Soy aristócrata, soy conde, soy rico, soy embajador, soy gordo, y todavía me preguntan por qué soy de derechas. ¿Pues qué coño puedo ser? (Agustín de Foxá)
Agustín de Foxá, conde de lo mismo, o sea, de Foxá y marqués de Armendáriz, nació en Madrid en el año 1903 en el seno de una familia aristócrata. Poeta, novelista, autor teatral, columnista y orador incansable, dejó a la posteridad multitud de frases ingeniosas y una obra inacabada por su temprano óbito, en 1959, a los 56 años de edad, que la evolución histórica de España ha postergado al ostracismo.
En Agustín de Foxá, conde de los mismo, Francisco Umbral lo define como «vasto, gordo, exquisito, dandi, cínico, culto y brillante» y es ese personaje, que tanto se preocupó él mismo por cultivar, el que ha sobrevivido a una obra despreciada por motivos ideológicos y de la que solo se salva una novela, Madrid, de corte a checa, que es para muchos autores, como Jaime Siles, una de las mejores del siglo XX en español. Pero Foxá no fue solo un conde gordo, como lo definiría Ussía, cínico e ingenioso con una novela fantástica.
En 1994 Andrés Trapiello se interesaría por el personaje en su célebre ensayo sobre la cultura en la guerra civil española, Las armas y las letras, rescatando del olvido al fascinante histrión de las grandes ocurrencias y provocando que su afamada novela volviera a reeditarse en diferentes ocasiones.
Dice Luis Carandell, en un artículo en El País, que Foxá era el escritor franquista que menos antipático caía a los progres y recuerda algunos de los grandes apotegmas que le hicieran famoso. Algunas de esas frases podrían haberle metido en problemas serios en la España de la época, de hecho fue así en muchas ocasiones, pero Foxá no soportaba que la realidad le estropease una gracia con la que deslumbrar al respetable.
Así, ante un ministro de Exteriores muy beato, y que llegaba tarde a una reunión del cuerpo diplomático, exclamó: «se habrá ido de curas». Otro día, fue él mismo el que llegó con retraso e inquirió: «¿A qué hora ha dicho que es la misa?»
Trapiello cita otra sentencia en la que el conde dejaba constancia de su cinismo y atrevimiento: «Hagamos de España un país fascista y vayámonos a vivir al extranjero» que, junto a la siguiente, más conocida, «Tengo el puesto ideal. Embajador de una dictadura (la de Franco) en una democracia. Disfruto de ambos sistemas», muestran los pocos reparos del escritor a la hora de llevar su peculiar humor a la política.
Él mismo resume de forma magistral su recorrido ideológico desde la aventura juvenil de la Falange al desencanto del franquismo de la siguiente manera:
Todas las revoluciones han tenido como lema una trilogía: libertad, igualdad, fraternidad fue de la Revolución francesa; en mis años mozos yo me adherí a la trilogía falangista que hablaba de patria, pan y justicia. Ahora, instalado en mi madurez, proclamo otra: café, copa y puro.
Junto a Trapiello, el otro gran valedor de la figura del conde de Foxá fue sin duda Francisco Umbral, que lo sitúa escribiendo Madrid, de corte a checa en Leyenda del César Visionario, gran novela umbraliana sobre la Guerra Civil, le dedica un enorme artículo en Los alucinados, que ya hemos mencionado, y lo cita en numerosos artículos y obras. Tanto Trapiello como Umbral rescatan esa imagen heterodoxa y brillante del conde, pero que es solo una de las caras de una personalidad poliédrica y compleja.
Foxá estudió Derecho y se hizo diplomático. Pronto empezó a colaborar con diversas revistas de prestigio como La Gaceta Literaria de Ernesto Giménez Caballero, lugar de encuentro de las vanguardias literarias durante los años 20, así como en Héroe o Mundial. En 1930 se estrenaría como articulista en ABC, medio en el que escribiría durante toda su vida. Por esa época sería amigo de Edgar Neville, Ramón Gómez de la Serna o María Zambrano, entre otros escritores de diversas tendencias.
Como diplomático fue destinado a Sofía y a Bucarest, publicando en 1933 su primer libro de poemas, La niña del caracol, editado y prologado por Manuel Altolaguirre. Dice Umbral que en aquella época los miembros de la Generación del 27 y los escritores falangistas, de los que Foxá sería pieza clave, andaban mezclados, pues eran la misma cosa, aunque él se alejaría de ellos tras la contienda con su artículo acusatorio Los Homeros rojos, en el que Sender, Cernuda, Altolaguirre, Alberti o Miguel Hernández eran «tristes Homeros de una ilíada de derrotas».
Falangista de primera hora, mantenía una relación de amistad con el fundador de Falange, quizás más literaria que política, lo que no quiere decir que Foxá, un esteticista ante todo, no tuviera en aquellos momentos un compromiso político con el falangismo. Asiduo a las tertulias de La ballena alegre, formó parte de la llamada «corte literaria» de José Antonio junto con Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, José María Alfaro, Jacinto Miquelarena o Pedro Mourlane Michelena, entre otros. Con algunos de ellos compondría la letra del Cara al sol, momento que narra en su propia novela, Madrid, de corte a checa, en la que se atribuye a sí mismo los versos con los que comienza el himno:
Cara al sol, con la camisa nueva
que tú bordaste en rojo ayer
Tras publicar su segundo libro de poemas, El toro, la muerte y el agua, con prólogo de Manuel Machado, la guerra le sorprende en la embajada de Bucarest, que abandona para sumarse al bando de los sublevados tras hacer de doble agente durante varios meses. Ya en el lado franquista, en Salamanca, se reúne con el resto de intelectuales falangistas en las mesas del café Novelty. Umbral, que denomina a este grupo como «los laínes» por estar liderados por Laín Entralgo, lo retrata de esta manera:
Agustín de Foxá, gordo y dandi al mismo tiempo, cínico y patriota, contradictorio y brillante, lee cada noche, en la tertulia del café, un capítulo de la novela que está escribiendo, Madrid de Corte a checa.
En Salamanca Foxá escribiría su novela más conocida concibiéndola como un episodio nacional, al modo de los de Galdós, a la que se sucederían otras dos: Misión en Bucarest y Salamanca, cuartel general. La primera de ellas se publicaría a la muerte del autor, la segunda, tercera de la trilogía, desaparecería y no llegaría nunca a editarse.
Foxá escribiría otras muchas obras. Poesía, como El almendro y la espada, Poemas a Italia y El gallo y la muerte y también teatro, en prosa y en verso: Cui-Ping-Sing, El beso a la bella durmiente, Baile en capitanía, Gente que pasa… Además, siguió colaborando con diversas publicaciones del régimen, como Vértice y Jerarquía o la publicación bilingüe hispano–italiana Legiones y Falange, que él mismo dirigió, a la vez que seguía escribiendo en ABC.
Mientras, recorrería el mundo ostentando diversos cargos diplomáticos en representación del gobierno de Franco, acrecentando su fama de hombre brillante, irónico y, en muchas ocasiones, cínico. Al terminar la Guerra Civil, y ya en medio de la Segunda Guerra Mundial, es destinado a Roma. Allí, su incontrolable lengua volvería a meterle en apuros.
Cuentan numerosas crónicas, así que suponemos que será verdad, que estando en una cena con diversos miembros del cuerpo diplomático y del gobierno italiano, el conde Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini —además de su yerno—, se le acercó y le reprochó a Foxá sus desmanes con la bebida cosa que, por otra parte, no constituía ninguna novedad, a lo que el conde de Foxá, molesto, respondió con una gracia que le acabaría pos costar el puesto y casi la cabeza. La escena ocurrió más o menos de esta manera:
Ciano: Señor de Foxá, la bebida acabará matándolo.
Foxá: Al menos a mí no me matará Marcial Lalanda.
Ciano tenía fama de cornudo en toda Italia y Marcial Lalanda era el torero de moda durante aquellos años en España por lo que, cuando se le tradujo la ocurrencia a Ciano, entró en cólera y allí mismo intentó retarlo a duelo. Se da el caso de que Foxá acusaba al italiano de lo mismo que a él le habían reprochado en España hasta la saciedad, solo que él se lo tomaba con más humor.
Serrano Súñer, homólogo español del conde italiano, y cuñado de Franco, «el cuñadísimo», cuenta en sus memorias políticas cómo Ciano presionaba de forma vehemente para que se expulsara a Foxá de Italia, llegando incluso a acusarle ante el gobierno español de espía de los aliados.
Serrano, que era amigo de Foxá y buen conocedor de su carácter y de sus ocurrencias, acabó, en una llamada telefónica con Ciano, por sentenciar el asunto:
—El camarada Foxá saldrá de Italia por chistoso, pero no por espía.
Tras la aventura italiana desembarcaría en Helsinki, como ministro de España, en un país aliado de la Alemania nazi que libraba una guerra atroz con la Unión Soviética, en la que el frío y el terreno estaban del lado de los finlandeses. Allí coincidirá con Curzio Malaparte, que andaba por allí como corresponsal de guerra, otro heterodoxo, que lo convertiría en personaje literario de su célebre Kaputt, para muchos una de las mejores novelas que ha alumbrado el siglo XX sobre la barbarie de la guerra.
Malaparte y Foxá se convertirían en inseparables durante la estancia de ambos en el país nórdico. El italiano, otro escritor sin pelos en la lengua, resulta un aliado imprescindible durante las aburridas cenas y fiestas del cuerpo diplomático. Así se muestra en Kaputt, en la que el escritor italiano reproduce una gran cantidad de diálogos que concuerdan con la personalidad del español. En muchas ocasiones Malaparte intenta contener al conde cuando sus bromas, a veces potenciadas por el alcohol o por el orgullo, les ponen en un aprieto ante los altos mandos militares finlandeses y alemanes.
Foxá no solo acompañaría a Malaparte en sus correrías por Helsinki, sino que también irá con él al frente en varias ocasiones. El italiano relata una anécdota ocurrida en una de esas visitas que bien podría valernos para hacernos una idea de la personalidad del conde, si bien es cierto que no sabemos hasta qué punto la historia pueda ser real.
Cuenta Malaparte que cuando llegaron a las afueras de Leningrado, divisaron a lo lejos a dos siberianos que intentaban trasladar un abeto por la nieve. Este es el fragmento:
El coronel Lukander se volvió hacia De Foxá y le dijo:
―Señor ministro, ¿desea que mande lanzar un par de granadas contra esos dos hombres?
De Foxá, envuelto torpemente en un traje blanco de esquiador, miró al coronel Lukander desde debajo de su capucha.
―Es Viernes Santo, respondió, ¿por qué han de pesarme esos dos hombres en la conciencia precisamente hoy? Si de veras quiere hacerme un favor, no dispare.
El coronel Lukander parecía asombrado.
―Hemos venido aquí a hacer la guerra― dijo.
―Tiene razón ―replicó De Foxá―, pero yo aquí no soy más que un turista.
El coronel, estupefacto, mandó lanzar las dos granadas que, por poco, no alcanzan a los dos rusos. Sin embargo, los rusos, en vez de salir corriendo, continuaron transportando el abeto. Foxá, sonrió y dijo con voz afligida:
―¡Lástima que sea Viernes Santo! ¡Me hubiera gustado ver volar en pedazos a ese par de valientes!
Además de hacer cómplice a Foxá de algunas de sus aventuras en diferentes capítulos de Kaputt, Malaparte ofrece su propia visión sobre el diplomático hispano. Así, al italiano le resulta muy interesante cómo, a pesar de pertenecer al bando franquista, Foxá analiza las razones del bando republicano y le habla de los diarios del presidente de la República, Manuel Azaña, destacando como este se había distanciado de los acontecimientos y de los personajes que lo rodeaban. Malaparte lo definiría de la siguiente manera:
Que fuera el representante de la España de Franco en Finlandia (Hubert Guérin, ministro de la Francia de Pétain, llamaba a De Foxá «el ministro de la España de Vichy») no le impedía reírse con desprecio de Franco y su revolución. De Foxá pertenecía a esa joven generación de españoles que había intentado encontrarle un fundamento feudal y católico al marxismo y, como él mismo decía, una teología al leninismo, conciliar la vieja España católica y tradicional con la joven Europa obrera. Pasado el tiempo, se reía de las ambiciosas ilusiones de su generación y del fracaso de esa trágica y ridícula tentativa.
No sabemos lo que ocurrió después entre ellos, pues Malaparte se referiría a él en términos poco agradables en La piel, la otra gran novela del italiano y, cuando se le preguntó al español por él, este contestó: «prefiero a Bonaparte». Lo cierto es que su personalidad le llevó a convertirse en personaje literario de esas grandísimas obras.
Tras la Segunda Guerra Mundial seguiría su periplo por diferentes países en tareas diplomáticas hasta enfermar gravemente en Filipinas, su último destino. La enfermedad no le restó ni el humor ni el talento. Cuando le subían en camilla al avión que le llevaría a morir en España susurró: «Soy el último de Filipinas».
Foxá, como diría Umbral, era un dandi cínico que escribía mejor que nadie y que se burlaba, más o menos, de todo el mundo. Tuvo incluso el atrevimiento y el ingenio de condenar el régimen franquista, comparándolo con una tribu que pone moldes en los cráneos de sus miembros para que todos tengan la cabeza igual de cuadrada. El artículo, Los cráneos deformados, le valió el premio Mariano de Cavia, solo que todos pensaron que se refería a la Rusia comunista y no a nuestro país.
No mucho antes de fallecer, escribiría estos versos con los que, al igual que él terminó su vida, nosotros concluimos nuestro artículo. Un enorme poeta tras una máscara de cínico.
Melancolía del desaparecer
Y pensar que, de después que yo me muera,
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul, la primavera
indiferente a mi mansión postrera
encarnará en la seda de las rosas.
Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la vida,
y que habrá nuevos cielos de escarlata,
bañados por la luz del sol poniente
y noches llenas de esa luz de plata,
que inundaban mi vieja serenata
cuando aún cantaba Dios bajo mi frente.
Y pensar que no puedo en mi egoísmo
llevarme al sol ni al cielo ni en mi mortaja;
que he de marchar, yo solo hacia el abismo,
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.
(Agustín de Foxá)
Este tío fue el mejor escritor español del siglo XX. Punto. No hay ninguna novela como Madrid de Corte a checa, política a parte. Qué prosa. Qué puto genio.
A bote pronto, se me ocurren tres: San Camilo 36 de Cela, Si te dicen que caí de Marsé y La Saga/Fuga de Torrente Ballester. No exageremos.
Yo también contaría La Forja de un Rebelde (aunque sea una traducción) La verdad sobre el Caso Savolta, La Colmena o Los santos inocentes.
Por supuesto, estoy hablando de novelas españolas, que si hablamos de novelas en Español, llega el Boom sudamericano y arrasa.
(Por lo demás, coincido con que Foxá era un puto genio)
La Forja no es una traducción. Se publicó primero en inglés, traducido por Ilse, la mujer de Barea, pero Barea la escribió en español (con ocasionales toques en un tempranero spanglish debido a su residencia en Oxfordshire cuando escribió la novela). El manuscrito original se perdió, salvo la primera página, que pronto estará disponible para los investigadores en una biblioteca universitaria inglesa. Está, por supuesto, en español.
Una isla en el mar rojo (1938) de Wenceslao Fernández Flórez
¡Y vaya que si!¡A ver si en el PSOE tienen algún talento que le llegue a la suela del zapato.
Me ha gustado mucho el artículo. Me gusta el personaje su cinismo y su humor. Hace tiempo me decidí a descargar el listado de las 100 mejores novelas en español del siglo XX que realizó el periódico El Mundo y me he propuesto ir leyendo todas (o casi todas, porque alguna no he tenido huevos…). El caso es que en ese listado viene «Madrid de corte a checa» y mira tu por donde ya ha pasado a formar parte de mi recámara literaria.
Felicidades
Novelty, no Novalty
No conocía el artículo de Foxá, gracias por la referencia. Aquí lo dejo, por si alguien más lo quiere leer. O releer.
«Los cráneos deformados»
(ABC, 10 de Marzo de 1948)
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1948/03/10/003.html
Sacaría Jan de aquí la idea para «Los Cabecicubos»?
Tengo entendido que Foxá escribió unos relatos de ciencia ficción, que dicen que son bastante buenos. ¿Alguien sabe los títulos y dónde encontrarlos?
http://www.casadellibro.com/libro-historias-de-ciencia-ficcion-relatos-teatro-articulos/9788492492367/1654012
All Hail Google!!
Un breve apunte sobre una anécdota referida por Malaparte: http://malapartiana.wordpress.com/2010/02/09/ruano-de-foxa-y-la-fuente-de-un-pasaje-malapartiano/
La distinción Bonaparte-Malaparte es algo más divertida que la que se cuenta en el artículo: durante sus correrías por Finlandia el autor de «La piel», admirado por el ingenio de Foxá, llegó a decir que si no fuese Malaparte le gustaría ser Foxá.
El español, insensible al elogio, le contestó rápidamente: «A mí, de no ser Foxá, me gustaría ser Bonaparte».
Así lo cuenta un conocido editor español en sus memorias.
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Este hombre tiene una calle en Madrid, cerca de la estación de Chamartín. ¿Cuántas veces no me habré yo preguntado, al pasar por esa calle camino de unas oposiciones que nunca aprobaría: «Quién es ese hombre»?
Es fácil responder a esa pregunta, la mentira que a fuerza de ser repetida parece verdad del páramo intelectual franquista.
pero para mi la mejor anécdota de Foxá (creo que la leí en Kaputt o en todo caso en La Piel, o en otro lado no lo recuerdo ahora) es una en la que él decía, que dada la tradicional envidia hispana, y al ser él rico, aristócrata, intelectualmente potente, y por ende, blanco fácil de los envidiosos, se había inventado que tenía una úlcera, y con ello dar un poco de pena….con vistas a contrarrestar la mala baba hispana….
Para cuando un árticulo intentando justificar que Dalí no era franquista.
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Muy interesante este artículo en torno a un escritor genial y poco conocido.Por cierto, estoy totalmente convencido que muchísima gente habla de MDCACH sin haberla ni siquiera hojeado ni ojeado…En cuanto al poema » Melancolía del desaparecer»…uno se queda con las ganas- y la envidia, casi…- de haber sido el autor del mismo… Es un maravilloso poema !!!
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Infinitamente sobrevalorado como todo lo facha hoy en día.
Lo único que hay en el libro de «Madrid de corte a checa» es clasismo y nada más.
Tu comentario te desenmascara y deja al descubierto que además de sectario tu indigencia cultural es asombrosa o quizás no tanto y sea la “ única “ que suele poseer un “ estulto profesional “ …
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En una ocasión un diplomático norteamericano le reprocho que los españoles los criticasen tanto pero a la vez mostrasen tanta avidez por sus dólares, a lo que Foxá le respondió: También nos gusta nos gusta el jamón jabugo pero no por eso nos acostamos con los cerdos.
Agustín de Foxá fue con mucho el máximo talento en la prosa española de posguerra y, desde luego, el hombre más ingenioso de España. Malaparte, que presumía der amigo suyo, fue poco leal con él en varias ocasiones, haciendo públicas conversaciones tenidas en confianza con amigos, pero que podían poner en compromiso a Foxá, que era emba jador.
Tras una reciente relectura de Kapputt, me apetecería hacerle al autor y al libro un a crítica seria. ASver si me animo
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