/hombres/mujeres/etc.» aburre y no levanta ni un gato del rabo.
Bienvenidos los provocadores, aunque sean repugnantes, porque nos hacen la vida más colorida. Pero provoque, hombre, provoque. No aburra.
Estoy en general de acuerdo en todo lo que plantean las lesbianas indignadas con esta película y también me rebelo contra la hipocresía y la imbecilidad de los críticos y festivales correspondientes. El sexo en el cine muchas veces actúa como un reclamo morboso en si mismo que se desconecta del relato en el que está inserto. Desde luego la película que nos ocupa es un ejemplo claro de este efecto, y entiendo por ello la ira que ha provocado.
La cuestión es: ¿es lícito mostrar sexo actuado en un relato? Yo pienso que sí, claro. Pero también es cierto que el carácter claramente perturbador de la visión de personas, aunque sea fingido, practicando sexo muchas veces no complementa la narración sino que ejerce como elemento distorsionante. Y, por supuesto, en “La vida de Adele” esto está llevado al extremo porque realmente las actrices están representando su sexo de una forma tan expícita que cuesta trabajo decantarse por si es sexo fingido o real. Para un espectador masculino heterosexual este momento claramente se desconecta del relato porque la excitación de ver esta fantasía es lo único que importa en ese momento. Y es normal que sea así. Lo lamentable es que el director y los críticos alabadores sean tan cínicos e hipócritas para hacer pasar este elemento determinante de la película como un hermoso complemento y no como un reclamo morboso, y por ende, comercial.
Esta es por ello la película más machista y dehonesta que he visto en mi vida… Además de ser un bodrio de película, aburridísima, interminable, deshilvanada y absurda, tiene la desfachatez de frivolizar hasta extremos increíbles con las relaciones homosexuales entre mujeres. Toda ella me parece una predecible y tópica fantasía masculina además de perversa, tanto ella como sus intenciones, porque me parece repugnante cómo se abusó de estas dos actrices jóvenes por parte de un director ávido de morbo. Creo que no hacía ninguna falta mostrar tantísimo sexo y que si se hizo así fue únicamente para buscar polémica y audiencia, que se cargaron una novela original extraordinaria en función solo de la búsqueda de esta fantasía masculina heterosexual, que si hubieran sido dos hombres los protagonistas no habrían ido tan lejos las escenas de cama y tampoco la película habría sido tan alabada ni tan premiada y que de hecho si fue así fue porque los críticos (hombres heterosexuales, recordemos, en su mayoría) la valoraron más con los genitales que con el cerebro, ya que objetivamente es una historia bastante mediocre que no aporta nada.
Si quiero ver sexo, veo porno. Pero no me vendas cine con algo demasiado parecido al porno porque somos todos mayores y me estás tomando por tonto.
José María Albert, además de que tu artículo resulta también bastante ofensivo y prepotente creo que no has entendido el porqué del justificado enfado de muchas lesbianas, que no se debe ni mucho menos a una rabieta histérica ni injustificada. En ningún momento se discute sobre no mostrar sexo en la película, de hecho es necesario que se muestre si la historia lo requiere, y tampoco nadie está discutiendo sobre cómo deben follar dos personas, ya que cada una es un mundo. El problema no es con el sexo explícito siempre que esté justificado y bien presentado, como por ejemplo sucede en el cómic. El problema es cuando se ha decidido mostrar una escena sexual larguísima e inverosímil (ya no tanto por las posturas, que también, sino por la discordancia con la inexperiencia de la protagonista, que de un tímido beso pasa a ser ejecutora profesional del kamasutra lésbico) con el único propósito de crear morbo gratuito y polémica. Podía haber sido una escena de sexo rodada con respeto, buen gusto, erotismo y sensibilidad y no quedarse en el puro morbo de un director tiránico que parece regodearse en las tijeras y el cunnilingus mientras filma para después querer tomar al espectador por tonto, hacerse el ingenuo y pretender venderlo como otra cosa. Eso es lo indignante. Más que una relación sincera y realista entre dos mujeres parece una fantasía pornográfica bastante tópica (e incluso ridícula por determinadas posturas) de un hombre heterosexual y obsesivo.
Kechiche, muy hipócritamente, ha rodado escenas claramente pornográficas y de bastante mal gusto y nos las quiere hacer tragar no sólo como necesarias sino como demostración de la pasión más auténtica. Pues por eso yo no paso, lo siento mucho, no quiero que se me tome por idiota. Lo que ha rodado este hombre es porno, se ha recreado en él y en las actrices y ha querido hacerlo así para llenar más salas, crear más audiencia y alimentar más morbo (sobre todo el masculino). Si has leído el cómic (que te recomiendo para que veas por ti mismo la diferencia), comprobarás que las escenas de sexo no tienen nada que ver. Son explícitas, sí, pero no se recrean injustificadamente ni ofrecen morbo gratuito no resultan tópicas o insultantes. Son naturales, sugerentes y estéticas. En la película no veo más que tetas bamboleantes y posturas ridículas propias de un vídeo de Youporn.
Está claro que el cuadro del tipo que se excita viendo sexo entre mujeres es tan viejo como el mundo y películas como esta no hacen sino alimentar el mito erótico masculino de toda la vida. El día que nos pongan pollas en la pantalla con la misma naturalidad que tías en tetas, podremos empezar a considerar que hay ecuanimidad. Por eso, lo que me escama de todo esto (aparte de que me es imposible simpatizar con un señor que ha hecho que sus actrices se sientan poco menos que abusadas…) es que el director (un hombre heterosexual que conoce todo y sabe todo sobre las lesbianas porque el también lo es, claro…) ha reducido una historia compleja sobre el amor, la amistad, la intimidad… en una escena de sexo de 10 minutos, hecha desde el punto de vista de un observador masculino y heterosexual (qué sorpresa) que reduce a las lesbianas y a las mujeres en general en objetos hipersexualizados cuyas prácticas sexuales son y deben ser aquellas que despiertan los deseos de este público en particular. Como siempre, se reduce a las mujeres (lesbianas o no) a lo mismo. Objetos. Objetos con los que vender, comerciar, excitar… objetos masturbatorios y poco más. El asunto de la cosificación de la mujer es tan preocupante que ni siquiera cuando se quiere criticar se está permitido darle a vuelta.
Patético que se le haya dado este bombo a una película tan dañina, que fomenta tantos tópicos y que ha utilizado de manera tan repugnante la imagen de las lesbianas. Me parece algo tan evidente que salta a la vista y me da mucha pena y rabia que muchas personas no sepan apreciar el machismo, heterocentrismo, desvirtualización de un tema original y falta de todo respeto subyacente (desde la propia autora del cómic hasta las actrices que fueron explotadas, pasando por todas las lesbianas a las que se ha utilizado, como siempre, para servir como meros objetos de morbo) en esta película, y que encima la defiendan. Hablando en plata, que aplaudan cómo un director listillo, tirano, prepotente y baboso se haya cagado en un material en principio diferente y maravilloso que podía haber sido tanto útil como artístico y memorable, nos los haya escupido a la cara y lo haya convertido en un vulgar producto de consumo fácil para espectadores ávidos de morbo.