Bajo el cuenco azul del mediodía se agolpan a la puerta de la subsección del ministerio los funcionarios en enjambre alrededor de uno de esos relojes de arena mal ejecutados que sirven de ceniceros. En su azotea, las colillas aguijonean la arena marcando el punto y aparte a conversaciones que empezaron frente al espejo del baño.
Al atravesar la columnata, un empleado de Prosegur enfundado en su uniforme color galleta con escarapelas amarillas y marrones escudriña tras el mostrador al visitante. El temblor de su pupila es, junto al escáner que paralelamente traga portafolios, el único filtro real de protección, ya que, con cada persona que pasa, el arco de seguridad emite un pitido que de sempiterno se ha hecho imperceptible, compañía del murmullo de cláxones que asciende hacia la calle Ríos Rosas. Este ruido blanco urbano es aliñado, ahora sí, ahora no, por el pizzicato acústico de la señal para invidentes del semáforo.
—Vengo a la rueda de prensa.
—Déjeme por favor el DNI.
Al cabo, la huesuda mano se desliza por el mostrador como si escondiera un naipe. El de seguridad alarga el brazo derecho y comienza a plegarlo cual egipcio en friso, desde el hombro hasta el codo hacia el fondo de un pasillo, donde el codo se tuerce a la izquierda hasta la muñeca, que se enrosca en ese punto hacia dentro y donde tras la jamba que sostiene un dintel aguarda el ascensor. Como colofón, estira dos de los dedos indicando la planta. El periodista recoge de nuevo su carné junto a una tarjeta blanca de plástico con una pinza dentada, que acaso no sabrá manejar sin vulnerar su camisa, y sale a la llanura del vestíbulo.
A través de las ventanas se observa el patio central, donde el verdor trabajosamente mantenido de la grama contrasta frente a la sucesión gris de cuadrículas con inspiración escurialense trazadas por el arquitecto Zuazo Ugalde, cuya contemporaneidad con Le Corbusier puede adivinarse en el hecho de que Nuevos Ministerios recuerda a un rascacielos neoyorquino, solo que acostado.
Una alfombra gris de polipropileno surca la parte central del pasillo hasta un grupo de periodistas que abandonan su cháchara por un instante para ver acercarse a un bedel con manojo de llaves en mano. Extrae de un pequeño carcaj en su bolsillo derecho unas gafas de cerca y las llaves etiquetadas con celo titubean entre sus dedos sudados como una cerilla en manos de un niño.
Los redactores son distinguibles por sus costumbres. Los de la radio dejan sus grabadoras y gomaespumas sobre la mesa y ocupan los aledaños. En primera fila se coloca una pareja de la siempre animosa prensa sectorial junto a dos chicas que sacan sus respectivos ordenadorcitos notebook para tomar nota. Agencias. La segunda fila es la preferida de diarios y semanarios, con sus ocupantes reclinados en el asiento bien charlando, bien subrayando. Por los huecos brotan cabecillas de becarios, que miran delante y detrás tratando de reconocerse.
Diez minutos de retraso. Una mujer en traje y pantalón entra en la sala. Sus labios pasan súbitamente de la rígida preocupación a la sonrisa de cortesía y antes de que nadie pueda decir nada comienza a repartir folios con el contenido frase a frase de todo lo que se va a enunciar a continuación, soberbio acto de clarividencia que en nuestros días suele pasar desapercibido. Casi siempre aciertan.
En este asunto, el truco está en encontrar esas desviaciones discursivas que harán de la noticia algo distinto a la nota de prensa, llámese muletilla, libre interpretación o la siempre aconsejada alusión al momento de crisis económica, incluso en esta misma rueda de prensa donde se anunciará un acuerdo para construir corredores verdes para el oso pardo. Así, el par de folios grapados se sostienen como el libreto de una de esas óperas vienesas para turistas.
La chica del gabinete se pone frente a los periodistas para anunciar que el secretario de estado y el presidente de la fundación Oso Pardo estarán aquí en un par de minutos, y con una voz más baja y un tono más dulce añade que no se permitirán preguntas. La prensa entona el acabose, ¡el acabose!
¿Ni una sola bala de corcho vais a dar al pelotón de fusilamiento que va a ser fusilado?
Los periodistas sectoriales agitan el gallinero pero la mano izquierda de los principales medios de masas, que en estas ocasiones encarna la sutileza de un dorso extendido, parece pesar más. En ese mismo momento el secretario de estado Puxeu Rocamora entra en la sala acompañado del señor Palomero y curva intranquilo las gruesas cejas sobre sus ojos azules que apuntan a la jefa de prensa, quien acude apresurada hacia él con las manos en posición de etérea concavidad, como si sostuviera un huevo de Pascua invisible. Tras un breve intercambio, la mujer vuelve y susurra «de acuerdo, una pregunta» acallando de súbito el amargo reproche. La libertad de prensa ha sido restablecida, pueden empezar.
—Buenos días a todos y disculpad el retraso.
Un fotógrafo de la casa se acerca a inmortalizar a ambos mientras firman el acuerdo e intercambian con aparatosidad los cartapacios. Desde un lateral, la jefa de prensa gira el dedo índice en horizontal. «Luego os las paso». Desde el público se levanta un pulgar. El zumbido del micrófono retumbando, el slap-slap de los folios, el pitido de las grabadoras y el resto de la banda sonora de nuestro alpiste informativo, estrato más bajo de esa pirámide periodística coronada por las entrevistas exclusivas y los reportajes de largo, ah, ah, aliento. Pero algo habrá que hacer con la masa madre del infotenimiento.
En algún momento, este fusilamiento inverso termina y los periodistas abandonan la sala. No importa cuánto corran, la información estará en sus pantallas antes de que puedan poner de nuevo el trasero en la silla. Quizá por eso, la jefa de prensa no tiene prisa y espera junto a la puerta mirándose las uñas mientras los dos ponentes se dirigen hacia ella en distendida charla. Visto desde arriba, la posición de los tres forma un triángulo isósceles que, paso a paso, va acortando su hipotenusa hasta formar un punto como este.
Interesante crónica. Ya nadie se atreve a preguntar (ni dejan) aquello de ¿es usted la «x» de los Gal?.
No tiene ningún sentido que haya medios que sigan enviado a sus periodistas a cubrir ruedas de prensa sin preguntas. Con recibir la nota de prensa por mail o fax es suficiente. La parte menos relevante de toda noticia es precisamente la que recoge las declaraciones oficiales y, sin embargo, el periodismo patrio es pura declarocracia. Me gustaría que alguien me explicara por qué narices los medios de comunicación siguen cubriendo mónologos institucionales sin preguntas y haciendo de voceros de quienes se están riendo en su cara sin ningún pudor.
Pues muy claro, por el alpiste económico que siguen recibiendo de las instituciones y anunciantes poderosos, y que da fundamentalmente para pagar los sabrosos sueldos en la parte superior de la pirámide periodística (directores, subdirectores, jefes de área, editores…). Es un rito, unos aparentan hacer política, y otros aparentan ejercer el periodismo.