El treinta y uno de mayo de 1906, el día de la boda del rey Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, el anarquista Mateo Morral lanzó un ramo de flores al carruaje de los recién casados cuando pasaba por la Calle Mayor de Madrid. El ramo se desvió al chocar con el tendido del tranvía, sin embargo, y la bomba que disimulaba impactó en la capota del carro y rebotó hacia el cortejo nupcial. Murieron 24 personas y ninguna de ellas eran los reyes. También lo hicieron varios caballos del tiro, entre ellos el que aparece retratado en la magnífica fotografía que precede.
Fue tomada por un británico cuyo nombre de desconoce, desplazado a Madrid para la ocasión porque Victoria Eugenia, que aquel día recibió a sus invitados en el Palacio Real con el vestido de novia orgullosamente ensangrentado, era escocesa de nacimiento. Pese a ser una de las mejores es también una de las imágenes menos conocidas del suceso, aunque es así por una buena razón: la que acabamos de ver no es la foto original, sino solo la ampliación de una parte. La imagen que tomó el camarógrafo, en realidad, fue esta.
Parecen dos, pero se trata de una sola imagen estereoscópica o, lo que es lo mismo, una fotografía en tres dimensiones. Idealmente estas reliquias se hicieron para verlas a través de un dispositivo parecido a las gafas que usamos hoy en el cine en 3D, pero si causaron sensación desde mediados del siglo XIX fue porque también el ojo desnudo, el de cualquiera que esté leyendo esta pieza, puede reconstruir el relieve con un poquito de pericia.
Aunque no resulta tan sencillo como en los estereogramas de puntos aleatorios a los que estamos acostumbrados hoy —y aquí hemos preparado uno muy sencillo para ir entrenando el ojo; solo después de conseguir resolverlo el lector debería continuar con las imágenes de este artículo—, la técnica para ver estas fotografías en tres dimensiones es exactamente la misma: hay que mirar al centro de las dos imágenes que presentan, desenfocar la vista como si estuviésemos contemplando el infinito y, cuando ambas confluyan en nuestra visión, enfocar para mirarlas como una. No es fácil, insistimos, pero tampoco nada que no se pueda conseguir con un poquito de esfuerzo y un truco: aunque la intuición nos lleve a acercarnos a la pantalla, el 3D aparece con mayor facilidad cuanto menor sea la imagen en nuestra visión, por lo que resulta más efectivo alejarse de ella. Para muchas personas también resulta más sencillo acercarse mucho a la imagen, desenfocar e ir alejándose poco hasta conseguir que ambas fotos se solapen visualmente en una. Así, aunque sea a costa de la definición, en esta fotografía veremos algo más que el pobre caballo, los oficiales detrás y el carruaje al fondo de Alfonso XIII y Victoria Eugenia; también veremos los volúmenes que presentaba el trágico conjunto aquella mañana de 1906 en Madrid.
Se dice con frecuencia que la estereoscopia, curiosamente, le debe su éxito más a la propia abuela de Victoria Eugenia, la reina Victoria de Inglaterra, que a su creador, sir Charles Wheatstone, ya que el invento entusiasmó a la monarca cuando se presentó en la Exposición Universal de Londres de 1851. Los estereogramas se convirtieron entonces en el entretenimiento de moda en Europa, condición que en Estados Unidos conservarían hasta entrado ya el siglo XX, y durante esta breve edad de oro llegaron a hacerse fotos en 3D también de la España decimonónica, cuyos relieves podemos apreciar aún en las que han sobrevivido. No es que se tomasen demasiadas —no, al menos, si lo comparamos con las de Estados Unidos, Reino Unido, Francia o Alemania—, pero aun así el furor llevó a que algunos fotógrafos, principalmente extranjeros, se paseasen por el país y plasmaran en tres dimensiones cómo era la España hace cien años y más.
Uno de los pioneros de la estereoscopia en España fue el francés Charles-Henri Plaut, que entre las décadas de 1850 y 1860 recorrió varias ciudades del país retratando en tres dimensiones parajes y personas pero, sobre todo, edificios. El interés artístico de Plaut por la arquitectura puede apreciarse en sus estereografías de las catedrales de Burgos y de Sevilla, de composición muy similar.
Aunque hubo muchos más, son sin duda los fotógrafos franceses quienes completan unos de los mejores catálogos monumentales de España en tres dimensiones a lo largo del último tercio del siglo XIX. Ernest Lamy, por ejemplo, lo hizo en 1863, durante un largo periplo que le llevó por Madrid, Aranjuez, Toledo, Córdoba, Sevilla, Granada, Málaga, Alicante, Valencia y Barcelona, y Jean Andrieu en 1868, cuando publicó un repertorio de trescientas fotografías estereoscópicas del país.
También hubo fotógrafos estereoscópicos españoles, por supuesto, y hasta una Sociedad Estereoscópica Española radicada en Barcelona, aunque generalmente hicieron una fotografía menos ambiciosa en lo artístico y más deficiente técnicamente. Sirvan como ejemplo las magníficas colecciones que atesoran en nuestro país el Museo Nacional del Romanticismo y el Museo del Traje —accesibles al público gracias a su catálogo en la Red Digital de Colecciones de Museos de España, en donde las piezas figuran además estupendamente documentadas— y una gran colección privada, la Colección Fernández Rivero de fotografía antigua, que incluyen algunas rarezas como las que siguen.
A finales del siglo XIX serían los grandes estudios estadounidenses de fotografía estereoscópica —como H.C. White Co., Stereo Travel Co., Underwood & Underwood o Keystone View Co.— los que tomarían el relevo de los franceses en el 3D profesional sobre España. Fotógrafos como B. L. Singley o el británico Ron Y. Young firmaron entonces gran cantidad de imágenes e hicieron seguramente muchas más aunque, siguiendo la costumbre de la época, estas refieren solo el nombre de la casa que las editó y la fecha de la publicación de la foto, no la de su toma.
De estas fotos, muchas de ellas retratos y estampas más humanas que la de las décadas anteriores, las instituciones y los coleccionistas que las custodian —fundamentalmente en el extranjero, en particular Estados Unidos— clasifican con frecuencia solo una de las dos imágenes, cuya ampliación permite apreciar mejor el gesto de los sujetos retratados o el carácter dramático de la fotografía. A nosotros, que a falta de un visor estereoscópico tenemos que fatigar el cristalino para mirarlas, también nos va a permitir relajarlo un momento.
Hasta aquí todo parece indicar que Andalucía fue la región española mejor documentada por la fotografía en 3D, pero no. Seguramente lo fue de la península ibérica, pero estamos en el siglo XIX y España no se acaba en Europa —aunque no por mucho tiempo—. Algunos de los mejores estereogramas de la época se realizaron en las colonias españolas en el Caribe y el Pacífico, en particular a partir del estallido de la guerra hispanoestadounidense que aquí denominamos, con mucha más elocuencia, desastre del 98.
El trabajo de las grandes casas estadounidenses en Cuba, Puerto Rico y Filipinas demuestra que, más allá de ser una técnica consagrada al ejercicio estético y artístico, la fotografía estereoscópica era también un género de reporterismo gráfico que se llevaba incluso al campo de batalla —aunque en muchos casos se tratase, como sugieren algunas de estas imágenes, de escenas simuladas—.
Cercanos ya a la sensibilidad artística de hoy, los reporteros recurrieron al 3D también para retratar con mayor dramatismo la devastación que el conflicto dejó a su paso en la España colonial y los estragos de la guerra no solo en los activos bélicos implicados, sino entre los civiles.
Los niños cubanos de la última foto no son los únicos, ya que también se retrataron muchos otros en Puerto Rico y Filipinas. Entre las fotos estereoscópicos realizadas por los estadounidenses en las colonias españolas abundan las dramatizaciones sobre españoles malvados y heroicos libertadores estadounidenses e incluso las alegorías, un género pictórico que la fotografía heredó de la pintura y que se siguió practicando hasta el siglo XX. Y en una época en la que la propaganda era algo muy poco sutil, los niños eran los grandes protagonistas del género.
(Aunque en la metrópoli, claro, también se hacía propaganda. Peor, pero se hacía).
Por suerte para el patrimonio nacional, los fotógrafos estereoscópicos estadounidenses recuperaron el interés por la España peninsular cuando cesaron las hostilidades a finales de 1898, y no debe extrañar. Aunque resulte algo complicado de entender hoy —en particular desde aquí—, en aquella época el país aún conservaba en Europa y Estados Unidos su fama de lugar exótico y extravagante, una imagen parecida a la que conferimos hoy en Occidente a lugares como La India o Extremo Oriente. Fomentada por el aislamiento de la nación, muchos fotógrafos de la primera década del siglo XX se dedicaron a retratar en tres dimensiones la reputación del país, que se plasmaba con frecuencia en retratos y escenas costumbristas de la cotidianeidad —algo estrafalaria— de los españoles.
También de principios del siglo XX son algunos de las mejores fotografías de interiores de la historia de la estereografía en España. Aunque se trata con frecuencia de enclaves y edificios históricos, el objetivo que animaba estos estereogramas no era ya tan monumental como sí estético, buscando explotar al máximo las posibilidades —espectacularmente desarrolladas ya— de la técnica tridimensional. Cuando se trata de columnas como las que siguen, por cierto, reconstruir el 3D con el ojo desnudo es singularmente complicado, pero el esfuerzo merece la pena.
Los interiores no son los únicos motivos a los que acuden los fotógrafos estereoscópicos para exagerar la sensación de profundidad. Al igual que en la fotografía convencional, los artistas del principio del siglo XX empiezan a recurrir a puntos de vista forzados…
…y a grandes distancias para ganar profundidad de campo. Estilísticamente estamos llegando ya a nuestra era, en la que dejan de estar tan considerados los aspectos formales de la foto y en la que comienza a importar que retrate no solo el objeto, sino el momento. Influenciadas ya estéticamente por el amateurismo, nótese, por ejemplo, la gran cantidad de suelo que aparece en las siguientes fotografías.
Y con la llegada a nuestra era, claro, acaba la de oro de la fotografía estereoscópica —y en España, casi su edad a secas—. En la década de los veinte el desarrollo de nuevos medios de comunicación, en particular el del cine, y la generalización de la fotografía convencional en la prensa decantaron la balanza hacia el lado de las dos dimensiones. Las tarjetas con estereogramas empezaron a verse cada vez menos, un declive que comenzó antes en Europa que en Estados Unidos y que precipitó en España la turbulenta situación política que desembocó en la Guerra Civil, antesala de la Segunda Guerra Mundial. Aunque aún se conocieron grandes avances en la técnica, cuando el mundo se recuperó económicamente de la confrontación la estereoscopia fotográfica era ya un capricho de aficionados y no el cotizado género que fue durante el último tercio del XIX, su verdadera edad de oro. Antes de detenerse esta curiosa rama de las artes floreció en más de siete millones de fotografías estereoscópicas, muchas de las cuales son aún moneda común entre coleccionistas y anticuarios de todo el mundo.
El autor quiere expresar su agradecimiento a Juan Antonio Fernández, que ha cedido desinteresadamente la copia de algunas piezas de la Colección Fernández Rivero de fotografía antigua, y a Jan Lagendijk, que ha hecho lo propio con las fotografías de Stereoview Heaven, una colección radicada en Países Bajos. Las imágenes restantes proceden de los fondos digitales de la Library of the Congress y la Omaha Public Library de Estados Unidos y de los fondos digitales del Museo Nacional del Romanticismo y el Museo del Traje CIPE disponibles en la Red Digital de Colecciones de Museos de España del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
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Otros ejemplos, si bien ya de comienzos del siglo XX, son los de Amós Salvador Carreras y Jesús de Echebarría, cuyas fotografías han sido recientemente publicadas. Las del primero en Amós Salvador Carreras y La Rioja. La mirada recuperada, y las del segundo en Jesús de Echebarría estereoscópico. Fotografías 1910-1935
Gracias por el artículo, nos aporta información que nos ayudará en una colección de fotografías que conservamos en el Archivo Municipal de Arenys de Mar. Hace unos años hicimos una exposición sobre esta colección de un empresario y aficionado a la fotografía, Joaquim Castells. Conseguimos realizar una pequeña publicación que se puede consultar online.
http://issuu.com/museuarenysdemar/docs/viatge_fotografic?e=3280002/3163810
Espero que te pueda ser útil, lo mismo que para nosotros lo es tu artículo.
Rubén, la foto anterior a la «Panorámica de Málaga» es la Puerta del Cuartel de Valencia. En el pie de foto pone tomada en Toledo.
Un reportaje fotográfico muy chulo. Me ha encantado.
Un saludo.
Muy interesante, he disfrutado mucho.
La foto que aparece como carro típico en la «Market place» de Segovia está realizada en la Plaza Mayor, donde se celebra el mercado semanal, con un ángulo que permite ver algo de la catedral, y no en el Azoguejo, donde había puestos de mercado a diario.
Si alquien quiere comprobar el efecto 3D se ve perfectamente poniendo las imágenes a pantalla completa en un smartphone dentro de unas gafas de VR (tipo Google Cardboard o alguna similar) El funcionamiento es muy similar a los visores antiguos y son muy baratas. El efecto es muy bueno.
Totalmente de acuerdo. Se trata de la Plaza Mayor de Segovia. En una esquina se aprecia algo de la puerta de la Catedral.
Además en otra fotografía en la que se le claramente: «Group of spanish children Toledo. Spain», el subtitulo a pie de foto en castellano lo traduce como: «un grupo de niños segovianos».
Son pequeños errores que no desmerecen absoluto el artículo.
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La foto (Estereográfica) que se referencia como Toledo es claramente, y lo dice en la propia diapositiva, que se trata de las Torres de Quart de Valencia.