El último baile Opinión

Guillermo Ortiz: La última derrota dulce de Raymond Poulidor

Poulidor

No era Poulidor, era «Pou-Pou», esa manía francesa de convertir a cualquier héroe en un cursi. Pou-Pou contra Anquetil en los 60, con su maillot de Mercier, primero de malva, luego de negro y amarillo, como una avispa; Pou-Pou contra Merckx en los 70; Pou-Pou contra sí mismo en los años intermedios, incapaz de tomar el testigo, un hombre condenado a no liderar nunca la manada, escalador de ritmo, contrarrelojista mejorable. Poulidor pasó a la historia del deporte como el gran perdedor pero ni en eso se merece el título: en 1964 ganó la Vuelta a España. Por apenas unos segundos sobre Luis Otano, pero la ganó, manchando así su impoluto palmarés de fracasos.

Aún no está claro si Poulidor se adelantó a su tiempo o llegó muy tarde. Si uno repasa el palmarés del Tour durante dos décadas la impresión que da es que siempre estuvo ahí, que nunca se fue, desde que debutara en 1962, con 26 años, y fuera ya entonces tercero, a la sombra de Anquetil y Plankaert. Después, el segundo puesto de 1964, aquella lucha a muerte en el Puy de Dome por intentar dejar atrás a su compatriota y guardarse unos segundos de ventaja para la contrarreloj final que nunca llegaron, tercero en 1966 cuando ya no había Anquetil de por medio y tercero de nuevo en 1969, ya con Eddy Merckx como nuevo dominador.

En medio, una leyenda. Anquetil nunca soportó no ser el niño mimado de la afición, que prefería al menos elegante, al segundón, al que siempre fallaba en el momento clave. El encanto de los perdedores. La relación entre ambos fue tan mala que incluso en el último momento, cuando el campeón francés ya agonizaba por un cáncer, tuvo tiempo de decirle a Poulidor, que había ido a visitarle en un gesto de última reconciliación: «Amigo mío, incluso al cielo vas a llegar después de mí». Anquetil era guapo, esbelto, rico y displicente. Poulidor había salido de la huerta y se le notaba en la cara quemada, dura, de ceño fruncido. Era algo así como el Virenque de turno, el Voeckler sufriente, sin EPO pero con Bernard Sainz, el Doctor Mabuse, detrás, alargando su carrera hasta límites insospechados: a los 33 años ganó la Dauphiné-Libéré, a los 35 se impuso en el Criterium Internacional y a los 36 tuvo uno de los mejores años de su carrera: ganador de la París-Niza (aún repetiría el año siguiente derrotando a Merckx), ganador del Criterium y tercero en el Tour detrás de Merckx y Gimondi, delante de Van Impe, Zoetemelk y Thevenet, los llamados a suceder al caníbal belga.

Ese sexto pódium en el Tour estaba llamado a ser el último. Poulidor quería dejarlo, pero el doctor Sainz le animaba a seguir, y, ¿por qué no hacerlo? Cada año de más era un año de dinero, éxito, ovaciones y homenajes. El Jimmy Connors de la bicicleta. En 1974, ya con 38 años, consiguió ser segundo en el Tour de nuevo, su séptimo pódium sin victoria, un récord que solo Zoetemelk estuvo a punto de igualar gracias a los seis segundos puestos que rodearon su victoria en 1980, el campeón más viejo de la historia. Aquellas eran para Poulidor derrotas dulces. Por supuesto, él hubiera preferido ganar, no digamos tonterías, pero frisaba los 40, tenía a Merckx como rival y a un montón de jovencillos rondando a la puerta, ¿era realista pensar en la victoria cuando había un tío ocho minutos y pico mejor que tú?

Para rematar el año, fue segundo en el Mundial de fondo en carretera. El primero, cómo no, fue Eddy Merckx, probablemente su último gran triunfo.

Poulidor había empezado tarde, cuando Serge Gainsbourg aún tocaba el piano en salas de fiesta y ahí seguía en 1975, cuando el marido de Jane Birkin ya había hecho jadear a Brigitte Bardot. Sin embargo, aquel no fue un gran año. Un año sin victorias, el primero desde 1959. Adiós a Pou-Pou, ya no habrá doctor que le salve, no habrá «panaché» que demostrar en las cumbres. En el Tour quedó 19.º, no era un desastre a los 39 años, desde luego, pero sí la peor posición en toda su carrera, puesto que repitió en el Mundial de Ruta.

Llegamos al momento clave: como es normal, se piensa si seguir un año más o no. Con Sainz o sin Sainz, el sufrimiento es intolerable. El invierno de concentración, los entrenamientos diarios, las montañas que no entienden de anfetaminas ni de cortisona ni de «pócimas homeopáticas», que siguen ahí desafiantes, esperando que los franceses las llenen de pintadas y pancartas por su veterano ídolo. Es 1976. Franco ha muerto. Poulidor cumplirá 40 años en abril. Thevenet se presenta como el nuevo Merckx, el nuevo Anquetil, sin saber que ese papel está reservado para un bretón que ya anda deslumbrando en las carreras locales, las Paris-Camembert de turno, Bernard Hinault.

Poulidor empieza con Anquetil y acaba con Hinault. Poulidor es el resumen de la historia del ciclismo francés. Poulidor decide regalarse un último baile y seguir un año más. Por si acaso. Los primeros meses de temporada son un homenaje continuo, pero un homenaje sin victorias, lo que se supone va a ser el Tour de Francia. Su último Tour de Francia, aquí sí que no hay vuelta de hoja. El listón está en el 19.º puesto del año anterior, igualarlo sería una proeza. Toda Francia se prepara para ver a Thevenet ganar su segundo Tour consecutivo y para empujar todo lo que haga falta a Poulidor, que sigue siendo Pou-Pou a sus 40 años y tres meses… pero nada sale como estaba previsto.

Aquel Tour parece destinado para los escaladores. El recorrido es una barbaridad, con ocho etapas seguidas de media o alta montaña. Al principio, ante la ausencia de Eddy Merckx, de descanso tras su pésima experiencia del año anterior, cuando el puñetazo de un aficionado le dejó sin opciones para conseguir su sexto triunfo, es su compatriota Freddy Maertens el que toma el relevo: sprinter, contrarrelojista y escalador esporádico, una especie de Laurent Jalabaert setentero, Maertens se coloca líder de inmediato y se mantiene ahí a la espera del ataque de los grandes en los Alpes. Prácticamente todos los favoritos —Thevenet, Van Impe, Zoetemelk, Ocaña…— están en el mismo tiempo, a unos cuatro minutos del especialista. Lo curioso es que Poulidor no está con ellos, está delante. Quinto, a poco más de tres, tras una contrarreloj prodigiosa.

Los Alpes son terreno para el mano a mano Van Impe-Zoetemelk, con Thevenet a una prudente distancia de casi dos minutos. Poulidor no solo no cae sino que sube al tercer puesto, a 1’36” saliendo del Alpe D´Huez. Los franceses siguen creyendo, más aún cuando Raymond Delisle aprovecha la vigilancia de los favoritos para colocarse líder en la primera etapa de los Pirineos. Delisle no es la única amenaza, el italiano Walter Riccomi también acecha los puestos de pódium, mientras Thevenet se pelea con su hígado y Luis Ocaña saca fuerzas de flaqueza rumbo a Saint-Lary-Soulan llevándose a rueda a Van Impe, el belga acostumbrado a pelear solo por el premio de la montaña, que llegaría a ganar en seis ocasiones. Detrás queda Zoetemelk, esperando que le hagan el trabajo, pero nadie colabora. Ocaña y Van Impe abren hueco y Zoetemelk vuelve a perder el Tour por una mala jugada táctica. ¿Poulidor? Resistiendo. Como puede. Ya no es tercero, pero es quinto, a 11’42” del líder, a poco más de dos minutos del pódium.

Está claro que Thevenet no va a ganar —lo haría el año siguiente, de hecho, en 1976 ni siquiera acabaría el Tour— y toda la adrenalina del hexágono se centra en que Poulidor consiga su octavo pódium a una edad imposible. Curiosamente, las montañas juegan en su contra: se ha convertido en un aceptable rodador, buen contrarrelojista, pero las largas etapas pirenaicas empiezan a hacerle mella. Sin embargo, la penúltima contrarreloj y la explosiva subida al Puy de Dome, allí donde 12 años antes luchó por la hegemonía con su odiado Anquetil, colocan a Poulidor tercero de manera angustiosa, como todo en su carrera. Delisle queda cuarto con el mismo tiempo y Riccomi, quinto, aguarda 12 segundos detrás.

Quedan dos etapas y una es de nuevo contra el crono. Seis kilómetros, una especie de prólogo final que pareciera que la organización ha puesto ahí para deleite de su público. Pou-Pou pasea por el parque de los Príncipes pensando en que lo más probable es la derrota, que así ha sido siempre. Repasa sus 14 Tours, sus siete pódiums, sus 11 top tens sin vestir ni un día, ni un solo día, el maillot amarillo de líder. Este año tampoco será, Van Impe tiene completamente controlada la carrera y el objetivo tampoco es la etapa, por supuesto, eso es cosa de Maertens, que ganará ocho etapas ese año, incluyendo las cuatro contrarrelojes.

No, la victoria ya no significa nada, lo que importa es la magnitud de la derrota: una derrota dolorosa ante su público que le deje cuarto o quinto o una derrota dulce que le lleve al pódium, la bandera francesa junto a la holandesa y la belga y París aplaudiéndole por última vez. Seis kilómetros para decidirlo y el hombre que tantas veces perdió con Anquetil en esa disciplina vuelve a sorprender a todos con una gran actuación: Riccomi está fuera de combate, otros 19 segundos detrás… Delisle, el otro francés, el otro aspirante, el hombre que le puede ganar por centésimas, va mirando los segundos del crono avanzar aún subido a la bici. Poulidor avanza entre una multitud de aplausos y gritos. No son años de bicicletas aerodinámicas, ni de cascos especiales ni de manillares de triatleta. Poulidor es básicamente el mismo que empezó a competir 20 años antes, recién salido de la huerta de su padre, de la mano del excampeón Antonin Magne.

El tiempo sigue pasando y Pou-Pou esprinta, tira la bici hacia adelante y pide confirmación: seis segundos mejor que Delisle. Salvo que se caiga en el último paseo a los Campos Elíseos —todo es posible— el pódium es suyo. Su octavo pódium: tres segundos puestos y cinco terceros. Es el final de su carrera, por supuesto, porque no va a arriesgarse a acabarlo todo de otra forma, una forma más triste, más cruel, más indigna. A los pocos meses se retira y deja el testigo a los Thevenet, Hinault y compañía, que dominarán los años siguientes. Presume de ser feliz por haberse llevado el cariño y no los títulos. Probablemente sea una patraña. Nadie corre decenas de miles de kilómetros durante 20 años y se alegra por no haber ganado nunca. La derrota es el sentimiento más doloroso del deporte y todo deportista sueña con ser campeón. La retórica, la estética lo que puede hacer es dulcificarla. Huir de la maldición y sonreír con cada segundo puesto, como si nada. Ganar es de horteras.

A veces, funciona, por supuesto, pero desconfíen.

 

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7 Comentarios

  1. Guillermo, el ganador de más edad de un Tour de Francia no fue Joop Zoetemelk, sino Firmin Lambot, que en 1922 tenía treinta y seis años. En 2011, Cadel Evans tenía treinta y cuatro, uno más que Zoetemelk en 1980. El holandés sí fue el campeón del mundo más veterano, cuando en 1985 se llevó el maillot arco iris.

  2. Era algo así como el Virenque de turno, el Voeckler… creo que esta por encima de ambos

  3. Pepe Ramírez

    Interesante.

    (Y eso que, discúlpeme, tanto el ciclismo como el deporte en general jamás me han dicho ná -o poco, poquininín).

  4. Guille Ortiz

    Buen apunte, confundí los datos Mundial-Tour. Gracias!

  5. Pingback: Nuevos periodismos deportivos

  6. Felix Defelix

    Pobre Poulidor, como si el que daba pedaladas fuese el paleto ilustrado que ha osado desmerecerte asi. Tu que ganaste una vuelta una san remo campeonato de francia y un largo etc. Escritores de oidas baratos, se pueden acumular datos de la red y parecer un escrito de catedratico, pero es un caca llena de fallos. En ciclismo el primero es un campeon y el ultimo un heroe.El segundo es el mejor de todos menos uno, en rendimiento podria ser un 0,001 % mas flojo.Cuanto inutil hay por el mundo.Amen.

  7. Que Poulidor se convirtiese en Poupou no responde a ningún afán de cursilería por parte de los franceses. Esta afirmación solo pone de relieve que quien la suscribe solo conoce de Francia su posición en el mapa y poco más.
    La mutación del nombre responde, simplemente, a una costumbre fuertemente arraigada en ese país: la de familiarizar así los nombres.
    Por eso y casi siempre, Joseph se convierte familiarmente en Jojo, André en Dedé, etc. Esto afecta naturalmente a los ciclistas y en especial a aquellos más queridos por el gran público. Como bien sabemos, Raymond Poulidor fue sin lugar a dudas uno de los ciclistas más populares en Francia. Poulidor, que para muchos acabó siendo uno más de la familia, se convirtió pues en Poupou. Del mismo modo, Jalabert se convirtió en Jaja y, mucho antes que él, Eugène Christophe, el héroe del Tourmalet, había sido ya Cricri.
    Una última curiosidad. Thévenet ha sido apodado Nanard mientras que su tocayo Hinault siempre fué, para los franceses, Bernard. Con esto está todo dicho.

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