Destiempos Literatura Opinión

Félix de Azúa: Una deriva

En el año 2001 las autoridades neoyorkinas cerraron al público la corona de la libertad. No es una metáfora de periodista pretencioso, es pura realidad. Como muchos sabrán, en la cabeza de la estatua de la Libertad, a la entrada del puerto de Nueva York, hay una corona a la que podía accederse si uno era capaz de subir trescientos cincuenta y cuatro escalones para divisar un panorama majestuoso: la acristalada cordillera de rascacielos de Manhattan. Ese acceso se cerró en 2001. Es infrecuente encontrarlo abierto desde entonces.

Antes de convertirse en una atracción turística, la estatua había servido de faro para orientar a las embarcaciones en la maniobra de acceso a la bocana, pero la luz de la antorcha confundía a las aves y estas acababan chocando contra la corona. En el registro administrativo de la estatua figura una excepcional mañana de 1888 en la que los funcionarios hubieron de sacar mil cuatrocientos pájaros muertos. Tras una semana tormentosa se habían acumulado innumerables cadáveres. Los empleados recogían los leves cuerpos muy a gusto porque luego los vendían a los sombrereros de la ciudad.

Esta es una de las historias que cuenta Teju Cole en su notable Ciudad abierta. La editó hace un año la editorial Acantilado, pero no pude hincarle el diente hasta ahora. Teju Cole es un escritor singular. Aunque creció en Nigeria, su familia se instaló en Nueva York cuando él había cumplido los diecisiete años (nació en 1975) y es más neoyorkino que el Empire State. Como es negro, allí pasa inadvertido y puede meterse en barrios y lugares que un blanco no osaría husmear. Porque su libro es precisamente eso, un conjunto de paseos y excursiones por la enorme ciudad, siguiendo el consejo de Baudelaire en El artista de la vida moderna. Teju Cole es el ejemplo más inteligente y poético que he leído de eso que Baudelaire llamaba le flâneur, una de las nociones más mencionadas en todos los ensayos acerca de la modernidad, sobre todo desde que Walter Benjamin le sacó punta al concepto.

El paseante desocupado solo aparece cuando crecen las gigantescas metrópolis burguesas en el siglo XIX. Baudelaire intuyó, genialmente, que ese paseante era hermano gemelo de otra figura que iba a desplegarse desmesuradamente, el detective privado. Y que ambos se relacionaban con el asesino en serie. El asesino, el detective y el paseante ocioso, unidos en esa institución omnipotente del mundo actual que es el periodista, nacieron en el cerebro de un sutil poeta neoclásico y reaccionario. Honor a él.

Teju Cole pone al día el flâneur y en su libro leemos veinte paseos que nos muestran zonas ricas, pobres, miserables, lugares arruinados o lujosos, grandes ejecutivos, vagabundos, prostitutas, madres odiosas, viejas amantes, viejas, viejos, hoteles, bares, restaurantes, negras jóvenes, negras maduras, porteros, estudiantes, médicos, profesores, agonizantes, locos, resumiendo, el universo expandido del paseante del siglo XIX llevado hasta el abigarrado siglo XXI. Hay incluso un curiosísimo viaje a Bruselas de ida y vuelta.

¿Es realmente un diario? ¿Dice la verdad? ¿Es periodismo? Hace tiempo que vengo defendiendo que todos los géneros literarios han desembocado en el mar del periodismo y que ya solo existe este género, aunque se mantengan destacadas singularidades literarias. Si se ha convertido en un monopolio es, entre otras cosas, porque el periodismo ya solo tiene una ligera y vidriosa relación con «la verdad». Casi todo lo que leemos en los periódicos nacionales es, sencillamente, mentira, o una media verdad distorsionada por los intereses del partido o la oligarquía que paga ese diario. No menciono a la televisión ni las redes sociales o los diarios digitales (como el nuestro) porque no parece que la verdad se vaya a salvar a su través.

El libro de Teju Cole, como el que comenté hace pocos meses de Ignacio Vidal-Folch, como la monumental labor autobiográfica de Trapiello (aunque esta tiene más querencia clásica), como tantos otros diarios falsoverdaderos que se publican constantemente, son la gran herencia del flâneur y uno de los subgéneros del periodismo más interesantes del momento. Eso sí, para que merezca la pena leerlos han de tener la sagacidad y el arte de Teju Cole.

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8 Comments

  1. El Porro Aquel

    ¡Gran equivocación, o despiste crítico! Es más que evidente que la sociedad cosmopolítica actual comienza a prescindir de toda literatura porque se está produciendo un movimiento regresivo hacia una sociedad ágrafa, marcada por la oralidad. Lo que ocurre es que ya ni la ficción satisface la urgencia de veracidad, y lo que priva es la calumnia, el engaño o la denigración. De esto no se libra ni la Generación Mimada, que ya practicaba dicha derivación del periodismo antes de que les diesen venia a sus componentes en los medios de comunicación de todo tipo. Hasta paseear por la Parte Vieja puede resultarles peligroso a los estigmatizados por el hedor a chivo. ¡Qué bien conoce el asunto don Félix!

  2. acrobatico adobe

    puestos a extrañarse, yo también me quedo con la primera generación…

  3. benariasg

    Supongo que han querido decir en el pie de foto que la imagen ha sido tomada por Teju Cole, pues es aficionado a la fotografía; pero realmente no está claro y se presta a un chiste de mal gusto.

  4. A mí me gustaría dar mi opinión, pero no he entendido nada. Pero de nada.

  5. Hastaelgorro

    Leí antes del verano el libro de Teju y, contra la opinión del articulista, debo decir que me decepcionó un poco. Entiendo perfectamente la propuesta que hace el libro, pero los devaneos de su protagonista están tan deslavazados que incluso el mismo concepto de la novela se acaba perdiendo al final. Me interesa la historia del protagonista, los personajes con los que se relaciona, pero no acabo de entender a dónde quieren llevarme, ni siquiera como experiencia literaria. El viaje a Bruselas que menciona Azúa parece que encaja mal, su integración en la novela se me antoja gratuita y no sé muy bien qué resuelve o aporta. Uno tiene la impresión de que el autor la introduce (se entromete) porque a él mismo le parece exótica. No sé, quizá le deba dar una segunda oportunidad. Veremos.

    P.D: Dice u.d. : «Casi todo lo que leemos en los periódicos nacionales es, sencillamente, mentira, o una media verdad distorsionada por los intereses del partido o la oligarquía que paga ese diario. No menciono a la televisión ni las redes sociales o los diarios digitales (como el nuestro) porque no parece que la verdad se vaya a salvar a su través.» Desde luego, Sr. Azúa, está u.d. demasiado despierto, incluso, para este medio. Deberían encerrarle. Jajajajajaja…

  6. Otro Porro

    Una paradoja: todos los medios de comunicación (sic) mienten; yo escribo en y vivo de los medios de comunicación; ergo, soy un canallita con bastante suerte y muchísima cara (de Perro o de Lobo o de lo que sea, que eso es igual, con tal de que suene a revolucionario o a progre o a comprometido, etc.. pero Victorioso de cualquiera de las maneras)

  7. Trapiello y Teju. Se ha de ser cachipirulo para juntar a Teju, que viene de Sebald, con Trapiello, que viene de misa de doce.

  8. Pingback: Periodismo: “una ligera y vidriosa relación con la verdad” | lagar de ideas

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