Pocos ciudadanos sienten aprecio por los políticos ahora mismo. Cada vez más voces critican el sistema actual y empiezan a desconfiar en una democracia que no ven representativa ¿Y cómo responden los partidos? Con movimientos tácticos para cubrir huecos ideológicos. Esos movimientos son regularmente centrífugos: personajes que abandonan el barco para capitanear uno más pequeño hecho a medida o para unirse al de un tercero, corrientes críticas que acaban saliéndose del partido original o, por el contrario, coaliciones de quita y pon para presentarse a determinadas elecciones.
Cuando las cosas van bien es relativamente fácil mantener prietas las filas en los partidos. En momentos así apenas hay discrepancias internas, voces disonantes o debates acerca de las decisiones a tomar. Las formaciones políticas que gobiernan son tranquilas balsas de aceite donde rara vez se cuestiona al líder y nadie asoma la cabeza más de lo justo, a excepción hecha quizá de los que un día fueron importantes y ahora intentan gestionar con mayor o menor éxito el ostracismo propio de los «ex». Lo malo es que estos tiempos no son buenos para ningún partido, ni siquiera para el que detenta más poder que ningún otro en la democracia.
Hasta este momento de crisis sistémica, el problema venía casi siempre cuando al partido le iba mal. Aquello de que «a perro flaco todo son pulgas» encaja muy bien con la lógica interna de las formaciones políticas. Entonces arrecian las críticas y solo los más fieles siguen junto al patrón en previsión de que en breve haya un relevo. Empiezan las filtraciones a la prensa, las críticas veladas, la búsqueda de nuevos talentos que puedan ser los líderes del mañana, algunos arriman su sardina a ese ascua emergente en los mentideros y los movimientos tácticos en torno a personajes e ideas van volviéndose indisimulados.
Ahora el ejemplo más claro es el PSOE, que lleva casi dos años de guerra interna en los que los bandos han ido moviéndose. El «zapaterismo» ha muerto, habida cuenta de su envenenada herencia y el escaso protagonismo que de momento quiere tener el expresidente del Gobierno, aunque algo de su legado sobreviva en la ejecutiva de Ferraz. Frente a un Rubalcaba y su equipo al que las primarias dieron oxígeno pero no salvación se erigió en su día una Carme Chacón hoy «exiliada» de la atención pública pero que de vez en cuando asoma su patita en los medios. Curiosamente, siempre aparece en varios a la vez y acaparando portadas como si una excelente estrategia de la comunicación se urdiera en su entorno más cercano, dicen que gracias a la experiencia de su marido, el exsecretario de Estado de Comunicación Miguel Barroso, a la postre amigo del expresidente que le hizo ministra y valedor del grupo mediático de izquierda hoy aniquilado del mapa y que hace poco más de un año le servía de altavoz mejor que ningún otro.
No es siquiera la primera vez que pasa algo así en el PSOE. Tras el adiós de Felipe González vivieron una larga travesía en el desierto bicefalia incluida, con aquella dupla Josep Borrell–Joaquín Almunia que llevó al partido a una cota tan negativa de votos que parecía imposible empeorar la marca y que solo unas primarias con el partido abierto en canal consiguieron terminar. Fue una especie de exorcismo necesario para volver al ruedo. Porque entonces, como hoy, las opciones no fueron solo dos: en aquellas primarias hubo cuatro candidaturas igual que ahora mismo en el PSOE no hay solo dos tendencias, ya que hay al menos dos iniciativas de militantes en marcha, más un buen número de nombres en los titulares. De hecho, casi nunca las ha habido.
Aunque el PSOE sea el mejor ejemplo no es el único: la Izquierda Unida que hace una legislatura tenía solo un diputado, más otro de ICV, vivió un amago de implosión interna entre reformistas y no reformistas, comunistas, federalistas y otros «istas». Solo la marcha del histórico Julio Anguita había abierto un periodo tan angustioso y con tanta tensión interna como ese, y eso a pesar de que en otras regiones, como la Comunidad Valenciana o Euskadi, casi siempre han ido a palos a nivel interno.
Las salidas dolorosas
Incluso un partido tan reciente como UPyD pasó un momento crítico con la salida de Mikel Buesa y sus fuertes críticas a Rosa Díez y la cúpula de la formación por su «autoritarismo». De hecho la propia Rosa Díez, que fue consejera vasca con los socialistas y le disputó la secretaría general del partido a Zapatero, acabó saliéndose del PSOE para formar UPyD, ahora cuarta fuerza nacional (y subiendo).
Ese hueco, el de las batallas individuales, es posiblemente el más poblado. Uno de los casos más recientes es el de Ernest Maragall, ex peso pesado del PSC que ha formado su propio partido soberanista. Algo similar pasó con Esquerra hace unos años, de donde algunos miembros recalaron en otras formaciones similares como Reagrupament, que acabaron volviendo más tarde a pactar con Esquerra. También Francisco Álvarez Cascos, que dejó el PP para montar Foro Asturias. Volviendo a Izquierda Unida, Rosa Aguilar se pasó al Gobierno socialista, mientras Inés Sabanés y Reyes Montiel se enrolaron en Equo. Xosé Manuel Beiras, histórico líder del BNG, dejó la formación y lideró una coalición nacionalista junto a miembros de IU, de otras plataformas galleguistas y de ecologistas de Equo. José María Chiquillo liquidó en su día Unió Valenciana y se integró en el PP, con quienes sigue ocupando un escaño. La lista es eterna.
En el PP hay más de lo mismo que en el PSOE, aunque de otra forma. Allí los «versos sueltos» se han entendido como algo normal dentro de una formación que abarca desde el centro hasta la derecha ultraconservadora en diferentes tonos, desde lo moral hasta lo económico. Hay quienes hacen de la moral su forma de política, quienes son liberales hasta el tuétano, quienes son democristianos, e incluso quien no es ninguna de las opciones anteriores. Por haber hay hasta discrepancias en cuestiones políticas tan concretas como la ordenación territorial o la política antiterrorista, que se ha cobrado bajas ilustres y ha supuesto la coexistencia de dos PP vascos —uno oficial y otro fuera del partido—. Y, como en cualquier formación, hay plazas que han vivido rivalidades territoriales dolorosas, como la de Eduardo Zaplana y Francisco Camps en Valencia, o las de Alicia Sánchez Camacho y Montserrat Nebrera o Aleix Vidal-Quadras y Josep Piqué en Cataluña, por citar solo algunas.
Ejemplos así hay centenares, aunque posiblemente España no haya conocido ningún proceso de demolición interna tan acusado como el que vivieron las formaciones centristas en los 80 y 90: una gran cantidad de miembros del PP de aquella época abandonaron UCD y CDS para pasarse a la renovada Alianza Popular. El centro no estaba de moda en ese momento, y de eso se trata: era mal momento para ser de IU cuando Aguilar, Sabanés y Montiel, mal momento para ser del BNG cuando Beiras, mal momento para ser de UV para Chiquillo, mal momento para ser del PP para Cascos. Y un largo etcétera.
Plato aparte son los políticos que, cansados o enfrentados con la línea oficial, deciden dejarlo. Es el caso de exministros como Jordi Sevilla, el propio Josep Piqué o Manuel Pimentel… Esta lista tampoco tendría fin.
Las corrientes de opinión
Pero todas estas batallas que se libran en los partidos no siempre son ruidosas, sibilinas y dolorosas. Casi todas las formaciones, de hecho, recogen en sus estatutos la figura de la «corriente de opinión» y gestionan cómo y de qué forma se integran esa especie de discrepancias organizadas en la vida del partido. Porque, a fin de cuentas, para eso sirven las corrientes de opinión: un grupo más o menos numeroso e influyente dentro del partido tiene un parecer particular y distinto al de sus órganos internos e intentan cambiar ciertos engranajes desde dentro. Otra cosa son las familias políticas, que vienen a ser grupos de presión que responden únicamente a afinidad nominalista, como era el caso ya citado de campsistas y zaplanistas, o en su día con los felipistas y los guerristas en el PSOE.
En el PSOE el melón se ha abierto bastante en poco tiempo, aunque sin grandes terremotos. Al soterrado combate que el bando de Rubalcaba creyó haber ganado en Sevilla y que sigue librando con Chacón y su entorno se añaden al menos dos movimientos. Uno, el presentado por el político conocido como Joan Mesquida cuando dirigió la Policía y la Guardia Civil y que ahora se llama Juan Mesquida. Otro, por un grupo de militantes y cargos sin un perfil muy reconocible en los medios. Y, entre esos cuatro movimientos, algunos nombres peloteados por los medios, como el del exlehendakari Patxi López y, más recientemente de forma pública aunque viniera de lejos, Eduardo Madina. En medio quedaron otros nombres, como Lage, Fernández Vara o iniciativas digitales de perfil más bajo que no llegaron a cuajar. Lo dicho: en el PSOE nunca son dos los bandos.
Sobre la primera plataforma, la de Juan Mesquida, se conocen pocos nombres tras él. De hecho, ni en el PSOE saben bien quién le avala, y se habla de que más que una corriente interna (algo que él mismo ha descartado) pretende crear un movimiento nuevo. Dicen en el partido que sus apoyos son de fuera del socialismo y, casualidad o no, al ver la iconografía de la «plataforma ciudadana» que han montado no hay referencia visual al PSOE en ningún lado: ni colores, ni logotipos, ni siquiera el nombre de la formación. Solo un decálogo, el perfil de su candidato y un foro para recoger ideas bajo un apelativo genérico de «Forma parte de la solución«. De su puesta de largo hace un par de semanas se criticó que apenas diera información sobre el proyecto que encabeza y que, de hecho, ni siquiera se ofreciera como solución a un problema concreto: en su opinión Rubalcaba no lo estaba haciendo mal dadas las circunstancias… ¿entonces cuál es el problema que requiere solución?
La segunda plataforma sí tiene más visos de corriente de opinión interna. En ella hay nombres como Alberto Sotillos, hijo del que fuera portavoz del primer Gobierno de Felipe González y muy cercano al actual líder socialista madrileño Tomás Gómez, o el exsenador Luis Salvador, entre otros militantes conocidos en las redes sociales aunque sin un perfil puntero dentro del partido, como Jesús Garrido, Ignacio Trillo o Javier Arranz. En este caso la plataforma sí habla del PSOE, usa sus colores y en lugar de destacar a un candidato, apuesta por la renovación del partido desde la militancia de base. De hecho quizá esa falta de una cara realmente conocida sea lo que impida en mayor medida que Socialismo y Ciudadanía goce de la presencia mediática de otros movimientos,
Algunos de sus miembros, no todos, estuvieron detrás de una acción con la que sí consiguieron hacer ruido: un vídeo en el que pedían perdón por los errores del PSOE durante el ocaso del zapaterismo. Por acciones como esas y sus indisimuladas críticas a la actual cúpula socialista es habitual ver enfrentamientos de algunos de ellos con otros militantes socialistas en redes sociales.
Aún habría otro movimiento emergente, aunque menos rompedor con el funcionamiento del partido, el Foro Ético que impulsan nombres como Odón Elorza, la diputada Patricia Hernández y varias decenas de miembros más del partido.
En ese mismo bando ideológico, un poco más a la izquierda, también Izquierda Unida tiene sus corrientes emergentes. Aparte de sus grupos y federaciones, dos plataformas se podrían estar preparando para desgajarse en un futuro. Por una parte Izquierda Abierta, encabezada por Gaspar Llamazares, que se constituyó en partido político y se reintegró nuevamente en Izquierda Unida… al menos, de momento. Llamazares, que tuvo sus más y sus menos con un Cayo Lara que ocupó su puesto y que le desplazó como portavoz en el Congreso contra su voluntad, ha unido a su causa a Ezker Batua, la histórica federación de IU en Euskadi que acabó por ser una marca apócrifa y sin el apoyo del partido en las pasadas elecciones, que montó su propia marca como Ezker Anitza. A ellos… y a otros muchos quizá en un futuro no muy lejano, como a un Baltasar Garzón al que querría como candidato para las europeas, mientras se rodea de personas como Ada Colau, Almudena Grandes o Federico Mayor Zaragoza en lo que podría acabar siendo un frente mayor de izquierda más afín al mundo intelectual y a los indignados y no tanto a los comunistas y sindicalistas de toda la vida.
Otro ex de la formación, Julio Anguita, estaba en las mismas. Alejado de la política desde hace años y retirado en su sur natal, ha decidido volver a saltar a la palestra y encabezar un colectivo ciudadano llamado «Frente Cívico – Somos mayoría» y hacer campaña por la desobediencia civil absoluta contra la gestión actual de la crisis. En los últimos meses se concentra en lograr la implantación de esa corriente en distintos puntos de España, quién sabe si pensando en un futuro salto político a primera línea.
Cambios de bando… o vueltas al origen
¿Y en qué suelen terminar todas estas vías de agua internas de los partidos? Depende, pero en la mayoría de casos se forman escisiones de esos mismos partidos que se acaban reagrupando en otros distintos o, sorprendentemente, en los mismos.
En eso la política vasca es ejemplo de hasta dónde puede hacerse lioso todo. Por ejemplo, Aralar nació como una corriente de opinión dentro de Herri Batasuna, pero las posturas se volvieron abiertamente enfrentadas en la época de Miguel Ángel Blanco, por lo que finalmente y con Patxi Zabaleta a la cabeza, nada menos que miembro de la mesa nacional e histórico líder abertzale, dejaron HB y montaron su propia formación en Navarra. Allí capitalizaron el voto abertzale durante tiempo bajo una coalición llamada Nafarroa Bai con algunos independientes, la versión navarra del PNV y movimientos diversos. Recientemente Aralar decidió integrarse en EH Bildu, volviendo a unirse a la izquierda abertzale clásica, y dejando de lado a sus antiguos socios de coalición, que formaron a su vez un nuevo grupo llamado Geroa Bai.
El lío no termina ahí. Izquierda Unida tenía en Ezker Batua su marca vasca, y dentro de esta hubo una escisión llamada Alternatiba, que acabó integrándose también en Bildu. Finalmente IU renegó de Ezker Batua y bendijo como nueva marca Ezker Anitza, así que EB se unió al nuevo proyecto de Gaspar Llamazares… que a la postre también se integra en IU. Sin dejar Bildu, la tercera de las cuatro patas de la coalición es Eusko Alkartasuna, una escisión del PNV que durante varias legislaturas pactó con ellos para formar Gobierno y que ahora se ha unido a la izquierda abertzale.
Uniendo fuerzas para conseguir votos
Pero igual que hay guerras, deserciones y traiciones, también hay paz, pactos y acuerdos. Cuando llega el momento de acaparar el voto muchos partidos deciden ir a lo práctico: aliarse con formaciones con intereses coincidentes, a veces incluso ahorrándose el coste de montar una marca territorial propia, y luego repartir el pastel de los cargos públicos.
Así Compromís, formación valenciana nacionalista de izquierdas, se alía con Equo, que también se junta con galleguistas e IU en Galicia. Así Iniciativa hace de IU en Cataluña. Así el PP pacta con UPN en Navarra tras una sonora bronca que llevó a romper un acuerdo de muchos años que finalmente volvieron a suscribir. Por eso las dos formaciones nacionalistas de Aragón pactan con formaciones nacionales, el conservador PAR con el PP y la progresista CHA con IU.
Aunque el caso más destacado sigue siendo el de Convergència i Unió, que no hace mucho dejó atrás su fórmula de dos partidos coaligados para pasar a ser un mismo órgano, aunque con todo separado. Por eso, por ejemplo, dejan libertad de voto en asuntos donde convergentes y democristianos pueden chocar. Por eso tienen tantas diferencias respecto al giro soberanista. Y, pese a todos los años juntos y el bagaje común, muchos militantes del «hermano mayor» siguen pidiendo la expulsión del ‘hermano pequeño’ cuando vienen los problemas.
Ahora bien ¿sirve de algo la multiplicidad de partidos? Cierto es que los dos grandes acarrean un desgaste enorme en los sondeos de intención de voto y que son las fuerzas secundarias como IU y UPyD las que recogen los frutos, aunque siguen a años luz de PSOE y PP. ¿Sirven de algo las cruzadas personales de políticos que prefieren montarse partidos a medida? A Cascos le sirvió apenas unos meses, mientras Rosa Díez sigue en ello y cada vez con un éxito mayor. ¿Sirven de algo las grandes coaliciones? Depende: al electorado de IU no le suele hacer gracia que se pacte con el PSOE, mientras que se difumina mucho la labor de representación territorial de formaciones como UPN, CHA o PAR cuando pactan con partidos enormes que les dan cargos a cambio de fagocitarles.
¿Entonces? Los votos no suman. Calcular que una coalición de PSOE e IU daría como resultado sumar los votos de ambas es un error, porque muchos que son votantes de las formaciones por separado dejarían de apoyar a una candidatura conjunta. Y eso por poner un ejemplo suelto.
La cuestión es que cábalas aparte, dejando los «fichajes» de lado, los acuerdos entre formaciones y los pactos de Gobierno, lo que piden los ciudadanos no parece ser que se toquen todos los palos ideológicos o que las formaciones se atomicen o aglutinen. Quizá lo que piden es más sencillo que el cálculo electoral en forma de ábaco, o las estrategias propias de partida de ajedrez. Porque con tanto tiempo invertido en tantas banderas, adscripciones y símbolos al final queda muy poco tiempo para el meollo del asunto: hacer otro tipo de política sin la atadura de las formaciones políticas, que a fin de cuentas son las instituciones peor valoradas por alguna razón.
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El PSOE esta muerto. Solo le salva el sistema actual bipartidista
Haiku sobre la política en España:
Da igual PSOE o PP/
la misma mierda es.
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Una de las cosas por las que los militantes del PSOE piden perdón en el vídeo es por haber «limitado el techo de gasto» lo que se traduce en que no se puede gastar más de lo que se ingresa, es decir, piden perdón por no habernos endeudado más.
Cachondos…