Qué bien ir al cine. Y qué bien comer cosas buenas. Qué bien ver películas en pantalla grande y sala oscura. Y ver en esa pantalla grande cómo manos ágiles cortan la cebolla pequeña, pequeña y rápido, rápido. Qué bien cuando aunque cocinen en la película, te imaginas perfectamente el olor del guiso. Y el calor de los fogones. Y aunque tengas el estómago lleno, te entra hambre. Y salivas. Y quieres comer eso que están preparando. Aunque sea col y odies la col. Aunque sepas que en el cine la comida es tan bonita como mala. Da igual. Tienes hambre.
«A veces el cine habla de cocina. Lo que no es tan frecuente es que los cocineros hablen de cine», decían Sergio y Javier Torres, chefs del Dos Cielos en el showcooking previo al documental Rawer que ofreció el Film & Cook el pasado fin de semana en Barcelona.
El Film & Cook es un festival de cine gastronómico que acaba de cumplir su tercera edición. Además este año ha crecido y, aparte de la sede habitual en Barcelona, se ha celebrado también en Madrid. Vivimos una burbuja del festival y de la gastronomía —nunca habían convivido tantos festivales de todo tipo y nunca la cocina había despertado tanto interés en el público general—. Respecto a esto último, solo hay que encender la tele para ver que hay programas y programas que hablan de cocina.
El primer recuerdo clarísimo que todos tenemos de un programa de cocina viene de 1984. En ese año Elena Santonja ponía a toda España Con las manos en la masa. Bueno, a toda España no, más bien a ellas. Se ve que por entonces cocinar era cosa de mujeres. Cómo olvidar a aquel Joaquín Sabina machote entonándole a Gloria Van Aerssen sus deseos gastronómicos en la sintonía de cabecera:
Niña, no quiero platos chinos,
vengo del trabajo
y no me apetece pato chino.
A ver si me aliñas
un gazpacho con su ajo y su pepino.
Eran otros tiempos. ¿Ahora cómo sería aquella canción?
Niña, no quiero platos chinos,
vámonos al japo,
prefiero unos makis a un rollito.
Bastante ridículo todo. Hoy aquella cabecera no tendría sentido. Para empezar, cocinar en casa no es exclusivo de ellas y quedaría fatal si se reconoce lo contrario; posiblemente él no vendría del trabajo sino de sellar el paro; y lo más seguro es que el paladar de nuestro macho ibérico esté tan acostumbrado al pato chino como al gazpacho con ajo y pepino.
Y, excepto por lo del trabajo del pobre hombre, del resto de cosas me alegro. En cada casa cocerán las habas a su manera, pero lo cierto es que ese machismo explícito de «niña, tú a la cocina y me aliñas algo rapidito», rechina.
Por otro lado, sobre lo del pato chino, es cierto que tenemos una gastronomía excelente, el mejor restaurante del mundo y entre los propietarios de los diez restaurantes más aclamados internacionalmente hay tres catalanes y tres vascos (los tres hermanos Roca, más Andoni Luis Aduriz y arzak y Elena Arzak). Sí, muy bien todo. Gastronomía para unos pocos. Platos caros. Elitistas. Lo que quieran, pero este interés por la cocina está consiguiendo ciudadanos gastronómicamente más cultos. Hombres y mujeres que ya no se aturden ante un plato chino porque están cada día más abiertos a probar sabores nuevos.
Desde 1984 hasta 2013 también los programas de cocina han evolucionado. Del tradicional showcooking televisivo en todas sus variantes, pasando por el coacher resucitador de restaurantes de menús infumables a realities gastronómicos. Y aún no lo hemos visto todo. Recuerden que estamos a las puertas de un Master Chef infantil. Está claro, la cocina tiene tanto tirón que esta Nochevieja Jordi Cruz y Pepe Rodríguez en vez de contarnos cómo hacer un jugoso cordero al vino, nos explicarán junto a Anne Igartiburu cómo tomar uvas con campanas.
Pero hablábamos de los festivales de cine gastronómico. Estos rompen la regla básica de que en el cine se ven películas y en la cocina se hace de comer. De hecho esa es la magia. Es, cuanto menos curioso, entrar a una sala y ver una cocina montada y a un chef con su chaquetilla impecable troceando una calabaza mientras habla de cine.
David Matamoros, productor de la película Menú degustación, cuando recogió el premio que la audiencia del Film & Cook dio a su película, destacó una reflexión interesante de Miquel Molina: «La cocina y el cine hablan de la cultura de una ciudad y si queremos aspirar a un turismo de calidad no solo hay que ofrecer hoteles de cinco estrellas, también una buena oferta cultural». Eso es importante para el turista, pero las ciudades y sus ayuntamientos deben preocuparse también —y sobre todo— de los de casa. Una oferta cultural sólida es buena para fomentar un turismo de calidad, estamos de acuerdo, pero también es necesaria para una ciudadanía de nivel.
Aunque el carácter del Film & Cook no es competitivo, este año ha incorporado sección de galardonados. Menú degustación recibió el premio de la audiencia; la experiencia gastronómica del año ha sido para El Somni del Celler de Can Roca; el Premio al Mejor Cortometraje se lo llevó Lara Izaguirre por Sormenaren Bide Ezkutuak y el reconocimiento al Mejor Largometraje ha viajado hasta Suecia por la cinta Love and Lemons de Teresa Fabik y Lars ‘Van’ Johansson.
Love and Lemons es una comedia romántica basada en la novela titulada con el mismo nombre escrita por Kajsa Ingemarsson. Habla de fracasos, amistad, amor y sueños. Concretamente del sueño de tener un restaurante propio.
Agnes es una chef que trabaja en un prestigioso restaurante. Tiene un novio macarra con delirios de rockstar y unos padres enrollados. Tan enrollados que no son capaces de decirle a su niña que ese tío con el que sale no le conviene.
Un día Agnes pierde el trabajo y ese mismo día su novio pseudofamoso la deja por otra. Lo del trabajo es un chasco gordo, pero lo del tolai del novio servidora y todo el cine lo veíamos venir desde el primer fotograma. Como era de esperar en una comedia romántica la dejada se hunde, llora y rompe fotos de su chico mientras suena música de «se me acaban de mear en el corazón».
Sin embargo, el proceso que lleva Agnes para alcanzar el sueño de montar un restaurante es digno de un capítulo de Pesadilla en la cocina: cocineros amigos montan un negocio con muchas aspiraciones y empeñando hasta los empastes. No entra ni un cliente y el día en que alguien se digna a cenar allí el servicio es un desastre. Además, todo esto se entremezcla con dramas personales que afectan a los protagonistas en su trabajo.
Ya ven, lo tenían todo para que apareciera en un momento u otro Alberto Chicote. Y ojalá hubiese sido así. Más que nada porque en la película necesitan noventa y ocho minutos para contar lo que el televisivo chef resolvería en apenas cincuenta. Mientras en el restaurante de Agnes no pasaba nada, o lo pasaba todo, no podía parar de hacer insertos mentales con Chicote vestido de Ágata Ruiz de la Prada metiendo bronca. Saliendo airado del restaurante y diciendo fijamente a cámara aquello de «esto es un desastre. Van completamente desbordados. Así no se puede llevar un negocio adelante». Y volviendo igual de enfadado a la cocina en plan, «hala, ya lo he soltao».
Love and Lemons iba pasando delante de mis ojos y a mí poco me decía todo aquello. Salí del cine con la sensación de que durante noventa y ocho minutos ninguno de aquellos planos me había aportado nada. Pensé así durante un rato… luego, mientras pensaba en la película, me di cuenta de que me apetecía un bizcocho de limón. Esto me hizo cambiar de opinión: Love and Lemons no me emocionó, pero me tocó otra parte sensible, el estómago.
La letra de Sabina decía:
«Niña, no quiero platos FINOS….»
Hubiera estado fatal que un gran letrista como él rimara la misma palabra dos veces…
Me parece que la cocina es un gran tema de debate pues en los últimos años se ha vuelto de gran interés general. También es que gracias a las tecnologías todos nos podemos convertir de rato en rato en buenos cocineros- que no chef´s- dado que en el internet encuentras todas las recetas sencillas y complicadas pra preparar el delicioso aperitivo, la sopa o el postre para sorprender hasta a la suegra. Además que se ha velto parte del entretenimiento familiar como es el caso que mencionan de los realities… En mi caso no soy muy fan de la cocina pero si de los realities, por ello es que de vez en vez sintonizo «Hell´s kitchen», Chopped», «Top Chef» o cualquier otro genérico reality de comidas, postres o restaurantes extraños que aparecen por televisión, además de que en más de una ocasión he quedado de diez con las recetas que me he encontrado en Yahoo jajajajaja
El cine y la cocina.
Para mi los dos elementos, cine cocina son una formula perfecta cuando se trata de dar un sin fin de datos al espectador:
– Situación (romántica, acción, tragedia, etc)
– Sitios (como Países)
– Epocas (antiguas o recientes)
Realmente muchas películas me han fascinado cuando veo que en la escena utilizan la gastronomía como parte de la historia.
Aquí en México cómo olvidar «Cómo Agua para Chocolate», como se enfatizó en la cocina en la comida mexicana pero dentro de una gran historia que aùn siendo el tema principal no hubiese sido tan buena sin el elemento de la gastronomía.
Pero en honor a la los elementos del cine, un factor básico en el cine con escenas de cocina es el «sonido», creo que lo que me lleva a imaginar lo que veo en pantallas es el sentir real el corte de verduras, el vaciar agua, el fuego, etc. sin ello las imágenes no tendràn el mismo efecto.
Saludos a los que amamos el cine.
Creo que no hay película en la que no esté inmerso este tema de la gastronomía, ya que en cualquier actividad que el hombre realiza tiene por bien a demostrar las actividades, entre ellas el comer, así como puede ser desde una «simple» pizza en una película de terror de adolescentes en una fiesta, hasta una película de arte donde los reyes se sientan a degustar los platillos servidos en una mesa espectacular de 8 metros de longitud.
Creo que usted se olvidó de mencionar el precursor de este tipo cine «gastronomico», es decir el genial director Marco Ferreri (lo de ‘El pisito’, y ‘Cochesito’) y su película titulada «La grande bouffe»
http://es.wikipedia.org/wiki/La_grande_bouffe