Arte y Letras Historia

Cumpleaños de la vergüenza: Kristallnacht

Sinagoga berlinesa en llamas (DP)
Sinagoga berlinesa en llamas (DP)

Un día como ayer, en la mañana del 10 de noviembre de 1938, Alemania se despertó con sangre. Cadáveres por las calles, comercios y viviendas destrozados, humo de incendios y ánimos desorbitados, enloquecidos. La Krystallnacht, noche de los cristales rotos, fue una denominación casi eufemística de una tremebunda realidad: el asesinato de decenas de ciudadanos inocentes, de origen hebreo, en las ciudades alemanas más importantes, la destrucción de más de mil sinagogas por todo el país, el saqueo de siete mil tiendas de propiedad judía, escuelas, hospitales… Los historiadores coinciden en que aquí, justo hoy hace setenta y cinco años, se fraguó la barbarie. Animados por el fanatismo de miles de exaltados germánicos, que se lanzaron, como lobos, a la caza de la presa judía, el régimen de Hitler deportó al día siguiente a casi treinta mil hebreos a campos de concentración. Los judíos pagaban con sus ahorros, con los pocos derechos que les quedaban, con su libertad, con su vida, el antisemitismo que acababa de encontrar excusa para propagarse como la pólvora. Poco tiempo después, justificado por un gobierno legítimo y con un escrupuloso orden de aniquilación, morirían casi seis millones durante el Holocausto. Una vergüenza que cumple años y la canciller del país germano, Angela Merkel, califica como «la noche más oscura de la historia alemana».

Pero empecemos por el principio. Hitler había llegado al poder en 1933. Tenía cuarenta y cuatro años, diez como líder del partido nazi. Disfrutaba de gran apoyo popular y las masas, enfervorecidas, coreaban su nombre. Haber perdido la guerra había dejado a la población alemana desvalida y ávida de recuperación, de esperanza. El gran caldo de cultivo para el auge de los totalitarismos, del fanatismo, estaba ya preparado. El Führer había pasado ya por la cárcel (acusado de insurrección) y había escrito la primera parte de Mein Kampf (Mi lucha), manual antijudío por excelencia. En él, culpaba, directamente, a la raza judía de todos los males de la sociedad alemana. En marzo de ese año, a quince kilómetros de Múnich, se inauguraba Dachau, el primer campo de concentración destinado a apresar a socialistas/comunistas, considerados un gran peligro para el régimen. Al mando de las gestiones, el jefe de la policía de Múnich, Heinrich Himmler, quien posteriormente ordenaría la matanza de millones de judíos, gitanos, enfermos mentales y homosexuales a los que mandó someter a todo tipo de macabros experimentos médicos imposibles de contar/recordar/digerir. Muy cobarde, Himmler se suicidó, ya capturado, mordiendo unas cápsulas de veneno escondidas entre las muelas. (Una inquietante máscara mortuoria constataba su muerte). Con el suicidio evitaba convertirse en el mayor acusado en los juicios de Núremberg, celebrados en 1945, al término de la guerra.

Limpiando las calles tras la noche de los cristales rotos (DP)
Limpiando las calles tras la noche de los cristales rotos (DP)

En la noche del 9 de noviembre, la ira incontenible contra los judíos comienza con una verdad y una manipulación. La verdad: un judío polaco, de diecisiete años, había matado a un diplomático alemán en París. La manipulación: Hitler aprovecha la indignación popular para sembrar el caos y culpar a todos los judíos. En lugar de controlar las manifestaciones, la dictadura las anima. Retiran a la policía de las calles. Miran para otro lado. Prenden la llama y dejan propagarse la hoguera. «Los judíos deben sentir la ira popular», dijo Hitler esa misma noche. Pero la coincidencia de miles de actos «espontáneos» a la misma hora, contra la misma gente, en las ciudades más importantes de Alemania y Austria, era demasiada casualidad. El tiempo y los expertos demostraron que la supuesta «ira popular» venía perfectamente orquestada desde el gobierno del Führer.

¿Cómo pudo cuajar tanto odio? ¿Cómo llegó a producirse tanta violencia? Los orígenes se remontan a cientos de años atrás, y los antecedentes a las propias medidas, anteriores a Hitler, de rechazo semita. Pero vayamos a París en la mañana del 3 de noviembre, una semana antes del desastre. Hitler acaba de ordenar la expulsión de diecisiete mil judíos polacos, entre ellos el matrimonio Grynszpan, que vivía en Hannover. Polonia tampoco los quiere recibir. La indignación es total entre la población hebrea. Un hijo de la pareja, Herschel Grynszpan, de diecisiete años, vive en París. Recibe una postal en la que le informan, desde la frontera, de la terrible situación de sus padres, camino de ningún lugar. Cuatro días después, el 7 de noviembre, tras darle vueltas y más vueltas, Herschel está enfadado, fuera de sí. Sale a la calle y compra una pistola. Escribe una nota. Al día siguiente acude a la embajada de Alemania en París. Sin controles, le dejan pasar. Dispara tres tiros en el abdomen al embajador alemán Ernst von Rath. La nota decía: «Queridos padres, no puedo hacer otra cosa. Que Dios me perdone. Mi corazón sangra cuando oigo hablar de la tragedia de diecisiete mil judíos. Debo protestar para que el mundo me escuche, y esto, me veo obligado a hacerlo. Perdonadme».

Las noticias desde París llegaron inmediatamente a Múnich. Un judío con nombre y apellidos era visiblemente responsable de una atrocidad. La maquinaria de Hitler se pone en funcionamiento. Y consigue su objetivo: el primer movimiento coordinado de ataque a los hebreos, germen del funesto Holocausto.

Herschel Grynszpan (DP
Herschel Grynszpan (DP

Durante los últimos sesenta años, el nazismo y el Holocausto han sido tema tabú en muchos alemanes. Los ancianos porque, de algún modo, habían participado en el sistema nazi (obligados o convencidos, directa o indirectamente) y los que no colaboraron, al menos, lo conocieron y aceptaron. La filósofa judía Hannah Arendt ofrece reflexiona sobre este aspecto en su libro Eichmann en Jerusalén. Según multitud de datos de la escritora, los dirigentes del régimen coparon la mayor parte de los empleos públicos tras la caída de Hitler y llevaron vidas normales, incluso de éxito y reconocimiento, dejando atrás —sin asumirlo y sin pasar por juicio alguno un cruento pasado.

Durante los actos de conmemoración de la fatídica noche celebrados ayer en Alemania, las reacciones han sido de los más diverso. Actualmente, la sensibilidad respecto al tema judío podría intentar resumirse en tres actitudes: los que piden perdón, ya ancianos, porque fueron parte del sistema; los que, irremediablemente, sienten vergüenza y lo manifiestan, porque pertenecen al país que cometió el genocidio; y los que, a modo de reivindicación, tras años de remordimiento, perdón y vergüenza reconocida, explican que «ya está bien»», que piden perdón de forma sincera y evidente (gobierno, instituciones públicas, individuos así lo han demostrado), y que tienen que seguir sus vidas sin el estigma monstruoso que los relaciona con asesinato, frialdad, superioridad y muerte. En este grupo se encuentra, T.F. un profesor del norte de Alemania, de cincuenta años, que explica el remordimiento sentido en su infancia respecto a crímenes que nunca cometió. «Vine al mundo de padres que fueron niños durante el nazismo. Los mayores fueron adultos durante la guerra y el Tercer Reich. Eran gente humilde, campesinos, que solo trataban de sobrevivir. Ninguno era nazi. Muchos hombres de mi familia murieron como soldados en la guerra. La otra parte de mi familia aguantó como pudo. Unos, por su origen medio judío, como supervivientes del Holocausto, y otros, como socialistas/comunistas, que también tenían que esconderse en aquellos años. Los niños recibimos muchísimas clases en la escuela sobre nuestro negro pasado. Aprendimos mucho, diariamente, sobre las atrocidades que cometimos. Era casi un exceso de información para nosotros, los niños, que nos sentíamos muy vulnerables, débiles, sobre todo cuando viajábamos a otros países. Cuando llegué a otros lugares, sin embargo, encontré una perspectiva diferente de cómo los demás nos miran a los alemanes. Hoy en día, estoy convencido de que no hay tantos países que hayan observado tan de cerca su propio pasado oscuro como nosotros. Desde la humildad y mi propio conocimiento de aquello, desde entonces hasta ahora, me siento orgulloso de cómo lo hemos gestionado». Después, admite el profesor, su preocupación sobre los nuevos grupos antisemitas, de ideología nazi, formados en algunas ciudades alemanes. «Es incomprensible que esto esté ocurriendo», se escandaliza.

Pero el problema no habita solo en Alemania. Las encuestas más reciente arrojan datos escalofriantes sobre el aumento del rechazo judío en Europa, con Francia a la cabeza. También preocupa el auge de movimientos radicales, muy violentos, contra ellos y contra la inmigración en general, como se ha visto recientemente en Grecia o en Rusia, entre otros. La precaria situación actual, con falta de recursos económicos y desesperanza generalizada, parece que no provoca generosidad con el extranjero. Se les vuelve a culpar de lo que sea. Como si aprender fuera imposible. Se cumplen setenta y cinco años de la vergüenza y Europa, después de tanto, no parece estar limpia de odio.

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7 Comentarios

  1. Júlio Béjar

    Formidable artículo. Enhorabuena.

  2. Esa encuesta reciente no mide el rechazo a los judíos, puesto que sólo se les ha encuestado a ellos. Lo que mide el estudio es la sensación de rechazo de los propios judíos. No es lo mismo. Aunque en cualquier caso es preocupante.

    Por lo demás, muy interesante. ¡Gracias!

  3. La verdad, el artículo está vacío de todo contenido… va y viene sin entrar en lo que fue la noche de los cristales rotos. parece más el típico artículo de un periódico generalista que de los artículos a los que nos tiene acostumbrados Jot down..

    Dos matices o apuntes:
    1. tengo entendido que el primer campo fue Sachenhausen, en las afueras de Berlin y no Dachau
    2. La gran sinagoga de Berlin se salvó de la quema gracias a la labor de un policia local que, dada la fama de cuadriculados de los alemanes, llamó a los bomberos cuando intentaron incendiarla los nazis y defendió el edificio pues estaba protegido por la ley por su valor artístico.

  4. El problema es que los que menos han aprendido de todo esto son los propios judíos, por dejar su destino en manos de otros radicales – los sionistas – y las políticas de agresión que llevan contra sus vecinos árabes, amén de su gran hermano americano que como todos sabemos está en buena parte controlado por el mismo lobby sionista.

  5. La verdad, esperaba algo más del artículo, no me aporta nada nuevo. Todo lo que se cuenta es archiconocido. Además, cae en una serie de simplificaciones que uno creía ya estaban superadas.

    De entrada, se empeña en presentar el antisemitismo como un problema sobre todo alemán, cuando eso es del todo falso. Es falso porque, para empezar, el antisemitismo tiene, por desgracia una larga historia, que arrancaría en última instancia desde la época en que la secta cristiana quiso marcar distancia de la matriz judía. Hubo una lucha soterrada de un par de siglos por ver quién se llevaba el gato al agua, sobre todo en la parte oriental del imperio romano, y esa lucha se acabó de decantar del lado cristiano una vez su religión se convierte en la oficial del imperio. A partir de ahí hubo vaivenes de todos los colores, con episodios de persecución seguidos de otros de una relativa convivencia pacífica en la que, eso sí, los judíos siempre solían ser ciudadanos de segunda.

    Y ése fue un fenómeno ampliamente extendido por todo el mundo cristiano, da igual que hablemos del ámbito católico como del ortodoxo. Es más, si ha habido y sigue habiendo un país con arraigada tradición antisemita, ese país es Rusia. Y los polacos y ucranianos, por ejemplo, tampoco se quedan atrás. De hecho, son múltiples los testimonios que hablan de lo poco que tuvieron que obligar las SS a las poblaciones locales a medida que se fueron expandiendo por esos países durante la 2ª GM para que les ayudaran a perseguir y exterminar judíos: estaban encantados.

    A este respecto, claro está, ver «Shoah», de Claude Lantzmann, es una tarea ineludible y un sano ejercicio de reflexión.

    Pero centrarnos sólo o mayormente en los alemanes es de lo más cómodo: el problema es suyo, no nuestro. Que se lo digan si no a los austríacos, tan culpables como los alemanes pero que se fueron de rositas después de la guerra. Las imágenes del famoso Anschluss son esclarecedoras: no se le ve muy disgustados que digamos de pasar a ser miembros del III Reich…

    Y otro de los tópicos manidos es el de la supuesta reticencia de los alemanes a «reconocer su pasado». Como bien dice el testimonio que se recoge en el artículo, ya está bien, hombre. Es muy cierto que durante el par de décadas inmediatamente posteriores a la guerra los alemanes no tenían demasiadas ganas de rememorar nada y un buen número se hicieron los longuis, cosa, por lo demás, esperable. Es «curioso», no obstante, que siempre se recuerde a todos aquéllos que se integraron sin mayor problema en el aparato del estado de la nueva Alemania Occidental, en sus grandes empresas o que tuvieran carreras estupendas al otro lado del charco en EEUU. El caso de Herbert von Braun, «padre» de las bombas volantes V1 y V2 y luego «padre» del programa espacial de los EEUU, el que acabó por llevar al hombre a la Luna, es arquetípico. Pero es que un buen puñado de «buenos nazis» tampoco tuvo el más mínimo problema en integrarse en las estructuras de poder de la Alemania comunista, la RDA, cosa que nuestra progresía tiende siempre a dejar de lado, igual que dejan de lado el infame pacto Molotov-Ribbentrop justo antes del comienzo de la guerra y por el que nazis y comunistas se repartieron de forma infame Polonia y se le dio carta blanca a Stalin en Finlandia. Claro, como el enemigo siempre es el capitalsimo imperialista, se aplica aquello que decía el bueno de Deng Xiaopin: qué más da gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones.

    La URSS pesiguió a los judíos con especial saña, siempre fueron sospechosos al régimen por tener alma capitalista, cegados por el tópico antisemita de que los judíos siempre está podridos en pasta y que son quienes controlan la banca mundial y demás idioteces que se siguen repitiendo machaconamente a día de hoy; y no en Rusia o en Alemania, sino aquí mismito, en este país llamado Absurdistán.

    Y es que ésa es una de las cosas «fantásticas» del antisemitismo, que los judíos son culpables de una cosa, su opuesta y todo lo contrario. Según Hitler y Stalin, el capitalismo estaba en manos de la banca judía. Y según Hitler, el bolchevismo era medularmente judío. Es decir, el sionismo es capitalocomunista o comunalcapitalista, como prefieran. En parecidos términos, nuestra progresía ágrafa, perdón por la redundancia, sigue empeñada en que el judaísmo es quien tiene el poder en el mundo porque es quien maneja toda una serie de «hilos secretos». Pero, a la vez, no les queda más remedio que reconocer que a los judíos les han dado de hostias sin tino: cinco millones largos de muertos lo atestiguan. Entonces ¿cómo es la cosa? ¿Tienen el poder del mundo pero al mismo tiempo escaparon en un alambre? A menos, claro, que la Shoah no sea sino una gran cortina de humo y que «la mano que mece la cuna» mandara a toda esa peña al matadero, o que se ofrecieran voluntarios ellos mismos, a saber, para despistar nuestra atención y que no viéramos cómo se quedaban ellos con todo el pastel.

    Sonará ridículo; de hecho, lo es. Pero no me estoy inventando nada: «perlas cultivadas» de este nivel las he visto y oído no una ni dos sino varias veces más a lo largo de los años. Lo bueno de los conspiranoicos de todos los colores es que nunca te defraudan: siempre se las arreglan para caer más bajo en su abyección y su estupidez.

    Puestos a pedir análisis de conciencia, ¿por qué no exigírsela al comunismo? Sólo en el caso de la URSS, se llevó por delante a la módica cifra de 20 millones de personas. Los cálculos más realistas para el resto del mundo hablan de unos 100 millones de muertos: no está mal para los liberadores del «género humano en la Internacional». Pero no, para el comunismo no hay un Nurenberg, cuando se publica «Archipiélago Gulag» o «El libro negro del comunismo» saltan sobre la marcha las voces indignadas y las acusaciones de filonazismo y demás lindezas. Por lo visto, morir en el Gulag o en el Laogai, el equivalente chino, era una cosa estupenda. Cuando el castrismo crea campos de reeducación para los homosexuales (el primer comunismo era profundamente machista y buena parte de su historia fue igualmente homófobo) es una cosa de lo más sana: así hacen ejercicio cortando caña de azúcar y se olvidan de sus mariconadas.

    Pero que no cunda el pánico, que el Prontuario del Buen Izquierdista tiene respuestas para todo: es cierto, todo eso fue un horror. Pero, ¡¡ah, aaamigo!! Es que eso no era comunismo: era… (redoble para crear espectación)… ¡Capitalismo de Estado! ¿Ven como siempre son los cabrones capitalistas? Si es que no se puede despistar uno un momento: la URSS, el bloque del Este en peso, China, Vietnam, Corea del Norte, Cuba, Etiopía, Angola, Myanmar, Camboya (pueden seguir añadiendo)… En todos esos casos, a lo largo de 70 años o incluso hasta la actualidad, resulta que ni uno de ellos es comunismo del bueno, del fetén: siempre es una perversión… Bueno, en esto último aciertan, todo hay que decirlo…

    Igual que en lo del retorno del nazismo, que aparece citado al final del artículo. Peino canas hace un tiempo y desde que era un adolescente vengo oyendo esa cantinela. Como en aquella época Franco llevaba pocos años muerto, era plausible. Pero lo cierto es que eso se escucha por toda Europa desde hace décadas (será el fantasma de Marx…) y lo curioso del asunto es que desde hace décadas Europa ha estado gobernada por diversos partidos socialistas o por partidos más o menos conservadores pero que han mantenido, a grandes rasgos, políticas de mantenimiento del Estado del Bienestar. Que, no lo olvidemos, jamás, nunca, de ninguna forma, fue una lucha de la izquierda: siempre fue fruto más bien de gobiernos liberal-conservadores, socialdemócratas como mucho, contra los que la izquierda siempre advirtió porque eso no eran sino migallas para taparle la boca al trabajador y dinamitar la lucha obrera. Las hemerotecas tienen toneladas de material de esa altura intelectual como para dejar claro que no miento. Casos como el de Haider en Austria hace unos años o lo que podría ser el caso de Le Pen en Francia, lejos de ser la norma, son más bien la excepción que confirma la regla. Lo de Amanecer Dorado, francamente, me suena a Lluvia Dorada, qué quieren que les diga: porno cutre.

    Ah, pero, de nuevo, todo tiene solución: es que el peligro fascista está ya en los partidos de derechas, que, por definición, son fascistas, todos sin fallar ni uno. ¿Ven qué fácil? Cavamos una trinchera (¡qué sería de la izquierda si no tuviera una trinchera! Les faltaría el aire) y ya está: acá nosotros, los buenos, la izquierda. Más allá, el averno, el fascismo… Los que ayer fueron a reventar aulas y mobiliario en una universidad en Madrid, gente pacífica a carta cabal como se ve en la fotografías, ya lo dejaron claro: contra el capitalismo y el fascismo…

    Y eso, a lo que se ve, no es un peligro. Hay diversos partidos en toda Europa, Alemania inclusive, que abogan claramente por el retorno al comunismo y que añoran el estado de cosas de cuando Eric Honneker o Enver Hoxa. Y eso, extrañamente, no es preocupante. Para que luego digan que la izquierda está de capa caída…

    Pero ya lo dijo ayer nuestro preclaro Gaspar Llamazares (yo siempre fui del Rey Baltasar, qué le voy a hacer): lo de las Brigadas Rojas, Sendero Luminoso o la Baader Mainhoff no es terrorismo sino «lucha revolucionaria». Por tando, ninguna cuenta que saldar. Habrá que írselo a decir las viudas y los huérfanos de los muertos, que parece que no se acaban de enterar. Sin duda, les supondrá un gran consuelo: han muerto en nombre de una causa justa, de un ideal superior. Como con la yihad: luego se extrañarán de que ese buen hombre, ese campeón de la libertades en Irán que fue el Ayatolá Jomeini se llevara tan bien en su día con la izquierda: no lo olvidemos, lo suyo era una revolución, así que todos tranquilos…

    Desde estas páginas digitales se ha escrito bastante con respecto al nazismo. Me parece perfecto que se haga; de hecho, es un tema que me apasiona y del que procuro leer todo lo posible de lo que va saliendo de calidad, que en los últimos años ha sido bastante.

    Pero echo de menos que no se haga un esfuerzo equivalente para poner negro sobre blanco los horrores del comunismo. Por desgracia y por inexplicable que me parezca, ser comunista sigue gozando de buena prensa. La bendita superioridad moral de la izquierda.

    Firmado: un votante de años del Partido Comunista de España

  6. Isaías, tu vómito anticomunista es tan típico de esa progresía que denuncias con tanto ahínco, que pareciese como sí el asunto judío hubiese sido un pretexto en tus manos para lanzar la idea fuerza que te ronda…

    Por supuesto, nada hay de cierto en el supuesto antisemitismo de la URSS, cuestión tan ridícula y superada que produce cierta lástima verla aún circulando entre los ilustrados del régimen liberal.

    Recomiendo a quienes sientan cierta curiosidad intelectual que se acerquen a la obra historiográfica de Moshe Lewin, nada sospechoso de ser agitador estalinista, en la que se aborda el asunto de las mentiras de la guerra fría con cifras y documentos.

    Negar que a raíz de la implosión soviética comenzó a poder investigarse con un mínimo rigor, gracias a la paulatina desclasificación de archivos hasta entonces inaccesibles, y que toda la elaboración al respecto hecha en los años de plomo de la guerra fría no respondía más que a la labor de agitprop de un bando hacia el otro, es negar la evidencia.

    Y hablar aún en esos términos del pacto Molotov- Von Ribbentrop, con la inacabable bibliografía sobre la II guerra mundial y sus entretelas, en fin, es pinchar a Torrebruno en el Pachá Ibiza.

    Por más que sea cansino repetirse tanto, la URSS derrotó al nazismo a puro huevo, no solita pero casi. Son bastantes las cartas de Stalin a Churchill y a Roosevelt exigiendo la apertura de un segundo frente que descargara al ejército rojo de la enorme presión de sostener en solitario la defensa del este de europa, y facilitara su contraataque. Ese compromiso previamente adquirido por las potencias capitalistas se demoró casi tres años, obligando a la URSS a un esfuerzo inédito, dejándola extenuada ante la posguerra, intención última de la demora.

    El intento de equiparar nazismo y comunismo siempre fue una fantasía nazi, ansiosos como estaban por constituirse rápidamente en corriente política y filosófica de alcance internacional, y sabedores de que esa comparación les resultaba tremendamente beneficiosa. Sólo un nazi o un idiota realizaría semejante intento.

    Tan iguales somos, que en Stalingrado aún se encuentran pedazitos de la werhmacht cada vez que hay obras.

    En fin, salado. Tú a tus «Unsere mütter, unsere väter», que ahí sí que se hace historia, pobres alemanes ellos, tan ilusos que creían poder pasar las navidades en Berlín…pobrucos, si ellos no querían….

  7. Pingback: Me gustaría que se lo hubieses dicho a la prensa

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