Arquitectura Arte y Letras

El día que un arquitecto español cambió el mundo

Foto: ID & A (CC)
Foto: ID & A (CC)

Les voy a contar una historia.

Una historia de cómo un arquitecto cambió el mundo. Una historia de un español, que durante mucho tiempo estuvo en boca de todos, sin necesidad de realizar enrevesadas estructuras ni obras propias de ingeniería. Una historia de un joven soñador que, al igual que cualquier compañero de profesión recién titulado, quería aportar su particular sello al entendimiento de una de las profesiones más antiguas del mundo.

Les voy a contar mi historia.

Corría el año 1992. Mi futura mujer (aunque por aquel entonces todavía no se imaginaba nada) Farshid y yo, decidíamos poner punto y final a nuestro aprendizaje en OMA, oficina en la que habíamos pasado dos años de nuestras vidas a las órdenes de uno de los arquitectos teóricos más interesantes del panorama internacional. Rem Koolhas había supuesto un punto de inflexión en nuestra formación y nos sentíamos dispuestos a comenzar nuestra propia aventura. Tal fue nuestra osadía, que decidimos abrir un pequeño estudio en Londres, para que nuestros sueños, nacidos once años atrás, comenzaran a tener forma.

Compaginando los inicios en la oficina con aportaciones en la Architectural Association donde ejercíamos como profesores, el trato con estudiantes aún sin contaminar nos permitía experimentar una serie de conceptos teóricos en términos de continuidad espacial desconocidos hasta la fecha. Ideas que partían de una conjetura totalmente diferente a la que se practicaba o se había practicado en el mundo de la arquitectura. Percepciones que gustaban y mucho dentro de la escuela, y nos instaban a darlas a conocer al resto del mundo. Debíamos encontrar un método para poner en práctica los planteamientos trabajados con los alumnos de manera que se convirtieran en un elemento tangible para la comunidad. Dicho de otro modo, las ideas tenían que ser construidas.

Una mañana como otra cualquiera, recibía en el estudio una llamada desde Róterdam. Una llamada que iba a cambiar el devenir de nuestra oficina a partir de ese momento. Rem se encontraba al otro lado de la línea y nos informaba de la existencia de un concurso en el que podíamos dar forma a nuestros intereses arquitectónicos. En Yokohama, Japón, se convocaba un certamen internacional para reformar la terminal de pasajeros construida en 1894.

Vista exterior de la propuesta, que desafiando las leyes de la arquitectura, juega al escondite con los pasajeros en un intento de mímesis con su entorno. Foto: ID & A (CC)
Vista exterior de la propuesta, que desafiando las leyes de la arquitectura, juega al escondite con los pasajeros en un intento de mímesis con su entorno. Foto: ID & A (CC)

Dos años después de la formación de nuestro estudio, nos enfrentábamos a uno de los momentos más importantes de nuestra carrera. Ganar un concurso de tales magnitudes no era complicado, ya que se presentaban estudios de renombre como Richard Rogers o Dominique Perrault, mientras arquitectos de la talla de Arata Isozaki y Toyo Ito formaban parte del jurado. No era complicado, no. Para una pequeña oficina como la nuestra y con apenas experiencia laboral era poco menos que imposible. Pero esa participación podía suponer que nuestro arriesgado proyecto fuera publicado y conocido fuera de Londres, tornándose como un punto de partida más que apetecible.

Las ideas debían ser llevadas al límite.

Nuestra propuesta pretendía tejer el mar con la costa, en una prolongación de la tierra hacia el océano. Entendíamos que, la terminal de pasajeros no debía ser un límite entre dos entes diferentes, entre dos sistemas de tránsito. El acceso peatonal o rodado daba lugar al marítimo, y viceversa. Los cientos de viajeros que llegaban a la ciudad debían percibirlo como un proceso y no como una frontera. ¿Y qué mejor manera de realizarlo que prolongar el parque adyacente en una continuación del espacio urbano? La terminal se debía a los pasajeros y a la ciudad, y así debía suceder. Tenían que ser ellos los que se apoderasen del proyecto y lo hicieran suyo, de manera que el edificio se convirtiese en una plaza abierta y pública que ondease varada sobre la superficie del mar. Como un transatlántico encallado, esperando el momento en el que sus pies de hormigón se conviertan en hélices para zarpar y abandonar la ciudad.

Una propuesta en la que los límites entre lo público y lo privado se entrelazaran sutilmente, igual que un delicado hilo enhebrado en una aguja, mientras esta se mueve para dar consistencia a la pieza terminada. Un fragmento del tejido más flexible y resistente posible, capaz de sustentar una cubierta de madera que soporte días y noches en altamar. Pero también un espacio hermético y subterráneo desde el cual los turistas emerjan, escapando del estómago de un enorme cetáceo mientras los devuelve sanos y salvos a tierra.

Para lograrlo, solo era factible dar una respuesta.

Detalle de plantas del proyecto, en donde la topografía de cubierta adquiere importante presencia.
Detalle de plantas del proyecto, en donde la topografía de cubierta adquiere importante presencia.

Nuestra propuesta tenía que ser un no-edificio. Una construcción sin fachada evidente, en la que la envolvente se convirtiera en topografía. Donde los recorridos fueran los que marcasen una serie de plataformas para conectar los diferentes niveles, diluyendo la planta baja con la cubierta. El exterior con el interior. Una superficie que, como metáfora a un preciso origami japonés, se fuera doblando en una serie de pliegos meticulosamente controlados que continuaran el firme y lo transformaran en la cáscara que protege el interior. También tenía que ser un milhojas, donde sus capas pertenecieran a sus niveles inferior y superior simultáneamente. Tan íntimamente relacionadas que olvidaran su límite y pertenencia a otro sujeto que no fuera el del conjunto.

Por ende, la materialidad de la propuesta debía ser necesariamente la utilizada en las obras de ingeniería naval. Tablones de la madera más resistente se dispondrían a lo largo y ancho de la nave, para que los pasajeros, una vez a bordo, advirtieran que su embarque había tenido lugar mucho antes de lo que ellos pensaban. Remarcando la horizontalidad del proyecto, la cubierta de un velero inmóvil era prolongada en su exterior, rematada por un pasamanos metálico que fuera quebrando su imagen al relieve artificial generado, separando la arquitectura construida de la naturaleza azul e infinita que abrazaba la terminal.

Dunas de madera funcionales coronando la cubierta de la terminal marítima. Foto: Lee Dykxhoorn (CC)
Dunas de madera funcionales coronando la cubierta de la terminal marítima. Foto: Lee Dykxhoorn (CC)

Dos años después de la formación de nuestro estudio y contra todo pronóstico, nuestra propuesta se había impuesto a más de seiscientos proyectos presentados. Habíamos ganado el concurso casi sin pretenderlo. Emocionado tras conocer la noticia, me puse en contacto con mi maestro, mentor y artífice de la presentación al certamen. Rem Koolhas debía compartir el momento de éxito en el que nos encontrábamos y que nos había situado en la primera plana internacional. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando me confesó que todas las virtudes del proyecto las había conocido y ensalzado formando parte del jurado del certamen.

Afortunadamente, la vida siempre brinda una segunda oportunidad y pude saborear el calor de la venganza solo seis años después, cuando tuve que ponerme en contacto por teléfono para informarle de que había sido vencedor del premio Pritzker.

Nota del Autor: Historia basada en hechos reales. Los acontecimientos aquí recreados pudieron tener lugar durante los años 1992 y 2000 en la vida del arquitecto Alejandro Zaera.

O no.

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14 Comments

  1. P.E.R.

    … y unos años más tarde, este visionario se dedicaba a destrozar a su compañeros de profesión cual Leo DiCaprio en Django Desencadenado… buscando esclavos.
    http://abcblogs.abc.es/fredy-massad/2013/06/07/se-buscan-esclavos/

  2. ¿Esclavos? ¿Hoy? ¿Y en arquitectura? Por favor… are you kidding me?
    Por cierto, la arquitectura trabada en madera viene siendo utilizada inteligentemente por los romanos, nada menos. La flexibilidad del pensamiento pragmático de esa gran civilización llega hasta hoy mismo. Igual que su perfecto anacronismo de los esclavos, ese que nunca se fue.

  3. P.E.R., poquitos han hablado tan claro como Zaera. Y es que estábamos muy bien acostumbraditos. A ver si espabilamos ahora y cambiamos el rumbo de la profesión, que falta le hace…
    http://danielmoyano.net/ccad/the-snipers-log-conversacion-con-alejandro-zaera/

  4. FSDD: Caéis en lo de siempre:
    «Si tú no quieres contratar a un arquitecto, ¿por qué tienes que contratar a un arquitecto?» Para responder con el típico: Si yo quiero operar a un señor… ¿Por qué no puedo operarle?
    Perdona, pero si yo me fiara de alguien para operarme, me iría directamente a él y más si es gratis. Pero evidentemente no lo haré. Si a la gente se le diera la suficiente educación para que valoraran el trabajo de un arquitecto frente a un ingeniero en el encargo de un proyecto, tened claro que acudirían al primero por mucha libertad que haya. Y esto ocurre en muchos países sin ningún tipo de polémica. Por eso somos nosotros los primeros que debemos empezar por ahí, currándonoslo un poquito más y marcando la diferencia, que estamos muy acomodados!

  5. Ripley

    A pesar de que el artículo arranca con una cita de Ayn Rand, seguí leyendo. ¡Ay, quien me mandaba desobedecer una intuición tan clara!

  6. Luis:
    Voy a utilizar tu propio ejemplo.
    «Perdona, pero si yo me fiara de alguien para operarme, me iría directamente a él y más si es gratis. Pero evidentemente no lo haré.»
    Si esa persona no es un cirujano médico titulado, no tienes la libertad de hacerlo, porque cometería una ilegalidad. Pero acepto el órdago, hagámoslo legal. Hagamos que sea legal, por ejemplo, recurrir a un veterinario para que nos opere de apendicitis si así lo deseamos. Y así con todas las ocupaciones que se nos ocurran. Y en ese caso, yo dejaría de protestar.
    Es cierto que parte de los graves problemas estructurales que padece la profesión de la arquitectura es responsabilidad de los propios arquitectos, y creo que todavía está pendiente un auténtico análisis autocrítico de lo que nos ha llevado a la situación actual (por ahora seguimos en la fase de decidir quién se ahoga y quién tiene sitio en el bote salvavidas), pero si la LCSP es la solución, que baje Dios y lo vea.

  7. Epicureo

    A cualquier cosa llaman cambiar el mundo.

    Este artículo es tan absurdamente pretencioso que parece una parodia. Lástima que no lo sea.

  8. Salvador

    One Hit Wonder

  9. Pingback: El día que un arquitecto español cambió el mundo | The Specialist

  10. eva_arq

    El ego los cria y ellos se juntan. Que pretenciosa publicación, que vacio todo. Que horror para la profesión de la arquitectura. Todo el interés del proyecto se evapora al leer estas lineas vacias de todo. Un proyecto. Nada más. El resto: dudas sobre el talento, dudas sobre como contratar lacayos. Por qué no habla de otros proyectos: La torre de Gijón, el donuts de Madrid… Una vergüenza.

  11. Pepe Potamo

    Desconozco los pormenores eva_arq y tampoco soy profesional del ramo pero la torre de Gijon siempre me pareció una pasada y creo que hubiese sido un edificio importante en y para la ciudad …

  12. Fernando

    Lástima que un artículo de JD demuestre tan poca profundidad y tanta pretensión. Que suerte tener una adjudicación o un Pritzker a sólo una llamada de teléfono. Este señor desde que buscaba «esclavos» perdió cualquier respeto que podría tener para mi, él y su arquitectura pretenciosa.

  13. Pingback: El día que un arquitecto español cambió el mundo - Lope de Toledo

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