Lleva toda la vida queriendo convencernos de que los ricos también molan, pero se conoce que Woody Allen ha tirado la toalla. O no se ve capaz de persuadirnos o se ha pasado definitivamente al bando de los pobres, que todo puede ser. Es lo que hace al menos en Blue Jasmine, su última película, en la que no veremos a ninguno de los neoyorquinos pijos e intelectualoides a los que tanto acostumbra él, que no en vano es pijo, intelectualoide y de Brooklyn, para más señas. De hecho su protagonista, Jasmine, vive nada menos que en Park Avenue y renuncia a cambiarse a Brooklyn cuando su vida se va al carajo, que es nada más arrancar la película. Hasta un diálogo le da Allen a Cate Blanchett para que lo diga bien alto, haciendo que se pregunte entre eufemismos que a ver qué iba a hacer una señora de su categoría, eh, en un barrio de Nueva York donde solo hay negros, latinos y blacktinos. Como diciendo: cuidado, que yo a esta mujer no la conozco de nada.
Y no la conoce, en efecto, porque Jasmine es muy poco alleniana. Para empezar no es pija, sino ridículamente pija. Y lo es consorte, además. Su marido Hal se dedica a unos negocios tan sumamente pingües como chachis, porque no solo reportan a la pareja el tren de vida que lleva, sino que les permiten socializar con lo mejorcito de Nueva York, por descontado gente siempre tan pingüe y chachi como ellos mismos. Desconocemos en qué consisten tales negocios, eso sí, porque la protagonista no lo sabe y maldito lo que le importa mientras haya partidos de polo, maletas de Vuitton y viajes a Saint-Tropez. Una cosa relacionada con la construcción, las finanzas o algo así, le dice a sus amigas siempre en pedorro conciliábulo antes de prorrumpir todas en risitas, ji ji ji, y beberse los martinis a un ritmo que cualquiera diría que tienen cada una un hijo en la cárcel. Que lo quiere, eso es cierto. Jasmine lo quiere y como para no, siendo Hal nada menos que Alec Baldwin. Pero que a lo mejor se está haciendo un poco la longuis, no sé si me explico.
Esto, por una parte. Por la otra —porque Blue Jasmine son en realidad dos historias paralelas y cosidas entre sí mediante el montaje— Jasmine llega a San Francisco después de que su marido, que resultó tan pieza como parecía, haya acabado en la cárcel por estafa de la gorda, arruinándola totalmente y poniéndole de guinda unos cuernos que ni el malo de Legend. Allí vive su hermana Ginger —Sally Hawkings—, que es inculta, algo choni y muy middle class pero tiene, como se dice en estos casos, un gran corazón. Ambas son hijas adoptivas y por tanto no parientes biológicas, lo que permite a Jasmine justificar tener semejante trapo de hermana mediante el determinismo: sus genes son mejores y los de la otra, peores. Aunque sabe que solo cuenta con su desprecio, Ginger acoge a su hermana por humanidad, claro, pese a que su marido haya volatilizado también sus propios ahorros. Por eso, porque no tiene a dónde ir y porque la acababan de encontrar loca perdida, hablando sola y la de Dios, por las calles de Nueva York. Jasmine solo acertó a recomponerse para coger un avión e irse a vivir con Ginger, sus dos hijos rechonchos e insoportables y el garrulo de su marido a su piso de setenta metros cuadrados en la soleada California, que para colmo de males no es ni tan soleada.
Y a partir de ahí, lo dicho. Las dos historias de Jasmine se alternan, dándose explicación mutuamente y permitiéndonos entender los detalles de cada una solo gracias a la otra, lo que facilita a Allen hablar de varias cosas a la vez. Fundamentalmente de ricos y pobres, pero no solo de eso. También de Nueva York y de San Francisco y de hombres y mujeres, apartado este en el que la última es su cinta más decidida desde Maridos y mujeres. El autor, de hecho, zarandea a su protagonista femenina y la somete a una violencia continuada que recuerda a Hitchcock o Lars von Trier más que al mismo Woody Allen, al que se le conocen estudios más o menos exhaustivos de personajes femeninos pero pocos ejercicios de sadismo como este, si no ninguno. Tragicómico, sí, y aligerado con esa maestría naturalista y esa repelencia por lo solemne que tan bien le sale a él, pero sadismo.
Es probable que también sea la cinta del director en la que se habla de política con más convicción. Pese a que Hal es un chorizo irredento, se queja constantemente de que le roba «el Estado», una noción que oiremos mentada en más de una ocasión a lo largo del filme. También se nos mostrará que Hal destina parte de su dinero a la financiación de causas benéficas y que lo hace no para alimentar las apariencias, sino por verdadera convicción moral. Hal, nos dice Allen, no era tan mal tipo a fin de cuentas. No urdía su corrupción como un proyecto, sino que la vivía de forma natural, consciente solo en parte de su ilegalidad o, dicho de forma más clara: sin darle demasiada importancia a la legalidad. Allen parece querernos decir que este millonario no propone el liberalismo, sino que ya lo vivía y que por eso precisamente se había hecho millonario a costa de los demás. Es un jardín en el que se mete pero del que no sale, no obstante. La sugerencia y la puntita nada más.
Seguramente se harán dos lecturas más de Blue Jasmine, que aquí particularmente vamos a proponer como equivocadas. Una es la alegórica, porque resulta muy tentador comparar a estos personajes con versiones antropomorfas de los agentes involucrados en el catacroquet financiero de 2008. Hal, por supuesto, sería la especulación financiera, y hasta podríamos pensar que un trasunto de Bernard Madoff, con quien el personaje comparte incluso detalles como su arresto por parte del FBI y la magnitud colosal de su estafa. En este supuesto Jasmine representaría a la clase pudiente que cerró los ojos, consciente de que algo no se estaba haciendo honradamente, a cambio de una felicidad narcótica y de vivir —atención, que lo vamos a decir— por encima de sus posibilidades. Su hermana Ginger —estafada directamente por Hal y condenada desde entonces a llevar una vida humilde— es la clase media en su reacción dócil e indulgente y su hijo Danny —el único que reprocha algo a Jasmine, el único personaje que se libra del flagelo de Woody Allen—, los jóvenes que protestan con rebeldía contra la situación mediante acciones como Occupy Wall Street. Podría ser, insisto, pero no acaba de serlo. Woody Allen nunca ha sido amigo de los símbolos. Y cuente el lector con que desconoce aún el desenlace de la película, por cierto bastante sorprendente. Ahí es donde todo parecido con la realidad, como se dice en estos casos, se convierte en pura coincidencia.
La otra lectura impropia pero facilona es la biográfica o la autoparódica, en particular cuando se trata de la primera película íntegramente estadounidense de Allen después de su tour europeo por Barcelona, Londres, París y Roma, lo que invita a pensar en un intento renovador del creador. Es muy probable que algo haya de personal en la historia de esta familia madura que se rompe abruptamente, en la que todo el mundo es adoptado, en la que una asiática despampanante seduce al padre y en la que el hijo varón se acaba desentendiendo de todos, pero ya está. No parece que Allen se haya querido retratar en su protagonista, una mujer neurótica que no accede nunca al rango de heroína y que si cosecha la simpatía del espectador no es precisamente porque tenga virtudes en nada, sino por la actuación —impresionante, esto sí que se oirá mucho y esto sí que es verdad— de Cate Blanchett. Tampoco parece que Allen tenga intención de desnudarse en una cinta tan poco alleniana en el fondo —algo más en las formas, como el jazz espesote que recibe al espectador en los créditos— que de hecho se viene comparando desde su estreno con Un tranvía llamado deseo, la película de Elia Kazan. La razón es que comparte con ella su andamiaje argumental y su foco absoluto en Jasmine, una suerte de Blanche DuBois rediviva, pero poco más. Por suerte Allen no incurre en el remake y nos cuenta una historia solo parecida a la que concibió Tennesse Williams para el teatro, pero hablando de cosas distintas. No le interesa la condición moral de sus personajes, por ejemplo, lo que constituye un gran acierto en una película de personajes buenos y malos. La historia tampoco acaba siendo un paseo por las intimidades mentales de Jasmine, sino un repaso observador de cómo la exmillonaria se escenifica a sí misma ante el mundo, que no es igual. Y, sobre todo, no hay intriga. Salvo el último, Allen nos descubre los grandes giros de la historia —y los hay, aunque no vayamos a contarlos aquí— pronto y sin dramatismo, con un gran desinterés.
Objetivemos. Estrenada en julio en Estados Unidos, Blue Jasmine cosecha ya en la web de críticas Rotten Tomatoes un porcentaje de reseñas positivas del 91%, lo que la sitúa reveladoramente cerca de la más celebrada de sus últimas películas, Midnight in Paris —que tiene un 93%— y hace que supere otras tan aplaudidas como Match Point —que cosecha un 77%— e incluso muchos de sus clásicos, entre ellos La rosa púrpura de El Cairo —90%— y la película del director que seguramente se parece más a la que nos ocupa, Alice —77%—. Habrá quien diga que la cinta no es el profetizado regreso que se espera del neoyorquino, pero nadie podrá negar que Woody Allen consigue sacar músculo con Blue Jasmine y parir una de las perlas fundamentales de su filmografía, extremo poco frecuente en los creadores a partir de una determinada edad. Hay que verla por eso y, sobre todo, porque Allen completa con ella el repaso a uno de sus grandes temas, el derrumbe de la personalidad, y lo hace magistralmente con la asistencia de Blanchett. Con el tiempo y por más que vaya a película por año, Blue Jasmine se convertirá en una de esas que el cinéfilo se arrepentirá de no haber ido a ver al cine. Avisados quedan.
Pues muy bien la reseña del señor Caviedes pero intentar ver justificaciones políticas encubiertas en la vida del marido de Jasmine me parece, como poco, sujetársela con dos dedos.
Woody Allen no es amigo de simbolismos, nunca ha hecho denuncia ni activismo de ningún tipo y creo sinceramente que en esta ocasión ha aprovechado un contexto que todos conocen y con el que se pueden sentir justificados para hablar, esto sí, de la vida superficial de la que disfrutan miembros de la alta sociedad estadounidense y de lo lejos que queda la realidad para muchos de ellos.
De paso hace una película en San Francisco, viaja un poco, le da a Cate Blanchett un papel inmortal y cumple notablemente con su película anual. De ahí a llamar «perla fundamental» a Blue Jasmine va un trecho importante.
A diferencia del anterior comentario, yo sí veo la componente política, radicalmente política, en la historia que nos cuenta Blue Jasmine. Por cierto, aquí: http://moreno-pestana.blogspot.com.es/2013/11/blue-jasmine-woddy-allen-en-la-era-de.html se propone una lectura de la película muy estimulante.
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Hacía como 25 años que no oía/leía la palabra chachi.
Estoy de acuerdo, no solo hace 20 años que no se usa, sino que está mal empleada, y totalmenet fuera de contexto.
Chachi es otra cosa.
A mi me encanta Allen, y esta es una de las películas que menios me ha gustado. Le falta la chispa, el humor corrosivo que tenía siempre, y también el ritmo que solía darle a su cine
Joder… pues yo tengo 26 años y uso la palabra chachi a diario…
Pues, no. Jasmine no justifica en el determinismo genético sus diferencias con Ginger, sino que, literalmente, afirma todo lo contrario. Ahí he dejado de leer.
Efectivamente, es al revés: Ginger es la que justifica las diferencias con el determinismo genético.
Jasmine, no se justifica, sencillamente cree que lo que ella hace la hace merecedora de lo que tiene, y que Ginger no hace lo mismo que ella. No sabe bien el qué, y de hecho la situación le debería demostrar que no es así, pero se empeña en que simplemente con seguir haciendo lo mismo, todo volverá a ser igual. Es una llegada a la idiocia a través del éxito; algo que ocurre todos los días, infinidad de veces a infinidad de personas.
Madre mía el doblaje…
Tampoco es correcto que «se trata de la primera película íntegramente estadounidense de Allen después de su tour europeo por Barcelona, Londres, París y Roma». Entre las dos primeras ciudades y las dos segundas ya rodó en USA «Whatever Works» y «Conocerás al hombre de tus sueños». En fin…
«Madre mia el doblaje»…totalmente de acuerdo con Pedro, y no he visto la película, ni la veré …doblada. El gran fraude del cine, al menos en España, es el maldito doblaje.
«En España se dobla muy bien», jajaja..y en Eslovaquia, Katmadu, Burundi y Gibraltar,jajaja. Si es que cualquier película, de cualquier nacionalidad debe de ser en su versión original. La voz de Cate Blanchet es su voz y el idioma en el que habla no la de Pepita Martinez o quien coño la doble, y no en castellano «por muy bien que la doble». Es un puñetero fraude. Además la VO es una estupenda manera de ayudar a aprender un idioma…que tanta falta hace en España …sobre todo a los presidentes de gobierno habidos y por haber. Lamentable doblaje. Que se acabe ya!!!!!
Hear hear
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Yo es que era ver la película y acordarme de la mujer de Bárcenas y el vástago de ambos…
que le tienes odio a allen, es algo que se refleja en tu articulo desde la primera palabra hasta el punto y final.
Yo no la consideraría una de las perlas fundamentales de la filmografía de Allen, pero sí que es una de los mejores de sus últimos años y, sobre todo, una de las más insólitas de su carrera. Con eso, debería bastar para ir al cine y chequearla. Si queréis leer un extenso análisis, pinchad http://elcadillacnegro.com/2013/11/22/blue-jasmine-pobre-nina-rica/
Definitivamente no hemos visto la misma película. Jasmine no renuncia a nada (jamás lo hubiese hecho) sino que hacen que renuncie a esa vida.
¿Qué hizo Hal? ¿Por qué fue arrestado? Ah sí, algo de (pienso) …(sigo pensando)…algo de dinero y estafa. Ya está.
¿En qué recuerda esta película a algo de Hitchcock? Éste jamás intentó psicoanalizar a la mujer y mucho menos entenderla, más bien la mostraba tal cual la veía él dejando al espectador obtener una propia opinión y visión.
La idea de Allen está exquisitamente bien pensada y terriblemente mal planteada; inconclusa y poco explotada. Me pregunto, ¿es una idea realmente buena si su ejecución es excesivamente mala? Bueno, no quiero ser cruel. Blue Jasmine no es una bazofia pero, vaya, que para mi opinión no pasa del aprobado y poco más.
Maldita la hora en la que no la vi en V.O (imposible en el cine, claro) porque así, al menos, podría decir algo positivo. Porque esa es otra, pésimo doblaje español. El film pierde matices, encanto y personalidad. El poco que podría haber tenido.
Vamos, Allen, podías haberlo hecho mejor. Tú antes molabas. Tú antes sacabas joyas de la nada, las vendías y pagaban incluso menos de lo que realmente valían. Ahora pagan por tus joyas más de lo que mereces.
Blue Jasmine es fundamentalmente el retrato de un personaje, probablemente uno de los mejores perfilados de la filmografía de Woody Allen. El envoltorio que le entrega a Cate Blanchet es extraordinario, y el vuelo que ésta le otorga la eleva a la interpretación de su carrera, y una de las más sólidas que quien escribe recuerda en el cine reciente.
Al hilo del cine que el Sr. Allen nos entrega en la última década, Blue Jasmine es una aparente película ligera que esconde un retrato feroz en su anverso. Esboza cuál delineante la frágil frontera que separa la cordura de la locura, y lo hace a partir de un personaje que pierde las riendas de su vida, que acaso nunca tuvo bien asidas. Nada es casual en los libretos del genio Neoyorquino, y el punto de partida de la adopción y los tumbos en la vida del personaje fundamental, en contraposición con el de su hermana no biológica, y sus posteriores tumbos, sustentan el andamiaje psicológico que se derrumba ante nuestros ojos.
Blue Jasmine es probablemente una de las películas más oscuras, lúgubres y descorazonadoras de la filmografía de Woody Allen. Y lo es (gracias al dominio del pulso narrativo y la puesta en escena, la fotografía del Sr. Aguirresarobe, y la música), bajo un falso tono de levedad, lo que resulta aún más complejo y sitúa a su director en pleno uso de sus facultades cinematográficas.
Ojala este señor viva mucho, y su lucidez nos permita seguir disfrutando de su cine. Su periplo europeo ha sido irregular, y sin embargo, sigue siendo imprescindible. Vayan a ver Blue Jasmine, aunque no estén de acuerdo conmigo (es su mejor película desde Matchpoint, seguida por Midnight in Paris), verán un fresco del siglo XXI. Posiblemente salgan del cine removidos por dentro, y sin embargo, reconfortados.
Imprescindible V.O. , como siempre.
Un saludo,
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Ilegible lamentablemente. El nivel de vocabulario específico, de España asumo, que utiliza el autor impide que el resto de los latinoparlantes podamos decodificar su escrito.
Siento decir que no estoy de acuerdo con la idea de que el Sr Allen solo se inspira ligeramente en Un tranvía llamado deseo. Uno de los principales ejes temáticos de la obra de Williams es la oposición entre realidad y fantasía, aquí está oposición está presente en las hermanas Jasmine y Ginger. Además la trama es casi un calco siguiendo paso a paso cada una de las escenas de la obra, eso sí obviando la violación. Cabe decir que el final de Jasmine es mucho más cruel que el de Blanche, Jasmine ya no puede ni confiar en los extraños…