Desde Chennai, India
En el mismo momento en que arranco a escribir estas líneas, unos ochenta millones de personas están siguiendo en directo, a través de televisión, la retransmisión de una partida de ajedrez. Varios cientos de millones más lo harán a través de internet o en diferido. Son cifras superlativas, perfectamente comparables a las que alcanza cada año la final de la Superbowl. El match que disputan en Chennai el ídolo local, Viswanathan Anand, y el joven prodigio Magnus Carlsen, ha sido además el primer trending topic en sus respectivos países de origen, India y Noruega. Y las más variopintas publicaciones, como Time, Cosmopolitan, Financial Times o Sports Illustrated, ya le habían dedicado páginas enteras a este encuentro desde antes de que se moviera el primer peón en Chennai.
No cabe duda de que el ajedrez está lejos de ser un deporte de masas. Sin embargo, de tanto en cuando, sucede que un duelo por el campeonato mundial de ajedrez se convierte en un fenómeno global, que cautiva la atención no solo de los aficionados, sino de millones de curiosos atraídos por el halo de misterio que envuelve a este juego centenario. A ello contribuye también el particular tempo de esta competición: aunque su periodicidad varía, suele celebrarse aproximadamente cada dos años, tras un proceso de selección durísimo del que sale un único candidato. La escasez de oportunidades para ascender a esta cumbre hace más trágico cualquier error y aumenta la épica; y el periodo de espera va incrementando la expectación entre los aficionados. Es un fenómeno que solo resulta comparable al que generan los mejores duelos boxísticos o, quizá, las grandes citas en la prueba reina del atletismo, los 100 metros lisos.
Mientras que muy pocos recordarán dentro de un par de meses ese partido de la Champions League de fútbol que tan emocionante nos pareció la semana pasada, toda una generación quedó marcada por aquel duelo que disputaron Boris Spassky y Bobby Fischer en 1972. Durante ese verano, el mundo entero se detuvo a contemplar lo que sucedía alrededor de aquel tablero en Reykjavík en el que, en plena guerra fría, un americano y un soviético se medían para demostrar quién era el mejor estratega del orbe. Por todas partes, en ciudades de todo el mundo, se podía ver a aficionados reproduciendo los movimientos de las partidas que recibían a través de los periódicos o los boletines de radio; en juego estaba un título que, en cierta manera, confiere al vencedor el aura de «persona más inteligente del planeta».
Seis años más tarde, ya con Bobby Fischer desaparecido de escena, todos los focos volvieron a apuntar a un tablero cuando, en Filipinas, un enclenque muchacho llamado Anatoly Karpov tuvo que salvar la honra de su país, y de todo un sistema político, defendiendo su corona ante un disidente soviético: el veterano Viktor Korchnoi. Y ya se sabe que no hay peor enemigo que el que ha sido tu amigo: si bien el triunfo de Bobby Fischer había hecho rodar cabezas en la URSS, la posible victoria de un desertor hubiera sido mucho peor; resultaba algo inimaginable. Se había invertido demasiado en convertir a Karpov en un héroe nacional, en el paradigma de la superioridad intelectual soviética, como para echarlo a perder ahora con una derrota ante un indeseable. Fue este un duelo plagado de escándalos, sazonado por la presencia de agentes de la KGB que desataron la paranoia, con consecuencias como las acusaciones de que el bando soviético empleaba parapsicólogos para hipnotizar a Korchnoi.
Mediados los ochenta, surgió la que es posiblemente la mayor rivalidad en la historia del deporte. Karpov y Kasparov se midieron por primera vez con el título en juego en 1984, bajo un formato que daría el triunfo al primer jugador en lograr seis victorias, no contabilizando los empates. Aunque Karpov comenzó dominando claramente a su joven e impetuoso rival, este se recompuso, y fue tal la igualdad a partir de ese momento que el duelo se eternizó, prolongándose durante seis meses de interminables empates sin que Karpov consiguiera inclinar definitivamente el pulso a su favor. Los periodistas extranjeros que se habían desplazado a Moscú a cubrir el evento se enfrentaban a dificultades con su visado, a comprensibles problemas laborales y conyugales, y alguno incluso llegó a aprender ruso en su inesperadamente larga estancia. Acosado desde múltiples flancos, el presidente de la Federación Internacional de Ajedrez tomó una decisión sin precedentes: decidió suspender el encuentro sin proclamar vencedor, apelando a la preocupación por la salud física y mental de los contendientes. Karpov, ya de por sí un alfeñique, había perdido unos nueve kilos debido a la tremenda tensión. Kasparov, con solo veintidós años y una constitución atlética, parecía más entero físicamente, pero sus ojos encendidos y pelo alborotado le hacían parecer la reencarnación del mismísimo diablo: había pasado casi medio año aferrado con las uñas al borde de un precipicio. Curiosamente, cada uno de los dos ajedrecistas pensó que la decisión le perjudicaba a él y beneficiaba a su rival, lo que encendió la mecha de una enemistad que duraría décadas enteras. Para muestra, un botón: En cierta ocasión, en una entrevista con Der Spiegel, le preguntaron a Karpov, «¿qué haría si fuese con su esposa al mejor restaurante de la ciudad, y la única mesa libre fuese la situada al lado de donde se encuentra cenando Kasparov?». La respuesta de Tolia fue inequívoca y fría como el hielo: «Puedo sobrevivir varios días sin ingerir alimento alguno».
Kasparov y Karpov se batieron en cinco encuentros por el campeonato del mundo. A lo largo de su carrera se enfrentaron en unas doscientas partidas, que suponen en total más de setecientas horas sentados el uno ante el otro con un tablero de por medio. ¿Se imagina el lector lo que puede suponer pasar setecientas horas sentado, en completo silencio, frente a la persona a la que más odias en el mundo? Su personalidad completamente antagónica, y lo parejo de sus resultados, disparó la repercusión de sus encuentros. La última partida del mundial que disputaron en Sevilla en 1987, retransmitida en directo por TVE, alcanzó una audiencia de trece millones de espectadores, un récord que tardaría mucho en caer.
El ocaso de Karpov privó al ajedrez de uno de sus mayores atractivos deportivos, aunque Kasparov, sin un rival humano a su altura, aún consiguió una enorme repercusión con sus duelos contra la computadora Deep Blue. Despojado del título de campeón del mundo en 2000 por su antiguo discípulo Vladimir Kramnik, Kasparov todavía logró mantenerse como número uno del mundo hasta 2005, año en que decidió retirarse tras dos décadas en la cumbre. Su marcha parecía dejar al ajedrez huérfano de una gran figura que consiguiera atraer el interés mediático. Pero poco antes de su retirada se había cruzado brevemente en su camino un muchachito noruego que estaba destinado a convertirse en «el nuevo Bobby Fischer» que el ajedrez necesitaba: Sven Magnus Carlsen.
Carlsen hizo a los trece años todo lo que se supone que debe hacer un niño prodigio, como dar la campanada derrotando a una leyenda del juego —Anatoly Karpov fue su primera víctima— y aparecer en la prensa bajo el apelativo de «el Mozart del ajedrez». A los dieciséis años ya era una figura consagrada que se codeaba con la elite mundial con todo desparpajo, y a los diecinueve ascendió al primer puesto del ranking internacional, posición que no ha abandonado desde entonces. Su mayor desafío desde ese momento parece ser el de batir un récord tras otro: en puntuación Elo, que mide la fuerza teórica de un ajedrecista, superó recién cumplidos los veintidós años la marca histórica que ostentaba Kasparov, lo que le acredita como el mejor jugador de ajedrez que jamás ha existido. Los 2870 puntos que exhibe ahora le dan una ventaja de casi setenta puntos sobre el segundo en ese ranking; el lector menos avezado en ajedrez quizá no entienda muy bien estas cifras, pero confíe en lo que le digo: es una barbaridad. Su superioridad es aplastante, y en determinadas posiciones juega con la perfección de una computadora.
Pero Carlsen tiene aún otro talento más, un característica intangible aparte de su habilidad para definir estrategias y calcular secuencias tácticas sobre el tablero: Es tremendamente carismático. No solo aparece en los rankings de ajedrez, sino que la revista Cosmopolitan le nombró también «uno de los cien hombres más atractivos del año 2013», y Time lo incluyó en su lista de «las cien personas más influyentes» ese mismo año. Atrae a la prensa como un imán, y no solo a la de su país, que nunca antes había contado con una figura deportiva a nivel mundial. Consigue patrocinadores privados como en los mejores tiempos de Fischer o Kasparov. Es, incluso, la imagen de una conocida marca de ropa, que luce su foto a tamaño gigante en sus tiendas por todo el mundo, junto a la de la modelo y actriz Liv Tyler. «Así que… nuestro reportaje sobre ajedrez está recibiendo más visitas que nuestro artículo sobre las cien mejores modelos de Victoria’s Secret», comentaban sorprendidos en la cuenta de Twitter de la revista masculina British GQ.
Un par de anécdotas ilustrativas: cuando los Red Hot Chili Peppers actuaron en Rock in Rio en el año 2011, descubrieron que se hospedaban en el mismo hotel que Carlsen. Sin dudarlo un minuto, pidieron a su representante que les arreglara un encuentro con el campeón. A los pocos días, la foto de Magnus Carlsen jugando al ajedrez en su habitación de hotel con los famosos artistas ya había sido reproducida en la mitad de las publicaciones musicales del planeta. Es comprensible, a la vez que triste, que al pobre Carlsen le empezaran a llamar «el Justin Bieber del ajedrez», apodo que hace muy poca justicia con su inmenso talento. Pero sus fans tienen la culpa: al comienzo del campeonato mundial, varias de sus seguidoras noruegas se quitaron la camiseta para escribir sobre su cuerpo mensajes de apoyo que le hicieron llegar a través de Twitter. Eso sí que ha supuesto una revolución en el mundo del ajedrez.
Sin embargo, Carlsen no es el único que aporta fama y carisma en este Campeonato del Mundo. Hemos dejado para el final a su rival, el vigente campeón, Viswanathan Anand, cuyo caso recuerda un poco al del famoso fenómeno de las matemáticas Srinivasa Ramanujan: ambos son un talento único y explosivo, surgido en un lugar tan inesperado como la India. Vishy, como se le suele llamar, se convirtió en un gran reclamo para el ajedrez, por su personalidad fresca y chispeante, y por una característica peculiar: no solo destrozaba a sus rivales, sino que lo hacía sin apenas pensar, efectuando sus jugadas a una velocidad endiablada, con la misma soltura y elegancia con la que un crupier reparte cartas. Su primer gran éxito lo obtuvo en el torneo de Reggio Emilia (Italia) en 1991, cuando siendo aún un jovencito se llevó el triunfo por delante de Kasparov y Karpov.
Anand, sin embargo, se vio incapaz de superar a estos dos legendarios campeones en un match por el Campeonato del Mundo. Falló en su intento ante Kasparov en 1995, pese a haberse adelantado en el marcador. Y de nuevo se estrelló frente a Karpov, en 1998, de una manera especialmente dolorosa: las seis partidas previstas arrojaron un resultado de empate, y el título se decidió en dos partidas rápidas de desempate, que supuestamente eran la especialidad de Anand. «Algunos dicen que no gané a Kasparov en 1995 porque carezco de su «instinto asesino». Sin embargo, no hubiera sido natural que yo jugase con la agresividad con la que lo hacía él. Un jugador tiene que llegar a campeón del mundo jugando con su propio estilo, y no con el de nadie más», me explicó en una entrevista pocos días después de obtener su primer título.
Tras estos dos intentos fallidos, Anand obtuvo su primera corona en el año 2000. Y la revalidó en 2007, 2008, 2010 y 2012, siendo además el jugador que consiguió «reunificar» el ajedrez, acabando con el cisma que había ocasionado Kasparov al crear en 1993 una organización paralela a la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE). Y un mérito añadido es que Vishy ha ganado esos cinco mundiales en diferentes formatos: el tradicional match a varias partidas con el mismo jugador (como este de Chennai), pero también en formato por eliminatorias, o por torneo, modalidades con las que la FIDE experimentó durante unos años para intentar hacer este deporte más atractivo. Hablamos por tanto, a sus cuarenta y tres años, de un verdadero coloso, al que un sexto título le otorgaría un espacio privilegiado en la historia del juego. Si Carlsen lo permite, claro está.
El «fenómeno Anand» en India es también digno de estudio. Junto con las estrellas de críquet, es el único deportista importante con el que cuenta este país de mil doscientos millones de habitantes. Es algo así como el fenómeno de Rafa Nadal o Fernando Alonso en España, pero multiplicado por treinta. «Yo soy más famoso en India que Maradona en Argentina», me comentó en una ocasión, entre divertido y avergonzado a la vez. Protagoniza multitud de anuncios televisivos, y su participación en grandes torneos obliga a reforzar la parte técnica de la retransmisión (las partidas suelen emitirse por internet, y cualquiera puede seguirlas cómodamente en directo desde un simple smartphone), para asegurarse de que los servidores aguantan la «embestida» de cientos de miles de seguidores indios, ávidos por seguir las evoluciones de su ídolo. Y en esta ocasión, por primera vez en su carrera, Anand juega en su casa, en la ciudad que lo vio crecer. Es el momento de su vida, y también probablemente el momento más importante en la historia del deporte en este inmenso país. La ceremonia de inauguración del mundial se celebró en un estadio de fútbol, y a pesar de lo largo y tedioso del acto, treinta mil espectadores aplaudieron como posesos. Una victoria de Vishy, que no parte como favorito precisamente, conllevaría varios días de fiesta, incluyendo un desfile con carrozas y elefantes, como cuando logró su primer título. Y por el contrario, una derrota supondrá una tragedia nacional; pero el duelo de los aficionados indios quizá merezca la pena si las seguidoras de Magnus vuelven a arrancarse la camiseta.
http://chennai2013.fide.com
#FWCM2013
#AnandCarlsen
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Pues tiene pinta de que Carslen ganara el titulo antes de tiempo, 2 derrotas seguidas son un duro revés moral y un lastre difícil de remontar para Anand.
Felicidades por el artículo David.
Genial, como siempre, los artículos de ajedrez de Jot Down
Gran artículo !!!
El share de la retransmisión de la televisión noruega está por el 48%. Menudad barbaridad y qué envidia.
Hombre, decir que Noruega no «había contado con una figura deportiva a nivel mundial» es, como poco, muy atrevido: Igrid Kristiansen, recordwoman de todo el fondo durante largos años, probablemente la mejor fondista de la historia y una atleta de un carisma extraordinario; Bjorn Daehlie, mejor esquiador de fondo de la historia; Ole Ejnar Bjorndalen, mejor biatleta de la historia… Y sin entrar en saltos de trampolín, o el esquí alpino (Amodt, mismamente…) o en un reciente campeón del mundo de ciclismo (Thor Hushovd) o en las olimpiadas de invierno, en las que suelen vencer en el medallero.
Supongo que habria sido mas acertado decir «figura mediatica». Sin restar un apice de merito a los deportistas que menciona, no creo que en este sentido se puedan comparar a Carlsen.
Disculpas por la ausencia de tildes, escribo en un teclado extranjero.
David, el articulo es maravilloso como todo lo suyo, tengo el libro Anatoly Karpov, el camino de una voluntad. Un señor libro.
Saludes desde Colombia, Santiago Arango.
Muy buen artículo, si señor. Aunque hay algunos detalles debatibles sobre Carlsen. Eso de «superar el record de Kasparov le acredita como el mejor jugador que jamás haya existido» está claro que no es así, con la inflacción actual de elo (5 ptos por año) el record de Kasparov rondaría los 2920, aunque es cierto que hoy en dia hay más competencia. Pero de todas maneras estar entre ‘los mejores de la historia’,no te lo da el elo realmente sino más bien el palmarés, junto con otros detalles.
Otra cosa a añadir es que la diferencia de Carlsen con los demás no es la que refleja el elo, ya que el noruego lleva bastante años sin jugar un torneo por equipos, a diferencia del resto, que tienen sus elos ‘desinflados’ por participar en ellos.
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Excelente artículo, señor Llada. Tan sólo dos matizaciones: entiendo que la verdadera reunificación del título de Campeón del Mundo se produjo en 2006, con el enfrentamiento en Elistá entre Krámnik y Topálov. Ese fue el momento en el que, afortunadamente, el mundo del ajedrez ya pudo hablar de un sólo y legítimo campeón, tras el marasmo ocasionado por la FIDE con aquellos pseudocampeonatos de pacotilla que, supuestamente, coronaron a Ponomáriov, Khalifman o Kazimzhdánov, entre otros. La segunda cuestión ya ha sido comentada: el mareante Elo de Carlsen (2870, 2900 o al que llegue en su momento) no lo convierte en el mejor de la Historia. Primero porque está la inflación, que usted conoce de sobra, y que situaría al récord de Kaspárov de 2.851 incluso por encima (esa cifra, obtenida en 2000, es aún más descomunal). Y segundo porque el Elo es una simple referencia estadística: no convierte a nadie en «el mejor por siempre jamás». Cada campeón mundial, en su mejor época, fue la encarnación mental de Dios Padre sobre el resto de los seres humanos. Gracias por el magnífico artículo.
Concuerdo, el empleo de cifras y estadisticas como prueba concluyente de una verdad tacita es la tactica usual de los publireportajes corporativos; esto para movernos a pensar en la direccion en la cual quieren que pensemos. No quiero llegar a creer que un escritor independiente recurra estas mismas argucias para demostrar algo.
Por cierto, gran articulo. Se agradece.
Todos tenemos nuestra época y momento, igual sucede en el mágico mundo del ajedrez, todos son importantes en su época y nos toca de forma absurda comparar lo que no sabriamos como sería si se encontraran anacronicamente, viva el ajedrez!
Se sabe cualdo saldrá el articulo de Bobby F (VIII) Como es que no ha salido con el mundial de ajedrez jugandose?
Gracias a todos por los comentarios y por vuestras amables palabras. Varias de las puntualizaciones que algunos hacéis me parecen además muy correctas.
Un saludo,
David
Me parece que la enorme soltura con la que gana Magnus podria jugarle en contra en un futuro cercano, indudablemente es el mejor, pero si se siente en todo momento superior puede perder.
Si Magnus es el Mozart del ajedrez, Fisher es simplemente el BEETHOVEN del ajedrez.