Si hay una palabra que levante ampollas es “raza”. De qué extrañarnos. En su nombre se han cometido atrocidades de todo tipo, siendo el Holocausto judío el epítome en el que todos estamos pensando. A causa de las corrientes impulsoras de las ideas de igualdad, y de la resaca inasumible de los crímenes contra la humanidad, “raza” se ha convertido en un palabra y en un concepto maldito. Esto ha influido decididamente en el ámbito académico y, durante años, las ciencias sociales y sobre todo la antropología se han encargado de negar la mera existencia de las diferencias biológicas entre grupos afirmando que las razas no tienen fundamento.
No solamente las disciplinas humanistas o “blandas” han negado la idea de raza. Steven Jay Gould, reputadísimo paleontólogo marxista y autor de libros de gran difusión, dedicó uno1 a desmentir el concepto. Uno de sus argumentos era el hecho de que es posible encontrar más variabilidad genética entre miembros de una misma supuesta raza que las que se hallarían entre las mismas. Richard Lewontin2, abundando en la idea, sostuvo en 1972 que aproximadamente el 85% de esa variación genética humana se da dentro del grupo y que un mero 15% se descubre entre ellos.
Estos intentos de adaptar la realidad a la ideología son resultado de las corrientes ambientalistas y de “tabla rasa” que han dominado en la academia humanista y en la política la segunda mitad del s. XX. En esta lucha se impone una visión en la que las diferencias son meramente culturales, roles aprendidos o imposiciones patriarcales. Esto llevó a una total esquizofrenia puesto que, efectivamente, los seres humanos, como el resto de especies animales, se dividen en subgrupos y de alguna manera había que nombrar esto. Así que la palabra maldita fue disfrazada o se buscaron eufemismos y sinónimos como “etnia”, «clina”, etc. Sin embargo, esta postura tan difícil de sostener es cada vez más desmentida por los avances en el campo de la biología. Hoy en día, la mayor parte de los científicos, incluidos los antropólogos físicos y sociales, admiten, no solo en la intimidad, que las razas existen.
Por desgracia, persiste en la sociedad la división entre las llamadas “dos culturas” —esa actitud que lleva a que las ciencias y las humanidades se ignoren mutuamente— y este tipo de investigaciones tiene dificultades para llegar, no solo al gran público, sino al emporio de los políticos, de quienes nos gobiernan, de quienes tienen en sus manos la posibilidad de legislar sobre temas calientes de la vida ciudadana. Y esto es así principalmente a causa de posiciones dogmáticas, sean de carácter religioso o ideológico.
Pero estas posturas chocan frontalmente con lo que se sabe de nuestra naturaleza humana. Y esto hace que ocurran cosas sorprendentes. Por un lado, puedes estar leyendo, como en mi caso, un libro, The 10.000 Year Explosion3, que se enmarca destacadamente en una disciplina en plena emergencia, la llamada “biohistoria», en el que los autores, ambos antropólogos y uno de ellos experto en genética de poblaciones, tienen la osadía de sugerir que los bosquimanos (esos oscuros bajitos perfectamente distinguibles de un teutón rubio) no estarían quizá precisamente configurados para algo tan aparentemente sencillo como el pastoreo de ovinos por motivos, esto… genéticos. Y luego, el mismo día, conocer por la prensa que la Asamblea Nacional francesa ha votado la supresión de la palabra raza en la legislación de su país por considerar sin justificación objetiva, ni pretensiones de tenerla, que esta no existe.
Sí, mientras las novedades en el campo de la ciencia se suceden vertiginosamente y cada vez sabemos más sobre las diferencias biológicas entre grupos, los partidarios de lo políticamente correcto deciden que la mejor manera de luchar contra el fantasma (siempre bien real) del supremacismo o de la discriminación entre colectivos es consagrar en la legislación el método del avestruz. Desde el pasado mes de mayo de 2013 (el día 16, concretamente), aceptando una propuesta del grupo Front de Gauche, la raza ya no existirá oficialmente. Ni en el Código Penal, ni en la Ley 29 de julio de 1881 sobre la libertad de prensa. El grupo socialista ha pedido que se manifieste que “el articulo 1 dice explícitamente que la República francesa prohíbe y condena el racismo, el antisemitismo y la xenofobia y que no reconoce la existencia de ninguna pretendida raza”.
Pero ¿la supresión oficial y ceremoniosa de la palabra en el texto legal acabará con el delito infame? Me temo que estas ocurrencias forman parte de una corriente de pensamiento que opina que “las palabras han de estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras”. Las palabras nombran la realidad. Si la realidad no gusta, cambias la palabra. En algunos países como España hemos experimentado a menudo con el sistema. Por ejemplo, un buen día las personas dejaron de tener sexo y pasaron a tener género. Si el primer concepto sugiere que algunas actitudes y características vienen de serie y esto coarta la libertad y la idea de igualdad, el segundo te susurra animosamente que se trata de un papel que puedes interpretar o no.
La raza es una convención perversa, una señalización estigmatizadora, una discriminación, una marca cultural. La raza también es un rol, una imposición. Habrá que buscar el equivalente a “género” para la raza. Una vez lo logremos, estaremos más abiertos a aceptar las mismas disquisiciones identitarias que plantea el sexo/género. Así que no es un escenario disparatado que alguien no se identifique con la suya. Ya ha habido casos. Recordemos: “No es hombre, no es mujer; no es blanco, no es negro: es Michael Jackson”. Dicen que muchos cantantes de jazz o raperos blancos se sienten negros, etc.
Lo malo es que, por hacer un bien, se esté provocando todo lo contrario. Ya se sabe que el infierno está poblado por las buenas intenciones. Ahora tenemos un “sexismo” sin sexo. En realidad es sorprendente que no aleguen esto en su defensa las personas a las que se atribuye tal falta. ¿Han pensado los políticos franceses que si no existe la “raza” ya no existirá el “racismo”? Quien sea acusado en el grado que sea siempre podrá alegar que sus actos o sus expresiones no pueden ser racistas porque el Código Penal consagró que la raza no existía.
En fin, son las paradojas que se viven en nuestras sociedades avanzadas y cultas en estos momentos. Pareciera que hubiera dos mundos superpuestos. El mundo ideal en el que se intenta ahormar lo que es dentro del recipiente de lo que debería ser, y el de la realidad de lo que uno descubre utilizando los métodos de la ciencia. Para algunos, las diferencias que hacen tan distintos a simple vista a un zulú y a un finlandés son de trazo grueso y llamativas solo por estar a la vista. Nuestro interior no varía tanto como nuestro exterior, y los marcados rasgos de las diferencias entre “razas” podrían haberse originado por selección sexual y estarían solo de piel hacia fuera. Pero los expertos pueden determinar la raza por los rasgos del esqueleto, por ejemplo. Así que no tan a flor de piel. En el caso de los perros, y solo por poner un ejemplo estridente, también el 70% de la variación se da dentro del grupo y el 30% entre grupos. Pero con este razonamiento diríamos que las diferencias entre los miembros del grupo de los grandes daneses han de ser mayores que la diferencia promedio entre un gran danés y un chihuahua. Y esto cuela con mucha dificultad.
Los expertos son testigos de diferencias de origen genético en toda clase de etnias, y cada una fue importante por causar un significativo incremento en su éxito reproductivo (fitness), al ser resultado de las adaptaciones recientes a nuevos entornos culturales y ecológicos. En los últimos 50.000 años las poblaciones se separaron estableciéndose grandes distancias entre ellas y con barreras geográficas difíciles de traspasar. Eso creó las diferencias que conocemos. Las poblaciones que experimentaron diferentes historias ecológicas tuvieron distintas respuestas evolutivas. Según Cochran y Harpending, en los últimos 10.000 años la velocidad de la evolución ha sido muchísimo mayor de lo que se imaginaban, y no solo en aspectos de apariencia física en el cuerpo humano sino psíquicos, psicológicos y temperamentales.4 Y para un biohistoriador este nuevo enfoque puede hacer temblar en sus cimientos todas las teorías establecidas durante centenares de años.
Por ejemplo, un factor de cambio fue la práctica de la agricultura y de la ganadería. Y aquí volvemos a nuestro bosquimano negado supuestamente para el pastoreo. La agricultura, en particular la que existía en las sociedades con Estado, podría haber sido un agente de selección para personalidades que podríamos llamar “protoburguesas”. Una de sus características sería la habilidad para diferir la gratificación en largos periodos de tiempo. Esperar a la cosecha, a que la vaca dé a luz, soportar la hambruna sin comerse el grano que deberá usarse para sembrar. Eso es algo que no hacían los cazadores recolectores. Quienes no eran buenos en el autocontrol al principio del Neolítico no lo son tampoco hoy. Como dicen Cochran y Harpending, quizá con humor, los esfuerzos para enseñar a los bosquimanos el pastoreo fallan frecuentemente cuando deciden comerse todas las cabras.
Sí, hay diferencias. Quizá no vayan tan lejos como nuestros antropólogos de Utah pero, hoy en día, la mayor parte de los científicos, incluidos los antropólogos físicos y sociales, admiten sin el menor asomo de duda que existen más allá de la piel. Han sido los científicos ambientalistas los superficiales, no esas diferencias.
No solucionaremos la parte lúgubre de la diferencia negando esa diferencia. Más bien al contrario, los métodos que se basan en la comprensión de las causas biológicas subyacentes a esas diferencias serán los únicos efectivos. Porque lo importante políticamente en una sociedad moderna es el individuo, no el grupo. Cada ser humano es una aventura irrepetible que no se parece a ninguna otra. De todos podemos aprender. Y algunos de ellos han influido individualmente en el curso de la humanidad mucho más que civilizaciones enteras durante centurias.
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1 La falsa medida del hombre. Steven Jay Gould. Debate 2003
2 The apportionment of Human Diversity. Lewontin, R. . Evolutionary Biology, 6, n.º 1
3 The 10.000 Year Explosion. Cochran, G. Harpending, Henry. Basic Books 2009.
4 No solo propició cambios rastreables en la adaptación al clima (piel más clara como respuesta a la menor exposición solar y su efecto en la producción de la vitamina D) o el aprovechamiento de las nuevas fuentes de alimento (caso de la tolerancia a la lactosa, por ejemplo) sino, posiblemente, temperamentales.
Excelente.
Me gusta el artículo, y estoy en parte conforme con él. Y digo sólo en parte porque considero que la clasificación taxonómica es simplemente utilitarista, sirve a un fin. No es una realidad, es una realidad creada por el hombre. Creo haber leído que los Inuit tienen unos cientos de nombres para denominar los distintos tipos de nieve, sé que no es exactamente así, pero es ilustrativo, y existen igualmente poblaciones indígenas que tienen infinidad de nombres para lo que nosotros tenemos apenas uno, y sin embargo no contemplan términos diferenciadores que para nosotros tienen gran importancia.
Con esto quiero decir que la separación de los hombres en razas tiene el sentido que le queramos dar, es pura política. Si no queremos que ser negro o blanco signifique diferencia alguna no tiene sentido separar “razas negra y blanca”. Luego podríamos entrar en infinidad de detalles entre caucasianos, latinos, nilóticos, negroides…., y no parar. Tengo entendido en que Brasil se realizaron estudios del estilo y se llegaron a diferenciar más de ochenta “fenotipos” diferenciables. ¿Debe esto tener un alcance legal o social?, se la respuesta es no, no tiene sentido establecer diferencias raciales reconocidas.
La diferencia entre ovejas merinas y churras interesa únicamente a los ganaderos y productores del sector, no creo que, por ejemplo, los defensores de los animales quieran hacer diferencias de trato en función de si son de uno u otro tipo. Un ejemplo pobre pero creo que bastante gráfico.
Otra cosa es lo que quede para la ciencia y su bendita búsqueda de “la verdad” inalcanzable.
Lo primero que me acude a la mente tras la lectura del artículo es que hay un cierto complejo de manía persecutoria entre los que se alzan públicamente como enemigos de la mentira políticamente correcta. Sin ser yo, para nada, aficionado a los taumatúrgicos estudios culturales (dicho así a lo bruto, porque habrá de todo, digo yo), me pregunto si no está la autora atribuyendo a sus enemigos políticos favoritos los consabidos fenómenos de desgaste del vocabulario de las lenguas. De hecho, lo cierto es que el propio artículo parte de la aceptación de que el semantema ‘raza’ aplicado al género humano, por razones de peso histórico, hiede que da gusto. Y apuesto, de acuerdo con la naturaleza impersonal de estos fenómenos lingüísticos, a que esa subconsciencia lingüística, por así decir, es más fuerte que la conciencia (rebelde contra la tiranía de este moderno totalitarismo, risas) de la autora de este artículo, que difícilmente le dirá a su vecina que su hija se ha echado un apuesto novio que es muy majete y de otra raza. Por cierto: ¿es Obama negro? ¿No es Obama igualmente blanco? ¿Mestizo? Ay, las razas: en EE.UU., fuera de las antipáticas tendencias de la tabla rasa y la corrección política, que al parecer no cortan tanto la pana como podría desprenderse de la lectura de artículos de Libertad Digital, te la ponen al lado del nombre al poco que te despistes, y el criterio sigue siendo el de los antiguos tiempos, según tengo entendido, la llamada regla de la hipofiliación (Ruiz Soroa, El Correo 7.06.08): «Pues bien, en Estados Unidos ha tenido vigencia desde antiguo una regla muy particular en la construcción social de la raza. Es la regla de la hipofiliación, en virtud de la cual cualquier persona que poseyera un antepasado (incluso un bisabuelo) de una de las razas consideradas inferiores, quedaba automáticamente adscrito a ella. Se colocaba a las personas en el estatus inferior de todos los que teóricamente le pudieran corresponder por su filiación biológica, o dicho de otra forma, la parte de sangre de calidad inferior contaminaba a todas las demás. Esta regla sigue siendo socialmente asumida en los Estados Unidos, e incluso está legalmente sancionada en muchos Estados de la Unión a la hora de clasificar racialmente a las personas.» Obama es negro, acaso no tienes ojos en la cara?
Bueno, en otro momento me meteré, si tengo fuerzas e inspiración, con los razonamientos más «científicos»: ya saben, la maravilla de las ciencias duras y sus definitivos descubrimientos sobre «la naturaleza humana».
Plausible comentario. Creo que la época exclavista, el hijo de mujer blanca y padre negro era «blanco-libre» y el hijo de mujer negra y hombre blanco era «negro-exclavo». Doloroso sólo con contarlo
El análisis del cajón de sastre que tienen montado en EE.UU con los conceptos raza/etnia provoca personalidad múltiple hasta en el propio investigador. El tema de lo hispánico/latino es directamente para echarse a llorar. Muy interesante esto de la hipoafiliación que comentas y te animo a que saques fuerzas e inspiración para seguir en ello. ;)
Nada Galahat, todo esto de la historia de la esclavitud despertó mi interés hace tiempo. El principio era que el nacido de una mujer libre era un hombre libre.
La consideración de negro para el mestizo dependía de en que Estado estaba, pues para unos bastaba un cuarto de descendencia (creo que era lo más general) y para otros se necesitaba más o menos, según fuera. Si un esclavo se casaba con una persona libre, quedaba liberado.
También había algunos esclavos blancos.
Por cierto, que creo recordar que el primer dueño de esclavos en USA fue un negro, pues cuando se estableció la esclavitud ya existían colones negros libres que habían sido robados a españoles. Como estos los bautizaban ya en África, se consideraban hombres libres, y las leyes esclavistas fueron posteriores.
Es que esta historia de las razas siempre me ha sonado a un milonga mala. Me gusta el artículo por la exposición científica sobre la evolución humana y los diversos efectos del ecosistema en la misma, pero intentar que unas nímias diferencias físicas constituyan una clasificación taxonómica y encima darle un sentido social…., me parece un disparate. Pronto recuperaremos también a la frenología. Tiempos oscuros nos aguardan.
Un enlace interesante:
http://eh.net/encyclopedia/article/wahl.slavery.us
Pues ya somos dos, Fulgen. La historia de la esclavitud debería ser de obligado conocimiento en toda escuela. En mi caso, además, siempre me ha interesado muchísimo el sistema de segregación racial conocido como «leyes de Jim Crow». De este tema que comentas, te recomiendo «We Were Always Free» de T. O. Madden, donde el autor recoge la historia de su propia familia (madre blanca de origen irlandés y padre negro). Es interesante, por ejemplo, escuchar los testimonios de hermanos mestizos que, en función del color de su piel, han vivido experiencias muy dispares. En una ocasión, en un cine de NYC nos hicieron una encuestra. Entre los datos personales a aportar figuraba la raza. Por aquello de que soy española y a pesar de que mi piel es muy blanca, me consideraron de raza «hispánica» (venga vale). Iba con un par de amigos, ambos colombianos, ella muy blanca y el negrísimo. Y yo veía al señor preguntando por la raza (que ya es lo suficientemente chocante -te hablo de hace bastantes años-) y considerando a un tía blanca nuclear de la misma raza que mi amigo, que es muy negro, y me daba la risa.
Pues sí Galahat. Deberíamos estudiar la historia del esclavismo, de la posterior segregación racial, y también de la lucha de clases, y de como se impone esa otra segregación basada en el poder económico. El caso es arreglarselas para segregar. Y lo más curioso de la historia es ver como las más de las veces una considerable parte de los segregados aceptan y justifican.
Lo de USA con el tema racial siempre me ha parecido paranoico, desde la distancia.
Releo mi comentario y: Viva Francia.
Más que interesante artículo y reflexiones atinadas. ¡Enhorabuena! A ver si puedo pillar el libro de Harpending
Asevera la sra. Barbat en el texto que las diferencias ecológicas propiciaron respuestas evolutivas diferentes, que a su vez se tradujeron en diferencias «psíquicas, psicológicas y temperamentales». Esto cómo diantres se demuestra. ¿Pruebas, por favor?
La misma sra. Barbat debe de saber en su fuero interno que se trata de algo imposible de probar, toda vez que, en ese mismo renglón, abre asterisco y nos remite a la nota número 4, donde bastante más cauta nos matiza que «POSIBLEMENTE, temperamentales». ¿Por qué, entonces, en el cuerpo principal del artículo, se echa al monte con tanta alegría?
En fin, la murga de siempre con los science-poppers y divulgadores de mesa camilla. Reduccionismo, just-so stories y, por supuesto, que no falte, el halo rebelde de los políticamente incorrectos.
Una pregunta:
Viendo las pirámides… ¿cuándo se les olvidó a los egipcios pastorear a las ovejas?
Pingback: La legislación francesa y los bosquimanos
A Cladogram y otros comentaristas que han tenido la amabilidad de leerme. Lo de los «cambios temperamentales» suena fuerte y eso va a ser muy difícil de probar, claro. Pero no son nada comparados con las teorías que sugieren que el ser humano ha ido «domesticándose» con el paso del tiempo y haciéndose menos violento y más adecuado para la vida en sociedad. Ha escrito sobre esto Richard Wrangham, por ejemplo. Y seguro que Pinker en su libro sobre la violencia menciona un montón de investigadores (ahora no me acuerdo). También Boehm en «Moral Origins» se explaya largo y tendido sobre cómo la presión del grupo (y la eliminación consensuada de los miembros más incómodos del mismo, con el consecuente fin de su línea genética) fue perfilando caracteres proclives hasta para el altruismo, ese enigma fascinante y paradójico. Usted déle años a unas determinadas influencias y le sale lo que quiera. Mire a esos perros (y perdone la comparación) y vea diferencias de temperamento, y en un suspiro temporal.
Ah, y cómo veo que hablan de raza y de esclavitud, me permito enviarles un artículo que publiqué en Letras Libres. Muy «políticamente correcto» tampoco es, creo.
http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/la-falacia-del-blanco-malo
Nada más lejos de mi intención al comentar, que unir la practica de la esclavitud al hombre blanco. De hecho, indico en uno de mis comentarios que según los textos que tengo leídos sobre el asunto, el primer dueño de esclavos en USA fue un colono negro, pues los negros llegaron antes de que existiese la esclavitud.
Los seres humanos somos tan hijoputas o tan buenos como moral y socialmente aceptemos ser, independientemente de colorines de piel, pelos, ojos….
Con lo que no estoy de acuerdo con Vd. es en la bondad de introducir el término raza en la legislación o en tratados de sociología. Únicamente lo acepto en antropología física, por un sentido útil del término. No le encuentro utilidad en otros ámbitos.
más que «línea genética», pongamos «pool genético».
El supuesto consenso científico sobre la existencia de razas humanos no sé de donde lo ha sacado la autora del texto.
Poner en cuestión las teorías sobre la inexistencia de las razas humanas me parece una involución en términos científicos. Los argumentos que la autora propone para defender la tesis de la existencia de distintas razas humanas me parecen que no tienen ninguna base científica.
Como bien recoge la autora del artículo, el profesor Jay Gould demuestra que existen más diferencias dentro de cada una de las supuestas tipologías raciales (en el número de razas los raciólogos clásicos no se pusieron de acuerdo)establecidas con criterios «pseudocientíficos» que entre el resto de supuestas razas.
Durante miles de años ha existido una mezcla genética entre los distintos grupos humanos que han posibilitado una gran»homogenización genética» de la «raza» humana.
Esta evidencia científica es negada por la autora tachando de ideológicas estas teorías sin dar ningún argumento válido que resalte ese supuesto sesgo ideológico que denuncia. Solo se remite a un consenso en el mundo de la antropología física que no especifica.
Luego parece que intenta argumentar su tesis valiéndose de un estudio que considera que los bosquimanos son una especie de reliquia del neolítico que les convierte en incapaces de entender la agricultura moderna. Esta teoría no se sostiene en términos científicos. Puesto que esta supuesta incapacidad tiene relación exclusivamente con la cultura ganadera en la que han estado educados los bosquimanos desde generaciones y no en especulaciones raciales y biológicas sin fundamento.
Asimismo, establecer que los bosquimanos son representantes del neolítico y de un estadio evolutivo inferior a otros grupos humanos más «evolucionados» retrotraen a las decimonónicas teorías antropológicas sobre la inferioridad racial que creía felizmente superadas (eso si que demuestra un sesgo ideológico considerable)
Se sabe que cualquier persona (bosquimano, europeo, asiático…) esta determinado en primer lugar por la cultura y la sociedad en la que se encuentra y que las determinaciones biológicas son secundarias y se basan en la posibilidad de adaptarse a un nicho ecológico concreto. Un bosquimano criado en una hacienda rural europea (por ejemplo) puede tener un dominio de la agricultura eficiente y ningún determinismo racial se lo impediría.
Pese a la opinión de la autora, considero que el concepto de «clina» es el más adecuado para referirnos a la diversidad genética (que no racial) de los seres humanos. Puesto que se refiere a los cambios fenotípicos que se observan en las poblaciones de la misma especie para adaptarse al nicho ecológico (el ambiente) en el que se encuentra. Estas diferencias son graduales y no presuponen la existencia de distintas razas, puesto que se ha demostrado que estos rasgos cambian con el contacto entre distintos grupos humanos y en la actualidad no existe ninguna manera de conceptualizar esas diferencias en una clasificación racial válida desde el punto de vista científico.
Estas diferencias no suponen la existencia de un tipo concreto de mentalidad, temperamento o habilidad preprogramada según la «raza» del individuo. Puesto que el desarrollo de las habilidades y capacidades cognitivas de los individuos se relacionan con en una mezcla de cuestiones sociales, culturales, individuales…además de biológicas.
Por ello considero que el sesgo ideológico se encuentra más acusado en las tesis poco convincentes de la autora del texto que en las teorías científica sobre la inexistencia de las razas humanas que intenta desmontar.
Es obvio que la ganadería no funcionará con bosquimanos hechos y derechos, tampoco con ejecutivos de Wall Street ni con una pandilla juvenil de los suburbios de Barcelona.
Sin embargo, toda esa gente fracasará por condicionamientos sociales y no por algo biológico. Incluso si la conformación cerebral hiciera a algunas personas más aptas para ordeñar vacas, difícilmente ese rasgo sería heredable.
Si estos genios intentan con los hijos de los bosquimanos, de los ejecutivos y de los pandilleros, apuesto lo que quieran a que el resultado es diferente.
Entonces el hijo de un Bosquimano (san) y un Fines de que raza es? Finessan. Lo prepara para los dos tipos de vida, o para el dominante. Desde luego el artículo no es muy científico, es más, es muy desacertado y confunde a quien no sabe. Por ejemplo, antes podías situar geográficamente a alguien por su lengua, y diferenciar pero esto no significa nada. Yo diferencio a mis dos hermanas y eso no las convierte nada más que en dos personas distintas. Dónde pones la resolución.
La argumentación de los perros es de lo más ramplona que he visto en tiempo. A las personas con acondroplasia o vitíligo que se diferencian claramente (y genéticamente) de una persona como yo, ¿las sacamos de la raza? Raza es un concepto arbitrario, sí y bastante inútil en muchos casos. Esto es una vuelta a la sociobiología pero sin argumentos. El ser humano es tan maleable que puede encajar perfectamente en cualquier tipo de sociedad.
Y 100.000 años no es suficiente tiempo evolutivo para que se produzcan cambios significativos, no superficiales, así que 10.000 mucho menos, aunque culturalmente sea una barbaridad de tiempo.
P.D. el marxista es Lewontin no Gould
Bueno, con respecto a la última parte del comentario, 10.000 años sí es tiempo suficiente para que se produzcan cambios biológicos «significativos» en cualquier especie, si entendemos el concepto de significativos como «determinantes para el modo de vida de una población».
Hay documentados de ello numerosos ejemplos, derivados por ejemplo de cambios de hábitat. Por citar un par en humanos: la agricultura existe desde hace unos 11.000 años, menos en la mayor parte de Europa, pero suficiente para que muchos europeos contemporáneos seamos genéticamente distintos de nuestros ancestros mesolíticos, aunque sólo sea por la capacidad de digerir lactosa como adultos (http://www.ploscompbiol.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pcbi.1000491). Otro ejemplo son los habitantes del Tibet, que como mucho llevan allí 5.000 años, y ahora son un ejemplo paradigmático de adaptación biológica y genética a altas altitudes (http://www.sciencemag.org/content/329/5987/75.full), gracias a la selección natural.
Numerosos no diría yo, pero impactantes sí. Los que describes son cambios más probables (en el primer caso la expresión continuada de una proteína ya existente y en el segundo son también polimorfismos se dan en otras especies con relativa frecuencia) que además podía estar presente ya en la diversidad de alelos humana, mucho mucho antes de su selección. Con lo cual no se hubieran producido en los últimos 10.000 años, no así el cambio en su frecuencia. Otra cosa son el tipo de cambios de los que habla el artículo, naturalmente que hay cambios pero que estos sean adaptaciones a nuestra cultura cambiante, ya es otra cosa. El artículo se refiere a diferencia raciales psíquicas, psicológicas y temperamentales, nada más y nada menos. No solo a las cantidades de melanina presentes o a la forma de los parpados o la calvicie. Es algo como decir que los griegos sufrieron mutaciones que los hicieron propensos a la filosofía y a las demostraciones matemáticas. Luego parece que las perdieron. Hay que probar las cosas no solo que nos parezcan intuitivas o apoyen nuestras creeencias.
Excelente artículo, Teresa. Siempre he mantenido que la ciencia y la corrección política son dos realidades de difícil coexistencia. Y lo de los franceses, que siempre han sido muy aficionados a la alta literatura y guillotinaron al mejor científico que jamás se crió en la Françe (me refiero a Lavoisier), y su negación de la raza es de una estupidez tan genial como sólo puede serlo una estupidez francesa. Por cierto, y aparte, prohíben el antisemitismo y la xenofobia (¿un francés xenófobo? oh là là…) pero parecen admitir el, digamos, «antimuslimismo». ¿Habrá que esperar a que alguien organice el holocausto de 6 millones de musulmanes para que nuestros vecinos consideren la posibilidad?
El artículo está basado en ciencia de la buena. Luego está mi capacidad para expresar lo que quiero decir, que será mejor o peor.
Gracias por sus comentarios, amigos. Les dejo un artículo muy relacionado, que apareció en edge hace 4 años:
http://www.edge.org/q2009/q09_4.html#haidt
Gould y Lewontin junto a Rose eran conocidos por sus ideas marxistas. No le veo el problema.
Racismo es precisamente aceptar que hay razas humanas y actuar bajo esa premisa.
Mi experiencia personal indica que lo más parecido a un blanco es un negro… muy especialmente si éste es antillano o latinoamericano… y el blanco no es ni luterano ni calvinista.
Las razas existen, sí.
Pero no nos sirven de nada. Esa es la verdad y lo demás es palabrería.
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