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Shanghai calling

Amanecer en Shanghái.
Amanecer en Shanghái.

China ha sido hasta hace no mucho el paradigma de lo lejano y desconocido y Shanghái apenas un vocablo de exótica resonancia. La urbe china por excelencia —con permiso de la capital Pekín— ha estado siempre envuelta en un halo de misterio y exotismo, susceptible de ser desenmascarada apenas por el viajero inquieto. Demasiado a desmano para un viaje improvisado y excesivamente hermética para justificar un periplo a lo desconocido, la llamada Perla de Oriente ha pasado en dos décadas de ser la segunda ciudad de un cerrado país oriental a postularse como candidata a ser la urbe de referencia a escala global. Convertida ya en la reina de un continente que se despereza, Shanghái es hoy la ciudad en la que, como Londres y Nueva York durante el s. XX, bulle el Zeitgeist de nuestra época.

A finales del siglo pasado Shanghái se desembarazaba del corsé económico impuesto desde Pekín y ponía por fin en práctica el aperturismo económico que se llevaba propugnando en la dirección del partido desde la muerte de Mao, en 1976. 15 años después de la desaparición del Gran Timonel, otro gran líder, Deng Xiaoping, ponía en marcha una política de apertura económica destinada a hacer despertar al país asiático de su larga pesadilla comunista. Y Shanghái, por supuesto, se sumaba decidida a la frenética carrera nacional en pos de una modernidad largo tiempo anhelada. En cada barrio se abrían zanjas, se demolían viviendas y se plantaban enormes edificios buscando alumbrar en cada solar nuevos símbolos del nuevo poderío económico chino. Un proceso —análogo al que han sufrido la mayor parte de las grandes urbes chinas— que desde entonces ha hecho desaparecer la mayor parte de los barrios tradicionales, demolidos para hacer sitio a modernas torres de oficinas y masivos complejos residenciales. Una destrucción que ha dejado solares arrasados que, como heridas en la densa trama urbana, supuran la ausencia de la vida cotidiana que albergaban con anterioridad. El desarrollo ha sido frenético: si en 1980 la ciudad no contaba con ningún rascacielos —entendidos como edificios de más de 150 metros de altura—, 30 años después son ya más de 300 los gigantes de vidrio y acero que se yerguen desafiantes contra el cielo oscuro de Shanghái.

发展才是硬道理. El desarrollo es crucial. En la foto, Deng Xiaoping, el ideólogo de la nueva China
发展才是硬道理. El desarrollo es crucial. En la foto, Deng Xiaoping, el ideólogo de la nueva China.

El Shanghái antiguo era producto de la refundación de la ciudad después de la irrupción de los británicos en el siglo XIX, que forzaron al Imperio chino a salir de su letargo y abrir algunos de sus puertos al comercio extranjero. De esa manera, una ciudad de mediana importancia cerca del delta del Yangtsé se convertía a la fuerza en uno de los puertos más activos a este lado del mundo, donde sucesivas potencias extranjeras fueron instalando sus bases comerciales. Bancos, empresas navieras, importadoras; cualquier multinacional de la época con capacidad suficiente disponía de una delegación en la ciudad, viniendo generalmente de la mano de las fuerzas colonizadores que arribaban a sus costas. Los británicos fueron los primeros en establecerse oficialmente, construyendo su consulado en un lugar estratégico, allí en donde se unen el río de la ciudad, el Huangpu, con el Suzhou Creek, un curso menor que comunica directamente la ciudad con las ricas industrias del interior de la provincia. Un punto estratégico que ha sido el origen de la imponente fachada fluvial que se extiende hacia el sur por la margen izquierda del río, convertida hoy en el símbolo del poderío económico de la ciudad en el s. XX: el Bund.

Progresivamente, conforme el Imperio chino se desmoronaba, fueron arribando nuevas nacionalidades a sus muelles y unas pocas décadas después, a principios del siglo XX, Shanghái era una urbe multicultural en la que barrios o «concesiones» extranjeras habían expandido sobremanera los límites de la antigua ciudad china. Una de las consecuencias del maridaje cultural entre la tradición china y la cultura de los invasores europeos fue la consolidación de un nuevo tipo específico de barrio shanghainés que sintetizaba la influencia europea en la arquitectura tradicional china: el lilong, barrios de baja altura de calles estrechas constituidos por casas de dos o tres plantas, denominadas shikumens, deudoras de inspiración europea y organizadas al modo tradicional chino en torno a patios.

El Bund, símbolo histórico del poderío económico de Shanghai
El Bund, símbolo histórico del poderío económico de Shanghai.

Los primeros años del Shanghái cosmopolita fueron oscuros para una población china que apenas ofreció resistencia a la brutal invasión, militar y económica, a la que fue sometida. Sin embargo, conforme la dominación extranjera dejó de ser una excepción, la ciudad y la provincia experimentaron un fuerte crecimiento que las situaron a la cabeza de un país, China, que presentaba entonces unos desequilibrios muy acusados entre sus diferentes regiones. El poder político que emanaba de la capital imperial era evanescente: la rebelde Shanghái pertenecía a sus élites, que miraban con desdén al resto de sus compatriotas —en una actitud que todavía perdura en la psique de sus habitantes—. La ciudad pronto se convirtió en un hervidero cultural y político, donde las nuevas clases medias abrazaban con fervor las ideas de modernización de la nación y sociedad chinas que eran traídas a la ciudad por intelectuales desde las cuatro esquinas del país. Shanghái, libre de ataduras imperiales y belicismos capitalinos, se había erigido en un faro de modernidad para un país deprimido, el campo de batalla de las nuevas ideas que habrían de conformar la nueva China. En esta circunstancia no es de extrañar, pues, que el hoy omnipresente Partido Comunista fuera fundado en 1921 en la clandestinidad de un discreto shikumen shanghainés por intelectuales y reaccionarios venidos desde el interior de China.

Shanghái alcanzó su cénit a mediados de la década de los 30, con un poderío económico similar al de muchas ciudades americanas, en directa competición con Nueva York en el plano financiero y con Chicago en lo que se refiere al crimen organizado. Era por entonces la región más próspera de China, decidida rival de la británica Hong Kong y referencia ineludible para los centros históricos del poder en China, las ciudades imperiales Pekín y Nanjing. Sin embargo, la invasión japonesa y la consiguiente guerra sino-japonesa, primero, y el advenimiento del Partido Comunista, después, acabaron por despojar a Shanghái de su trono continental, lugar al que desde entonces aspira a retornar.

En estos últimos 20 años el pulso entre tradición y modernidad ha sido siempre desigual, y la destrucción de la ciudad antigua, inevitable: en el plazo de 20 años la mayor parte del tejido urbano tradicional ha sido destruido —un proceso análogo al que han seguido la mayor parte de las urbes chinas—, lo que ha obligado a sus habitantes, generalmente de escasos medios, a desplazarse a la periferia. Ajena a otros procesos de protección del patrimonio que hemos podido ver en Europa o América, enfocados a la salvaguarda y puesta en valor del patrimonio cultural a casi cualquier precio; los procesos de urbanización en China no atienden a razones históricas o culturales. Supeditan por entero la escasa conservación del patrimonio existente a cuestiones puramente económicas: solo se mantiene lo que se puede rentabilizar. Así, en las pocas ocasiones en que se ha respetado el tejido tradicional, este ha sido rehabilitado y reconvertido en una zona comercial: el epítome de este fenómeno es Xintiandi, un magnifico lilong antiguo reconvertido en un centro turístico y comercial en el que entre restaurantes y comercios de alto nivel aparece, deslucido, uno de los lugares históricos más importantes de la ciudad: la primera sede del Partido Comunista Chino, una bella casa antigua que hoy en día se halla cercada por tiendas de marcas internacionales.

Lilongs que todavía resisten el empuje de los grandes complejos residenciales
Lilongs que todavía resisten el empuje de los grandes complejos residenciales.

Además de la modificación irreversible de la ciudad antigua, al oeste del río que divide la ciudad —«Puxi», al oeste del río Huangpu— una de las primeras consecuencias del desarrollismo fue la colonización de la margen oriental —«Pudong», al este del río— que convirtió un paisaje de explotaciones agrícolas y ganaderas en uno de los distritos financieros más importantes del mundo, en el que año tras año se inicia la construcción de un edificio llamado a ser más alto que los anteriores. Empezó a urbanizarse a principios de los 90 y hoy en día apenas quedan solares vacíos en el tramo pegado al río: decenas de rascacielos compiten en altura como metáfora de la feroz lucha empresarial que albergan tras sus fachadas de acero y vidrio. Ambas fachadas del Huangpu son, en esencia, la misma cosa: la metáfora del poder económico que ha dado alas a esta ciudad. El Bund era en el siglo XX lo que Pudong es en el siglo XXI: la promesa palpable del éxito que la ciudad ha perseguido siempre con voluntad planetaria.

Dos décadas después del inicio de ese frenesí modernizador, Shanghái ya es la ciudad más poblada del mundo. Hogar de 24 millones de personas —área metropolitana—, la ciudad se ha convertido en el mayor atractor de talento de China, absorbiendo cada año a miles de profesionales nacionales y extranjeros que vienen a satisfacer la demanda del gigantesco mercado profesional que constituye la ciudad. Shanghái ya posee el puerto por contenedores más grande del mundo, uno de los distritos financieros más activos —está previsto que para el año 2025 sea el más importante—, y está cerca de terminar la construcción de la que será la segunda torre más alta del mundo. Día a día el sueño chino avanza imparable a orillas del río Huangpu. Shanghái es, no lo duden, el espejo en que se miran las nuevas generaciones chinas, ávidas por conquistar el futuro que les ha sido prometido. Y sin embargo, a pesar del radical salto adelante que ha experimentado, la Perla de Oriente presenta todavía un pulido desigual.

Desde Puxi a Pudong
Desde Puxi a Pudong.

Guo Lin camina despacio, aún somnoliento, arrastrando pesadamente sus sueños hechos jirones en las primeras horas de la mañana. Es la única hora del día en que la contaminación da un descanso y es la bruma que sube desde el mar quien la sustituye con su manto sobre la ciudad aún dormida. Lin se confunde entre el marasmo de personas que cada día inundan el suburbano camino de sus lugares de trabajo. Con la salvedad de que no es un trabajador como los demás. Es un migrant worker, uno de los protagonistas de la mayor migración de la historia: el incontenible flujo migratorio que semana a semana desemboca en las grandes urbes de litoral en busca de la oportunidad que les es negada en su pueblos de origen. Algo más de 13 millones de trabajadores rurales al año se hacinan en míseros trenes que recorren en trayectos de varios días las inmensas distancias que les separan de la promesa de un futuro mejor. Un número colosal que el año pasado alcanzó los 250 millones de personas y que se estima en 400 millones para 2025. Un fenómeno análogo a la inmigración rural que alimentó la revolución industrial europea pero que llega dos siglos más tarde y con una dimensión mucho mayor. Una realidad dramática que apenas resulta ser una más de las apabullantes estadísticas a las que nos tiene acostumbrados un país de una dimensión tan colosal como es China.

El principal problema para estos migrant workers es el sistema conocido como Hukou (户口), un permiso de residencia que establece la obligatoriedad de residir y trabajar solo en las zonas de las que se detente este permiso. Las implicaciones de que el hukou sea también un registro domiciliar familiar son ineludibles: solo se puede residir en la ciudad o provincia en la que se ha nacido, siendo muy difícil obtener el permiso del Gobierno para cambiar de provincia. En tiempos de las hambrunas motivadas por el Gran Salto Adelante, el origen del hukou podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. Así, aunque este sistema se remonta a siglos atrás, en las últimas décadas el Gobierno central lo ha aplicado como una herramienta más de la economía planificada; destinada a legitimar las devoluciones forzosas de inmigrantes rurales que con regularidad se aplican para aplacar la conflictividad social. Los migrant workers son, en puridad, ilegales dentro de su propio país y no pueden optar a los servicios públicos ni residir en residencias registradas, viéndose abocados a malvivir en campamentos chabolistas que ocupan los solares vacíos de los barrios más degradados de las ciudades en las que se asientan.

Tomorrow Square, la guarida de Batman
Tomorrow Square, la guarida de Batman.

Unas condiciones crueles para unos trabajadores que suman una población estimada superior a los dos millones de personas y que coloca la cifra de población total de Shanghái cerca de la barrera de los 25 millones. Con una densidad de población urbana de 3854 habitantes/km2, la ciudad ostenta el primer puesto mundial en esta clasificación. El fenómeno es nacional: todo el mundo quiere venir a las ciudades del litoral chino, allí donde bulle el futuro. Esta realidad ha creado una necesidad ineludible de dotar de morada digna a un número cada vez mayor de inmigrantes, redoblando la presión sobre el Gobierno de la ciudad. De esta manera con los años se ha intensificado la de por sí muy fuerte presión inmobiliaria para levantar mastodónticos complejos residenciales que superan con frecuencia los 100 metros de altura, verdaderas moles de hormigón que se miran desafiantes bajo el cielo grisáceo de Shanghái.

La ciudad más poblada de China discurre siempre entre extremos. La ciudad que vio nacer al hoy omnipresente Partido Comunista Chino se ha convertido en un vórtice de consumismo. El dinero es la religión predominante y el materialismo su profeta. El modo de vida tradicional de tazas de té y partidas de mayong retrocede barrio a barrio frente a una ciudad de neón y cafés ultraedulcorados de tamaño venti. El Shanghái postmoderno invade todo con sus luces de colores y hace retroceder los límites de la ciudad tradicional a pequeños reductos aislados dentro de la abigarrada trama urbana. Son pedazos de historia construida, retales inconexos de un pasado tradicional que generalmente no consiguen esquivar la amenaza de los promotores que, en connivencia con unas autoridades políticas que detentan la propiedad de la tierra, los condenan a desaparecer para hacer hueco a los mastodónticos desarrollos residenciales. Incluso los edificios culturales, aquellos templos y jardines de la época imperial que han sobrevivido a los siglos, se hayan rodeados por cafeterías y tiendas de recuerdos que hurtan la esencia espiritual que alguna vez debieron albergar. Starbucks en los bajos de un templo budista, no sé si me entienden.

Escasos son los casos en que se haya decidido respetar una trama urbana histórica ante el empuje del capital. Salvo contadas excepciones, la conservación de los barrios tradicionales se ha dirigido siempre a la reconversión de esas zonas en lugares comerciales que rentabilizasen la inversión, sin respetar el carácter residencial de estos tejidos urbanos. Salvo en Tianzifang, un lilong antiguo rodeado de enormes torres que hace una década estuvo a punto de desaparecer bajo el empuje de las excavadoras. Solo un eficaz movimiento ciudadano, enfocado a recuperar los valores artísticos que habían existido en la zona —antiguo distrito artístico en los años dorados de Shanghái— y sostenido por importantes personalidades del circuito artístico shanghainés —artistas, pintores y fotógrafos que instalaron en bloque sus estudios como forma de hacer presión— consiguió evitar que se ejecutara la orden de demolición. Hoy en día Tianzifang bulle de vida, convertido en uno de los lugares turísticos más populares de la ciudad, donde hordas de visitantes se mezclan con los artistas que tienen en ella sus estudios y los afortunados residentes que todavía viven en centenarias casas, ajenas al bullicio de la ciudad circundante.

La ciudad necesitaba empero un escaparate para reafirmar frente al mundo su candidatura a megalópolis, y lo supo encontrar con la organización de la exposición universal más cara de la historia, EXPO 2010, que durante seis meses atrajo a más de 70 millones de visitantes y tuvo representación de más de 200 países. Con el lema «Mejor Ciudad, Mejor Vida», la organización trató de estimular el debate sobre el futuro de una ciudad que se calcula que doblará su población antes de 2050. Una megalópolis construida basándose en disparidades, inmersa en un eterno proceso de demolición y reconstrucción del centro urbano, sometida a fortísimos empujes migratorios y con el desafío de sobrevivir a los éxitos económicos que ha cosechado en estos últimos 20 vertiginosos años.

Trampantojos naturales que tratan de abstraer a los transeúntes. Foto de Ni WenHua
Trampantojos naturales que tratan de abstraer a los transeúntes. Fotografía de Ni WenHua.

Es, sin lugar a dudas, una ciudad asentada en conceptos superlativos. Un paseo por cualquiera de sus arterias comerciales confirma que el pretendido progreso no es uniforme y que la amalgama luminosa de neones no sirve sino para camuflar la pobreza y suciedad de los patios traseros que la modernidad no se preocupa de rescatar. La ciudad presenta numerosos solares en construcción cuya actividad la cierran al público grandes carteles que reproducen escenas naturales, burdos trampantojos que venden al ciudadano una realidad lejana y ajena al gris caos por el que transita. «El desarrollo es crucial» (发展才是硬道理) exclaman carteles ubicados por toda la ciudad, que nos recuerdan que Shanghái es un gigantesco acto de fe en las bondades del desarrollismo, un ente orgánico construido con vidrio, hormigón y cristal que desafía las verdades asumidas del urbanismo y obliga a investigar nuevos métodos que la puedan salvar de morir de éxito. La antaño llamada Perla de Oriente ha vuelto a brillar, sí, pero convertida hoy en una extensión cuasinfinita de torres que asaetean un cielo permanentemente nublado, una urbe que guarda más parecido con Gotham que con cualquier otra ciudad del mundo.

Porque, además, en Shanghái rara vez brilla el sol en su cénit: al igual que en el resto de las grandes ciudades chinas, la contaminación cubre diariamente con su manto ácido el cielo de la ciudad. Los automóviles que discurren por autopistas que zigzaguean a 15 metros del suelo contribuyen al desastre medioambiental causado por las industrias de la provincia. La situación no es tan alarmante como en Pekín o Tianjin, pero el peligro es real: el ejercicio físico intenso al aire libre en esas condiciones conlleva un serio riesgo.

Una vista particular del Shanghai World Financial Center .
Una particular vista del Shanghai World Financial Center.

Y sin embargo, el atractivo de la ciudad es innegable. Shanghái ofrece y seduce. Durante la primera década de este siglo cientos de miles de extranjeros, estudiantes y profesionales, han desembarcado a orillas del Huangpu en busca de suculentas oportunidades profesionales de las que no disponen en sus países de origen. Antes eran más comunes los trabajadores cualificados —el germen del fenómeno expat— que las multinacionales enviaban a China para entrenar e instruir a los nacionales chinos en prácticas empresariales, pero hoy en día esta tendencia se ha modificado. Últimamente, y especialmente desde el inicio de la crisis económica que azota a Europa, son ya más los recién licenciados que vienen a China para debutar en el mercado profesional. Ya sea mediante programas oficiales o por propia iniciativa, no resulta difícil encontrar europeos y americanos que quieren ser protagonistas de su propio sueño chino. No hace falta buscar demasiado para encontrar cientos de profesionales españoles que han encontrado en Shanghái un trabajo a la altura de las expectativas con las que entraron en la carrera. Uno de los colectivos que más se ha agarrado a esta tabla de salvación son los arquitectos, que ven que en España ya apenas se construye nada y en China no se deja nada por construir. Mientras en España el descenso de actividad ha sido de un brutal 98%, en China no hay tiempo suficiente para construir todo lo que se proyecta. Aquí, el frenético desarrollismo estimula todas las industrias, siendo la construcción y el negocio inmobiliario los motores económicos de la ciudad, sin desdeñar a la industria manufacturera, que ha crecido a un 20% estos últimos años. Shanghái se ha convertido en una locomotora en el contexto asiático, un gigante económico que necesita a todos y no excluye a nadie. O no excluía, porque eso parece estar a punto de cambiar.

Tan atractivo es el mercado de trabajo en Shanghái que la llegada de trabajadores extranjeros no ha hecho sino incrementarse dramáticamente en pocos años. El número oficial ronda las 100.000 personas —aquellos registrados en sus respectivos consulados—, pero es sabido que la cantidad exacta casi quintuplica ese número. A pesar de que el peso relativo de la población extranjera no es significativo (apenas un 2% del total de 24 millones), las autoridades chinas han decidido endurecer los requisitos para conseguir visados de entrada al país. De la residencia permanente ni hablamos. Sobran extranjeros. Después de algunos años de cambios imprevistos en las condiciones, este verano se ha vuelto a reformar la ley de inmigración para endurecer los términos para la obtención o prórroga de un visado —sea de la categoría que sea—, lo que ha dejado a miles de personas con escaso tiempo para salir del país y probar suerte en consulados chinos en el extranjero. Aunque las nuevas condiciones para la obtención de visados están en suspenso —se espera que próximamente se den a conocer los nuevos requisitos—, esto no hace sino reafirmar la tendencia de los últimos años por parte del Gobierno chino de restringir la entrada a extranjeros, esgrimiendo extraoficialmente que el llamado «sueño chino» que se promulga en las escuelas «debe ser patrimonio exclusivo de la nación china».

Una de las mayores dificultades para los extranjeros a la hora de asentarse y buscar trabajo en la ciudad es el idioma, circunstancia que provoca que muchos extranjeros decidan pasar largas temporadas realizando cursos de mandarín en alguna de las universidades chinas. Muchos pasarán unos meses y no conseguirán más que un dominio superficial de un idioma, el mandarín, que exige una vida dedicada a su estudio para ser dominado con solvencia. Sin ser perentorio para poder encontrar un trabajo —depende del sector, por supuesto—, el hablar chino es una baza fundamental para poder desenvolverse en la ciudad, aún a sabiendas de que la maestría en el idioma —especialmente en lo se refiere al lenguaje escrito— es una quimera al alcance de muy pocos.

Shanghái no solo busca atraer el mejor talento extranjero, sino también formar el mejor talento nacional. Sus universidades más prestigiosas, Fudan, Tongji y Jiaotong, solo encuentran rival en sus homólogas pekinesas, con las que mantienen una dura pugna por atraer a los mejores estudiantes. Enraizada en la tradición china está la importancia fundamental de la educación y la intelectualidad. Ya el Imperio chino otorgaba una importancia crucial a la educación de sus súbditos, edificando una cultura del esfuerzo intelectual en detrimento del físico que empujaba a las familias a procurar la mejor educación posible para sus hijos. El ejercicio físico y la guerra eran propios de pueblos inferiores, no había gloria en los lances de armas. La mayor aspiración era ser funcionario imperial, una élite privilegiada con acceso a la corte del emperador y con privilegios exclusivos en función de rango y antigüedad. A principios del siglo XX, sin embargo, la inmensa población china era analfabeta, circunstancia de la que solo el empeño fundacional del Partido Comunista Chino pudo sacarla. Imaginen el cuadro ahora, 30 años después de la puesta en práctica de la política de hijo único. Las familias chinas solo pueden disfrutar de un vástago —existen algunas excepciones— y la lucha por asegurarle una educación sólida es feroz. La competencia es brutal: los niños están sometidos a una gran presión para destacar entre sus compañeros y asegurar una plaza en las universidades de prestigio, encadenando desde que son infantes larguísimas jornadas en la escuela con clases de refuerzo durante 11 meses al año, seis días a la semana. El escaso tiempo libre lo dedican a aprender inglés o profundizar en aspectos de su vastísima cultura. Es un entrenamiento casi espartano, tan heredero de la tradición china como producto de la necesidad perentoria por asegurarse un futuro digno. Y es que, en China, una carrera profesional de éxito depende en gran medida de la universidad a la que se consiga acceder.

Distritos de Jing'an y Putuo
Distritos de Jing’an y Putuo.

Este esfuerzo, sin embargo, sí da sus frutos: Shanghái encabeza desde 2009 el célebre informe PISA que año a año vapulea al sistema educativo español. Los niños shanghaineses, incluido los hijos de los migrant workers, demostraron tener mejor comprensión lectora y habilidad matemática que nadie en el mundo. Las nuevas generaciones chinas huyen del estereotipo de «pequeños emperadores» —que los tildan de inútiles, egoístas y caprichosos— y comparten el sueño de sus mayores por colocar a China en el primer puesto mundial. Signifique eso lo que signifique.

En última instancia, el responsable del éxito último de Shanghái es el mismo Partido Comunista que durante décadas impidió su ascenso. Temerosos de que pudiera hacerle sombra a Pekín, el Gobierno Central que comandaba Mao siempre mantuvo a la ciudad del delta en un discreto segundo plano, maniatando a sus autoridades políticas para impedir su desarrollo. Fue por un lado la llegada de Deng Xiaoping, con su «enriquecerse es glorioso» y, sobre todo, el ascenso a la jefatura del poder nacional de políticos como Jiang Zemin y su Facción Shanghainesa —políticos que habían desempeñado cargos de importancia en el Gobierno regional shanghainés— lo que le ha valido a la Perla de Oriente para librarse de ataduras capitalinas y cumplir su rol histórico de líder de la modernización china (Daitouyang, 带头羊, «la oveja que toma la iniciativa»). Hoy en día la importancia de la estructura del Partido Comunista en Shanghái es clave: generalmente se considera a la jefatura del partido en la segunda ciudad como una plataforma clave desde la que asaltar la residencia oficial del poder central, Zhongnanhai.

Así, y gracias a las políticas de los últimos 20 años, el PIB de Shanghái se ha disparado, creciendo a un ritmo superior al 10% durante la última década. Progresivamente, a medida que la primacía económica de la segunda ciudad china se asienta, el modelo económico de la ciudad se va abriendo a nuevos mercados, intentando atraer al mayor número posible de industrias y profesionales. Shanghái se va a convertir en un gigante económico con un PIB mayor que cualquier otra región del mundo. Y la base de ese desarrollo futuro es, como no podía ser de otra manera, Pudong.

La urbanización del que antaño era el distrito más pobre de Shanghái es la última frontera que le queda a la ciudad en su infatigable búsqueda de la corona mundial. En ese pedazo de tierra antes olvidada se han construido las torres más altas, edificado los más extensos parques empresariales y han ubicado sus sedes muchas de las multinacionales más potentes. Pudong es el epítome del desarrollismo chino, allí donde la modificación que ha sufrido la ciudad es más visible. Edificada por completo la parte pegada al Huangpu y establecida ya la imponente fachada fluvial que aparece en todas las postales, ahora queda urbanizar la lengua de tierra que avanza hasta el mar. Cientos de kilómetros cuadrados que en una década albergarán el puerto más grande del mundo, uno de los aeropuertos más concurridos, cuatro zonas de libre comercio, el distrito financiero más potente, el parque empresarial más importante para químicas y farmacéuticas y las mejores escuelas de negocios a este lado del Pacífico. En definitiva, las autoridades chinas tienen muy claro cuál debe ser el futuro de la ciudad: ser la urbe de referencia en el próximo siglo. Shanghái como orgullo de la nación elegida y símbolo del nuevo orden mundial.

A la mayor gloria del desarrollo pasado y futuro de Pudong se construyó un museo en el barrio de Lujiazui, a la sombra de algunas de las torres más altas del mundo. Allí, entre paneles expositivos que desgranan con precisión todo lo conseguido desde 1991 y exponen con convicción los compromisos que aguardan a la ciudad en el futuro, destaca una imponente proyección audiovisual. La ambientación es espectacular: una sala desmesurada que alberga una pantalla de 200 m2 a cuyos pies se ubica una gigantesca maqueta de toda la provincia de Shanghái. Para observar el vídeo hay que encaramarse desde una plataforma a cuatro metros del suelo y 15 de distancia de la pantalla, una posición privilegiada para no perderse el festival de luces que constituyen juntas la maqueta y la proyección. Una sala de museo a escala china.

Se apagan las luces, empieza el vídeo y se suceden las expresiones de asombro e incredulidad. Lo que allí se proyecta es el espíritu que vertebra a la nación china: el orgullo de un país en permanente persecución por alcanzar un trono del que «les apeó Occidente hace dos siglos y que nunca deberían haber abandonado». El de la dominación mundial.

Europa, y España, ya pueden despertar de su letargo. El futuro no espera a nadie. Y los chinos lo saben.

Vista desde el Shanghai Financial Center, en Pudong. En primer término, la Torre Jin Mao. Al fondo, al otro lado del Huangpu, el Bund
Vista desde el Shanghai Financial Center, en Pudong. En primer término, la Torre Jin Mao. Al fondo, al otro lado del Huangpu, el Bund.

 

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13 Comments

  1. John Doe

    ‘Europa, y España, ya pueden despertar de su letargo.’

    ¡Qué pronto se nos ha olvidado la época en que una ardilla podía cruzar España desde los Pirineos a Algeciras saltando de grúa en grúa! Cuando el amigo ‘Ansar’ posaba sus pies en la mesita del café de George Bush, Jr. sin que le dijera, mientras compartían coñac y unos buenos habanos. Cuando un inmigrante magrebí, ecuatoriano o rumano podía legalizar su situación en el país presentando un billete de metro como prueba de arraigo, o pedir un crédito sin avales, porque nada más bajar de la patera encontraba trabajo en la construcción. ¡Y los pisos no van a dejar de subir, señores! ¿Burbuja? ¿Qué burbuja? Esto es crecimiento sólido; que los pisos están hechos de cemento, no de aire. Cuando la CEOE pedía a gritos que abriéramos las fronteras porque necesitábamos dos millones de peones cada año para poner ladrillos, y aún así nos faltaba gente. ¿Lo recordamos? Escuece, ¿verdad? Pues la pesadilla que estamos viviendo se va a quedar en nada, en NADA, cuando estalle la burbuja inmobiliaria china, (eso si no revienta antes la burbuja de los estados del Golfo, claro)…

    • PRESIDENT MAO

      Estás mirando en la dirección equivocada, John. Si China no lo impide, la próxima burbuja estallará en los EE.UU.:

      http://www.vozpopuli.com/blogs/3114-juan-laborda-estados-unidos-esa-bomba-de-relojeria

    • Rodion

      Totalmente de acuerdo, de hecho ya está empezando a explotar, tiempo al tiempo, ¿no?:
      http://www.youtube.com/watch?v=no6099r9x9M

    • Manué

      Fíjate que aunque acabo de estar por allí hace nada y he visto que allí en los solares kilométricos que hay entre las grandes ciudades se están construyendo de la nada horribles barrios consistentes en cientos de bloques de viviendas de varias decenas de plantas cada uno (y no exagero) que ríete tú de Seseña… a pesar de haber visto eso, digo, creo que China saldrá del super-estallido de su super-burbuja inmobiliaria con bastante mejor pie que nosotros, entre otras cosas porque ellos, aparte de construir Seseñas, se han preocupado en competir con sus vecinos asiáticos en lo que a exportaciones se refiere, y no van a necesitar mendigar unas olimpiadas para que les entre crédito extranjero.

      Que todo esto lo han hecho a costa de cargarse buena parte de su patrimonio histórico, humano y cultural, como bien reza el artículo, es otro cantar.

  2. Ni que decir tiene que el peak oil, el fin del petróleo barato, pondrá a todo el mundo en su sitio. No se puede crecer indefinidamente, y el hombre ya ha llegado a las costuras del planeta.

  3. Pingback: Shanghai calling | Revista Seda

  4. María

    Solo decirte que me ha encantado este artículo. No sólo porque (y digo esto desde Shanghai mismo) plasma la realidad bastante fielmente y de una manera bastante amplia, sino por el modo en que está escrito. Es muy difícil mantener un tono casi imparcial al hablar de esto. Es completamente diferente y tiene cosas fantásticas, pero cosas realmente atroces. Contar todas con el mismo tono… Enhorabuena

  5. Pingback: Shanghai calling

  6. Pedazo de artículo. Muy interesante, muchas gracias. Verdades como puños dices.

  7. Pingback: Shanghai Calling | Estudiando en Tongji

  8. Pingback: Isto é Shanghai! | China na minha vida

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