Arte y Letras Historia

Historia de un shmuck

Tibor Rubin

Aunque parezca paradójico, ya que un shmuck es para los norteamericanos un tipejo despreciable, un imbécil, he decidido utilizarla como homenaje a Tibor Rubin, el hombre sobre el que quiero escribir, que no es ni lo uno ni lo otro. La palabra fue importada del yiddish, idioma en el que también tiene un significado peyorativo, y en el que originalmente significaba pene, y la verdad es que, espero que estén de acuerdo conmigo al terminar de leer este artículo: lo de Tibor Rubin es la polla.

La condecoración más alta que se concede en el ejército norteamericano es la medalla de honor. Su importancia ha ido creciendo a lo largo del tiempo y los requisitos para su concesión han sido cada vez más rigurosos. Incluso se llegaron a retirar cientos de medallas de la época de la guerra de Secesión por no cumplir determinados estándares. Desde la Segunda Guerra Mundial se han concedido muy pocas y siempre por acciones en los que el soldado actúa más allá de lo que pueda exigir el deber. No es raro que, desde esa fecha, la mayoría hayan sido póstumas. La medalla de honor está protegida por una ley especial, llegando a ser delictivo no haberla recibido y presumir de tenerla, aunque el Tribunal Supremo norteamericano, en una de esas sentencias que tanto nos gustan, declarase este punto de la ley inconstitucional por contrario a la libertad de expresión. 

Tan importante es la condecoración que, a partir de los años 90, se inició un proceso de revisión de las acciones, primero de afroamericanos, y luego de soldados de origen asiático, discriminados por razón de su raza, por las que habían obtenido medallas de menor entidad. A raíz de esas revisiones muchos soldados recibieron medallas de honor décadas después de haber participado en las acciones que lo justificaban.

Los últimos en apuntarse a este revival fueron los judíos. En 2001 se aprobaba la Leonard Kravitz Jewish War Veterans Act. Sí, el nombre de la ley tiene relación con el Lenny Kravitz que conocemos todos, puesto que se puso ese nombre en honor de un tío suyo, que murió en la guerra de Corea mientras resistía en solitario con una ametralladora un ataque de soldados chinos. Esa acción, que salvó a los demás soldados de su pelotón, reunía todas las condiciones de una medalla de honor, pero el judío Kravitz no la recibió. Tras décadas de pelea, los legisladores norteamericanos aprobaron una ley que obligaba a revisar los casos que ya se habían ido denunciando de discriminación. Entre ellos brillaba uno, el de Tibor Rubin, un cabo desconocido que reunía la extraña condición de que, de habérsele concedido todas las medallas para las que fue propuesto, habría sido el soldado más condecorado de la guerra de Corea. Vean que dejó el ejército con dos corazones púrpura, pero después de haber sido propuesto por superiores suyos para una estrella de plata, dos cruces de servicios distinguidos y, pásmense, cuatro medallas de honor.

La historia, y esto es lo más interesante, presenta un tinte especial por varias razones. Rubin no era estadounidense cuando luchó en la guerra de Corea y aún conserva un duro acento que revela su origen extranjero. Había nacido en Hungría y era judío, y por esa razón desde los 13 a los 15 años vivió en el campo de exterminio nazi de Mauthausen. En esos dos años no solo se convirtió en un deshecho humano, sino que perdió a su padre en Buchenwald, a su madre y a dos hermanas en Auschwitz.

El cinco de mayo de 1945 Mauthausen se convirtió en el último campo de la muerte nazi liberado. Fueron soldados del 41º escuadrón de reconocimiento de la 11ª división de blindados del ejército americano los que tuvieron ese terrible privilegio. Rubin cuenta siempre que la compasión de esos soldados con los condenados, a pesar de su terrible estado, del hedor, de la suciedad, de las enfermedades, le llevaron a prometerse pagar la liberación alistándose en el ejército norteamericano.

Tibor Rubin 2

Tardó dos años en poder ir a Estados Unidos y cumplió su «autopromesa», esperando, además, conseguir la nacionalidad estadounidense y convertirse en carnicero gracias a lo que aprendiese en el ejército. Eso sí, tuvo que intentar dos veces el alistamiento porque su inglés era pésimo. Fue destinado a Okinawa. Al estallar la guerra de Corea podía (debido a que no tenía aún nacionalidad estadounidense) haber evitado ir a la contienda, pero decidió seguir con sus compañeros. Su comienzo en la guerra no fue muy prometedor, ya que se rompió una pierna y tuvo que ser evacuado a Japón. No tardó mucho en volver, todavía con muletas y pronto se convirtió en un caso de película. No entraré en muchos detalles, ya que es fácil encontrar páginas en las que se cuentan sus hazañas, que resultan verdaderamente increíbles. Por ellas sus oficiales ordenaron al sargento de Rubin que diese trámite a la concesión de la medalla de honor en tres ocasiones. Los oficiales, sin embargo, murieron en batalla, y el sargento, llamado Artice Watson (y al que aún defiende por internet un sobrino suyo) se «olvidó» de la tramitación. Las comillas obedecen al hecho (que aparece constantemente en las declaraciones de los camaradas de Rubin) de que el sargento odiaba a los judíos y ordenaba frecuentemente al pobre Tibor, a un superviviente del genocidio judío, todo tipo de tareas peligrosas.

Lo más admirable no es esto, sino lo que sucedió tras la invasión de Inchon y el contraataque del ejército chino, momento en que el que fue herido gravemente y capturado junto con miles de soldados. Rubin volvía a un campo de concentración, primero al de Pukchin y luego al de Pyoktong, un lugar en el que morirían 1600 soldados norteamericanos. En esos campos permaneció dos años y medio y por su comportamiento fue nuevamente propuesto para la medalla de honor por muchos de los supervivientes. Las penosas condiciones del campo eran terribles para los soldados norteamericanos, poco acostumbrados a condiciones tan duras, pero Tibor Rubin era un superviviente de Mauthausen y, a pesar de que cuando descubrieron su nacionalidad los chinos le ofrecieron regresar a Hungría, él decidió permanecer con sus compañeros. Es perturbador imaginar cómo puede resultar beneficiosa una experiencia así, pero es indudable que las capacidades de Rubin para el robo de raciones de sus guardianes, para la preparación de las más extravagantes comidas, para inculcar el ánimo en la esperanza de la supervivencia, para mantener un espíritu que te permita simplemente vivir, resultaron esenciales para que muchos de sus camaradas superasen esos años de cautiverio. Y así lo narraron cuando pudieron regresar.

En abril 1953, un depauperado Rubin regresaba a su país de acogida, tras uno de los primeros intercambios de prisioneros, y su historia merecía un pequeño artículo en Barras y Estrellas. Tibor Rubin por fin consiguió su ansiada nacionalidad, se casó y tuvo dos hijos. Muchos de los que habían luchado y compartido cautiverio con él pensaron que había muerto, hasta que apareció en una reunión de veteranos, en 1980. En ese momento se inició un movimiento destinado a que le fuese reconocido su comportamiento y se empezaron a reunir testimonios jurados de decenas de personas que explicaban en qué había consistido exactamente.

Con 76 años, en septiembre de 2005, el Presidente George W. Bush, en la Casa Blanca, le hizo entrega de la medalla de honor. Pueden buscar aquí por qué.

Cuando se le preguntó si sentía animosidad por la tardanza y por el hecho de haber sido discriminado por ser judío, Rubin, sin negar los prejuicios que había padecido en el ejército, recordó que era el Congreso el que había dictado una ley que había permitido reparar esos errores, y que él no odiaba a los alemanes que habían asesinado a prácticamente a toda su familia, ni a los coreanos o a los chinos, añadiendo que solo en Estados Unidos pasa que el presidente invite a la Casa Blanca a un hombre humilde como él para imponerle una condecoración así, delante de la cual se tienen que cuadrar los generales de cinco estrellas y, en fin, que le parecía bien recibirla en nombre de sus hermanos y hermanas judíos, demostrando que un pequeño shmuck de Hungría podía, tras luchar por su amado país, convertirse en Mr. Shmuck, el héroe.

A mí, en los vídeos que he visto, me ha parecido un hombre satisfecho.

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3 Comentarios

  1. Fantástica historia

  2. El unico libro traducido al castellano del famoso periodista y premio Pulitzer David Halbertstam es, precisamente, sobre la muy desconocida Guerra de Corea. Es un tour-de-force tremendo de mas de 800 paginas que detalla al limite el origen de la guerra y su curso hasta el polemico relevo de MacArthur por Truman. Es enormemente recomendable y se llama «La guerra olvidada» (The coldest winter en ingles).

  3. En Alemán (teniendo en cuenta que estuvo en Alemania) Schmuck significa joya (joyería) o decoración, (quizás condecoración). Me da la impresión de que lo que realmente quiso decir con: Mr Schmuck fue ( Sr.condecoraciones) en alusión a las muchas condecoraciones a las que se había hecho merecedor.

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