Llevo ya un tiempo pensando que tenemos una idea bastante limitada de lo que es la desigualdad, y de cómo puede resolverse aquí y ahora, en la España de 2013. Cuando escuchamos hablar de desigualdad solemos pensar sencillamente en ricos y pobres. En personas, o en grupos (¡en clases sociales!) con muchos más recursos que sus vecinos. Medimos la distancia entre ambos, o la variación de un individuo a otro y he ahí la desigualdad. Las formas de solucionarla que nos vienen a la cabeza en el debate político del día a día suelen ser igualmente simplistas: podemos emplear impuestos sobre la renta (o sobre el capital) que después redistribuiremos a través de gasto público o de transferencias puras, de un lado a otro del espectro.
Nada de esto es, por supuesto, ni erróneo, ni falso. La desigualdad es esencialmente un reparto desequilibrado de recursos. La mejor manera que tenemos de medir este reparto es a través de la riqueza y de la renta, en cualquier caso de dinero hablamos finalmente. Del dinero disponible en un momento dado. Y los instrumentos más obviamente poderosos para cambiar esta situación se resumen en «quitarle a unos para darle a otros». En torno a esto ha girado la mayor parte de la lucha política occidental en los últimos siglos. Sobre esto también tendemos a pensar cuando miramos a nuestro entorno en busca de las injusticias y sus posibles soluciones.
Y aun sin ser ni erróneo ni falso esta no es la única manera de pensar en la desigualdad. A veces ni siquiera es la más importante. Mientras que es indudablemente cierto que «desigualdad» es igual a «diferencia en recursos entre A y B en un momento M», no es menos cierto que esto solo nos proporciona información sobre un resultado particular en un momento determinado del tiempo. Quedarnos ahí nos hace perder completamente la perspectiva sobre cuál será la evolución, y en consecuencia las expectativas, de las personas A y B. Nos hace también no comprender por qué dicho valor, los recursos en el momento M, pueden no predecir bien cuál es la capacidad de A o de B para seguir manteniendo esa posición en momentos posteriores.
Bajemos del mundo abstracto al real y pongamos nombres y tiempos a las letras. Digamos que A es Juan. Juan tiene cincuenta y dos años, pelo oscuro que comienza a clarear y cejas pobladas sobre sus ojos color miel. Juan también tiene un puesto de contable en una empresa mediana que exporta puertas al extranjero. Juan llegó a ese puesto hace treinta y dos años, cuando la empresa comenzaba a abrirse paso. Lo consiguió sin formación específica porque por aquel entonces, bueno, tampoco muchos la tenían en la ciudad de provincias en que reside y trabaja. Juan es, por tanto, un contable bastante antiguo, que conoce al dedillo a su empresa por dentro, pero que es más bien poco hábil con las nuevas herramientas contables y financieras que la informática pone a su disposición. Juan también tiene un contrato indefinido con una indemnización por despido que le garantiza unos cuarenta mil euros si tal cosa llegase a suceder.
B es María. María tiene solo veintiocho años, y sus cejas no son pobladas. Lo que sí es poblado es su currículum: licenciada en ADE + Derecho bilingüe, con un master de escuela de negocios de nivel medio-alto, experiencia en forma de prácticas en varias grandes consultoras y auditoras y capacidad para manejar cualquier programa informático (porque si no lo conoce puede aprenderlo). María tiene además don de gentes. Así que ha conseguido un puesto en otra empresa mediana que exporta marcos de ventana, en la misma ciudad mediana de provincias que Juan, donde siempre quiso volver a vivir a pesar de que realizó sus estudios viendo mundo. María gana en este momento cincuenta y cinco euros al mes más que Juan. María, eso sí, se encuentra bajo un contrato por obra y servicio porque en la empresa mediana que fabrica y exporta marcos de ventana le han dicho que bueno, que tal y como están las cosas no le pueden hacer fija «todavía». María lo entiende y lo acepta, aunque es cierto que ya van por el segundo contrato temporal, alrededor de dieciocho meses. Si le despiden mañana tendrá una indemnización de unos mil eurillos.
Ahora llegamos nosotros en el momento M, septiembre de 2013, Medidores de la Desigualdad, y queremos saber cuál es la situación en nuestra sociedad, que de momento solo está formada por Juan y María. La desigualdad es, entonces, favorable a María por un porcentaje determinado y bastante bajo, dada la escasa diferencia salarial. Conclusión: nuestra sociedad no está particularmente desequilibrada.
El error cometido por la medición aparece ahora claro: para empezar, María tiene unas probabilidades de ser despedida mucho más altas que Juan. De hecho, si colocásemos a Juan y a María en la misma empresa y en el mismo departamento, un directivo buscando hacer reajuste de personal lo tendría tristemente fácil a la hora de decidir a quién despedir. A igualdad de salarios, la productividad de María debería ser valorada en treinta y nueve mil euros más (la diferencia en indemnizaciones por despido) para salir a cuenta. Lo cual, dado que Juan se conoce la compañía de cabo a rabo, no sucede, a pesar de que María sepa todo lo que hay que saber sobre software contable. Además, de ser despedida, María contaría con muchos menos recursos para salvar el paso hasta el siguiente trabajo, que no sabemos cómo de largo puede ser. Como consecuencia, María se encuentra en una situación mucho más vulnerable que Juan. Esto, por cierto, también puede ser independiente de la renta familiar. Si ponemos a Juan en el mismo hogar que María, haciéndole a él el padre de una hija para la cual quería y quiere lo mejor, la desigualdad se mantiene y resulta incluso más patente, pues los dos disponen del mismo soporte en el hogar pero afrontan riesgos de intensidad muy distinta. Es cierto que hay argumentos para proteger a Juan de una manera sólida, dado que si pierde su trabajo es improbable que vuelva a encontrar uno similar. Lo que cabe preguntarse, lo que quiero plantear aquí, no es eso: es si realmente queremos que la diferencia entre ambos sea tan grande.
Una medida de desigualdad que ignora las barreras a las que se enfrentan los individuos produce un debate parcial y sesgado. El problema de María no puede ser solucionado solo a través de un impuesto de la renta ni de transferencias incrementadas para ella. Y sin embargo la desigualdad está ahí: dada la actual situación de España, a lo largo de su ciclo vital (o al menos en el mismo a medio plazo) María tendrá menos posibilidades para desarrollar una vida plena que Juan. Los costes de cualquier empeoramiento de la situación no estarán nunca distribuidos de manera equitativa, igual que no lo han estado entre 2007 y 2011, cuando el mercado laboral español se deshizo de personal ocupado de la siguiente manera: el 3% de los trabajadores fijos perdieron su puesto de trabajo, mientras que este porcentaje se multiplicó por diez en los temporales. Y en el caso de los temporales por debajo de veinticuatro años el 60% perdieron su trabajo. Reflexionemos un instante sobre esto: más de la mitad de los chavales menores de veinticinco con contrato temporal se quedaron sin trabajo en cuatro años. Sin embargo, antes de 2007 muchos de ellos ganaban tanto como su correlato con mayor edad y puesto más estable. La desigualdad, medida como diferencia salarial entre ambos, solo se detecta cuando ya es demasiado tarde.
La forma de atacar este tipo de problemas es prestando atención a qué está estructurando la actitud de los individuos en el mercado, qué condiciona sus oportunidades. En este caso es defendible que la existencia de facto de dos opciones para contratar trabajadores, una estable y cara y otra precaria, flexible y barata, pone a los trabajadores bajo un doble rasero. Si queremos reducir la desigualdad el debate tendrá que referirse necesariamente a este doble rasero.
La consideración de medir la desigualdad como imposibilidad de acceso a las mismas condiciones no es exclusiva del mercado laboral. Ojalá lo fuese. España dispone de un amplio y colorido abanico de barreras de entrada que dejan a unos la vida mucho más difícil que a otros. Estas barreras tienen la particularidad de tener una forma relativamente compleja y, sobre todo, de ser en gran medida independientes de la renta de quien intenta entrar. Tenemos barreras de entrada para actuar en ciertos sectores (taxis, farmacia, transportes terrestres). Tenemos barreras de entrada en la función pública, donde la afiliación política prima por encima del mérito para ocupar cargos de cierta importancia. Tenemos barreras de entrada que vienen de los Ayuntamientos (sí, en serio). Tenemos barreras de entrada en muchas profesiones llamadas, irónicamente, «liberales», y encarnadas por los colegios profesionales. Por tener, tenemos barreras de entrada incluso en la industria cultural, tan dependiente de subvenciones que la ha hecho esclerótica. Todas y cada una de ellas genera una pequeña desigualdad en acceso a recursos y expectativas futuras.
Hay quien dirá que la diferencia entre medir la desigualdad por rentas o por barreras de entrada, entre intentar solucionarla a través de impuestos y transferencias o a través de cambios y regulación, esconde una oposición mucho más esencial: igualar por resultados contra igualar por oportunidades. Que centrar la atención en las diferencias entre quienes cuentan con ciertos privilegios y quienes no en lugar de hacerlo en quién tiene recursos y quién no es una sutil forma de mover el foco hacia el liberalismo, hacia la meritocracia, hacia la introducción de la competición y la competencia en todas las esferas de la vida. Sin embargo, quien así lo ve olvida normalmente dar respuesta a dos interrogantes. Primero, ¿cuál es la alternativa? ¿Mantener ciertos privilegios? ¿Establecer un sistema que mientras los mantenga garantice la redistribución? ¿Cómo se hace eso exactamente? Segundo, y aún más importante, ¿por qué una propuesta política que abogue por eliminar barreras de entrada, simplificar regulación y evitar el anquilosamiento de ciertos grupos es incompatible con abogar al mismo tiempo por una mayor redistribución a posteriori? No parece ninguna quimera pretender que Juan y María tengan el mismo nivel de protección contra el despido (si se quiere, con una cierta prima para Juan por longevidad), que este sea alto, y que además cuando cualquiera de ellos quede en paro se le proporcione un colchón lo suficientemente mullido y lo suficientemente útil como para encontrar un nuevo trabajo en el periodo de tiempo más corto posible.
En definitiva, lo que reclamo para nuestro debate público sobre desigualdad, renta y, en definitiva, el futuro económico de España no es una moderación: es un enriquecimiento en los ejes de referencia. Creo que lo que debemos preguntarnos es sencillamente si queremos resolver la desigualdad que vemos hoy o si deseamos trabajar en evitar las desigualdades que vendrán. Si estamos dispuestos a que nuestro Estado nos proteja a todos por igual a la vez que nos exige a todos por igual. Yo sí lo quiero. Quizás es porque tengo la edad de María.
Excelente reflexión. Me ha gustado y me ha parecido muy bien razonada. Felicidades!
Buenísimo. Y lo que sorprende de las barreras de entrada es que el individuo, una vez dentro, no quiere que se rebajen pese a lo que le ha costado a él mismo acceder. Lo vemos los que hemos estado a uno y otro lado de un convenio. Pedíamos más y sabíamos que eso iba a significar que se harían menos contratos.
Cierto, y por eso también por ejemplo los inmigrantes ya instalados en un país suelen ser más propensos a endurecer las leyes de inmigración, quieren cerrar las puertas tras ellos y reducir la competencia.
Creo que no se presta la suficiente atención a esta competencia interna dentro de un mismo grupo. Nos resulta más fácil representar el enfrentamiento entre grupos distintos. Por eso había gente que le costaba comprender que a Le Pen lo votaran tanto en barrios obreros.
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Bravo. Yo, que he estado en la barrera del contrato de obra durante años, sé lo que es verse de pronto en la calle con lo puesto. Así que me propuse organizar mi propia marca y sistema y abrir esas barreras, con contratos indefinidos. Ahora bien, al meterme en el mundillo empresarial entiendes algunas cosas que no siempre se ven desde fuera.
Si quieres pagar a tus empleados un sueldo decente, algo por encima de la media, los costes anuales se disparan. No es sólo la seguridad social o los impuestos de sociedades. Y me veo en la tesitura de inflar los precios para poder mantener esa idea, cosa que no muchos pueden permitirse. Con esto no critico a nadie, fue voluntad mía hacerlo así y quizá me vaya bien o quizá no, el tiempo lo dirá. Pero da para reflexionar.
Gracias por explicar la principal razón por la que se han realizado las últimas dos reformas laborales. Ahora esa desigualdad ya casi no existe.
Resulta que en Estados Unidos donde el despido es relativamente barato te despiden y contratan a Maria, pero esta vez con un salario de menos de la mitad de lo que ganaba Juan. Asi que en esta situacion saslen perjudicados los dos.
Un bluff absoluto. Ignora los verdaderos datos. Juan entró en la empresa con el mismo nivel de protección de María, y si llegó al que tiene hoy se supone que habrá sido por su productividad dentro de la misma; no la potencial sino la real.
Ignora las razones sociales que llevaron a establecer los niveles de protección laborales que tiene Juan, como fueron el evitar cierto nepotismo empresarial, la explotación del trabajador….
Se lo venderán a los jóvenes desesperados por entrar en el mercado laboral. Lo aceptarán y nos habrán segado las piernas. Que le vamos a hacer, es la vida a corto plazo. Luego querrán que la gente tenga hijos. No entienden que el nivel de seguridad de Juan es al que de debe aspirar María.
Todo con matices, por supuesto, pero es que el artículo se los salta a la torera.
Oh, me temo que no ha leído con suficiente atención el artículo. Cito el final del penúltimo párrafo: «No parece ninguna quimera pretender que Juan y María tengan el mismo nivel de protección contra el despido (si se quiere, con una cierta prima para Juan por longevidad), que este sea alto, y que además cuando cualquiera de ellos quede en paro se le proporcione un colchón lo suficientemente mullido y lo suficientemente útil como para encontrar un nuevo trabajo en el periodo de tiempo más corto posible.»
Según mi argumento la naturaleza de la barrera no la constituye, como se desprende de su comentario, la protección de Juan por sí misma, es el salto en protección de Juan a María. Juan, por lo demás, entró en el mercado laboral *antes* de que ese salto existiese, pues la dualidad en el mercado laboral es consecuencia de reformas hechas después de 1984.
Yo no pretendo vender flexibilidad, que es lo que usted parece interpretar. Yo aquí he venido a vender igualdad de oportunidades, de acceso, de situación de vida. La flexibilidad total es solo una forma de llegar a dicha igualdad. Y no es la que yo prefiero, porque estoy totalmente de acuerdo en que la protección puede ayudar al buen funcionamiento de la economía y evitar la explotación. Pero insisto: lo primero es acabar con la barrera.
Y eso, ¿cómo se hace? Me refiero al caso particular de María y Juan. Quiero decir, ¿que otras opciones hay, aparte de aumentar la flexibilidad, para equiparar a ambos trabajadores?
Además, ¿se ha tenido en cuenta la importancia de la familia? En este tipo de casos que comenta, Juan seguramente tenga a cargo unos hijos (de la misma edad que María) que solo dispondrán del colchón familiar para salir adelante. Si recortamos los privilegios de los empleados de más edad, puede que también estemos empujando a la precariedad, indirectamente, a otros jóvenes. A no ser que, como dice usted, esto incluya una mayor redistribución ‘a posteriori’.
Pero repito, eso, ¿cómo se hace sin incurrir en más costes y más gastos? ¿Hay ejemplos (exitosos) de otros países que puedan compararse con España?
Sí, si me lo he leído, y creo haber entendido perfectamente.
Lo que es evidente es que es irreal y sesgado. Ya de mano la descripción que haces de uno y otro es absolutamente tendenciosa.
El mercado laboral opino que es un desastre, y tal y como están las cosas, quizás lo adecuado pudiera ser que todos fuéramos autónomos y pagásemos impuestos como tales. O que la protección actuase en mayor medida en los casos de contratación de grandes corporaciones o empresas, y fuese más relajada en el caso de contratación de pymes y autónomos, pues evidente que la relación es la misma en un caso que en otro. Eso quizás fuese una forma de «flexibilizar» el mercado, facilitando la adquisición de experiencia.
Lo que no tiene sentido es pretender igualar la protección laboral de una persona que ha entregado 40 años de su vida a una empresa, y que sigue siendo productivo, con la de un recién llegado. El despido ha de ser objetivo, independientemente de su coste; en caso contrario…, a pagar y duro.
El punto de vista del asunto no puede ser únicamente el de la empresa, a menos que queramos volver al estado de cosas previo a la revolución industrial, y estemos pretendiendo basar nuestra convivencia en simples números económicos.
Estoy con Tadzio. ¿Cómo ajustar y reducir la brecha sin aumentar la flexibilidad laboral, esto es, reduciendo aún más las indemnizaciones por despido y dejando al empresario más margen (más causas) para despedir?
Porque aumentando la protección para María solo incurrimos en más costes, lo que desincentivaría la contratación y la barrera de entrada seguiría presente.
Artículo tendencioso y manipulador. Retratas a Juan como un viejuno apalancado, solo te falta añadir que es rentista de 4 apartamentos en Torrevieja y que le ha tocado dos veces el cuponazo… Y María pues porque ella lo vale. El artículo más sesgado que he leído por aquí. Y para rematarlo añades que tienes la edad de María.
Es que los Juanes rentistas son el verdadero problema de este país, bastante más grave y fácil de solucionar que lo que plantea el señor Galindo.
Mientras Juan tiene su casa pagada de una época en que no tenía sobreprecio, María tiene que realizar un esfuerzo salarial para tener cobijo de tal magnitud que a Juan le habría valido para tener 2 ó 3 viviendas en su día.
La mitad del salario del salario más frecuente en España se va en pagarle el alquiler al casero, normalmente un Juan o un retirado a vivir de rentas, o la cuota hipotecaria al banquito quebrado.
¿Cómo no se va a caer la demanda si el salario se va en pagar una vivienda brutalmente sobrevalorada? El perfil de consumo de Juan es mucho menos interesante para el país que la de una María obligada a cancelar sus planes de tener (más) hijos.
Es cierto que la generación de caseros y rentistas están ahogando a la generación de María, aunque sigo viendo el artículo absolutamente sesgado. No todos los Juanes son unos ineptos tecnológicos ni todas las Marías tan preparadas. El artículo está absolutamente teledirigido.
Es un caso hipotético (que es bastante real en muchos casos). No es una premisa necesaria que se dé en el 100% de los casos. Es una falacia bastante pobre decir «como no es siempre así, la argumentación no tiene sentido en ningún caso».
Siempre me han hecho mucha gracia estos conocedores de la realidad social, y sobre todo laboral que se arrogan el derecho a dar opiniones sobre situaciones que jamas han vivido. Expertos en no se sabe que, sin haber pisado un centro productivo en su vida.
De acuerdo contigo, conocedor de la realidad social y del CV del resto de opinantes!
Me cuesta creer que una persona joven y que se ve tan versada y tan preparada defienda estas ideas.
Estoy totalmente de acuerdo en el análisis que haces de la desigualdad entre los dos individuos que presentas (eso sí, no podías ser más tendencioso). Estoy absolutamente de acuerdo en que es una «barrera» (como tu mismo mencionas en un comentario) con la que hay que acabar. Estoy completamente de acuerdo con el concepto de justicia social que desarrollas en la primera mitad del artículo.
¿Y tu solucion es el liberalismo? ¿Hoy, 2013, en medio de una crisis económica seria? Estos tiempos son los que benefician al grande, los que le permiten abusar cada vez más del que no es tan grande. Hoy, más que nunca, es cuando tenemos que proteger tanto a Juan como a María.
Y sin embargo, vienes aquí a «quejarte» de los «privilegios» de Juan, e incluso llegas a decir que «la productividad de María debería ser valorada en treinta y nueve mil euros más». ¿Eres consciente de que estás culpando a Juan de la situación de María? Bueno, no hace falta que contestes, ya sé la respuesta: sí.
Ese liberalismo moderno, de libro, que nos vendes, no se adapta a los tiempos que vivimos. Ahora es cuando más desprotegidos estamos. Es momento para sentar nuevas bases que garanticen la protección, en vez de soltar a los perros y llamarle «flexibilizar».
Este artículo me recordó mucho al Contrato Único ese del que sois paladines en Politikon. A día de hoy, ¿tiene sentido que Inditex y La Mercería de Lola contraten con las mismas condiciones? Vamos a dejar de lado la teoría y ser un poquito realistas, sobre todo cuando nos dediquemos a escribir artículos que analicen la sociedad actual, la de Juan, la de María.
Así pues, Antonio (y Fulgencio, y Albers), ¿cuál sería tu propuesta para los tiempos de hoy? Si intentar quitar barreras para dejar a todos los participantes en un mayor campo de igualdad de oportunidades (que no el mismo, claro) crees que es poco acertado dada la situación (y tampoco te lo niego), ¿qué propones? ¿Cómo salvamos a todos aquellos (jóvenes y no tan jóvenes) que no disponen de un contrato indefinido y no están a salvo en su sillita de veinte años de antigüedad (que sí, que este Juan con pelo canoso nos puede parecer una manera muy tendenciosa de vender la idea; pero el otro Juan, el que es un Gran Trabajador, mucho más adaptado tecnológicamente y productivo, como el que algunos dibujan aquí arriba, no escapa la parcialidad, tampoco…)?
El autor del artículo plantea una solución. A mi parecer, es una solución equivocada y contraproducente, y eso es lo que expongo en mi comentario. Y tu respuesta a mi comentario es ¿entonces qué propones? ¿Qué estamos jugando, al mal menor? Te puedo contestar como Fulgencio, y ya si eso, debatimos cuál de las dos opciones es menos mala.
Creo que una posible solución sería aliviar el costo de contratación y mantenimiento del trabajador para la empresa, a cambio de eliminar toda opción de contratación que desemboque en empleo precario (o al menos las más burras, como encadenar contratos en prácticas durante 8 años). De esta forma, el Estado recibiría menos por cada trabajador, pero se estimularía la contratación y aumentaría la productividad (o la posibilidad de expansión-permanencia) de las empresas, por lo que la partida estatal del paro debería bajar. Además, se lograría algo que no se refleja en las gráficas ni en las previsiones económicas: la estabilidad social, la (mayor) igualdad entre María y Juan. De eso se trataba, ¿no?
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De ninguna manera, Zoey, dejando las cosas como están hasta que provoques la suficiente anomia que dé lugar a un estallido social y la sociedad entera se eche las manos a la cabeza. Llevo diez años de subcontrato con unas condiciones laborales inferiores a las de un teleoperador (el resto con becas o sin contrato). Trabajo rodeada de estables y, salvo un par de honrosas excepciones, la respuesta a mi situación laboral suele ser la absoluta indiferencia o el «búscate otra cosa», «si estás así es tu problema». No se trata de igualar a la baja, pero la dualidad del mercado laboral español es insostenible y llevamos años sin encarar la situación. ¿Hay que esperar a verse en la calle y no encontrar trabajo? ¿A hacerlo ganando menos de 1.000€ con las pagas extras prorrateadas, un contrato por obra o servicio y flexibilidad total? Lo dicho, cuando esa «minoría» de millones de desempleados y precarios pase a ser mayoría, el país descubrirá el elefante en la habitación y se dará cuenta de en qué han quedado tanto siglos de lucha social.
Zoey, te contesto: Matando a los mayores de 50 años. Ves, ahí tienes una respuesta. Inaceptable, eso sí, pero es una respuesta tan válida como la del artículo.
No hay solución, es inevitable que acabemos siendo todos los trabajadores precarios y sin poder adquisitivo alguno. Y lo es por varias razones; una de ellas la expone Galahat, y consiste en la indiferencia ante la injusticia perpetrada contra los otros. El día que salió el primero de esos privilegiados pidiendo la moderación salarial para los trabajadores…, contratos precarios…, ERES unilaterales…, siendo él un potentado, deberíamos haber parado todos y dejado que se pudrieran en su propio caldo. Pero claro, eso es imposible, y más aún con unos sindicatos anestesiados con su aburguesamiento.
Puede haber infinidad de medidas, pero la única que les sirve es la de señalar a Juan como culpable de la situación de María, ¿sabes porqué?. Pues porque de esa manera se harán con otro trozo más del pastel; si ahora Juan y María poseen el 30 por ciento de la riqueza (teniendo Juan el 25 y María el 5, por ejemplo), y el 70 por ciento restante está en manos de «ellos», cuando esto acabe Juan y María se estarán repartiendo el 15 a lo sumo, y ellos habrán pasado a poseer el 85 restante. Y mientras tanto, hacen a María mirar hacia Juan con envidia, porque dominan la psicología de María (que mira con envidia) y la de Juan (que protege lo suyo con cobardía, sin saber que ese el primer paso para perderlo).
Hay una estadística que dice que una empresa en los países desarrollados de nuestro entorno, destina poco más de un 2% de sus recursos a beneficio empresarial. En España supera el 6%. El capital es el destinatario de la riqueza, dinero llama a dinero. Es la política liberal, que consiste en jugar al poker uno con diez euros y otro con diez millones de euros, y no establecer límite de apuesta ¿crees que se puede jugar así?
Ya te ha dado Galahat la respuesta, el futuro es el hambre que estés dispuesto a aguantar, después vendrá lo de siempre. Y esta vez con menos vergüenza y sonrojo que nunca, están crecidos. El otro día leía una noticia que describía como a un funcionario de Bangladesh que quiso denunciar a las empresas textiles por incumplimientos de seguridad, antes de la tragedia, lo habían cesado en su puesto y destinado a otras labores. Ese es el juego, así que sigue mirando a Juan que al final va a caer tan abajo como María.
Por cierto, este mes que viene sube el recibo eléctrico algo más del 3%. El origen está en un déficit tarifario y unas compensaciones a las empresas ante el cambio de legislación de liberalizaba el mercado. ¿Compensación económica por un cambio de legislación que supuestamente les perjudicaba?, ¿a qué me suena esto?, ¿se compensa a alguien por un cambio de legislación que perjudique su posición en el mercado?, ¿donde hay que acudir a pedir dichas compensaciones?
No hay por donde cogerlo, salvo a Juan.
Has esbozado de pasada el tema de la industria cultural y las subvenciones. Me encantaría ver un post sobre este tema…
Como pedir es gratis…
Saludos.
La historia está muy bien, pero no aclaras si el jefe de personal despide porque la empresa tiene pérdidas, o son previsibles, o facturan apreciablemente menos los últimos trimestres en comparación con el año anterior. Porque si ése es el caso, Juan cuesta 40mil euros pero es que le están pagando 40mil euros al año, así que sustituirle por un formadísimo licenciado a 30mil al año les supone recuperar la inversión en 4 años, o mejor, le pagan 24mil y lo recuperan en 3.
Sin embargo, si la empresa le ha despedido por otros motivos, léase un capricho, en realidad no cobraba ni 12mil euros al año. Juan le ha dedicado treinta y dos años de su vida a una empresa que ha ayudado a hacer prosperar lo suficiente como para no tener que tomar decisiones tan duras como despedir, y sin embargo así ha sucedido.
Cuando llegue a casa pensando que con su edad a ver qué le sale de lo suyo; que le va a quedar un paro de 700 euros brutos para seis meses y no quiere ni pensar los catorce restantes; y, en definitiva, que 40mil euros no le ayudan demasiado con las perspectivas tan halagüeñas que le esperan… Cuando llegue a casa, digo, solo faltará que María le espete, además, «Papá, el dinero que traes es una barrera de entrada a mi futuro» porque te ha leído en Jotdown.
Me alegro por Juan que ha tenido la suerte de poder trabajar por decisión propia durante 32 años para la misma empresa. María no la va a tener. Y no va a ser porque se dedique a cambiar de empresa a conveniencia. En esta sociedad poslaboral que se avecina, y que tan bien representa España, dudo mucho que María logre siquiera cotizar durante 32 años de su vida. Y la culpa no es de Juan. Todo este asunto del pastel del sistema ha quedado perfectamente explicado por Fulgencio. Las consecuencias de la imposibilidad de entrar al mercado laboral o hacerlo de una manera digna que está padeciendo una generación entera no las vamos a ver ahora. Se van a ver en el futuro y van a ser brutales. Hasta Fukuyama parece tenerlo claro.
Creo que al final tu mismo te das cuenta, lo que has planteado es correcto sobre el paper y deseable en la Espana del 2030 o 2040, pero no hoy; y yo tambien tengo al edad de Maria. Pese a que este es un pais con una educacion miserable, a la generacion de Maria le han dado ciertas oportunidades, reales, de educarse y formarse; incluyendo estancias en el extranjero. La generacion de Juan no tuvo esas oportunidades porque el contrato social era otro. El contrato social era “entra a trabajar joven en una empresa, y alli estaras de por vida”. Evidentemente, ese contrato social no encaja con la economia del siglo XXI pero eso no es obice para que lo ignoremos. Es una de las pesadas losas que este pais todavia tiene que aguantar. Aunque desde hoy mismo se comenzasen a hacer las cosas bien, hay una herencia de errores que todavia arrastraremos (por ejemplo, un 50% de la poblacion con educacion primaria o menos). Asi que en teoria bien, pero tu idea rompe el contrato social que tacitamente se establecio con Juan, asi que para el si que seria muy injusto no haber tenido las oportunidades de Maria cuando era joven pero competir con ella en “”igualdad”” de “condiciones” cuando ya es viejo.
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