Numerosas ciudades de trazado árabe se prestan a imaginar una plaza con un solo acceso, una esquina que al girar nos vomita en el mismo lugar donde hemos comenzado nuestra andadura, o un acceso tapiado que en su día vio pasar a multitud de transeúntes. Nos encontramos, pues, en Palma de Mallorca o Valencia, como gusten. Pueden también optar por las más exóticas Fez, Marrakech o Chefchaouen, caprichos urbanos dignos de Las Ciudades Invisibles [1]. En cualquier caso, estamos en una plazoleta a la cual solamente podemos acceder por uno de sus lados. En el extremo opuesto al acceso se yergue un muro que impide el tránsito desde la calle situada al otro lado del mismo. El bullicio al otro lado del muro es la única experiencia sonora en este espacio.
Me pregunto: el delicado gesto arquitectónico de demoler el muro, cambiando completamente la vida de la plaza, ¿es un proyecto de arquitectura? Graffiti a ambos lados del muro, ¿son un proyecto de arquitectura? ¿Y si solamente se pinta un mural en el interior, estoy hablando de arquitectura, o tan solo de arte urbano? Me dicen por aquí que no, que no es arquitectura. Con suerte soy una artista con pintura dentro de un pulverizador; en el peor de los casos soy una delincuente.
Derribos escandalosos
Son escasos los proyectos en los cuales prima la sutileza cuando el presupuesto no es un problema. Quien se haya aventurado a proyectar sin edificar habrá tenido que explicar, en más de una ocasión, que la delicadeza de su propuesta no se debe a una falta de testosterona, sino a la convicción de que construir rascacielos no es el único ni el mejor legado al que puede aspirar un arquitecto. Y es que, a veces, hay que reconocer que no por antigua o desfasada la arquitectura que uno se encuentra deja de ser compleja, interesante, y digna de ser mantenida; me atreveré a decir, ya que estamos, que puede que ese sea el caso por no haber sido obra de un arquitecto.
Quienes se hayan servido de mi introducción para transportarse a la marítima Palma de Mallorca conocerán ya el mediático caso del barrio de Santa Catalina. Obrero en su génesis, en los años de las vacas gordas este distrito vio cómo arquitectos y urbanistas derruían bloque tras bloque. Se erigían en su lugar insípidos edificios vagamente inspirados en un vanderohismo [2] caduco que, gracias a los catedráticos precámbricos que poblaban las escuelas de arquitectura, continuaba recitando el mantra less is more [3], sin haberse enterado de que Venturi había ya declarado que less is a bore [4], y por supuesto era ajeno a Bjarke Ingels [5]. A día de hoy, los proyectos que se llevaron a cabo, tales como centros para mayores y bibliotecas, no pueden mantener sus servicios mínimos: todo el presupuesto se gastó en arramblar con lo que había y construir desde cero. Las autoridades locales se ven sin más que deudas, incapaces de mantener la infraestructura urbana; mientras que los habitantes se ven privados de los paisajes urbanos en los que crecieron: como la cáscara de un huevo, los cascotes de lo que un día fueron elegantes muestras de arquitectura isleña sirven de muy poco.
No fue por culpa de su cutrez que Palma desdeñó multitud de edificios modernistas [6], especialmente, como digo, en el barrio de Santa Catalina, sino por la ambición egoísta de sus arquitectos. Y esta torpeza narcisista, afortunadamente para Palma, no sabe de insularidad ni provincianismo: osados de esta guisa también los hay en Londres. Tentados por la ambición de un proyecto de nueva construcción, o convencidos de que un gesto delicado hacia la arquitectura existente los hará menos dignos del título de arquitecto que se han ganado con sangre, sudor y lágrimas, deciden llevarse por delante edificios cuya vida útil está lejos de terminar, como la biblioteca de Saint Pancras, situada enfrente de la famosa estación del mismo nombre, que se acerca al fin de sus días. Si bien en perfecto estado de conservación, y susceptible de ser renovada, las autoridades locales han acordado ya su demolición para el año que viene, a pesar de la cantidad de desechos que esto generará. Por si el hormigón no contaminaba ya bastante, van a deshacerse del que hay para verter otro, recién mezclado. Decir que el móvil de esta acción es exclusivamente económico pasaría por alto la sed de fama del arquitecto que está al mando de esta vergonzosa operación, una sed que, en apariencia, no puede ser saciada a base de tenues pinceladas arquitectónicas.
El fantasma de Akihabara
Tokio es un ejemplo de la complejidad urbana que rara vez puede ser concebida por una sola persona o despacho en un solo instante; esto también es cierto de las ciudades de trazado árabe que mencioné al principio de este texto, y de las que Italo Calvino imagina en su novela Las ciudades invisibles. La fascinante variedad con la que todas ellas son capaces de sorprender al visitante se adquiere con los años, con el desgaste del tejido urbano que se colige de la vida misma:
La ciudad, sin embargo, no revela su pasado, sino que lo contiene como las líneas de la mano, escrito en las esquinas de sus calles, los rasguños de las ventanas, las balaustradas de los escalones, las antenas de los pararrayos, los mástiles de las banderas, cada segmento a su vez marcado con arañazos, hendiduras…[7]
Indisociable de las aspiraciones, rasguños, marcas y huellas de sus habitantes, la arquitectura de Tokio es a menudo espontánea: nace sin arquitectos, en los solares más inesperados de dimensiones inverosímiles, como bien han documentado Atelier Bow Wow en varias de sus publicaciones [8]. Este despacho japonés no deja de maravillarse ante la diversidad ad hoc de las microarquitecturas tokiotas, minúsculas construcciones que se erigen en espacios imposibles. Ejemplos más caprichosos y surrealistas que los recogidos en Pet Architecture o Made in Tokyo pueden descubrirse sin esfuerzo en cualquier trayecto suburbano del to-ki-oo-me-toro [9]. Cualquier arquitecto que se proponga proyectar en Tokio descubrirá rápidamente la dificultad de concebir un objeto arquitectónico que se desmarque del resto. La solución por la que opta la mayoría es burda: hacer más ruido, gritar con más fuerza que todo lo que existe alrededor, consciente de que, total, la esperanza de vida del Tokio edificado no sobrepasa los veinte años.
Estas arquitecturas tokiotas tan características son, como digo, producto de las circunstancias socio económicas de la capital nipona; así lo describe Yoshitaka Ohsawa de pasada en su novela The Phantom of Akihabara. Publicada únicamente en japonés y en formato digital hace aproximadamente una década, esta novela en folletines virtuales fue traducida al inglés por la propia comunidad cibernética: gracias a esta traducción pude acceder a Ohsawa, picada por la curiosidad que despertó en mí tan sugerente título, sobre todo cuando me disponía a llevar a cabo un proyecto teórico de arquitectura que respondiera a las particularidades orientales y en particular, japonesas, en lo que a nociones de tiempo, creación y destrucción se refiere.
La historia que narra Ohsawa transcurre en Akihabara, un barrio de Tokio que terminé escogiendo como contexto para dicho proyecto teórico, describiendo la alegalidad en la que vivían muchos de sus habitantes en los años inmediatamente posteriores al cambio de siglo [10]. Ohsawa pone de manifiesto cómo la complejidad urbana de esta ciudad emerge de y a la vez engulle a sus habitantes, permitiendo que actividades de cuestionable legalidad se desarrollen en las pequeñas burbujas arquitectónicas resultantes. La dificultad de proyectar algo que añadiera algún valor a la arquitectura de Akihabara me animó a atreverme, en una muestra de cándida inexperiencia, a proponer, simple y llanamente, una serie de artefactos opacos de pequeñas dimensiones, inspirados en los estampados florales de los tradicionales yukata [11]; discretas marionetas que arrojarían sombras mucho mayores sobre el pavimento en las primeras y últimas horas del día.
Al presentar mi proyecto en público, según es costumbre en los círculos académicos y editoriales de estas latitudes, llovieron tomates y abucheos. ¿Dónde estaba mi arquitectura? Entreteniéndome con ridículas figurillas que proyectaran sombras, mi diseño no era más que una oportunidad perdida, sin importar cuánto pudiera afectar a los habitantes de Akihabara; sin importar tampoco que, a diferencia de otros proyectos teóricos, el mío podía ser realizado con un presupuesto muy modesto y, a pesar de ello, el impacto hubiera podido ser significativo. Mi fantasma de Akihabara, pues, se quedó en espejismo, y yo, por mi parte, me quedé sin palabras para justificar que mis ideas también eran arquitectura.
Cualquier muro puede ser un lienzo
Un proyecto ingenioso y asequible que sí tuve la oportunidad de ver realizado fue Comboi a la Fresca, el encuentro de los miembros de la red Arquitecturas Colectivas que tuvo lugar en Valencia durante el verano del año 2011. Arquitecturas Colectivas es una red de personas interesadas en la construcción participativa del entorno urbano. Todos los colectivos que conforman esta plataforma se reunieron en Valencia en 2011, como digo, a fin de explorar sus intereses en el contexto urbano del casco antiguo de esta ciudad. El encuentro, un éxito rotundo, fue bautizado con el nombre de Comboi a la Fresca, y se fijó los siguientes objetivos:
1- Crear redes entre personas y colectivos de Valencia, y entre éstos y Arquitecturas Colectivas.
2- Canalizar dinámicas urbanas mediante nuevos discursos y prácticas transformadoras, tratando de ampliar el círculo de Arquitecturas Colectivas para llegar a la ciudadanía.
3- Difundir el potencial político real de la ciudadanía [12].
Estos objetivos cristalizaron en multitud de actividades participativas que se llevaron a cabo en la ciudad de Valencia durante el encuentro. Voy a mencionar aquí tres de estas iniciativas, aquellas cuyo marco de acción las hace especialmente relevantes para el presente artículo. La plaza a la que transporté al lector al principio de este texto, y la duda acerca de la legitimidad proyectual del gesto de demoler o pintar el muro que impedía el acceso a la misma por la parte trasera, no es, al lado de estas iniciativas, más que un torpe ejemplo de arquitectura sutil que inventé para poner al lector en situación. Los gestos arquitectónicos propuestos por cada una de las iniciativas que voy a explicar a continuación rezuman una sensibilidad hacia la historia de la construcción de la ciudad, y un íntimo conocimiento de la ciudadanía y su relación con la arquitectura valenciana que ya querría, y lo digo sin acritud y reconociendo también sus logros, Calatrava para sí. O las luminarias que sugirieron la demolición de parte del barrio de El Cabañal para extender la avenida de Blasco Ibáñez hasta el mar, afortunadamente encontrándose con una oposición ciudadana fuerte, convencida de sus ideales hasta el punto de conseguir paralizar esta aberración.
Azoteas colectivas trataba de «reactivar el espacio de las azoteas de las ciudades como espacios utilizables de modo colectivo», en especial durante las horas de la tarde y la noche, cuando una alegre algarabía llena la ciudad de Valencia [13] . Esta idea pone de manifiesto las particularidades de la ciudad mediterránea, y, sin derroche, es capaz de re-imaginar el espacio vertical de la ciudad, con gran impacto arquitectónico y urbano.
Comboi a la Fresca también fue responsable de la reanimación del centro histórico de Valencia a base de intervenciones en medianeras, a cargo de los artistas Blu, Ericailcane y Escif. Cualquier muro de la ciudad se prestaba a convertirse en lienzo para estos artistas, cambiando por completo el ambiente de la ciudad, convenciéndome de que las autoridades locales de todas las ciudades deberían habilitar estos espacios para intervenciones pictóricas diversas.
Finalmente, otros colectivos se encargaron del acondicionamiento de un solar abandonado en la calle Corona, en el centro de la ciudad. El solar se convirtió en el centro de operaciones de Comboi a la Fresca, planteándose también como un espacio que se cedería a los vecinos tras construir en él varios elementos de mobiliario urbano, así como un pequeño huerto. Nuevamente, un ejemplo de arquitectura cuidadosa y consciente del valor del entorno construido, una arquitectura que no necesita servirse de costosos materiales o grandes gestos para lograr grandes cambios.
Crearqció, un colectivo formado por estudiantes de arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia, se encargó de parte de los trabajos de rehabilitación del solar Corona. Fue a ellos que tuve la suerte de unirme en su día; y hoy, dos años después, me alegra saber que siguen activos, pues no todos los colectivos han tenido la misma suerte dadas las condiciones económicas del país.
Cabe decir, para ir terminando, que en 2011, mientras el encuentro tenía lugar, era difícil comprender bien el calado del impacto que iban a tener estas iniciativas. Dos años después, un grupo de arquitectos que no habían estado involucrados en el proyecto, con los que visité la ciudad, no dejaba de maravillarse ante la singular atmósfera del casco antiguo de Valencia, sin llegar a adivinar qué era lo que estaba haciendo su estancia tan agradable. Fue a raíz de esto que les hablé de Arquitecturas Colectivas y Comboi a la Fresca, así como de las iniciativas que he referido más arriba. Esta conversación me condujo a formar algunas de las opiniones que he expresado en este espacio, convencida de que los pequeños gestos también son arquitectura y de que estrategias respetuosas con el tejido urbano existente pueden también constituir buenos ejemplos de proyectos arquitectónicos.
Más colaboraciones entre arquitectos y artistas urbanos, así como comunidades de vecinos y asociaciones locales, hacen falta para comenzar a construir espacios urbanos útiles para los tiempos que corren, sin necesidad de alteraciones bruscas, demoliciones innecesarias de edificios en perfecto estado de conservación ni desparrames de camiones de cemento por doquier. Los despachos de arquitectos cercanos a la ciudadanía, que sean capaces de trabajar con la tercera edad, con niños y colectivos a los cuales puedan servir, podrán generar propuestas sorprendentes y sostenibles, evitando mayores huellas de carbono que las estrictamente necesarias. Sus portafolios se llenarán no solo de sombras chinescas o huertos urbanos, sino también de toboganes, camera obscura y puestos participativos en mercadillos: propuestas soñadoras y juguetonas que pronto animarán la vida callejera de nuestras ciudades.
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Me veo obligada a clarificar que el título del presente texto emerge de conversaciones, demasiado numerosas como para citarlas todas, con arquitectos, interioristas, ceramistas, artistas y urbanistas, la mayor parte de los cuales eran varones, a lo largo de los años. Debo decir que no inventé el término arquitectura femenina, ni decidí tildar esta arquitectura sutil de femenina. Sin embargo, al plantear la misma pregunta a mis interlocutores, en algún momento de la conversación siempre acaba apareciendo este término.
– A lo que Vd. se está refiriendo, señorita, es a una clase de arquitectura más femenina que la que llevamos a cabo en este despacho.
– Su proyecto es de una sensibilidad claramente femenina.
– …
Así las cosas, me consulté las acepciones de los términos femenino y masculino en el diccionario de la RAE, y me encontré con que, en efecto, atribuyendo la condición de «femenina» a esta arquitectura como «femenina», mis interlocutores estaban en lo correcto (véase acepción número 6). Nótese que en ningún momento estoy hablando del profesional que proyecta la arquitectura femenina, ni de su capacidad o incapacidad para llevar a cabo dicho proyecto, sino que me limito a referirme a las características de la propia arquitectura.
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[2] He utilizado este término a fin de establecer una clara diferencia entre lo que el mundo anglosajón llama «Modernism», el movimiento moderno; y lo que la élite catalana llamó «Modernisme» a finales del siglo XIX y principios del XX. Este último tuvo lugar en los años inmediatamente anteriores al Modernism de Le Corbusier y Van der Rohe; se trataba de una interpretación localista del Art Nouveau que también salpicó al archipiélago balear.
[3] «Menos es más», uno de los sonados lemas que Mies Van der Rohe legó a la comunidad arquitectónica.
[4] Literalmente, «menos es un sopor», la reacción del arquitecto estadounidense Robert Venturi al reduccionismo de Mies Van der Rohe.
[5] Una guiño mío al trabajo del arquitecto danés Bjarke Ingels, que basó el título de su cómic Yes is More: An Archicomic on Architectural Evolution en la letanía arquitectónica de Mies Less is More.
[6] Aquí me refiero al «Modernisme» catalán. Ejemplos de este movimiento en la capital mallorquina son, entre otros, el Gran Hotel de Domènech i Montaner, o Ca’n Forteza Rey, cercanos a la Plaza Mayor.
[7] Calvino, Italo, Op.cit.
[8] Atelier Bow Wow, (2001) Made in Tokyo. Kajima Institute Publishing Co., Ltd, y (2001) Pet Architecture Guidebook. World Photo Press.
[9] «Tokyo Metro», pronunciación japonesa a través de los altavoces del mismo.
[10] Años 2001 en adelante.
[12] Vestimenta veraniega tradicional japonesa.
[12] Programa, Comboi a la Fresca.
[13] Ibid.
«Arquitectura humana» podría ser un mejor nombre. Lo cual plantea la pregunta, ¿hay alguna arquitectura que no sea humana? Por supuesto, y la sufrimos todos los días: es esa arquitectura para la que los habitantes de sus creaciones no pueden ser creadores, sino un público obtuso al que epatar, meros figurantes en el escenario que ha dibujado el arquitecto.
Muy a favor de esta forma de entender la ciudad y de fomentar estas intervenciones. Pero qué pereza ya con el urbanismo de género o la arquitectura femenina o como se quiera llamar. Es un enfoque de pensar la ciudad para el usuario, sea éste niño, adolescente, favorecido o desfavorecido o tercera, cuarta o quinta edad y del colectivo o etnia o adscripción sociosexual que le corresponda.
Si me permites, son muchos los términos que aparecen en este sugerente texto -sutil, bello, útil, complejo, caro o barato, brusco o ligero-, como para acabar reuniéndolos a todos bajo el único calificativo general de ´arquitectura femenina`.
Es muy acertado, y muy honesto, terminar acudiendo a la razón del que se escuda en la acepción 6ª de DRAE del término ´femenina` para intentar comprender -¿acaso disculpar?- a aquellos interlocutores a los que tuviste que padecer. Pero en absoluto comprensible cuando hablamos de intervenciones -las arquitectónicas- a la que no sólo recurriremos durante una larga vida útil -o inútil- sino que, además, acudiremos y las haremos realidad y las viviremos por igual, hombres y mujeres.
Lo que en fin quiero decir, es que a tu texto -ya digo, por lo demás impecable-, quizá le falte la verdadera reivindicación de la vitalidad de la arquitectura (aún con un bote de spray en la sudadera) frente a la mortalidad del burócrata y/o ególatra, batalla que sí planteas, de frente, en la actuación del Comboi a la Fresca.
La arquitectura la hacéis (y depende de) hombres o mujeres, pero la hacemos realidad, sin distinción, los seres humanos.
(Por lo demás, siempre curioso, he visto -aun superficialmente- el proyecto de intervención de ´luz e invisibilidad` que planteaste a la AA para Japón http://pr2012.aaschool.ac.uk/students/patricia-mato y, si me lo permites, creo que es magnífico y te animo a que persistas con él, aunque quizá eso te obligue al duro trabajo de reubicar el trabajo. Es una idea fabulosa :)
Gracias por tu texto, Patricia.
Un saludo.
La antítesis de la «arquitectura satánica».