Detesto la nostalgia gratuita. El tan manido y aburridísimo «ya no se hacen las cosas como antes». Ya no hay mujeres como las de antes —mentira— como Ava Gardner, Ingrid Bergman o Kim Novak. Tampoco hay tíos como los de antes (bueno, quizá esto sí sea un poco cierto) hombres de una pieza como Robert Mitchum, William Holden o Sterling Hayden. Por supuesto ya no se hacen películas como las de antes, ¿pero entonces qué hacemos con Amour o Gran Torino? La nostalgia —insisto— nos hace un poco más cursis y un poco más bobos.
No obstante, hoy he venido (aquí) a bajar la cabeza y alzar las copas junto al resto de la turba. Tenéis razón. En cierto sentido vamos en picado, sin frenos y sin orquesta ni violines que toquen «Nearer, my God, to Thee» antes de que toda esa mierda se hunda del todo. Somos peores de tantas formas que no caben en un artículo en Jot Down —que ya es decir—. Pero hoy hablaré de dos: el cinismo y la mojigatería. El cinismo forzado (hola, Twitter) con el que se supone que hay que barnizar cada comentario para parecer un poco menos imbécil y más moderno. «Solo las apariencias son fértiles» escribe Robert Smithson. Y así nos va.
La mojigatería. La dictadura de lo «políticamente correcto», lo polite (no hay traducción para esta maravillosa palabra, tan ceñida, tan pequeña, tan perfecta: polite), lo conveniente. Y esto somos, un hatajo de remilgados que no puede —ni sabe— beber, fumar, insultar, pegar una buena hostia o cagarse en Dios. No sabemos mandar a la mierda como Dios manda ni colgarle el teléfono en la cara, no vaya a ser que se enfade. «Qué pensarán» y demás cantinela bienpensante. Bah. Si es que ya no se hacen las cosas como antes.
Y para muestra, cinco botones como cinco soles. Cinco películas de la década de oro del cine (los cincuenta) donde se fumaba, se bebía y se follaba mejor —el set de Atrapa a un ladrón, cuidado—, películas protagonizadas por hombres y por mujeres. Ahí es nada.
La jungla de asfalto
Mi vida ha estado muy bien, pero no tengo la menor idea de cómo llegué a este momento de mi vida, en el que he perdido la huella de mis años. He vivido muchas vidas y me inclino a tener envidia al hombre que vive una sola, con una mujer, un trabajo, un país… bajo un solo Dios. Quizá esa no sea una existencia emocionante, pero al menos cuando llega a mi edad sabe cómo ha llegado. Yo no lo sé. Solo cuento los nombres de aquellos que se han ido y de aquellos que aún están: los cuento como un pirata cuenta su botín al final de un largo viaje.
Lo firma John Huston, el mismo que cerró la puerta de su vida y del cine con Dublineses. El mismo que rodó su testamento en silla de ruedas tras una máscara de oxígeno. El mismo que amaba la vida más que a sí mismo —que huía hacia adelante, que pintaba, boxeaba, bebía, apostaba, ganaba, perdía, caía y se levantaba—. Suya es la primera película de esta lista, La junga de asfalto (1950), y suya es la mejor ópera prima de la historia —lo siento, Welles— El Halcón Maltés. Nunca Marilyn estuvo tan guapa ni el cine negro fue más negro. Como el asfalto de la jungla de estos personajes llenos de sombras, que vagan en silencio (es una película de silencios). Y joder, cómo fuma y cómo bebe bourbon —con un solo hielo— Sterling Hayden.
Bésame tonto
Dicen que no encajo en este mundo. Francamente, considero esos comentarios un halago. ¿Quién diablos quiere encajar en estos tiempos? (Lo dice —evidentemente—Billy Wilder)
Dean Martin es The King of Cool y es que no hay personaje más cool que su Dino de aquella obra maestra de Billy Wilder (el guión lo firma junto a I.A.L. Diamond) Bésame, tonto. Dino se enamora perdidamente de una prostituta (Kim Novak, jamona mayor del reino) para acabar en brazos del ama de casa aburrida de un pueblo en mitad de Nevada (como la vida misma). La escena es puro Broadway, Dino susurrando al oído de la Novak baladas de medio tiempo de un LP de Dino con un Dry Martini en la mano y un cigarro en la otra. «He was white and shaken, like a dry martini». Ginebra, un roce de Martini seco, coctelera y un apunte: un Martini es poco, con dos rozará el peligro. Tres un exceso imperdonable.
Los sobornados
He sido rica y he sido pobre, y créeme, rica es mejor. (Debby Marsh)
Más cine negro. Los sobornados, quizá la mejor película de Fritz Lang (junto a M, el vampiro de Düsseldorf y La mujer del cuadro) de este austriaco exiliado, enjuto y silencioso. Glenn Ford como el sargento Bannion —el hombre honesto— y Gloria Grahame, la mujer problemática. Pero esto es cine de verdad, donde los personajes son personas y nada es lo que parece.
Los sobornados es en realidad la historia de un obsesión, de un secreto. Y aquí cabe todo el cine: la venganza, el dolor, un matrimonio común que comparte un vaso de whisky y un filete, el odio, Lee Marvin, el exceso, el calor que lo inunda todo (The big heat). Filetes, café y corrupción. Cigarrillos, whisky y amargura. Solo somos lo que nos sucede. Nada más.
El buscavidas
Dime Bert: ¿Cómo puedo perder? Ya sé lo que es tener carácter.
Paul Newman en El buscavidas (Robert Rossen) y Paul Newman en El Color del dinero (Scorsese). Primero un hombre derrotado ante El Gordo de Minnesotta para ser finalmente el hombre redimido que gana el campeonato de 8 Ball cuarenta años después en Las Vegas. La película de Martin Scorsese arranca en un tugurio, donde John Turturro pierde hasta la cartera frente a un impetuoso Tom Cruise, mientras Eddie Felson «el rápido» negocia con el barman las cajas de bourbon de contrabando.
Pero Eddie Felson, ese virtuoso del billar que no sabe beber, ese genio arrogante que tendrá que sufrir el templado e implacable machaqueo del Gordo de Minnesota, el suicidio de esa borracha coja que intenta convencerle de que un artista jamás es un perdedor, la necesidad de la redención para sobrevivir en el infierno. Y a partir de ese momento sublime, entre humo, resaca, tormento, peligro, desolación, Newman encarna la dignidad.
Para qué decir más, si Boyero ya lo dice todo.
Atrapa a un ladrón
—Qué prefiere, ¿muslo o pechuga?
—Usted elige.
Atrapa a un ladrón es una película «menor» de Alfred Hitchcock. Maravillosamente fotografiada (ganadora del Oscar en 1957) por Robert Burks. El guión —qué diálogos— es de John Michael Hayes. Y el resto, pues bueno: La Riviera francesa, un Jaguar Roadster Alpine, Grace Kelly y Cary Grant. Impecables. Irónicos. Perfectos. Beben Ginger Ale y toman el sol y, según cuenta la rumorología couché, no pararon de follar durante todo el rodaje. El mismo, por cierto, donde conoció a Rainiero. «Si ama la vida se enamorará de Francia» reza el cartel con el que se cierra esta historia ligera sobre John Robie, el Gato, un famoso ladrón de guante blanco que termina atrapado en las redes de la rubia inocente.
«¡Estás atrapado, Robie!» le dice la Kelly. Y quién no, Grace. Y quién no.
Casablanca
Lo han adivinado, un artículo sobre cine, hombres, mujeres, alcohol y nostalgia donde no se nombra Casablanca. Así es.
La jungla de asfalto, ópera prima?
Es verdad, Morris, la ópera prima de John Huston fue El halcón maltés. Por lo demás, estupendo artículo.
O han corregido el texto despues, o lo ha malinterpretado usted (estoy seguro de que es lo primero)
Para los redactores de JD:Es bastante molesta esa costumbre de corregir el texto sin advertirlo
Películas de John Huston anteriores a La Jungla de Asfalto: El Halcón Maltés (1941), El Tesoro de Sierra Madre (1948), Cayo Largo (1948)… y seguramente alguna más que me dejo en el tintero.
Conclusión: sigue ganando Orson Welles
Cierto, Morris. Gracias por el apunte.
La culpa es del Equipo Navazos y la Bota «Florpower», que conste en acta.
Si señor.
Otra precisión: es Cary Grant y no Gary Grant. Es un error muy frecuente.
Pingback: Bebíamos mejor
Pingback: Bitacoras.com
Esto es el esqueleto de un buen artículo…
Pingback: Uff, qué resaca - Seventy One
Ya no se hacen película como las de antes,y tiene razón el articulista los cincuenta,incluyendo parte de los cuarenta y sesenta,fueron la década dorada del cine