I. Introducción
Lo que va a ocurrir a continuación es el ejemplo perfecto de cómo dispararse en el propio pie: confieso que no soporto los soportes de lectura digitales. Es muy inteligente soltar esto a bocajarro en un medio con cientos de páginas plantadas en el universo virtual y que incluso oferta una biblioteca de libros digitales. Pero es una afirmación que atestiguan horas de examinar como un pervertido galerías de bookshelf porn en busca del más mínimo indicio de photoshop y semanas de planificación estructural para apilar columnas de libros de manera que la existencia de vida a su alrededor sea posible sin demasiado riesgo. El romanticismo primitivo de la celulosa o el poco apetecible acto de no poder pasar una página física en un ebook y conformarse con contemplar la obra encerrada en marcos de silicio que mancillan las fuentes tipográficas, las maquetaciones y las medidas originales. La locura obsesiva de quien iguala la lectura en papel con la película en pantalla grande, y la contrapone a la pantalla fría y el screener con el sonido ambiente de una sala de cine donde se puede oír al pajillero de la sesión cantando los turnos.
Cierto que el lector digital tiene algunas ventajas, permite que los insufribles amigos de hacer notas al margen de las páginas no garabateen los manuscritos que heredaran otros, aunque al mismo tiempo crea el dudoso perfil de lector que se lo compra para ahorrar dineros al subirse al barco con la calavera con tibias por pajarita. Pero la existencia del libro físico tiene una razón de ser incuestionable: que las compañías productoras de e-books, ipads y similares engendros electrónicos dejen de talar árboles al buscar huecos donde levantar sus fábricas.
El auténtico encanto de la página tangible reside en esas ediciones esculpidas a partir de la reverencia por el formato palpable, en aquellos esfuerzos por ofrecer un producto físico de estructura inimitable en otro medio. Obras que tumban el cliché de juzgar un libro por su portada, que desafían al enclaustramiento en un puñado de bits. Que deberían estar en un museo.
II. Epidermis: de portadas maravillosas
En el futuro de Farenheit 451 los libros son objetos prohibidos y los bomberos se encargan de convertir en cenizas las páginas. De los centenares de portadas de los que ha gozado (y gozará) el clásico de Ray Bradbury, la que diseñó Elizabeth Perez para The Austin Creative Department es probablemente la definitiva: en ella la última cifra del 451 titular se transformaba en una cerilla que el lector podía arrancar y encender utilizando el propio lomo del libro que venía convenientemente barnizado de fósforo a lo caja de cerillas, y ejecutando un ejercicio de adoración total por la novela al entregarla al fuego. Al mismo nivel de expandir la historia hasta conquistar la propia carátula tenemos la portada del 1984 de George Orwell en la edición de Penguin books, donde el autor y el nombre de la novela se encuentran censurados y solo se intuyen levemente a través de la ojeada detenida. Julio Verne es otro de los clásicos que también ha gozado de cirugía facial notable, pero de entre sus muchas reencarnaciones físicas —algunas con rostros deliciosos como la de esta edición brasileña—, destacan las propuestas (no disponibles de manera comercial) ideadas por Jim Tierney para 20.000 leguas de viaje submarino, Viaje al centro de la tierra, La vuelta al mundo en ochenta días y De la tierra a la luna que convierten las cubiertas de los propios libros en océanos troquelados, relojes que giran escenarios, naves que despegan o capas de la tierra. Maravillas que le sirvieron a Tierney para entrar de cabeza a ilustrar cubiertas en Penguin books.
Good ideas glow in the dark es un volumen que propone unos cuantos miles de ideas creativas al mismo tiempo que se destapa como una de ellas: la cubierta y el lomo del texto solo son visibles con la luz apagada porque brillan como insinúa su título. Los comics de G.I. Joe contaron con un número especial que escondía en su portada una identidad secreta bajo una tinta que el lector debía rascar como si buscase un premio, algo que enervó a los coleccionistas obsesivos de tebeos que ni a punta de navaja frotarían una moneda sobre un ejemplar original para mancillarlo. Jillian Tamaki y Rachell Sumpter dibujaron ilustraciones que irían cosidas a mano sobre un puñado de clásicos. Con el discurso ecologista llegaría James Kaelan y su We’re getting on, cuya primera tirada estaba fabricada con material reciclado y poseía una carátula compuesta por semillas de abedul para, una vez leído, animar a plantar el texto en el jardín.
En otras ocasiones la propia composición de la portada brilla sin necesidad de complementos y por gracia del departamento de diseño. La obra de Oliver Sacks se convertía en un puzle de portadas. Luna Miguel prestaba su cara a Megan Boyle para utilizarla como lienzo donde garabatear su título. One red paperclip (la historia de aquel blogger canadiense que mediante el trueque llegó a cambiar un clip por una casa) tenía una portada que lo dejaba todo claro sin mostrar ni una letra. Unas guías de viaje reflejaban con minimalismo su contenido, otra imagen prometía profundidad sobre las dos dimensiones, algún texto utilizaba el esquema para comandar el tiempo de lectura o la repetición para expresar tanto rotundidad como favorecer la mutación. El Book cover archive hace una selección exquisita de gran parte de la genialidad desplegada en la ilustración literaria.
Existen también aquellos que sufrieron modificaciones curiosas en portada sobre la marcha: Frédéric Beigbeder tituló 99 francs a su novela porque ese era el precio del propio libro, pero con la llegada del euro tuvo que reeditarse como 14.99 € para adaptarse a la nueva moneda, y más adelante como 6€ cuando fue publicado en bolsillo para igualarse al precio del formato pequeño.
III. Columna vertebral: de formas y siluetas
Con un pie en el punto anterior y otro en el presente se encuentra una colección de Frankin books que propone extender la portada llamativa hasta reconstruir el formato como una pieza de museo de arte contemporáneo. En su web, por el precio que nos ofrecerían en el mercado negro por un niño sano, nos podemos hacer con una biblioteca de expositor que reconstruye una edición física de Las uvas de la ira como un maletín, las Ficciones de Borges como un laberinto de flechas cruzadas, El cuervo de Edgar Allan Poe con un poco práctico revestimiento alado, un Giacomo Joyce de James Joyce que reinterpreta a obra a través del arte de manualidades de Susan Weil o una primera edición de Lorca y su Poeta en Nueva York con una maqueta de la ciudad que no sabe dormir incluida.
Con el punto de bibliofagia más marcado existe The real cookbook (Das Echte und Einzige Kochbuch) o el que probablemente sea el libro más devorado por sus lectores: una guía de recetas impresa en pasta que ofrece la posibilidad de ser convertida en lasaña y masticada, e irónicamente no incluye en su interior la receta para cocinarse a sí mismo. No sería el único con una ruta digestiva: In case of emergency eat this book, editado por Land Rover, era una guía de supervivencia fabricada con materiales comestibles.
Chris Ware es un dibujante que ha lidiado con obras de formatos imposibles: su Catálogo de novedades Acme tiene unas dimensiones, de 23×40 cm, que lo hacen ideal para ser utilizado como viga maestra en cualquier edificación. Y Ware también es el hombre que en 2012 decidió hacer la pirueta editorial definitiva publicando Building histories, una caja que contiene una obra dividida en catorce formatos diferentes (desde el periódico al póster pasado por el libro) que desplegada sobre la mesa impresiona bastante.
En estas tierras los de ¡Caramba! decidieron editar un libro de garabatos anotados durante reuniones por Manel Fontdevila que tenía la forma de una de las libretas donde el hombre abocetaba esos mismos dibujos, pero también publicaron un tebeo que desafiaba toda estructura lógica: el ¡Caramba! 2, compuesto por una única página, pero una página de cinco metros de largo.
Aunque probablemente el uso más creativo de la estructura física literaria sea el autodestructivo. Helen Friel diseñó una edición de The Imp of the perverse de Poe que el lector tenía que ir despiezando y mutilando para poder leer. Y de manera similar Florent Ruppert y Jérôme Mulot firmaban Un cadeau, o un tebeo sobre una autopsia que requiere que el usuario le haga una autopsia al propio cómic. Cuidado con esto:
IV. De órganos internos: sistemas extraños
Una vez recomendé no recomendar House of leaves, un esfuerzo titánico por crear un libro con unas entrañas convertidas en un laberinto estructural y un infierno de maquetación. La ¿novela? ¿puzle? ¿genialidad? ¿locura? contaba una historia que encerraba otra historia y a su vez utilizaba los pies de página para contar una tercera historia, pero al mismo tiempo volteaba las letras, las arrojaba, las separaba, escondía mensajes secretos y construía con tipografías una locura narrativa. Alpha Decay y Pálido Fuego lo acaban de editar en castellano, arriésguense si se atreven. El caso es que su autor, Mark Z. Danielewski, firmó también otros manuscritos que, aunque en menor medida que su superlativa casa de hojarasca, se salían de la norma. Only the revolution describía desventuras de dos personajes (Sam y Hailey) con la novedad de que ambas historias entrecruzadas se leían por separado como dos libros distintos. La obra no tenía contraportada, ambas caras del libro eran a su vez la cubierta y mientras la lectura en una dirección convertía a Sam en el protagonista, en el sentido contrario se centraba en Hailey. En su interior, Only the revolution dividía las páginas en dos mitades, en la mitad superior el texto en la posición correcta y en la inferior las letras que pertenecían al relato gemelo colocadas bocabajo. Y se asignaba exactamente noventa palabras a cada mitad (jugando con el símil de las ciento ochenta palabras por página y los ciento ochenta grados físicos). La primera página de la historia de Hailey se convertía en la última del relato de Sam. Danielewski aprovechaba para meter más ocurrencias: coloreaba letras, introducía pequeños guiños y mensajes secretos e incluso establecía una Wikipedia temporal de eventos notorios al mismo tiempo que aconsejaba leer el volumen saltando cada ocho páginas de un protagonista a otro y por tanto mareando la posición del libro. Cierto es que el estadounidense resulta más ducho al juguetear con las presentaciones locas que como narrador, pero eso no le quita valor a su ingenio. Otra posterior obra suya, The Fifty Year Sword, introducía colores para señalar al personaje que hablaba en cada momento.
Pero salpicar con color las letras era algo que ya había descubierto mucho antes un alemán de imaginación envidiable. Michael Ende concibió el inmenso La historia interminable como un libro con texto a dos tintas: rojo y verde, dependiendo de quién fuera el protagonista de la acción en cada momento (Bastian o Atreyu), y aprovechó la ventaja de esa dualidad cromática para convertir un relato en espejo de otro. La parte mala es que ciertas ediciones en bolsillo regateaban y se ahorraban los colores originales atajando mediante el uso de tipografías diferenciadas o cursivas, una falta de respeto que haría un batido con el contenido de la tumba del propio Ende, incluso más que aquella película.
Lewis Carroll decidió estructurar A través del espejo, la secuela de Alicia en el país de las maravillas, con el ingenioso sistema de utilizar los movimientos de una partida de ajedrez para desplazar a su protagonista. Antes de arrancar el cuento se nos mostraba un tablero con fichas representando a las figuras importantes de la historia (Alicia era un peón) junto a una descripción de los diferentes movimientos. Durante la historia en sí Carroll indicaba el movimiento de las piezas de manera sutil: con un ejército de asteriscos que aparecía de tanto en tanto entre los párrafos. Existe un texto de Glen Downey titulado The Truth About Pawn Promotion: The Development of the Chess Motif in Victorian Fiction, que se puede consultar aquí, donde se investiga con la lupa puesta la partida de ajedrez que vertebra la segunda aventura de Alicia.
Mark Haddon se hizo famoso con su novela El curioso incidente del perro a medianoche, protagonizada por un niño de quince años llamado Christopher John Francis Boone que sufría algún tipo de autismo que no se llegaba a desvelar. La gracia de la narración, y del talento creativo de Haddon, se hacían notar en la forma de desenvolver la trama a través del relato del propio niño, un narrador que utilizaba continuamente ilustraciones, esquemas y otras volteretas insertadas entre el texto para definir lo que le rodeaba.
Un caso aparte es el nutrido mercado de libros con todas las páginas completamente en blanco. Productos sin ninguna intención literaria y con mucha sorna de publicación regular, libros vacíos que convierten el chiste en papel apoyándose en el tópico (Everything men know about women, Everything you need to know about Christianity, Islam, Buddhism and other major religions, The joys of getting older) o apuntando a alguna figura política (Everything Obama knows about economy, Everything I learned in the White House by George W. Bush: The legacy of a great leader). La idea llegaría a ser robada por los propios políticos con el objetivo de ridiculizar al contrario; los conservadores de Reino Unido publicaron un Ed Miliband’s Policies for Britain y el comité de Mitt Romney trasladó la coña al mundo digital al ofrecer vía Twitter el ficticio Rick Perry’s Plan to Get America Working Again. Ambos en blanco.
Un ejemplo: What every man thinks apart from sex de Shed Simove poseía doscientas páginas completamente limpias de letra alguna, y en los propios comentarios de Amazon se puede comprobar el interés del pueblo por la obra (El libro está agotado ¿existe la versión audiolibro?», «El propio Simove no limitaba a este producto su aventura editorial. Publicó también cosas como Fifty shades of gray, un libro en cuya cubierta se podía leer «Getting darker and darker as the book goes on» y cuyo interior estaba compuesto por hojas sin texto alguno impresas en cincuenta tonalidades de gris, que se oscurecían según avanzaban las páginas.
Los escarceos con la hoja limpia también los tuvieron otros productos más generalistas. La saga Una serie de catastróficas desdichas publicó dos volúmenes paralelos a la obra principal (aquella firmada por un inexistente Lemony Snicket) titulados The blank book y The notorius notations, que apenas incluían citas en sus páginas impolutas para que el lector pudiese anotar sus propias desdichas.
V. Monstruosidades
La esquina más divertida del mundo editorial es también la más oscura y sórdida, aquella donde se resguardan los apestados. Productos infames y cómicos accidentes de tren. O ejemplos directos de la desidia del diseñador: bastante curioso es el destino de la Habitación de hotel de Edward Hopper, un cuadro hermoso y amargo que en el mundo de la lectura ha mutado en una especie de comodín para quien se halla en un erial de ideas a la hora de confeccionar una portada.
Esta cansina reutilización del pobre Hopper no es el único caso conocido, es bastante fácil encontrase un buen montón de temas e ilustraciones recurrentes dando alguna patada al azar en los cajones de cualquier librería. Especialmente sangrante es el combo de rojo/negro/blanco que Crepúsculo hizo mainstream y que salpicó todo tipo de publicaciones (ojo a la portada de Cumbres borrascosas, que además señala que es el libro favorito de los protagonistas de Crepúsculo) hasta límites mágicos.
Terry Pratchett y sus novelas de Mundodisco han sufrido mucho a causa de la chapuza editorial. Tras su efímero paso por Martínez Roca, la saga cayó en manos de Plaza & Janés y estos le regalaron una cantidad de despropósitos notables: errores de traducción, personajes cuyos nombres cambiaban de un libro a otro, faltas de ortografía, páginas repetidas, contraportadas que describían sinopsis de eventos que no ocurrían en el libro, saltos enormes en el orden de edición e incluso la inexplicable ausencia de una página completa que resultaba crucial para la trama (ocurrió en la edición más voluminosa de Dioses menores). Supuestamente el equipo se ha puesto las pilas y las cosas ahora van por mejores carreteras. Al menos no llegaron al nivel de desfachatez de una editorial alemana que incluyó, con un par de huevos, un anuncio de sopa en plan ninja en el texto del libro Rechicero.
Lo difícil viene a la hora de sostener la mirada a ciertas portadas, aquellas que parecen ser un error desde los propios cimientos delirantes de la obra, aquellas que han elegido un título bastante cuestionable o simplemente aquellas que son basura de escritores wanna-be: si alguien ha decidido juzgando a ojo gastarse el dinero en cualquier cosa de esta lista (o de esta), muy probablemente ese alguien haya robado dicho dinero a algún huérfano de alguna manera horrible, aunque siendo justos es necesario mencionar que parte del material de esas esperpénticas listas de internet pertenecen a portadas de ebooks autoeditados que los propios autores han diseñado con un sublime dominio del Photoshop. Es por ello que todo esto asusta más cuando la portada corre a cargo de una editorial con más de dos personas y la decisión final es plantear un WTF para Crimen y castigo, introducir tetas en Huckleberry Finn o Frankenstein, dotar a Lolita de imaginería de sci-fi cutre o tomarse la licencia de poner naves espaciales en el mundo de Oz. Aunque los galardones se los podría llevar la edición brasileña de El resplandor de Stephen King para la que alguien decidió que esto era una portada posible.
Y por último nos encontramos con la imperecedera moda de cambiar la portada del libro por la de la adaptación cinematográfica de turno. Sí, El juego de Ender ahora se puede adquirir con el cartel de la cinta en la cubierta y Christian Bale sostiene el cuchillo desde hace años en algunas edición de bolsillo de American psycho. Pero cosas como redecorar Los viajes de Gulliver con este cartel de la película protagonizada por Jack Black son alarmantes. Ningún caballero que se precie, y que no esté siendo apuntado por un arma de fuego en ese mismo momento, debería adquirir un Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas si este tiene en la portada a Orlando Bloom luciendo perilla.
Impecable artículo, pero yo hubiese puesto las portadas malas al principio, para no acabar con este atentado al buen gusto. :D
Una corrección menor: el libro de Danielewski se llama ‘Only Revolutions’, no ‘Only The Revolution’.
Destaco también otras dos obras recientes de impactante diseño, como ‘Tree of Codes’, de Safran Foer: http://www.visual-editions.com/our-books/tree-of-codes
Y el reciente libro de J. J. Abrams (!) y Doug Dorst, ‘S’: http://www.buzzfeed.com/summeranne/peek-inside-jj-abrams-absurdly-beautiful-new-project
Muy buen artículo, me ha encantado.
Saludos.
Es un poco injusto que en el apartado Monstruosidades pongas el ejemplo de la pintura de Hopper precisamente en un libro que habla de cómo entender la pintura moderna, que no cuele en el de Millás vale pero en uno sobre pintura está más que justificado.
Sí, lo mismo pensé yo, que en ese libro tiene un pase. Pero como sé cómo se trabaja en edición web me imagino cómo se debe trabajar en edición literaria: hay una colección de imágenes estándar de la que se tira siempre. ¿O es que no habría otras pinturas modernas para usar en esa portada?
También habría podido tener cabida en este artículo la lamenteble portada de «Los viajes de Tuf» que hicieron hace un par de años, una novela 100% Ciencia Ficción, en la que trataban de engañar al lector incauto haciéndole entender que tenía algo que ver con «Juego de Tronos», más allá del hecho de compartir autor (os aseguro que en toda la novela no aparece ningún caballero andante): http://3.bp.blogspot.com/-11TfcnEaKLI/UZ3mHswGXJI/AAAAAAAAFUY/ndfyTW8vIPE/s1600/los-viajes-de-tuf.jpg
Todo eso es muy bonito si y que cosas mas guapas.
Yo me estoy pasando al e-book por la simple razón de que o es eso o no comprar mas libros, porque la de comprar una nave industrial para guardarlos me queda un poco fuera de presupuesto. Y mis mudanzas, que son mas frecuentes de lo que quisieran, son épicos movimientos de bosques completos que riete tu de los Ents en el Señor de los Anillos.
Asi que tendré que renunciar a tales placeres de portadas y maquetaciones y quedarme con lo que puedo, que es el texto.
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Enhorabuena, Diego, un gran artículo. Imagino que podría ampliarse hasta el infinito, pero me gustaría apuntar un título más: ‘Tree of Codes’, una obra de Jonathan Safran Foer que, en lugar de juntar sus propias palabras, eligió «robarlas» de ‘La calle de los cocodrilos‘, su relato preferido. Como Manostijeras en jardín ajeno, se puso a podar y recortas frases enteras hasta crear su relato troquelado, inimaginable en formato digital
http://despuesdelhipopotamo.com/2012/03/31/cocodrilos-troquelados/
Un saludo cordial.
Safran Foer también jugó con la tipografía y los colores en «Extremely loud and incredibly close». Especialmente bonita es la parte en que uno de los personajes se está quedando sin papel y las palabras se van apiñando más y más hasta convertirse en ilegibles.
Una preciosidad, pero cuando cada vez te sobra más mes al final del sueldo, cuando estos tipos te dejan a dos velas porque ya ni puedes pagar la luz, el único acceso qur te queda a la lectura es el lector electrónico, el cual amo y odio a la vez. Amor porque me permite seguir leyendo. Odio porque me recuerda el muy hijo de perra lo pobre que soy.
Las bibliotecas públicas, créame, se han llenado de zombis que necesitan desesperadamente su trozo de celulosa, y no hay manera de pillar cosas decentes.
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Felicidades. Un texto perfecto para disfrutar de los libros. En cuanto a mi granito de arena, recuerdo haber visto la Odisea en inglés con el cartel de O Brother, were art Thou? Y qué se podría decir de las portadas Mondadori en italiano con colores verde, rosa o amarillo fosforito para que llamaran la atención (engendros tipo Valerio Massimo Mamfredi).
Respecto a los libros electrónicos, una de sus mayores ventajas puede ser la de traducir una palabra concreta rápidamente (facilita leer en otras lenguas). De las desventajas, quizás lo peor sean los libros electrónicos que llevan mapas u otro elemento de consulta rápida.
Pereza, pereza infinita con estos artículos de los nostálgicos. Aquí mi regalo de navidad:
http://smellofbooks.com/
Por cierto, patético eso del «perfil de lector que se lo compra para ahorrar dineros al subirse al barco con la calavera con tibias por pajarita». Amigo Diego Cuevas, si a estas alturas de la película aún no entiendes que la copia privada es legal y moralmente aceptable, es que no has leído nada del tema en la última década.
Mi caso: tengo un kindle de amazon; no he comprado a esta tienda electrónica (ni ha ninguna otra) ningún libro, pues lo utilizo como utilizaba antes las bibliotecas públicas; gracias a este bicho y al formato electrónico (que, te pongas como te pongas, es 40 veces más ecológico que fabricar y acumular libros que sólo vas a leer una vez en tu vida, en el mejor de los casos) he leído cosas a las que de otra manera no hubiera tenido acceso por limitaciones prácticas y económicas, y en sólo 2 años he pasado de un nivel de inglés medio (real) a un profiency (real) sin salir de la aldea de Soria donde vivo.
Lo siento, el libro electrónico sólo tiene ventajas.
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Una portada sobresaliente es la de «The looming Tower» de Lawrence Wright, pulitzer de no ficcion de 2007. Traducida como «La torre elevada», esta en castellano. http://dokodemodoorblog.com/2014/01/03/contador-de-libros-2013/
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De acuerdo en que los libros impresos permiten ciertas cosas que no se pueden hacer con los digitales (al menos, no de momento), pero el ereader sigue siendo algo muy útil. Y, si de verdad te gusta la lectura, no despreciarás el contenido o el mero acto de leer por el continente.
Pues no, señores, no. Me imagino al autor de este artículo revisándolo de manera autocomplaciente, a su espalda una estantería llena de caras y cuidadas ediciones de sus libros favoritos. ¿Favoritos? ¿Por qué, porque resultan una decoración intelectual y estéticamente superior para su vivienda? Concedámoslo, hay libros preciosos, ediciones maravillosas hechas con mimo, con arte.
Con arte, sí, pero con un arte que tiene que ver solo tangencialmente con el de la literatura. Hay gente a la que les gustan los libros. A otros nos gusta leer. Aunque sea en papel de periódico y letra pequeña. Es la historia lo que me atrapa. El envoltorio ayuda si puedo permitírmelo, pero ante la promesa de una buena historia me resulta muy secundario el libro bello, la decoración de interiores.
Por otra parte, la edición de libros electrónicos está todavía en pañales. Si no puede renunciar a la pirotecnia periférica a la literatura, recomiendo al señor Cuevas que eche un vistazo a las auténticas maravillas interactivas que se están haciendo en libro infantil para tablets y trate de vislumbrar lo que se podrá hacer en material para público adulto en el futuro.
Y yo te imagino a ti sentado en una butaca forrada de terciopelo fucsia y vestido con calzoncillos de una pieza, atascándote a donuts mientras escribes con una mano y eso no va a cambiar ninguna de las tontadas que has escrito.
La dicotomía que planteas entre «los que les gustan los libros» y «los que les gusta leer» es falsa. Te pueden gustar los libros y te puede gustar leer. Y se puede hablar de edición de libros sin tener que hablar de su contenido perfectamente. Presuponer una ausencia de valor al segundo caso por no ser el enfoque del artículo demuestra bastante ignorancia o mala intención.
Esta muy guay que elabores esa hipótesis de fantasía para colocar a tu antojo al autor en el primer grupito y muy pomposamente colocarte tú en el segundo con el Trono de la Cultura Verdadera, pero no es más que eso, una fantasía tuya. Es maniqueo. Es de tertuliano casposo.
Venga.
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Siempre existirán los nostálgicos de la caverna. Mientras su influencia no sea mucha resultan hasta pintorescos en su negación del progreso.
¿Habrá alguien que añore las tabletas de arcilla? Los sumerios, por poner un ejemplo, nos dejaron interesantes textos escritos en este soporte.