La tarde es fría. Hace apenas unos días que hemos abandonado el frente polar y nos hemos adentrado en el océano más austral del planeta, el Antártico. Ronda el año 2000, viajamos a bordo del buque rompehielos oceanográfico alemán Polarstern para entender mejor la importancia del continente blanco en el funcionamiento general de la biosfera.
Mientras escudriño el mar desde el amplio puente de mando del buque, ansioso por divisar el primer iceberg en medio del mar, soy consciente de que solo en gasoil el buque puede estar gastando entre 800.000 y 1.400.000 euros durante el viaje, dependiendo de la ruta tomada y del precio del combustible. Cuando reposta, el Polarstern puede estar un día entero enchufado a las mangueras que inyectan el fuel en su interior, un gasto imprescindible si se quiere llegar tan lejos como se pretende rompiendo la banquisa helada y enfrentando los lugares más remotos con garantía de poder penetrar en ellos gracias a una de las máquinas más poderosas del planeta.
Comprender lo que allí pasa es pieza fundamental de lo que puede estar sucediendo en un lugar tan remoto como Barcelona o Beijing. Pero ¿por qué? Mientras sigo oteando el horizonte, un colega alemán, Dieter Gerdes, aparece en mangas de camisa. Todavía no tengo la confianza suficiente para pensar que está loco, porque soy consciente de que allí fuera la temperatura es como mínimo de tres o cuatro bajo cero. Él lleva casi 15 años viniendo a estos remotos lugares del planeta y adora la ciencia polar «¿Qué? ¿Esperando el primer iceberg? El segundo de a bordo ha dicho que lo veremos de un momento a otro, lo ha detectado en el radar». Noto que mis orejas empiezan a sentir el mordisco del frío. Con las prisas no me he puesto el gorro y eso es algo imperdonable. Aún no habiendo ni remotamente llegado al corazón de la Antártida, el clima empieza a ser muy persistente en su severidad. Nada que ver con lo que nos vamos a encontrar más adelante, pero sí un aviso formal de que aquí se juega poco con la meteorología. No quiero perderme el primer iceberg por ir a buscar un gorro, maldita sea. Y además el alemán sigue en mangas de camisa, lo que me pone más nervioso todavía. El sol ha bajado, la luz es de un ocre intenso.
La mágica atmósfera de luz de atardecer está empezando a hacer mella, desplazando esa extraña confusión mental y disfrutando del paisaje, sobre todo cuando por fin avistamos el témpano helado a babor. «No es muy grande», comenta Dieter, «pero es el primero. Nos da la bienvenida al continente olvidado. Olvidado por todos y solo visible para unos cuantos. Siéntete privilegiado». Tras hacer unas fotos en silencio, ambos entramos.
Clima extremo
Es un tópico pensar en la Antártida como clima extremo, pero cuando trabajas a unos 30 o incluso 40 grados bajo cero en la cubierta de popa separando animales que acaban de ser capturados por las redes del barco piensas que eso es exactamente lo que es este rincón del planeta: un extremo climático allí donde vayas.
Con sus 14 millones de kilómetros cuadrados en pleno verano, el continente blanco es casi todo hielo. Su aislamiento crónico y su posición en el confín meridional del planeta han hecho que en los momentos de máximas la temperatura no suela pasar de los cuatro o cinco grados sobre cero en meses como enero o febrero, mientras las temperaturas bajo cero son la norma. Es más, en determinadas zonas como el interior del continente (en Dry Valley por ejemplo), las temperaturas por encima del punto de congelación son en la práctica inexistentes, llegando en algunas áreas del interior a bajar de los 80 grados negativos, con vientos superiores a los 200-250 kilómetros por hora. La proporción de lo que podríamos considerar tierra emergida es de unos 280.000 kilómetros cuadrados (un 5% del territorio «permanente»), habiendo una inmensa placa de hielo que sofoca con su inmensidad (más de tres kilómetros de espesor en algunas zonas) montañas, valles y cualquier atisbo de tierra firme exceptuando la península y otras zonas costeras en las que todavía puede verse tierra, piedras o arena. Con un panorama semejante, la vida en «tierra firme» se hace en la práctica imposible para casi todos, excepto para aquellos organismos que estén aclimatados a semejantes extremos como algunos de sangre caliente (conectados a la dinámica de la placa de hielo temporal, como veremos más adelante), algún nematodo (gusano) despistado y microorganismos capaces de resistirlo todo.
Cuando ves lo yermo de la superficie comprendes lo difícil que debió de ser conquistar este último reducto del planeta. Gentes provenientes del extremo más cercano (Sudamérica, a algo más de 1000 kilómetros desde el estrecho de Magallanes) se adentraron en la península ya a finales del siglo XIX para emprender una lucrativa actividad ballenera, pingüinera y foquera, pero más allá se encontraba el «núcleo duro», la inabordable zona del mar de Weddell o del mar de Ross.
Los exploradores buscaban llegar al polo sur. En alguna parte debía estar el polo magnético, pero llegar hasta él iba a ser sin duda una de las empresas más complicadas para los humanos que, incluso a principios del siglo XX, con todos los avances tecnológicos disponibles, se encontraban en la práctica desnudos frente a semejante coloso helado.
Para mí la carrera entre Scott y Amundsen por llegar los primeros al Polo Sur refleja el espíritu humano de la competitividad, la inteligencia y la perseverancia, pero la historia de Ernest Shackleton es la del ser humano más puro, capaz de dominar una situación sin solución, en un paraje sin esperanza con un espíritu insuperable de superación y al mismo tiempo de optimismo. Cualquiera que haya leído la historia del Endurance (el barco que quedó atrapado en el hielo en enero de 1915) sabe que hubo un factor asociado (la suerte) que ayudó en el milagro de salvar a toda una tripulación de una muerte segura, pero muy poca gente tiene la capacidad de liderazgo y la serenidad en una situación en la que ninguno de ellos probablemente daba nada por su propia vida. Los tripulantes vieron como su barco se hundía, con gran parte de sus pertenencias, fueron testigos de la noche perpetua, de los vientos encarnizados y del frío más insoportable, y seguro que en más de una ocasión pasó por la mente de todos que aquello era el fin de sus vidas.
Por eso cuando vemos las cifras del frío que hace en la Antártida, de sus vientos, de su hostilidad, de su aislamiento, haríamos bien en recordar, ante todo, a esos hombres que hace más de un siglo la empezaron a explorar más por la gloria que por ningún afán de conquista física, pues ya en esa época sabían que las condiciones de supervivencia en el continente blanco eran las más duras del planeta y no valía la pena (excepto para algunas actividades de caza concretas) extender los dominios de los países a los que representaban. Pero ¿cómo ha llegado el continente helado a ser lo que es? ¿Por qué es como es la Antártida?
(Continuará)
Continuará… y qué ganas tengo de que continúe!
Sobre la Antártida, el mejor testimonio que conozco es el del documental de Werner Herzog. El título en castellano podría ser algo asi como «Encuentros al final del mundo», pero vete a saber. Más que reflejar cómo es la Antártida, reflejaba cómo son las personas que viven ahí: especiales, sin duda.
Pingback: La Antártida, el continente olvidado
Magnífico el libro del autor de esta entrada «Un viaje a la Antártida», eso sí, las fotos ganan a color. Estaré atento a la siguiente entrada.
También espero leer las siguientes partes, porque espero que sea más de una. Me fascina la Antártica y la exploración antártica. Llevo años dándole vueltas a la idea de cómo colarme en Villa Las Estrellas.
La más antigua en operación continua es la estación argentina Orcadas (desde el 22 de febrero de 1904 (109 años).
http://es.wikipedia.org/wiki/Ant%C3%A1rtida
Para hacer un poco de tiempo mientras llegan más entregas:
Recomendadísimo el documental Planeta Helado de la BBC y para quien sería capaz de matar antes de ver más pingüinos; Encuentros en el Fin del Mundo, de Herzog
Lo peor que le puede pasar a la Antártida es que se ponga de moda. Y creo que ya es tarde para evitarlo.
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Que lugar tan inhospito, pero a la vez con esos paisajes tan bellos, que hazaña de todas las personas que hoy en día visitan ese lugar y graban las imagenes a través de las cuales conocemos un poco ese espacio los que no podemos ir ahí. Gracias por el aporte. Saludos