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Dorothy Parker, rompeolas literario en las revistas femeninas

Dorothy Parker

Dorothy Parker, que nació hace 120 años, hizo muchas cosas en su vida. Si hubiera vivido en la España actual, habría sido más conocida por haber abortado que por haber escrito algunos de los mejores relatos modernos. Tampoco es que el Gobierno en el que Joseph McCarthy campó a sus anchas tuviera mayor amplitud de miras: en Estados Unidos fue acosada por el Comité de Actividades Antiamericanas por una supuesta filia comunista, que era la tapadera multiusos para desautorizar, desprestigiar y, en última instancia, quitarse de en medio a cualquier figura de cierta relevancia que no comulgara con las ruedas de molino republicanas. Pero vicisitudes aparte —aunque volveremos sobre ellas porque una obra no se entiende sin una vida—, lo cierto es que Parker poseyó una pluma brillante, más cercana al bisturí que al aguijón, por afilada, perspicaz y deudora de la vivisección.

Parker limpiaba, tensaba, abría y cortaba toda la carne literaria que un país saliente de una guerra mundial arrojaba sobre su particular quirófano literario. En los locos y felices años 20, Estados Unidos empezaba a ser urbanita: los pozos de petróleo, los cazadores, los ganaderos —esos icónicos cowboys— y los pistoleros del lejano Oeste comenzaban a ceder protagonismo a las clases medias acomodadas, más cercanas a una burguesía creciente al albur del dinero negro y los negocios relacionados con la noche, y reunidas en colmenas en las que se convertían urbes como Nueva York o Chicago. La ruda ley de la selva dejaba paso a una jungla de gángsteres y mafias, de escritores y guionistas, de actrices y estrellas de Hollywood, donde las mujeres también buscaban reinventarse, lejos de las planicies y las montañas y, sobre todo, lejos de los sermones dominicales, de esa religiosidad beatona que supuraba en casi todos los Estados de la Unión, capaz de convivir en la naturaleza con el rifle y los rebaños. Pero la ciudad era otra cosa. Y la mujer también. Y Parker fue mujer, urbanita y librepensadora, entendiéndose esto último como alguien intelectualmente bien formado, que se ha batido con la vida y ha sabido sacar sus propias conclusiones para tomar también sus propias decisiones. Aparte de judía. Circunstancias que la convirtieron en el icono de una época para bien y para mal.

Pero comencemos por el principio.

Dorothy Parker 2A Dorothy Parker el destino se la jugó joven. Nacida el 22 de agosto de 1893, en 1913 había perdido a toda su familia. Por eso hubo de elegir derrotero. Y en lugar de transitar el camino trillado para tantas mujeres —buscar marido para convertirse en mantenida—, decidió buscarse otra cosa: la vida. En 1915 logró ser contratada por la revista Vogue, tras haber hecho algún pinito literario en Vanity Fair. Dos años después se casó con un corredor de bolsa de Wall Street y continuó trabajando. Se separaron al poco y al finalizar la Primera Guerra Mundial, asentó su carrera y fue despedida de Vanity Fair. Carambolas del destino en las vidas azarosas, que suelen ser rutina en artistas, escritores y mentes pensantes en general.

Entonces decidió arriesgar en solitario, con su propio nombre y el apellido de su primer esposo, ya exmarido, hasta que en 1925 fichó por una publicación que acababa de nacer y que se convertiría en referente cultural de Occidente: The New Yorker. Con esta revista semanal, la cultura adquiría un escaparate de prêt à porter para colecciones de lujo, mientras el periodismo alcanzaba una cota de calidad y visibilidad desconocida hasta el momento. Editores y columnistas harían filigranas allí a partir de entonces: Carver, Capote, Salinger y Sontag estamparían su firma en esas páginas. Pero mucho antes y sin adelantarnos en la historia, una Parker en incipiente madurez comenzaría casi dos décadas de intenso y fructífero trabajo.

Su literatura consistió en colocar un espejo frente al tiempo y lugar que le tocó vivir para pasmo, escándalo, deleite, satisfacción o indiferencia de coetáneos y posteriores. Ni el alcoholismo, ni el aborto, ni la infidelidad, ni la política escaparon a su bisturí. En 1924 publicaría un cuento titulado El señor Durant y en 1929 ganaría un prestigioso galardón con el relato Una rubia imponente. En el primero abordó el aborto clara, aunque no abiertamente (mencionarlo no hubiera driblado la censura), y en el segundo atrapó el alcoholismo de una mujer despampanante que podía haberlo tenido todo, excepto a sí misma. No hay concesiones en Parker porque la vida no las ofrece, no porque ella sea drástica. Como tampoco las hay en el Víctor Hugo de Los Miserables, en el Zola de Germinal, o en una película moderna que aborda el aborto en el Siglo de Oro como lo hizo Teresa: el cuerpo de Cristo, de Ray Loriga; y nadie parece sorprenderse por ello. Sin embargo, la crudeza en la pluma de una mujer resultaba todavía inusual, y sobre todo, cáustica, calificativo que se convirtió en el ex-libris de la autora. Roles de género, al fin y al cabo, que Parker sufrió como cualquier otra mujer dispuesta a desarrollar una carrera profesional seria en una época en la que la suicida exitosa y viviente atormentada de Virginia Woolf parecía la abanderada por excelencia.

La cuestión femenina

Ojalá no hubiera que mencionar más el sexo de los ángeles. Ni el de las mujeres en el trabajo. Pero parece que no va a ser posible, desde el mismo momento en que grandes plumas literarias hubieron de sobrevivir en revistas femeninas como Vogue, Harper´s Bazaar o Cosmopolitan, a las que, desde luego, no fue ajena Parker. Sin las dos guerras mundiales y las revistas femeninas es posible que la llamada «liberación de la mujer» hubiera tardado en llegar… todavía más.

En Vogue, Parker pudo dar rienda suelta a su extrema lucidez, hacerse con un nombre y publicar libros. Después, ya en Hollywood, acompañada de su nuevo marido —pero no de su mano, sino por su propio pie—, pudo firmar el guión de una película como Ha nacido una estrella, además de poner en marcha una liga antinazi y sentir en la nuca el aliento de hiena de la caza de brujas desatada sobre cualquier sospechoso de izquierdismo. Cuestión que valía para casi todos los intelectuales, con estrafalarias excepciones como Elia Kazan. También le dio tiempo a seguir bebiendo y a intentar suicidarse un par de veces. A ver quién es capaz de soportar la vida de continuo encarando de frente todo lo que de cruel y grotesco comporta, parecía reivindicar Parker con sus actos, mientras que la mesurada elegancia de sus palabras era capaz de relatar un embarazo imprevisto y un aborto como si se tratara de la crónica de una tranquila tarde de verano. Veamos:

Resultó todo tan sencillo que el señor Durant nunca lo consideró fuera de lo normal. El interés que sentía por Rose no hizo que dejara de apreciar las piernas bonitas o las miradas provocativas. Era la aventura más tranquila y cómoda que se pudiera imaginar. Incluso tenía una cierta vertiente conyugal. Hasta que todo tuvo que estropearse. ¿Qué te parece?, se dijo el señor Durant con profunda amargura. (…) Hacía cierto tiempo que los sospechaba, dijo ella, pero no había querido molestarlo hasta estar completamente segura. ¡No quería molestarme!, pensó el señor Durant. Naturalmente estaba furioso. La inocencia era algo deseable, delicado, conmovedor, pero en su justa medida. Si se llevaba demasiado lejos resultaba ridícula. El señor Durant habría deseado no haber conocido nunca a Rose y se lo dijo claramente. Pero eso no solucionaba nada. El señor Durant se vanagloriaba ante sus amigos de «conocer la vida». Tal como decía la gente de mundo, las situaciones como aquella podían «arreglarse». Por lo que sabía, las mujeres de la alta sociedad de Nueva York lo consideraban un mero trámite. Aquel caso concreto también podía arreglarse. Le dijo a Rose que volviera a casa, que no se preocupara, que él se encargaría de todo. Lo principal era apartarla de su vista, no ver más aquella nariz ni aquellos ojos.

Dorothy Parker 3Este párrafo, uno de los cruciales del relato, exhibe la mirada de Parker: relata con la flema que solo puede tener el dolor cuando ha dejado de ser sufrimiento para convertirse en absoluta lucidez. Y en ese relato, como en tantos otros suyos, supuestamente frío y sereno, hay una denuncia incontestable. Porque a Parker le preocupa más la literatura que la soflama apologética de trinchera. Y desde ese punto de vista lleno de inteligencia, pero jamás desquiciado, ella denuncia, exige, atestigua y satiriza, pero sin caer en el simplismo, el adoctrinamiento o el panfleto. Lo cual todavía la hace más insoportable para la muchachada de McCarthy. Los autores de la caza de brujas, como cualquier otro movimiento reaccionario anclado en las fiestas del té, tenían por cómodo prender elementos agitadores toscos, de algarada callejera, pero vérselas con subversivos de salón era otro cantar y Hollywood fue peleón. De la misma forma que es más cómodo demonizar a una persona como la Rose del cuento de Parker, desvalida y dependiente de un hombre que la domina desde su misma situación laboral de jefe, que a una princesa, por ejemplo. Cuestión que no resulta baladí en la política de quien gobierna solo para las élites y que Parker conocía muy bien, resumiéndola sucinta y magistralmente en la frase: «Para las mujeres de la alta sociedad de Nueva York, un mero trámite». Habla del aborto, claro.

De hecho, su mordacidad hincaba el diente a la hipocresía social en todas sus formas, con especial gusto por los matrimonios o parejas de conveniencia. Porque el amor no fue tanto el tema de su obra como las trampas de institucionalizarlo. La infidelidad masculina, la incomunicación de las parejas, la desvergüenza de las mujeres para utilizar a los hombres como forma de medrar socialmente, el deseo sexual o la moral como disfraz ocupan algunas de sus páginas magistrales. Parker escribía bien: con tiento, tino, tono, estilo, ritmo, fondo, forma y verdad. Pero lamentablemente es a menudo recordada por retratar el mundo desde sus ojos de mujer, es decir, por la crítica implícita y explícita al mundo masculino y su forma de hacer. Aunque ella repartiera estopa por igual a las mujeres.

En su cuento Aquí estamos, publicado en 1931 en la revista Cosmopolitan, dos recién casados mantienen una conversación estúpida en lugar de abordar el asunto que de verdad les preocupa: el sexo, la consumación carnal esa misma noche. La incomunicación, la falta de sinceridad y los tabúes sociales en torno al sexo aparecen una vez más en la obra de esta mujer, que pagó un precio por contar su punto de vista. Para las generaciones posteriores a la Súper-Pop estos temas pueden sonar a trasnoche, pero precisamente sin las revistas femeninas que dieron cabida a la pluma de mujeres transgresoras e innovadoras, rompedoras de los arquetipos femeninos que hoy tendrían en Sarah Palin a su icono, todo hubiera sido más difícil. Aún.

30 años más tarde, Cosmopolitan habría evolucionado —igual que la sociedad— hasta el punto de contar con una editora jefe como Helen Gurley, que se haría famosa por la frase (atribuida a varias mujeres rompemoldes) «Las chicas buenas van al cielo y las malas, a todas partes”. Así como por el libro titulado Sex and the single girl, publicado en 1962 y en el que repasaba su propia vida de soltera, considerando la soltería una ventaja para desarrollarse como persona y transitar por la propia existencia con sentido completo y no con el viejo esquema de ser la media naranja de nadie. Pero fueron precursoras como Parker —o Chanel en la moda— quienes desbrozaron el camino de la igualdad en revistas femeninas que, gradualmente, fueron adquiriendo el peso de tótems de una forma de vida. Igualdad que pasaba por asuntos íntimos como el aborto, del que hablaron abiertamente —la propia Ava Gardner lo haría sin ningún tapujo a propósito de su experiencia—, aunque no pudieran escribir tan abiertamente sobre él.

El hotel como hogar

Mientras el conservadurismo se afanaba en su cruzada a favor de un modelo de mujer complaciente con el marido, subsidiaria de este, sometida a sus caprichos de muñidor de clase media y pagano de impuestos crecientes, y gestada a caballo entre las pin-up y las muchachitas aquiescentes estilo Casa de la pradera, cuyo máximo exponente de talento consistía en saber cocinar (la versión moderna, menos almibarada, pero más franca, vendría a ser la de la pornochacha), a Parker le gustaban más los hoteles que los hogares. De la misma forma que otra rompe y rasga coetánea como Coco Chanel —que vivió en el Ritz de París hasta el final de sus días y que también abortó, por cierto—, la mujer libre de convenciones sociales apellidada Parker parecía sentirse más cómoda en el espacio social de un hotel, donde intercambiaba opiniones, escribía y bebía, que en el reducido ámbito doméstico, abocada sin remedio ni salida al cuidado de marido y prole.

Dorothy Parker hizo famoso el hotel Algonquin, situado en un Manhattan que albergaría, décadas más tarde, las historias de la que podría haber sido su nieta biológica y literaria: Carrie Bradshaw, protagonista de Sexo en Nueva York, cuyo título original (Sex and the city) tampoco escapa en su deuda a los libros de la ya mencionada Helen Gurley. Y es que la mujer neoyorquina ha evolucionado en 100 años hasta llegar a lo que es o pretende ser hoy desde un modelo que la propia Parker retrató en Una dama neoyorquina. Porque las damas, además de ser inteligentes, estar preparadas para trabajar, tomar sus propias decisiones, tropezar con sus errores y hacer su camino al andar, abortaban y escribían sobre ello. Preferían los hoteles a los hogares y morían solas, pero habiendo vivido.

«Así se muere», cuentan que Chanel dijo a la doncella que la atendía en su lujoso apartamento del Ritz. Parker también murió sola en la habitación de un hotel. Como si fuera una metáfora sobre la vida de dos mujeres que rompieron la barrera de la especie, esa impostura tan coriácea. La obra literaria de la dama neoyorquina, no obstante, sobrevive: como espejo de una época y como lucernario de las futuras que hoy son presente, aunque sigan acechadas por tinieblas cavernarias.

Dorothy Parker 4

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9 Comments

  1. Dalia

    ¿¿¿Comparar a Dorothy Parker con Carrie Bradshaw??? Sí se lleva toda la bendita serie buscando a un ricachón que le compre «manolos», por dios. Nunca he visto una serie más retrógrada con más pretensiones de rompedora.

  2. Pingback: 25/07/13 – Dorothy Parker, rompeolas literario en las revistas femeninas | La revista digital de las Bibliotecas de Vila-real

  3. Rebeca Viguri

    Dalia, muchas gracias por tu comentario.

    No pretende haber una comparación, sino una explicación sobre la evolución de la mujer en un ámbito muy concreto: Nueva York, segunda mitad del S.XX. Las mujeres que se citan (unas son además de carne y hueso, y otras son un mero arquetipo literario, aunque icónico) son diversas y no comparables, pero todas han hilado con sus aportaciones una evolución de la mujer, que ha tenido repercusión en todo Occidente.

    Sobre la serie de televisión, basada en un producto literario, entiendo que haya dispares opiniones y la tuya me parece muy respetable. Además, intuyo que hay una crítica a muchos patrones femeninos que siguen siendo establecidos con criterios patriarcales y que aparecen en la misma serie. Entiendo lo que dices y hasta puedo estar de acuerdo, pero no es mi objetivo hablar sobre la adaptación televisiva.

    Muchas gracias por haber leído el artículo y haberlo comentado.

    Saludos,
    Rebeca

  4. Gracias por rescatar un personaje tan interesante, algo olvidado hoy pero protagonista de una epoca fascinante. Comparte anécdotas geniales con gente como Truman Capote o Montgomery Clift

  5. Rebeca Viguri

    Buenos días, Sab.

    Me alegro de que resulte un personaje interesante, que lo fue sin duda. Aquella época dio para grandes talentos en todos los ámbitos: literario, cinematográfico, político… Y yo también creo que es conveniente rescatarlos de vez en cuando. Ahora que están a punto de cumplirse los 120 años del nacimiento de Parker parecía propicio recordarla.

    Muchas gracias por el interés y un saludo.

  6. ala, qué genial artículo!
    llevo tiempo querienco «hincarle el diente», este texto me anima más y me lo guardo de guía.
    Gracias Rebeca!

  7. Rebeca Viguri

    Diego, me alegra mucho que el artículo te anime a leer a Parker. «La soledad de las parejas» es un buen libro de relatos para empezar con ella.

    Gracias por leer el artículo y compartir tus ganas de hincarle el diente a la doña = )

    Saludos,
    Rebeca

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