Política y Economía

Genes y política: dos décadas después de la publicación de The Bell Curve

En el artículo anterior pudimos ver algunas de las líneas de tensión entre las ciencias sociales y naturales y las dificultades con las que se han encontrado los científicos de ambas disciplinas, y vimos que el debate suele evolucionar en un contexto politizado debido a que la naturalización de ciertos problemas suele verse como un intento de defender una determinada agenda política. En este artículo nos inclinaremos sobre la que probablemente haya sido la obra más polémica sobre naturaleza y política.

Ciencia con consecuencias políticas

The Bell curve publicado por Charles Murray y Richard Herrnstein (HM a partir de ahora) en 1994 es posiblemente el mejor ejemplo de las consecuencias desagradables que pueden tener los hallazgos de la genética y las ciencias naturales. Se trata de una obra cuyo debate ha hecho correr ríos de tinta y reacciones airadas de académicos de todas las disciplinas. Debido a ello, una revisión exhaustiva del debate que haga justicia al libro y a sus críticos no solo sería demasiado ambiciosa, sino también tediosa para el lector. Las líneas que siguen tendrán una naturaleza selectiva para ilustrar algunos problemas interesantes.

El objeto del libro es el estudio de la evolución de la sociedad americana basándose en las diferencias en habilidades cognitivas —esencialmente la inteligencia—. En concreto, intenta demostrar que 1) la inteligencia es un factor que se puede medir correctamente gracias a los tests estandarizados de cociente intelectual (CI); 2) que esta es hereditaria en una proporción que varía entre el 40% y el 80% y que esto cuestiona la posibilidad de mejorarlo mediante la educación; 3) que la inteligencia está asimétricamente distribuida entre la población y permite predecir muchos aspectos cruciales de la vida en sociedad, como el éxito social, la criminalidad, las diferencias salariales y que la inteligencia será, por razones económicas y tecnológicas, cada vez más importante en el futuro; y 4) Que las tres conclusiones anteriores tienen un impacto sobre las políticas públicas.

Para entender lo controvertido de la tesis del libro conviene detenerse en este último punto. En primer lugar, HM analizan distintas políticas y llegan a la conclusión de que, en parte debido a su carácter hereditario, los esfuerzos por mejorar la igualdad han tenido un éxito modesto en el mejor de los casos. En segundo lugar, el hecho de que las personas más inteligentes tengan menos hijos plantea un grave problema demográfico dado que amenaza el «stock de CI» de la sociedad americana. En particular, el hecho de que sean precisamente las mujeres más inteligentes las que se incorporan al mundo del trabajo y tienen menos hijos supone un reto importante para la demografía. Finalmente, argumentan contra de las políticas de discriminación positiva dado que estas estarían guiadas por la creencia, equivocada según su argumento de que las desigualdades sociales no están justificadas por diferencias de habilidad y, además, fomentarían que «los menos buenos» se reproduzcan socialmente con más éxito.

Charles Murrary
Charles Murrary.

La polémica era inevitable. Las conclusiones políticas del último punto son una consecuencia lógica de las tres conclusiones anteriores, de forma que una cantidad sustancial de ideas recibidas parecían puestas en entredicho. A lo que el lector no prevenido se enfrenta leyendo The Bell Curve es a un volumen de más de 900 páginas de análisis estadísticos aparentemente sólidos, argumentos matizados expresados en un lenguaje equilibrado y amable que, prescindiendo de juicios de valor o de motivaciones políticas aparentes, llevaban a conclusiones extravagantemente conservadoras que en la mayoría de los círculos se calificarían de «darwinismo social».

El impacto mediático del libro fue particularmente importante, lo suficiente como para la reacción académica y política fuera significativa. Este debate que nos servirá de excusa para recorrer el problema de la importancia de la genética para los debates públicos.

Una parte de las reacciones al libro de HM fue particularmente agria, rechazando la totalidad de la obra partiendo de la falta de crédito de sus autores y recurriendo a descalificaciones personales, a sus motivaciones políticas o sus filiaciones académicas.

Entre las críticas que abordaron el fondo, el problema del papel del CI para medir la inteligencia fue suficientemente sonado como para que la American Psychological Association (APA) pidiera la elaboración de un informe a un grupo de trabajo en el que se encontraban algunos de sus afiliados con más renombre. El informe llegó a conclusiones matizadas que, reconociendo el impacto de la biología, la heredabilidad y la naturaleza sobre la inteligencia, sugería que las afirmaciones más rotundas y especialmente las recomendaciones políticas no estaban bien fundamentadas. Este diagnóstico crítico fue extendido por un artículo publicado el año pasado por parte del grupo de trabajo que destacan que hoy la importancia de la heredabilidad es menor.

Además de distintas críticas que cuestionaban el análisis estadístico o los métodos de medición, las dos que tienen un interés mayor para el problema de la relación de la genética con la política son la que cuestiona la relevancia del CI para explicar el grueso de las desigualdades y la que cuestiona la ineficacia de las políticas públicas para modificar resultados atribuidos a la genética.

 Los críticos y sus críticas: James Heckman y la importancia de la primera infancia

El estadístico de la Universidad de Chicago y premio Nobel de Economía James Heckman escribió una reseña del libro en el Journal of Political Economy donde, aun reconociendo la importancia del libro al poner de relieve el papel de las habilidades explicando la estratificación social, cuestionaba varias de sus tesis centrales. En primer lugar, ponía en duda que un único factor, como el CI, pudiera medir los distintos aspectos de las habilidades cognitivas. Heckman se unía así a los distintos académicos que, como Sternberg, defendían que la inteligencia es una realidad con distintas facetas que no puede expresarse en una única dimensión (una perspectiva también documentada por el informe de la APA ) y el artículo escrito en 2012 por parte de sus autores.

En segundo lugar, Heckman cuestionaba igualmente que la educación careciera de poder para modificar el CI. En un artículo posterior, Heckman muestra con sus coautores que los años adicionales de educación tienen un impacto sustancial sobre los resultados obtenidos en los tests de aptitudes cognitivas.

En tercer lugar, Heckman ponía en un segundo plano la importancia de la inteligencia explicando el éxito social, destacando especialmente lo que ha venido a llamarse las habilidades no cognitivas o socioemocionales. Heckman ha dedicado una buena parte de su carrera a demostrar que para explicar la productividad de un trabajador, incluso en actividades con un alto contenido intelectual, habilidades no estrictamente intelectuales como la perseverancia, la paciencia, la capacidad para organizarse, la estabilidad emocional, la empatía o la capacidad para trabajar en una organización sujeto a una jerarquía y dentro de un equipo juegan un papel crucial; habilidades estas que no son medidas por los test de inteligencia.

En Giving kids a fair chance, un pequeño libro dirigido al público en general publicado este año, Heckman explica como se relacionan estas ideas. Mientras que es cierto que el IQ es en alguna medida hereditario, las habilidades no cognitivas son mejorables, especialmente mediante políticas de gasto en primera infancia. Esto explica, en palabras del propio Heckman, por qué los resultados de HM difieren tanto de los suyos:

[El libro] no presentaba ninguna evidencia dura sobre genética. La persona mas joven en la muestra de Herrnstein – Murray tenía 14 años al principio de la muestra. A la edad de 14 años las personas están ya muy formadas y sus entornos ya han tenido un papel muy importante sobre lo que son. La idea de que el resultado de un test medido a la edad de catorce años puede medir el determinismo genético es absurda.

Heckman ha abogado enérgicamente a favor de las inversiones en primera infancia, destacando que cada euro gastado en edades tempranas tiene un impacto sobre las habilidades y la igualdad mucho mayor que a edades mayores.

Sin embargo, la relevancia de las experiencias en la primera infancia no debe interpretarse como un argumento en contra de la importancia de la biología. El propio Heckman apoya su investigación en estudios neurológicos de cómo los primeros años de vida afectan al desarrollo del cerebro. Precisamente la interacción entre el desarrollo cognitivo y el estatus socioeconómico es un ejemplo de colaboración exitosa entre las ciencias sociales y naturales. Así, la revista The Economist documentaba una serie de estudios recientes que vinculaban el nivel de estrés que sufren los niños en sus primeros años al desarrollo de su memoria de trabajo y, a su vez, que mostraba que la pobreza infantil afecta directamente al nivel de estrés. Es fácil ver que en este caso, donde la pobreza infantil afecta a las habilidades cognitivas a través del desarrollo neuronal, los hallazgos de las ciencias sociales y las naturales no solamente no se contradicen, sino que se complementan.

Los críticos y sus críticas: Goldberger, Manski y la interpretación de la heredabilidad

Desde el punto de vista del interés de la genética para las políticas públicas, probablemente sea de mayor interés el artículo que en 1995 publicaron en el Journal of Economic Literature los estadísticos Charles Manski y Arthur Goldberger (G&M). En unos términos mucho más duros que los de Heckman, G&M atacan la idea misma de que la forma en que se mide la heredabilidad tenga alguna relevancia para las políticas públicas.

En The Bell Curve, para explicar la inefectividad de las políticas públicas, HM proponen el siguiente experimento mental (entre otros argumentos). Partiendo de que alrededor de un 60% de las diferencias de CI viene explicado por aspectos hereditarios, invitan a pensar en un escenario en el cual todo el mundo se viera enfrentado a los mismos condicionantes ambientales (que ellos estiman como la política más igualitaria posible). En estas circunstancias de «igualdad radical», sugieren, solamente un 40% de las diferencias de CI se reducirían lo que, es cierto, sería bastante modesto.

G&M explican por qué este razonamiento es en esencia incorrecto. Si lo que se busca es mejorar la situación de aquellos que están, por razones «genéticas», en desventaja, sería necesario enfrentarlos a un entorno distinto del de los más aventajados.

En un artículo reciente, Manski alude a este mismo párrafo refiriéndose a un artículo del año 79 del propio Goldberger (fallecido en 2009) donde explica esta idea de otra forma con un ejemplo. Supongamos, nos dice, que existiera un estudio que encontrara que la miopía es un rasgo cien por cien hereditario y que actúa de forma determinista. Sin embargo, este hallazgo no nos dice nada sobre la eficacia de una política que proporcione gratuitamente lentes de contacto. Igualmente que el hallazgo de que el nivel de precipitaciones es un fenómeno natural no nos dice nada sobre la eficacia de llevar paraguas. Pues bien, la idea de que el CI es un rasgo hereditario tampoco nos dice nada sobre el papel potencial de las políticas públicas.

A un nivel más técnico, G&M explican que los errores en la interpretación de estos resultados viene de los métodos estadísticos que se utilizan para medir los componentes «hereditarios» y «ambientales». Generalmente, estos modelos intentan explotar las diferencias en el grado de parentesco (típicamente con estudios con gemelos idénticos, mellizos y otros familiares) para examinar como estas evolucionan con las diferencias en otros rasgos —en este caso el CI—. Sin embargo, por la estructura del modelo estadístico, se considera que la varianza en el CI es una suma de los aspectos ambientales y genéticos, pero no se considera la posibilidad de que ambos interactúen de una forma no aditiva.

La irrelevancia de los estudios de heredabilidad para las políticas públicas defendida por H&M no va necesariamente en contra del consenso en los estudios en psicometría y genética. El libro de texto de Defries et al subraya este punto (página 110) «la heredabilidad describe lo que ocurre en una población concreta en un momento determinado de tiempo más que lo que podría ocurrir. Es decir, si varía cualquier influencia genética (p. ej. Cambios debidos a la migración) o ambiental (p.ej. cambios en el acceso a la educación), entonces el impacto relativo de los genes y el ambiente cambiará». En la misma línea el informe del grupo de trabajo de la APA mencionado hacía explícito (página 86) que la utilidad de los coeficientes de heredabilidad es estrictamente descriptiva y no implican nada sobre la causalidad o que un rasgo que sea heredable en una proporción importante sea inmutable.

De otra forma, sería difícil explicar la aparente paradoja de que la heredabilidad sea mayor para las familias más ricas que para las más pobres. Como señala el artículo de 2012 de los autores del informe de la APA, una posible de este hecho es precisamente que los niños de familias socialmente desfavorecidas no desarrollan todo su potencial genético, lo que conforta el argumento de Heckman a favor de la lucha contra la pobreza infantil.

James Heckman
James Heckman.

La heredabilidad y las interacciones entre el ambiente y el genotipo

Para entender lo que se esconde detrás de la aparente paradoja de que, aunque la heredabilidad de ciertos rasgos sea alta, la relevancia de esta información para las políticas públicas es por sí sola prácticamente nula, es importante interiorizar que el impacto que tienen los genes no es uno determinista. Al contrario, nuestros genes nos afectan mucho más a menudo como propensiones y actúan como factores de riesgo, especialmente en los aspectos relacionados con el comportamiento y capacidades cognitivas.

Pensemos hipotéticamente en la probabilidad de desarrollar miopía (un ejemplo inventado) y supongamos que estuviera genéticamente determinada. Sin embargo, la miopía solo se desarrollaría bajo circunstancias en la que una persona lee sistemáticamente con poca luz. Desde el punto de vista causal, dos personas que sean genéticamente muy distintas, tienen el mismo potencial de desarrollar miopía si ambas trabajan habitualmente con luz; pero en un ambiente en el que ambas trabajen con poca luz una de ellas tendrá una probabilidad mucho mayor. El riesgo de desarrollar la miopía tiene un origen totalmente genético, pero que este riesgo llegue a realizarse o no depende al 100% de ser expuesto la falta de luz.

Otra forma de interacción entre los aspectos ambientales y los genéticos es un genotipo que genera una propensión a seleccionar determinados entornos. Pensemos, por ejemplo, en que por razones genéticas una persona tienda a rehuir situaciones de conflicto mientras que para otra ocurra lo contrario. ¿Un rasgo que se desarrolle a raíz de la exposición a esta situaciones de conflicto, tendrá un origen ambiental o genético? En este ejemplo de interacción entre el ambiente y la genética, el investigador se enfrenta un problema de identificación, el al tema que ha dedicado su carrera Charles Manski.

En los dos ejemplos anteriores, interpretar un modelo que dé niveles de heredabilidad del CI altos como algo inmutable sería un error: aparecería un nivel de heredabilidad importante y en ambos casos actuar sobre el ambiente puede modificar los resultados.

Finalmente, como ilustra el ejemplo de los paraguas o las gafas, que un rasgo sea hereditario, incluso con carácter determinista, no significa que sus consecuencias deban traducirse en desigualdades si la sociedad es suficientemente inclusiva. Por ejemplo, es posible que la probabilidad de llegar a ser un deportista de élite dependa con fuerza de factores genéticos, pero una sociedad inclusiva es una en la que no llegar a ser un deportista de élite no tiene consecuencias graves.

Biología y política(s)

The Bell Curve fue una obra polémica por articular algunas ideas controvertidas basadas en lo que aparentemente era un análisis riguroso. Puso de manifiesto lo peligroso de una interpretación incorrecta de los resultados empíricos y su utilización para defender una agenda política. Como hemos visto, el análisis de G&M sugiere que el interés de la genética para las políticas públicas es muy pequeño.

Parece oportuno resaltar que nada de lo reseñado hasta ahora apoya la idea de que el estudio de los condicionantes biológicos sea irrelevante para las ciencias sociales. Negar que los seres humanos son seres biológicos y que todos los fenómenos sociales tienen una biológica relevante sería absurdo. El estudio del reverso biológico de estos fenómenos es un área potencialmente muy fértil. El error está, sin embargo, en pensar que la intervención de una causa biológica en algún aspecto social debe llevarnos a aceptarlo como una parte inmutable de la naturaleza humana en el cual las políticas públicas no tendrían nada que decir: no solamente la influencia genética actúa únicamente como predisposiciones, sino que el desarrollo biológico se produce en interacción constante con los factores ambientales. Para integrar los aspectos psicológicos, biológicos (no únicamente genéticos). La psicóloga Diane Halpern ha sintentizado estas interacciones en lo que llama la hipótesis biopsicosocial que se muestra el diagrama inferior propuesto:

diagrama

La escasa relevancia del análisis de heredabilidad es una restricción propia del tipo de análisis estadístico que se ha usado para medir la importancia de los factores genéticos. Estos intentan explotar el porcentaje de genes compartidos para explicar sus diferencias. Se trata, no obstante, de análisis que dejan en una «caja negra» como actúan los genes. No hay ninguna implicación causal el análisis es puramente descriptivo. Esto es una consecuencia de que hasta un momento muy reciente no ha sido posible mirar sobre el efecto de distintas configuraciones de genes. En otras palabras, no se medían variaciones en las configuraciones genéticas para buscar la relación con determinados rasgos, sino variaciones en el parentesco. En un artículo reciente Manski sugiere que, si bien el análisis de heredabilidad es casi totalmente irrelevante, la medición de datos genéticos concretos podría utilizarse para entender rasgos concretos y esto sí podría tener alguna implicación para las políticas públicas si, por ejemplo, se averiguara que la presencia de un determinado gen afecta a la capacidad de aprendizaje o a otros aspectos de la conducta. Sin embargo, éeste es un trabajo que todavía está naciendo y en el que no existen todavía conclusiones bien definidas.

Los encuentros y desencuentros que hemos explicado en este artículo entre las ciencias naturales y las sociales ponen de manifiesto la dificultad, no ya de encajar muchos hallazgos de las primeras dentro de las segundas, sino de que un diálogo fructífero pueda tener lugar en un ambiente tan marcado por preconcepciones ideológicas. Especialmente en el debate público, son frecuentes las acusaciones mutuas de que el adversario está guiado por motivaciones políticas.

La reseña de G&M ilustra este problema. En los párrafos finales, G&M reprochan a HM que un libro con la ambición y la amplitud de la temática de The Bell Curve no fuera la síntesis de un gran número de trabajos previamente debatidos en la academia, ni el libro fue sometido a revisión por pares por parte de la editorial. Precisamente, la función del debate académico es la de apuntar y remediar el tipo de errores que cometieron HM y matizar los argumentos, algo que típicamente desvirtúa las tesis provocativas como la serie de conclusiones a las que llegaron. Sin embargo, durante todo el libro, HM manifiestan la preocupación constante de que sus ideas son «políticamente incorrectas”», a pesar de que serían acertadas. Aplicar con generosidad el principio caridad daría para pensar que HM precisamente saltaron los cauces académicos normales porque no creían que un debate real pudiera llevarse a cabo en un contexto demasiado marcado por la corrección política.

Más en general, ilustra el problema de mantener debates en términos técnicos cuando el resultado de esos debates tiene consecuencias políticas importantes. ¿Es útil que el público crea en el mito de la tabla rasa si eso supone un tabú para las actitudes reaccionarias? ¿O somos lo suficientemente maduros en tanto que sociedad para vivir con la idea de que existen diferencias importantes en las que intervienen causas biológicas y entenderlas en toda su complejidad?

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20 Comments

  1. Pablo Martín Calvo

    Muy interesante artículo. Quisiera hacer una aportación:
    Dada la reflexión a la que se llegó en no recuerdo qué congreso de psicología, en el que acabaron concluyendo que «la inteligencia es lo que miden los tests de inteligencia», ni siquiera el CI podría llegar a ser un instrumento que determinase la competencia cognitiva. Por supuesto, esto es discutible, y cualquiera con algún fundamento al respecto podría rebatírmelo fácilmente, pero no deja de ser curioso. Si definimos el CI como un elemento inmutable en el ser humano, lo medimos en una serie de sujetos, y luego decimos: «esto es inmutable porque así lo determinan los tests», estamos cometiendo una falacia. El CI sería inmutable porque así lo hemos definido.

  2. Pepe Ramírez

    Interesante.

  3. Bender

    La inteligencia es en gran parte hereditaria por la sencilla razón de que si no no se hubiera producido la evolución humana. Por ese mismo motivo es también posible delimitarla, definir qué es. Es la capacidad de adquirir y manipular información sobre el entorno. Por eso nuestros antepasados pudieron usar piedras como armas, mejorar sus tácticas de caza aprendiendo el comportamiento de sus presas y usar pieles para protegerse del frío. Nosotros descendemos de quienes fueron capaces de sobrevivir y reproducirse más gracias a esos cerebros que fueron creciendo en tamaño desde hace 2 millones de años hasta ahora.

    Supongo que hoy en día algunos prefieren decir que la inteligencia es algo indefinible o múltiple o vaya usted a saber para no herir las sensibilidades de quienes anden escasos de ella. Pero todos de manera intuitiva somos capaces de definir quién es inteligente y quién no. Otro factor diría que es el de hipertrofiar el valor de la enseñanza, con la esperanza de que con una buena educación nos salga a todos un hijo listísimo y que la sociedad progrese de tal forma hasta convertirse en una utopía.

  4. Hernan Eche

    La pregunta del final es retórica, el hecho de plantear si el «público» deba enterarse es creerse poseedor de una diferencia cognitiva que habilita a tomar tal decisión. Por tanto la diferencia se expresa a sí misma sea «real» o no, sea el CI un invento o no, eso no importa, las diferencias están, el camino es aceptarlas, aprehenderlas, enseñarlas a aceptar.

  5. Epicureo

    Se entiende mejor el error de este debate con este ejemplo:

    Uno de los rasgos con mayor heredabilidad es la estatura. Hay estudios que indican que hasta el 90 % de la variación en estatura se debe a la herencia genética.

    Sin embargo, en el siglo XX la estatura media en muchos países europeos aumentó entre 10 y 15 cm en un par de generaciones. ¡Entre el 150 y el 200 % de la desviación típica!

    ¿Evolución acelerada? No, mejora de la alimentación y la sanidad. Resulta que la estatura es un carácter muy heredable y también muy sensible al ambiente. No son cosas excluyentes.

  6. Una pregunta desde el interés y el desconocimiento por el tema. Has citado estudios con gemelos, pero ¿existen otros con adoptados en edades tempranas (menores de 2 años, por ejemplo) ?

    Me imagino el IQ que un bebé africano adoptado por una familia de clase media-alta europea estará más cerca de sus «nuevos» hermanos blancos que de los biológicos. Y que esta diferencia aumentaría a medida que la edad de adopción se retrasara, pero sólo estoy haciendo una suposición.

    • El autor

      Si, ese tipo de trabajos existen (los estudios sbre heredabilidad y entorno están basados en explotar este tipo de diferencias y lo que explico sobre la primera infancia está muy relacionada) y si pinchas en algún enlace puedesnllegar a cosas interesantes. Es posible que esto sea de tu interés http://www.newrepublic.com/article/economy/magazine/97268/the-two-year-window#

    • Mario Fernandez

      Todos los estudios para saber la influencia genética vs entorno se suelen basar en comparaciones de gemelos monocigóticos (mismo ADN), gemelos no monocigóticos (diferente ADN pero gestados a la vez), hermanos normales y adoptados. Así es posible extrapolar información mas o menos relevante como que los niños adoptados tienen un temperamento (reservado, extrovertido, etc) parecido al de sus padres biológicos y no al de sus padres adoptivos. Hay un libro titulado «Postdarwin» que esta basado casi todo en estudios de gemelos . Sobre adoptados, hay artículos interesantes sobre niños rumanos adoptados en EEUU que sacan conclusiones interesantes de lo importante que, para la función neurológica, son los primeros años de vida.

  7. Fernando

    La heredabilidad es un cociente de varianzas, y es una propiedad de una determinada población, no de un carácter, como la estatura o la inteligencia, por tanto es distinta en distintas poblaciones y puede variar en una misma población con el tiempo.
    Por otro lado, es increíble la constante confusión entre dos conceptos diferentes, como son «hereditario» y «determinado genéticamente». Como somos diploides, es decir que tenemos doble dotación genética, lo que determina desde el punto de vista genético un carácter es una concreta combinación de genes, pero no transmitimos esa combinación, sino unos genes determinados, que se combinarán de una forma nueva. Si la inteligencia estuviera genéticamente determinada, al nacer, en un 80%, eso no querría decir para nada que fuera «heredable», es decir transmisible, en ese 80%. Ningún premio Nobel puede garantizar que no va a tener un hijo deficiente.

    • El autor

      Hola,

      Estupendo comentario. Esto es lo que, de forma un poco enrevesada, lo admito, intento transmitir en las dos últimas partes del artículo.

    • Mario Fernandez

      Cuando el banco de esperma William Shockley para científicos que hayan obtenido el premio Nobel le pidió al bioquímico (y científico radical) George Wald una muestra de semen, éste replicó: «Si desean esperma que produzca premios Nobel, deberían ponerse en contacto con personas como mi padre, un pobre sastre inmigrante. ¿Que le ha dado al mundo mi esperma? ¡Dos guitarristas!».

      Steven Pinker en «La tabla Rasa»

    • Andres

      Disculpen que «meta baza» en algo que, en verdad, desconozco profundamente, pero hay una pregunta que me gustaria hacerles: ¿cuantos premios Nobel son hijos de premios Nobel o de padres especialmente significados en sus profesiones (sea esta zapatero o profesor universitario)?
      Vista la lista de los reyes de España, o de cualquier otro pais que la inteligencia se hereda seria la ultima conclusion logica, ¿Porque las grandes dinastias economicas duran tan poco (unas pocas generaciones) en vez de miles de años?. No se, pero este enfoque tan alpargatero del tema parece indicar que la heredabilidad del CI no tiene ninguna o muy poca trascendencia practica.

  8. Pingback: Lecturas de Domingo | Maven Trap

  9. Federico Martinez

    El autor debería revisar el artículo, tiene bastantes erratas. Ejemplos: habla de HM y de G&M, y luego de H&M (?); «argumentan contra de las políticas»; «el impacto que tienen los genes no es uno determinista»;»depende al 100% de ser expuesto la falta de luz»;»el investigador se enfrenta un problema de identificación» (hay más). Aparte de que hay párrafos que tienen ese soniquete inglés que tanto abunda hoy.

  10. Sergio G

    En efecto, la parte final se enreda un poco. Por lo menos para un lector no especializado, que es mi caso.

    Hay varias obras críticas con la idea y operatividad del CI. «La falsa medida del hombre», de Jay Gould, ofrece una interesante mirada a la historia de las «mediciones» de inteligencia. Esta, al igual que buena parte de los criterios diagnósticos del DSM (lo saco a la palestra ya que se menciona a la APA en el artículo), va cambiando según evolucionan los tiempos. Los tiempos… no la ciencia. Es decir, que la forma de pensar tanto la inteligencia como la anormalidad se enmarcan en una determinada época y en un marco de relaciones humanas específico. En «No está en los genes», un clásico de los 80 que no enevejece, ya se habla claramente del intento llevado a cabo por los convervadores británicos para justificar la desigualdad social y cerrar el grifo de las ayudas sociales… su coartada era el origen genético de la pobreza y las nulas posibilidades de influir en ella mediante el gasto público. ¿Ciencia? Yo veo más bien lucha de clases, pero que cada cual juzgue como crea oportuno.

    Dejo mi chapa y recomiendo un breve texto sobre la definición de la inteligencia: http://primeravocal.org/para-una-in-definicion-social-de-la-inteligencia-de-alberto-garcia-espuche/

  11. Falacio

    Está demostrado que hasta la adolescencia el cerebro se desarrolla en todas sus potencialidades presentando ramificaciones neuronales para las más variadas actividades y habilidades, tanto mecánicas, sensitivas o intelectuales. A partir de entonces, y en función del ambiente o entorno, el cerebro buscando la eficiencia y el ahorro de energía, va desechando, dejando morir por inactividad, las ramificaciones neuronales menos útiles y por tanto menos usadas, para desenvolverse en su entorno y potenciando las más efectivas, útiles y necesarias para su vida en un determinado medio.

    Imaginemos las ramificaciones neuronales de nuestro cerebro como un árbol que en su fase de crecimiento primero se desarrolla de manera prodigiosa y exuberante para posteriormente y ya asentado en un determinado terreno con unas determinadas características físicas de luz, humedad, etc… ir podando de forma natural (ramas secas que acaban por caer) las ramas inútiles para su supervivencia.

  12. Pingback: Genes y política: dos décadas después de la publicación de “The Bell Curve”; de Luis Abenza | Primera Vocal

  13. Gerion

    En ningún test de inteligencia de mi país, he visto una prueba que me pida distinguir si una planta es venenosa, si una muestra de pelo pertenece a cierto animal, o si es mejor cavar un hoyo o subirse a un árbol para encontrar comida. Tampoco me preguntan qué aspecto tiene el pardillo ideal si quisiera robar una cartera.
    En cambio, me piden usar letras, números y dibujitos. Y de ahí se deduce mi inteligencia comparada. Y sin preguntarme si me interesa lo más mínimo jugar a responder esas preguntas.
    No creo en los tests de CI para detectar inteligencia. Y no creo que la visión occidental de lo que debe ser una sociedad, sea la que deba predominar. Si el modelo actual de sociedad occidental fuese el óptimo, ya habrían desaparecido las demás.

  14. Pingback: Naturaleza, ambiente y diferencias de género

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