No quiero ser Michael Jordan, no quiero ser [Larry] Bird o Isiah [Thomas]. No quiero ser como ni uno de esos tíos. Cuando me retire, quiero mirarme en el espejo y decir: «lo hice a mi manera». Allen Iverson.
A punto de anunciar su retirada definitiva del baloncesto profesional, si Iverson echa la vista atrás a lo que fueron sus 14 años en la NBA desde luego podrá decir que lo hizo a su manera. Con lo bueno y lo malo que esto conlleva. A menudo víctima de sí mismo, su vida tiene pinceladas de épica sobre un fondo trágico. La noticia de su retirada llega unos meses después de que nos enteráramos de que, pese a haber ganado más de 150 millones de dólares a lo largo de su carrera —solo en concepto de salario, sin contar los ingresos millonarios de sus patrocinadores—, se había arruinado. Siguiendo un guión familiar, que retrata duramente el excelente documental Broke, la estrella se rodeó de la gente menos adecuada, vivió como si su fortuna no fuera a acabarse nunca, llegando a gastar un millón de dólares en solo una noche en un casino de Atlantic City, y cuando su principal fuente de ingresos (el baloncesto) desapareció, todo se desmoronó paulatinamente. Cuando su amor de toda la vida, Tawanna, con la que había estado desde el instituto y compartía cinco niños, pidió el divorcio el año pasado, Iverson ya estaba en las últimas. «No tengo dinero ni para una cheeseburger», le espetó a su exmujer dándose la vuelta a los bolsillos vacíos, que le dio entonces 61 pavos.
Así pues, Allen Iverson se ha dado de bruces con el destino que tenía reservado, del que trató de huir con su estilo de vida de estrella del hip hop que tantas ampollas levantó en la encorsetada moral yanki y en los mismos cimientos de la NBA. Pero tras los anillos y cadenas de oro, las trenzas, las bandanas y la pose de matón, nunca dejó de existir el crío que sufrió una infancia durísima en Hampton, Virginia, hijo de una madre soltera de solo 15 años y un padre biológico que se desentendió de su familia.
Con solo ocho años, Allen presenció su primer asesinato. Varios de sus amigos murieron tiroteados, y a los 16 años, su mejor amigo fue apuñalado hasta la muerte. Criado en ese ambiente, no es de extrañar que lo que saliera de ahí fuera un chaval poco dado a los formalismos. Como dice un antiguo vecino suyo al ser preguntado por qué de los barrios más marginales salen los mejores deportistas: «aquí siempre decimos que la mejor comida sale de una olla a presión».
Para Allen el deporte supuso primero una muy necesaria vía de escape a la presión de ese submundo, y luego una brillante oportunidad, cuando al alcanzar la adolescencia, pese a medir apenas 180 centímetros y pesar 70 kilos, poseía una fortaleza inaudita para alguien de su tamaño, así como una gran velocidad, rápidos reflejos y una cabeza que parecía pensar más rápido que las de todos los demás. Primero vino el fútbol americano con el instituto, donde se convertiría en el mejor jugador del estado, sumando en un año 2204 yardas ofensivas, ganando el título para su equipo.
Pero lejos de los focos, las cheerleaders, los balones y los aplausos, cuando volvía a la vida real, todo volvía a desmoronarse de nuevo a su alrededor. Su madre solía desaparecer durante períodos indeterminados de tiempo para darse a las drogas. En una ocasión el pequeño Allen fue captado por cámaras de seguridad comprando drogas para su madre. Como el crío que va a comprar el pan. Dada la indulgencia de la madre, tuvo que hacerse cargo de su hermana, a quien tenía que alimentar de alguna forma, sin un hogar fijo, rotando entre las casas de amigos y familiares. Su entrenador de baloncesto en el instituto, Mike Bailey, recuerda: «Había ocasiones en las que Allen no sabía dónde iba a tomarse su próxima comida. Era un chaval que no podía ni siquiera ducharse porque les habían cortado el agua corriente en casa». La única persona a la que Iverson ha podido llamar «papá» fue su padrastro, Michael Freeman, que trató de sacar a Allen y su madre de la miseria de la única forma que conocía: traficando con drogas. Las cosas no le salieron bien y fue encarcelado en varias ocasiones, pero Iverson no se olvida de lo que hizo por ellos: «Lamento toda la cárcel que tuvo que sufrir por nosotros. No podía soportar vernos vivir de esa manera, así que salió a la calle e hizo lo que tenía que hacer».
No contento con ser el mejor jugador de fútbol americano de la liga, quiso ser también el mejor en baloncesto. Como no podía ser de otro modo, su éxito fue rotundo, y andaba camino de liderar a su equipo para ganar el título estatal cuando todo se estropeó en la noche de San Valentín de 1993, en una bolera donde los únicos negros que había eran Allen y sus amigos. Una escalada de insultos y empujones desembocó en una pelea multitudinaria que terminó con cuatro detenidos, de los cuales ninguno era blanco pese a que los golpes volaron en ambas direcciones. Allen era uno de los acusados.
Mientras el juicio llegaba, Iverson lideró al equipo de baloncesto de su instituto para ganar el título estatal con unos promedios de escándalo: 31,6 puntos, 8,7 rebotes y 9,2 asistencias por partido. Su total de puntos esa temporada, 948, superó ampliamente el récord anterior, que había sido ostentado por Moses Malone durante casi 20 años.
Pero de nuevo, al salir de los pabellones que lo idolatraban, se dio de bruces con la vida. A pesar de no tener ninguno de ellos antecedentes y ser menores, se les juzgó como adultos aprovechando un artículo creado en su momento para proteger a los negros de los linchamientos a los que eran sometidos por los blancos años atrás. Irónicamente, ese mismo artículo fue usado en contra de ellos. En un juicio que pronto se convirtió en un espectáculo dada la notoriedad de Iverson, los jóvenes negros fueron duramente juzgados. Iverson, en eso que se suele llamar una condena ejemplar, fue sentenciado a cinco años de prisión y se resignó a ver como su sueño de escapar de la miseria se iba a la mierda encerrado en la prisión de Newport News City Farm.
El enorme apoyo por parte de la comunidad negra, que veía en la condena motivos racistas, logró que el gobernador revisara el caso y, tras cuatro meses en la cárcel, Iverson fue indultado en 1995 por falta de pruebas, y poco después lo serían sus amigos.
Este suceso sin embargo marcaría para siempre su vida, y en adelante su trayectoria como deportista nunca estaría disociada de lo que pasó aquella noche en la bolera. No le impidió sin embargo ser elegido por Philadelphia en la primera posición del draft de 1996, donde por fin se podría medir al mejor: a Aerolíneas Jordan.
Varios años atrás, en 1992, Iverson estaba comiendo con sus compañeros de equipo en una hamburguesería para celebrar su título de campeones de Virginia, cuando este soltó: «Creo que podría ganar a Michael en un uno contra uno»
Todos creyeron que estaba hablando de Michael Evans, un compañero de equipo, y Boo Williams, uno de los técnicos le dijo: «Allen, todos sabemos que puedes vencer a Michael».
«No, no. Apuesto a que podría con Michael Jordan»
Todos lo miraron expectantes, esperando que se riera o hiciera algún gesto que demostrara que estaba de broma, pero nunca llegó. Williams después declararía que tras eso no pudo terminarse la hamburguesa.
Ya en 1996, con Jordan en una de sus mejores temporadas, ambos se encontraron por fin frente a frente. Y esto es lo que pasó:
Su trayectoria en la NBA es algo que no puede explicarse en un artículo. Es preciso haber sido testigo. Pese a ser casi siempre el jugador más pequeño de la cancha, su agresividad jugando no conocía de tamaños. Sus penetraciones salvajes metiéndose entre los cuerpos de los gigantes rivales, sorteándolos con agilidad felina y jugando con los defensas rivales hasta el punto de la humillación son dos cualidades que lo hacían un jugador único e irrepetible. Su pequeño cuerpo, cosido a moratones por la gran cantidad de golpes que su insolencia le garantizaba en cada partido, era capaz de los movimientos más rápidos y los cambios de mano más fulminantes. Su increíble capacidad para anotar, bien penetrando con bandejas inverosímiles, bien con su tiro en suspensión, sus reflejos, su velocidad y su astucia le valieron para liderar a un equipo de perfil bajo como Philadelphia para codearse con los más grandes de la liga. El culmen llegó al hacer mortal a la máquina de guerra angelina que Phil Jackson construyó con un quinteto inicial cuya sola mención sigue causando sudores en más de uno: Ron Harper, Kobe Bryant, Horace Grant, Rick Fox y Shaquille O’Neal.
En 2001, Iverson llevó a los 76ers a la final de la NBA tras tres series de playoffs no exentas de épica: 3-1 ante los Pacers de Reggie Miller, 4-3 ante Toronto, entonces con Vince Carter y Anthony Davis en sus momentos más dulces, y finalmente otra victoria en el séptimo partido contra los Bucks, por entonces liderados por Sam Cassell y un joven Ray Allen.
Los Lakers, vigentes campeones, llegaban mucho más descansados: habían llegado a la final de la NBA sin perder un solo partido, un rodillo baloncestístico. Los 76ers, con Iverson como estrella, bien acompañado por Aaron McKie y el enorme en todos los sentidos Dikembe Mutombo, aterrizaron entre miradas displicentes y una euforia general en la que se daba por hecho que los Lakers ganarían ese anillo sin perder un solo partido en playoffs. El salto inicial dio paso a dos exhibiciones individuales. Shaquille estuvo colosal, como es él, pero ni sus 150 kilos ni sus 44 puntos y 20 rebotes sirvieron para evitar que un jugador con la mitad de su peso decantara el partido para el lado de su equipo: con 48 puntos, 6 asistencias y 5 robos, Allen Iverson dejó mudo al Staples Center de Los Angeles robándoles la victoria por 107 a 101. En el último cuarto nos dejó uno de sus mejores movimientos frente al impotente Tyronn Lue.Ese fue el año en el que ganó el justo galardón al mejor jugador de la temporada, pasando por delante de colosos como Tim Duncan y O’Neal.
Pasaron varios años en los que Iverson continuó siendo uno de los mejores de la liga, siempre entre los máximos anotadores. Pero entonces le sucedió lo que a todos los jugadores: su cuerpo maduró, y se hizo más débil. Su cabeza no maduró, y se hizo más débil. Quiso seguir siendo el mismo anotador salvaje y descarado que había sido siempre, solo que ya no podía seguir siendo así. Tras su pico de juego, lo que quedó fue una frustrante lucha entre su ego y su cuerpo, negándose el primero a traspasar su rol de estrella a otro de jugador de equipo. Su marcha de los 76ers tras diez años en la franquicia para buscar un campeonato que nunca llegaría fue el inicio de una cada vez más decepcionante declive pasando por tres equipos distintos, que culminaría finalmente con una vuelta a Philadelphia en 2009, donde firmó por poco más de un millón de dólares (cuando había llegado a cobrar más de 20) y desapareció el 22 de febrero del año siguiente, sin preaviso, dejando colgados a técnicos, compañeros y aficionados, para no volver a jugar más en la NBA.
Su legado es difícilmente definible. Por un lado está la figura del jugador, sin duda alguna uno de los mejores hombres pequeños que jamás hayan jugado a baloncesto. Los trofeos así lo acreditan: MVP de la liga en 2001, rookie del año en 1996, cuatro veces líder en anotación de la liga, tres veces líder en robos de balón y once veces all-star. Por otra parte está la estrella del hip hop. Su falta de respeto a todo lo establecido, desde el resto de jugadores hasta la misma organización de la NBA, pasando por entrenadores o árbitros, no le ayudaron a hacer amigos.
Iverson llegó a la NBA comportándose del modo en que la vida le había enseñado que debía hacerlo para protegerse a sí mismo y a los suyos, entre el macho alfa y el camello con pistola sin marcar. No deja de ser hipócrita que se le exija a un chaval que viene de un gueto donde las drogas y los asesinatos son el pan de cada día que adquiera modales de mayordomo inglés por el simple hecho de jugar en una liga profesional de baloncesto.
Pionero en introducir los tatuajes y el aspecto hiphopero en el baloncesto, fue objeto de todo tipo de críticas, hasta el punto de que en 2005 el comisionado de la NBA David Stern implementó un código de vestimenta contra el que muchos protestaron, entre ellos por supuesto Iverson, indignados por la falta de libertad de expresión y la criminalización de una forma determinada de vestir, que sin embargo sí se usaba oficialmente para promocionar la liga y sus productos mediante anuncios con temática hip hop.
Así como Larry Bird y Magic Johnson fueron los símbolos de los 80 y Jordan lo fue de los 90, Allen Iverson fue uno de los jugadores más icónicos de la década de los 2000, llevando la imagen de las calles a los lujosos pabellones de la NBA. Hoy en día raro es el jugador que no lleve tatuajes o use accesorios como brazaletes o mangas, otra de las peculiaridades de Iverson. Eso sí: de la imagen de rapero poco o nada queda. Esa imagen rebelde ha sido radicalmente sustituida por una imagen que roza y supera en ocasiones la imagen ridícula del peor Steve Urkel. Ejemplos especialmente sangrantes son los de jugadores como Russell Westbrook o Dwyane Wade.
Cuando era pequeño, su madre le dijo que podía ser lo que él quisiera. Al cumplir los nueve años, le dijo a su madre que sería el primer Iverson en ser deportista profesional. Las posibilidades de que aquel niño esmirriado, criado en un gueto insalubre con una mortalidad juvenil altísima, llegara a la NBA eran ínfimas. Pero lo hizo.
Ahora es distinto. Sin dinero, sin apoyos, sin esposa y, lo que es peor: sin baloncesto, Allen Iverson es un fantasma sobre la faz de la tierra. De pequeño tenía la vida por delante para crecer y luchar, y vaya si lo hizo. No obstante, la sensación que da ahora Iverson es la de alguien que tiró la toalla ya hace años. Desde que dejara Denver, las noticias que hemos ido recibiendo de él han sido cada vez peores. Cuando creíamos que no podía caer más bajo, nos ha demostrado que sí era posible. No hay absolutamente nada que haga presagiar que recibamos una buena noticia con su nombre en ella. Pero si alguien ha demostrado que se pueden desafiar todos los pronósticos para lograr emerger de la miseria, ese ha sido él.
Un grande de la liga, pese a todo. Tenía todas las papeletas para acabar como ha acabado, pero no deja de ser una pena.
Buen artículo
Todo un mito del basket y también un ejemplo de la cara B de los EE.UU que se refleja en series como The Wire o The corner. Eso si, todo vale para el showbusiness. Saludos
Espectacular artículo. Increíble como una vida de riquezas puede llevarte al abismo en tan poco tiempo
La NBA está llena de ghetto´ niggers con comportamiento exquisito, y de blanquitos wasp más malos que Rafael Hernando. No hagamos categoría de lo particular.
Curiosamente, después de la cárcel y antes de la NBA pasó un par de años en Georgetown, una de las más selectas universidades de Estados Unidos (y batió el record de media anotadora en una universidad con mucha tradición en baloncesto).
Para mi el jugador clave para entender la NBA post-Jordan y pre-Lebron.
Causante directo del ‘NBA Dress Code’, necesario agitador de los ‘aburridos’ anillos de Shaq y Duncan y ahora ya finalmente juguete roto.
Una versión complementaria de Iverson por Alberto Rodríguez: http://www.elpisapapeles.com/deportes/iverson-nba-draft.php
Jugadores de gran tecnica individual y talento existen muchos en la NBA, Iverson está por encima de la clasificación de jugador talentoso, porque el llevó a un equipo limitado a una final de la NBA (no entraremos en la calidad del Este por aquel momento), pero no era un jugador de baloncesto completo, porque no comprendió que este desporte es fundamentalmente de equipo, y quizás su rol de superestrella no le dejó ver el bosque. De ser un jugador mas inteligente y completo, hubiera disfrutado ahora de un anillo en sus manos.
Era otra NBA, todavía bajo los influjos del baloncesto-mamporro de los 90, (la serie contra los Bucks de ese año 2001, es un ejercicio de defensa extrema de los Sixers), y su baloncesto era un compendio de aislamientos para poder ejercer su uno contra uno (las reglas cambiarían posteriormente con la implantacion de los 3 segundos defensivos). Estamos hablando de 1813 tiros en la temporada regular 00/01 (la de la final) y 661 tiros en esos Playoffs con una media de 30 tiros por partido, para un 38,8 % de acierto (Con esa media de tiros Bird podria haber hecho unos 40 puntos de media en playoffs). Era un equipo muy defensivo que en ataque se abandonaba al uno contra uno de Iverson, que se tiraba hasta las zapatillas.
En mi opinión, Iverson ha sido un enorme jugador, muy valiente (con su tamaño no eludía sus penetraciones suicidas a canasta), un gran anotador (eso si, con muchos tiros, y malos porcentajes), pero no entra en mi categoria de grande del baloncesto, le faltaba esa inteligencia que si han tenido otros.
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Para mi es una debilidad personal, le he visto hacer cosas que se me ocurren imposibles. Con tan pocas cualidades físicas, dominar el juego como lo hacía, resultaba increíble. Como dicen en boxeo… El mejor de todos libra por libra. No hubo nadie igual, ni lo habrá.
Me encantaban esos Sixers, mucho jugo les sacó Larry Brown, creo que era el míster.
Quería hacer una puntualización.
Cuando te refieres al equipo de Toronto del 2001; no es Anthony Davis el compañero de Carter, sino ANTONIO Davis, el Ala-Pivot de la universidad de Texas El Paso.
un absoluto idolo para mi…..un jugador sensacional,excepcional….nervio puro.
un hombre nacido en el mismisimo infierno….q lastima verlo asi ahora….grandisimo allen iverson!!!siempre seras mi idolo!