En 1962 Harry Voss tenía el rostro lleno de granos, la frente, la nariz, los pómulos, las mejillas, los alrededores de la boca, el cuello y la barbilla habían sido lacerados por un sinfín de heridas provocadas por la pubertad. Cuando paseaba por la calle la gente se giraba al verle pasar y, en los autobuses, los niños eran incapaces de apartar los ojos de aquella monstruosa visión. Al margen de las múltiples cremas y tratamientos que ya habían mostrado su falibilidad el único refugio de Harry era la ingesta desproporcionada de alcohol.
Su relación con el sexo siempre fue distante, no porque no tuviera interés en él sino porque practicarlo con otra persona era una idea prácticamente irrealizable. En la fiesta del baile de graduación solo fue capaz de bailar con Liza Velani tras haberse cubierto el rostro con todo un rollo de papel higiénico. Las mujeres, por lo general, le huíamos. Ni su ingenio ni su inteligencia bastaban para ahuyentar la conmoción que sentíamos frente a la visión de aquella orgía de espinillas supurantes. Marina era la chica más fácil del instituto y la única que, en un momento dado, hubiera sido capaz de dejarse follar por alguien con piel de elefante herido. Lo intentó. Esperó en el asiento de atrás del coche con las piernas abiertas hasta que le vio aparecer. Sintió cómo se colocaba despacio sobre ella y observó aquel rostro piadoso y agradecido acercándose hasta que apenas les separaron un par de centímetros. Harry quiso ahorrarle el peor de los tragos y ni siquiera intentó besarla, sumergió el rostro en el cuello de Marina y comenzó a respirar aceleradamente. En ese momento, con los ojos clavados en el techo del vehículo, Marina intentó buscarle un sentido a su vida. La cara de Harry podía convertirse en cualquier momento en una máquina de hacer palomitas y la sensación de estar siendo poseída por un ser viscoso de apariencia extraterrestre hizo que se le encogiera el estómago y que sintiera ganas de vomitar. Le rechazó. Hizo un gesto para protegerse que detuvo a Harry de inmediato. Le dijo que lo sentía. Harry se incorporó y salió del coche. Ni siquiera había tenido tiempo de bajarse los calzoncillos. El sueño apenas había durado 20 segundos. Permaneció allí de pie sin decir nada. Quizá su única posibilidad de follarse a una mujer pasaba por matarla antes, pero Harry Voss no era un asesino. Un suicida quizá, pero un asesino… nunca. Luego se marchó.
En 1976 Harry vio detenerse un coche fúnebre frente a uno de los edificios más lujosos de la ciudad. Era de noche y las calles estaban desiertas. Del vehículo se bajaron dos hombres con una camilla. Entraron en el edificio. Minutos después volvieron a aparecer pero esta vez transportaban un cadáver envuelto en una mortaja. Depositaron el cuerpo en la parte posterior del vehículo y, tras conversar unos segundos, regresaron dentro, quizá para ultimar el papeleo. Harry corrió hacia el coche. Acompañado por su amigo Bill, un enano de ojos saltones tan alcoholizado como él, secuestró el cadáver. Tras descorrer la cremallera del saco mortuorio descubrió a una mujer joven, rubia, hermosa. Era tal vez la mujer más hermosa que jamás había visto. Tragó saliva y se recostó sobre ella. El tono de su piel era ligeramente verduzco y su cuerpo parecía el de una estatua de mármol. La besó con todo el amor que había sido capaz de acumular en sus 33 años de vida, con la suavidad del príncipe que confía en poder resucitar a su bella durmiente. Ella no reaccionó. Entonces, se rebuscó la polla entre los pantalones y le hizo el amor con el consuelo de que al menos ella no sufriría.
Harry Voss era en realidad Henry Chinaski, quien a su vez era una representación de Charles Bukowski. Cuando logró cierto reconocimiento las mujeres comenzaron a abrirse de piernas para Bukowski. No necesitaba que estuvieran borrachas ni que estuvieran muertas para poder meter el hocico en sus coños. Lo mismo podía convertirse en el perrito faldero de alguien llamado Cupcakes O’Brien que encontrarse con que dos vírgenes rubias recién llegadas de Holanda esperando junto al porche de su casa de Carlton Bay con la única pretensión de ser folladas.
A día de hoy John Martin, su editor, el hombre que cuando Bukowski aún no era nadie, a mediados de los 60, le prometió un sueldo mensual durante toda la vida a cambio de que se centrase únicamente en escribir, conserva muchas cartas y fotografías enviadas por los lectores. Cartas y fotos donde hay mujeres que se muestran desnudas mientras sostienen en su mano una primera edición de Women. Mujeres a las que se hubiera follado de no ser porque el amor no es más que un perro del infierno.
Se aceptan mails de contenido sexual.
Que grande.
Mierda, creo que soy el primero en opinar y no se me ocurre nada que decir!
Es una pena que no me puedas follar por el simple hecho de estar enamorado de vos.
Puntos negros en lugares ciegos.
Hasta que no terminas de leer no comienzas a recuperar el ritmo usual de respiración. Aliviado, apenado.
Da la sensación de que cada palabra estaba ahí (justo ahí) antes de que las ordenaras. Enhorabuena.
No me abrumes :)
no entiendo tu fascinación por trabajarte tanto un texto y siempre engorronarlo con palabras como follar o coño
Yo tampoco
Grande Bukowski
Y grande Netflix!!!
te esta pasando lo mismo?
Gracias por acordarte de esta conmovedora película.
Me gusta el aire contundente del texto. Como la repulsa que causa la visión de un rostro desfigurado y purulento.
Pobre Bukowski, se ciscaría en todo al comprobar como sus versos y escritos son utilizados por la publicidad y el marketing. O no, tal vez solo se descogonaría de todos nosotros.
Siempre que te leo disfruto. Y me parece un poco raro hacerlo gratis.
«Harry, una orgía de espinillas supurantes», todo el texto es brutal, pero me quedo con esa frase. Ojalá sigas escribiendo y aceptando mails de contenido sexual.