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Fermín de la Calle: Oda a los flankers psicópatas

Chris Robshaw, runs with the ball during the QBE International rugby union match between England and New Zealand played in Twckenham Stadium, on November 16, 2013 in Twickenham, England. (Photo by Mitchell Gunn/ESPA/Cal Sport Media/Sipa USA)
Chris Robshaw corre con el balon durante el partido entre Inglaterra y Nueva Zelanda en el estadio Twckenham. Foto: Mitchell Gunn/ESPA/Cal Sport Media/Sipa USA/Cordon Press.

 «Toda melé que se precie cuenta al menos con un flanker psicópata». Se desconoce al autor de la frase, pero en pocas afirmaciones conseguirán más consenso entre los caballerosos bastardos. No es difícil diferenciar a estos  Tyrannosaurus Rex del rugby. Desde fuera del campo es fácil por su atrezo: camisetas número 6 y 7, ojo morado, cabeza vendada, cejas remachadas… Dentro de él, uno los reconoce enseguida, especialmente tras toparse con ellos en el camino. Dicen que el miedo es inconsciente y ellos son la prueba incontestable. Para esta especie la pelota es una excusa para salir de cacería con piezas de caza mayor (medio melé y medio apertura) y trofeos menores (el resto).

En el rugby la lealtad es innegociable. La lealtad al equipo, al rival (nunca enemigo), pero sobre todo al propio rugby. Un deporte de honor que mantiene su estatus gracias al cumplimiento de leyes no escritas. Normas como que «todo lo que pasa por debajo de la bota es césped» o que «lo que pasa en el ruck queda en el ruck». Y es precisamente en el ruck, esos agrupamientos imprevistos provocados deliberadamente por los delanteros, donde «más amor se reparte». No es fácil ganar un metro y menos mantenerlo. Por eso abajo se pelea a cara de perro por conservar la almendra o por pescarla. De ahí que nadie escatime nada. Lo que convierte a cualquiera en blanco potencial de un golpe perdido que se escapa sin dueño previsto. Quizá eso explica que raramente se vea merodear por allí a gente de menos de cien kilos.

Existe una notable nómina de flankers psicópatas entre los que se encuentran el neozelandés Zinzan Brooke, el sudafricano Schalk Burguer, el español Alberto Malo o los franceses Marc Cecillon y Sebastián Chabal. Son los sicarios de la melé, gente que limpia el ruck, asalta un banco o acuesta a los niños. Tanto da. Pero si existe un rugby que tiene una fértil tradición de flankers psicópatas ese es el inglés. «Pudiendo dar un cabezazo, para qué pasar la pelota», solía decir Lawrence Dallaglio, hoy refinado comentarista rugbístico con una hoja de servicios en el campo digna de los Corleone. Dallaglio heredó el testigo de Richard Hill, conocido como «el Asesino Silencioso». La actuación de Hill resultó decisiva en los cuartos de final, semifinal y final del Mundial 2003, en el que Inglaterra se proclamó campeona del mundo en Australia. Pocos repararon en que Hill jugó lesionado los tres partidos. Nadie hacía mejor su trabajo, solo su trabajo, pero todo su trabajo.

Después de tocar la gloria (aún hoy son el único país del hemisferio norte que ha alzado el trofeo William Webb Ellis) aquel equipo se fue pudriendo con la llegada de una generación vulgar y altiva que coronó su «palmarés» protagonizando numerosos escándalos en el Mundial 2011 que provocaron la renuncia de Jonny Wilkinson. Con un equipo cargado de mediocridad, sin líderes en la plantilla, una delantera indigna de un país de la tradición de Inglaterra y sin candidatos a asumir el rol de entrenador, la Federación nombró seleccionador a un interino, Stuart Lancaster, tipo más centrado en la formación que en el desarrollo, lo que suponía una apuesta conservadora.

Lo primero que hizo Lancaster fue restituir el culto al trabajo, al esfuerzo y a la disciplina. Y la mejor manera que encontró de hacerlo fue entregar el brazalete de capitán a Chris Robshaw, un flanker fajador al que Martyn Johnson, exseleccionador, desairó dejando fuera de la lista del Mundial. A sus veinticienco años la apuesta de Lancaster fue severamente criticada en los medios y entre los puristas del rugby inglés. «Seleccionador de perfil bajo, capitán sumiso», tituló un medio. A Robshaw, acostumbrado a oír de todo en el ruck, le resbaló aquello. «Se tragarán sus palabras», advirtió a Lancaster, quien andaba preocupado por el efecto de la presión mediática podía operar sobre su capitán, que aquel día recibió la llamada de dos personas para felicitarle, dos hombres que siempre había utilizado como espejos en los que mirarse: Dallaglio y Hill…

Nombrado mejor jugador de la liga inglesa con veintiséis años, el áspero flanker de Surrey, vecino de Wilkinson, lucía todo su poderío en los Harlequins de Londres. Un equipo salpicado por el Bloodgate, escándalo en el que simularon una agresión con sangre falsa de por medio. Inglaterra, como los Quins, necesitaba limpiar su nombre y cambiar la dinámica. Y ambos apostaron por la misma solución: entregar el brazalete a Robshaw. Inglaterra sumaba un raquítico título en el VI Naciones en ocho años y su delantera había sido humillada sistemáticamente por franceses, irlandeses, galeses, escoceses…

El paquete carecía de personalidad. En el front row Sheridan tensaba las cervicales al rival hasta que las suyas saltaban por los aires en cada partido. En la segunda y tercera línea una manada de terneros con más calidad que actitud (Deacon, Palmer o Haskell) era sepultada por búfalos con más oficio y pelotas. Inglaterra no pasaba de ser un equipo arrogante al que tocaban la cara equipos con más garra que rugby, como una Escocia venido a menos. Un grupo aburguesado, entre otras cosas, por el exhibicionismo de jugadores como Ashton, que celebra (algo inadmisible en el rugby) sus ensayos zambulléndose como un salmón en el ingoal rival.

Chris Robshaw of England. England-Fiji 54-12, autumn international friendly, rugby match held at the Twickenham stadium in southwest London. England plays in white shirts, Fiji in blue shirts. November 10, 2012. London, Great Britain. Photo credit : Juan Dali
Chris Robshaw con Inglaterra. Foto: Juan Dali/Cordon Press.

Robshaw reunió a sus compañeros y les mostró el camino: «No les revelaré grandes cosas. Ni siquiera nada que no sepan. Solo les pediré una cosa. Cuando vuelvan a mirarse al espejo, que he visto que les gusta hacerlo, miren el escudo que luce la camiseta que llevan puesta». Se levantó y se fue. Su discurso parco y sobrio, unido a su ejemplo estajanovista (callar, tragar y trabajar), fue calando en sus compañeros. Hasta que llegó el 1 de diciembre del pasado año. Aterrizaba en Londres una Nueva Zelanda triunfal, eufórica, casi festiva. Clausuraban su gira en Twickers, la Catedral, con el cartel de veinte partidos invictos tras conquistar el Mundial. Por cada libra apostada por el XV de la Rosa se ganaban diecisiete.

«No tenemos nada que perder. A priori solo podemos ganarles en trabajo. Empecemos por ahí. Ellos estarán cansados y con ganas de volver a casa. Salgamos a hacer nuestro trabajo». Robshaw no era Platón, pero sus mensajes calaban en sus compañeros. Sobre todo en sus hoscos partenaires de delantera. Lancaster dispuso un XV con Corbisiero, Tom Youngs, Cole, Launchbury, Parling, Wood, Robshaw, Morgan; Ben Youngs, Farrell; Brown, Barrit, Tuilagi, Ashton; Goode. Adelante riñones, atrás músculo (que es como llaman los tres cuartos a los riñones). Testosterona más que neuronas.

La primera parte fue digna de la Inglaterra más inglesa. Hill y Dallaglio estarían orgullosos. Un partido de gordos, de esos que no se ve la bola, en los que mandan los kilos y el oficio y los tres cuartos bostezan mientras se estiran la camiseta para salir bien en las fotos. Anticipando medio segundo en el ruck, llegando primeros al apoyo, trabajando el contraruck, clavando dobles placajes, sin regalar touches… «Un deporte de ocho contra ocho…», como sostienen los delanteros cuando la cerveza hidrata sus maltrechos cerebros, «…en los que el resto estorba». Provocaron varios golpes de castigo y un drop, todos transformados por Owen Farrell, que adelantaron a Inglaterra. 15-0 a los 42 minutos, pero dos ensayos de Savea metieron a los kiwis en el partido.

Sin embargo, una segunda parte descomunal con tres ensayos de Barrit, Ashton y Tuilagi tumbó a los todopoderosos All Blacks. Aquella noche hasta los puristas se rindieron al desempeño de Robshaw, al que Richie McCaw, el legendario capitán neozelandés, ensalzó a la conclusión del partido: «Hace todo lo que debe hacer un flanker y un capitán. Y lo hace bien y sin llamar la atención». Lancaster se mostró más sonriente que nunca y Robshaw más serio que de costumbre: «Esto no debe ser el final de una historia, sino el principio de otra». Aquella noche recibió, entre otra decena de llamadas, dos… En efecto, Hill y Dallaglio.

Una esplendorosa foto de un maul inglés con Robshaw de pie bramando a su delantera el canal de avance fue portada de muchos diarios con un titular histórico: «White orcs!». Así los catalogó el seleccionador neozelandés. «Hemos caído ante un ejército de orcos blancos». Aquel día Inglaterra se reconcilió con su selección. Pero no con su capitán. Los flankers psicópatas no tienen predicamento mediático y a la vuelta del verano se cuestionó abiertamente la capitanía de un tipo del perfil de Robshaw. Las presiones que recibió Lancaster para entregar el brazalete a Croft, un gigante con zapatos de claqué, fueron tremendas. Pero en el rugby aún manda el vestuario. Un día el seleccionador fue invitado a entrar al mismo tras el entrenamiento. Estaban todos menos Robshaw, ajeno a lo que pasaba dentro. «Nuestro capitán es Chris». Lancaster acató el mensaje y Robshaw asumió la capitanía por aclamación del grupo.

Sin embargo, semanas después Chris volvió a sufrir otro revés cuando el neozelandés Warren Gatland, seleccionador galés y mánager de los British Lions en la gira por Australia en 2013, le dejó fuera del equipo para el Tour. «Es como si nos hubieran dado un puñetazo en la cara a todos los delanteros ingleses», afirmó Phil Vickery, histórico jugador inglés. Robshaw se tragó el puñetazo sin rechistar y se limitó a hacer lo que siempre ha hecho. Su trabajo. Eso hacen él y todos los flankers piscópatas que riegan los campos de rugby con su sudor, su sangre y sus lágrimas. Gente con un peculiar código de comportamiento pero un alto sentido de la solidaridad y la honorabilidad que uno siempre quiere tener a su lado para ganar un partido o para salvar un imperio. Como ha hecho Chris Robshaw.

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17 Comments

  1. Pingback: Oda a los flankers psicópatas

  2. Jimbojones

    ¿Es Cristian Utiel del Quesos un flanker psicopata?

    • DAVICIN

      Totalmente! Jugadorazo(Christian Utiel), incuestionable su trabajo y agresividad en el campo, no entiendo como no le dan oportunidad en el XV del León, he visto flankers con menos pasión vestir la camiseta nacional más de una vez.

  3. Victor

    ¿Flankers psicópatas? Bah, nenazas. Los talonas hijosdeputa, esos son los peligrosos. Cuando hace 5 minutos que los flankers se han levantado de la melé, los talonas aún seguimos allí haciéndonos carantoñas.

  4. Un artículo maravilloso. Enhorabuena al autor.

  5. qué pedazo de artículo, lo he disfrutado de inicio a fin

    G-R-A-C-I-A-S !

  6. Pingback: Rugby San Roque Valencia

  7. ex-flanker

    Buen artículo.

    En esa tercer inglesa que ganó el mundial, se te olvida mencionar a Neil Back, ese si que era un perro de presa.

    Y un imprescindible en cualquier articulo en el que se hable de terceras lineas es Josh Kronfeld. Poner de ejemplo a Chabal y no a Kronfeld tiene delito

  8. Hoorhay

    Dallaglio siempre fue un sobrevalorado, al igual que Neil Back, jugadores buenos para hacer su trabajo, enredar y ensuciar el juego. La inglaterra del 2003 ganó un mundial gracias a su pateador y un grupo compacto de delanteros.
    Este chico Robshaw es bueno, pero no se puede comparar (aun) con la calidad de los flankers producidos por el hemisferio sur, por dar solo algunos nombres, Smith, McCaw, Pocock, Cane, Mesam, Hooper, Vaugh, Peterson, Jones, Leguisamon…etc etc. La lista es larga.
    Por lo demás, el top flanker del hemisferio norte por muchos años ha sido Dusautoir.
    Como mencionaba un post, obviamente poner a Chabal (otro sobrevalorado) y no a Kronfeld es un delito.
    Demasiado mirarse el ombligo en el norte.
    Menos chauvinismo y más realidad!

  9. Susana RV

    Siempre me preguntan que porqué siendo amante de todos los deportes, odio el fútbol y adoro el rugby. Pues por muchas razones. Pero son las de índole deportiva y monetaria, en las difieren abismalmente ambos deportes, las que más me repatean el hígado; y que no voy a montar polémica en este humilde comentario.

    Sólo uso este pequeño espacio para decir que como deportista que soy (atleta desde los 8 años) estas líneas definen y resumen los motivos de porqué amo el rugby y admiro tanto a los caballeros que lo juegan:

    «En el rugby la lealtad es innegociable. La lealtad al equipo, al rival (nunca enemigo), pero sobre todo al propio rugby. Un deporte de honor que mantiene su estatus gracias al cumplimiento de leyes no escritas.»

    Enhorabuena por el articulo.

    Un saludo.

  10. como jugador de rugby, y flanker, solo puedo decir una cosa: EL ARTICULO ES BRUTAL! enhorabuena. Esta revista cada dia me gusta mas.

  11. Sergio Fernandez Candioti

    Si antes tenía alguna duda, ahora no me queda ninguna de que este «periodista de Rugby» no tiene ni puta idea de RUGBY, sus expresiones y definiciones sobre puestos e interpretaciones del juego, junto a todas las palabras rebuscadas haciendose el GUAI!, hacen mucho daño al rugby y se cree que sabe del tema, ya le quisiera tener yo una noche delante, para que me cuente lo que es el rugby, como ya sabeís hay lagartos de todo tipo pero este es un Lizard XXXXXL.

    • Miquel Àngel

      Bueno, bueno «Hacen mucho dañó al rugbi»…muchísimo, una cosa muy loca.

    • PorComentar

      Tanto daño hace el autor al rugby como beneficio aporta usted a la fisica de neutrinos

  12. Alberto de Gales

    Estupendo artículo, admirado Fermín. Sólo añadiré que los flankers son también los responsables del 80% de los golpes de castigo en contra de su equipo, sobre todo de esos que te hacen perder los partidos, y que olvidan las reglas (escritas y no escritas) del Rugby con demasiada frecuencia (ejemplos: meteduras de dedo en el ojo, como el inefable Schalk Burger; agaradas de piernas contrarias en el ruck; llevarse siempre a un contrario por delante al levantarse, como hace el otro inefable Richie McCaw, al que se lo consienten todo los referees sin gafas, etc.).
    Si hemos de hablar de elks, también hay que hablar de lo malo, pirque se les va la olka con demasiada frecuencia y se olvidan de que los lpbos cazan siempre en manada, nunca en solitario, salvo los lobos viejos…

  13. Batxoketa

    El escocés Finlay Calder, es mi aportación a la lista de flankers psicópatas. Un arriere irlandés todavía se debe estar doliendo del retardado que sufrió, de las caquitas que le entraron y del error en una recepción posterior que a la postre les dio el ensayo de la victoria a los escoceses en la Copa del Mundo del 91, si no recuerdo mal.

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