Sociedad

Selva tóxica

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Fotografía de ONG Ali Supay

La Amazonía ecuatoriana respira rodeada de oleoductos. El petróleo es sinónimo de dinero pero también un peligro para uno de los pulmones de la tierra. Solo en los últimos siete años, el volumen total de crudo derramado es superior a 588 barriles. De todo este veneno negro solo se recupera un 60%. Cuando el calor aprieta, el crudo baja por el río hasta la reserva natural del río Cuyabeno y las comunidades indígenas que habitan la zona solo pueden beber el agua de lluvia. Según denuncian varias organizaciones, el petróleo ha causado deterioro ambiental, social y cultural en la Amazonía ecuatoriana. Greenpeace asegura que el 80% de los ecosistemas de los bosques primarios han sido destruidos o alterados, entre otras razones, por culpa de la extracción de crudo.  El otro 20% están amenazados. Cuyabeno, en Ecuador, está entre ellos.

Todo empezó en los años 60, momento en que Texaco entró en Ecuador. “Desde entonces la extracción de petróleo en la Amazonía ecuatoriana solo ha provocado destrucción, desolación y tristeza para las zonas intervenidas. Se han derramado millones de galones de petróleo en los ríos, han contaminado el subsuelo y el aire con la quema de gas, han violentado a las comunidades…”, relata Oscar Francino, director de la ONG Ali Supay.

Se llama Lago Agrio. Curioso nombre para una ciudad que vive del petróleo entre el espesor verde de la Amazonía ecuatoriana. Esta pequeña ciudad con olor a gasolina fue fundada en 1979 en la provincia de Sucumbíos gracias a o por culpa de la aparición de petróleo en la zona. Ahora, con más de 66.000 habitantes que sudan con su 90% de humedad, se ha convertido en uno de los centros de operaciones del petróleo en Ecuador. El otro gran enclave para las petroleras en este país es Yasuní, una joya ecológica donde opera Repsol.

No ha habido un derrame, han sido muchos”, cuenta Sixto López, propietario de una agencia de viajes que oferta tours a la reserva faunística del Cuyabeno, en la Amazonía ecuatoriana. “Compañías americanas y ahora chinos y brasileños… por aquí ha pasado a llevárselo crudo todo el mundo”.

Para llegar a esta reserva de la biosfera hay que pasar por Lago Agrio, punto de partida para explorar el entorno del río Cuyabeno. La ciudad parece improvisada y poco atractiva, casi mal dibujada en medio de la selva. Es una urbe consecuencia de las prisas por la fiebre del oro negro. Aquí la mayor parte de la gente vive del petróleo, pero respira gracias al bosque húmedo tropical de la reserva. El petróleo, que da de comer a sus habitantes, envenena los bosques de la Amazonía. Esta es la sala de espera antes de entrar en las habitaciones inmensas de los pulmones del mundo. Sixto es guía hace casi 15 años. Piensa en voz alta y mueve la cabeza mientras pregunta “¿Qué haremos cuando se acabe el petróleo? Solo nos queda petróleo para 10 o 15 años, y después, ¿qué?”.

La reserva faunística del Cuyabeno cuenta con una de las biodiversidades más ricas del planeta. En sus árboles, suelos húmedos y aguas viven un importante número de especies. El Cuyabeno es parte de la Amazonía, el bosque primario más grande que queda en la Tierra y que almacena entre 80.000 y 120.000 millones de toneladas de carbono, un elemento fundamental para ayudar a estabilizar el clima.  Por esta razón Greenpeace se opone de forma contundente a que se extraiga petróleo de un lugar fundamental para mantener el planeta con vida.  Por otro lado, según la organización ecologista, esta actividad afecta directamente a millones de personas que viven en la Amazonía. Solo en la parte que corresponde a Brasil hay 20 millones de personas afectadas por la incansable búsqueda del oro negro. En Ecuador, no se sabe cuántas.

7250 metros cuadrados contaminados

A las preguntas sobre cuándo fue el primer derrame y cuándo el último no hay respuestas concretas ni registros exhaustivos. Hay fechas que se solapan y derrames que coinciden con otros antes de limpiar la zona.

Según el Grupo de Trabajo sobre Auditoría del Medio Ambiente (GTAMA), en la zona que rodea la reserva del Cuyabeno, solo desde diciembre del 2004, se han producido 16 derrames, con un total de 7250 metros cuadrados contaminados.

Se calcula que el volumen total derramado es de 588,75 barriles de petróleo. De todo este veneno negro solo se recupera, según la GTAMA un 60% del crudo derramado.

Desde Greenpeace denuncian que la extracción de crudo, junto con otras actividades humanas como la expansión agrícola y ganadera, la tala ilegal, la minería o la construcción de embalses y carreteras ha hecho que el 80% de los ecosistemas de los bosques primarios haya sido destruido o alterado.  El 20% restante está amenazado y el Cuyabeno está entre ellos.

Cuando llegaron las petroleras, décadas atrás, se produjo otro fenómeno: una masiva migración de colonos provenientes de varias latitudes del país en busca de puestos de trabajo en la industria petrolera. En los últimos tiempos ha sido fuente de ingresos en el orden económico para las comunidades, en especial para los Sionas, que se encargan de realizar las labores de limpieza de las zonas afectadas por los derrames de petróleo. Ingresos pero también muchos disgustos.

Los serios problemas que las compañías petroleras han creado no son solo ecológicos. Van desde la contaminación del suelo, a la del agua, pasando por la deforestación, problemas de salud en las comunidades indígenas y la aculturización de las comunidades”, explica Oscar Francino, director de la organización ecologista Ali Supay .

Cuando hay derrames llueve sobre mojado. Hay heridas negras abiertas en muchos puntos de la inmensidad verde amazónica. Desde 1993, momento en que se produjo otro derrame, los abogados representantes de los residentes locales sionas buscan forzar a la excompañía Texaco, y la ahora nueva compañía Chevron Corporation, a limpiar el área y resarcir a los afectados. Eso aún no ha sucedido.

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Fotografía de ONG Ali Supay

Los sionas y el oro negro

Sandra López tiene 21 años. Quiere terminar ingeniería ambiental turística. Ahora hace prácticas para ser guía en la selva. Mientras desayuna en Lago Agrio antes de adentrarse en la selva, cuenta que hace seis meses una petrolera derramó crudo en el río Cuyabeno, que atraviesa y da nombre a la reserva, con el peligro que ello supone para las comunidades. Sandra asegura que varios animales murieron y que, aunque trataron de limpiarlo, no volvió a ser igual. La reserva y el río son el centro de la vida de comunidades de inmenso valor antropológico. Esta futura guía explica que “el Gobierno apuesta ahora por el turismo responsable pero también por el autoabastecimiento de petróleo y eso implica sacarlo de la Amazonía”. Los indígenas de la zona se dedicaban a la caza y a la pesca tradicionalmente, pero turismo y petróleo lo han cambiado todo. La nueva Constitución ecuatoriana de 2008 reconoce los derechos de las nacionalidades indígenas. “Ahora al menos estudian en sus lenguas”, se alegra Sandra. Pero esta Constitución no habla de la extracción de petróleo en sus tierras.

Para llegar hasta una comunidad siona son necesarios una canoa, un motor y muchas horas de navegación por el río Cuyabeno. Eso después de horas de furgoneta desde Lago Agrio viajando con un oleoducto en paralelo a la carretera. Al llegar al oasis de cabañas y cultivos en medio del espesor de la selva se escucha el ritmo pausado de la lengua baicocá. Suena reguetón a través de unos enormes altavoces que escupen sintetizadores y ritmos frenéticos y algunas personas bailan en el centro. Celebran el aniversario de la comunidad. El chamán está completamente borracho y resulta imposible hablar con él. Ya no solo beben chicha, ahora aquí también ha llegado la cerveza. Casi nadie viste como solían hacerlo. Amelia se afana en preparar kasabe de yuca. Ella sí viste las ropas tradicionales del pueblo siona.

Sí contaminaron la zona”, afirma en voz muy baja Amelia, que prefiere ocultar su apellido. Cuenta que en la comunidad mucha gente sufrió enfermedades intestinales. “Siguen las petroleras pero no dan trabajo a las comunidades. Limpiaron por encima pero quedó algo y cuando hace sol el crudo baja con las aguas. Cuando el río crece no podemos beber su agua. Nos queda solo el agua de la lluvia”, explica. Hace nueve años de ese vertido y sigue sin estar limpia la zona. “El petróleo no es bueno”, sentencia.

Oscar Francino, director de la ONG Ali Supay, explica que los pueblos indígenas viven directamente de la tierra y que tienen una relación espiritual muy estrecha con lo que ellos llaman la Pachamama, la madre tierra. “La irrupción de la industria petrolera en la Amazonía ha supuesto un descalabro social y cultural. Las prácticas de las compañías con las comunidades nativas han sido y son totalmente racistas. El ingreso del petróleo ha traído consigo la violencia, la prostitución, el alcoholismo y enfermedades directamente relacionadas con la industria petrolera”, relata.

Silvana Larrea, portavoz de Repsol en Ecuador, asegura que en caso de derrame, están certificados internacionalmente “y reconocidos por su eficacia”. La compañía, que opera en la Reserva de la Biosfera del Yasuní, dice que solo ha sido responsable de un vertido en 20 años de trabajo en Ecuador y que están trabajando para limpiar la zona. La hemeroteca de distintas organizaciones no dice lo mismo; Ecologistas en Acción denunció un derrame en 2008, Biodiversidad.org da cuenta de otro en marzo de 2011 en el Bloque 16, donde trabaja la compañía.

La portavoz de la trasnacional declara que los derrames de toda magnitud “se reportan a las autoridades nacionales y a través del Informe de Responsabilidad Corporativa”. En la misma línea, Repsol asegura que “el Ministerio de Ambiente de Ecuador tiene un protocolo muy exigente para casos de derrame para garantizar que se subsanen”.

Deterioro social, cultural y medioambiental

Para quien llega de otras latitudes la selva inquieta. Es tan espesa que parece imposible adentrarse y sus sonidos son una banda sonora con mil matices. Ángel Toro se mueve en este escenario como si fuera parte del mismo. Este conservacionista ecuatoriano lleva 12 años dedicado a la reserva del Cuyabeno. “En 2004 hubo un derrame justo aquí, en el Puente Cuyabeno. La compañía fue Petroproducción pero ha cambiado de manos, de nombre y de nacionalidad ya unas tres veces. Hicieron dos limpiezas pero no llegaron a solucionarlo bien porque se quedan algunos residuos en el fondo…” expone.

Ángel fue supervisor ambiental en aquella época. “Enterraron el crudo pero no sirvió de nada. Se contaminó el agua, la flora y la fauna. Afectó a las comunidades que ahora recogen el agua de lluvia”, prosigue.

Según la legislación ecuatoriana, en el parque no se pueden hacer prospecciones. “Es una locura pero hay miedo de que se haga. Cuando las hacen cerca de la reserva las aves migran por los sonidos. Los animales huyen. A las comunidades les pagan y se van y cuando se oponen, el Gobierno manda al Ejército”, denuncia Ángel Toro.

Algo cambió con la llegada al Gobierno de la Revolución Ciudadana de Rafael Correa y la redacción y aprobación de la nueva Constitución. El pueblo ecuatoriano empezó a disfrutar algo de lo que se extraía de su subsuelo. “Al menos se benefician del petróleo mínimamente pero, ¿el futuro qué? Por mucho que ahora estemos bien. Por mucho que las comunidades tengan ahora algunos dólares, ¿qué pasa con sus hijos y sus nietos? Mis hijos se van a quedar sin bosques. Los dueños de estas tierras son legalmente los indígenas”, lamenta.

Es una situación complicada porque se entiende que se debe extraer petróleo y punto y nadie lo cuestiona, ni puede oponerse”. El Gobierno ha dado mucho apoyo a las comunidades, incluidos paneles solares, pero no detiene el expolio de sus tierras. Hay cinco etnias en el área protegida del río Cuyabeno, lo que equivale a unas 1500 o 2000 personas.

Toro lamenta que no exista presupuesto para la conservación. Tampoco para estudiar convenientemente qué sucede con los animales o con determinadas plantas por la extracción de crudo.

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Fotografía de ONG Ali Supay

Encontrábamos aves muertas flotando en el río”

Después de un vertido de petróleo la limpieza es muy complicada y las consecuencias duran incontables años. Desde Ali Supay aseguran que “apenas se remedian y a menudo son los propios miembros de la comunidad quienes, sin protección alguna, hacen lo posible para remediarlo pero en la mayoría de los casos quedan restos del vertido.”

La contaminación baja igualmente por el río hasta la reserva y en el último vertido murieron aves. Las encontrábamos muertas flotando en el río” relata el conservacionista Ángel Toro.

Aunque oficialmente no se puede extraer en las áreas protegidas del Cuyabeno y el Yasuní, Oscar Francino, director de la organización ecologista e indigenista Ali supay, asegura que “en el Yasuní Repsol lo hace y lo reconoce, y en el Cuyabeno hay prospecciones de petróleo y se extrae muy cerca de la reserva”.

Para esta organización, los «accidentes» petroleros son comunes y poco a poco han ido contaminando lagunas y ríos y alterando los ecosistemas de la zona. “En el Yasuní opera la compañía Repsol. Un caso que nos preocupa porque en esa zona vive el pueblo waorani, contactados hace una década de forma violenta”. Esta compañía, siempre según Ali Supay, opera en 200.000 hectáreas. Francino denuncia que “su actividad no solo afecta negativamente a su área de influencia sino que va mucho más allá. Dentro de estas 200.000 hectáreas viven comunidades indígenas waoranis que son totalmente dependientes de la compañía. Este trozo de Amazonía en el que interviene Repsol está completamente militarizado y ni las propias comunidades son libres de andar de un sitio a otro sin previo consentimiento de la compañía”.

Repsol asegura que compensa sus trabajos en la zona con proyectos para las comunidades indígenas. Desde sus oficinas en España nos remiten directamente a una página donde se explica “la inversión social” de la propia compañía en Ecuador.

Silvana Larrea, gerente de Relaciones Externas de Repsol en Ecuador, asegura que la compañía mantiene un Acuerdo de Buena Vecindad con la nacionalidad waorani que hace que “en el área de operación, durante 20 años haya cero conflictividad entre los indígenas y la compañía por el respeto que se ha mantenido por ambas partes”.

Según la portavoz de la multinacional petrolera en el país, el apoyo “de Repsol a los pueblos waorani dentro y fuera del Bloque 16 ha llevado a que se duplique su población”. De la misma forma, Silvana Larrea expone que los “waorani tienen total libertad y autonomía para moverse dentro del Bloque 16 y el ingreso a sus comunidades lo conceden ellos mismos ya que Repsol no interviene en esas autorizaciones”. Concluye Larrea que “Repsol cuenta con una política a nivel mundial que impide a la empresa intervenir en la vida de las comunidades alrededor de su operación”.

Sin embargo, durante la visita de los Príncipes de Asturias a Ecuador el pasado octubre, miles de indígenas y ambientalistas protestaron al grito de “Repsol fuera del Yasuní” contra la explotación de la zona protegida por parte de la compañía española. “Yasuní no es hacienda de Repsol”, rezaban algunos carteles.

La compañía recuerda que “Repsol no tiene ninguna sentencia por tema de derechos humanos o vulneración a la vida de pueblos indígenas en Ecuador y que cuenta con todos los permisos y autorizaciones para actuar en su zona de concesión”. Eso sí, la multinacional ha sido denunciada públicamente en muchas ocasiones por parte de organizaciones ecologistas e indigenistas.

Muchas organizaciones denuncian que el impacto generado por las compañías petroleras en el bosque tropical y en las poblaciones indígenas y campesinas de la Amazonía ha provocado un gran deterioro social, ambiental y cultural. 

Greenpeace asegura que la extracción de petróleo en la Amazonía junto con la deforestación y el cambio climático pone en serio peligro un ecosistema que, según los científicos, es el que tiene mayor diversidad de la Tierra, con cerca de 60.000 especies de plantas, 1000 especies de pájaros y más de 300 especies de mamíferos. La selva y su famoso río también mantienen la vida de más de 2000 especies de peces de agua dulce y mamíferos acuáticos como el delfín rosa de agua dulce y la nutria gigante. Además, muchas áreas siguen siendo vírgenes y no han sido exploradas a fondo por la ciencia. Solo en la zona del Yasuní hay dos nacionalidades indígenas que viven en aislamiento voluntario y que están protegidas constitucionalmente,  los tagaeri y los taromenane.

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Fotografía de ONG Ali Supay

Constitución versus realidad

Esta situación choca con la nueva Constitución ecuatoriana de 2008 que otorgaba protección y derechos a las comunidades indígenas y al medio ambiente desde la propia Carta Magna.

Por una parte la constitución recoge el sentir de los movimientos sociales y el movimiento indígena enmarcado en el Sumak Kawsay, sin embargo el Gobierno abre las puertas a la industria extractiva para que operen compañías mineras y petroleras en la Amazonía violando descaradamente la Constitución. En la nueva ronda petrolera que el Gobierno ha presentado se pretenden conceder cuatro millones de hectáreas para que se explote petróleo en el centro y sur de la Amazonía. No olvidemos que en esta vasta extensión encontramos los territorios de los pueblos indígenas, que en ningún momento van a aceptar que se violen sus derechos como pueblos y personas.“, explica Oscar Francino. Añade que “el Gobierno ecuatoriano dista mucho de cumplir con los artículos de la Constitución que se refieren a pueblos indígenas, biodiversidad y derechos de la naturaleza”. 

Para el ecologista Oscar Francino, el trato de las compañías de antes y las de ahora es el mismo. “El objetivo de una compañía es únicamente rendir cuentas a sus accionistas. Poco les importan las comunidades o el medio ambiente. La Responsabilidad Social Corporativa es maquillaje para la opinión pública. La industria petrolera es sucia de por sí. Desde los sitios donde se extrae el petróleo hasta donde se comercializa, en cada fase hay oscurantismo. En la selva amazónica este oscurantismo es más notorio porque allí donde no hay cámaras, no se registra lo que pasa. Y lo que pasa, tanto antes como ahora, es muy grave”.

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Fotografía de Emilia Laura Arias Rodríguez

 

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4 Comments

  1. Pingback: Selva Tóxica |

  2. Andres Arias

    Buen reportaje. La verdad es que asusta el pensar que esa misma situación se está repitiendo sin control en muchas otras partes, Guinea, Nigeria..y nos obliga a replantear muchas cosas. Gracias por tu información

  3. Muchas gracias por el artículo! Creía que en Yasuní todavía no se extraía pretróleo, me suena haber escuchado que iba a haber un referéndum para votar la extracción o no, pero por lo que veo las petroleras son rápidas. Resulta chocante y da un poco de miedo estar en algún lugar remoto de la Amazonía y encontrarse con una refinería enorme…Tenemos que cuidar nuestro gran pulmón! Gracias me ha gustado un montón y me ha hecho percibir el problema de los derrames también tierra adentro.

  4. Sarita

    Me encanta el reportaje, cual es la fecha exacta en la que fue publicada? Gracias!

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