Poesía visual no es la que se ve: es la que se oye con los ojos.
(Tomás Sánchez Santiago)
La relación de la poesía con los objetos es un viaje de ida y vuelta que, dependiendo del espíritu de la época, se subraya o se escamotea para el lector, y por supuesto acusa los vaivenes de toda acción-reacción. Así, por ejemplo, donde los románticos y los simbolistas ponen el énfasis en la inmaterialidad de la poesía, la pura ensoñación no dependiente del referente, las vanguardias recuperan para el poema el peso, el volumen y la tridimensionalidad. No hay ruptura como tal: lo que el padre del simbolismo, Mallarmé, anticipa para las vanguardias —en palabras de Muriel Durán: la autonomía estética del significante—, lo aprovechan para sí los constructores del poema-objeto.
Buscada o no, la relación de la poesía con la materia es tan antigua como el mundo. Afirma un poeta amigo de las cosas, Sánchez Santiago, que «una hipótesis nunca comprobada —y acaso por eso mismo más sugestiva todavía— plantea que en algún momento de la antigüedad se escribían los textos poéticos sobre los propios objetos aludidos en ellos (…) Con el tiempo, bastaría con dibujar el texto replicando con palabras la forma del objeto referido. Este sería el origen de los caligramas, llamados entonces technopaegnia». Largo es, pues, el camino recorrido desde estos caligramas tempranos hasta los de Apollinaire, pasando por los textos medievales árabes, hebreos o chinos donde la caligrafía se pone al servicio de la imagen, o la obsesiva materialidad del Barroco de la que hablaba Octavio Paz. En la efímera España de la modernidad, por la fuerza tempranamente transportada al contexto americano, abundan los ejemplos y los nombres propios: ultraísmo y creacionismo, Huidobro, De la Torre, Cansinos Assens, Garfias, Larrea, por supuesto Vallejo… habrá que esperar a los años 60 del mismo siglo para encontrar conatos similares: poesía concreta, letrismo, el grupo brasileño noigrades, la performance, Francisco Pino, Joan Brossa, Felipe Boso, José Miguel Ullán…
No se puede, sin embargo, hablar de poesía y materia sin involucrar a los actores de la parte visual, esto es, los artistas plásticos. Desde el célebre urinario de Duchamp hasta las fotografías actuales de Chema Madoz, el llamado —con un tanto de grandilocuencia— arte conceptual y sus muchas derivaciones —land-art, pop-art, fluxus, etc.— ha conseguido, desde una perspectiva ante todo social y económica que involucra al objeto industrial y los bienes de consumo, devolver a la primera línea de la reflexión poética la relación entre la poesía y los objetos. Y aquí es donde tiene cabida un fenómeno artístico-editorial, igualmente deudor de las vanguardias, que subraya, precisamente, esa relación milenaria entre poema y objeto, y lo hace mediante un método de fabricación absolutamente artesanal e insólito en la era posindustrial: se trata de «revistas» editadas por artistas plásticos como La Más Bella, Lalata y Tres en suma.
La Más Bella es un proyecto editorial creado por tres personas en 1993: Diego Ortiz, Juanjo El Rápido y Pepe Murciego, inspirada, entre otras, en iniciativas como las del fotógrafo Alberto García-Alix durante la movida madrileña. Proyecto deliberadamente limitado («no editar más de la cuenta, más caro de la cuenta, más malo de la cuenta. Y hemos tratado de hacernos la pregunta de ¿a quién le gustamos, quién nos ve ahí fuera? Y la respuesta es: prácticamente nadie nos ve ahí fuera»), distribuye packs de poemas-objeto en los que colaboran artistas de todas las disciplinas y que constituyen en sí mismos, en cada nueva edición, una nueva vuelta de tuerca al ingenio más despierto. Acompañan las presentaciones con performances y, como medio de distribución, han creado un objeto-estrella, la Bellamátic, su propia máquina expendedora de ejemplares. Lalata es un colectivo radicado en Albacete y formado por dos editoras, Carmen Palacios y Manuela Martínez Romero, que a su vez convocan para cada número a cuantos artistas envíen propuestas ajustadas a un tema concreto, y que ellas convierten en un producto artístico empaquetado y etiquetado, «una lata de conservas cerrada herméticamente, cuyo contenido son objetos artísticos únicos». Lalata ha expuesto sus creaciones en las principales ferias y museos de arte contemporáneo de nuestro país, y está activa desde el año 2001. La propuesta más joven que quisiera destacar aquí viene de la mano del colectivo Tres en suma, un grupo de ocho artistas plásticos (Olga Antón, Andrés Delgado, Caridad Fernández, Fernando Carballa, Mariano Gallego Seisdedos, Eva Hiernaux, Carmen Isasi, David Ortega y Alejandro Tarantino) ubicados en tres estudios-viviendas del barrio de La Latina de Madrid, con un programa permanente de actividades —exposiciones, conciertos, recitales—. Desde 2009, publican una revista del mismo nombre que combina obras plásticas y escritas con formatos artesanales que, número a número, se van volcando cada vez más del lado del poema-objeto. Su principal aportación es esa conversión de un espacio privado —sus viviendas— en un foro público para el intercambio de ideas artísticas y la confluencia de voces creadoras.
Dentro de sus diferencias de concepción, radio de acción y producto acabado, estas tres revistas, como tantas otras a lo largo y ancho de nuestro país y por todo el mundo, comparten ciertos rasgos: su independencia respecto de los cauces oficiales de edición, lo que las convierte, a la fuerza, en ediciones limitadas; la heterogeneidad de sus aportaciones, donde no se descarta nada, del poema lírico tradicional al videoarte, pasando por el happening y esas fronteras difusas que recrea entre el arte y la vida; su vitalidad y entusiasmo; y, sobre todo, su voluntad de quedarse ahí, en el terreno poético-material de los antiguos technopaegnia, decisión más que llamativa en estos tiempos en que nada a lo que no se consiga acceder, si no es mediante un clic, parece posible.
Y aquí aflora, a mi entender, una dimensión del arte que acaso la saturación digital, aun sin proponérselo, ha desplazado de su centro: el aspecto social del mismo. Está claro que el artista crea en soledad, y el receptor del arte lo hace también en soledad —aunque nos rocemos con los demás en bibliotecas, cines, teatros y salas de exposiciones, la recepción contemporánea de toda obra artística, en Occidente, es eminentemente solitaria—; pero para poder disfrutar de propuestas como las de La Más Bella, Lalata y Tres en suma, artista o espectador tienen que desplazarse, participar en sus performances, hablar con los editores, meterse en sus casas. En una palabra, compartir. Dejar a un lado individualidades, egos y rivalidad, entre otras cosas porque, como bien dicen los editores de La Más Bella, no hay motivos para ello («prácticamente nadie nos ve ahí fuera»). Hasta cierto punto se recupera, sí, el anonimato que durante siglos acompañaba al artista, su condición de artesano —antes de que empezara a estar mal visto eso de que el intelecto se manchara las manos— y, del lado del lector o espectador, el disfrute en comunidad.
Que la poesía no es solamente lenguaje, es algo que en Occidente parecen haber asimilado mejor los artistas plásticos que los propios poetas, acaso agobiados estos últimos —aunque no siempre de un modo consciente— por el peso de tanta teoría literaria, en el siglo XX, aferrada al signo lingüístico. Por eso estos artistas-editores toman formatos reconocibles de la sociedad de consumo y, sacándolos de la cadena de montaje, los ponen a cantar y a recitar para quienes, como en el viejo romance, con ellos van. Otra cosa sucede en Oriente, donde los objetos de la naturaleza siempre se han contemplado como receptáculos de pequeñas almas. Por eso no es insólito leer, en un suplemento reciente de Los cuadernos del matemático —no es revista-objeto, pero solo se publica en papel— la traducción de un poema de Mend-Ooyo, poeta mongol contemporáneo, sobre el canto de una piedra. Paisaje natural o paisaje comercial, tanto da. Si se quiere y se busca, en todo se halla poesía.
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Referencias:
Felipe Muriel Durán, La poesía visual en España. Salamanca: Almar, 2000.
Tomás Sánchez Santiago, La muerte del renglón: cinco miradas. Universidad de León, 2009.
Octavio Paz, Los hijos del limo. Barcelona: Seix Barral, 1989.
«Gestación, Gestión, Indigestión, Autogestión y Antigestión de La Más Bella». Documento en pfd.
«Dossier Lalata». Documento en pfd.
«Tres en Suma». http://www.tresensuma.com/
«Mend-Ooyo, El gran poeta contemporáneo de Mongolia». Introducción, selección y versión de Justo Jorge Padrón. Suplemento de Cuadernos del Matemático n.º 50 (2013).
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