Todo comenzó la tarde del seis de octubre de 1945 cuando después de comprar dos tickets por un total de 7,20$ William Sianis trató de entrar al estadio de los Cubs de Chicago acompañado de su inseparable mascota: una cabra. Era el cuarto partido de las World Series y el rival los Tigers de Detroit. Los locales iban con ventaja de dos a uno en la serie y todo pintaba bien hasta que algo se torció. A Sianis le dijeron en la puerta que ni hablar, que no podría entrar con la cabra. Enfadado, Sianis, un tipo humilde pero bien relacionado, buscó la mediación del dueño del equipo, P.K. Wrigley, que ordenó: «Dejen entrar a Billy pero no a la cabra». Sianis insistió y el multimillonario acabó respondiendo de mala manera: «la cabra apesta». Esa fue la primera señal y la segunda y definitiva llegó casi a continuación. De acuerdo con la leyenda ambos, animal y dueño, se marcharon enfadados pero mientras se alejaban, Sianis se dio media vuelta y gritó: «¡Los Cubs no volverán a ganar. Nunca más ganarán las World Series hasta que no se le permita la entrada a la cabra al Wrigley Field!». Maldición o no, los Cubs no han vuelto a ganar nada remarcable desde aquel día que, por cierto, acabó con los locales perdiendo una serie que tenían bien encarrilada. Consumada la derrota, días después Sianis envió un telegrama a Wrigley en el que había una única frase escrita: «¿Quién apesta ahora?».
Desde aquel 1945, las temporadas han pasado para los Cubs sin pena ni gloria más allá de unos cuántos primeros puestos en la temporada regular sin importar que durante años sus aficionados, incluyendo a los descendientes de Sianis, hayan intentado romper la maldición. Sus mejores jugadores, además, han ido proclamándose campeones de las Series Mundiales, eso sí, después de dejar la disciplina de los Cubs. Para más inri, el otro equipo de la ciudad, los White Sox, un poco más jóvenes y tradicionalmente el equipo de los emigrantes más recientes, negros y latinos, acabó ganando las World Series en 2005.
Vaya por delante que a pesar de no entender mucho, a mí me gusta en béisbol por varias razones. Es el único deporte profesional de equipo en el que sus practicantes cumplen dos características que considero fundamentales: pueden mascar tabaco mientras lo juegan; y no me digan que no es reconfortante ponerse delante del espejo y constatar que no estás tan gordo como esos peloteros. El béisbol es el deporte perfecto para sentarse a beber cerveza y comer perritos calientes sin miedo a perderse algo en el terreno de juego. Dicen que es el deporte más americano, por encima del football, aunque ahora sean los jugadores caribeños los que cortan el bacalao en las grandes ligas. Pero no quiero hablar de béisbol y sí me interesa contar la historia del hombre de la cabra.
William «Billy Goat» Sianis había nacido en Grecia en 1895. En 1912 llegó a Chicago como uno más de los millones de inmigrantes que acogió la ciudad a principios de siglo pasado y pronto encontró trabajo en los mataderos de la ciudad. Fue Upton Sinclair quien había dejado un retrato perfecto de lo que eran aquellos sitios a principios del siglo pasado. En 1904 el periódico socialista Appeal to Reason le encargó un reportaje sobre las malas prácticas de la industria alimentaria norteamericana que, dos años después, acabaría convirtiéndose en la novela La Jungla. Lo que allí relataba Sinclair causó tal conmoción que aunque en un principio el presidente Theodore Roosevelt acusó al autor de ser un chiflado sospechoso de socialista, al final acabó por cambiar toda la legislación alimentaria del país. Fue así como nació la primera oficina de control que posteriormente, en 1930, sería rebautizada como la actual Food and Drug Administration (FDA). El problema fue que la denuncia de Sinclair quedó ahí y poco o nada se hizo con lo que también relataba el libro: las condiciones de vida y laborales de unos trabajadores que rozaban el régimen de esclavitud. De ahí que poco después fuera el propio Sinclair el que pronunciara su célebre frase: «Yo apunté al corazón del público y, por accidente, acabé dando en su estómago».
En esas condiciones fue en las que trabajó Sianis en los célebres mataderos de Chicago. Pero el griego era un tipo listo y si algo tiene el sistema norteamericano son oportunidades para los tipos listos capaces de aprovecharlas. Sianis fue prosperando poco a poco y en 1934 logró comprar un bar, el Lincoln Tavern, por doscientos cinco dólares que pidió prestados. Devolvió el préstamo el primer fin de semana que abrió sus puertas y con creces. Sianis tenía buen ojo para los negocios. El bar estaba en las inmediaciones del Chicago Stadium, durante años escenario de juego tanto de los Bulls de baloncesto como de los Blackhawk de hockey. La ecuación era sencilla, debió pensar Sianis: si vienen a los partidos pueden tomarse unas cervezas de paso. Aquel mismo verano, un cabritillo cayó de un camión que iba destino a los mataderos de la ciudad. Sianis, que conocía bien aquel sitio, se apiadó del animal y acabó adoptándolo como mascota. Lo llamó Murphy, y a partir de entonces a él comenzaron a conocerlo como Billy Goat (cabra, en inglés). Con el tiempo el bar fue rebautizado como Billy Goat Tavern. La cosa no paró ahí. En 1944 Chicago era la sede de la Convención Nacional Republicana. Sianis colocó en la puerta de su local un cartel con la siguiente frase: «No se admiten republicanos». Y sucedió lo esperado, a las puertas del bar se concentraron cientos de ellos aguardando ser atendidos. Aquella fue una jugada maestra de lo que hoy consideraríamos publicidad viral. Desde entonces, la Billy Goat Tavern comenzó a ser frecuentado por una amalgama de aficionados deportivos, políticos locales y, detrás de todos ellos, periodistas. Y ya se sabe de la afición de estos últimos por el buen arte del beber.
En 1964, la Billy Goat Tavern se mudó hasta su localización actual. Un subterráneo de la N. Michigan Avenue, justo a los pies del legendario edificio del Chicago Tribune, a un paso de la antigua sede del Sun Times y bajo uno de esos túneles de hierro por los que circula el metro de la ciudad que tan célebres se han vuelto de la mano de series como Urgencias y, últimamente, las películas de Batman en versión de Christopher Nolan.
Con el paso del tiempo, la Billy Goat Tavern (la original, porque el negocio ha crecido tanto que ya hay otros siete locales que carecen de interés alguno) se ha convertido en un templo consagrado a ese periodismo practicado en una época que nunca volverá. También, por qué no decirlo, en una atracción turística aunque suele estar bastante vacío. El sitio permanece inalterado. Uno baja sus empinadas escaleras y lo recibe un cartel en el que se lee un mensaje que más que un lema comercial parece una advertencia: «entre por su cuenta y riesgo». Lo primero que se ve es una barra en forma de U que divide el local en dos. A la izquierda una zona de mesas a cuadros rojos y blancos que miran hacia un par de televisiones donde siempre hay un partido. A la derecha, más mesas y una barra de unos quince metros en forma de L invertida, donde se bebe más que se come. Porque para lo primero está pensado el sitio, para dar de beber a los reporteros que tras las jornadas de trabajo calmaban la sed en el local donde los esperaba Billy y su cabra. También les daba de comer, siempre lo mismo, la famosa Cheezborger, inalterada desde entonces.
No es ni mucho menos la mejor hamburguesa de la cuidad (pese a lo que diga la propaganda del local) pero nadie puede negar que es la genuina hamburguesa con queso. Y nada más. Por eso mi recomendación es que la pidan doble o incluso triple ya que son muy finas. Están buenas, no voy a decir lo contrario, pero no son ni mucho menos las mejores en un país que ha convertido la hamburguesa en arte (olvídense de McDonalds y demás porquerías). Carne, queso y algunas concesiones. Pocas: cebolla cruda, pepinillos, huevos, bacon. El menú no es nada del otro mundo y más bien parece redactado por el pinche de cocina de un regimiento para cubrir urgencias de campaña. El día que visité el local la barra de comida estaba servida por tres mexicanos. Vestían camiseta corporativa llena de lamparones de un color naranja chillón. Barata, nada de formalidades. No hay platos, para eso se inventó el papel encerado. No pida tampoco Pepsi, la leyenda del local no deja lugar a dudas: «Cheezborger, Cheezborger, Cheezborger. No Pepsi… Coke». Un mandamiento grabado a fuego; tanto, que en 1978 inspiró un legendario y desternillante sketch (lo sentimos pero los derechos impiden su visionado fuera de EE. UU.) en el no menos legendario Saturday Night Live protagonizado nada más y nada menos que por John Belushi, Bill Murray y Dan Aykroyd. Belushi y Murray conocían bien la taberna de sus años en Second City, una especie de teatro donde muchos cómicos dieron sus primeros pasos y que se convertiría en una auténtica cantera para el SNL. El sketch fue el homenaje de ambos a aquellos tiempos en donde comenzaban a provocar las primeras carcajadas al respetable.
De la comida poco más hay que contar, la verdad. Quizá que debe de ser uno de los pocos locales de EE. UU. que no sirve patatas fritas. Lo más parecido a unas patatas que puede comerse en la Billy Goat Tavern son las de bolsa, lo que ha acabado por convertirse en otro signo de distinción del local.
Campo de entrenamiento
Pero uno no acude a la Billy Goat Tavern por la comida, aunque siempre acabas picando algo. Es un bar y en EE. UU. siempre es un buen momento para comer algo. Sí se viene por las paredes del local. Un verdadero museo del que cuelgan fotografías y artículos de los más famosos reporteros que han contado el último siglo de la Ciudad del Viento. En la zona del bar, al fondo, hay una pequeña sala, la Hall of Fame, que era el lugar de reunión de las mejores plumas y voces de Chicago, comenzando por el legendario Mike Royko, ganador del Pulitzer en 1972 y que a lo largo de su dilatada carrera publicó más de siete mil columnas en los tres principales rotativos de la ciudad. Junto a él, nombres menos conocidos para el gran público como Dave Condon, Ricard Roeper o John Kass, entre otros muchos. Fotografías, entrevistas, artículos ―impagable una pieza sobre una visita de Bill Murray al local y la surrealista conversación que mantiene con el camarero―, y cartas de toda temática. Fundamentalmente anécdotas bañadas en grandes dosis de alcohol. También el obituario que el propio Royko escribió tras la muerte de Billy Sianis en 1970 y en el que lo nombró «mejor posadero de Chicago». Podemos añadir a la descripción de Royko que también lo era de parte del universo, conocido pues en 1970 Sianis envió una carta al alcalde Richard J. Daley en la que le solicitaba que le concediera la licencia para vender alcohol en la luna. La razón era sencilla: él era un buen americano y como buen americano, la mejor manera de honrar a su país era sirviendo sus cheezborgers y alcohol a los astronautas que iban camino al satélite, a los que ya se encontraban allí, así como a la creciente población de «cabras-lunares». Sobra decir que la carta se puede leer en la pared del establecimiento.
Royko solía escribir de política y sus puntos de vista eran bastante controvertidos, pues no todos apreciaban su ironía. Chicago es conocida como la Ciudad del Viento no por sus aires (que también), sino sobre todo por las oscuras artes de una política practicada siempre en susurros. Desde 1964, Royko publicaba una columna diaria en el vespertino Chicago Daily News. Tras su cierre se pasó al matutino Sun Times, donde escribió hasta 1984. La razón fue que el magnate australiano Rupert Murdoch se hizo con la cabecera. Algo sabía de periodismo el veterano reportero, pues antes de consumarse la operación comentó: «ningún pescado con respeto por sí mismo querría ser envuelto en un periódico de Murdoch». Royko acabó en la acera de enfrente, el Tribune y ahí hasta su muerte en 1997, cuando sus textos aparecían en más de seiscientos periódicos a lo largo de todo el país. Murdoch, que ante todo es un hombre de negocios, se negó a aceptar la marcha de Royko y durante un tiempo el Sun Times republicó sus viejas columnas mientras las nuevas aparecían diariamente en la competencia. Su gran némesis fue el alcalde Daley, una de los políticos más oscuros de la historia de América (en él está inspirado el personaje de Tom Kane en la serie Boss), de quien llegó a escribir una biografía no autorizada que algunos consideran el mejor libro sobre política municipal. También es célebre su encontronazo con Frank Sinatra en 1976. Durante su visita a la ciudad, el Departamento de Policía de Chicago colocó al crooner una escolta pagada con fondos públicos. Royko protestó en una columna y el cantante le envió una carta en la que lo calificaba de «pimp», algo así como un chuloputas, y lo acusaba de vivir removiendo la basura. Royko se limitó a transcribir la carta en su columna. La carta está valorada hoy en quince mil dólares. No fue su único encontronazo. A veces los mantenía a viva voz. Todo aquel que quería quejarse por uno de sus artículos sabía dónde encontrarlo: en la taberna de Billy Goat. Aquella era su segunda casa, donde se encontraba seguro entre los suyos y bajo el amparo del Billy y su cabra, que bebía como el que más. También recibía sugerencias o inventaba personajes que después aparecían en sus columnas sosteniendo puntos de vista pintorescos. No es ningún secreto que muchas de esas identidades salieron de las conversaciones entre el periodista y Sianis.
En 2005 la City News Bureau of Chicago, una de las primeras agencias de noticias de EE. UU., cuya fundación data del siglo XIX, celebró en el interior de la Billy Goat Tavern su fiesta de año nuevo. Fue una manera de homenajear al lugar que había acogido durante décadas a los periodistas de la ciudad, y una placa conmemorativa del evento puede verse hoy en una de las paredes de la Tribune Tower. La primera copa corrió a cuenta de la casa. La condición era que había que probar ser miembro «del mejor campo de entrenamiento de periodistas que ha existido jamás». Nadie sabe si se refería a la CNB o a la taberna de Billy Goat.
Sesenta y siete años apestando
Si bien se ganó la vida escribiendo de la ciudad y su política, Royko compartía con Billy Goat el gran amor por el béisbol o, en su defecto, el softball, una especie de hermano pequeño de aquel que practicó hasta que la salud se lo permitió. Entrevistado en 1982 llegó a decir: «ni siquiera el Pulitzer se puede comparar a conseguir un home run» (una vuelta completa al diamante de un solo bateo). Fueron Royko y los demás reporteros deportivos que se congregaban en aquel bar los que contribuyeron a esparcir la maldición de los Cubs y, para su propia desgracia como aficionados, ver cómo esta se cumplía una y otra vez.
Un año antes de su muerte en 1970, Sianis dio por concluida su maldición. No así, por lo que pareció, la cabra, y la 1969-70 fue otra temporada perdida para los Cachorros. En 1973, Sam Sianis, sobrino y nuevo dueño de la taberna, hizo otro intento para conjurar la maldición con la ayuda del periodista del Tribune Dave Condon. Para entonces, al igual que su dueño, Murphy había pasado a mejor vida y su lugar lo ocupaba ahora Sócrates, uno de sus descendientes. Sócrates fue conducido en una limusina blanca hacia el Wrigley Stadium, donde le esperaba una alfombra roja y un cartel gigante que decía: «Déjame liderar a los Cubs hacia la victoria». Sin embargo, como había ocurrido con Murphy, los miembros de seguridad le impidieron la entrada. Los Cubs, que llegaron a mitad de la temporada liderando la tabla de clasificación, acabaron hundidos en la mitad. Las Series Mundiales, de nuevo, tendrían que esperar.
Los Cubs pasaron en 1984 a ser propiedad de los dueños del Chicago Tribune y la cabra fue finalmente invitada a pisar el diamante en el partido inaugural de aquel año. Sobre la hierba, ante miles de aficionados que llenaban las gradas, se presentaron Sócrates y Sam. Al micrófono y con su mano levantada, el sobrino de Billy Goat declaró: «la maldición ha terminado». Los Cubs acabaron en primer lugar la liga regular y se jugaron con los Padres de San Diego un puesto en las World Series. Ganaron los dos primeros encuentros y solo necesitaban una victoria más, en casa del rival, para alcanzar el objetivo. Los seguidores de los Cubs respiraban aliviados. Sam y Sócrates esperaban ser llamados para acompañar al equipo a la ciudad californiana pero la llamada nunca llegó y, desde Chicago, acabaron viendo cómo los Padres dieron la vuelta a la eliminatoria. La maldición seguía su curso. Un curso que pese a reiterados intentos y esperanzados comienzos que acaban por disiparse (el último en 2003), ha hecho de los Cubs un club de adorables perdedores. Sus aficionados aguardan todavía hoy que desde algún lugar Billy y Murphy decidan, por fin, poner punto final a su eterna racha de mala suerte. Han pasado sesenta y siete años y todavía saben quién sigue apestando.
Cómo atrapar a un lector, o la importancia de escribir un buen título
Soy un gran aficionado al béisbol y,conocía la historia de la cabra,pero he disfrutado cada palabra del genial artículo. Felicidades al autor. Magistral.
no soy tan aficionado del béisbol como para conocer esta historia, me gustó el artículo y me recordó en parte la maldición de Bela Guttman con el Benfica
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Muy interesante. Hace un par de meses visité Chicago y me fascinó la historia de Billy Goat’s Tavern.
Gran artículo del señor Barros.
Relacionado con los Cubs y estas maravillosas historias de baseball…el incidente Steve Bartman. Algo así sólo le podía pasar a los Cubs. Y es que los seguidores de este equipo nos vamos a tener que conformar con verlos ganar las series mundiales en la comedia «Millonario al instante»
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Hoy, sabado 22 de octubre, Billy y Murphy pueden descansar en paz. La maldicion termino, y en su taverna, los parroquianos tendra los ojos llorosos, esperando que un descendiente de Murphy pise el cesped en el primer partido de Serie Mundial que jueguen los Cubs desde 1945……