Solo los olfatos finamente avezados son capaces de distinguir una obra de arte en la primera temporada. Para todos los demás, el primer acto de cualquier serie supone más una pista que una certeza; un aperitivo de indicios útiles para descartar morralla pero insuficientes para encumbrarlas. A cambio, es un momento maravilloso para jugar con las series, para imaginar el lugar al que queremos que nos lleven antes de que nos dejen tirados con un golpe de timón.
Por eso, para repasar qué ha traído de nuevo este año oscuro que se va, proponemos una criatura esculpida con lo mejor de las mejores, ahora que todavía están en proceso larvario. Una especie de aglomeración de virtudes que alumbre una serie perfecta, un Frankenstein catódico cincelado sin ningún criterio más allá del gusto de quien suscribe. Porque no ha habido serie perfecta en 2013, pero sí destellos de lo que podría serlo en un futuro. Cosidos y rematados, configurarían esta anatomía de imposible orografía y tan errática conducta como la del monstruo de Mary Shelley.
El cerebro
A los mandos de la serie perfecta de este año no podría haber nada más que una mente retorcida y brillante; que asusta y atrae con idéntica intensidad. Porque como abominación que es, esta serie hipotética estaría diseñada sobre la paradoja entre lo bello y lo feo que late en la esencia de cualquier monstruo. En primer lugar, gozaría del refinado intelecto del Dr. Lecter de Hannibal, que con impecables maneras se nos presenta como ese connaisseur ilustrado, cultísimo dandi con oscuro reverso. Como bien sabemos, este Mads Mikkelsen de pómulos pétreos es el psicópata que encuentra el placer no solo en el asesinato, sino en la batalla psicológica con su víctima. Démosle a la mente de nuestra serie una psique así de demente, que nos manipule para repelernos primero y arrastrarnos sin remedio después.
Pero corrompamos un poco más al psicokiller, y otorguémosle también algo de ambición mundana, de sed de poder. Tomemos una dosis controlada de altanería del Frank Underwood de House of Cards, ese sureño escrito al dictado de un Kevin Spacey que no tenía más alternativa que el lucimiento. Obviemos sus fallos, pero quedémonos con el increíble potencial del ego herido de quien se considera un peldaño por encima de los demás. Un corrupto que derroche glamour y frialdad, de moralidad flexible y preclaros principios: «El dinero es la supermansión en Sarasota que empieza a derrumbarse en diez años. El poder es el viejo edificio de piedra que se sostiene durante siglos. No puedo respetar a nadie que no vea la diferencia».
El sexo
Queremos sexo en la serie perfecta y, pudiendo elegir, para qué quedarnos solo con la carne. Pidámosle encuentros sexuales como los de Ray Donovan, llenos de furia y sordidez, explosiones de todo eso que habla en el idioma del piel con piel. Tomemos de ella el sexo como redención, como frustración ciega o incluso como equivocación, que también sirve. Las embestidas habrán de ser, necesariamente, como las de ese Ray (Liev Schreiber), aunque desengrasemos la cuestión con Jon Voight viendo porno en bibliotecas municipales.
Y sí, cómo no acudir a Masters of Sex, estrella del asunto en esta temporada. Incorporemos en esta materia la delicada belleza con la que están filmados los cuerpos desconocidos encontrándose en una sala de estudio, examinando y desentrañando los infinitos recovecos del placer. Los cuerpos y sobre todo los detalles: rescatemos la delicadeza del pie encogiéndose cuando enfila la desviación correcta hacia el éxtasis, los planos del vello erizándose cuando uno mismo se da lo que necesita sin culpa ni ausencias.
Pero como decía, vayamos más allá en la búsqueda de la fe entre las piernas y consagrémonos al sexo hecho actitud. Y en eso, este año no ha sido la historia de los estudiosos de la materia (Masters of Sex) la que se ha llevado el premio gordo, sino una Gillian Anderson que ha irrumpido en Hannibal y The Fall como un huracán sensual con camisa de seda, especialmente en esta última. Sosteniendo la mirada de dos psicópatas atractivos a rabiar, ha desencorsetado además el papel de tipa dura, pisoteando con garbo todos los clichés y las melindres adjuntas.
Porque la escena con más poderío sexual del año se ha desarrollado con ropa y sin fornicio a la vista. Fue en The Fall, y en ella había alguien además de Gillian, pero no consigo recordar quién. «Un hombre se folla a una mujer. Sujeto: hombre. Verbo: folla. Objeto: mujer. Eso está bien. Una mujer se folla a un hombre. Sujeto: mujer. Objeto: hombre. Eso no le gusta tanto, ¿verdad?», dice LA mujer de año. Aquí no hay solo carne, qué demonios.
El tronco
En la anatomía de este Frankenstein catódico, el tronco ha de ser el soporte, el sostén primero de todo lo que subyace: la familia. Y en esto nadie ha planteado los conflictos este año como lo ha hecho The Americans. Amén de su incontestable definición como producción de espías, nos ha dejado un drama familiar con afiladísimas aristas de las que sacar gran provecho. Usemos esta familia de construcción inusual para explorar los límites de la institución, de su fortaleza y sobre todo de las debilidades que afloran cuando el suelo se tambalea bajo nuestros pies.
Ambicionemos, por qué no, una serie con un núcleo como el de la producción de AXN, que además de los asuntos cotidianos, nos deslice por dilemas universales como el compromiso del juramento matrimonial: «Son solo palabras que dice la gente. ¿Pero crees que las cosas entre nosotros habrían sido diferentes si las hubiéramos pronunciado?», se pregunta la protagonista. Preguntémonoslo con ella, pero sobre todo no dejemos que la inmensa mentira sobre la que se edifica este clan nos desvíe de lo fundamental: que en las cuitas de esta familia de la guerra fría hay trazas de todas las demás. Porque nunca dejamos de ser extraños.
Las extremidades
Y si el tronco es la familia, las extremidades han de ser necesariamente los miembros del clan. Nuestro monstruo tendría, como si del ficticio Slenderman se tratara, cinco brazos para despertar los horrores infantiles y azuzarlos. Cinco, porque cinco son los integrantes de esa familia enferma de Ray Donovan, cuatro hombres presentes y una mujer ausente a cuyo fantasma no dejan emprender el viaje.
El de Ray sería el líder audaz, el brazo ejecutor llamado a ser infalible e implacable. El de la extremidad que ha trabajado en su musculatura para llevar los mandos, pero que ha olvidado —si es que alguna vez lo supo— cómo reconfortar y servir de abrigo cuando es necesario. Su hermano Terrence (Eddie Marsan) sería el brazo lisiado física y emocionalmente. El que además de la parálisis arrastra el trauma de aquel a quien nunca quisieron y deambula ahora por el alambre de la mutilación. Herido como todos, pero no el más débil: ese sería el de Bunchy (Dash Mihok), ese hombre niño que jamás superará el infierno vivido y al que habrá que salvar todas las veces, excepto la última. El padre, ese Micky criminal (Jon Voight), sería el brazo que a todos molesta con sus oscuros objetivos y maneras. Como él, sería una extremidad tóxica, el más aterrador de los cinco que acabará emponzoñando a todos los demás. La gangrena.
Habrá un quinto brazo, inexistente en realidad. El del dolor fantasma que sustituye al miembro que ha sido cercenado: la hermana muerta. No la vemos pero su presencia inunda hasta el último fotograma.
Las extremidades inferiores de nuestro mostruo serían cosa de Orange is the New Black, por pura ironía. Porque en ella las piernas no pueden usarse para huir, encerradas como están entre los muros de la cárcel. Las condenaremos al encierro, al paseo horriblemente reiterado para que el resto del cuerpo no tenga más remedio que mirar a la cara a sus demonios sin posibilidad de ir a otro lugar. Porque además de una serie fresca y desprejuiciada, Orange nos ha dejado un ejercicio maravilloso de lo que supone tener que lidiar con lo peor de cada uno y lo peor de los demás. Un encarcelamiento físico que en tono ligero intercala lo dulce con lo agrio, sin perder una frescura que no ha habido en ninguna otra serie del año.
Columna vertebral
Queremos jugar, así que descartemos una columna vertebral en la que todas las vértebras engarcen con milimétrica perfección. Queremos que el monstruo camine, pero que sienta una punzada al hacerlo, para que renquee atosigado por infinitas chinas en el zapato. Escojamos, ahora que tenemos ocasión, un hilo conductor que articule pero en el que haya una falla con cuyo temblor se desencadene el terremoto. Un clic demoledor, un acontecimiento que empiece a dañar una estructura perfecta y nos obligue a recolocar todo lo que hasta el momento cumplía con germánica precisión.
Y en este caso tenemos dos opciones. La primera sería el desafío que plantea The Americans y toda su ambigüedad política y moral. Darse cuenta de que la patria a la que se ha consagrado la vida es poco más que un terruño lejano, y los afectos —y los años— han llevado a los personajes y, con ellos, a nosotros, espectadores, por otro camino que no entiende de banderas.
La otra vía para la desestabilización de la columna sería la guerra. La que ha finalizado cuando arranca Peaky Blinders y de la que solo notamos las consecuencias en sus protagonistas, que han de reconstruir lo que dejaron atrás cuando comenzó el horror. Erigir un imperio del crimen y el juego con las cicatrices aún frescas no será fácil. Precisamente lo que queremos.
El corazón
Y aunque Orange is the new black juegue la mayoría de sus cartas a la partida del melodrama, la que se lleva la palma para erigirse en órgano propulsor de este cuerpo hecho de retazos es Les Revenants. Si bien en esta delicia francesa la muerte es el hilo conductor, lo que asoma en la serie de resucitados —que no zombis— es pura y dura entraña. En el pecho de la serie perfecta de este año latiría una concepción de la muerte y el amor tan profunda y abstracta como la del pueblo galo de destino inevitable. Porque este monstruo ha de contener, necesariamente, un poema enigmático y sobrecogedor que no alcanzamos a entender del todo, pero que embruja. Ya saben: lo de las razones que no entiende la razón.
Pulmones
La serie perfecta del año, en este modelo de monstruo de Frankenstein, estaría falta de oxígeno y transcurriría en un ambiente irrespirable. Como el de Southcliffe, la producción británica que explora la responsabilidad de un pueblo cuando se produce una matanza a manos de un loco. A simple vista, los pulmones serían prístinos, sin rastro de enfermedad o responsabilidad en lo ocurrido, como esa comunidad perfecta de la campiña inglesa. El quid sería adentrarse en este impenetrable tumor, para hacerse preguntas de esas que no gusta plantearse porque afirman que hay razón hasta en la sinrazón. «En el día de los difuntos, Stephen Morton mató a quince personas. ¿Cómo la vieja y buena Inglaterra no pudo leer las señales? ¿Por qué la buena gente no fue capaz de sumar dos más dos? Quizá porque estas tragedias están enraizadas en su ADN. Quizá lo deseáis en vuestro interior. Quizás porque a la buena gente no le importa una mierda», escupe iracundo el protagonista. Porque los mimbres de ese ficticio Southcliffe son la pura realidad de una sociedad que una vez ha estallado la bomba, prefiere ponerse la máscara antigás antes que abrir las ventanas para ventilar.
La boca
Cerrado y otorgado el capítulo del sexo, la boca de esta serie perfecta y monstruosa, no tendría otra misión que consagrarse al placer gastronómico. Y si hablamos de bocas y de comida, todo vuelve a apuntar a los labios y la serie de Mads Mikkelsen, Hannibal. El chef y psicópata es una celebración de todos los placeres sensoriales, una activación de las glándulas salivares con óperas culinarias en las que la carne humana llega a antojarse el mejor de los manjares. Porque el doctor Lecter profesa veneración por la comida y eso se merece un respeto. O todos. «No te he envenenado, no le haría eso a la comida», proclama. Imposible no acabar hambriento ante un espectáculo culinario que es una oda a los sentidos.
Los ojos
De manera innegociable, la serie perfecta nos escrutaría con la hipnótica belleza de los ojos de Lizzy Caplan. La Virginia Johnson de Masters of Sex ha sido la mirada del año, la arrebatadora combinación de sensualidad y ternura que se nos ha clavado en ese punto inexacto entre el estómago y el corazón. Y también su compañero William Masters (Michael Sheen), cómo no. Los ojos de 2013 tendrían esa forma de hablar tan indescifrable en público, que solo se permite turbarse en la soledad del despacho del doctor que revolucionó la sexualidad. Dos miradas que embriagan por separado y perturban cuando se entrecruzan, aunque entre ellas esté el gélido cristal de la sala de experimentos.
Oídos
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Para rematar, esto tiene que sonar de algún modo. Mientras las historias se suceden, en nuestra serie perfecta irrumpirán los acordes de The White Stripes que tan bien han acompañado a los gánsters british de Peaky Blinders. El encaje parece complicado en las historias sesenteras de Masters of Sex, o en el deje onírico de Hannibal, pero no lo es. Si este grupo americano ha conseguido sublimar las imágenes de la Birminghan de 1919 donde se enmarca la serie, no hay reto imposible. Para lo demás, también tiene a Nick Cave junto a The Bad Seeds para dar rienda suelta a la violencia. Y que corra la sangre.
Pero ‘Les Revenants’ es del 2012.
Mmm, añadiría:
– En pilgrims död, ficción sobre el asesinato de Olof Palme.
– La TV movie Behind the candelabra, por el papelazo de Michael Douglas.
– What remains. La que se monta en una comunidad de vecinos.
– Broadchurch. Imprescindible en la lista del 2013.
Según he leído por ahí Broadchurch tiene un final realmente impactante.¿Te lo apreció a ti?
Es curioso que los «thrillers» más impactantes («The killing», «The fall», «Bron/broen»…) no vengan de Norteamérica, sino de Europa. Luego ellos ruedan su «remake», claro.
Y ‘Orphan black’.
Arf, ‘Utopía’ es también del 2013.
Idem con ‘Vikings’.
Yo esta moda de las series reconozco que no la entiendo. Me quedé en la tribu de los Brady.
No es ninguna moda, enfocando las cosas de ese modo no me extraña que no entiendas nada.
Pues si te gusta el cine, estas series y otras muchas son como el mejor cine, pero en varias temporadas. Más horas de disfrute,vaya. Pongamos que te gusta «Uno de los nuestros». Son dos horas y media de disfrute. «Los Soprano» son 86 horas.
ahí hay que meter sin necesidad alguna de calzador la serie «Rectify». No sé de qué año es ni cuándo sale la segunda temporada me pareció una delicia
Buenas tardes y feliz año a todos. Dejo este comentario como editora de VayaTele para informar de que este artículo aparece en el Estrellas Invitadas de esta semana. Un saludo.
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¡Bravo!
Solo digo que no tengo tantos minutos para ver tantas pelis y series buenas que estan saliendo últimamente.
Dos que me faltan, y que le faltan a quien no las haya visto:
1. Manhattan –> los inicios de la creación de la bomba atómica descritos de forma más perfecta que la propia historia.
2. The Knick –> ya que vamos de inicios en la historia; año 1900, la medicina moderna empieza sus primeros pasos a manos de Cliwe Owen y Steven Soderbergh
Me parece que os olvidáis de Banshee, me ha parecido una de las mejores series que he visto, políticamente incorrecta y cinematográficamente muy bien hecha. Es una serie muy tarantiniana.
Excelente articulo, pero con respecto al cerebro, para mi’ sin duda es el de Nucky Thompson en Boardwalk Empire. El tipo controla la politica, las finanzas, el crimen, el sexo, y en general el poder en Atlantic City, la costa Este, y practicamente todo EEUU …