Arquitectura Arte y Letras

El último sueño metabolista. ¡Vivamos en 10 metros cuadrados!

Nakagin Capsule Tower

En adelante, de aquel pasado suyo verdadero e hipotético, él está excluido; no puede detenerse; debe continuar hasta otra ciudad donde lo espera otro pasado suyo, o algo que quizá había sido un posible futuro y ahora es el presente de algún otro. Los futuros no realizados son sólo ramas del pasado: ramas secas. (Italo Calvino, Las ciudades invisibles)

Aún recuerdo con nostalgia aquel capítulo de Bola de Dragón en el que Bulma, ante la mirada estupefacta de un todavía pequeño e inexperto Son Goku, lanzaba con fuerza una cápsula al suelo para que emergiera, por arte de magia, una moto de su interior. O sin ir tan lejos y con ningún tipo de añoranza, la analogía existente con la serie de anime Pokemon, en la que extraños seres vivos brotan de otras cápsulas esféricas diferentes, esta vez mucho mayores que las primeras. ¿Casualidad? Es posible. Pero lo que no se trata de ninguna serendipia es que ambas producciones hayan sidas concebidas en Japón.

Para entender a la cuna del sol naciente, es necesario realizar una radiografía, breve y precisa, a su capital Tokio. Puede parecer una de las ciudades más caóticas y desordenadas del mundo cuando se visita por primera vez, pero el modelo de ciudad occidental que ordena la mayoría de nuestras metrópolis queda obsoleto y los cascos históricos encerrados tiempo atrás por murallas medievales y más tarde de pólvora, se convierten en utopías. Donde cualquier trazado urbanístico o planeamiento en retícula son meras fantasías. En el área metropolitana de Tokio, donde viven cerca de cuarenta millones de personas, las estaciones de metro hacen de centro urbano sobre el que, como si de una estructura neuronal perfectamente hilada se tratara, se va generando vida.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el 90% de la ciudad quedó arrasada bajo incipientes bombardeos. Posteriormente, la metrópoli fue reconstruida en torno a las estaciones de mayor actividad, apareciendo supermercados de barrio, plazas y parques en sus proximidades. Todo ello sumado a la existencia de un perfecto sistema ferroviario en el que la media de retraso de los últimos veinte años es de apenas ¡diecicho segundos!, hace que el coche dentro de la urbe sea prácticamente innecesario. Los japoneses necesitan un gran número de tiendas, de menor tamaño, cerca de sus domicilios y centros de trabajo. De casa al tren, del tren a la oficina y viceversa, acompañados por un buen tomo del manga más estrafalario posible.

Pero como «polvo somos y en polvo nos convertiremos», los edificios no iban a ser menos. Los inmuebles se suelen derruir como término medio a los veinticinco años. Y eso sin tener en cuenta los terremotos que asolan la zona. Así, por capricho. A nadie le gusta comprar unos zapatos usados, así que ¿por qué hacer lo mismo con una vivienda? Antojo arquitectónico que favorece la continua metamorfosis de la ciudad, a medida que avanza el tiempo.

El cambio es constante.

Y llegaron los metabolistas

Tras el colapso del CIAM en 1959, la década de los 60 se las prometía y muy felices en Japón. La arquitectura moderna era considerada como un movimiento «frío y sin alma» y el señor Kishō Kurokawa, acompañado por un pequeño grupo de compatriotas, planteó un nuevo concepto de ciudad, entendiéndose como un artefacto vivo y mutable. Se dispusieron así de cuatro conceptos clave, que son necesarios para entender todo este sarao:

  1. Impermanencia. La destrucción es parte del ciclo vital. ¿Para qué conservar un edificio feo e inservible cuando podemos tener otro, un poco más feo, e inservible dentro de unos años? Las ciudades han de evolucionar, adaptándose a las nuevas necesidades de sus habitantes.
  2. Materialidad. O lo que viene a ser lo mismo, honestidad constructiva. Si una vivienda es de cemento, tiene además que parecerlo. No a los ornamentos. ¿Te suena de algo, Adolf Loos?
  3. Receptividad. Es decir, adoptemos todas aquellas técnicas extranjeras que nos puedan servir de utilidad. Si lo que hace mi vecino está bien, ¿quién soy yo para negarme al progreso?
  4. Detalle. El edificio se genera comenzando por elementos minúsculos para después formar un todo. No se piensa globalmente hasta que no se ha definido las partes que lo componen. Las piezas pueden ser autónomas, sin olvidar la relación que guardan entre ellas.
Ciudad en el aire
«Ciudad en el aire» de Arata Isozaki. Los módulos de vivienda sobrevuelan la ciudad, soportados por grandes núcleos de comunicación que permitían el crecimiento orgánico de los mismos.

Las bases habían sido sentadas. A raíz de aquella vorágine intelectual, fueron apareciendo interesantes propuestas, sobre el papel, de lo que podían ser mega-ciudades sostenidas por estructuras futuristas, tangibles únicamente en la mente de algún que otro soñador (o perturbado, si me lo permiten) arquitecto.

Todo esto prometía, y aunque parecía que se iba a quedar en meros planteamientos teóricos, el señor Kurokawa tuvo que hacer de tripas corazón y demostrar que aquel modo de vida que planteaban era posible en el siglo XX. Y lo consiguió.

Vaya si lo consiguió.

¡Vivamos en cápsulas!

El edificio metabolista por excelencia es el Nakagin Capsule Tower, diseñado en 1970 por el propio Kurokawa. Construido en menos de un año, pronto se convirtió en un símbolo del nuevo pensamiento japonés, recibiendo elogios llegados de todas partes del mundo.

Pasando por alto los antecedentes del proyecto y teniendo en cuenta que su concepción fue menos ambiciosa de lo que se planteó en un inicio, la torre de cápsulas seguía fiel a su principio básico: en torno a dos núcleos de hormigón se disponían viviendas mínimas con la posibilidad de crecer orgánicamente de acuerdo a necesidades futuras. Las cápsulas prefabricadas se anclaban a la estructura portante en únicamente cuatro puntos, factor que agilizaría el proceso de construcción y el posterior reemplazo de las mismas, siguiendo la teoría de los veinticinco años de vida de la arquitectura nipona.

A lo largo y ancho de catorce pisos, se colocaban ciento cuarenta habitáculos con una disposición aparentemente aleatoria, y unas dimensiones de 2,3 de ancho por 3,8 de largo y unos escasos 2,1 metros de altura. No, las cuentas no os fallan. Son menos de diez metros cuadrados para vivir. Y si os parecen pocos, os diré que cada cápsula contiene una cama, un escritorio, un frigorífico, una televisión, una radio, un inodoro y una ducha. Y espacios de almacenamiento, por si alguien siente la imperiosa necesidad de disponer de algún objeto más en tan reducido espacio. Ahora sí, los polémicos pisos que propuso la exministra de Vivienda Maria Antonia Trujillo nos parecerán auténticos palacios.

nterior de una de las cápsulas de la Nakagin Tower,
Interior de una de las cápsulas de la Nakagin Tower, junto a una peculiar y reconocible lámpara de mano.

Pero el metabolismo no se reduce a estrechos cubículos o torres de cápsulas con apariencia de máquinas de lavado. No. Es mucho más que eso. Se trata de una filosofía de vida. Una manera de existir en la que cada individuo deja de formar parte de un sistema que prima el entendimiento particular para valorar la condición colectiva de todo un ámbito social. O dicho con otras palabras, una situación en la que la gran metrópolis se convierte en otra habitación más de nuestra casa.

Máquinas de habitar para residentes nómadas

Solo es posible entender este modelo de vida en una ciudad como Tokio. Los horarios laborables japoneses, de diez a doce horas en la mayoría de los casos, con sábados y algún que otro domingo incluido, obligan a comer y cenar fuera de casa. ¿Para qué necesitamos entonces un comedor en nuestra vivienda? Comprar alimentos frescos en un supermercado nos cuesta prácticamente lo mismo que almorzar en un restaurante de comida rápida. ¡Eliminemos también la cocina de nuestros apartamentos!

Con todos estos antecedentes y en 1985, el actual premio Pritzker Toyo Ito realiza una propuesta experimental pensada para un prototipo de mujer joven: la chica nómada de Tokio. Una cabaña atomizada entendida para apoderarse de la ciudad, en la que se fragmentan por la urbe los espacios que pueden ser imprescindibles en cualquier vivienda tradicional.

La metrópoli se adentra en la residencia para adjudicarse aquellas funciones que son aprovechables por todo el colectivo. Los servicios públicos son suficientes para abastecer la higiene de cientos de individuos al día, las duchas de los gimnasios, los centros de ocio repartidos por toda la ciudad, así como los numerosos restaurantes y convenience store (tiendas abiertas las veinticuatro horas del día) consiguen reducir al mínimo las necesidades de una vivienda convertida en refugio, con una serie de piezas de mobiliario estructural que junto a la cama conforman el espacio interior.

La arquitectura entendida como una piel que se prolonga y envuelve el cuerpo humano.

a cabaña de Toyo Ito
La cabaña de Toyo Ito, pensada para trasladarse a cualquier punto de la ciudad, se apropia de los espacios urbanos en forma de collage.

Actualmente, la Nakagin Capsule Tower se encuentra en peligro de demolición. El mal estado de la torre junto al elevado precio del suelo (un 90% del coste total de la vivienda) ha hecho que sus vecinos se planteen el tirarla abajo. A pesar de que la organización DoCoMoMo haya declarado el edificio como patrimonio arquitectónico y la movilización de conocidos arquitectos ante su posible derribo, es posible que nos encontremos ante el final de un hito que supuso una nueva mentalidad dentro de la arquitectura.

Cada vez que paso por Shimbashi y contemplo una de las cápsulas de la torre Nakagin, pienso en que quizá algún japonés, sin ser consciente de ello, esté viviendo el último sueño metabolista.

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11 Comentarios

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  3. Sería difícil precisar todo lo que me separa y enfrenta a los japoneses. No hay nada de lo que venga de allí, que me interese. Quizá la puntualidad y los objetos electrónicos fuera el único nexo con esos asiáticos. Me deprime casi todo lo relacionado con su cultura, sus mangas, su cine, en fín… preferiría olvidar que existen.

  4. Ernesto Filardi

    Enhorabuena por el artículo. Al igual que sucedía con el que escribiste sobre la Iglesia de la Luz, nos acercas a ese Japón desconocido que puede parecer una distopía pero nunca deja de ser fascinante.

    Una pequeña apreciación que no desmerece en absoluto al artículo: hasta donde sé, el planteamiento de destrucción y reconstrucción de los edificios proviene del antiguo sintoísmo, donde la naturaleza tiene un ciclo aproximado de veinte años. El santuario de Ise, por ejemplo, se reconstruye cada veinte años desde hace más de mil. De hecho, creo que dentro de poco se inaugura la nueva reconstrucción.

    Un saludo y enhorabuena de nuevo. Queremos más Japón :)

    • Desconocía la relación existente y tan directa de los edificios contemporáneos con los templos sintoístas y sus dogmas. Si bien es cierto que la fecha es exacta en la religión, no lo es tanto en la actualidad, en el sentido de que los edificios son reemplazados en ese periodo de tiempo aproximado por un motivo estructural y constructivo, ya que los materiales utilizados y las técnicas empleadas dejan mucho que desear.

      Aun así, es curiosa la similitud tan acertada que planteas.
      Un saludo y gracias por la apreciación.

  5. Me fascinan los japoneses: su disciplina, su esfuerzo, las hectáreas de bosque en un país superpoblado. Pero no todos somos japoneses y, probablemente, por mucho que lo intenten, no son superhéroes ni siquiera ellos. La superpoblación y superproducción asociada a ella me asusta. Es un tema con el que tendremos que lidiar y en el que no se piensa demasiado. Hace unas semanas, un exministro francés de Medio Ambiente, dijo en público que habría que favorecer el primer y el segundo hijo, pero eliminar las ayudas al tercero. Mucha gente se le echó al cuello. Son debates que debemos de formular.
    Escribí algo al respecto hace un tiempo. Espero que os estimule:

    http://www.elpisapapeles.com/cultura/ciencia/la-dieta-de-miles-de-millones.php

  6. «La arquitectura entendida como una piel que se prolonga y envuelve el cuerpo humano» no será lo que antiguamente se llamaba «tienda de campaña»?…

  7. Pingback: El último sueño metabolista - Lope de Toledo

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