La Fórmula 1 es un pastel goloso. Dinero, fama, tías buenas, viajes internacionales, champán del caro, comisiones jugosas, jets privados, yates de cien metros y cosas que brillan por todas partes. Si Einstein decía que solo el universo y la estupidez humana son inabarcables, también lo es la codicia que supura el reino de la velocidad. Por ello, miles de moscas acuden a él, como las de la fábula de Félix María Samaniego.
Muchos han sido los personajes que han alumbrado las alcantarillas financieras de este negocio y los dedos acusadores siempre han apuntado hacia su epicentro, Bernie Ecclestone, aunque más que con jugadas sucias, con sus formas. Su potente equipo legal trabaja en todos los continentes, en el plano financiero, fiscal, de responsabilidades, y siempre sale indemne. Hace las cosas bien, o al menos el resultado es positivo. Su mirada siempre ha sido a lo lejos, y solo de manera legal se puede hacer un viaje largo.
Otra cosa es la de muchos arribistas que han ido arrimándose al calor de los motores como aquel personaje que decía ser un príncipe nigeriano llamado Ibrahim Abdo Maalik. El gigantón de color llegó a la escudería Arrows a finales de los noventa con un extraño producto bajo el brazo: T-Minus, una bebida energética que se vendería a nivel planetario haciendo eco del recién nacido Red Bull. Su publicidad lució en los laterales del coche de Pedro de la Rosa, y el bigardo se paseaba mimetizado de Arrowman por el box de la escudería. Llegaba la hora de abonar las facturas y el dinero no llegaba y en el Gran Premio de Italia del año 2000 le llegó un ultimátum de la mano de Tom Walkinshaw, propietario de la formación. Maalik había acudido con un grupo de amigos que llegaron en un jet privado desde Londres. Era un hatajo de pijos de la City que acudían por primera vez a una carrera. Cuando el sábado a media mañana Walkinshaw le quitó el pase al artista, con su automática expulsión del paddock, los colegas alucinaron. No aparecieron el día de la prueba. El príncipe timador se desvaneció en el aire y nunca más se volvió a saber de él. El T-Minus pasó a denominarse «el Timus».
La escudería Ensing pasaba en 1981 por ciertos apuros económicos y vio en el piloto colombiano Ricardo «El Cuchilla» Londoño la solución a todos sus problemas. Los responsables de la formación recibieron una jugosa oferta a cambio de alquilar unos de sus monoplazas y correr el Gran Premio de Brasil. Al llegar a Interlagos, Ecclestone, factótum de la organización llamó a Morris Nunn, director de la escudería a pedirle explicaciones:
—Oye, ¿tú a quien has alquilado tu coche?
—Pues a este tío, colombiano, que tiene mucha pasta, me ha llevado a su finca en avión privado, un sitio que alucinas…
—¡Pero si este tío es el tesorero del cartel de Medellín!
Londoño no recibió el visto bueno de los comisarios deportivos debido a su escasa experiencia en la categoría. Lo apiolaron a tiro limpio en 2009 unos sicarios a la salida de un restaurante. Probablemente sabía demasiado.
Es muy posible que el equipo más enfangado en temas oscuros y espinosos haya sido Larrouse. La escuadra parisina estaba instalada en las afueras de la capital francesa y al parecer sus empleados estaban más que hartos de soportar asaltos y robos por lo peor del lumpen galo. Dirigido a finales de los ochenta por Gerard Larrouse, contaba con la ayuda de Didier Calmels, el director de la segunda agencia de publicidad más importante de Francia en aquella época. Calmels fue detenido apenas un año después de incorporarse a las carreras por dejar seca a su mujer de un escopetazo a las puertas de su palacete. El tipo fue condenado pero salió del talego con cierta velocidad al apelar y demostrar de alguna manera que fue un accidente. O era verdad, o tenía buenos amigos que decidían cosas. Larrouse se asoció mas tarde con unos japoneses, pacto que estalló como una mina antitanque bajo sus bólidos cuando les enchiqueraron a todos por un escándalo financiero de orden mayor en el país del sol naciente por evasión de impuestos. A punto de chapar la escudería, el incombustible Larrousse vio la luz de la mano de un banquero norteamericano que aportó lo necesario para garantizar la viabilidad del equipo. El problema es que el personaje no era americano sino alemán, no era financiero sino un mafioso de libro, y la pasta dejó de llegar cuando una bala cortesía de la policía alemana le atravesó el pecho. Los maderos teutones fueron a buscarle un día, sacó su pistolón, y le tocó la peor parte.
Un ejemplo de gestión espinosa la protagonizó el equipo Onyx. Recabaron el apoyo de una empresa de servicios financieros llamada Moneytron, que a la postre se descubrió que era un sistema de enriquecimiento piramidal, lo que envió a su principal responsable, Jean Pierre van Rossen, a una cárcel belga. El tipo, con una melena blanca que le llegaba al pecho, debía ser todo un personaje porque tras cumplir condena consiguió ser parlamentario. En plena ceremonia de coronación de Alberto II, lió un pollo importante al proferir insultos contra el flamante monarca y gritar consignas republicanas. Años más tarde volvió a vivir una temporada a la sombra por evasión de impuestos.
Otros japos que acabaron tras las rejas fueron los amos de Leyton House, el equipo donde empezó a brillar Adrian Newey, el exitoso ingeniero de Red Bull. Los amos del cotarro intentaron mofarse del sistema fiscal de los samuráis que con su catana les condujo hasta el talego. Sin dinero, el equipo desapareció.
El advenimiento del piloto más exitoso de todos los tiempos en la F1 fue gracias a un incidente que acabó con Bertrand Gachot encerrado en el cuartelillo. El luxemburgués de Jordan conducía su coche por Londres cuando tras un incidente con un taxista roció su cara con un spray de pimienta que llevaba su novia en el bolso. La turbamulta que se lió a continuación cuando los compañeros del profesional del taxi empezaron a llegar tuvo que ser importante; los bobbies, tras poner paz, recetaron dos meses de rejas al carrerista. Cuenta la leyenda —nunca probada— que Eddie Jordan no quiso pagar la fianza porque llegaba un tal Schumacher con dinero fresco de Mercedes. Existe otra versión que apunta a que de alguna manera, Wili Weber, manager del germano «indemnizó» a Gachot con una cuantiosa suma para que se quedara en la «pensión judicial» y dejara expedito el camino de su apoderado. De haber asumido su culpabilidad, las leyes británicas le hubieran puesto en libertad. En el debut de Schumi su coche se rompió porque el irlandés, conocedor de una avería en su embrague, se negó a cambiarlo por el coste económico que ello conllevaba. Gachot vive desde hace mucho en Marbella y es un empresario de éxito. Una de sus compañías maneja la gestión de una bebida energética llamada Hype, y utiliza coches de carreras en su promoción y marketing de manera habitual.
Rara ha sido la escudería que en Brasil no ha sido asaltada, atracada, robada o incluso tiroteada, como le pasó a varios miembros de Toyota en 2006, que acudieron a un banco a obtener moneda local. Se quedaron sin ella, pero con el susto de sus vidas metido en el cuerpo para los restos.
Sao Paulo es una ciudad peligrosa, de hecho, posee la flota de helicópteros más grande del mundo, unos dos mil. Los ricos locales saben que en el aire es complicado que les asalten, y por eso prefieren volar a conducir. De no ser por la pericia de Daniel Toni, el chófer-escolta que tuvo Jenson Button en 2010, es muy posible que hubiera sido secuestrado. El Lexus blindado fue atacado por una banda armada hasta los dientes a la vuelta al hotel tras los entrenos clasificatorios del sábado. Afortunadamente, los choris no se clasificaron.
El capítulo más interesante y pintoresco del delito relacionado con las carreras vino precisamente de la mano del llamado «Robo del Siglo». En 1963 quince hombres engañaron al conductor del tren postal que procedente de Glasgow llevaba a Londres un cargamento de dinero en billetes pequeños. El maquinista paró su locomotora ante un falso semáforo en rojo y tras un porrazo, exactamente 2.631.784 libras esterlinas cambiaron de manos, una cantidad mareante para la época. Curiosamente había más pasta de la esperada y ocho sacas repletas de dinero se quedaron a bordo del convoy; no había sitio en los coches para tanta pasta. Los vehículos elegidos para salir a toda mecha del lugar fueron unos lustrosos Jaguar MkII, exactamente los mismos con los que se disputaba de manera bastante exitosa el Campeonato Británico de Turismos. Es más, tenían las mismas preparaciones: jaulas de seguridad interior, amortiguadores reforzados para soportar el peso extra y modificadas las suspensiones traseras con materiales que el fabricante no aportaba. Para llevar uno de los coches contaron con la ayuda de Roy «el Comadreja» James, un participante habitual de la categoría, especialmente apreciado por su habilidad a la hora de conducir de noche sin las luces encendidas. El Comadreja fue atrapado, como casi todos los integrantes de la banda, gracias a que en su encierro en una casa de campo aislada dejaron huellas en el tablero del Monopoly que usaban para matar el tiempo. Roy James fue sentenciado a treinta años de cárcel, pero salió a los once. Quiso volver a las carreras y adivina quién le ayudó a recomponer su carrera deportiva… sí, Bernie Ecclestone, con el que tenía cierta amistad. James se accidentó varias veces y en su último piñazo quedó muy malherido de las piernas. Abandonó la competición y se dedicó a su otro oficio, era platero. Adivina quién fue uno de sus primeros clientes… sí, Bernie Ecclestone, que le encargó realizar los trofeos de la F1. Debido a esta relación, muchos han querido ver en Ecclestone, que cuando tuvo lugar el robo regentaba una tienda de compra-venta de motos, a uno de los cerebros del atraco. Nada de esto ha podido ser lejanamente probado. Como el Comadreja no era un santo, su trayectoria alejada de la legalidad continuó, y fue pillado junto a otro miembro de la banda eludiendo el pago de impuestos en la importación de oro para su trabajo. Más tarde volvió a visitar el trullo por liarse a tiros con su suegro y golpear con el arma a su mujer. Murió de un ataque al corazón poco después de recuperar su libertad.
El crimen más simpático, si es que algo de gracioso tiene que le peguen una paliza a un octogenario, fue cuando en 2010 Ecclestone salía de su despacho a las diez de la noche y dos manguis le zurraron para robarle la cartera y un reloj. Mr. E. acababa de firmar un acuerdo con la marca Hublot como patrocinadora de la categoría y el anciano empresario propuso protagonizar una campaña publicitaria en la que salió retratado con un ojo a la virulé, el labio partido y magulladuras presidido por la frase: «Miren lo que son capaces de hacer algunos por tener un reloj Hublot» Genial sentido del humor a prueba de ataques nucleares.
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Jajajajajaa que bueno
Excelente relato pero me extraña que no haya incluso mas historias conociendo a Ecclestone
Zapi como siempre brillante, es un placer aprender de tus articulos.
¿Es verdad que una vez traficaron con drogas en los camiones de las escuderías, hubo detenidos, era cierto?
En la línea. Didactico, entretenido y hecho con respeto. Muy bien artículo. Chapó
Muy muy interesante, que negocio peligroso este de la formula 1 jajajaja Genial artículo.
Un gusto haberte leído. Muy ameno.
Artículo muy interesante y entretenido, me encana que nos cuentes el «lado oscuro» de la Fórmula 1!! jajajajajajaja
*encanta
Me complasió el reporte
Le dio muy buena onda
Maestro y como disen allá UN OLÉ
Muy divertido. Gracias por el artículo.
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