Ciencias Política y Economía

Físicos al asalto de Wall Street

cuando-los-fisicos-asaltaron-los-mercados_9788434411937En 1949 se inventó una máquina que predecía los movimientos de la economía. Se llamaba MONIAC —siglas de Monetary National Income Analogue Computer—, era hidráulica y reproducía con un circuito de agua la interacción del dinero en el sistema económico británico. Ajustando los volúmenes vertidos y el modo en el que fluían representaba las diferentes políticas monetarias posibles y, claro está, sus resultados.

Solo tenía una pega: no funcionaba en absoluto. O sí lo hacía, siendo justos, pero no servía para nada porque los productos que arrojaba poco tenían que ver con la realidad. Pecaba de simpleza y de idealismo matemático, aunque su creador, Bill Phillips, llegó a decir que el verdadero problema estaba en la sustancia. Cuando diseñó la MONIAC pensó que las leyes físicas que rigen la dinámica del agua se equipararían en su simulación a las que mueven el dinero, ya que líquido y capital comparten su característica fundamental: la falta de resistencia al esfuerzo cortante. Y se equivocó, claro. En su máquina, el dinero fluía dócilmente de un lado al otro dependiendo exclusivamente de la relación de fuerzas que lo sometiese, pero en la economía de Gran Bretaña no podría hacerlo de forma más distinta. Incluso en grandes cantidades se movía errático, caprichoso e impredecible como una bandada de pájaros, respondiendo ante leyes oscuras e indescifrables, si es que acaso hablamos de leyes y no de aleatoriedad o peor aún: de algún enigmático trasvase de la voluntad humana al plano de las matemáticas. Normalmente es aquí cuando los físicos se desesperan, tiran la toalla y le ceden el testigo a profesionales especializados en este tipo de relaciones: filósofos hermenéuticos, dependientes de tiendas de esoterismo, gente que viaja a la India y vuelve cambiada, Paulo Coelho y personas así.

Y no debe extrañar. El físico de profesión adquiere el rango de cosmólogo solo en las escalas extremas de la existencia, donde las cosas son tan grandes o tan pequeñas que no se pueden ver. Para nuestra desgracia, no obstante, los físicos pierden su estatus sacerdotal en los grados manejables de la realidad, en donde son habitualmente tipos capaces y seguramente leídos, pero poco más. En esta escala del mundo son otro tipo de especialistas quienes gozan de autoridad para explicar la esencia de lo que existe y para nuestra desgracia, una vez más, no lo hacen solo los profetas que la física tiene en la vida palpable, como los biólogos o los químicos; también están los sociólogos, los filósofos, los poetas, las vecinas de nuestro bloque, los cuñados de cada cual durante la sobremesa del domingo y los teleastrólogos de madrugada, por citar solo unos cuantos. En la escala humana del mundo los demiurgos son legión y así impera un amateurismo cuanto menos sorprendente tratándose de una raza, como la nuestra, cualificada para parir certezas cuando se trata de explicar cómo funciona lo que es muy grande y lo que es muy pequeño, pero incapaz alcanzarlas y aplicarlas allí donde más las necesita, que es en el reino de lo humano. Si lo hiciésemos, claro, no tendríamos el reino como lo tenemos, que es hecho una pena.

Y más desde 2008, que es cuando el joven James Weatherall confiesa haberse propuesto escribir Cuando los físicos asaltaron los mercados (Ariel, 2013), animado no tanto por el crac mismo de las finanzas como sí por el de las certezas, que es lo que a él le pilla más cerca. Filósofo como es además de físico y matemático, Weatherall cayó en la cuenta de que una verdad que deja de serlo no ha perdido su condición, sino que ni es tal ni lo ha sido nunca. Los mecanismos que regían la inversión de los hedge funds o fondos de cobertura, detonante mismo de la crisis económica a escala global, habían sido diseñados por físicos y cuadraban a la perfección, pero a la hora de la verdad sus ecuaciones y fórmulas se derritieron, falibles e imperfectas como si fueran palabras en una disciplina social, no números en una ciencia exacta. Ni siquiera los cacareados quants, los profesionales del análisis financiero cuantitativo a sueldo de los grandes inversores, fueron capaces de prever lo que se avecinaba pese a lo que cobran por pontificar en la gestión de riesgos, que por cierto es mucho.

Complicada como es la cuestión requiere una explicación larga, y por esa razón Weatherall prefirió no reducirla a un aforismo —un tic muy matemático, por cierto— y escribió en su lugar un libro. Cuando los físicos asaltaron los mercados repasa las contribuciones de la física a las finanzas a lo largo del siglo XX, aunque así dicho resulte bastante más frío que el contenido de sus páginas, inusitadamente cálido para tratarse, no nos engañemos, de divulgación científica y económica. Sin privarse de las convenientes remontadas a los visigodos —lo que recibe al lector es una comparación entre el funcionamiento de los derivados financieros en los hedge funds y la contabilidad en la antigua Sumeria, para hacernos una idea—, el autor glosa los términos del intrusismo de los científicos en Wall Street hasta explicar cómo, en la década de los ochenta, la naturaleza misma de la bolsa cambió irremisiblemente gracias a estas contribuciones.

Pero, ¿para bien? Es una pregunta que se deja en suspenso y a la discreción del lector, ya que al término del libro estará habilitado para responderla con un poco —solo un poquito— de conocimiento. Al menos si lo ha entendido todo, extremo factible para el lego en física y finanzas —el común de los mortales, vamos— si tiene a mano una conexión a internet con la que ir consultando conceptos y la disposición debida cuando se lee divulgación, que es la ir aprendiendo por el camino y no venir aprendido de casa. Hay quien ha intentado hacer dinero tirando de álgebra, de estadística, de geometría y hasta de cuántica, para hacernos una idea, por lo que el libro que resulta de compilar estas experiencias es necesariamente algo más que un paseo de anécdotas sobre físicos excéntricos e inversores imprudentes. Es más bien enciclopedista, como manda el canon en la divulgación comercial, y en el tono quiere parecerse a otros superventas recientes del género —en particular Una breve historia de casi todo (Bill Bryson, RBA) y Física de lo imposible (Michio Kaku, Debate)—, pero en todo caso es más exigente que cualquiera de ellos y, por lo tanto, bastante más pedagógico.

Pero, ¿son las finanzas —al menos, parte de las finanzas— asequibles a la ciencia? No desvelaremos, porque solo faltaba, si Weatherall acaba respondiendo a la gran pregunta, pero sí que al final del recorrido esta gran cuestión deja de serlo. Ilustrando muchas aventuras científicas cuyas conclusiones se han llevado a la práctica en operaciones financieras sin pasar por el debate de la propia comunidad científica, Cuando los físicos asaltaron los mercados acaba por convertirse en un canto ejemplarizante al método y a su necesidad en unos tiempos, a la vista está, en los que ha dejado de ser sagrado, quizá porque lo importante aquí era hacer dinero y no ciencia. En palabras del propio autor, «pensar como un físico es distinto de utilizar meramente los modelos matemáticos o las teorías físicas» y está sujeto a unos rigores que no son litúrgicos, sino necesarios, y cuyo escaqueo lleva al descalabro. Miren la calle si no, como está, y echen un ojo a las cifras de paro. De haber aplicado la ciencia a las finanzas y de haberlo hecho bien, con verdadera ciencia y finanzas verdaderas, es posible —y solo posible— que todo esto no hubiera pasado.

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4 Comments

  1. gorosito

    Planes quinquenales, esa es la ciencia aplicada a la economía, y a falta de una ciencia que entienda el errático comportamiento humano, mejor será no aplicar ningún sucedáneo.

    Inexplicable comportamiento no solo de unos pocos, sino de unos muchos comprando casas (la mayor inversión de su vida) a pcuenta de sus rentas de los próximos 35 años.

  2. Pingback: Físicos al asalto de Wall Street

  3. @dgpastor

    Qué interesante. Han tenido que pasar 60 años para saber que no es un tema de física sino de estadística. El Big Data era esto y Asimov lo contó en modo espeluznante en el cuento ‘La Última Pregunta’…

  4. Adrián

    Por lo menos ahora ya sé cuál es el peor artículo que he leído en Jot Down. Superficialmente frívolo y viceversa, podría titularse ‘Las movidas esas de la pasta’, y al menos haría más honor a su contenido. Aun así, no es para tomártelo en cuenta, J D

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